Problemáticas de la
organización Mapuce en la ciudad de Neuquén desde la década de 1970[1]
The issues of Mapuce
organization in the city of Neuquén since the decade of 1970
Sabrina Aguirre
Instituto Patagónico de Estudios en Humanidades y Ciencias Sociales,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Universidad Nacional del Comahue, Argentina
aguirrecarlasabrina@gmail.com
Resumen
Este trabajo se vale de metodologías
de la Historia Oral para reconstruir la esfera subjetiva de los procesos de
organización política atravesados por las comunidades mapuce de la ciudad de
Neuquén. En concreto, se pregunta por percepciones, proyectos y debates puestos
en juego en las prácticas políticas de los lof Newen Mapu y Puel Pvjv
para identificar cuáles fueron las problemáticas que han orientado los cursos
de acción desde su constitución en la década de 1970 hasta el presente. Se
sostiene que puede pensarse este recorrido en dos etapas, marcadas por la
existencia de climas de época con ciertas concepciones sobre el territorio y la
identidad, por la centralidad de problemáticas diferentes y por la relación de
todo ello con el proceso organizativo mayor, a nivel provincial. De este modo,
el escrito pretende dar cuenta de cómo los momentos iniciales de
autoreconocimiento, a través de procesos de permanente reflexividad,
permitieron el desarrollo de la organización en la ciudad y el planteo de
diferentes soluciones a las problemáticas presentes en contextos urbanos.
Palabras claves: Organización, Identidad, Pueblo Mapuce,
Ciudad.
Abstract
This paper uses Oral History methodologies to
reconstruct the subjective dimension of the processes of political organization
that the Mapuce communities in the city of Neuquén went through. It
specifically raises questions about perceptions, projects and debates brought
into play in political practices of the lof Newen Mapu and Puel Pvjv to
identify which were the issues that oriented the courses of action since their
constitution in the decade of 1970 until the present. It is argued that this
process can be analyzed in two stages, characterized by the existence of
climates with certain conceptions about territory and identity, by the
importance of different issues and by the relationship between all of this and
the grater provincial process of political organization. This way, the article
aims to show how the initial instance of self-recognition, by means of a
process of constant reflexivity, enabled the development of the political
organization in the city and the elaboration of different solutions for the
issues raised in urban contexts.
Keywords: Organization, Identity, Mapuce people, City.
Introducción
A fines del
siglo XX, una etapa de gran movilización de los pueblos originarios a nivel
latinoamericano dejó profundas marcas en las subjetividades de estos actores,
tanto por la efervescencia de la primera “emergencia” indígena (Bengoa, 2009)
como por los procesos de construcción de proyectos colectivos que la coyuntura
activó. Uno de los datos novedosos fue el surgimiento de nuevas herramientas
legales que planteaban la existencia de derechos específicos para estos
pueblos. Todo esto impactó dentro de la provincia de Neuquén, en la Patagonia
argentina, donde ya se encontraba en marcha la organización política mapuce[2], trayendo
como consecuencia la modificación del rumbo de dicho proceso.
En este
trabajo nos valdremos de metodologías de la Historia Oral para reconstruir la esfera
subjetiva de los procesos de organización política de las dos comunidades
mapuce de la ciudad de Neuquén: Newen Mapu y Puel Pvjv. Nos preguntamos por
percepciones, proyectos, debates y deseos puestos en juego en las prácticas
políticas de estos lof[3], para
identificar cuáles fueron las problemáticas que han orientado los cursos de
acción desde su constitución en la década de 1970 hasta el presente.
Sostendremos que puede pensarse este recorrido en dos etapas, marcadas por la
existencia de climas de época con ciertas concepciones sobre el territorio y la
identidad, por la centralidad de problemáticas diferentes y por la relación de
todo ello con el proceso organizativo mayor, a nivel provincial.
El texto
inicia con el repaso de algunos puntos de partida teóricos y metodológicos.
Posteriormente, revisa cuestiones generales en torno a los estudios previos
sobre la presencia indígena en las ciudades, especialmente de Chile y de la
provincia de Neuquén. Luego se analizan las principales problemáticas de la experiencia
mapuce en la ciudad de Neuquén y el cambio en las nociones de identidad y
territorio, a partir de una periodización en dos etapas. Finalmente, se ofrecen
reflexiones que resaltan que durante la primera etapa, el modo de concebir el
territorio y la identidad estuvieron vinculados a una respuesta a la
problemática territorial que suponía que el retorno al espacio de origen era la
única forma de reproducir la vida mapuce. Por el otro lado, una etapa más
reciente se orientó a problematizar estos supuestos, configurándose prácticas
de raigambre novedosa, parte de un proceso aún abierto en el presente.
Enfoque teórico-metodológico
Territorio
e identidad son nociones a definir a partir de su dinamismo. El territorio
puede comprenderse desde las reflexiones de Henri Lefebvre (1974) que permiten
analizar el espacio como una construcción, en la medida en que es apropiado. En
esta línea, el territorio es producido a partir de relaciones sociales y de
poder (Mançano Fernandes, 2005), dándose una tensión entre territorialización,
desterritorialización y reterritorialización (Haesbaert, 2011). La segunda ha
sido definida a partir de la pérdida de control sobre el espacio, así como
sobre el derrotero de movilidad en el mismo (Haesbaert, 2013).
Se ha
resaltado la existencia de un vínculo especial de los pueblos indígenas con el
territorio, en términos identitarios. La identidad es una cuestión relacional,
y se encuentra basada en operaciones de delimitación de un grupo sobre la base
de su vínculo con otros, que puede variar en su caracterización, acorde a las
necesidades del colectivo (Barth, 1976). Ahora bien, la identidad indígena
tiene un momento fundacional con el surgimiento de la relación colonial (Bonfil
Batalla, 1981).
Para dar
lugar a la posibilidad de organización, los sujetos deben autoreconocerse como
parte del pueblo originario, proceso en el cual les asiste el acceso a la
memoria, como forma en que se ponen a disposición los marcos colectivos
(Halbwachs, 2005) para aportar sentido y profundidad histórica a la experiencia
individual. Entonces, memoria e identidad se constituyen mutuamente, en
procesos insertos en relaciones sociales, políticas e históricas (Jelin, 2002).
Por esta razón, los testimonios y las memorias se constituyen en una fuente privilegiada
para observar la relación entre los hechos y la conciencia individual y
colectiva (Thompson, 2017).
Como la
memoria opera desde el presente, es posible observar de qué modo ella ofrece al
sujeto una síntesis que otorga sentido a su recorrido y a su inserción dentro
de un grupo, con lo cual resulta una herramienta fundamental para el estudio de
los procesos identitarios (Llona, 2012). La fuente oral aporta “no solo lo que
hizo la gente sino lo que deseaba hacer, lo que creían estar haciendo y lo que
ahora piensan que hicieron” (Portelli, 1991: 42). En definitiva, el valor del
testimonio se encuentra en su carácter narrativo: cómo se trama una historia,
las temporalidades en ella, qué cuestiones se enfatizan y cuáles se silencian
(Arfuch, 2018).
El presente
escrito recupera entrevistas orales realizadas por la autora en modalidad
individual y por colegas de forma colectiva, en el marco de una investigación
orientada a analizar, desde la perspectiva histórica, los procesos
organizativos del pueblo mapuce en la provincia de Neuquén. También se nutre
del testimonio vertido en instancias públicas como el conversatorio “Nvxamkawvn”
realizado por la Confederación Mapuce de Neuquén en el marco de la efeméride
que rememora la creación de la bandera nacional argentina, en el que se
abordaron cuestiones vinculadas a la identidad.
En el caso
de las entrevistas propias, se trata de ejercicios semi-estructurados llevados
adelante con diferentes referentes de las organizaciones indígenas de la
provincia, en los cuales se indagó en torno a las trayectorias individuales
-movilidad territorial, origen familiar, construcción de redes sociales y
políticas- en diferentes coyunturas, especialmente con el objetivo de acceder a
los procesos de fortalecimiento identitario y organización comunitaria. La
entrevista grupal fue realizada por investigadoras del proyecto de
investigación “Pueblo originario mapuce y colonialidad de género”, ejecutado en
la Universidad Nacional del Comahue[4]. Esta
registró, antes de su fallecimiento, la historia de vida de Lucía Kañiwkvra,
una referente del pueblo mapuce que fue protagonista de las instancias
iniciales de organización en Neuquén, con lo cual el testimonio se conforma
como un documento de gran riqueza.
Los pueblos indígenas y la
ciudad
A nivel
latinoamericano se han estudiado los procesos de los pueblos indígenas en los
ámbitos urbanos, resaltando la importancia de la construcción de vínculos con
personas de la misma etnia como estrategia de supervivencia en la ciudad
(Albertani, 1999), a veces resaltando que esto implica la constitución de
comunidades sin territorio (Oemichen, 1999, como se citó en Albertani, 1999).
Este fenómeno se ha interpretado como fundamentalmente vinculado a la
posibilidad de reproducir pautas culturales de vida, a la construcción de una
identidad pensada como memoria y acción (Motta González, 2009), o al
sostenimiento de “una visión y un sentir muy profundo” de ser indígenas
(Sinigüí Ramírez, 2007: 213).
Este
proceso ha sucedido en el marco de ideologías hegemónicas que no consideran que
los residentes en espacios urbanos sean realmente indígenas (Espinosa de
Rivero, 2009). Estas influyeron, durante décadas, en el trabajo antropológico
que consideraba a la ciudad como ámbito de borramiento y abandono de la identidad
(Bello, 2002). En Argentina existió una serie de estudios pioneros dedicados a
la visibilización de la existencia de pueblos originarios en los ámbitos
urbanos, sobre todo de la provincia de Buenos Aires (Tamagno, 1991; 2001).
Partían de la comprensión de la ciudad como “el
espacio donde se concentran y expresan las particularidades y tensiones de la
sociedad de la que forma parte” (Tamagno, 2014: 3), y no como lugar de
anulación identitaria. Esto demostraba el giro ocurrido en torno a la
comprensión de estos procesos.
La
problemática de la territorialidad mapuce urbana se encuentra ampliamente
desarrollada en el caso de las ciudades chilenas (Munizaga,
1961; Aravena, 1999; Gissi, 2001, entre otros), especialmente de Santiago.
A propósito de ellas se propuesto la existencia de un “proceso de
postcomunalidad”:
la sociedad mapuche mantiene un
anclaje menos intenso que antes en las condiciones rurales de vida y trabajo,
presenta una correlativa disminución de la dependencia de recursos agrarios,
avanza la descomposición de su perfil campesino y la redistribución espacial de
sus contingentes (Gunderman, González y Ruyt, 2009: 117).
A partir de
una existencia mayoritaria en las ciudades, que sin embargo se sostiene a
partir de densas tramas vinculares con los espacios rurales, se puede hablar de
un continuum rural-urbano. Esto no significaría una disolución de la
comunidad, sino su “remodelación histórica, seguramente inestable, que integra
aspectos de la tradición y otros de la modernización, lo rural y lo urbano”
(Gunderman, González y Ruyt, 2009: 106), e incluso una “reestructuración del lof
en el espacio urbano” (Sepúlveda y Zúñiga, 2015: 134), en este caso
entendiendo al lof como un nivel organizativo sobre la base de lazos
familiares o familia extensa. En torno a este continuum,
elaboraciones teóricas para otros puntos del continente americano han
sostenido que su existencia debe hacernos problematizar la noción de “indígena
urbano” (Peters, 2011).
En
los ámbitos citadinos, los lazos de parentesco e intraétnicos proveen el
soporte para la reproducción de la vida, construyendo
nuevos espacios de referencia, en vistas de lo cual “los territorios indígenas
no son entidades inmutables y ahistóricas, sino que deben ser entendidos como
objetos geográficos dinámicos y en constante redefinición” (Sepúlveda y Zúñiga,
2015: 128). Igualmente dinámica es la identidad, lo cual ha llevado a
estudiarla en términos de la recomposición que atraviesa en las ciudades
chilenas para el caso del pueblo mapuce (Aravena, 1998). Esto supone que los
miembros de las comunidades sitas en espacios rurales no son los exclusivos
vectores de transmisión identitaria, y que la comunidad no ha sido su único
espacio de permanencia y reproducción.
El rol de la
memoria es fundamental, ya que el individuo puede atribuir así una
significación particular a su pasado en el marco de su familia y su comunidad
(Aravena, 2003). El enfoque sobre la recomposición identitaria mapuce en las ciudades chilenas ha tenido un punto fuerte
en el estudio de las manifestaciones culturales del fenómeno. Se ha
entendido que sus “principales componentes, en la actualidad, son los
mecanismos de patrimonialización y puesta en escena de lo cultural” (Campos,
2019: 137).
En el caso
de los mapuce en contextos urbanos al este de la Cordillera de los Andes, se ha
analizado cómo los procesos de organización política a partir de las
generaciones de migrantes de los ámbitos rurales (Balazote y Radovich, 1992)
han permitido afianzar los movimientos indígenas en la ciudad y ampliar los
núcleos autopercibidos como mapuce, revalorizando la identidad (Weiss, Engelman
y Valverde, 2013). Estos estudios han resaltado como primer espacio
organizativo a los barrios donde pasaron a residir los migrantes. Estos fueron
espacios compartidos con otros sectores populares (Perren y Lamfre, 2019) y
relativamente marginales dentro de la ciudad de Neuquén, lo cual habla de la
interrelación entre las desigualdades estructurales y las específicamente
generadas en base a la pertenencia étnica.
Las
organizaciones gestadas en estos lugares tuvieron al territorio de origen como
una de sus preocupaciones, actualizando el vínculo mediante movimientos
pendulares desde y hacia el mismo. Esta cuestión ha sido señalada como central
para comprender las características del proceso organizativo en la ciudad: las
organizaciones surgidas en ámbitos citadinos sostienen una identidad construida
a partir del continuum rural-urbano, incluyen nuevos actores y
modalidades de acción, y asumen configuraciones variables según los lugares,
todo lo cual se relaciona con el hecho de que sus integrantes han participado
en otro tipo de espacios, como sindicatos o partidos políticos (Engelman, Weiss
y Valverde, 2016).
Estas
agrupaciones implican la puesta en práctica de dinámicas novedosas de
participación, por ejemplo, con roles dentro del Estado, en línea con la
interpretación de José Bengoa (2009) acerca de la existencia de una nueva fase
de reemergencia indígena en el siglo XXI. En Argentina, las agrupaciones de
este tipo se originan en las ciudades desde el retorno a la democracia o antes,
y “progresivamente se van convirtiendo en ámbitos de
referencia, no solo como espacios de reunión y planificación de actividades
sino a través de una de sus estrategias de mayor impacto: la
visibilización de la ‘cuestión indígena’ en la esfera pública” (Weiss, Engelman
y Valverde, 2013: 12).
El
surgimiento de la organización supracomunitaria de tercer grado, la
Confederación Mapuce de Neuquén, y de las principales agrupaciones formadas en
la capital neuquina, como la comunidad Newen Mapu, han sido analizadas en
estudios previos (Valverde, 2005; Aiziczon, 2014). Sin embargo, esta línea de
trabajo no se ha prolongado en el tiempo para observar los procesos seguidos
con posterioridad. Por ello, nos sirve como valioso antecedente a la hora de
centrar la preocupación en el modo en el cual se relacionan los modos de
comprender territorio e identidad y las problemáticas de la organización
política en el marco de procesos de desterritorialización y
reterritorialización.
“Pensando en volver”: últimas décadas del
siglo XX
Las
comunidades Newen Mapu y Puel Pvjv surgieron, la primera a principios de la
década de 1980 y la segunda en los 2000, a partir de un conjunto de familias
mapuce principalmente provenientes de la zona sur cordillerana y
precordillerana de la provincia de Neuquén, habiéndose puesto en marcha el
proceso de formación de redes de sociabilidad y discusión en la década de 1970[5]. En el
oeste del triángulo neuquino, las características fisiográficas del suelo
generaron la consolidación de grandes propiedades ganaderas en el temprano
siglo XX (Bandieri, 1983; Blanco, 2012). La presión sobre los territorios en el
sentido de un progresivo cercamiento y expulsión se acrecentó décadas antes que
en otros puntos del espacio. En el contexto de las consecuencias de este
proceso deben comprenderse los derroteros de quienes se relocalizaron en
entornos urbanos.
Las
migraciones a la capital, al ser reconstruidas en los testimonios, enlazan los
motivos personales con las historias familiares desde la “Conquista del
desierto” (1878-1885), lo cual evidencia la influencia de la memoria colectiva
como marco de las vivencias individuales (Halbwachs, 2005), y también el modo en
que esta construye la identidad y la pertenencia al territorio propias. La
ciudad, en principio pensada como espacio de readaptación económica y
habitacional, fue adquiriendo nuevos matices por la ruptura que significaba en
la forma de vida: “estando en la ciudad es como estar muerto, no criamos
nada acá, no tenemos nada propio […]. Acá me
decían ‘¿pa’ qué te viniste a la ciudad si vas a seguir siendo india?’”[6]. La
identidad mapuce fue en el contexto urbano y en las instituciones educativas
una razón de estigma, apareciendo en los relatos episodios de humillación
previamente ausentes.
En
este marco se dio la conformación de redes de contacto de mapuce migrados, con
la asistencia de figuras de la Iglesia local como el Obispo de Neuquén, Jaime
de Nevares. La recuperación de las pautas culturales en la capital
implicó un desafío. Acorde al testimonio de Lucía Kañiwkvra, esto era por un
lado una obligación, aunque no podía realizarse sin una comunicación con los
mayores que continuaban residiendo en los entornos rurales: “A mí me parece
que cometen falta los hermanos mapuce cuando dejan de hablar mapuzungun. […] Y
si somos mapuce tenemos que mantener viva la cultura, viva con todo lo que
corresponde”[7].
La descripción de este proceso de
recuperación de las prácticas tradicionales en la ciudad permite observar que
Kañiwkvra formó parte de una generación que entre los setenta y los noventa
concebía al espacio rural como reservorio de la cultura, por los grupos que
allí continuaban residiendo y por las características del entorno. Por ello,
hacia 1972, cuando De Nevares la invitó a presidir una ceremonia para reunir a
los mapuce migrados a la ciudad, ella se negó, diciendo: “Con el tiempo a lo
mejor, pero para esto hay que conversar mucho con la gente mayor, del campo”[8].
Otra de nuestros entrevistadas, “Pety” Piciñam, señala que Kañiwkvra fue “nuestra tía”, debido a
los vínculos por sociabilidad que se replicaron en el ámbito urbano pero que ya
tenían existencia en el rural entre sus familias, por conformar la misma
comunidad -Chiquilihuin, ubicada cerca de Junín de los Andes. La recuperación
de las relaciones entre mapuce en la ciudad es descripta por Piciñam como
atravesada por la necesidad de retorno:
empezamos a armar lazos familiares acá en
la ciudad. A juntarnos, a pensarnos como de dónde veníamos y qué íbamos a
hacer. Y comenzamos a pensar de organizarnos, en primer lugar, a volver a la
comunidad, por un compromiso enorme que tenemos con lo espiritual mapuce […]
como mandato familiar de nunca abandonar nuestro propio espacio[9].
Los
testimonios de Lucía Kañiwkvra y Pety Piciñam sobre las décadas 1970-1990 permiten
analizar la formación de organizaciones mapuce en la ciudad como condicionada
por esta manera de comprender el binomio territorio-identidad: el territorio de
origen se entendía como único espacio en el cual era posible mantener la
cultura, con el cual se poseía un compromiso espiritual. La comunidad se
comprendía como un ente cerrado, marcado por la residencia permanente (Bello,
2002), lo cual se expresaba también en la prohibición de que quienes habían
migrado hacía dos años o más integraran nuevamente sus comunidades de origen[10]. La
problemática central en estas décadas fue entonces la necesidad de retornar y
de recuperar una forma de organización tradicional de la que se había salido.
El espacio
rural era entendido como vector de la identidad, y el quiebre de esta forma de
comprenderlo -que tendría lugar hacia fines de los noventa- se relacionó con la
experiencia de estos sectores migrados, la cual los terminó colocando en una
disputa de significados con los grupos de dirigentes que rechazaban la apertura
hacia una definición dinámica del territorio, la identidad y la cultura.
Motivada por el deseo de mantener la vinculación con el espacio tradicional, la
generación de jóvenes mapuce en la ciudad emprendió viajes por el interior
neuquino para escuchar las experiencias de los mayores que permanecían en
contextos rurales. En este proceso se tejió una red de conexiones que más tarde
se pondría en acción a nivel político:
con la idea de la recuperación de la
institucionalidad mapuce, que la Confederación [Indígena Neuquina] estaba en
manos, digamos, de personas mapuce, pero que respondían al gobierno provincial.
Por eso decimos, nosotros recuperamos la Confederación a manos mapuce. Fue un
proceso interesante porque comenzó también, como jóvenes, a visitar a los
mayores, autoridades en ese momento, y lo importante de eso fue que nuestros
mayores comenzaron a valorar cómo los jóvenes, que incluso estábamos en medio
de la ciudad, nos estábamos interesando por el idioma, por la organización
propia del pueblo mapuce[11].
El grupo de
mapuce migrados consolidó así una relación con un grupo de dirigentes del
interior que apoyó su deseo de incorporarse a la discusión política, a pesar de
las restricciones vigentes, debidas a una participación limitada -por el estatuto
de la Confederación Indígena Neuquina (CIN)- a representantes de comunidades
reconocidas por el gobierno provincial (Falaschi, 1994), entre las cuales solo
se hallaban las “rurales”. El testimonio de Piciñam tensiona entonces la
radicación en la ciudad con la “organización propia del pueblo mapuce”, en la
misma medida en la que tensiona a esta última con la “institucionalidad” de la
CIN.
Esta
organización había surgido en 1970 (Valverde, 2005), en el interior rural, como
órgano para nuclear las comunidades reconocidas desde 1964 como “agrupaciones”
por el gobierno provincial[12], con la
finalidad de colocarse como un canal de comunicación con el Estado neuquino en
torno a las necesidades indígenas (Falaschi, 1994). La influencia tanto del
partido gobernante, el Movimiento Popular Neuquino (MPN) como de la Iglesia
cercana al tercermundismo atravesaba las posibilidades de acción de la CIN
(Aiziczon, 2014). Por ende, la pugna política que se desató por el control de
la organización supracomunitaria es significada por quienes en ese entonces
eran los “jóvenes urbanos” como una lucha por la recuperación de las pautas
culturales propias del pueblo mapuce, a cuyas expensas se había construido una
institucionalidad de reducida autonomía.
El conjunto
de líderes de la CIN había elaborado sus propias significaciones en torno a las
dinámicas políticas necesarias para la mejora de la calidad de vida mapuce.
Esta se comprendía como dependiente del vínculo con el gobierno provincial,
particularmente debido a las condiciones materiales de existencia en el
interior. La relación con el Estado a su vez dependía del mantenimiento de una
buena conducta, cuya veedora era la Iglesia:
casi después de cien años de silenciamiento
volver a encontrarnos fue todo un acontecimiento histórico. La mayoría, no
hablantes del castellano. Son todos ancianos de las comunidades, referentes
comunitarios, mal llamados caciques. Y eso fue en el año ‘69, donde el
encuentro duró diez días y después en el ‘70, que dio origen a la conformación
de la Confederación Mapuce. Con el apoyo, como le comentaba, de la Iglesia en
aquel entonces porque eran los que tenían la voz cantante. Eran los que
garantizaban la situación, en donde se temía desde el gobierno que íbamos a
volver a levantar malón. Entonces la Iglesia hacía un poco de referente
institucional para que eso no se produjera. También estábamos coartados en toda
posibilidad de desplazamiento: la distancia, no había caminos […]. La mayoría
se movilizaban con el apoyo de la Iglesia, algún transporte así particular,
únicamente el apoyo del Estado fue económico, pero los que trabajaron con la
gente fuimos nosotros mismos[13].
Estas dos
líneas políticas terminaron por entrar en pugna durante la década de 1990,
cuando las generaciones de migrantes consolidaron la idea de que debía pensarse
un proyecto nacional. La conmemoración de los quinientos años desde la llegada
de los colonizadores europeos (1992) se resignifica en estos testimonios como
un hito trascendente, así como todas las instancias previas de debate generadas
a partir de ella. Se llegaba a la década de 1990 aún portando la convicción de
la necesidad de retorno al espacio rural:
Y ya nosotros en Neuquén estábamos,
teníamos ya una organización como asociación, además. Que es el origen de la
otra lof, que es Newen Mapu. Pero nosotros en ese tiempo como jóvenes, jóvenas,
no pensamos tampoco en nosotros como nuestra organización, o sea digamos,
estábamos en la ciudad, pero siempre estábamos como pensando en volver […].
Pero luego también estaba muy fuerte instalado la idea de que los mapuce
estaban en la ruralidad[14].
A partir de
entonces se dio un proceso que permitió la resignificación del rol propio en la
historia y la revisión de aquella concepción. El encuentro con organizaciones
mapuce de Chile, que luego se manifestó en el “Reencuentro del Pueblo Nación
Mapuce”, evento realizado en 1991 en Neuquén, sembró la inquietud por la
construcción de un proyecto nacional, con lo cual el papel jugado por estas
organizaciones formadas en la ciudad se modificó radicalmente.
[En los ’70 y ’80] no nos reivindicamos con
la fuerza con que hoy las generaciones actuales se reivindican como pueblo
nación. Eso lo fuimos adquiriendo una década después, cuando se nos vino encima
otro acontecimiento histórico que fue el quinto centenario. Es decir, todo ese
gran festejo que organizó España y el Vaticano que tendía a celebrar la llegada
de la civilización al continente […]. Producto de ese debate a nivel
continental fue que nos encontramos con los mapuce de Chile. […] Y ahí fue que
comenzamos a reencontrarnos y a programar cómo podíamos hacer para potenciar
esta idea, o esta pertenencia, o este sentimiento de pertenencia a una sola
nación[15].
En las
últimas tres décadas del siglo XX, las prácticas políticas y los procesos
organizativos del pueblo mapuce estuvieron atravesados por una forma de
comprender el territorio que vinculaba la ruralidad con la identidad, la
cultura y el conocimiento ancestral. La problemática central de la época se
refería al mantenimiento del vínculo con los entornos rurales. La movilidad
hacia la ciudad se describe en la actualidad como un proceso forzado, ya sea
encuadrándosela en la historia mapuce desde el siglo XIX o caracterizándola
como una decisión vinculada a la supervivencia material. En algunos testimonios
es posible ver la tensión del nuevo lugar de residencia con las concepciones
acerca del espacio rural. Estas eran compartidas por toda una generación de
integrantes del pueblo mapuce, aunque la experiencia de la movilidad en un
contexto de puesta en clave política de la etnicidad (García Serrano, 2001)
-cuyo hito en la zona fue el “Reencuentro de la nación mapuce”- modificó la concepción
mencionada en una parte de este pueblo.
Esto se
conjugó con los procesos organizativos y desencadenó un cambio en la dirección
de la organización supracomunitaria de la provincia, a partir de la agencia
posible por la construcción previa de vínculos políticos con integrantes y
referentes del interior. A mediados de la década, el resultado favorable de un
conjunto de conflictos y debates en torno a las formas de lucha posicionó a
este nuevo grupo al frente de la Confederación[16]. A
partir de entonces se dio un proceso de transición entre la vieja y la nueva
institucionalidad, que incluyó la modificación del nombre de la organización
supracomunitaria -“Confederación Indígena Neuquina” se reemplazó por
“Confederación Mapuce de Neuquén”-, la elaboración de Estatutos Autónomos para
las comunidades y la existencia de tensiones remanentes en torno a la nueva
hegemonía interna, que fueron cediendo con el paso de la primera década del
nuevo siglo[17].
“Una falsa dicotomía”:
primeras décadas del siglo XXI
Para el
inicio del siglo XXI se encontraba formada Newen Mapu. Puel Pvjv se conformó
desde fines de los 2000 y solicitó la inscripción de su personería jurídica
como comunidad en 2016. Durante la primera década de la nueva centuria, quienes
se pensaban como asociaciones pasaban a entenderse como comunidades, y el
territorio rural dejaba de ser el único anclaje de la identidad. Esta se
configuraba progresivamente como nacional y se comprendía como sometida a
reconfiguraciones en el marco de procesos históricos con traslados forzosos. El
binomio territorio-identidad iba a pasar a insertarse dentro de un proyecto
como pueblo nación que adquiriría a la autonomía como tercer factor vertebral.
Este cambio es caracterizado en los testimonios como una “descolonización” del
pensamiento mapuce, necesario en tanto “éramos familias muy debilitadas
culturalmente”[18].
La falta de identidad de nuestros padres,
porque nuestros padres eran padres reprimidos, acomplejados, muy queriendo
mantener disimulada su identidad, muy atravesados por el alcoholismo y por la
inserción evangélica, todo eso generó, fue generando, como una especie de
crisis en nosotros, que llevó a hacernos todos esos replanteos de cómo podíamos
recuperar tanto tiempo perdido. […] Nosotros decimos hoy lof porque hemos
recuperado ese concepto de lof, pero en ese momento había toda una colonización
lingüística también, cuando se hablaba de agrupaciones. Nosotros la primer
denominación era agrupación Newen Mapu, porque agrupación es un concepto que se
impuso sobre la identidad de las comunidades[19].
De modo que
la recuperación cultural es una problemática central que atravesó ambas etapas
aquí abordadas. En la primera, lo fue para superar ese “debilitamiento
cultural” propio de un periodo de gran estigmatización y retracción de las
pautas de vida hacia los ámbitos privados. En la segunda, supuso el
fortalecimiento de un proyecto nacional en ciernes que se consolidó a través de
las dos décadas recorridas del siglo XXI. Esto implicó que se llevasen adelante
instancias de lo que los estudiosos de los casos chilenos denominaron
“patrimonialización”, es decir, la marcación de lugares donde hacer visible la
presencia indígena en la ciudad. La manifestación por excelencia de este
fenómeno fue la realización abierta del Wiñoy Xipantv -ceremonia
traducida como “año nuevo mapuce”- en la costa del río Limay, que hasta el 2018
fue utilizada para la celebración sin ser parte del territorio de las
comunidades.
El hecho de
que en la ciudad no hubiera un espacio específico con el cual vincularse y que
actuara como anclaje de la identidad generó una problemática relacionada con
tres cuestiones: la recuperación de las pautas culturales que dependen de
ámbitos espaciales definidos, la instauración de una forma colectiva de
producción y la estrategia de ampliación de la organización política. Es así
que estas comunidades que previamente se pensaban como agrupaciones empezaron a
problematizar una vez más el binomio territorio-identidad. Durante la primera
década del siglo XXI se fue consolidando la noción de las identidades
territoriales, entendidas como diferenciaciones existentes acorde al lugar de
origen.
Los diferentes Estados tanto Chile como
Argentina a través de la educación estatal han hecho mucho daño en nuestro
pueblo, en nuestra cultura. Nosotros tenemos la responsabilidad absoluta de
revertir todo ese daño y empezar a entregar el verdadero conocimiento desde
cada una de nuestras identidades territoriales. Si yo tengo que contarles a
ustedes cuál es mi identidad territorial, es la pewence. Pero acá dentro del
Neuquén hay diferentes identidades territoriales que de repente nos encontramos
y hemos tomado la decisión de manera organizada, de empezar a luchar por
nuestros derechos, a visibilizar nuestra existencia[20].
Las identidades
territoriales, entonces, son parte de los nuevos contenidos políticos de las
reivindicaciones mapuce. Implican la construcción de territorialidades más allá
de los espacios asignados por el Estado a las comunidades, y de las divisiones
jurídicas, comprendiendo el territorio a partir del origen familiar y del
origen geográfico (kupalme y tuwun), así como de “los múltiples
vínculos históricos, políticos y religiosos que mantienen las familias mapuches
entre sí” (Foerster, 2008: 4). Esto forma parte del desarrollo del proyecto
político nacional. Como se ha afirmado para el caso chileno: “Este giro está
ligado a cuatro conceptos que determinan la autocomprensión del movimiento
mapuche: pueblo, territorio, autodeterminación y autonomía. (…) una manera de
operacionalizar, de factibilizar dicho horizonte utópico es por medio de las
identidades territoriales” (Foerster, 2008: 1).
La división
territorial-identitaria pasó a pensarse en estos términos, rechazando otra
categorización empleada ampliamente tanto por el Estado como por numerosos
estudiosos de la cuestión mapuce, que diferencia entre indígenas rurales e
indígenas urbanos, y su versión traspolada a lo colectivo: comunidad rural
versus comunidad urbana.
Ese objetivo que tenemos nosotros de luchar
contra una falsa dicotomía que se ha creado. Es una política premeditada, al
Estado le conviene reducir la existencia mapuce a lo rural, porque reduce el
problema y queda bien circunscripto el conflicto y sin embargo el conflicto más
grave que hay hoy no es con la ruralidad, es con los mapuce que están hacinados
en la ciudad o en los barrios. […] Porque necesitan reconstruir su vida
comunitaria, necesitan recuperar su identidad. No es posible hacinado en un
barrio, en medio de la pobreza y la marginación. Entonces comienzan a ejercer
un derecho que también está sobradamente reconocido, que es el de la necesidad
de que se apliquen políticas de restitución territorial[21].
Luego de las etapas iniciales de organización de estas
dos comunidades, la ciudad empezó a significarse como un espacio de
recuperación limitada de la cosmovisión. En el año 2010, la Confederación
Mapuce de Neuquén (CMN) publicó un documento titulado Propuestas para un
Kvme Felen mapuce (CMN, 2010), en el que se expusieron las
dimensiones centrales del proyecto nacional. Allí el territorio apareció, como
ya mencionáramos antes, imbricado con la identidad y con la autonomía. Empezaba
a pensarse que el espacio necesario requería de permanencia, condición que las celebraciones
en diferentes lugares de la ciudad no cumplían cabalmente.
En un lugar lejos
de la ciudad, sí se podría hacer [un espacio ceremonial], pero tiene que haber
un lugar lindo. Porque el lugar ese tiene que ser para siempre, no para una vez
o dos veces. Si se accediera a un lugar así, hay que poner plantas, para que
esté refugiado ese lugar; si es posible cerrarlo, no lo que marca el rewe
nomás, buen pedazo de lugar. Pero no creo que se haga acá alguna vez. Cada vez
es más difícil, si el barrio cuánto creció ya, yo ahora acá estoy en el pleno
centro y cuando llegué acá era todo campo[22].
La importancia del control autónomo del espacio acorde
con la cosmovisión y los conceptos del “buen vivir” (Kvme Felen) debe
leerse en el marco de la apropiación por parte del pueblo mapuce de las nuevas
normativas internacionales y nacionales -fruto a su vez de las movilizaciones a
nivel continental de los pueblos indígenas. El reclamo pasó a ser por “tierras
aptas y suficientes”, incluso en la ciudad, mientras el territorio se significó
a partir de las obligaciones legales del Estado, ubicado ya no -como en el
periodo anterior- como ente facilitador del proceso organizativo, sino como
responsable de una situación estructural de despojo y por ende de la elaboración
de vías de “reparación histórica”.
Es nuestra forma de pensarnos, no podríamos
de otra manera, como no podría cualquier pueblo indígena, no se piensa sin el
territorio. Pero no un territorio para la explotación sino para la convivencia.
Es una diferencia muy grande con un sistema capitalista pensado desde la
propiedad privada, nuestra relación está pensada desde lo común, desde lo
comunitario. No podríamos pensarnos desde otro lugar. De hecho, en la
Constitución misma queda que el territorio es inescindible, inembargable, o sea
no podemos nosotros creernos dueños, nuestra visión de mundo nos hace vivir la
idea de ser parte, no ser dueños, entonces el territorio es comunitario, va a
quedar para nuestra descendencia, pero no como una posibilidad de venta, de
compra venta, sino de cuidado[23].
Particularmente
desde el nuevo siglo esto implicó la búsqueda de dejar un territorio para las
generaciones más jóvenes, “porque ya habíamos generado un montón de encuentros,
reuniones, actividades, celebración del Wiñoy Xipantv, recuperación de
ceremonias ancestrales, puesta en práctica de un montón de esas actividades
propias del pueblo mapuce en la ciudad de Neuquén”[24]. Como
se observa en estos fragmentos de testimonio, la reconstrucción de un espacio
comunitario se comprendió como un paso necesario en el proceso político. En
esta línea, en el año 2011 se logró el reconocimiento de cincuenta hectáreas
ubicadas en una zona periurbana dentro del municipio de Neuquén, las cuales a
partir del 2018 se han tomado como base de una experiencia inicial de
reterritorialización[25]. En
este sentido, este nuevo espacio se caracteriza como la base para la resolución
de las tres problemáticas señaladas previamente: las prácticas culturales en
espacios definidos, la producción colectiva y el crecimiento de la
organización.
Tenemos entonces un espacio que se llama Kimeltuwe,
espacio para la producción, un espacio para el deporte y también un espacio
para la relación, la comunicación, la convivencia con el resto de la gente que
está conviviendo con nosotros en este territorio ancestral mapuce[26].
El anterior
extracto evidencia otra modificación en la forma de comprender el territorio,
íntimamente vinculada con el proyecto nacional mapuce, que tiene a la
interculturalidad como un eje de acción: en el presente se lo entiende también
como lugar donde alimentar el vínculo con la sociedad no mapuce, especialmente
en la urbanidad. La relación con ese otro que no forma parte de las comunidades
no es una cuestión menor. De hecho, un factor que se vincula a la problemática
del crecimiento de la organización política es, para estos lof, la
relación con otras formas organizativas que progresivamente han ido
incorporando dentro de sus ejes de acción la recuperación de la identidad
mapuce entre sus miembros. La comunidad es, dentro del proyecto mapuce, la
forma de recuperación identitaria, “el sentido de la vida mapuce es en
comunidad”[27],
lo cual entra en conflicto con otras estrategias de lucha asumidas por la
población mapuce en la capital:
en lugar de estar metido en una
organización social, que se conforme como lof mapuce, y ahí van a tener no
tierra, van a tener territorio […]. Son situaciones que a nosotros nos pesan
porque no sirve, o no es la misma trascendencia que en Neuquén capital haya dos
comunidades mapuce en medio de una población que nosotros estimamos de cien mil
mapuce. El impacto que genera en la recuperación de la identidad y de
consolidar la presencia mapuce en la ciudad es mínimo si no logramos que esa
herramienta que es volver a constituirse en comunidad no crece, no se expande[28].
De forma
que una problemática específica del segundo periodo es cómo hacer crecer el
movimiento mapuce en la ciudad, a partir de la organización en comunidades que
puedan llevar adelante una vida colectiva en un territorio reconocido por el
Estado como parte de una política de reparación histórica. El pasado colectivo
e individual se resignifican a la luz de la responsabilidad estatal en los
procesos de despojo y movilidad territorial. “La memoria histórica, su
recuperación, preservación y reproducción, constituyen un elemento central en
el surgimiento y desarrollo del nuevo movimiento mapuche, toda vez que articula
el puente entre un antes y un después y, además, agencia la resistencia
identitaria y la demanda autonómica” (Tricot, 2009: 6).
Retomando
un punto planteado anteriormente acerca de la patrimonialización descripta en
las estrategias de apropiación del espacio urbano por parte de los mapuce en
Chile, el impulso de la conformación de comunidades que puedan reclamar al
Estado neuquino y argentino un territorio -“tierras aptas y suficientes”- como
parte de una medida reparatoria puede analizarse como un fenómeno diferente a
aquellos casos chilenos. En particular, estudios vinculados a la ciudad de
Santiago han denominado como warriache al mecanismo de apropiación de lo
urbano. Este término, como un modo de nombrar al mapuce de la ciudad, “ha
surgido no sin querellas al interior de la sociedad mapuche, básicamente por el
hecho que tal designación implicaría la posibilidad, una suerte de aceptación
implícita, de que los mapuche pueden reproducir su cultura con independencia de
la Mapu (tierra y territorio)” (Imilan, 2014: 255).
El caso de Santiago, en Chile, puede
resultar pertinente a efectos comparativos con el de la capital neuquina,
puesto que se trata de un espacio suficientemente lejano respecto de las
comunidades de origen como para que el contacto con ellas se vea imposibilitado
en una base diaria. En Santiago,
la mayoría de los miembros de las
asociaciones urbanas no perciben que ellas puedan reemplazar a una comunidad,
más bien, se impone una visión que releva el carácter funcional de ellas. Si
bien permiten llevar a cabo algunas prácticas congregacionales tales como el
Nguillatún, Palín, Wiñol Tripantü, o la práctica regular de la lengua
mapuzungún, la densidad cultural de la experiencia de la organización es
percibida como menor a la de la comunidad […]. Más allá del rol emergente de la
organización urbana, los debates mapuche actuales siguen situando la comunidad
indígena como lugar central de la cultura (Imilan, 2014: 258).
Ahora bien,
venimos sosteniendo que en la ciudad de Neuquén, durante los últimos diez años,
se ha dado un proceso por el cual estas organizaciones surgidas en ámbitos
urbanos han tomado la decisión de realizar un proceso de territorialización que
permita reconstruir comunidades indígenas en entornos periurbanos mediante el
reclamo al Estado de una restitución territorial comprendida como medida de
reparación histórica. Es decir, Newen Mapu y Puel Pvjv se encuentran
transitando una experiencia que mucho tiene de ensayística, que busca exceder
la patrimonialización en la urbanidad estudiada en el caso de Santiago.
Una clave
para comprender esto radica en una diferencia fundamental entre esta metrópolis
chilena y la capital neuquina. Mientras la primera se comprende como externa a
los ámbitos de territorialidad ancestral mapuce, la de Neuquén forma parte de
un espacio de circulación histórica de este pueblo. Se caracteriza,
entonces, a la ciudad como una forma de organización espacial que ha avanzado
sobre la territorialidad mapuce dentro del proceso de conquista del Estado
argentino[29]
y como un espacio al cual se ha migrado como consecuencia de dicho proceso.
Esto, en concreto, ha habilitado, dentro del conjunto de reivindicaciones
mapuce, el requerimiento de tierras por fuera de los ámbitos específicos de las
comunidades ubicadas en los entornos rurales, posibilitando la profundización
del cambio de sentido de las organizaciones nacidas en contextos citadinos. La
segunda clave para explicar esta diferencia entre los procesos en Santiago y
Neuquén es el ya mencionado viraje en el planteo político en torno a la
comunidad como forma de crecimiento del movimiento mapuce en la ciudad y a la
decisión de reclamar al Estado por una solución para la carencia de territorio
en este entorno.
A modo de cierre
Para
permitirnos observar la complejidad de la relación urbanidad-organización
indígena, es necesario, como bien advirtió Andrea Aravena (1998), matizar tanto
las perspectivas que plantean la migración a los ámbitos urbanos como una
ruptura completa de las pautas de vida “tradicionales”, reservadas acorde a
esta visión al ámbito rural, como aquellas que solo visibilizan las
continuidades y las conexiones entre los dos ámbitos. En el caso de las comunidades mapuce en la
ciudad de Neuquén, los significados acerca del territorio en proceso de
revisión y las problemáticas identificadas en torno a la organización política
se vincularon con el tipo de práctica ejercida.
Newen Mapu
y Puel Pvjv atravesaron una primera etapa de existencia, imbricada con el
proceso general de organización, que finalizó con la instalación de la nueva
generación de referentes a nivel general. Este periodo se resignifica hoy como
uno en el cual la falta de reconocimiento legal de los derechos hacía de la
organización una tarea sumamente ardua: “hace cuarenta años atrás estábamos
todavía en un estado de oscuridad mucho más grave […], nacimos
organizativamente sin nada de donde sostenernos”[30]. Ese
estado de oscuridad sin dudas incluía una noción de la relación
territorio-identidad como anclada en los espacios rurales de origen, lo cual
llevó a que las agrupaciones se conformaran como asociaciones civiles, que a su
vez mantuvieron un contacto y tejieron redes políticas con el interior. A
continuación, le siguió una etapa de consolidación de nuevos significados, con
lo cual se visibilizaron antiguas y novedosas problemáticas para las
organizaciones de la ciudad de Neuquén.
En este
segundo momento, las herramientas para la recuperación de las pautas de vida se
multiplicaron en el orden legal, apropiado como eje central de las
reivindicaciones. Cuestiones que solo intuitivamente se defendían en el periodo
anterior empezaron a plantearse con mayor contundencia, como la responsabilidad
estatal en el proceso histórico de despojo y su incumbencia en la elaboración
de estrategias de reparación histórica. Esto sucedió al tiempo que se
consolidaba un proyecto político nacional dentro de la Confederación Mapuce de
Neuquén, basado en la relación entre territorio, identidad y autonomía,
considerados factores vitales para la existencia como pueblo.
La
visibilización de la existencia indígena en la ciudad adquirió una nueva
dimensión: la del establecimiento de relaciones con sectores no mapuce, en
tanto la salida planteada no fue una escisión con la creación de un nuevo
Estado sino la apuesta por la construcción de un Estado que se reconozca
plurinacional. Los testimonios, en este sentido, dan cuenta de una modificación
a partir de cambio de siglo, que habilitó la proliferación del sentir nacional
mapuce, por contraposición a un sentimiento previo como pertenecientes a la
nación argentina. Estos procesos de revisión de concepciones tuvieron un
especial efecto en las comunidades de la capital neuquina. El que actualmente
ostenta, desde nuestra perspectiva, mayor relevancia se relaciona con la
dicotomía comunidad urbana-comunidad rural. En una actitud crítica hacia esta,
se insiste en el presente en la no resolución de la territorialidad indígena en
la ciudad, en la responsabilidad del Estado como garante de un proceso de
exclusión y en la necesidad de una restitución territorial.
Por ende, es necesario analizar el proceso de reterritorialización
del pueblo mapuce en la capital neuquina como dinámico, a partir de diferentes
etapas de elaboración de objetivos, proyectos, representaciones y significados
sobre el problema del territorio y la identidad, y también de distintas fases
de puesta en práctica de diversas soluciones al problema territorial en la
urbanidad. A partir de ellas, Newen Mapu y Puel Pvjv han modificado su carácter
a través del tiempo, exhibiendo así de qué forma los pueblos indígenas son
sujetos con historicidad, es decir, con capacidad de cambio a través del
tiempo, y con procesos abiertos de total vigencia en la actualidad.
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FECHA DE RECEPCIÓN: 28/06/2021
FECHA DE
ACEPTACIÓN: 26/10/2021
[1] Este trabajo se enmarca
dentro del Proyecto Unidades Ejecutoras (IPEHCS-CONICET-UNCo), titulado “La
(re)producción de las desigualdades en la Patagonia Norte. Un abordaje
multidimensional” (22920180100046CO).
[2] Utilizamos el modo de escritura que
actualmente este pueblo pone en práctica para el idioma mapuzungun.
Cuando se cite autores con la escritura castellanizada, esta no se modificará.
[3] El concepto de lof suele traducirse
como “comunidad”, y posee tradicionalmente un sentido vinculado tanto al origen
territorial como al familiar. Aquí lo utilizamos por ser el vocablo elegido por
los propios actores involucrados en los estudios de caso para autodenominarse,
a partir del siglo XXI.
[4] Dirigido por Graciela Alonso, por cuya
gentileza accedimos al material, en el marco de un proyecto de investigación
posterior.
[5] Lucía Kañiwkvra. Referente histórica de
Newen Mapu, nacida en 1940 y migrada a Neuquén en 1972. Entrevista de 2017, Neuquén.
Entrevistadoras: integrantes del proyecto de investigación “Pueblo originario
mapuce y colonialidad de género”. Gentileza de Graciela Alonso.
[6] Lucía Kañiwkvra. Entrevista de 2017, Neuquén. Entrevistadoras: integrantes
del proyecto de investigación “Pueblo originario mapuce y colonialidad de
género”. Gentileza de Graciela Alonso.
[7] Lucía Kañiwkvra. Entrevista de 2017, Neuquén. Entrevistadoras: integrantes
del proyecto de investigación “Pueblo originario mapuce y colonialidad de
género”. Gentileza de Graciela Alonso.
[8] Lucía Kañiwkvra. Entrevista de 2017, Neuquén. Entrevistadoras: integrantes
del proyecto de investigación “Pueblo originario mapuce y colonialidad de
género”. Gentileza de Graciela Alonso.
[9] Pety Piciñam. Referente histórica de Puel
Pvjv, migrada a Neuquén en la década de 1980. Entrevista de junio de 2021,
Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[10] Pety Piciñam. Entrevista de junio de 2021,
Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[11] Pety Piciñam. Entrevista de junio de 2021,
Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[12] Este reconocimiento implicaba la
posibilidad de diálogo con el Estado y de que se reconocieran tierras bajo la
modalidad de reserva, y se implementó entre 1964 y 1993 sobre un total de
treinta y dos comunidades. Actualmente existen sesenta y cuatro
reconstituidas.
[13] Nicacio Antinao. Referente histórico de la
Confederación Indígena Neuquina y funcionario estatal, actualmente residente en
la capital neuquina. Entrevista de junio de 2016, Neuquén. Entrevistadora:
Sabrina Aguirre.
[14] Pety Piciñam. Entrevista de junio de 2021,
Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[15] Jorge Nawel. Referente
histórico de Newen Mapu y de la Confederación Mapuce de Neuquén. Entrevista de
febrero de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[16] Uno de los mayores hitos de este proceso
de recambio fue la recuperación territorial en el departamento Aluminé, tras el
llamado Conflicto Pulmarí a mediados de la década de 1990 (ver Papazian, 2019,
entre otros).
[17] Un ejemplo de esto último
fue el intento, entre 2004 y 2007, de conformar una segunda organización
supracomunitaria sobre la base de los liderazgos tradicionales, arguyendo la
ausencia de representatividad de los migrados a la ciudad para conducir la
Confederación Mapuce de Neuquén. Ver: “Mapuches de San Martin se escinden de la
Confederación”, Río Negro, Viedma, Sección Sociedad, 29/09/2004. En: https://www.rionegro.com.ar/mapuches-de-san-martin-se-escinden-de-la-confederacion-JBHRN04092923291002/.
Disponible en junio de 2021.
[18] Jorge Nawel. Entrevista
de febrero de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[19] Jorge Nawel. Entrevista
de febrero de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[20] Gilberto Huilipan. Referente histórico de
Newen Mapu y la Confederación Mapuce de Neuquén. 20 de junio de 2021,
“Conversatorio Nvxamkawvn”. En: https://www.youtube.com/watch?v=ubVYCn529vg&ab_channel=Confederaci%C3%B3nMapucedeNeuqu%C3%A9n.
Disponible en junio de 2021.
[21] Jorge Nawel. Entrevista de
febrero de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[22] Lucía Kañiwkvra. Entrevista de 2017,
Neuquén. Entrevistadoras: integrantes del proyecto de investigación “Pueblo
originario mapuce y colonialidad de género”. Gentileza de Graciela Alonso.
[23] Pety Piciñam. Entrevista
de junio de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[24] Pety Piciñam. Entrevista
de junio de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[25] Los sucesos que desembocaron en este
reconocimiento y las características del proceso de apropiación de las
cincuenta hectáreas se relacionan profundamente con el pulso de la historia
política reciente de Neuquén, y son actualmente objeto de una investigación en
curso.
[26] Pety Piciñam. Entrevista
de junio de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[27] Jorge Nawel. Entrevista
de febrero de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[28] Jorge Nawel. Entrevista
de febrero de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.
[29] Este fenómeno no es exclusivo de la
capital neuquina y se encuentra documentado para el interior rural: véase
García Gualda (2021).
[30] Jorge Nawel.
Entrevista de febrero de 2021, Neuquén. Entrevistadora: Sabrina Aguirre.