Retirado del tiempo o eternamente presente, lo contemporáneo no establece una relación cómoda con el ahora sino que señala un desajuste, un descarrilamiento o un tiempo enloquecido que tiene algo de fantasmático. Sin hundirse en la melancolía de un pasado en el que todo fue mejor ni en la levedad perecedera de lo actual, la obra, la pregunta, el sujeto contemporáneo habitan el presente con distancia, con cierto anacronismo. Habría en lo contemporáneo, entonces, una inmensa potencia crítica: debido a ese particular desajuste con el ahora, lo contemporáneo estaría destinado a percibir el lado oscuro del presente y, a la vez, a advertir allí la luminosidad de nuestro tiempo. Y es justamente en este punto, que esta forma de pensar lo contemporáneo puede ser, también, el modo más certero de definir el campo de lo estético: su habilidad para captar las heridas, la dimensión traumática, las injusticias de nuestro tiempo y a la vez, su capacidad de ver allí alguna luz que se dirige hacia nosotros aunque sin llegar a alcanzarnos.
Con esta dimensión crítica y este momento utópico en mente, queremos pensar un corpus de objetos—algunas novelas, imágenes y films, pero también proyectos editoriales y culturales— que, producidos antes de la pandemia, nos hablan de ella. Se trataría de leer de manera esforzadamente anacrónica, el modo en que la potencia de ciertas obras u objetos pueden revisitarse para hablar, anticipadamente y a ciegas, de este presente pandémico. Es bajo estas coordenadas que queremos pensar tentativamente la especificidad de esta pandemia.
Publicado: 2021-06-30