Historia y objetividad. La distancia emocional a la hora de analizar el conflicto vasco
History and Objectivity. Emotional distance in analyzing the Basque Conflict
Nicolás Buckley*
Resumen
Este artículo propone un diálogo entre la historiografía sobre la historia de España contemporánea y el proceso etnográfico/intersubjetivo que viví durante mi investigación sobre el conflicto vasco. Las narrativas exploradas servirán también para analizar otros casos de estudio donde converjan historia oral y violencia política. Si la historia oral surgió durante la segunda década del siglo XX, en este siglo XXI el uso de entrevistas por parte de historiadores se ha convertido en un fenómeno frecuente. Sin embargo, hay una carencia de investigaciones en las que el historiador reflexione sobre su propio proceso emocional a la hora de hacer entrevistas. Si el objetivo de la historia oral consiste en dar voz a los narradores que fueron testigos de un acontecimiento, no hay que olvidar que los historiadores también somos testigos durante las entrevistas. Simbolizamos el lugar donde el narrador deposita su historia de vida.
Palabras claves: Inter-subjetividad, Generación, Objetividad, Historia oral, Terrorismo.
Abstract
This article proposes a dialogue between the historiography of modern Spanish history and the ethnographic process I lived through while I was researching the Basque conflict. The narratives explored in this research will help us understand other cases in which oral history and political violence converge in a single text. Oral history was born in the middle of the twentieth century but it has become a common practice in the twenty first century. However, there is a lack of self-questioning by historians when they carry out their interviews. If the purpose of oral history is to hear the stories of persons who witnessed important historical events, then surely, we historians are witnesses to these testimonios during the interviews. We represent the place were the narrator places his life story.
Keywords: Inter-subjectivity, Generation, Objectivity, Oral history, Terrorism.
Introducción
¿Cómo reconstruir el pasado? La disciplina de la historia se ha moldeado a lo largo del tiempo tratando de responder a esta pregunta. A partir de mayo de 1968, un nuevo movimiento cultural, la post-modernidad, empezó a tomar fuerza y se consolidó con la caída del telón de acero en 1989. Por un lado, la historia como disciplina empezó a cuestionar los hechos, y se empezó a hablar de narrativas. Durante la tesis doctoral que realicé en la segunda década del siglo XXI, sentí cómo dos corrientes históricas colisionaban a la hora de encarar mi investigación. Por un lado, recibí la influencia de los historiadores británicos (los llamados hispanistas) que habían tratado de reconstruir la guerra civil española en su totalidad. Expresándolo en otras palabras, estos historiadores proceden de una escuela que confía en que podemos ser capaces de acercarnos a una verdad histórica, lo que en la academia llamaríamos objetividad. Por otro lado, el paradigma post-moderno hizo aparecer estudios sobre la memoria y las emociones, que acercaban la historia a otras disciplinas como la sociología o la antropología. Este enfoque multi-disciplinar sin duda enriqueció a la historia. Sin embargo, la historia como disciplina que nació con la idea original de poder reconstruir un pasado en su totalidad, se fue compartimentando y especializando. En este artículo relato mi experiencia durante mi proceso de investigación. Concretamente, intento conectar el proceso psicológico y emocional que viví entrevistando a los militantes de Euskadi Ta Askatasuna (ETA), y entroncarlo con mis vivencias en Londres en un entorno cultural de hispanistas. El choque entre estos dos mundos, el del hispanismo —simbolizando la moderación— con la historia oral —el historiador como etnógrafo— condicionó en gran medida la manera en que intenté reconstruir el conflicto vasco.
En este comienzo del siglo XXI, los historiadores orales estamos constantemente influenciados por la sombra larga del siglo anterior. A este respecto, la guerra civil fue el evento histórico que más influencia ha tenido a la hora de moldear la identidad española moderna. La guerra civil, que dio comienzo en 1936, enfrentó a aquellos que apoyaron a la república democrática y liberal, fundada en 1931, en contra de las fuerzas conservadoras y fascistas que se opusieron al proceso de modernización que habían comenzado las autoridades republicanas. La guerra culminó con la victoria fascista y el establecimiento, durante 36 años, de la dictadura del general Francisco Franco.[1] En 1975, el año en que murió Franco, un proceso de transición dio comienzo en el que se dejó atrás la dictadura para llegar a un régimen democrático. El simbólico final del proceso de transición llegó en 1982 cuando el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ganó las elecciones. En este contexto, ETA simbolizó la principal amenaza al régimen liberal español y se convirtió en el único grupo terrorista europeo que continuó usando la violencia hasta pasada la primera década del siglo XXI.
Para la mayoría los españoles que vieron como sus libertades —tanto individuales como colectivas— se vieron incrementadas durante el proceso de transición —como fue el caso de mis padres—, ETA representó una amenaza constante en forma de miedo de volver a perder estas libertades. En cambio, para parte de mi generación, que no habíamos vivido la transición, ETA representaba un fenómeno extraño. Por un lado, ETA había asesinado a gente inocente y, de hecho, no nos identificábamos con este tipo de acciones. Por otro lado, la lucha de ETA contra el legado fascista que no había sido depurado durante el proceso de transición, era provocadora y transgresora y, por lo tanto, apelaba a ciertos sectores de la juventud.
Las diferentes perspectivas entre viejas generaciones que experimentaron los beneficios de vivir en un nuevo régimen democrático, y las nuevas generaciones que vivieron un proceso de desencanto por una cultura neo-liberal y consumista que se consolidó en el proceso de transición, nos permite explorar nuevas subjetividades.[2] Después de realizar varias entrevistas con militantes de ETA y de haber realizado un trabajo de historia oral, echo la vista atrás, y me pregunto: ¿Qué tipo de inter-subjetividad se formó entre mi persona —un español de clase media, nacido en 1985— y los militantes de ETA durante el proceso de entrevistas? Si la historia oral hace hincapié en hacer del entrevistado el protagonista del relato, mi propuesta en este artículo es que ese protagonismo ha de ser compartido entre el narrador y el historiador. En otras palabras, ¿Cómo puede enriquecer la inter-subjetividad la disciplina de la historia? La historia está escrita, en muchos casos, desde lugares comunes que perpetúan un determinado discurso nacional. Sin embargo, desde la historia oral, tratando de poner el foco en la interacción entre narrador e investigador, pueden emerger nuevas perspectivas sobre cómo se articula la historia.
Desafortunadamente, no hay muchos historiadores que hayan trabajado en la memoria y la historia oral del conflicto vasco. Carrie Hamilton fue pionera en realizar una investigación en historia oral sobre ETA. Hamilton, que entrevistó exclusivamente a mujeres militantes de ETA, contribuyó a la historiografía sobre el conflicto poniendo el foco en las subjetividades de estas militantes. ETA, como organización revolucionaria y socialista, no parecía, acorde con Hamilton, que estuviera en la vanguardia en cuanto a las relaciones de género que se daban dentro de su seno. Masculinidad y ‘heroísmo revolucionario’ funcionaban como sinónimos dentro de una narrativa en la que ETA no era capaz de cuestionarse a sí misma, y mucho menos a los roles de género que se daban dentro de la organización (Hamilton, 1999).
Si Hamilton se acerca a ETA como una outsider, o historiador que toma distancia con su objeto de estudio, David Beorlegui incorpora su mirada crítica hacia la transición española en su análisis de las historias de vida de los militantes de ETA. Beorlegui, que condujo la investigación de su tesis doctoral en un tiempo parecido al mío —yo la terminé tan solo un año más tarde—, trata de describir cómo la emoción del desencanto fue crucial para que el conflicto armado vasco se perpetuara hasta la primera década del siglo XXI (Beorlegui, 2017). Beorlegui y Hamilton trazaron sus líneas historiográficas teniendo en cuenta el vacío que existía en torno al análisis de las emociones de los militantes de ETA. El estigma de organización terrorista había provocado que la mayor parte de la historiografía analizase a ETA de una manera superficial o, dicho de otra forma, se centrara exclusivamente en la violencia que perpetraba. No existían por lo tanto historiadores que se atreviesen a entrevistar a militantes de ETA. Por otro lado, los pocos análisis que no trataban de explicar a ETA solo y exclusivamente desde su naturaleza de organización terrorista, caían en la “romantización” de su lucha, retratando a sus militantes como freedom fighters. En este sentido, Hamilton, sacando a relucir las relaciones de género que se daban dentro de ETA, o Beorlegui, incorporando las historias de vida de los militantes de ETA como una prueba del desencanto que provocó la transición española en el País Vasco, dejaron una ruta abierta a nuevas investigaciones que quisieran seguir poniendo el foco en las subjetividades de los militantes de ETA.
Sin embargo, a día de hoy sigue habiendo un vacío historiográfico en torno a qué emociones provoca sobre el historiador el uso de técnicas de investigación sobre la memoria y la historia oral del conflicto vasco.[3] Recientes libros best sellers en historia han puesto la atención en la dificultad de intentar comprender los procesos sociales sin atender a la inter-subjetividad. Para Yuval Noah Harari “muchos de los impulsores más importantes de la historia son intersubjetivos: la ley, el dinero, los dioses y las naciones” (Harari, 2014, p. 151). Sin entrar a valorar las razones por las que determinados libros de historia se leen más que otros, parece claro que la nueva historiografía da cada vez más importancia al fenómeno de la intersubjetividad. El conflicto vasco, que ha provocado una gran variedad de emociones tanto a los que lo han vivido como a los que lo han analizado, no puede seguir aislado de este enfoque. Si la intersubjetividad hace posible la existencia de narrativas compartidas, los historiadores que nos dedicamos a interpretarlas cometeríamos un error en renegar de nuestro propio proceso emocional.
Más allá del caso de estudio —trabajo de campo sobre el conflicto vasco—, mi investigación apela a una reflexión metodológica a la hora de analizar procesos de transición o escenarios de conflicto. Si la historia como disciplina se aleja de las simplificaciones, las ventajas de la historia oral a la hora de incorporar testimonios orales a la investigación, son a la vez sus inconvenientes. La diferencia entre las fuentes escritas y las orales es que las primeras son documentos y las otras son personas. Incorporar las entrevistas a una investigación implica problematizarla, ya que el historiador se verá influenciado por un rango de emociones más intenso que cuando se limita a leer un documento. Si a este hecho añadimos que el historiador está trabajando con un escenario donde hay perpetradores que han usado la violencia, su implicación emocional es aún mayor. En este sentido, las contradicciones que experimenté a la hora de entrevistar a militantes de ETA, pueden ser similares a las de un historiador colombiano que trabajé con historias de vida de militantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Este artículo plantea que tratar de ocultar o negar esas contradicciones no ayuda a la historia como disciplina. Esta negación que tradicionalmente ha sido parte de los análisis sobre violencia política, se ha producido en aras de aparentar una supuesta objetividad. Sin embargo, la historia oral nos invita a lidiar con el complicado mundo del testimonio. Hay un narrador que está dispuesto a contar su historia. Hay también un historiador que quiere incorporar el testimonio a su investigación.
Intersubjetividad y etnografía. De la distancia de los hispanistas a nuevos enfoques sobre el conflicto vasco
En el siglo XXI, después de más de sesenta años de su final, la historiografía de la guerra civil es extensa. En 1975, una vez muerto Franco, nuevos análisis y narrativas de la guerra civil salieron a la luz.[4] Durante la dictadura —1939-1975—, el único relato histórico aceptado fue el de cómo las tropas lideradas por Franco habían salvado a España del comunismo, y esta narrativa se consolidó en una pos guerra mundial —1945— en la que España participaría en esta lucha global contra el comunismo. Esta perspectiva difería de unos historiadores que venían de afuera de España, los llamados hispanistas. Estos historiadores —la mayoría de ellos británicos, pero también provenientes de otros lugares del mundo—, viajaron a España a partir de los años sesenta, tratando de entender la guerra civil tomando cierta distancia emocional con la contienda.
La guerra civil y la transición están considerados los eventos históricos más importantes del siglo XX español. Para gran parte de la generación de mis padres —aquellos nacidos entre los años treinta y cuarenta—, la transición española supuso el final de la dictadura y un cierre simbólico de las heridas que la guerra civil había abierto. En cambio, para parte de mi generación —aquellos que habíamos nacido entre 1980 y 1990— la transición arrastraba una serie de problemas, todos ellos relacionados con la imposibilidad de que el nuevo régimen democrático que nacía no había podido romper totalmente sus lazos con la dictadura. El implícito “Pacto de olvido” fue establecido entre parte de unas élites franquistas encargadas de homologar el régimen a una democracia europea, y la resistencia anti-franquista que llevaba décadas luchando contra el franquismo, y que aceptó el pacto por miedo a no poder superar la dictadura. En este pacto, los presos políticos de la resistencia antifranquista quedaron libres por una ley de amnistía aprobada en 1977 y a cambio, los crímenes de la dictadura nunca fueron juzgados ante ningún tribunal.[5]
Este “Pacto de Olvido” define también la transición desde una mirada al futuro —en clave de modernidad—, teniendo a Europa como el horizonte desde el cual España tenía que emprender su proceso de modernización. El conflicto armado vasco se puede definir precisamente desde la negativa de la Izquierda Abertzale —base social de ETA— a sumarse tanto al “Pacto de Olvido”, como a la visión de una España integrada en una Europa donde, en un horizonte algo utópico, todos los nacionalismos acabarían siendo parte de un “ente supranacional europeo” —la ya conocida Unión Europea—.[6] ¿Es posible analizar el conflicto armado vasco —desde que ETA decidió continuar con la violencia en el proceso de transición— desde la misma estructura de análisis que utilizaron los hispanistas con la guerra civil —representando los outsiders del conflicto—, teniendo en cuenta los diferentes contextos históricos de los años treinta y los años setenta?
Teniendo en cuenta que la historia oral implica un contacto entre historiador y narrador, antropólogos como Clifford Geertz o Joanne Rapapport han teorizado sobre el uso de la observación participante. Para Geertz el etnógrafo no debe centrarse en buscar leyes sino en tratar de encontrar significados (Geertz, 1973). En líneas similares, Rapapport describe la observación participante como un proceso que debe ser entendido en toda su complejidad, donde sentimiento y pensamiento serían dos caras de una misma moneda (Dilean y Rapapport, 2018). ¿Es compatible que el historiador intervenga en su objeto de investigación y a la vez pueda conservar la suficiente distancia como para poder reconstruir un determinado proceso histórico? Parece que los debates sobre investigación participante no suelen llegar al terreno de la historia. Sin embargo, si esta disciplina ha tenido pretensiones de explicar el pasado en su totalidad, desde Geertz o Rapapport vemos como el proceso etnográfico no tiene porqué llevar al historiador a simplificar la realidad. Por el contrario, durante la observación participante el historiador negocia en tiempo real hasta donde está dispuesto a implicarse emocionalmente. Aún más importante, el historiador negocia consigo mismo hasta donde está dispuesto sacar a relucir sus contradicciones y hasta donde va a permitir que estas mismas contradicciones le condicionen su mirada al pasado.
Durante mi investigación doctoral, especialmente durante mis viajes al País Vasco haciendo trabajo de campo —entrevistas a militantes de ETA, así como consulta de archivos históricos—, me di cuenta que el intento de los investigadores de distanciarse de su objeto de estudio ha supuesto una de las grandes fallas de la bibliografía sobre el conflicto vasco.[7] Durante más de treinta años, mientras duró la dictadura, la historiografía sobre la guerra civil española fue escrita desde la mirada de un bando; sin embargo, el conflicto vasco no ha experimentado un proceso similar. Historiadores sobre el conflicto vasco asumen y retratan a ETA como una organización insurgente y racional hasta la muerte de Franco, y como un grupo terrorista y sanguinario una vez empezó el periodo democrático.[8] Sin embargo, durante mi trabajo de campo en el País Vasco fueron precisamente estos lugares comunes los que traté de evitar. La historia oral podía ayudarme a analizar las subjetividades de los militantes de ETA, y la manera en que contaban sus experiencias de vida. En vez de tratar de tener una actitud fría y emocionalmente distante con estos militantes, mi objetivo fue poner atención en qué narrativas emergieron durante las entrevistas y, en particular, cómo me influenciaban los testimonios de estos militantes en torno a mi identidad española y el mito forjado a través de la transición.
La manera en que los científicos sociales lidian con procesos de inter-subjetividad ha sido ampliamente debatido. La historiadora oral Carrie Hamilton, en su artículo ‘Cómo se puede ser un buen entrevistador’, pregunta: “¿Qué ocurre cuando el narrador no es un héroe ideológico, sino que es alguien cuyas ideas políticas no compartimos o incluso detestamos?” (Hamilton, 2008, p. 36). Los hispanistas que contribuyeron con la historiografía de la guerra civil española pueden dividirse, en términos simplistas, en dos categorías. 1) Aquellos que tratan de subrayar la contribución de la II República —1931-1939— con el bienestar de las clases populares y el proceso de modernización de España, y 2) aquellos que enfatizan en el caos del régimen político de la II República y en su incapacidad para llevar paz social y estabilidad a la sociedad española. En el primer grupo de hispanistas podemos situar a Paul Preston y Helen Graham. El miembro más destacado del segundo grupo sería Stanley G. Payne. Tomando como referencia la pregunta anteriormente formulada de Hamilton: ¿Podemos comparar esta división entre hispanistas —aquellos que toman una posición más favorable hacia la segunda república y aquellos que destacan sus fallos— con la carga emocional que los historiadores orales experimentamos cuando entrevistamos a militantes de organizaciones terroristas?
Mi tesis doctoral es el producto de diferentes procesos vitales que los militantes de ETA vivieron durante la transición. Mi intención fue analizar las diversas estructuras de poder del estado español —el sistema de prisiones, el mercado laboral, la hegemonía cultural, etc.— a través de las micro-historias de los militantes de ETA. Si ETA ha sido tradicionalmente caracterizada y descrita a través de la violencia y el terror que sus militantes ejercieron sobre la población, con mi tesis traté de explorar los paisajes emocionales de estos militantes poniendo el foco en su vida cotidiana durante el conflicto vasco. Durante las entrevistas, mi objetivo fue simplemente conocer a esta gente, y decidí que no me debía limitar a hablar solamente de la violencia que ellos infligieron. Es cierto que esta manera de tratar las entrevistas puede parecer que, como historiador, intento legitimar la violencia ejercida por ETA. En una conversación privada con un reconocido hispanista, el me sugirió que, quizás, durante el proceso de entrevistas, yo podía haber sufrido una especie de “Síndrome de Estocolmo”.[9] En otras palabras, acorde con este hispanista, los militantes de ETA me habían ‘seducido’ y convencido de que su lucha política —alcanzar la independencia para el País Vasco— era legítima.
Si el principal legado de los hispanistas fue analizar la guerra civil española desde la perspectiva del outsider, ¿Qué valor podía tener el hecho de analizar mis propias emociones —en particular respecto a mi identidad española— durante las entrevistas que realicé a los militantes de ETA? En su Autobiografía de una generación, la historiadora oral Luisa Passerini hace de la inter-subjetividad el núcleo de su trabajo: “Hay fuertes elementos de seducción en narrar la vida de uno mismo. Una mujer me dice: “Me gustaría verte otra vez, no solo durante las entrevistas”. A mí también. Le cuento retazos de mi vida, le sirvo como espejo para sus momentos críticos” (Passerini, 1996, p. 10). En el primer borrador de mi tesis, me referí a un militante de ETA que había participado en mi investigación como un amigo. Inmediatamente, alguien de mi universidad me recomendó encarecidamente que cambiara esa palabra por otra. ¿Es apropiado describir a un narrador como un amigo? Sabiendo que va en contra de la metodología que usan los historiadores más tradicionales, esta cuestión revela la profunda conflictividad que puede llegar a existir entre el investigador y su objeto de estudio.
Al comienzo de mi investigación doctoral sobre el conflicto vasco, la visión distante y objetiva que tenían los hispanistas en torno a la historia de Europa, fue mi principal referencia. Aunque aprendí mucho de cómo estos historiadores usaban la historia social, al final de mi investigación sentí la necesidad de emprender un enfoque diferente en mi trabajo.[10] Tratando de estar abierto a recibir nuevas interpretaciones sobre el conflicto vasco, no dudé en analizar mis cambios de percepción sobre el conflicto que tenían lugar durante mis entrevistas con los militantes de ETA. Aunque este proceso pueda ser calificado como un ‘síndrome de Estocolmo’, es simplemente el resultado de cómo dos personas experimentan una serie de emociones durante una entrevista.
Tomando esta premisa, la historia oral nos permite a los historiadores ser más laxos con las reglas no escritas en referencia a tomar distancia y a ejercer en nuestro trabajo una supuesta objetividad. ¿Son complementarias las disciplinas de la historia oral —basada en las subjetividades de los individuos— y la historia social —que intenta hacer análisis más amplios sobre las capas más bajas de la sociedad—? ¿Cuáles son los riegos de explorar las inter-subjetividades de un pequeño grupo de individuos, en vez de poner el foco en una mayoría social? Respecto a este tema, mi tesis doctoral experimenta una curiosa evolución. Los primeros dos capítulos, recibiendo la herencia de los hispanistas, usan el marco de la historia social. Sin embargo, en los últimos capítulos la historia social deja paso a un análisis emocional de los militantes de ETA y de mis interacciones con ellos, en un intento de análisis etnográfico.
Passerini describe su Autobiografía de una generación como “mucho menos y quizás, algo mas, que historia social” (Passerini, 1996, p.10). Mirando atrás y contemplando mi trabajo, me sentí más cómodo tratando de retratar los paisajes emocionales de los militantes de ETA, que esbozando una historia social del largo conflicto armado vasco. Por un lado, teniendo en cuenta que había cursado los estudios de Ciencias Políticas en España, y, habiendo leído los principales trabajos historiográficos sobre el conflicto vasco, no me resultaba difícil tratar de explicar esta historia social. Por otro lado, mi percepción del conflicto vasco estaba siendo alterada constantemente a través de los testimonios de los militantes de ETA. Una de las principales diferencias entre trabajar exclusivamente con fuentes primarias escritas, y trabajar a la vez que con fuentes orales es que, durante la entrevista, hay una negociación constante de la identidad entre el historiador y el narrador. En otras palabras, los testimonios de ETA no solo mutaban mi visión sobre el conflicto, sino que también cambiaban la percepción que tenía en ese momento sobre mí mismo.
Durante las entrevistas, me afectaron profundamente los testimonios de aquellos militantes de ETA que habían abandonado sus vidas cotidianas —familia, amigos…— por una causa, y que después habían permanecido durante décadas en prisión. Extrañamente, los relatos e historias personales sobre el conflicto vasco me hicieron sentir más cerca que nunca de la condición humana, en referencia a vivir situaciones límite y tratar de sobreponerse por una creencia superior. Esta experiencia personal revela como el poderoso magnetismo de la historia oral, y las inter-subjetividades que se crean entre historiador y narrador, permiten abrir nuevas vías de investigación en las que historia oral y social se atraviesan en un ‘todo’, y tratan de abarcar un concepto de ‘historia total’. En este sentido, durante mi investigación traté de que el proceso etnográfico no se centrase únicamente en lo ‘local’. La etnografía también podía ser la llave a un análisis holístico de la realidad donde apareciesen diferentes planos —el personal, el nacional…— de forma casi simultánea.
El libro de Ronald Fraser: Sangre de España: Una historia oral de la guerra civil española, es uno de los pocos que ha conseguido llevar un buen equilibrio entre la historia oral y social (Fraser, 1979). Aunque este libro está considerado un ‘clásico’ para aquellos interesados de la guerra civil española, Fraser nunca entró en el panteón de los ‘grandes hispanistas’. Fraser nunca fue un académico ‘al uso’ ya que, a pesar de que nunca se doctoró en historia, fue capaz de financiar su investigación debido a los orígenes de clase alta de su familia. En su libro, Fraser habla de la necesidad de mostrar “la atmósfera intangible de los eventos”, así como “lo subjetivo, un espectro de las experiencias vividas por personas que participaron en esos eventos” (Fraser, 1979, p. 5). A día de hoy, puede que estos conceptos les suenen familiares a los historiadores orales, pero al final de la transición española —años setenta, cuando se publicó el libro de Fraser—, la historia social era una disciplina muy poco usada en España, mientras que la historia oral era prácticamente inexistente. En su trabajo autobiográfico, En busca de un pasado, Fraser pone el foco en sus orígenes de clase alta y en su análisis combina sus memorias con los testimonios de los sirvientes (Fraser, 2010). Durante mi doctorado en Londres, me llegaron rumores de cómo algunos hispanistas consideraban a Fraser como un amateur, debido a su falta de preparación académica. Desde mi experiencia como estudiante de doctorado inmerso en el mundo de los hispanistas, Fraser no fue un outsider por su falta de estudios universitarios, sino porque la historia oral nos convierte a los historiadores orales como outsiders dentro del mundo académico.
Aunque la historia oral tiene una relación tensa con la academia más tradicional, la relación con el periodismo es más fluida. Henry Buckley, escribió en su libro Vida y muerte de la República española, “espero que mi presentación de lo que pasó en España desde la caída del general Primo de Rivera, hasta lo que pasó después, hagan a las personas reflexionar sobre sobre el trágico destino de la República española” (Buckley, 2010, p.45). Es la habilidad de Buckley para describir el mood —estado de ánimo— de las masas y las diferentes personalidades de los líderes políticos, lo que hizo que su obra trascendiera en el tiempo. En la disciplina de la historia oral se está empezando a discutir entre las líneas que separan esta sub disciplina del periodismo (Sheftel y Zembrzcki, 2013). Probablemente en la historia oral haya un mayor análisis sobre los procesos que tienen lugar entre el entrevistador y el entrevistado. Probablemente también haya una diferencia sustancial entre tratar de reconstruir el pasado y tratar simplemente de explicar el presente. Sin embargo, en ambos campos se presta atención a las vivencias de las personas. En este sentido, mi intento de mostrar el lado emocional del conflicto vasco a través de los militantes de ETA, está conectado con el trabajo de Buckley como ‘observador humano’ de la guerra civil española.
El desafío del testimonio
Aunque pueda parecer que entrevistar a un insurgente —o terrorista— lleve altas cargas de conflictividad, mi experiencia personal entrevistando a los militantes de ETA no fue en absoluto en estos términos. Es posible que esta falta de conflictividad pueda percibirse como una debilidad, o incluso como el resultado del “Síndrome de Estocolmo” que supuestamente sufrí. Si durante las entrevistas hubiese presionado a los militantes de ETA para que “me confesaran sus crímenes”, seguramente este proceso hubiera sido más difícil. El verdadero conflicto que viví escuchando las historias de vida de los militantes de ETA fue el de mi voluntad de respetar su testimonio, intentando a la vez rescatar y analizar las narrativas que emergían durante las entrevistas.
Teniendo en cuenta que la historia como disciplina había nacido a lo largo del siglo XIX en un intento de romper el presente con el pasado, en esa época recoger testimonios era una tarea que llevaban a cabo ‘historiadores amateurs’ (De Moraes Ferreira, 2002). Durante mis viajes de trabajo de campo al País Vasco en aras de entrevistar a militantes de ETA, no estaba seguro que buscaba exactamente de sus testimonios. Esta falta de claridad era en parte debida a como ETA había representado en toda su historia un “tema político”, más que un fenómeno de investigación que merecía la pena historizar. Este hecho influyó a que realizase la mayor parte de las entrevistas sin saber cuál era el principal objetivo de mi tesis doctoral. Durante los viajes, estaba tan entusiasmado de estar en frente de esos militantes que el resto —tener un tema coherente para mi tesis— no era tan importante para mí. Supuse que el privilegio de hablar con esos militantes y grabar las conversaciones me llevaría inevitablemente a una serie de futuras conclusiones.
Un aspecto importante a la hora de hacer trabajo de campo, por lo menos en cuanto a lo que se refiere a entrevistar antiguos militantes de una organización terrorista, es ganarse el apoyo de la gente local, lo que permite conocer y poder entrevistar a futuros narradores. El hecho de que yo fuese de Madrid, representando a la España más centralista, no me lo puso fácil a la hora de hacer contactos dentro de la Izquierda Abertzale —Izquierda nacionalista vasca—. Si los historiadores orales deben mostrarse amables para ganarse la confianza de narradores que puedan ser parte de su investigación, este intento de ‘seducción’ se vuelve aún más intenso con militantes que forman parte de una organización terrorista. De hecho, toda mi investigación fue gracias a X, un militante de ETA que se acabó convirtiendo en mi amigo, y que acabó introduciéndome al resto de narradores.[11] Este es otro ejemplo de la delgada línea que a veces separa al narrador del entrevistador.
En la ciudad vasca de Bilbao, pasé días junto a X, teniendo cenas, yendo a bares o simplemente caminando por la ciudad. ¿Tuve estos encuentros con X porque necesitaba extraer información importante para mi investigación, o simplemente porque su compañía me resultara agradable? Probablemente ambas afirmaciones tengan algo de verdad. Después de dos viajes al País Vasco y de haber estado en constante contacto con X, pasamos la última noche de poteo —una expresión vasca que hace referencia a ir de bar en bar—. En el último bar, X y yo compartimos una intensa conversación en términos políticos y personales. Seguramente, la confianza que sentí hacia X después de haber recorrido diferentes bares, me dio el coraje para sacar un tema de conversación que antes no me había atrevido; la violencia. Le pregunté a X que tipos de violencias había llevado a cabo durante su militancia en ETA. X no dudó en empezar a hablarme de acciones armadas que había emprendido, como poner bombas en empresas, o disparar a oficiales de policía. Este momento fue embarazoso para mí ya que estaba sacando una valiosa información etnográfica debido a que había estado con X de ‘bar en bar’. Cuando nos despedimos, X me dio la mano, realizando una despedida formal. Sin embargo, yo no pude disimular mi emoción, y le di un abrazo, ya que esa noche había sido muy especial para mí. Este momento, la interacción entre el narrador y yo, representa un aspecto único en el trabajo de la historia oral; al final de una entrevista, o de una simple conversación informal, algunos historiadores orales sienten una conexión especial, y este sentimiento es, probablemente, el que los lleva a realizar la siguiente entrevista.
X fue el narrador con el que pude experimentar más intimidad, pero la historia de vida que más me llamó la atención fue la de Y. Él fue un militante de ETA a cargo de asesinar a una importante figura pública española, pero, antes de que pudiera finalizar el trabajo, la policía le detuvo. Esta figura pública que Y intento asesinar era, en ese momento, una de las personas más denostadas dentro de la Izquierda Abertzale y gran parte de la izquierda radical española. Durante mis años estudiando en una universidad con un gran movimiento de protesta, mis compañeros de aula y yo hacíamos bromas sobre el uso de la violencia contra esta persona, y esto me puso en una posición un poco incómoda. Por un lado, quería probar a Y que podía llegar a entender su intento de asesinato. Por otro lado, al igual que con el anterior narrador, tuve un mal sentimiento con Y, teniendo en cuenta la posibilidad de que él pensara que estaba jugando con sus emociones con el objetivo de ganarme su confianza. ¿Cómo de honesto podía ser acerca de mis propias emociones y creencias mientras trabajaba con el testimonio de Y? Precisamente, reflexionar sobre el proceso de inter-subjetividad que viví con Y, describiendo mis temores y contradicciones, me ayuda a lidiar mejor —de una manera más coherente— mi objeto de estudio.
Durante mi investigación, el momento más difícil en términos de establecer una buena línea de análisis con el testimonio del narrador, fue cuando entrevisté a Z. Mientras que mis experiencias personales con X e Y fueron buenas, y por lo tanto se estableció una conversación fluida, mi relación con Z no se desarrolló en estos términos. Para los historiadores orales, es importante no romantizar a los narradores cuando tienen intenciones nobles, como se puede dar en el caso de, por ejemplo, revolucionarios o los misioneros. Este romanticismo puede, en cierta forma, dar una mejor explicación que el “Síndrome es Estocolmo” mencionado previamente. Por otro lado, la metodología de la historia oral enseña cómo, en casos en que los narradores expresen ideas que provocan rechazo —como por ejemplo comentarios racistas—, los historiadores orales debemos dejar a un lado la aversión que nos provoca ese narrador, y tratar de no robarle protagonismo. ¿Pero qué ocurre cuando existe una antipatía personal entre el historiador y el narrador? En términos de principios anti-fascistas, tanto X, Y, como Z compartían ciertos principios ideológicos conmigo. Así mismo, en términos del uso de la violencia, el hecho de que Y hubiera estados dispuesto narrar una acción armada que le había supuesto cierto reconocimiento dentro de la Izquierda Abertzale, no me provocó sentimientos negativos. Contrariamente, durante toda la entrevista Z se comportó conmigo de una manera condescendiente, actuando como si yo no tuviera conocimiento alguno sobre el conflicto vasco. Pero, aún más importante, con Z sentí algo que no había sentido con los demás narradores. Mientras Z hablaba de las razones por las que les habían condenado a varias décadas en la cárcel, sentí que él había estado arrastrando una carga emocional durante todos estos años.
La mayor parte del trabajo de campo que hice en el País Vasco fue improvisado. De hecho, cuando Y me dijo que había intentado asesinar a una importante figura pública española, me quedé asombrado, ya que había decidido, deliberadamente, no buscar información sobre este militante de ETA antes de hacer la entrevista[12]. Con Z viví una situación similar, pero esta vez, no fue porque Z me reveló algo que no sabía. Cuando le pregunté porque le habían detenido, el respondió: ‘no diré una sola palabra de ese asunto’. Pero, ¿a qué se refería con ‘ese asunto’? Después de entrevistar a Z, investigué sobre su perfil, y descubrí que había sido condenado por asesinar a un militante de ETA en un intento de ajuste de cuentas que se produjo dentro de la organización. Esta situación me hizo entender que, como historiador oral, me era relativamente sencillo lidiar con la violencia política en un marco de análisis de ‘lucha revolucionaria’. En otras palabras, si vivimos en un sistema capitalista en el que una clase impone una violencia sobre otra, mi marco mental puede entender una violencia de resistencia en este ‘estado de las cosas’. Sin embargo, el caso de Z me puso en un contexto diferente. Su actitud arrogante hacia mí, y su ‘oscuro’ pasado en ETA, sitúa su testimonio ‘mas allá’ de la estructura de análisis en la que el honesto testimonio de un militante permite al lector tener un conocimiento amplio sobre conflicto vasco. El mismo hispanista que me acusó de haber sufrido el ‘síndrome de Estocolmo’, me comentó que cuando él estaba investigando sobre los comunistas españoles que se opusieron al franquismo, algunos de ellos no estaban ‘totalmente limpios’. Se estaba refiriendo a luchas de poder y a casos de corrupción política dentro de la lucha anti-franquista. A continuación, este hispanista, tras leerse mi tesis doctoral, me espetó: ¿Cómo es posible que tú no vivieras la misma experiencia con los militantes de ETA que entrevistaste?
En su trabajo autobiográfico “Mi hermana y yo”, Friederich Nietzsche conecta su pesimismo sobre la vida y sobre sí mismo, con su honestidad como filósofo. Para Nietzsche, el principal defecto de su hermana no fueron sus pasiones, sino su concepto conformista de la paz, que naturalmente le hacían aceptar el status quo y el actual “estado de las cosas” (Nietzsche, 1984). La transgresión de Nietzsche en criticarse a sí mismo, puede compararse con mi propia transgresión en “rebelarme” contra los hispanistas y la generación de mis padres que nunca fueron capaces de desafiar el “estado de las cosas” del orden constitucional que nació de la transición española, el llamado “régimen del 78”. En otras palabras, hablando bien de los militantes de ETA o, al menos, no hablando mal de ellos, sufrí constantemente un impulso transgresor. Es precisamente este impulso —en cuanto a la curiosidad que sentí por profundizar en las contradicciones de la generación de mis padres—, lo que se convierte en un elemento principal en la relación entre inter-subjetividad e historia oral. La voluntad de Nietzsche de profundizar en el oscuro universo de los seres humanos, ha influenciado a antropólogos e historiadores orales, no solo a la hora de tratar analizar la realizad en toda su complejidad, sino en cómo estos científicos sociales se observan a sí mismos.
El final de este artículo formula la siguiente cuestión. ¿Cómo se puede escribir historia desde las narrativas que emergen de una relación inter-subjetiva entre el historiador y el narrador? Casi todas las autobiografías que se han citado en este artículo son de autores que han experimentado vidas y periodos históricos turbulentos. El escritor Stephan Zweig y el historiador George L. Mosse, aunque pertenecen a distintas generaciones, ambos vivieron el surgimiento de fascismo en Europa durante los años treinta (Zweig, 2013). Mosse plantea que “si el hombre es solo lo que dice la historia, entonces es tentador mirar la vida de uno mismo desde una perspectiva histórica, especialmente cuando esa vida contiene discontinuidades y experiencias que fueron llevadas por el curso de la historia” (Mosse, 2013, p.4). En este aspecto, la violencia provocada por organizaciones terroristas como ETA o el IRA durante el último cuarto del siglo XX, no tuvo el mismo halo de romanticismo que la violencia política que se expandió por Europa durante el periodo de entre-guerras en los años treinta. En otras palabras, en nuestros días, durante las primeras dos décadas del siglo XXI, el fascismo, entendido como ideología política surgida durante los años treinta, continúa siendo un fenómeno atractivo a estudiar para historiadores, ya que genera un debate constante dentro de la sociedad. Por el contrario, el intento fallido de grupos terroristas como ETA y el IRA de hacer la revolución en una sociedad post-moderna e individualista —la caída del muro de Berlín y el final del comunismo como amenaza existencial a los valores occidentales—, hace que estos mismos expertos tengan poco interés en las memorias que emergen de los militantes que fueron parte de estas organizaciones.[13]
En un reciente libro sobre historiadores españoles que hablan de su experiencia subjetiva investigando la guerra civil española, parece haberse abierto una ventana de oportunidad. La guerra civil española ha dejado de ser un tema sobre el que los ‘grandes expertos’ le explican al resto de la población en que consiste este conflicto. Mediante la “introspección activa”, proponen que este conflicto no vuelva a ser concebido como un “horror distante en el tiempo”, sino como una contienda que, en diversas formas —culturales o en forma de memoria— sigue viva en la sociedad española de hoy en día (Marco, 2002, p. 95). Harán falta aún algunas décadas para que historiadores y sociólogos puedan asumir sus propias subjetividades a la hora de analizar el conflicto armado vasco. Sin embargo, ¿Es únicamente la distancia con el presente lo que impide tener una mirada en profundidad sobre un determinado fenómeno social? Probablemente otros factores —como la exposición mediática que haya tenido ese conflicto— también entren en juego. Desgraciadamente, la generación que vivió la guerra civil —1936-1939— está ya desapareciendo. En este sentido, cada vez será más difícil poder recoger testimonios de sus supervivientes. Sin embargo, no ocurre lo mismo con el conflicto armado vasco. Aún hay margen para explorar nuevas subjetividades que nos ayuden a todos a entender el conflicto en profundidad. ¿Habrá voluntad académica? Está por verse.
Conclusiones
Si Jo Labanyi entiende las emociones como prácticas, mi intento de mirar hacia atrás y analizar mi propia investigación no fue con el objetivo de entender el significado de las emociones que viví, sino lo que estas emociones supusieron para mí (Labanyi, 2010). Después de contemplar como el trabajo de los hispanistas había ayudado a regenerar a la historiografía contemporánea española, entendí que el conflicto vasco tenía, en gran parte, sus orígenes en la guerra civil y, sin embargo, un fenómeno como el de ETA daba la posibilidad de que los científicos sociales explorasen en las subjetividades de estos militantes. Como asegura Peter Novick, en el siglo XXI asumimos que la “objetividad histórica no representa una idea en singular, sino una extensa colección de asunciones, actitudes, aspiraciones y antipatías” (Novick, 1988). La manera en que los militantes de ETA forjaron mi carácter a través de sus testimonios y me hicieron entender que ser un outsider del conflicto vasco no implicaba necesariamente tener un conocimiento más objetivo, me hizo darme cuenta que la historia no es estática y los seres humanos —narradores e historiadores orales— están en constante movimiento. Volviendo a Labanyi, entendemos que “la subjetividad está basada en un proceso de relación con ‘otros’ y con ‘cosas’” (Labanyi, 2010, p. 223). La inter-subjetividad representaría ‘el siguiente paso’ en términos de ilustrar procesos históricos en donde las historias de vida de los protagonistas del conflicto se integran en los universos simbólicos y experiencias de los historiadores orales que, de una manera o de otra, han vivido el mismo conflicto.
Teniendo en cuenta que la mayoría de los hispanistas estaban en España durante los años de la transición, esto les permitió ser testigos de las mejoras, en términos de progreso económico, que experimentó la mayoría de la sociedad española durante aquellos años. En el trabajo de estos hispanistas, los anarquistas aparecen constantemente retratados como los culpables de provocar el caos en las instituciones democráticas de la II República.[14] Haciendo una analogía, si los anarquistas fueron culpables de boicotear la II República y provocar desorden, ETA simbolizó, para estos mismos hispanistas, la principal amenaza a una transición española, nacida en los años setenta, que dejaba atrás una dictadura que había durado más de treinta años. Esta gran narrativa, en términos de buscar un ‘chivo expiatorio’ para intentar explicar los dos eventos históricos más importantes del siglo XX español —la guerra civil y la transición—, se está quedando anticuada. Quedándonos con lo mejor, podemos entender la postmodernidad no como un “relativismo lúdico”, sino como un proceso en el que tenemos la oportunidad de “abrir el presente al pasado”.[15] La transición española implicó un “Pacto de Olvido” o, por lo menos, marcó una tendencia de ‘mirar hacia el futuro’ en un intento de consolidar a España como un país moderno. El nacimiento de una nueva historiografía que pone el foco en las subjetividades de los militantes que formaron parte de la violencia insurgente durante los años setenta y ochenta, nos permite contrarrestar los problemas de tratar de “borrar el pasado” o, dicho de una manera más simple, el error de los estados nacionales modernos de romper los lazos emocionales que moldearon su propia comunidad.
En el estado del arte descrito en la introducción de este artículo señalamos algunas líneas historiográficas que habían permitido explorar la memoria e historia oral del conflicto vasco. Las historias de vida que se han recogido en esta investigación no han servido para revelar nuevos datos desconocidos hasta ahora sobre la historia de ETA. Por el contrario, la claridad sobre la originalidad de este artículo ha residido en dar forma al proceso intersubjetivo entre los militantes de ETA y mi propia persona. Desde nuevas formas de pensar la realidad, entre las nuevas tendencias historiográficas está empezando a haber un consenso en que la búsqueda de la objetividad no debe estar relacionada con tomar distancia, sino en la honestidad del historiador con su mirada al pasado (Nichanian, 2009). El “nuevo materialismo” hace referencia incluso a intentar no centrarnos únicamente en teorizar sobre la distinción entre sujeto y objeto de estudio, y tratar de poner el foco en los procesos y dinámicas que viven los científicos sociales cuando reflexionan sobre un determinado fenómeno social (Dolphijn y Van der Tuin, 2012). Desde los trabajos previos de Hamilton y Beorlegui reflejamos como era posible analizar las subjetividades de los militantes de ETA sin caer en lugares comunes de mitificar o condenar una determinada organización terrorista. Mi investigación ha tratado de llenar un vacío aún existente en el que el investigador analiza sus propios conflictos emocionales —y por lo tanto ideológicos— a la hora de tratar un fenómeno tan controvertido como el terrorismo de ETA.
A su vez, el proceso intersubjetivo que viví durante mis entrevistas con los militantes de ETA sirve para comprender realidades mayores que la del conflicto vasco. El conflicto vasco es parte del trauma colectivo que continúa viviendo la sociedad española durante este siglo XXI. La guerra civil que tuvo lugar en los años treinta, y la posterior dictadura que duró hasta el año 1975, ha provocado que la herida abierta entre los españoles aún no se haya cerrado. Sin embargo, los historiadores de mi generación —aquellos nacidos en los años ochenta— no vivimos ninguno de esos periodos traumáticos —guerra o transición—. Para bien o para mal, investigamos y escribimos desde una posición emocional diferente. De una manera similar, los historiadores de mi generación que trabajen con testimonios de vida de guerrilleros colombianos, están altamente condicionados con el proceso de paz que se abrió en Colombia en el año 2012. Sin entrar a valorar las dificultades de dicho proceso, los historiadores que trabajen con testimonios de guerrilleros de las FARC estarán también influenciados con la percepción que tengan de estas guerrillas diferentes generaciones de colombianos. Más importante aún, la violencia y el daño provocado por esta guerrilla —teniendo en cuenta que las FARC infringió mucha más violencia que ETA— hará que sea aún más difícil para los historiadores utilizar técnicas de historia oral. La intención de ese artículo de investigación es precisamente mostrarles a estos historiadores que, en otras partes del mundo, otros historiadores hemos experimentado procesos emocionales similares.
La Escuela de los Annales, inaugurada por Lucien Febvre y Marc Bloch en los años treinta, introdujo dos grandes novedades en la disciplina de la historia. La primera fue la posibilidad de que los historiadores incorporasen una aproximación interdisciplinar, y usaran técnicas que podían venir de la sociología o incluso de la psicología. La segunda novedad fue la de incorporar un análisis de las “mentalidades” en la disciplina de la historia (Burguiere, 2006). Sin embargo, no debemos olvidar que, incluso para esta escuela, las fuentes orales estaban vedadas, y eran consideradas como poco objetivas (De Moraes Ferreira, 2002, p. 144). No fue hasta el ‘boom’ de los estudios sobre la memoria, liderados entre otros por Pierre Nora, cuando en los años ochenta comenzó a valorizarse el uso del testimonio dentro de la disciplina de la historia (Le Goff y Nora, 1974). Desde entonces y, a pesar de que el ‘postestructuralismo’ —como corriente filosófica que da preeminencia a la agencia del individuo—, se ha impuesto en tiempos recientes, no estamos siendo testigos de un ‘boom’ de la historia oral que nos ayude a entender los grandes conflictos de nuestro tiempo. El repliegue el Estado-Nación, que tiene lugar como consecuencia tanto de la crisis de 2008 así como como de la pandemia provocada por el Covid-19 en 2020, ha hecho que el mantra del nacionalismo deje pocas aberturas a testimonios que contradigan un determinado imaginario nacional.
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Fuentes primarias
Entrevistas realizadas a siete ex militantes de ETA. País Vasco (España). 2014, 2015.
FECHA DE RECEPCIÓN: 17/5/2022
FECHA DE ACEPTACIÓN: 02/7/2022
[1] Cuando hablamos de “victoria fascista” hay que tener en cuenta que, en 1939, cuando acaba la guerra, el carácter fascista del bando sublevado es muy fuerte. Habían ganado la guerra con el apoyo del ejército alemán e italiano. Y la influencia del partido fascista español, la Falange, era muy grande. La “victoria fascista” hace precisamente referencia a un momento histórico. No entra a valorar el régimen del dictador Francisco Franco que, como se sabe, a partir de 1945, mutó en diferentes formas.
[2] Esta ‘cultura del consumo’ se empezó a moldar en el ‘tardo franquismo’ (1959-1975) y sirvió para que el régimen de Franco pudiese ‘reciclar’ su identidad en clave de modernidad. Para más información: Graham y Labanyi, 1995.
[3] El único artículo de investigación que existe sobre este tema, escrito por Carrie Hamilton, se citará más adelante.
[4] El pionero: Thomas, 1965. Este trabajo está considerado como el primer intento de hacer un libro de historia serio que no se limite a hacer propaganda de del bando franquista. Hugh Thomas fue el historiador que por primera vez forjó, con su libro, el ‘mito de los hispanistas’ como aquellos historiadores británicos que introducían un punto de vista ‘objetivo y distante’ de un conflicto que había provocado intensas pasiones entre los españoles.
[5] Para un debate más extenso sobre el legado de la dictadura sobre la nueva democracia, ver: Aguilar Fernández, 1996.
[6] Con la expresión ‘algo utópico’ hago referencia a cómo, en el siglo XXI, los ciudadanos europeos estamos siendo testigos del avance de la extrema derecha política en algunos países (Francia, España, Italia, Polonia, etc.). En este sentido, los resultados de las políticas que aplica la Unión Europea, especialmente a lo largo del siglo XXI, no han hecho disminuir los nacionalismos, sino aumentarlos.
[7] Desde una mirada sociológica, este estudio de Diego Muro sobre ETA cae, en mi opinión, en la falla de tratar de distanciarse del objeto de estudio y aplicar un enfoque étnico en el que las vidas de los militantes de ETA están fuera del análisis. Muro, 2008.
[8] Dos ejemplos que siguen esta tendencia: Juan Pablo Fusi, 1984. O, Antonio Elorza, Jose María Garmendia, Gurutz Jaúregui y Florencio Domínguez, 2000.
[9] El síndrome de Estocolmo se basa en que la víctima de un secuestro se acaba enamorando de su secuestrador.
[10] Estos son algunos de los trabajos de historia social más interesantes realizados por estos hispanistas: Balfour, 1989; Preston, 1995; Graham, 2005.
[11] Prefiero no divulgar las identidades de los militantes. Esta actitud no obedece a una cuestión de protección de sus datos personales, sino al hecho de que estos militantes no son los protagonistas de este artículo. En este artículo trato de explicar mi propio proceso emocional durante las entrevistas.
[12] La principal razón por la que decidí no buscar información sobre los militantes de ETA antes de las entrevistas, fue porque quería que la espontaneidad fuera el elemento crucial que hiciera florecer nuevas narrativas durante las entrevistas.
[13] ¿Cuántos trabajos históricos analizan el conflicto vasco a través de las historias de vida de los militantes de ETA? La producción es muy escasa. Uno de los más relevantes es: Hamilton, 1999. Otro más reciente: Beorlegui, 2017.
[14] Dos trabajos historiográficos que ilustran esta manera de pensar: (Preston, 2012; Payne, 1969).
[15] La expresión “relativismo lúdico” fue extraida de: (Labanyi, 2007, p. 92). En referencia al postmodernismo como un proceso de apertura del presente al pasado: (Jeffrey Bell y Claire Colebrook , 2009).