Jóvenes,
voces y territorios: resonancias, generaciones y organización social en la
Argentina de los años noventa
Youth, voices and territories: resonances, generations
and social organization in the Argentina´s nineties
Pablo Vommaro
Universidad de
Buenos Aires,
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales
Resumen
Las
organizaciones sociales de base territorial se han mostrado persistentes en las
últimas décadas como ámbitos de participación política y social y como
expresión de diversos conflictos espacializados.
Asimismo, las juventudes han sido activos protagonistas de estas organizaciones
desplegando propuestas y alternativas a nivel económico, político, social,
cultural y subjetivo. De esta manera, sostenemos que las organizaciones
territoriales que emergieron en la Argentina y en otras regiones pueden ser
estudiadas desde la perspectiva generacional, considerando que el componente
juvenil no es solo un rasgo demográfico o etario, sino que constituye un
configurador de muchas de las características que estos movimientos tuvieron.
A
partir de lo dicho, este artículo abordará la experiencia organizativa del
Movimiento de Trabajadores Desocupados de San Francisco Solano (Quilmes, sur
del Gran Buenos Aires, Argentina), que se vincula con otras experiencias
desplegadas a nivel territorial en la zona en las últimas décadas. Para
lograrlo, se destacará el abordaje generacional como una manera de comprender
sus rasgos característicos y singulares. El texto se basará en la metodología
de la Historia Oral, recuperando y sintetizando trabajos anteriores del autor.
Palabras claves: juventudes, territorios, generaciones, Argentina
Abstract
Territorial-based
social organizations have been persistent in recent decades as spheres of
political and social participation and as an expression of various spatialized
conflicts. Likewise, youth have been active protagonists of these
organizations, deploying proposals and alternatives at the economic, political,
social, cultural and subjective levels. In this way, we argue that the
territorial organizations that emerged in Argentina and other regions can be
studied from the generational perspective, considering that the youth component
is not only a demographic or age trait, but constitutes a configurator of many
of the characteristics of these movements.
Based on
what has been said, this paper will address the organizational experience of
the Movimiento de TrabajadoresDesocupados
de San Francisco Solano (Quilmes, southof Gran Buenos
Aires, Argentina) which is linked to other experiences deployed at the
territorial level in the area in recent decades. To make it, the paper will
highlight their generational approach as a way of understanding their
characteristic and unique features. The paper will be based on the methodology
of Oral History, recovering and synthesizing previous works by the author.
Keywords: youth, territories, generations, Argentina
Presentación
Las
organizaciones sociales de base territorial se han mostrado persistentes en la
Argentina de las últimas décadas como ámbitos de participación política y
social y como expresión de diversos conflictos espacializados.
Asimismo, las juventudes han sido activas protagonistas de estas organizaciones
desplegando propuestas y alternativas a nivel económico, político, social,
cultural y subjetivo. De esta manera, sostenemos que las organizaciones
territoriales que emergieron en la Argentina y en otras regiones pueden ser
estudiadas desde la perspectiva generacional, considerando que el componente
juvenil no es solo un rasgo demográfico o etario, sino que constituye un
configurador de muchas de las características que estos movimientos tuvieron.
En este artículo
trabajaremos singularmente con la experiencia del Movimiento de Trabajadores
Desocupados de San Francisco Solano (MTD de Solano) que se desplegó entre
mediados de los años noventa y mediados de los dos mil[1],
poniendo el foco en sus espacios juveniles de participación. Abordaremos las
configuraciones generacionales de esta organización
social de base territorial (Vommaro, 2010) desde
la Historia Oral para lograr acercarnos a las percepciones, saberes, capacidades,
valores y deseos de sus integrantes; a la mirada, o punto de vista de los
sujetos sociales (Necoechea, 2006), a partir de
indagar, partiendo de su experiencia directa, en sus proyectos de vida
singulares y colectivos. Como nos recuerda Ricoeur (1990 y 1999), en el relato
que produce la entrevista aparecen una multiplicidad de voces, silencios, cosas
no dichas o dichas a medias. Arfuch (1995) señala que
la entrevista es una “relación dialógica”, un “momento de interacción” que
vincula “dos universos existenciales: lo público y lo privado” (Arfuch, 1992: 8 y 73). La autora propone que, a través de
la Historia Oral, “se juega la posibilidad de aproximación a grandes
configuraciones de sentido, al espesor del discurso social que marca los climas
de época. La memoria […] va más allá de una reproducción de la realidad social,
es un lugar de mediación simbólica y elaboración de sentido” (Arfuch, 1992: 70).
Entonces, lejos de estar
cosificada o fijada en el pasado, la memoria es un terreno activo y dinámico, en
el cual se producen significados que expresan conflictos subjetivos, políticos
y sociales del pasado y el presente en el que se produce la entrevista. Podemos
afirmar, con Bertaux (2005), que las percepciones que
sobre una situación elabora un sujeto constituyen para él la “verdad de esa
situación”, y que es en función de esa percepción que el sujeto actuará. De
esta manera, la verdad de cada acontecimiento producido en la vida de los
sujetos, que es producto de la particular interpretación, percepción y representación
que construyó sobre el mismo, se podrá modificar a lo largo del tiempo. Sobre
un mismo hecho, no sólo diferentes individuos aportarán su punto de vista (Necoechea, 2006); sino que una misma persona podrá variar
su interpretación en distintos momentos de su vida (Bertaux,
2005).
En suma, para Bertaux, es necesario distinguir entre la historia vivida
por un sujeto y el relato que pudo hacer sobre la misma ante la demanda de un
investigador (Bertaux, 2005). Y esto llama la
atención no sólo acerca de la dimensión dialógica y construida de la
entrevista; sino también, como señala Arfuch (1995),
acerca de que “los relatos de la vida de los sujetos nos permiten aprehender
sus experiencias anteriores, su pasado, que entretejiéndose con su presente, va
configurando su futuro” (Arfuch, 1995). Así, el
testimonio oral expresa una multiplicidad de tiempos de los que podemos
distinguir al menos cuatro. El momento en el que sucedió el hecho narrado; el
tiempo en el que se produce la entrevista; el período que transcurrió entre el
hecho y la entrevista; y el futuro que se prefigura en el relato cargado de
subjetividades, anhelos e interpretaciones. Como nos recuerda Bajtin (1994), el
discurso carga la historia dentro de sí.
A través de la metodología
de la Historia Oral y el trabajo con la memoria, el recuerdo y el olvido (Joutard, 1986; Portelli, 1997 y 2000; Bertaux,
2005 y Necoechea y Pozzi, 2008) indagamos acerca de
las transformaciones en la subjetividad y la experiencia en el territorio y
descubrimos las continuidades, singularidades y rupturas. Ya Geertz (1989)
señaló la importancia de haber “estado allí” para comprender significados,
símbolos, modos de producción y apropiación, valores, saberes, prácticas,
disposiciones espaciales.
Uno de quienes abrieron el
campo de la Historia Oral fue Fraser (1979), con su estudio acerca de la Guerra
Civil Española en base a fuentes orales. En este trabajo Fraser planteaba que
lo que expresaban los testimonios orales “era su verdad, la verdad de la gente,
lo que deseaba reflejar. Y lo que la gente pensaba –o pensaba que pensaba-
también constituye un hecho histórico” (Fraser, 1979). Y podríamos agregar,
forma parte de la realidad social. En nuestra investigación la perspectiva de
la Historia Oral se enriqueció, además de con otras herramientas metodológicas,
con las propuestas de estudio de los trabajadores y los sectores subalternos
que formularon autores como Thompson (1989 y 1995) o Ginzburg (2001).
A
partir de lo dicho, este artículo abordará la experiencia organizativa del MTD
de Solano desplegadas a nivel territorial en la zona sur del Gran Buenos Aires
(Argentina) entre mediados de los años noventa y mediados de los dos mil,
destacando el abordaje generacional como una manera de comprender sus rasgos
característicos y singulares. El texto se basará en la metodología de la
Historia Oral, recuperando y sintetizando trabajos anteriores del autor[2].
Las experiencias estudiadas
Como parte de las
transformaciones de mediana duración que experimentó el capitalismo durante la
segunda mitad del siglo XX, podemos identificar que la dimensión territorial ha
tomado un creciente protagonismo en las dinámicas sociales (Vommaro,
2017). El territorio cobra relevancia en tanto elemento material que expresa
construcciones simbólicas con fuerte incidencia social; puede ser construido,
apropiado y reconfigurado en una relación de doble vía que deviene en la
producción de lo otro mediado por la espacialidad, sus formas y
potencialidades. En este sentido también es productor, reproductor y transformador
de diversas configuraciones de la política entre las que destacamos la
generacional, que abordamos en este artículo. Esta transformación desplegada
con fuerza en las últimas décadas focalizó los análisis en un proceso de doble
vía o recíproco que no había sido tomado en cuenta con la suficiente
relevancia: la espacialización de la política
y la politización del espacio.
En este artículo nos
proponemos analizar en clave generacional y desde una perspectiva diacrónica
las dinámicas espaciales de experiencias de participación política y
organización social que podemos considerar no institucionales. Entendemos esta
producción de la participación con perspectiva generacional como un proceso en
el que se despliegan disputas territoriales, prácticas políticas que persisten
y otras que emergen, a la vez que múltiples construcciones y conflictos
comunitarios que se expresan de diversos modos (Vommaro
y Daza, 2017).
Consideramos que los
procesos de politización de la vida social abordados desde la perspectiva
expuesta generan una transformación en las relaciones entre la política y el
espacio en el cual ésta es producida. Así, el espacio socialmente producido,
concebido como un entramado de relaciones político-sociales dinámicas, deviene
territorio; configura un proceso ambivalente de territorialización de la
política y de politización del territorio (Vommaro,
2015).
Sostenemos entonces que
durante las últimas décadas en la Argentina se produjo un proceso de
politización del espacio que territorializó las prácticas políticas. Esto puede
ser interpretado desde las configuraciones generacionales que potenciaron su
despliegue, a la vez que desde una perspectiva diacrónica que contribuye a la
comprensión integral del proceso. Si bien estos rasgos comenzaron a gestarse a
fines de los años sesenta, es en los tempranos ochenta cuando se consolidan y
emergen tramando la política territorialmente situada. En este sentido, las
formas políticas producidas por las juventudes en décadas posteriores estarían
signadas por pervivencias que, actualizadas y reconfiguradas, contienen muchos
de las principales características de la politización espacial del período que
aquí estudiamos.
En efecto, en este
artículo trabajaremos la experiencia de organización territorial de los denominados
Movimientos de Trabajadores Desocupados –MTD-, producida en los años noventa.
Lo haremos a partir de los modos de participación producidas por los jóvenes
organizados específicamente con el MTD de Solano y nos enfocaremos en sus
espacios de producción y en sus prácticas cotidianas. En este sentido,
estudiaremos los denominados talleres productivos de esta organización y las
dinámicas que se producían en las diversas acciones de ocupación del espacio
público.
Llegamos a la realización de las entrevistas y la
selección de los entrevistados del Movimiento de Trabajadores Desocupados de
Solano a partir de un ingreso etnográfico al campo. De esta manera, el
acercamiento etnográfico nos permitió conocer los aspectos cotidianos de la
organización social y descubrir los integrantes con los que era más
significativo conversar para los objetivos que nos habíamos propuesto.
Organizaciones territoriales
e Historia Oral
Cuando elegimos trabajar con
organizaciones sociales contemporáneas la metodología propuesta por la Historia
Oral se presenta como una herramienta sumamente fructífera para permitirnos
acceder a las producciones subjetivas de sus integrantes, sea a nivel
individual o colectivo. En el despliegue de la investigación identificamos
algunas singularidades al respecto que expondremos brevemente a continuación.
Trabajar a partir de la
Historia Oral rescata, destaca, valoriza y pone de relieve las diferencias y
contribuye a no reproducir las desigualdades del presente enraizadas en
procesos histórico-sociales del pasado. Muchas veces, las diferencias son
negadas o más difícilmente accesibles y las desigualdades son reproducidas al
trabajar con otras fuentes como las documentales, estadísticas, entre otras.
Acercarnos a los testimonios
de los jóvenes protagonistas de los procesos históricos permite contrarrestar
las desigualdades sociales reproducidas muchas veces en los relatos de la
historiografía oficial y tradicional. Por otra parte, trabajar a partir de la
oralidad posibilita asumir la diferencia como capacidad o potencia y no como
fragmentación. Permite valorizar los procesos de singularización y
subjetivación en tanto dinámicas de politización no unívocas ni homogéneos,
singulares. De esta manera, partir de la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad
implica reconocer la diferencia. Sin embargo, la Historia Oral nos permite
descubrir que la diferencia potencia.
Permite construir lo común en la diferencia, asumiendo las
complejidades, conflictos, ambigüedades y contradicciones de las subjetividades
y las relaciones humanas.
Poner de relieve lo común no
significa intentar homogeneizar la organización social con la que trabajamos o
borrar las diferencias que le son inherentes y constitutivas. Al contrario, una
de las mayores riquezas de este tipo de organizaciones es poder trabajar a
partir de las diferencias, de las diversidades, intentando construir lo común.
Es decir, la capacidad de volver potencia lo heterogéneo, lo múltiple, lo
diverso, evitando que se transforme en desigualdad. Dicho de otra manera, que
el necesario proceso de asumir y subrayar las diferencias posibilite la
constitución de la igualdad.
Esta igualdad puede ser
entendida también como la construcción de lo común, de espacios y relaciones
sociales comunes, que permitan desplegar un proyecto colectivo que altere el
estado de cosas existente en una situación determinada.
La construcción de
comunidad, entonces, permite que la diversidad que caracteriza al territorio,
que las diferentes situaciones individuales y que la violencia que domina la
vida barrial juvenil se transformen en capacidad creadora al organizarse en un
proyecto colectivo, comunitario. Si el poder (el estado, el capital) separa,
diferencia, clasifica, divide; las organizaciones sociales que indagamos se
proponen reunir, integrar, componer, igualar. Las dimensiones afectivas,
emocionales, vinculares y corporales tienen un lugar importante en estos
procesos (Vommaro, 2017).
Nos deslizamos así hacia
otra dimensión significativa para comprender las configuraciones políticas y
subjetivas de las organizaciones sociales en clave generacional: el proceso de
politización de los espacios cotidianos. Una política de y desde lo cotidiano
que torna políticas (comunes, públicas y conflictivas) relaciones y dimensiones
que antes permanecían en el ámbito de lo privado o lo íntimo. Entonces, al
acercarnos a las prácticas cotidianas que los sujetos sociales despliegan en
diferentes espacios (lugares de producción, ámbitos territoriales, familiares,
entre otros) la metodología de la Historia Oral nos invita a explorar una
amplia gama de posibilidades para comprender los procesos de cambio y
continuidad que protagonizan.
Los valores, saberes,
lenguajes, prácticas, experiencias y tradiciones que se van transmitiendo de
generación en generación, son posibles de percibir a través de los testimonios
orales de los protagonistas que producen su experiencia de vida. Esto es así ya
que la entrevista, entendida como espacio de interrelación, diálogo e
intercambio, nos permite acercarnos a los sujetos que protagonizan los procesos
históricos que estudiamos, produciendo un desplazamiento múltiple respecto a
los problemas de estudio que construimos.
Esta disolución de la
lejanía que funda buena parte del conocimiento social dominante permite
replantear la relación sujeto investigador – objeto investigado para proponer
otro vínculo en el que las dos partes son reconocidas como sujetos y el
conocimiento producido a partir de esta relación es, entonces, subjetivo y
situado. A partir de esto último, en la entrevista se ponen en juego las
subjetividades de quienes la constituyen. Lejos de negar las implicaciones
subjetivas, la entrevista en tanto espacio que puede transformar a sus
protagonistas, permite encarar las modalidades de objetivación de los problemas
y procesos estudiados a partir de reconocer y asumir las subjetividades que se
ponen en juego y se reconfiguran allí. Así, la entrevista –en tanto
acontecimiento, expresión y actualización de procesos anteriores y también en
su dimensión performativa- es a la vez un espacio de transformación y un
espacio de creación o innovación.
Además, construir un
testimonio oral (una fuente oral) implica asumirse desde un no saber y
reconocer que hay otro sujeto que, no estando legitimado como investigador o
intelectual, conoce elementos sobre un hecho o proceso que nosotros no. La
Historia Oral significa también, entonces, reconocer que existen otros saberes
y otras formas de conocimiento. Si pretendemos que a partir de la fuente oral
podamos interpretar, comprender (y transformar) la realidad social que
estudiamos, tenemos que ser también capaces de asumir ese otro saber, ese otro
conocimiento, en todas sus dimensiones e implicancias; aún cuando cuestionen
nuestros propios supuestos.
Así, la Historia Oral, como
la entendemos, permite construir un diálogo sistemático entre dos sujetos con
capacidades y potencialidades singulares. El investigador que indaga acerca de
un proceso, organización o acontecimiento histórico, y el sujeto que
protagoniza el proceso que aquel quiere conocer. Revisitamos así el problema de
la diferencia y la desigualdad. El intercambio que constituye la entrevista
expresa esta relación dialógica, que, aunque disímil, no tiene por qué ser
desigual.
Avanzando, el diálogo que
planteamos es también interpelación. Y esta interpelación, si somos capaces de
asumirla, nos lleva a redefinir y repensar nuestro trabajo. Nos provoca a
redefinir conceptos y reformular las perspectivas a partir de las cuales
estudiamos alguna problemática. Nos estimula para ser creativos e innovar en el
proceso de construcción de conocimiento. No repetir fórmulas ni repetirnos,
sino repensar constantemente acerca de nuestra tarea. De esta manera, la
Historia Oral permite cuestionar la posibilidad de construir un conocimiento
absoluto y objetivo, incorporando al proceso de investigación tanto la voz del
investigador como la del sujeto entrevistado.
Sin desconocer la utilidad de otras fuentes como
las documentales, que muchas veces tenemos que analizar en relación con los
testimonios orales, consideramos que para realizar una historia integral de las
organizaciones sociales territoriales contemporáneas necesitamos valernos de
las fuentes orales y producirlas.
Las fuentes orales nos
permiten indagar, por un lado, en la memoria y el recuerdo. Por otro, descubrir
un punto de vista o una perspectiva particular sobre un proceso, que guarda una
relación compleja y mediada con el relato de las cosas “tal cual sucedieron”[3].
De todos modos, lo que hay que explicitar es que, al trabajar con la oralidad,
interpretamos la historia a partir de las percepciones actuales de los sujetos
sociales que protagonizaron las experiencias que estudiamos, a las que llegamos
a través de las entrevistas realizadas. Es decir, trabajamos con percepciones,
recuerdos, sensaciones y saberes, a la vez que, con olvidos y silencios, sobre
un pasado más o menos lejano que están construidas a partir de la vivencia de
aquellos días, la experiencia vivida en los años transcurridos y el presente en
el cual se produce la entrevista.
Llegados a este punto nos
parece necesario realizar algunas aclaraciones. Por un lado, que las
concepciones que presentamos acerca de la Historia Oral intentan no ser
sustancialistas o esencialistas. Es posible recorrer los caminos que abre el
trabajo con los testimonios orales solo si estamos dispuestos a asumir una
postura política, teórica, conceptual y metodológica alternativa a la dominante
en el campo académico. Por eso concebimos el hacer Historia Oral como la
asunción de un compromiso, como la expresión de una disposición a encarar
ciertas cuestiones que no son naturales ni están dadas, deben ser producidas.
Tenemos que estar preparados para asumir que no sabemos sobre algo, tenemos que
ser capaces de escuchar al otro, tenemos que poder asumir esos otros saberes,
estar dispuestos a aprehender los procesos de dominación y resistencia a nivel
cotidiano, las redes sociales de organización (y solidaridad) a nivel
territorial, las prácticas innovadoras, alternativas y alterativas que producen
los sujetos como expresión del antagonismo social.
Por otra parte, trabajar con
la Historia Oral implica asumir también un conjunto de problemas, de los que no
podremos dar cuenta aquí, pero queremos sólo dejar planteados. Podemos comenzar
mencionando la polifonía y polisemia que son inherentes al trabajo con fuentes
orales tal como nosotros lo concebimos. Esta multiplicidad de voces y de
significados se constituye en forma conflictiva, con voces que se superponen,
contradicen y confrontan; a la vez que se componen e integran constituyendo una
perspectiva desde la cual interpretar los procesos históricos.
En segundo lugar, nos
enfrentamos a lo que podemos denominar el problema del error y la
reconstrucción parcial. Si somos capaces de trabajar con la Historia Oral desde
la perspectiva que proponemos, podremos ver que, sin embargo, estos no son
obstáculos, sino condiciones básicas (puntos de partida) desde las cuales se
produce la historia partiendo del testimonio oral. Coincidimos con Adleson, Camarena e Iparraguirre (2008: 47), quienes,
retomando a Todorov y Labov, sostienen que “la historia no se cuenta cuando se
adhiere a una cronología ´objetiva´, sino cuando se aparta de ella para
incorporar sentidos y conceptos o juicios subjetivos”. Al fin de cuentas,
acordando nuevamente con Necoechea (2006) el
testimonio oral es un punto de vista posible entre otros. Al igual que si
trabajásemos con otro tipo de fuentes, “lo importante de los testimonios no es
la veracidad de los mismos, sino más bien la posibilidad de rastrear sentimientos
a través del tiempo”, agrega Pozzi (2008: 5).
El MTD de Solano desde la
perspectiva generacional
El MTD de Solano se inició en este barrio de Quilmes (sur del Gran
Buenos Aires) a mediados de 1997. El día exacto en el que sus miembros recuerdan
su fundación es el 8 de agosto. En esta jornada realizaron la primera asamblea
constitutiva integrada por unas treinta personas. En esos momentos iniciales,
muchos de sus fundadores estaban ligados al Movimiento Teresa Rodríguez (MTR,
con desarrollo territorial en F. Varela) y en el marco de esta organización
realizaron el primer corte de ruta (Vommaro, 2018).
En ese entonces el MTD se nucleaba alrededor de la parroquia Nuestra
Señora de las Lágrimas, conducida por el sacerdote Alberto Spagnuolo.
Esta iglesia dependía del obispado de Quilmes (cuyo obispo era Jorge Novak,
quien tuvo una posición de apoyo a los organismos de Derechos Humanos frente a
la última dictadura militar argentina).
El
lugar de la iglesia en la organización social y política del barrio fue
significativo al menos desde el proceso de tomas de tierras que se desarrolló a
partir de agosto de 1981, cuando las Comunidades Eclesiales de Base impulsaron
la creación de asentamientos en las tierras ocupadas. El papel del obispado de
Quilmes y del sacerdote Raúl Berardo fue importante
en esta experiencia[4].
Uno de los barrios más importantes surgidos de este proceso fue San Martín,
donde años más tarde nació el MTD, también vinculado a la experiencia
eclesiástica.
Sin embargo, casi veinte años más tarde las cosas habían cambiado.
Cuando el obispado de Quilmes se enteró de que la parroquia de Spagnuolo servía como sede de una organización social que
estaba comenzando un nuevo proceso de lucha intentó abortar la iniciativa.
Primero convocó al sacerdote Spagnuolo para
exigirle que cesara su trabajo con el incipiente MTD. Como Spagnuolo
no aceptó la orden, el obispado optó por el uso de la fuerza directa. La
parroquia fue finalmente desalojada por la Policía de la Provincia de Buenos
Aires y los desocupados expulsados de su seno. El sacerdote, que optó por
continuar su trabajo en el MTD a pesar de la oposición institucional de la
iglesia, fue suspendido en sus funciones eclesiásticas.
Ante la violenta expulsión que habían sufrido, los integrantes del
flamante Movimiento decidieron acampar en la plaza que estaba frente a la
parroquia. Finalmente, consiguieron que el municipio les dé los materiales para
la construcción de veinte casas con la condición de que encuentren un terreno y
levanten el campamento en ese espacio público. Pronto lograron instalarse en un
lote grande, a pocas cuadras de allí, que ofreció un miembro del Movimiento
entusiasmado a partir del alejamiento de la iglesia que se había producido.
Este lote estaba ubicado sobre la calle 891 y se constituyó en el galpón
y principal referencia del MTD en el barrio por muchos años.
Este
hecho hizo crecer al MTD y fortalecer su confianza. Eran capaces de lograr lo
que se proponían y ya tenían un lugar propio en el cual instalarse. Además, el
hecho de establecerse fuera del ámbito de la iglesia hizo que se acercaran
nuevos vecinos que desconfiaban de esa institución.
A inicios de 2001 la organización se dividió entre quienes se fueron a
trabajar con el MTR y quienes continuaron organizados en el MTD de Solano.
Según varios testimonios, esta separación respondió sobre todo a diferentes
concepciones acerca de la construcción territorial, los modos de relacionarse
con el estado en sus diferentes instancias, los formatos de lucha y la
organización interna, entre otras divergencias.
La experiencia de participación, organización y producción de los y las jóvenes que componen el MTD de
Solano se produjo en una situación compleja. Por un lado, Solano era una zona
signada por la pobreza, la desigualdad social y el desempleo agudizados por la
implementación de las políticas neoliberales predominantes desde los noventa[5].
Por otro, como señalamos, en los últimos años, se hicieron más visibles los
límites y el agotamiento de las formas políticas clásicas ligadas al estado, la
democracia liberal, los partidos políticos y los sindicatos. Ante la impotencia
de lo que podemos denominar política representativa (que es también la
redefinición de instituciones como la familia, la escuela, la iglesia o el
trabajo salarial y formal), las respuestas que se intentaron desde las
instituciones existentes parecieron insuficientes. Esto tanto a nivel del
estado como de los partidos políticos que no alcanzaron a contener u organizar
el descontento social en este punto.
De esta manera, a partir
del estudio de organizaciones como el MTD de Solano, podemos dar cuenta de cómo
el rechazo de los y las jóvenes no es a la política como tal, sino a formas
específicas de hacer política, ligadas a lo estatal y en especial a lo
partidario (Sidicaro y TentiFanfani,
1998). De allí, la escasa participación juvenil en los espacios políticos
clásicos (enmarcada además en la desestructuración, o desfondamiento[6],
de las instituciones características de la sociabilización de los y las jóvenes
como la familia o la escuela) no tiene por qué traducirse en la idea de que las
nuevas generaciones no se interesan por lo colectivo, sino bien puede, por el
contrario, abrir la posibilidad de comprender el proceso de constitución de
organizaciones sociales disruptivas en donde el desafío y el antagonismo siguen
estando en un lugar central.
Recuperaremos aquí tres espacios de
participación y protagonismo juvenil en este movimiento que podemos interpretar
como ámbitos de expresión de las configuraciones generacionales de la política
en este tipo de organizaciones territoriales.
Los espacios de formación y educación popular
Los espacios de formación y capacitación
autogestionados fueron un rasgo característico del MTD de Solano –y de otras
organizaciones sociales similares- y un elemento central para el despliegue de
su proyecto político (Vommaro, 2010). En efecto, la
alteración y contestación de los saberes y valores dominantes, y la producción
de saberes, valores, lenguajes y capacidades propios ocuparon un lugar fundamental
en el proceso de construcción de relaciones sociales alternativas, que
constituyó una de las formas en las que se expresó la propuesta de cambio
social de esta organización.
Nuestro entrevistado Je. enfatizó esta cuestión:
“para nosotros
la formación y la capacitación es central. Es decir, el proyecto de vida que
queremos construir es un hombre nuevo[7], es la nueva
sociedad, es el cambio social. Bueno, para hacer eso tenemos que tener en
cuenta la formación que tiene tres ejes: capacitación técnica y política, la
lucha y el trabajo. […] Salir a pelear es importante, salir a la ruta es
importante. Pero mucho más importante es poder discutir y entender con los
compañeros por qué salimos a la ruta y por qué peleamos. Que no salimos por un
plan, que no salimos por un bolsón de comida. Salimos por dignidad y cambio
social esencialmente. Que vamos a obtener el plan y el bolsón, pero para
convertirlos en dignidad y cambio social”…[8].
En cada barrio en el
que se organizaba el Movimiento funcionaba un espacio de formación en el que
participaban quienes integraban la organización allí. Tanto las áreas de
trabajo, como los talleres productivos tenían un día semanal dedicado a la
formación de sus miembros. La mayoría de los participantes de estos espacios
eran jóvenes.
Por otra parte, como
vimos, también consideramos a las asambleas como instancias de formación
militante y construcción de otras formas de relacionarse y ser en el colectivo.
En los espacios de
formación se trabajaba en base a la metodología y la propuesta de la educación
popular. Para esto se tomaban tanto escritos de autores como Paulo Freire o
Jacques Rancière, como cuadernillos de formación
producidos por el MST brasilero, entre otros. Por ejemplo, entre algunos
militantes jóvenes[9]
del MTD de diferentes barrios se constituyó un taller de discusión acerca del
libro El maestro ignorante, de Rancière (2002). Algunos resultados de los debates de este
taller se publicaron en el libro El taller del maestro ignorante (MTD de
Solano y Colectivo Situaciones, 2005).
Algunos pasajes de este
libro pueden servirnos para acercarnos a las concepciones del MTD sobre estas
cuestiones.
Existe una tradición en la que los textos que se publican son tomados como
verdades, lo que muchas veces no nos permite difundir y compartir lo que
estamos pensando y trabajando. Por eso vale aclarar que esta publicación, estas
ideas, no son conclusiones acabadas ni son teorías de "educación"
prontas a ser aplicadas. Son puentes. El ánimo de este cuaderno, entonces, es
el de generar un tránsito de ideas y compartir una serie de problemas que
durante un tiempo determinado nos constituyeron como Taller del
Maestro-Ignorante (MTD de Solano y
Colectivo Situaciones, 2005).
En el taller hablamos de desmoralizar la noción de ignorancia. No se
trata de disimular un saber que se tiene ante quien suponemos que no lo tiene,
porque la ignorancia es lo que nos incumbe a todos en un vínculo no
utilitario. En las condiciones actuales es una ficción suponer que alguien
tiene saberes válidos sin hacer la experiencia de esa validez. Lo que nos
vuelve ignorantes, en un sentido activo, es la emergencia de un "no
saber" de la situación de aprendizaje misma, del vínculo entre nosotros:
una relación que, precisamente, ignora lo que debe ser y así se convierte en un
acto de libertad. Ignorar es desclasificar a los otros y a nosotros
mismos. Implica una apertura a lo que puede ocurrir, un no saber sobre lo que
va a pasar en el encuentro (MTD de Solano y
Colectivo Situaciones, 2005).
la hipótesis de la igualdad de las inteligencias suele descartarse cuando
se habla de los pobres. Ser pobre es un límite, una carencia radical y, por lo
tanto, el contexto social y económico aparece fundamentando la división entre
los que saben y los que no podrán saber debido a las condiciones de necesidad.
Así, surge el siguiente diagnóstico: hasta que el Estado no resuelva todas las
desigualdades sociales, no se puede hacer nada. Es decir, hasta que el Estado
no iguale, la condena del desigual es efectiva. Paciencia. […] también se habló
de la condena que se hace de los niños mal alimentados: se dice que desde
chicos ya están anulados para aprender y, a la vez, es notoria la resistencia
de los pibes a tal condena. Algo de eso ocurre en el taller de la murga, donde
se parte del deseo. La cuestión es que ese deseo tiene que encontrar
condiciones para desplegarse (MTD de Solano y Colectivo Situaciones, 2005).
En la última cita se
mencionó el taller de murga. En efecto, tanto este espacio como el taller de
apoyo escolar fueron llevados adelante por jóvenes del Movimiento para
estimular la participación de los niños –que eran llamados compañeritos-
en la organización. Así trataban de superar la concepción de que los talleres a
los que concurrían los chicos eran un “servicio” del MTD al barrio, para intentar
que los compañeritos se apropiaran del espacio, lo (re) construyesen,
(re) significasen y produjesen. Estos ámbitos funcionaban con la misma dinámica
que el resto de las instancias de la organización. Con prácticas horizontales,
estimulando la participación directa y la autogestión.
En una de nuestras jornadas de trabajo de
campo presenciamos uno de los talleres de formación del Movimiento. En las
paredes de la habitación donde se realizaba este taller –dentro de una casa
comunitaria que tenía el MTD en el barrio San Martín- vimos, entre otros
símbolos, una leyenda pintada
debajo de un dibujo de Darío y Maxi, secundados por manifestantes con
banderas, en una situación de corte de ruta. Allí se leía una frase que llevaba
la firma de Paulo Freire: “nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo.
Los hombres se liberan en comunión”[10].
Los talleres productivos
Los talleres
productivos eran uno de los espacios más importantes dentro del proyecto del
MTD de Solano. No sólo por su profundo contenido político y subjetivo, sino
también porque desde allí se instituyeron formas productivas que mostraron
posibilidades alternativas a la lógica capitalista de la ganancia y la
explotación.
Entre los talleres que funcionaban en el
Movimiento en 2004 destacamos: panadería, trabajo en cuero,
herrería, albañilería, granjas y huertas comunitarias, entre otros. En cada uno
de ellos se ponía en juego el general intellect
-la inteligencia colectiva de la que hablaba Marx- y la afectividad
comunitaria. Además, estos eran espacios autogestionados, en donde el proceso
de trabajo era autoorganizado por los propios productores, tendiendo a derribar
las jerarquías y divisiones propias del proceso de trabajo capitalista.
Aparecían entonces las posibilidades de autoafirmación a partir de la
autovaloración del trabajo (Vommaro, 2010).
Por otra parte, los talleres
productivos constituían instancias de encuentro intergeneracional. En efecto, a
diferencia de los otros ámbitos analizados en este artículo, los talleres
productivos no eran exclusivamente protagonizados por los jóvenes, y en algunos
casos los jóvenes eran una minoría. Sin embargo, la impronta alternativa e
innovadora estaba dada muchas veces por el componente juvenil.
Ampliando, cuando nos
referimos a estos talleres como espacios de encuentro intergeneracional
pensamos en dos dimensiones. Por un lado, muchos saberes productivos
–vinculados a técnicas de trabajo y conocimientos específicos de la práctica
laboral- eran aportados por los miembros de más edad de la organización (entre
los 40 y los 50 años, aunque había algunas personas que superaban esa edad).
Aquellos que habían transitado por el mundo del trabajo –más o menos formal,
más o menos fabril- y habían aprendido técnicas profesionales de las que los
más jóvenes carecían. Esto era especialmente notorio en talleres como el de
herrería o el de albañilería.
Por otro, los más jóvenes
carecían de esos conocimientos y técnicas, pero estaban embarcados en la
búsqueda de nuevos modos de organizar el trabajo y la producción. La experiencia
de los adultos se convertía en este punto en un elemento ambiguo. Por una
parte, ellos brindaban las técnicas de trabajo necesarias para poner en marcha
el proceso productivo. Por la otra, las formas de organizar el proceso de
trabajo –por ejemplo, los tiempos, el ritmo- y las relaciones laborales que
encarnaban eran las que habían aprendido y estaban relacionadas por los modos
dominantes, la reproducción de jerarquías y la explotación. Esto no era lo que
el MTD intentaba generar en estos espacios.
De esta manera, mientras los adultos aportaban
muchos conocimientos y técnicas de trabajo, los más jóvenes confrontaban los
modos de organización del proceso de trabajo que aquellos habían aprendido y
buscaban instituir otra lógica productiva, basada en la cooperación, la
afectividad y la producción de lo común.
Desde ya que este encuentro
generacional no estuvo exento de conflictos y contradicciones. Muchas de las
discusiones en los talleres se produjeron por las diferencias que mencionamos
antes. Además, la disolución –en muchos casos temporal- de algunos talleres en
ciertos barrios también estuvo vinculada –además de con dificultades económicas
relacionadas con la compra de insumos o maquinarias- con los conflictos
políticos y subjetivos planteados en esta confluencia intergeneracional.
Los grupos de reflexión
El último de los
espacios de participación juvenil que comentaremos es el de los grupos de
reflexión que funcionaban en tres de los seis barrios del Movimiento. Estos grupos eran instancias de encuentro promovidas
desde las áreas de Salud que funcionaban en cada barrio y en las cuales los
miembros de la organización se convocaban para hablar de los problemas
cotidianos, tanto individuales como colectivos.
Allí se expresaba la ya comentada politización de
la vida cotidiana, de los afectos, de las emociones, y también los conflictos
subjetivos que son vivenciados con y desde el cuerpo. Francisco Ferrara fue uno
de los coordinadores de estos grupos y los describe como “un ejercicio de
diálogo grupal en donde las subjetividades encuentran una vía de
reconfiguración que permite discutir y superar los conflictos cotidianos en y
con los otros.”[11].
Esos otros son, en estos grupos, no una otredad adversa o lejana, sino los
compañeros del Movimiento con los cuales se comparten momentos sustanciales de
vida y se construye la comunidad.
Según Ferrara, en los grupos
de reflexión no se discutían las “grandes cuestiones políticas del movimiento”
ni “los principios ideológicos rectores”, sino el mundo de la vida cotidiana que
experimentan las mujeres y los varones del MTD, su mundo afectivo, y también
sus miedos y angustias[12].
De acuerdo con varios testimonios, la mayoría de los participantes en estos
grupos eran jóvenes y mujeres[13],
aunque en algunos barrios la participación masculina era bastante similar a la
femenina.
Uno de nuestras entrevistadas, de 24 años, nos
contaba de esta manera su participación en estos grupos y lo que eso
significaba para ella y para el Movimiento:
“cuando yo
llegué enseguida empecé a participar del grupo de reflexión, me integré, y
encontré una contención que muchos compañeros no tenían [...] Si el movimiento
no tuviera el grupo de reflexión sería más cerrado el movimiento, no sería tan
abierto, el movimiento no sería un movimiento social. Si querés
un movimiento social tiene que tener algo así para que verdaderamente sea
social. No podemos ser buena familia o buenos vecinos si no nos conocemos
nadie. Entonces en un verdadero movimiento social tiene que estar uno para el
otro y todos para éste, luchar todos para el mismo lado a pesar que alguno
tenga otra idea. Me parece a mí que socialmente si nosotros no tenemos esto
vamos perdiendo algo, la comunicación es lo primordial en el hombre, hablar,
conocernos y entendernos, sin hablar no vamos a poder hacer nada. Generalmente
por eso el capital puede dominar al mundo... [...] El grupo de reflexión sirve
para aprender a cómo estar juntos mejor, convivir, si bien no convivimos todo
el tiempo, pero cuando estamos juntos y a veces nos extrañamos cuando uno viene
uno, uno dice uy! no vino fulano!, qué le habrá pasado porque hay esa parte de
cariño, le está faltando el compañero -aunque nunca diga nada- y viene y está
en un rinconcito, aunque no diga nada usted sabe que está, usted sabe que le tiene
aprecio y lo quiere a él, sabe que está ahí. Eso es parte del amor”[14].
Así, vemos la manera en la
que estos grupos formaban parte central del proyecto político del MTD, que
buscaba crear relaciones sociales alternativas que permitiesen alterar el estado
de cosas dominante. Estas otras formas de vínculo social se fortalecían con la
promoción de espacios como los grupos de reflexión en donde se problematizaba
lo cotidiano, los vínculos afectivos y comunitarios, en donde la organización
adquiría –como dijo un entrevistado- la dinámica de una gran familia.
Lo dicho se sostiene también con lo que otro de
nuestros entrevistados nos contó acerca de su experiencia en los grupos:
“Hace 8 meses o
9 que participo del grupo de reflexión [...] A veces es difícil conocer a las
personas, es difícil conocerse uno mismo, y el grupo te ayuda a eso. Ser parte
del grupo es como si yo te comprendiera, te conociera y te aceptara, es como
integrarte a este movimiento [...] A veces el relato de tus propios compañeras
o compañeros hace que tengas una reflexión más amplia. Mayormente de lo que se
habla son problemas familiares, hijos con padres, peleas entre matrimonios. A
mí me conmueven estas reuniones, me conmueve ver que todos nos reunimos, esa
reunión es buena, eh? Esa sí que es buena, sacamos lo que nos está ahogando
porque a veces sos una consecuencia de lo que te rodea, y a veces lo que te
rodea es bastante malo. La injusticia hace que te duelan muchas cosas, vos fijate que acá siempre hay un plato de comida, el que se
sienta a la mesa lo tiene y lo comparte, y a lo mejor en tu casa no lo tenés. Estás esperando el momento de hablar con tus
compañeros. Uno ya no es uno, sino dos es uno, yo tengo un problema y lo
comparto con el otro. La amistad se va agrandando. Es como si fueras parte de
un equipo muy grande”[15].
Los grupos de reflexión, resumiendo, eran
espacios en donde se fortalecía la organización del Movimiento, en donde se
potenciaban los lazos comunitarios y las relaciones de afecto y cooperación. El
compartir los problemas y buscar entre todos una posible solución hacía que los
participantes de estas instancias se sintieran parte de la organización y
experimentaran formas de vínculos distintas a las que dominaban fuera del MTD.
Las y los jóvenes que sostuvieron estos grupos encontraron en ellos uno de los
ámbitos desde los cuales devenir sujetos sociales y políticos capaces de
desplegar su potencia en el colectivo.
Comentarios finales
En este artículo
analizamos algunos de los principales rasgos que caracterizaron el protagonismo
juvenil en una organización social territorial, el MTD de Solano, que
consideramos una expresión de configuraciones epocales
más generales. De esta manera, intentamos explorar las prácticas políticas, sus
significados y sus sentidos paralas y los jóvenes organizados del sur del
Conurbano bonaerense a partir de la metodología de la Historia Oral.
A partir de los
análisis realizados, podemos concebir los procesos de configuración de
generaciones políticas como un entrelazamiento de acontecimientos y situaciones
que instituyeron modos productivos, políticos y subjetivos alternativos y
alterativos respecto de las formas dadas en la época.
La construcción de
territorios y la conformación de organizaciones a partir de ellos, la
institución de la acción directa, la creación de espacios comunitarios y el
esbozo de formas políticas ligadas a la participación directa y la lógica
político-social fueron algunas de las características de la generación de
jóvenes que en los noventa constituyó los Movimientos de Trabajadores Desocupados.
Esta experiencia se transformó en acontecimiento instituyente de una generación
y prefigurador de organizaciones posteriores.
La reactualización de
las redes territoriales y comunitarias, la recreación de la acción directa, la
consolidación de formas políticas tendientes a la horizontalidad, la
participación directa y la política con el cuerpo, la búsqueda de la autonomía,
la innovación de formas productivas alternativas, y la valorización de los
vínculos cotidianos, afectivos y personales como constitutivos de la política a
la que se aspira –lo que otorga importancia a los espacios de formación y
reflexión acerca de la práctica-, fueron algunos de los rasgos que
identificaron a la generación de jóvenes militantes territoriales de los
noventa, expresados en los MTDs. Ellos caminaron
entre el desencanto respecto de las formas políticas clásicas que habían
mostrado su agotamiento y limitaciones y las intuiciones que los llevaron a
instituir otras formas políticas alternativas. En este recorrido también profundizaron
las disputas en torno a lo público y lo común, y consolidaron lo que podemos
denominar –siguiendo a autores como Virno (2002)-
espacios públicos no estatales, comunitarios, societales.
De esta manera, el
protagonismo social y la producción subjetiva de los y las jóvenes
constituyeron también una estética particular que fue, a la vez, juvenil y
alternativa. Al cruzar estas producciones estéticas con las dimensiones
política y subjetiva se construyó una expresión estética juvenil contracultural
y alternativa que pudo, además, devenir en una ética joven en conflicto y en
fuga respecto a las tendencias hacia la dominación, la sujeción o captura de
las subjetividades y la mercantilización de la vida (Vommaro,
2010).
Esta dimensión ética
asociada a lo disruptivo, y también a lo comunitario, lo común, lo cooperante,
y forjada sobre la base de afectos y valores compartidos cobró creciente
importancia en los procesos de constitución generacional de los jóvenes
comprometidos con resignificar –desde la práctica cotidiana situada- la
política en su tiempo.
En nuestro análisis vimos
cómo los jóvenes expresan la potencia yla capacidad
productiva y organizativa del territorio. Esta potencia y capacidad de
politización del espacio y de constitución de organizaciones sociales
territoriales se produce tanto en las disputas con las generaciones anteriores
(el mundo adulto), como en los mecanismos de creación de alternativas
disruptivas e innovadoras en el aquí y el ahora del MTD.
Desde nuestro punto de vista la novedad de las
prácticas juveniles debe asumir más la forma de un interrogante que de una
afirmación. Cobra importancia, entonces, la identificación de matices, mixturas
y superposiciones entre lo persistente y lo emergente, para identificar
actualizaciones y reconfiguraciones. Esta dinámica constituye la trama de las
experiencias juveniles que estudiamos y configura una dimensión instituyente
que se articula con formas políticas instituidas[16].Asíse produce nuestra apuesta por asumir la existencia de
una disputa generacional por el significado de la participación política y la
organización social (Chaves, 2006).
Por último, la Historia Oral
se mostró como una teoría y una metodología fructífera (como una opción
intelectual, científica y política productiva) para poder acercarnos, recuperar
y producir las experiencias de organización social territorial
generacionalmente configuradas en los años noventa y visibilizar sus
complejidades, conflictos, potencias y capacidades.
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Entrevistas
citadas (fuentes orales producidas):
En algunos casos se mantiene el anonimato
de los entrevistados por una decisión exclusiva del autor de este artículo. Las
entrevistas fueron realizadas por el autor en el marco del Programa de Historia
Oral de la FFyL-UBA y de otras investigaciones.
1 Entrevista a
Francisco Ferrara, realizada en junio de 2006 por Pablo Vommaro
y Fernando Raimondo.
2 Entrevistas a Je.
(varón, miembro del MTD de Solano, Barrio San Martín), realizadas en diciembre
de 2002 y noviembre de 2004 por Pablo Vommaro.
1 Entrevista a B.
(mujer, miembro del MTD de Solano en el Barrio San Martín), realizada en
septiembre de 2003 por Pablo Vommaro.
FECHA DE RECEPCIÓN: 18/04/2020
FECHA DE ACEPTACIÓN: 16/06/2020
[1] El MTD de Solano surge formalmente en 1997
y se diluye, luego de sucesivas fragmentaciones, entre 2005 y 2006.
[2] En la revisión de los trabajos más antiguos del autor que se citan en este artículo se identifica una relativa ausencia de la problematización de género producto de la época en la que fueron escritos, en la que esta dimensión ocupaba lugares menos centrales que en años posteriores.
[3] Para ampliar acerca de las implicancias
del trabajo con fuentes orales en este punto ver, por ejemplo, Necoechea Gracia y Pozzi (2008); y Necoechea (2006). Este último trabaja acerca de la
noción de punto de vista como útil para el análisis de los testimonios a partir
de la Historia Oral.
[4] Ver Vommaro
(2017) y Vommaro y Daza (2017).
[5] Para 1990, mientras la tasa desempleo era
del 27% para los jóvenes de clase baja de entre 14 y 19 años y del 12% para los
que tenían entre 20 y 24 años en el Área Metropolitana de Buenos Aires, para
los jóvenes de sectores medios los porcentajes eran del 13,6% y del 8,2% respectivamente
(Lesser, 1991). En 2001 un 47,6% de los jóvenes entre
20 y 24 años estaba desocupado o subempleado y un 32,5% directamente desocupado
(Salvia y Tuñón, 2003).
[6] Ver Duschatzky y
Corea (2002).
[7]Como nota de actualización, mencionamos la
escasa problematización de género en algunos testimonios y documentos. Si bien
el MTD de Solano tenía espacios específicos para abordar las cuestiones de
género, su falta de transversalización y la ausencia de esta dimensión en otras
instancias se debe a una marca epocal ya que en esos
años este tema no ocupaba un lugar de tanta centralidad y visibilidad en la
agenda pública y en la agenda de la mayoría de este tipo de organizaciones como
ocurrió luego de 2009-2010.
[8]Je. Entrevistas realizadas en diciembre de
2002 y noviembre de 2004 en el Barrio San Martín, Quilmes. Varón, miembro del
MTD de Solano, Barrio San Martín. Entrevistador: Pablo Vommaro.
[9] Si bien no existió ninguna restricción
etaria para participar de este taller, así como de otros, según los testimonios
recogidos sus integrantes fueron casi todos menores de 30 años.
[10]En las Comunidades Eclesiales de Base que
impulsaron las tomas y los asentamientos de 1981 en Solano también apareció
Freire como lectura de referencia.
[11]Francisco Ferrara, entrevista realizada en
junio de 2006 en Almagro, Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadores: Pablo Vommaro y Fernando Raimondo.
[12]Francisco Ferrara, entrevista realizada en
junio de 2006 en Almagro, Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadores: Pablo Vommaro y Fernando Raimondo.
[13]Para profundizar acerca de las relaciones
de género en los movimientos sociales, consultar Di Marco (2004 y 2008). Si
obstante, el alto protagonismo femenino en este Movimiento, la escasa
problematización de género en algunos testimonios y documentos se debe a una
marca epocal ya que en esos años este tema no ocupaba
un lugar de tanta centralidad y visibilidad en la agenda pública y en la
práctica de la mayoría de este tipo de organizaciones.
[14]B. Entrevista realizada en septiembre de
2003 en el Barrio San Martín, Quilmes. Mujer, miembro del MTD de Solano en el
Barrio San Martín. Entrevistador: Pablo Vommaro.
[15]Je. Entrevistas realizadas en diciembre de
2002 y noviembre de 2004 en el Barrio San Martín, Quilmes. Varón, miembro del
MTD de Solano, Barrio San Martín. Entrevistador: Pablo Vommaro.
[16] Podemos recuperar aquí las nociones de lo
arcaico, lo residual y lo emergente que plantea Williams (1980) y pensar que el
proceso de constitución generacional se despliega en una dinámica compleja y contradictoria
entre estas tres dimensiones de la realidad social.