Sentidos y palabras: reflexiones en torno a la práctica de la historia oral                             

 

Words on trips and returning: reflection on the practice of oral history of migration

 

Hugo Fauzi Alfaro Andonie

 

Universidad Panamericana, Ciudad de México, México

hugo_fauzi@hotmail.com

 

              Resumen

 

El presente trabajo aborda consideraciones teóricas y metodológicas en torno a la práctica de la Historia Oral. Tales reflexiones surgen de dos experiencias de investigación sobre la migración guatemalteca y su memoria y en la que se utilizó como metodología principal la Historia Oral. El trabajo se divide en dos apartados. En el primero, de índole teórica, me pregunto qué es posible conocer a través de esta metodología, reflexiono en torno al potencial que tiene para señalar la construcción de sentidos y significados, frente al mero establecimiento de lo fáctico; señalo el valor epistemológico que tiene la subjetividad; y termino señalando la construcción del acontecimiento como producto de la memoria colectiva. En el segundo apartado, presento una reflexión en torno al método y algunas consideraciones en torno al espacio, los sujetos y el foco de la entrevista.

Palabras claves: Historia Oral, metodología, migración, subjetividad, entrevista.

 

               Abstract

 

The present work addresses theoretical and methodological considerations around the practice of Oral History. The reflections here presented derives from two research projects on Guatemalan immigration and its memory, in which the oral history was used as the main methodology. The text is divided into two sections. The first one, of a more theoretical nature, is about what it is possible to know through this methodology, it reflects on the potential it has to indicate the construction of historical sense and meaning, compared to the mere establishment of the factual; it points out the epistemological value that subjectivity has and which should not be seen in a negative way as a stain of the research; the section ends by pointing out the construction of the event as a product of collective memory. In the second section, I focus on methodological issues and present considerations around the space of the interview, the subjects to be interviewed and it focus.

 

Keywords: Oral History, methodology, migration, subjectivity, interview.

 

 

La Historia Oral es una reivindicación de la conversación como medio para comprender la realidad histórica y social, es decir, un camino para la construcción de conocimiento. Una reivindicación necesaria después del largo y duro ataque al que fue sometida la oralidad. Cuando la ciencia positiva emergió con fuerza en el siglo XIX, la palabra hablada, la palabra viva, fue desterrada del ámbito de la ciencia, puesto que el conocimiento había que hallarse en los espacios controlados del laboratorio, en la letra permanente de los archivos, en la aparente objetividad de los números y las estadísticas. No se concebía que el conocimiento científico –venerado como duro y objetivo– surgiera de las palabras de la conversación, de la experiencia de las personas, tan volátiles, cambiantes, contradictorias. Así, la oralidad fue excluida de la “Historia Científica”, aquello que palpitara aún con vida ya no era confiable, y sólo la palabra archivada, añejada en cajones y estantes, sólo ésta era objeto de confianza. Era, lo comprendemos ahora, en su pretendida cientificidad, una confianza ciega. Era, al final de cuentas, una sensación de seguridad que provenía de la impresión de que la palabra escrita estaba definitivamente asida al papel y, por lo tanto, inalterable. Se olvidaba así que la palabra –incluso la impresa que parece tan definitivamente sellada– cambia, pero lo hace en los ojos del lector, en el significado y en la interpretación que se les atribuye en una sociedad específica.

Pero para la oralidad, la experiencia del destierro fue altamente beneficiosa. La palabra hablada volvería a ser fuente para la Historia, pero los profesionales que la emplearon empezaron, no sólo a hacer registro de la palabra gracias a nuevas tecnologías, sino a reflexionar y repensar en las particularidades de la oralidad como fuente. La oralidad disputó –y continúa haciéndolo– su justo lugar en la disciplina de la Historia, y en la defensa y práctica de este método surgió y tomó forma una nueva metodología: la Historia Oral.[1]

Los historiadores orales nos han recordado que la conversación es mucho más que el contenido semántico de las palabras, es el contexto en que se enuncia, es la historia de la persona que habla, sus ideas, esperanzas y expectativas, así como los de la persona que escucha e interpreta. Todos estos elementos invisibles pero presentes son los que, finalmente, otorgan significado y sentido a lo que se dice. [2]  La conversación es mucho más que un entrelazamiento de definiciones, la palabra es un acto social y de ahí su potencial como fuente para las Ciencias Sociales.

Este ensayo es una reflexión de mi propia experiencia en la práctica de la Historia Oral. Mis trabajos de investigación, de los cuales el primero fue la tesis de licenciatura y el segundo la de la maestría, se han centrado en la historia de vida de migrantes guatemaltecos en dos procesos distintos pero relacionados: 1) el refugio guatemalteco en México entre 1980 y 1998; 2) la experiencia sobre la discriminación y el racismo en Estados Unidos y Guatemala por parte de retornados guatemaltecos (Alfaro, 2016, 2020). En el primero se realizaron seis entrevistas, en el segundo veintiuno. Todas, con excepción de cinco de la segunda investigación, fueron entrevistas de historias de vida más que una indagación sobre un momento o visiones puntuales. En este texto se retoman sólo algunos fragmentos de ciertas entrevistas para que sean sostén de lo que se expone.

Este trabajo se divide en dos apartados. En el primero abordo aspectos teóricos y epistemológicos presentes cuando se decide trabajar con la palabra hablada como fuente. Al optar por esta metodología hay que ser consciente de los presupuestos que conlleva. De esta cuestión principal se desprenden otros aspectos que se vuelve también necesario abordar: la cuestión de la subjetividad, el de la validez de la fuente y con ésta la diferenciación esencial entre lo fáctico y lo verdadero.

En el segundo apartado me centro propiamente en la cuestión del método y en las decisiones –y sus repercusiones– que se deben tomar al realizar las entrevistas. En este espacio discuto las implicaciones del contexto (físico y social) de la entrevista y su influencia sobre la co-creación de la fuente; asimismo trato sobre los inconvenientes de centrar la entrevista en un tema específico –ir directamente al grano– en contraposición de explorar la historia de vida del entrevistado en una concepción más amplia; un aspecto que igualmente trato es la creación del rapport, es decir, la creación de un vínculo de confianza entre entrevistado y entrevistador, esencial en la etnografía, y quizá siempre deseable, pero no siempre posible, ¿será que sin el rapport la entrevista es de poca utilidad?; y, por último, planteo la cuestión de la selección del entrevistado, ¿entrevistar a un sujeto central del proceso que interesa estudiar o una persona que se mantuvo fuera del espacio de toma de decisiones y acciones? ¿Qué dice esto de mi investigación y de la forma de entender la Historia?

 

Trazo de ruta: ¿qué se puede conocer a través de la historia oral?

 

Con frecuencia el conocimiento se ve como el objetivo final de la investigación, el punto final de un camino, con sus vericuetos, obstáculos y dificultades que hay que superar para, finalmente, alcanzarlo. Esta imagen genera una impresión equívoca. El conocimiento, como un objeto que se encuentra al final de la ruta, la recompensa que se encuentra en la meta, da la errónea impresión de que es preexistente a la investigación. Los historiadores orales han señalado que, por el contrario, este no es el trofeo esperándonos en la meta, sino que se construye en el andar, en cada paso de la investigación, es el conjunto de decisiones en el andar investigativo (Leavy, 2011: 7-8).

El conocimiento se construye y toma forma en el proceso de investigación. Así, este no es sólo la respuesta, sino también las preguntas que impulsan la búsqueda, no son las conclusiones, sino también la metodología que abrió el camino, no son exclusivamente los aciertos de la investigación, sino también sus equívocos, sus correcciones, sus vueltas atrás para repensar el rumbo; y también, y es importante señalarlo, no es sólo el saber objetivo, sino también la inevitable y valiosa subjetividad de las miradas.

Quien opta por la Historia Oral asume que hay valor en el relato del otro, en su mirada subjetiva. Si el investigador o investigadora está dispuesto a escuchar al otro, prestar oído a la interpretación de lo que ha visto y sus vivencias, es porque parte del principio de que la palabra viva del otro tiene un fuerte potencial explicativo sobre lo social. Por el contrario, si se parte del principio objetivista, en la búsqueda del dato duro, de lo “que verdaderamente sucedió”, el empleo de la Historia Oral no sería sólo una elección errónea, sino extraordinariamente ingenua.[3]

El estudio del racismo, y la discriminación en general, ofrecen un claro ejemplo que refleja en qué medida la Historia Oral puede ser una metodología adecuada o no según las preguntas de las que se parta. Si se pretende entender cuál es el impacto del racismo en el conjunto de una sociedad y cómo se reproduce a lo largo de generaciones encontraremos que la Historia Oral podría, con suerte, dar algunos indicios, pero que en el plano general sería una metodología inadecuada. Esto se debe a que la discriminación y el racismo trascienden el ámbito de la experiencia individual y que ambos fenómenos están asentados con fuerza en la estructura sociopolítica y en el funcionar de las instituciones. Un entrevistado podrá dar cuenta, a partir de lo que ha vivido, de momentos en que ha sufrido discriminación, que ha sido testigo de esta o incluso de momentos en que la ha ejercido contra otros (Alfaro, 2020).

Pero el racismo no es una mera decisión individual, ni comienza ni termina al inicio o al final de una acción discriminatoria. El racismo se ejerce y persiste al interior de una sociedad porque forma parte de su estructura, de sus bases que se formaron y asentaron a lo largo de siglos. La discriminación –de la cual el racismo es una de sus manifestaciones– es más que la suma de acciones individuales, y por lo tanto, el conjunto de experiencias recabadas no serían suficientes para entender su funcionamiento y su compleja dinámica (Elias, 1990: 21). Para hacerlo es necesario buscar otras rutas, a través de otros enfoques y metodologías, aquellas que se centren en el funcionamiento de las instituciones, o que empleen las estadísticas con el potencial de revelar las desigualdades entre amplios conjuntos de poblaciones y, así, poder plantear hipótesis que relacionen el impacto de ciertas variables sobre la sociedad, y en seguida ponerlas a prueba, construir indicadores. Son otros caminos.

La Historia Oral puede apuntar a los vínculos entre la experiencia personal y la estructura, aportar un conjunto de indicios, pero su papel en la comprensión del impacto general de la discriminación en una sociedad sería limitado. La fuente –las narrativas de los entrevistados– está limitada por la visión individual, una mirada que es apenas un pequeño fragmento de la sociedad de la que forma parte. Que valga un ejemplo. Un migrante en Estados Unidos, de origen hispano, señala que jamás ha experimentado el racismo en los años que ha vivido en el país. Asumiendo que sea honesta su afirmación esto no sería, sin embargo, prueba de la inexistencia de este fenómeno en la sociedad de este país norteamericano. El racismo, la discriminación, las profundas desigualdades entre grupos étnicos tienen raíces históricas que se extienden siglos en el pasado, las relaciones que la discriminación ha condicionado a lo largo del tiempo han sido naturalizadas y, por lo tanto, se invisibilizan en la experiencia y en la mirada de quienes están inmersos en esas sociedades. El racismo puede existir, y existe, sin necesariamente ser percibido como tal, porque está tan enraizado que se asume, en muchas ocasiones, que es el orden natural de las cosas (Alfaro, 2020).

¿Cuál es el papel de la Historia Oral en el estudio de estos temas? ¿Será que su aporte está limitado a la recopilación de experiencias? En ningún caso. Escuchar las palabras del otro, con toda su subjetividad, con su limitada visión de individuo, lleva el potencial de dar respuestas a otras preguntas que, aun las más completas y fiables estadísticas o el más complejo esquema de funcionamiento institucional, no podrían responder. ¿Por qué si las desigualdades, productos del racismo, están tan presentes en la sociedad estadounidense, no es percibido por un amplio porcentaje de migrantes hispanos, como es el caso de los guatemaltecos? Pero esta variable –la percepción– cambia cuando se voltea a ver a otros grupos que dan cuenta de la discriminación que viven de manera constante y consciente. ¿Por qué unos lo perciben y otros no? En las historias de vida puede hallarse una respuesta gracias a las vivencias narradas que permitan detectar las variables que condicionan la percepción y no percepción de la discriminación.[4] Así, la Historia Oral torna en una herramienta vital para construir una respuesta sobre este complejo fenómeno social.

Las entrevistas de Historia Oral permiten comprender cómo las experiencias condicionan el actuar del individuo, su pensar, su comprensión, su decir. Las percepciones no están encerradas en las mentes de las personas, se manifiestan y moldean el entorno social al influir sobre las decisiones, independientemente si sean atinadas o erróneas en relación con la realidad. La aseveración sociológica que atina en señalar que “lo que se percibe como real, es real en sus consecuencias”, subraya la importancia de escuchar las percepciones del otro, visiones que se han construido a lo largo de sus experiencias, de su vida.[5]

 

El dato-fáctico y el sentido-verdad  

 

La narración que produce el salto de la palabra a la grabadora y de esta al papel, no es un dato en bruto. Los historiadores orales saben que en las entrevistas que realizan no encontrarán el dato puro, como pequeños bloques con los que reconstruir el pasado, sino que en ellas se encuentran interpretaciones, visiones del mundo que han pasado por infinitos tamices –culturales, sociales, políticos y del olvido– hasta convertirse en la narración que, durante el diálogo, se construye en la entrevista. No son los hechos fácticos, “lo que verdaderamente sucedió”, el meollo y quintaescencia de la historia oral, sino el proceso del refinamiento –en el que influye todo el ser social de la persona– el que finalmente le otorga su valor. Son todas esas “impurezas”, aquello que “ensucia” la narración, que hace que la Historia Oral trascienda la recolección del dato a la comprensión del sentido, del establecimiento de lo fáctico a la búsqueda de la verdad.

La Historia Oral trabaja con interpretaciones, explicaciones que construye el narrador sobre lo que ha vivido. En la historia que es contada, el entrevistado explica su vida al que escucha, pero también se explica a sí mismo, reafirma su ser en el decir. La narración es una forma que toma la explicación, y con ella el entrevistado da sentido a su experiencia, a su vida. Sin embargo, hay que ver que la narración es más que un llano contar, es una lógica explicativa –propia de las Ciencias Sociales– que se despliega con frecuencia en la narración. En el narrar se despliegan las causas, “todo empezó con...”, “esto se debe a…”, “esto fue así porque…”; con los “quizá”, con los “tal vez”, se plantean hipótesis; en su contar plantean comparaciones, “así como…”, “no sé si conoces…”, otras historias que el narrador establece como contrapunto de su propia experiencia; y no son pocas veces en las que el narrador invita al entrevistador a verificar lo que ha dicho, “pregúntale a…”, “eso lo puedes ver en…” como prueba-evidencia de lo que el entrevistado cuenta. Quizá no sea suficiente para otorgar una “cientificidad” a su explicación, pero es indicio de la raíz que las Ciencias Sociales tienen en el contar.

La entrevista de Historia Oral es una narración-explicación, y en la cual se despliega la lógica investigativa (Jablonka, 2016[2014]). Al fin y al cabo, contar historias ha sido la manera como los seres humanos –en todas las culturas, en todos los tiempos– nos hemos explicado el mundo que nos rodea, y a nosotros mismos. No serán explicaciones definitivas, y serán explicaciones cambiantes, pero son unas que están cargadas de sentido, que hablan del entorno, pero también del mundo social que produce estas historias que son contadas.

La Historia Oral busca llegar a un conocimiento, a una verdad que trasciende lo fáctico. Lo “real” no tiene valor por sí mismo para el conocimiento –señala Ivan Jablonka– un evento aislado no dice nada, sino se le pone en relación con su contexto y la sociedad presente del historiador que otorga valor y sentido al pasado (Jablonka, 2016[2014]: 35). El disparo de un cañón no dice nada sino se le pone en el contexto de una guerra; una guerra dice poco si no se le enlaza con las causas que la instigaron y las repercusiones que tuvo; las repercusiones pueden convertirse en un mero listado de pérdidas si no extendemos la mirada a su influencia sobre la sociedad y, por lo tanto, el significado que esta le otorga a aquellos eventos. El trabajo del historiador consiste en establecer los hechos, pero no se limita a ello, debe ofrecer pruebas y construir argumentos; y en ese proceso investigativo demostrar el valor que tiene su pesquisa, no sólo para sí, sino para una sociedad que constantemente mira hacia el pasado. Aislar un punto de un proceso, como lo es una vida, es recurrir a un artilugio (Jablonka, 2016[2014]: 136). Es en la relación entre los distintos tiempos, y en el entrelazamiento de visiones sobre un proceso, que el sentido se construye.

Así, el relato es un proceso en el que interviene el pasado del actor, su presente, así como la comunidad de la que se siente parte, pertenencia que –consciente o inconscientemente– reafirma en el contar de su relato. La Historia busca los hechos, pero no los hechos por sí mismos, sino por su sentido y significado, y es en la entrevista, en ese hablar, escuchar y estar frente a frente, en que se abre otro espacio en el que el significado de aquel pasado se construye y reconstruye.

 

La subjetividad como herramienta epistemológica

 

La subjetividad es uno de los temas centrales de la Historia Oral. Desde la visión positivista, la subjetividad era el estigma que convertía a la fuente oral en sólo un relato anecdótico, lejos de los fines de la ciencia. Los críticos de la visión positivista atinaron en señalar a la subjetividad como algo inevitable, incluso en el quehacer científico más riguroso, pretender que no interfiere en la investigación no exenta de su influencia, y entonces más vale reconocerla. Sin embargo, es necesario ir más allá que el mero reconocimiento y tolerancia de la inevitable subjetividad y entenderla como una herramienta para la investigación, un esencial elemento epistemológico.

Si, como he señalado, la historia es sobre todo el sentido que adquieren los procesos del pasado, y no los llanos hechos fácticos, entonces habrá que subrayar la subjetividad que ayuda a conformar esos sentidos. Y en este proceso no sólo se pone en acción la subjetividad del entrevistado, sino también la del propio investigador. La subjetividad también es parte del camino de construcción de conocimiento (Yow, 1997: 57, 63-64).

En una conversación entre historiadores orales en 1973 Studs Terkel lanzó un importante cuestionamiento que subraya el desafío que tiene la Historia Oral: “¿Qué es verdad y qué no lo es? Y tenemos que preguntarnos este tipo de preguntas a nosotros mismos. A veces, el hecho puede no ser literal, y aun así, ser verdad para la persona. ¿No nos encontramos aquí algo relacionado con la memoria? ¿Algo no documentado? ¿No es esto más desafiante?”[6] (Terkel et. al., 1991). ¿Cómo abordar los sentidos, establecerlos, anclarlos, compararlos, probarlos? ¿Cuáles son las herramientas para medirlos y construir para ellos fiables indicadores? Estas preguntas suenan fuera del lugar, y lo son, porque exigen una aproximación epistemológica al modo de la ciencia de viejo cuño de visión positivista. Aproximarse a los sentidos de la historia –que por cambiantes no se pueden ser anclados– exige el uso de la subjetividad.

“Las emociones son las guardianas del relato”, lo que emociona se aferra con más fuerza en la memoria (Halbmayr, 2010: 160). Recordamos con mayor facilidad aquello que nos apasiona, nos sorprende, nos asusta, duele, avergüenza, enamora. Emociones que son deseables en el proceso de la investigación, porque son motor que impulsa a la búsqueda. La vieja ciencia pretendía desterrar los sentimientos por considerarlos saboteadores de la ciencia, pero nunca se fueron, no podían hacerlo.

Emociones y sentimientos son punto de origen de la investigación y, también, herramienta epistemológica en el camino (Jablonka, 2016[2014]: 172). Ambos están presentes en el relato de la Historia Oral, no pueden no estarlos porque, al fin y al cabo, se trata de personas que están contado sus vidas, no hablan para dar cuenta de datos planos, están expresando quiénes son, lo que han sido y –en cierto modo– cómo quieren ser vistas y recordadas. Las emociones estarán presentes, a veces más visibles, otras veces menos, pero la forma del relato está condicionada por su influencia.

Torno a mi propia experiencia como ejemplo. En Guatemala, durante un trabajo de campo realizado en 2019, entrevisté a diversos retornados guatemaltecos que habían pasado años de su vida en Estados Unidos y que habían regresado –casi siempre de manera forzosa a través de la deportación– a su país natal. Entre estas narraciones, un hombre de más de 61 años, que tenían siete de haber regresado a su país después de 21 en el país del norte, describió su llegada: el arribo al aeropuerto en la capital, el trayecto a su antiguo hogar, el encuentro con su hermana y con otros seres queridos. Los hechos están claros: expulsión de Estados Unidos por deportación, llegada al país de origen, reencuentro familiar, dificultades de readaptación en la sociedad guatemalteca. ¿Acaso se puede resumir en esto la narración? A estos hechos fácticos hay que comprenderlos en la subjetividad del entrevistado, en su sentir, lo que es posible con la experiencia, con la empatía y subjetividad del investigador. Aquí un fragmento de su relato.

 

La impresión más grande…fue cuando descendí del avión y volví a tocar la tierra guatemalteca ¿verdad? Sentí una sensación de….de alegría, de tristeza, de….confundido…a pesar de que sabía que no tenía por qué temer o sentirme mal, excepto porque es un…es un tropiezo, un fracaso, se podría decir, pero no es de muerte ¿verdad? Pero como te digo, en ese momento hay sentimientos encontrados…

 

No se puede hablar del regreso como un mero traslado físico de un sitio a otro. Hay también aquí una dimensión ética, eliminar del relato las emociones por una pretensión de objetividad no sólo cercena el testimonio, sino que borra el sentir que torna al recuerdo del entrevistado en un punto nodal de su vida, la manera en que lo vivió, lo recuerda y el sentido que le da. El entrevistado siguió contando el momento en que llegó a la casa a donde había vivido años atrás, donde creció, donde estuvo con su familia y el momento del reencuentro con su hermana...

 

Entonces cuando llego se me queda viendo con la escoba en la mano, yo vi la cara de tristeza, la impresión y…pues no es fácil…Entonces vi la impresión, nos abrazamos, sin palabras, sin palabras…ahí estaba mi cuartito que todavía está que cuando lo dejé…que desde mi madre en vida que fue donde me dejó…

El área donde nosotros vivimos es un área familiar, la mayoría de mis primos y sobrinos son dueños del área, y hay mucha gente que alquila, son nuestros inquilinos. Dentro de esos inquilinos que había cuando yo me fui ya la mayoría…algunos murieron otros compraron en otros lados, entonces ya de las personas que dejé cuando yo me fui, muy pocas…pero las que estaban eran las más importantes que eran las personas adultas que fueron amigas de mi mamá y que me vieron a mí pues crecer, por decirlo así. Tú sabes que las personas adultas a unas le agarran a uno un afecto especial porque lo conocen desde que uno crece y se desarrolla, entonces sí, había varias personas de ellas, una bienvenida, unos abrazos que uno siente cuando un abrazo es sincero ¿verdad, Hugo? [7]

 

El mismo entrevistado apela a la subjetividad del entrevistador, la mía. Él se sabe escuchado, y en esta apelación directa queda patente que la historia oral es una construcción mutua de la fuente, a través de la conversación y, sobre todo, de la escucha. El cuestionamiento no sólo apela a la atención del entrevistado, sino a mí misma subjetividad y propia experiencia, la de conocer la sensación de un abrazo sincero. La subjetividad, la nuestra como investigadores, es también una herramienta para la investigación (Yow, 1997: 70).

Al hacerse presente la subjetividad entra siempre el cuestionamiento de la validez del conocimiento producido y, por extensión, un cuestionamiento a la validez de la Historia Oral. Patricia Leavy (2011: 153), siguiendo a Lincoln y Guba, señala que la historia oral puede no aplicar para hacer amplias generalizaciones sociológicas, pero en cambio es más certero el término de fittingness [adecuamiento] que señala los grados de congruencia entre dos contextos distintos a partir de las similitudes que comparten. Así, si bien cada historia de vida es única, podemos encontrar experiencias comunes, sentimientos, anhelos, de, por ejemplo, migrantes que dejan su antiguo hogar y, a pesar de la diversidad y particularidad de los relatos, encontrar experiencias similares de deseos, impresiones, sorpresas. No se trata de poner bajo líneas de leyes estrictas la experiencia y el sentir humano, sino reconocer en las experiencias de los otros, y en las propias, en la de los hombres y mujeres del pasado, y de nuestro presente, nuestra humanidad común. Noble tarea a la que coadyuvamos.

 

La “gran” Historia y las “pequeñas” memorias

 

Las historias de vida tienen como trasfondo la llamada “Gran Historia”. Es fácil creer que las vidas individuales están atadas a la influencia de un devenir que las trasciende –la historia política, militar, económica– y que se encuentran con poco poder en sus manos, como pequeñas hojas que arrastra la corriente de un río, moviéndose en distintos puntos, pero condicionadas todas por una sola fuerza. Y el devenir, con frecuencia se puede sentir así –y ahora que escribo en plena crisis sanitaria, en una pandemia, la sensación se refuerza. Las memorias y autobiografías de aquellos que pasaron por “la época de las catástrofes” hacen figurar a sus autores como si fueran muñecos de trapo zarandeados por los vientos de la Historia.[8]

Pero es posible girar la imagen y ver que “La Gran Historia” lo es también por un acuerdo tácito de las “pequeñas miradas” que “acuerdan” en ver tal evento como un acontecimiento nodal. El historiador François Dosse señala que, al fin y al cabo, es posible ver los grandes acontecimientos como producto de una construcción de la memoria colectiva, que cubren al suceso específico de un carácter simbólico y hasta mítico (2013: 24). El historiador francés señala:

 

el acontecimiento no es un simple dato que sería suficiente recopilar para testimoniar la realidad, sino un constructo que reenvía al conjunto del universo social como matriz de la constitución simbólica del sentido. Es así como Claire Gantet mostró cómo el acontecimiento es constituido por la memoria colectiva, pero no de manera lineal, sino lo constituye con tropiezos, y esta memoria colectiva se apodera de él o lo desecha, pero siempre lo transforma (2013: 27)

 

 

Los acontecimientos se vuelven marcadores temporales, y en ese dar importancia se les cubre con un velo de solemnidad o con un halo de tragedia. La memoria también puede ser institucionalizada desde el poder, y lo que hay que recordar como importante puede ser dictado desde las cúpulas del Estado.[9] Y aun así, las pequeñas miradas individuales cubren al “evento histórico” de su propio sentido, se recuerda, pero el por qué se recuerda puede ser radicalmente distinto.

Loxandra, la novela de la escritora griega María Iordanidu basada en la vida de su abuela, constituye un claro ejemplo. La historia está ambientada en la Constantinopla decimonónica y gira en torno a la vida cotidiana de una familia, y en la figura central de su bonachona matriarca: Loxandra. En las páginas contemplamos la vida en una metrópoli multiétnica, y a pesar de ello, de convivencia armónica entre griegos, turcos y armenios.[10] Y ahí “lo que marcaba el tiempo en aquella época no eran los acontecimientos políticos sino las bodas, los nacimientos, los temblores, y alguna vez también ‘aquel vestido color berenjena’” (2018[1963]: 56).

La vida a la orilla del Bósforo construía sus propios marcadores temporales en su cotidianidad, pero la “Gran Historia” se hacía también presente en medio de esas vidas. La novelista continúa y cuenta que en la ocasión de “la firma del Tratado de Santo Stéfano, se quedó hondamente grabada en la memoria de Loxandra…” (2018[1963]: 56). ¿Por qué aquel tratado de tan pomposo nombre, de implicaciones políticas e imperiales, se abrió espacio en la memoria de una mujer que preguntaba “¿Para nosotros es bueno o es malo?” cuando le dieron la noticia de la firma del tratado? La respuesta está implícita en la narración de la novela, en el estilo en que la literatura construye sus respuestas. Las páginas se extienden en el regreso sorpresivo de un hijo pródigo, de alegrías y peleas, de comidas, sabores, olores, que giran en torno al día de la firma del Tratado de San Stefano. Y así la autora construye el sentido de lo histórico en la memoria de la familia, que no depende de los grandes acontecimientos –que son reconocidos pero apenas entendidos– y apunta, en cambio, a los graciosos accidentes:

 

El kuvet-mazuni era un remedio contra la impotencia. La receta se la había dado a Epaminondas un contramaestre persa o chino. Y Epaminondas le había dado su palabra de honor al contramaestre de que lo prepararía una vez al año y lo repartiría gratuitamente. (…) Y bien, un día bajó Epaminondas a la cocina y pidió que le encendieran el fogón más grande. Loxandra pensó que quería preparar algún dulce y se lo encendió. Pero cuando la cocina empezó a oler a incienso y Epaminondas le explicó para qué servía aquella poción, Loxandra, cucharón en mano, se puso a perseguirlo. Ése fue el día en que se quemó la cacerola. Debe haber sido cinco o seis meses después de la firma del Tratado de Santo Stéfano. ¿Acaso se olvidan cosas como ésa? ¿Se olvidan acaso días como ése? No, no se olvidan (2018[1963]: 64).

 

 

El Tratado de Santo Stéfano se tornó en un referente temporal para la familia, y un referente también para la historia del Imperio Otomano. Sin embargo, su importancia, el valor simbólico que tenía para Loxandra se debía a otros aspectos, que pudieran parecer triviales frente a la “Gran Historia” pero que son pequeños referentes que conforman la memoria colectiva y que construyen el acontecimiento y le otorgan su magnimidad. El hollín de una cacerola, como polvo, se suma a la memoria colectiva, que a su vez forma el “acontecimiento”, que a su vez constituye la “Historia”.

 

Reflexiones en torno a aspectos del método de la Historia Oral

 

La Historia Oral son todos estos aspectos, y más, que he ido mencionando, pero también tiene como pilar la realización de la entrevista. El espacio, las preguntas, la confianza y la elección del entrevistado son elementos esenciales que condicionarán la construcción de la fuente. Por lo tanto, que valga dedicarle a estos puntos las siguientes reflexiones.

 

a)    El espacio de la entrevista

La entrevista no se puede separar del contexto en que se produce, tanto físico como social. La entrevista de Historia Oral implica la grabación de la narración a través de una tecnología (ahora casi siempre digital) y por lo cual, por cuestiones prácticas, se buscan sitios silenciosos, confortables y lejos de distractores. Si se desea calidad de sonido, las mencionadas son condiciones idóneas para llevar a cabo la conversación, sin embargo, en ocasiones, entrevistador y entrevistado tendrán la impresión de que el espacio no es más que una puesta en escena, montaje fingido para un diálogo aparente. Si tenemos en cuenta que el recuerdo es, de cierta manera, un acto social, entonces un espacio que se vincule de cierto modo con la evocación podrá ser con un lugar más adecuado para la entrevista que un silencioso cuarto aislado.

En 2019 entrevisté a retornados guatemaltecos que habían vivido durante años en Estados Unidos, incluso por décadas. En aquel año se encontraban en Ciudad de Guatemala, a la que habían regresado tras su deportación, y hacían frente a múltiples dificultades laborales, familiares, sociales, entre tantas otras. Algunos incluso carecían de un hogar fijo y pernoctaban en albergues. Para realizar la entrevista, me preguntaba, ¿cuál sería el lugar más adecuado? En casi todas las sesiones, por diversas razones, el hogar quedaba descartado. Tenía en mente que debía ser un lugar silencioso, y al andar por las calles de la capital guatemalteca se me hacía difícil encontrar un sitio adecuado. Se me ofreció una oficina de una organización civil, pero temía que para algunos diera la impresión de ser un interrogatorio obligado, además de estar en una zona de relativo difícil acceso.

Contraviniendo a las recomendaciones generales, de buscar un lugar tranquilo y silencioso para la grabación, el McDonald’s fue, para algunas de las entrevistas, un espacio idóneo. Un par de entrevistados mencionaron que el icónico restaurante de comida rápida era uno de los sitios que habían formado parte de su vida en Estados Unidos: “este era uno de nuestros espacios allá, esto es lo que vivíamos en Estados Unidos”. El lugar fue propuesto incluso, por algunos de los entrevistados y, a pesar de mis iniciales dudas, algunas de las entrevistas se realizaron en ese emblemático lugar, símbolo de la vida y cultura americana. Ese espacio, que tiene presencia importante en Guatemala, funge como vínculo que ata la experiencia del retorno con lo vivido en Estados Unidos, y así, el espacio físico y social, incentiva las memorias de aquel pasado. Los marcos sociales de la memoria –definidos por Maurice Halbwachs (2004[1925]) hace casi un siglo– a veces tan abstractos, pueden tomar forma concreta en los espacios.

Lugares en que las personas se sientan a hablar, lugares de interacción como cafeterías o parques, pueden ser sitios extrañamente idóneos para una entrevista de Historia Oral. Alrededor hay una atmósfera de conversación, espacios en el que entrevistado y entrevistador se insertan, y el contexto físico y social establece una atmósfera para el habla y esfuma aquella sensación de interrogatorio que en ocasiones pueden adquirir las entrevistas. La idoneidad del espacio para la entrevista cambiará de entrevistado a entrevistado, habrá que leer el contexto para saber elegir.[11]

 

b)    Centrar la entrevista

Al sentarse y contar nuestra vida muchas horas pueden pasar imperceptiblemente. Al fin y al cabo, son años y años de experiencia, y al adentrarse en la memoria las puertas del recuerdo se abren una tras otra extendiendo los caminos de la narración. Pero el historiador llega a la entrevista no siempre con un interés biográfico por la persona, sino sobre un tema o experiencia particular, y con frecuencia lo que quiere es ir directo al grano. Sin embargo, antes este tentativo y práctico atajo la ética hace sonar su a veces molesta campana y nos cuestiona: ¿qué visión implica desdeñar las narraciones del entrevistado, tal vez centrales en su vida, pero secundarias para nuestra investigación, y pasar por ellas para ir directamente al meollo del asunto que nos interesa? Bajo esta práctica el entrevistador torna al entrevistado en su mina de información, un sujeto al que hay que estrujar con preguntas para que suelte palabras y así construir la fuente.

Los investigadores que optamos por la Historia Oral realizamos comúnmente entrevistas que no sólo abarcan el tema que deseamos estudiar, sino que se extiende sobre amplios periodos de la vida de la persona, su historia de vida (Leavy, 2011: 11). No sólo las consideraciones éticas empujan a esto, escuchar y comprender otros elementos de la vida del entrevistado –sobre todo aquellos que espontáneamente ella o él comienza a contar–permiten conocerlo mejor y entender el marco interpretativo a partir desde el cual observa, reconstruye e interpreta su propia vida y le otorga un sentido.

Las entrevistas de historia de vida discurren por diferentes etapas del vivir del narrador, aun si el interés del investigador no es biográfico. El tópico principal de nuestra pesquisa podrá emerger espontáneamente a lo largo de la conversación y el entrelazamiento de diversos temas con la narración del entrevistado indica en cierto modo la relevancia y el sentido que el tema o suceso particular tiene en la vida y en la visión del individuo. En cambio, también es posible que nuestro tema de estudio no aparezca en la narración –y así acrecentando la ansiedad del investigador a lo largo de la entrevista– pero que podría ser señal que el tema que queremos estudiar no es central para los entrevistados, lo cual es un elemento importante si como historiadores trabajamos en el campo de significado, sentido y memoria. Hacer de nuestro tema la línea exclusiva de la entrevista a través de preguntas que señalan el camino que nos interesa correría el riesgo de convertir la conversación en un interrogatorio, o hará que nuestro tema de investigación se cubra de una engañosa relevancia que en realidad no tiene en la vida de la persona.

Considero que la mejor aproximación es generar una conversación en torno a la vida del entrevistado –“Cuéntame tu vida”– y en el diálogo generar preguntas que, sin abordarlo directamente, circunde el aspecto central de la investigación. Si en la narración sale a relucir una aproximación a nuestro tema, entonces sí, profundizar con preguntas dirigidas. Sólo al final de la entrevista es recomendable hacer las preguntas sobre el tema de manera más directa. Sin embargo, ¿y si el tema de la investigación no emerge durante la entrevista, o incluso al dirigir directamente preguntas, las respuestas no corresponden con la pregunta? Sea omisión, olvido o desinterés, en cualquier caso, la ausencia del tema que se busca investigar en la narrativa del entrevistado es una evidencia relevante en sí misma. Podría indicar muchas cuestiones, entre éstas que, quizá, la metodología de la Historia Oral no es la más adecuada, pero también podría ser la de un olvido colectivo, la de un tema tabú, que el tema de investigación se centra en un aspecto que es obvio o está naturalizado en la visión del narrador y que, por lo cual, no hace falta explicitar. Muchas razones podrían explicarlo, y por lo cual es necesario conocer el contexto y ser capaz de interpretarlo al ponerlo en relación aun con los silencios. Así, hay que tener en cuenta, que incluso la peor entrevista no es una pérdida absoluta y quizá dice mucho más de lo que aparenta.

Abordar directamente un tema y centrar toda la entrevista en este (discriminación, maternidad, experiencia profesional, etc.) siempre tiene algo de artificial. La vida no se divide en secciones tajantes y un hilo teje entre sí el primero y último respiro, es todo un continuo donde diversas experiencias y factores se enlazan e influyen entre sí. Siempre es necesario dividir y categorizar en etapas la vida, y así lo hace el entrevistado para dar orden a su experiencia y darle un sentido –cerrar círculos, emprender nuevos caminos–, y así también el investigador para mejor analizar y comprender su tema de estudio. Sin embargo, esto no quita la artificialidad de estas líneas divisorias, de la continuidad intrínseca de una vida.

Al centrar la entrevista en el solo tema de la investigación se corre el riesgo de perder contexto de la vida de la persona entrevistada. No me refiero exclusivamente al contexto cultural, social, político y económico que circundan al individuo, sino al de relaciones personales, de aspiraciones, planes y deseos que a lo largo de la vida condicionan y dirigen al individuo y que –casi siempre– sólo ella o él pueden darnos cuenta. Consideremos que la escucha no es nunca una pérdida de tiempo –para empezar sería incongruente con el oficio de un historiador oral–, que conocer lo que el entrevistado ha vivido no es una desviación del “tema central” de la entrevista, sino parte esencial de la labor que permite entender el proceso de significación del pasado. Así, focalizarse en un “elemento del cuadro –escribe Ivan Jablonka– en detrimento de todo el resto, es una forma de engaño. El fragmento de real aislado, huérfano de razonamiento no mantiene una relación con lo verdadero” (2016[2014]: 136).

Una anécdota que surgiera durante la entrevista pudiera parecer trivial si se le ve aisladamente. Pero, si tomamos un tiempo y prestamos escucha, podríamos comprender los lazos que unen a esa anécdota con todo el ser de la persona, con sus experiencias pasadas, con su presente, con sus aspiraciones. Tal vez esa anécdota, de por sí insignificante, adquiere un mayor sentido al ponerla en relación con otras experiencias y momentos.[12]

Vuelvo a mi propia experiencia. En una larga entrevista un retornado contó sobre cuando trabajaba reabasteciendo máquinas dispensadoras de alimentos en Estados Unidos. Platicó que un día estaba preparando su camión, cargado de todo tipo de dulces, bebidas y comidas precocidas que él nombraba por su nombre en una larga letanía de marcas.

 

La cosa es que, te digo mirá pues, al trabajar yo en Candy Vending Machine, hubo un recuerdo, mi memoria de aquí de Guatemala, y esa vez lloré, yo solito en ese camión lloré. Porque la memoria que vino fue muy fuerte. Yo estaba un día llenando mi troka para el siguiente día.

[…] Entonces ese día, te digo, estaba arreglando todo en mi camión, ya estaba sólo echando lo menos pesado que eran los dulces, chocolate, los chips, como aquí los Totrix, […], los Lays. Los estaba acomodando. Entonces, cuando me senté por un momento, para saborear un chocolate, fue cuando mi memoria me vino, a la colonia Kennedy, zona 18, cuando yo era un patojito de siete, ocho años, y me empecé a recordar que yo una vez quise un chocolate, y en una tienda estaba el chocolate, pero yo no tenía dinero para comprar, de eso empezó mi memoria a recordar más.

–Uta, aquel helado que no me pude comer…Aquel dulce que no pude comprar…Aquel pedazo de pastel que no pude comprar…

Y me salieron las lágrimas, no por recodar eso, me salieron las lágrimas porque miré mi camión y miré todo lo que tenía y me acordé de un dicho que a veces la gente lo dice: “Dios tarda, pero nunca olvida.” Y entonces yo me acordé que en ese entonces nunca tuve para comprar todo eso, y ahora a mi edad yo tenía todo en el camión.[13]

 

 

La anécdota adquiere mayor sentido al conocer cómo fue la infancia del entrevistado en Guatemala –aproximadamente cuatro horas antes de la evocación citada–y que aquel momento adquiere mayor relevancia al vincularse pasado y presente y significarse mutuamente. Y entre esas dos experiencias –infancia y adultez– hay decenas de anécdotas, trabajos que se tuvieron y se dejaron, decisiones tomadas, encuentros, desencuentros. La interpretación de un evento será radicalmente distinta según el periodo que se elige observar. Tanto en los grandes procesos históricos, como en las vidas particulares, la fragmentación de un continuo es un artilugio, paso inevitable pero del que hay dejar constancia puesto que es una decisión metodológica en la construcción de la interpretación y el sentido.

 

c)    Relación entre entrevistador y entrevistado: creación del rapport

La creación del rapport es uno de los temas principales cuando se abordan técnicas de investigación cualitativa. Sin embargo, tiene su lado truculento –por decirlo de cierta manera– puesto que implica la construcción de una relación de confianza con el entrevistado con el fin de extraer información más completa y de mejor calidad. Pero la creación del rapport también tiene una función tal vez menos utilitarista y que coadyuva al objetivo de la investigación.

Hay que considerar que el entrevistado tiene un conocimiento distinto del tema al del investigador, que es el de su propia experiencia, y que en el diálogo entre conocimiento académico y experiencia pueden surgir confusiones y malentendidos. En este sentido, la generación de rapport en encuentros anteriores no sólo permite establecer un lazo de cierta confianza con el entrevistado –cuando el investigador se presenta a sí mismo y explica en líneas generales el objetivo de su trabajo–, sino también busca afirmar en el entrevistado el valor de su narrativa y de su propia experiencia (Thompson, 2000[1978]: 12). El investigador puede ser visto como con una especie de aureola que emana de su posición de “experto” y por lo cual el entrevistado puede, en ocasiones, sentirse minimizado en cuanto a su propio conocimiento empírico. Así, un aspecto importante en las primeras comunicaciones con el entrevistado es señalar el valor de su experiencia, de sus visiones y explicaciones, y por lo cual la entrevista tiene sentido.

Por otro lado, habrá que reconocer que en ocasiones, por cuestiones de índole práctica –tiempos, presupuesto– no habrá oportunidad de establecer contacto presencial con el entrevistado antes de la sesión de la entrevista, especialmente si el número de personas a entrevistar ronda sobre la decena. Por lo tanto, el encuentro entre investigador y entrevistado será quizá el único encuentro presencial, y existirá menos confianza que si hubieran sido posibles otras citas. Aunque esto siempre dependerá del carácter de las personas involucradas pues hay personas muy abiertas a compartir sus experiencias. Esto no invalida la fuente, pero requerirá de una lectura distinta. Una entrevista de este tipo puede mostrarnos el discurso que el individuo tiene hacia los otros que están fuera de su círculo de confianza. Es decir, este tipo de diálogo reflejaría el discurso público del entrevistado que incluso puede tener mayor influencia en la sociedad y en la memoria social que el verdadero o sincero pensar o sentir.

 

d)    Entrevistar a la persona central o una persona al margen

Como último aspecto, un elemento central es, claramente, a quién decidimos entrevistar y las implicaciones que tiene para la investigación esta decisión. Con frecuencia se elige a un individuo que tuvo un papel central en el proceso estudiado –un dirigente, líder, político, etc. – que podrá dar cuenta, y a mayor detalle, sobre lo que interesa del proceso que investigamos. Y aunque la elección de entrevistados que hayan ocupado posiciones importantes es la más habitual también tiene su contraparte. Bajo esta práctica se refuerza la visión de que hay lugares “en los que ocurre la historia” y sujetos que “hacen historia”. Así, quienes están afuera de esa posición central son vistos como sujetos ahistóricos, que estuvieron al margen de los procesos que definieron el devenir de las sociedades y por lo cual sus testimonios no aportarían al quehacer historiográfico.

Incluir a las personas que estuvieron “en los márgenes del proceso” puede enseñar algo muchas veces dicho –y muchas veces olvidado–: la Historia no tiene un centro. La creación de “espacios históricos” –Occidente en la historia universal, la Ciudad de México en la historia nacional– obedece a lógicas colonizadoras y/o de discriminación con las que es necesario romper. Esta dinámica se reproduce también en los procesos microsociales, donde los dirigentes y activistas entronizan su visión, experiencia y razonamiento y que se vuelven “la voz del grupo” (Giglia, 2013: 32-34). Escuchar y comprender a las personas que estuvieron “lejos de la acción” abrirá la puerta de otras visiones sobre el pasado, que incluso pueden ser mayoritarias, y que pueden contrastar con las otras visiones más centralistas basadas en los dirigentes.

En una de mis pasadas investigaciones traté la experiencia del refugio guatemalteco en México a partir de la experiencia y memoria de los ex refugiados que permanecieron en el país (2016). Antes de llevar a cabo las entrevistas había leído reportes de derechos humanos de la época e informes de activistas, revisé periódicos de las organizaciones de refugiados y hallé numerosas tesis universitarias elaboradas en los años del refugio. A través de la revisión de estas fuentes tenía una idea del discurso de aquel momento, pero sobre todo comprendí que era el discurso de sus líderes (Thompson, 2000[1978]: 6).[14] Por lo tanto, me interesé en entrevistar a personas que no habían sido las dirigentes de sus comunidades en aquellos años, o que lo fueron sólo por un periodo breve, aquellas que no habían tenido la palabra pública que definieron las fuentes que yo había revisado. ¿Qué tenían que decir “estos otros”? ¿Cómo se diferenciarían sus recuerdos con lo que, en el pasado, habían dicho sus líderes? Explorar y comprender estas visiones del pasado implica una reivindicación de la diversidad de visiones y experiencias. Así, aquel trabajo no fue la reiteración de discursos pasados, fue una visión distinta, tanto por el papel que ocuparon los entrevistados, así como las nuevas interpretaciones que permiten la distancia temporal con los sucesos.

Conclusiones

La historia de la Historia Oral tiene un carácter de epopeya: presente desde los mismos orígenes de la Historia fue olvidada y marginada por la historia científica, para volver a resurgir con fuerza renovada. La historia de la historiografía muestra cómo la exclusión de la oralidad como fuente para la Historia tuvo, a largo plazo, un efecto benéfico en cuanto a que obligó a los historiadores orales a profundizar y reflexionar en torno a los múltiples aspectos que atraviesan la palabra hablada: memoria individual y colectiva, fiabilidad y validez, identidad, subjetividad, sentidos y significados.

Así, las reflexiones en torno a los muchos aspectos que atañen a la Historia Oral fortalecieron, no sólo su práctica, sino que también son una aportación a la disciplina en su conjunto. En el ensayo señalé que la Historia Oral es camino para construir respuestas a determinadas preguntas, a la vez que es inadecuadas para otras. Igualmente, subrayé que la Historia Oral, más que el establecimiento de lo fáctico, su aportación recae en la construcción de sentidos y significados en torno a los acontecimientos. Señalé que es esencial hacer la diferenciación entre lo fáctico y lo verdadero, pues la labor del historiador trasciende el mero establecimiento de lo real, su papel va más allá del registro de lo sucedido.

Me avoqué también a mostrar el papel determinante que juega la subjetividad en la investigación histórico-social, no como un perjuicio inevitable que sólo queda reconocer y aceptar, sino como una herramienta para la construcción de conocimiento. La interpretación de historias de vida, la construcción de significados y sentidos sólo es posible a través de la subjetividad –tanto del entrevistado como del entrevistador– y por lo cual hay que darle su justo espacio.

La reflexión continuó impulsada por las palabras de François Dosse que definen al acontecimiento como producto de la memoria colectiva. En este sentido señalé que las vidas pueden ser vistas como hojas que siguen un camino río bajo empujadas por la corriente de la Historia, pero que es posible girar la mirada y comprender que esa “Gran Historia” es también un producto de un acuerdo tácito de la sociedad que le otorga la relevancia al acontecimiento, una relevancia que se construye incluso desde los pequeños detalles de la cotidianidad.

En el segundo apartado de este trabajo me centré en los aspectos metodológicos de la Historia Oral, en las decisiones que se toman a lo largo de la investigación. Primero abordé el espacio de la entrevista y cómo este influye en la conformación de la fuente. Ahí indiqué que, contraviniendo clásicas recomendaciones, un lugar relativamente ruidoso, pero que sea un espacio natural que invite al diálogo, puede ser más adecuado que una sala silenciosa para realizar una entrevista.

El segundo aspecto metodológico que discutí fue el centrar la entrevista exclusivamente en el tema de investigación. Hacerlo así ahorra tiempo al investigador, sin embargo, tiene consideraciones éticas pues torna al entrevistado en una fuente de la que estrujamos la narración de su vida a través de preguntas y la despabilamos de aquello secundario a la investigación. No obstante, señalé que profundizar en la vida del entrevistado no es una pérdida de tiempo y la escucha de otros momentos no centrales para la investigación sirven para mejor comprender cómo el individuo construye su marco interpretativo.

Otro aspecto que se discutió fue la creación del rapport, e indiqué que es necesario, no sólo generar confianza, sino afirmar en el entrevistado el valor de su experiencia y su narración, incluso frente al conocimiento académico del experto. Finalmente, como último elemento discutí la decisión de a quién entrevistar. Frecuentemente se opta por quienes han estado en el “centro” de la acción y en la toma de decisiones, sin embargo, elegir esta única vía refuerza la vieja noción de “lugares en que ocurre la historia” y “sujetos que hacen historia”. Por lo tanto, y a partir mi experiencia, señalé cómo el conocimiento histórico se enriquece cuando se estudia las narrativas de las personas que estuvieron “al margen” del proceso estudiado.

La Historia Oral es venero de cuantiosas reflexiones, si como entrevistadores invitamos a nuestros entrevistados a reflexionar nuevamente sobre su vida, es también nuestro deber reflexionar sobre nuestras propias prácticas, presupuestos y decisiones. Así, el quehacer de la Historia Oral seguirá enriqueciéndose de las experiencias de quienes la practicamos, y de este modo, también construiremos el sentido y significado de esta bella labor.

 

 

Bibliografía

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FECHA DE RECEPCIÓN: 21/05/2021

FECHA DE ACEPTACIÓN: 12/11/2021



[1] Para ver una síntesis de los problemas, desafíos y críticas que ha encontrado la Historia Oral a lo largo de las últimas décadas véase (Collado Herrera, 1994; Thomson, 1998; Thompson, 2000[1978]).

[2] Significado y sentido puede sonar algo vago, pero esto sucede porque ambos términos hacen referencia a la subjetividad. Se preguntará justamente ¿cómo saber que algo tiene significado y sentido?  Ambos aspectos, como se verá, son producciones, no algo que se “encuentra” en el hecho. La investigación misma forma parte del proceso de construcción de sentido y significado. Ambos se establecen a través de la vinculación del presente y el pasado, en explicar cómo ha sido visto este evento por la sociedad presente, o la razón por la cual ha sido silenciada u olvidada, y por lo cual el contar, comprender y explicar una historia adquiere sentido. El sentido implica una racionalidad de cierto proceso en relación con su pasado-presente-futuro, mientras que el significado conlleva más una valoración del proceso. Cabe recordar que Wilhelm Dilthey fue el filósofo e historiador que, a inicios del siglo pasado, señaló que la tarea del historiador consiste en elaborar historias significativas (2015: 100-106).

[3] Considero que esa posición positivista es ingenua independientemente de la fuente por la que se opte, sean fuentes archivísticas o estadísticas, para las cuales es más fácil hacer la vista gorda de que la construcción de estas fuentes también está imbuida de subjetividad, así como también lo está su lectura e interpretación. A esta visión también se le ha llamado “realismo ingenuo.” (Garay, 2013: 22).

[4] Si bien considero que la Historia Oral es mejor empleada para el estudio de percepciones e imaginarios, sentidos y significaciones, esto no implica que sea totalmente inadecuada para el estudio de las estructuras sociales. Daniel Bertaux señala que la búsqueda de “casos negativos”, historias de vida que contradigan nuestro modelo explicativo, tienen el potencial con de confirmar, refutar o refinar el modelo propuesto (1989: 91).

[5] El llamado “Teorema de Thomas” es un principio usual en los estudios sociológicos. Fue planteado por primera vez por William I. Thomas y Dorothy S. Thomas en 1928 (Smith, 1995: 12-13).

[6] Traducción del autor.

[7] Mario Santos. 15 de junio de 2019, Ciudad de Guatemala. Hugo Alfaro.

[8] Recomiendo la lectura del pequeño cuento de Ivan Bunin, “Un otoño frío”. Autobiografías como la de Stefan Zweig, El mundo de ayer, Heda Margolius Kovály, Bajo una estrella cruel, Nina Berbérova, El subrayado es mío, o las partes autobiográficas de Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn dan esta impresión.

[9] Enzo Traverso hace una diferenciación entre memorias fuertes, las que han sido institucionalizadas como las memorias de la Shoah, y las memorias débiles, esas que se mantienen al margen de las instituciones (Traverso, 2007[2000]: 53-55).

[10] La novela avanza en la vida de las calles de Constantinopla y la paz se rompe en explosiones de violentos pogromos contra la población armenia. 

[11] La tecnología ha avanzado y la cuestión del ruido del entorno puede ser casi anulado por la tecnología, a través de pequeños micrófonos que se sujetan a la solapa del entrevistado y captan su voz mientras eliminan ruidos no deseados. En cualquier caso, si la grabadora es baja en calidad, habrá que priorizar un ambiente silencioso para que la transcripción sea posible.

[12] El ya clásico texto de Portelli, “La muerte de Luigi Trastulli”, es un referente respecto al sentido del recuerdo (1989).

[13] Manuel Fernández (pseudónimo). 26 de junio de 2019, Ciudad de Guatemala. Hugo Alfaro.

[14] Thompson señala que el margen de la historia se ha ampliado para incluir a otros grupos y clases sociales, pero que aún ahí permanece la perspectiva dominante de la administración y la política.