Las relaciones de género entre la juventud campesina del sur de España. Testimonios e identidades de guerra y posguerra

Gender relations among rural youth in southern Spain. War and postwar testimonies and identities

 

Sofía Rodríguez López

Universidad de Cádiz, España

sofia.rodriguez@uca.es

 

 

 

              Resumen

 

La historia oral y de la vida cotidiana vertebran un artículo que trata de ofrecer una panorámica sobre las desigualdades existentes entre la juventud española de la primera mitad del siglo XX. Los numerosos testimonios orales revelan, sobre todo, la complejidad de este colectivo por las aspiraciones vitales tan distintas de hombres y mujeres antes de emanciparse. Un horizonte mediatizado además por su pertenencia al medio rural de una de las tierras más pobres de la Península Ibérica, donde la identidad de clase de las familias y el género de los individuos resultaban determinantes para su futuro.

Los relatos que aquí se recogen pertenecen a esas generaciones nacidas entre dos guerras y dos dictaduras que condicionarían sus expectativas: la primera conflagración mundial y el conflicto civil de 1936-1939, por una parte, y el directorio militar del General Primo de Rivera y el régimen franquista, por otra. Para comprenderlo, nos centraremos en algunos tópicos referentes a sus historias de vida: la influencia de la educación en la construcción de masculinidades y feminidades; la división sexual del trabajo; los ritos de paso de la niñez a la juventud y la edad adulta; el noviazgo y las estrategias matrimoniales, o las prestaciones obligatorias hacia el Estado: el servicio militar obligatorio y masculino, frente al servicio social impuesto a todas las españolas que necesitaban liberarse del corsé de la domesticidad.

 

Palabras claves: Juventud, España, mundo rural, género, entreguerras

 

 

 

 

Abstract

Oral history and daily life form the backbone of an article that tries to offer an overview of the existing inequalities among Spanish youth in the first half of the 20th century. The numerous oral testimonies reveal, above all, the complexity of this group due to the very different vital aspirations of men and women before they were emancipated. A horizon also mediated by their belonging to the rural environment of one of the poorest lands in the Iberian Peninsula, where the class identity of the families and the gender of the individuals were decisive for their future.

The stories collected here belong to those generations born between two wars and two dictatorships that would condition their expectations: the first world conflagration and the civil conflict of 1936-1939, on the one hand, and the military directory of General Primo de Rivera and the Franco's regime, on the other. To understand it, we will focus on some topics related to their life stories: the influence of education in the construction of masculinities and femininity; the sexual division of labor; the rites of passage from childhood to youth and adulthood; courtship and matrimonial strategies, or compulsory benefits to the State: compulsory and male military service, as opposed to the social service imposed on all Spanish women who needed to free themselves from the corset of domesticity.

Keywords: Youth, Spain, country, gender, interwar

 

1.      Introducción

 

Una de las mayores conocedoras de los/as jóvenes europeos/as de entreguerras, Sandra Souto, describía hace poco el devenir de los estudios sobre la juventud desde su emergencia como un grupo o categoría social en época contemporánea[1].  La reciente consolidación de esta corriente historiográfica ha demostrado que el protagonismo público juvenil no se aplazó hasta el final de la segunda guerra mundial o mayo de 1968, como han sugerido distintos autores, sino que se forjaría en la crisis de las democracias de los años treinta. Para entender ese fenómeno, recomienda integrar este campo de análisis a una visión de conjunto, historizando las diferencias internas contempladas entre los miembros de ese grupo de edad. Advierte, por tanto, la necesidad de no considerar la juventud como un colectivo homogéneo, con los mismos problemas y aspiraciones, sino diverso y complejo. Para ello debemos atender a la época que les tocó vivir, su pertenencia al campo o la ciudad, así como a las desigualdades de clase y género que existían entre ellos. Dada su influencia en la composición demográfica de un lugar, se ha de tener en cuenta además su distribución territorial y los marcos normativos que regulaban su acceso a la educación formal y al mercado laboral.

Para llegar a ese análisis cualitativo resulta imprescindible partir del imaginario sobre las distintas concepciones o auto-percepciones de la juventud manejadas por los diversos sectores políticos y socioculturales a lo largo del espacio-tiempo. De éstas dependerían buena parte de las iniciativas adoptadas por los poderes públicos, como la creación de instituciones socializadoras que canalizaran la fuerza de trabajo y el tiempo de ocio, a la vez que modelaban su identidad, valores e ideología política. Es en esa dinámica en la que deberíamos contemplar la aparición de organizaciones paramilitares, estudiantiles, recreativas o religiosas, a menudo relacionadas entre sí y para las que el estudio comparado nacional e internacional resulta imprescindible.

                Aunque complejo, ése es el reto que nos marcamos en estas páginas. El de comprender el contexto en que los y las jóvenes del siglo pasado se educaron y relacionaron, decidiendo, a menudo, abandonar el medio rural dominante en la primera mitad del siglo XX[2]. Con más de cien testimonios recogidos en el sureste de la Península Ibérica durante una década, este artículo se propone analizar las pautas de conducta habituales entre aquellos hombres y mujeres que vivieron su juventud durante la guerra civil española, y/o en las décadas anteriores y posteriores.

Nos centraremos en algunos ítems o tópicos frecuentes en las historias de vida de todas las personas entrevistadas, como son: la educación para la construcción de masculinidades/feminidades; los trabajos y tareas asignadas a cada sexo; los ritos de paso de la niñez a la juventud y la madurez; el ocio, el cortejo y las estrategias matrimoniales, o las prestaciones obligatorias hacia el Estado: el servicio militar masculino y el servicio social femenino.

Aunque la juventud y el género serán las categorías de análisis vertebradoras de este ensayo, existen otras que lo recorren de forma transversal y sin las que no podrían entenderse las diversas experiencias relatadas en el mismo. Nos referimos a la clase social, la religión católica, el origen rural de los protagonistas y la orientación política de sus familias o los entornos en que crecieron y formaron su identidad adulta.

Finalmente, a través de la metodología de la historia oral y de la vida cotidiana, trataremos de formular algunas hipótesis sobre cómo se relacionaban los y las jóvenes españolas del sur, desde la proclamación de la II República en 1931 hasta el final de la dictadura franquista en 1975.

 

2.      La identidad juvenil, la identidad de género y la identidad rural

 

El concepto de identidad ha vivido un amplio desarrollo desde su empleo inicial por psicólogos sociales como Erik Erikson, como una propiedad individual del “yo”, hasta su entronque con la sociología que apela a las identidades colectivas como un sentimiento de pertenencia social, con sus propios derechos, obligaciones y expectativas. Kwame Appiah ha planteado que las “etiquetas” con las que nos definimos adquieren un carácter normativo y, en ocasiones esencialista, debido a que esa pertenencia modula nuestra conducta y establece límites de inclusión o exclusión, generando con ello identidades dominantes y subordinadas. Pero concluye, «por mucho que la identidad nos importune, no podemos prescindir de ella. […] Puede que las identidades sociales estén fundadas en el error, pero nos otorgan unos contornos, un sentido de la reciprocidad, valores, y sentido y significado a nuestras acciones»[3].

En ese camino de reconocimiento, las fuentes orales nos sirven para comprobar la construcción histórica de la identidad a través de la memoria. La anamnesis ofrece un sentido del mundo al entrevistado/a conformándolo como un ser biográfico, pues al hacer una síntesis de su vida va construyendo su identidad. Y en la medida en que sus experiencias son compartidas por otras personas pertenecientes a su misma sociedad y cultura, podríamos hablar de memoria colectiva[4].

                Pero como ya se ha apuntado, las identidades no son puras sino que se encuentran entrelazadas entre sí, lo que hace que encontremos dificultades para recuperar los recuerdos de juventud sin apelar a las relaciones de género, o la pertenencia a un determinado barrio, colegio o grupo social. Como indicara Valentina Fernández al analizar a las “mujeres solas” de la posguerra española, la experiencia bélica, la militancia y la edad tenían consecuencias desiguales en las expectativas de vida de cada sexo:

 

“Algo muy simple: la edad y la biografía han tenido, y siguen teniendo, una consideración social diferente según nos refiramos a hombres o a mujeres, y el peso de tal consideración no establece distinciones ideológicas. Las mujeres que pasaron por la cárcel, o que lo hicieron fugazmente, se encontraron con una biografía política y personal que las alejaba, que las expulsaba, de los círculos, de los grupos en los que hubieran podido encontrar pareja”[5].

 

Nancy Fraser es una de las pensadoras que más tiempo y esfuerzo ha dedicado al estudio de esa identidad que surge de la interacción y las representaciones sociales compartidas en la esfera familiar, educativa o laboral. El reto de la sociedad actual es lograr un equilibrio entre la igualdad formal y el reconocimiento de las diferencias de todo tipo, pero como ella misma indica, en el siglo XX fue la identidad de clase la que acumuló mayor potencial de movilización social, luchando frente a la explotación como hoy se hace contra el dominio cultural. Desde un posicionamiento ético-político, Fraser propone que, frente al manejo de una noción de identidad como una marca o estigma que conduce a la fragmentación y el conflicto de intereses entre identidades excluidas, partamos de un modelo hegeliano o dialéctico de reconocimiento mutuo de la subjetividad. Lo que plantea, por tanto, es la valoración del estatus personal de cada uno de los miembros de un grupo, valorando los marcos de justicia o injusticia en relación con la clase económica[6]. 

Con ese ánimo trataremos de conjugar las distintas facetas de la personalidad de nuestros entrevistados, mostrando cómo ante los problemas de su vida cotidiana, en ocasiones prevalecería el status o la identidad de clase, en otras su identidad sexual o de género, y casi siempre, su juventud, al tratarse de recuerdos de años previos a su emancipación familiar. Siguiendo la definición por cohortes de Ortega y Gasset, esa etiqueta “jóvenes” haría referencia a edades entre 15 y 30 años, aunque la delimitación no sea ortodoxa. En los años treinta, como apunta Sandra Souto, las Juventudes Socialistas aceptaban miembros hasta los 35 años, aunque en agosto de 1934 se prohibió por decreto la militancia política a menores de 16 años, e incluso de 23, si no contaban con el consentimiento de sus padres[7].

La juventud se ha definido también como esa “bisagra” en nuestra biografía en que la sociedad deja de vernos como niños/as pero tampoco nos otorga un rol de adultos, aunque los derechos, obligaciones y duración inherentes a la misma no sean generalizables, sino que difieran en cada sociedad y cultura. Las ciencias sociales comenzaron a trabajar la juventud como grupo social como consecuencia de la Ilustración, la revolución industrial y las transformaciones liberales del Estado moderno, desde finales del siglo xviii, “con sus mecanismos burocráticos, su creciente racionalización y su capacidad de clasificar, controlar, castigar y movilizar a la población”[8].En general, la infancia o periodo de dependencia de los/as jóvenes fue aumentando en época contemporánea y, con ello, se postergó el acceso de los adolescentes al mercado de trabajo, aumentando su edad de escolarización y prohibiendo su encarcelamiento. Por otra parte, la universalización del sufragio masculino desde la revolución de 1848 (1869 en España) hizo que, al prescindir de niveles de renta, la edad pasase a regular el acceso a la ciudadanía plena. Una ciudadanía y un desarrollo del espacio público que revirtió en las ciudades, identificando a la juventud europea como un fenómeno urbano y una caja de resonancia del cambio y las luchas sociales de la Europa de Entreguerras.

Como ha indicado David Ginard, tras la Gran Guerra el fenómeno juvenil se vio fortalecido por la fijación de los movimientos fascistas y antifascistas en este grupo como fuerza renovadora frente a la decadencia social. Esto supuso su agrupamiento asociativo y radicalización ideológica, reclamando su singularidad e independencia respecto a las organizaciones políticas adultas[9]. Pero estas páginas nos darán ocasión de mostrar cómo esta dinámica internacional no caló de la misma manera en el medio rural, ni entre hombres y mujeres, con posibilidades muy distintas de formarse, relacionarse y obtener su autonomía personal[10].

Catherine Plum, por su parte, ha analizado como en las últimas décadas los memorialistas se han detenido en los efectos de la guerra y la posguerra mundial en la juventud, hasta el punto de reverberaren la generación posterior, aunque fueran niños o adolescentes cuando se desarrollaron los acontecimientos. Junto a las fuentes orales, la literatura proveniente de los diarios de viaje, las autobiografías y memorias, muestran la existencia de unos recuerdos compartidos de la juventud, en los que suelen repetirse experiencias relativas a la guerra, la represión o el holocausto en Europa. Asimismo, esos viajes de estudios funcionarían como un rito de paso a la edad adulta similar al servicio militar, potenciadores también de la identidad nacional de los individuos. En los “impresionables” dieciséis o diecisiete años, los líderes juveniles o los/as maestros/as fueron tan decisivos para la conformación de la identidad de esos individuos como la socialización familiar y el propio juicio crítico de cada adolescente. De modo que en los estudios contemporáneos sobre la juventud se revela la necesidad de analizar la interacción entre la influencia estructural de las instituciones socializadoras y el grado individual de agencia juvenil[11].

 

3.      La educación de género durante la infancia y la juventud

 

Si pasamos ahora a desgranar cada uno de los tópicos que hemos fijado en nuestra investigación, veremos que las diferencias y desigualdades de desarrollo personal entre los jóvenes españoles de mediados del siglo XX vendrían marcadas, en buena medida, por la instrucción recibida en casa y en la escuela, tanto en las áreas de conocimiento académicas, como en la educación sexual.

Ya en 1988, Marina Subirats se refería al sexismo educativo existente todavía en España como Rosa y Azul. Contra esta lacra, como ella misma indica, «la batalla más difícil que hay que ganar es justamente la de la memoria, que asegura la continuidad en el tiempo y legitima las aspiraciones y cambios futuros, sentando precedentes en los que apoyarse»[12]. De ahí nuestro intento por rescatar la construcción histórica de esa memoria de la desigualdad de género en el acceso a los libros y la formación. Más allá de un currículum maniqueo y profundamente escindido en las enseñanzas propias de niños y niñas, estos testimonios muestran las dificultades del propio acceso al colegio, a pesar de estar reglamentado entre los 6 y 9 años desde 1857, por la Ley Moyano.

 

“Saber no sé, porque no he podido ir […] que le hacía mucha falta a mi madre, pa cuidar a sus niños… Y a la escuela no volví más… Lo único que sí me ha gustado es estar con quien sabe…Los libros vinieron a mí de matute […] mi cuñada Isabel era una joven que sabía leer bien y a mí me gustaba… que por eso mi madre debía haberme dejado…, pero bueno… ella se encontraba con muchos niños, tenía que hacernos de comer… y a mí me hicieron sangre de lavar la ropa de mis niños”[13].

 

                Rosenda Moya, con más de 90 años en el momento de ser entrevistada, se refiere aquí a ese marco de injusticia que suponía privar a niñas interesadas en los estudios de la posibilidad de formarse, por pertenecer a familias humildes, analfabetas y sobrecargadas de hijos, en pueblos incomprendidos y abandonados por la administración como era la localidad minera de Beires, en la provincia de Almería, con alrededor de 700 habitantes en los años treinta del siglo XX[14].

                Rosa Capel, Geraldine Scanlon, Inmaculada Pastor, y escritoras como Josefina Aldecoa o Carmen Martín Gaite, dibujaron hace décadas el horizonte de escolarización y las posibilidades de promoción social que esperaba a los/as jóvenes españoles durante la República y el primer franquismo, cuando la continuidad de la tradición familiar y los roles de género en las familias obreras era prácticamente incuestionable, convirtiéndose en una auténtica “hipoteca humana”[15].

 

“Mi padre pescador y mi madre pues… ama de casa y luego de joven, coser… porque en los tiempos aquellos, cuando estaba yo más pequeña, pues lo que había. Como había mucha miseria y mucha falta y… mi familia no ha querido servir… decía mi madre que me pusiera yo también a enseñarme a coser, que adelantaría algo, y eso hice. […] Estudiar poco porque tenía más el afán ya de la costura… porque ya había una cuñada mía allí cosiendo, y estábamos varias muchachas jovencicas… y claro, dejé más bien el colegio… Pero, dentro de eso, pues sabía leer, sabía escribir, sabía hacer cuentas... La mayoría de gente [hombres] eran pescadores, y el hijo que tengo pues… pescador”[16].

 

                Para las familias pobres de un entorno rural como el aquí abordado, la salida del colegio con apenas diez años fue un fenómeno habitual[17]. Entonces, las hijas mayores eran destinadas al cuidado de la casa, empleadas como servicio doméstico o, si se tenían medios para ello, formadas como costureras, mientras los hermanos pequeños pasaban el día solos en el campo, como pastores o espanta pájaros.

 

“Sí, yo estuve en el colegio… aprendí hasta las cuatro reglas y, aparte de eso, como teníamos que trabajar… pues me ponían maestrillos de ésos que iban por las casas pagándole, en las horas que estábamos libres, o de noche, o al mediodía […] teníamos unas dueñas, las aparceras que teníamos eran todas solteras, había cuatro o cinco hermanas y eran muy beatas y […] querían que fuéramos a misa, y don Manuel el padre decía […]  “¡No seáis tontos, hijos míos! Si vosotros tenéis la Gloria ganada…”[18].

 

                Testimonios como el de Manuel Ortiz revelan ese conflicto entre unos patronos interesados en mantener a sus empleados en la ignorancia, pero temerosos de Dios, y unos padres de familia obrera que no podían prescindir del trabajo de sus hijos, pero hacían cuanto les era posible por aliviar su incultura proporcionándoles las clases de pago que ofrecían los maestrillos ambulantes.  

Ahí estaba la escuela de don Luis, que le decían entonces, la escuela de don Emilio y en la de arriba [de niñas] estaba la de doña Micaela […] Pues en la escuela, leer, escribir, llevábamos las lecciones de memoria, pues todas esas cosas... las reglas de tres […] Al principio fui con don Luis, que ésta era pública, y luego ya me fui a una que era de paga -como le decían-, Nicolás el “Paladín”, que enseñaba mucho pero también “crujía”… y ya yo creo que... de la guerra pa’ acá mala cosa, algunas veces íbamos a las clases esas que daban de noche para los adultos y todo eso... Yo creo que habré ido a la escuela tres años juntándolos todos...”[19].

 

                La escuela rural de postguerra, profundamente segregada sexualmente, se caracterizó además por la miseria de las infraestructuras y la moral dominante, así como el absentismo escolar de alumnos/as y maestros/as. Frente a las acusaciones de las autoridades franquistas, que culpabilizaban a los progenitores de impedir que sus hijos acudieran a clase, se hallaba la depuración profesional del Magisterio para medir la adhesión a las fuerzas victoriosas, y la persecución de los diletantes que enseñaban las primeras letras entre cortijadas y maizales. Una dejación de funciones por la administración pública que perpetuaba las desigualdades y, en el caso de las mujeres, apuntaba a las madres como responsables de la “perdición” de sus hijas. Guiados por la lógica cristiana de “premio y castigo”, ésa fue la frágil solución que la dictadura dio a esta problemática: listados de faltas, multas económicas y penas de reclusión para los adultos los fines de semana[20].

Los/as docentes que pudieron seguir trabajando se encontraban con unos centros escolares antiguos e instalados en “locales indignos” de pueblos recónditos. No debe extrañar, por tanto, que cuando en 1951 se redujo su consignación y dietas, la mayoría de los veteranos renunciaran a tomar parte en las campañas de analfabetismo, reclutando personal del Frente de Juventudes y la Sección Femenina de Falange, recién salidos de la Escuela Normal y que “aún no sienten la preocupación económica”[21]. Porque ése y no otro era el destino que deparaba a los jóvenes de las escasas clases medias existentes en los pueblos más pobres de Andalucía: convertirse en maestros/as o colocarse en las dependencias municipales, donde cualquier credencial académica servía de salvoconducto.

 

“Yo empecé a trabajar muy joven, yo tenía 18 años justos, me presenté a unos exámenes a auxiliar administrativo que convocó el Ayuntamiento, y tuve la suerte de que no se presentó nadie, porque yo tampoco estaba muy espabilado, ésa es la verdad… Yo había hecho unos años de bachillerato en Granada, en el Ave María… ahí yo hice hasta cuarto de Bachillerato, que el de quinto lo quise hacer libre aquí[…] pero fue venirme aquí, yo creyendo que algún maestro podría echarme una mano, pero desgraciadamente, los maestros estaban poco preparados…”[22].

 

4.      Los trabajos del hogar y del campo

 

La regulación del mercado de trabajo tras la industrialización del siglo XIX separó a los jóvenes que habían completado su formación de la tradicional economía familiar, y los impulsó hacia las ciudades donde las jornadas laborales y los salarios estaban más controlados. ¿Qué pasó entonces con los que se quedaron en el campo?

La autoridad patriarcal imperante en el mundo agrario coadyuvaba a una división sexual y generacional del trabajo que afectaría a los hijos mayores y menores de edad. Ellos se emplearían en tareas productivas con gran inversión de fuerza física, mientras las mujeres se dedicaban a las tareas de cuidados y los valores de uso[23].  No obstante, la necesidad de colaborar como mano de obra gratuita en el mantenimiento de las fincas propiedad de la familia extensa, hizo que -como acabamos de comprobar- muchos se vieran abocados al absentismo escolar o al abandono definitivo de los estudios de forma prematura.

La propia Guerra Civil actuó como hito para marcar el paso a la edad adulta, sobre todo entre los jóvenes que, si no se alistaron voluntarios durante el conflicto, marcharon al ejército poco después, volviendo del servicio militar con nuevos planes de vida[24].

 

Trabajaba yo con mis padres, bueno… les ayudaba a mis padres, yo me iba a la escuela, por ejemplo, dos meses y a los dos meses llegaba el verano, pues ya te tenías que venir porque… “Niño, que me haces falta para arrancar la cebada, a segar en la era”… o lo que fuese... Yo tenía en la guerra trece años, yo nací en el 22 pues... 13 o 14 años... Mi cuñado era transportista […] una camioneta que eran pequeñicas entonces, de 2.000 kilos, y luego yo ya me quedé con el negocio de los camiones... Yo saqué el carné en el año 46 y ellos tenían ya camiones de antes, pero ya al venir yo de la mili pues me quedé a eso...[25].

 

Rosa Capel analizó como la edad de los trabajadores/as se convirtió en un factor excluyente para determinadas actividades remuneradas. Por sexos, las españolas se incorporaban muy pronto al trabajo (entre los 12 y 14 años) y lo abandonaban también de forma prematura tras contraer matrimonio, entre los 25 y 30 años. Con un valor de la mitad o un tercio del jornal de un hombre, ese empleo femenino era considerado como un complemento para la economía familiar[26]. No faltan biografías en la Andalucía rural que así lo corroboran, como es el caso de la anarco-sindicalista sevillana Maravillas Rodríguez. La suya es una historia marcada por «la escasez de trabajo, los salarios míseros, el trabajo desde la niñez, el sometimiento a los padres y a la Iglesia, la falta de educación y cultura», compartidos por la mayoría de jóvenes de su pueblo.[27]

El diario anarquista Emancipación describía de este modo los jornales de hambre decretados en la zona invadida por los rebeldes ya al final de la Guerra Civil, en 1938, cuando la incorporación de los hombres a los frentes hizo imprescindible la actuación del “ejército de reserva” femenino:

 

“Cogida de aceituna de molino: jornal mínimo de hombre, 6´50; jornal mínimo de mujer, 4´50; viñas: al destajo se contará libremente por tareas; escarda; cuando el patrono elija a los operarios, 6´50; cuando el patrono tenga régimen de tajo abierto ilimitado el número de peones, 5 pesetas. Estas dos tarifas serán para hombres. Cuando en régimen de tajo abierto trabajen mujeres, niños y sexagenarios, el jornal será de cuatro pesetas. Los operarios que trabajen en casa de beneficencia u otros que les den la alimentación, ganarán tres pesetas menos [...] y a base de un miserable gazpacho (servido en los lugares de trabajo para aprovechar mejor el tiempo) “las mujeres y los niños” –y téngase en cuenta que para trabajar se considera como niño a toda persona hasta los dieciocho años- que comen en los tupis, perciben un jornal diario de “una peseta y una cincuenta”; y el jornal medio de los hombres, es de tres pesetas”[28].

 

Esta realidad se prorrogaría en la posguerra al conjunto de la España vencida, con testimonios donde la conciencia de clase se mezcla con las distintas culturas del trabajo y la distribución sexual del tiempo, los espacios y tareas realizadas en el campo por los distintos miembros de una misma familia:

 

“En mi casa éramos cinco… había dos mujeres y tres hombres… Ellas ayudaban también en las fincas y eso… Había muchas higueras, y entonces se engordaban los cerdos con higos y  maíz que recogíamos, y ellas iban a coger higos y echarle a los marranos y coger alfalfa… Entonces había que hacer cosas… había pocos medios para comprar […] No teníamos ni jabón, entonces me acuerdo que cogíamos la pita esa y el cogollo blanco lo machacaban, y con eso lavaban las mujeres […] Y los niños desde que podían andar, si no podían hacer una cosa, otra, a ayudarle a guardar unas cabras, o a estar con marranos por ahí […] El campo era todo de secano […] y el que no tenía… tenía que dejarse la piel trabajando y pa que le pagaran 10 o 12 pesetas… el que valía pa eso, que todos no sabían de la agricultura, y el que no, pues… en la provincia de Almería el esparto… que le pagaban por recogerlo”[29].

 

Mientras esos jóvenes que comenzaron criando cabras se afanaban con la cosecha de la fibra vegetal del esparto y ahorraban lo suficiente para conseguir su propia tierra, las salidas laborales para sus hermanas en un mercado de trabajo tan informal y propio de una economía preindustrial o de “improvisación”, como la calificara Olwen Hufton, eran aún más difíciles[30]. Máxime cuando una muchacha humilde demostraba el orgullo de clase suficiente para negarse a trabajar en el servicio doméstico de las clases adineradas que auparon a los poderes locales del Nuevo Estado en 1939[31].

 

“Yo no he servido, pero muchas mujeres se tuvieron que meter a servir y lavando ropas... Las señoricas de la plaza, ¡ya ves tú!, iban a lavar de noche para que no las vieran... “¡Si te conocemos!, ¿por qué no vas de día a lavar como vamos todas?”. Iban de noche al Chorrillo todas las de la plaza, que esas eran ricas pobres […] A mí no me dio la gana de meterme a servir, porque tenía que meterme con los que habían jodío a mi gente, a mi familia. Pues yo no me metí, yo prefiero ir a trabajar a donde sea y no me metí a servir nunca”[32].

 

En la campesina se percibe así una trayectoria que “la conduce desde la dependencia de su familia paterna al matrimonio, sin pasar por un estadio o situación intermedia de independencia juvenil”. Las limitaciones de la sociedad rural para su promoción, debido al estrangulamiento de posibilidades, hacían que el simple acceso al trabajo no significara siempre independencia económica. El “salario familiar” estaba indisolublemente asociado con una menor emancipación juvenil, sobre todo en el caso de las púberes sujetas a las resistencias de la moral patriarcal, en contraste con el individualismo urbano de las que emigraban.  Las diferencias tan significativas entre la ocupación de los/las jóvenes rurales y los de la ciudad se debían pues a la especificidad de esa economía campesina, donde el trabajo doméstico, el agrario, y los ingresos percibidos por cada uno de los miembros del grupo familiar se consideraban imprescindibles para su supervivencia. “Era otra forma de estar ocupados, correspondiente a otro modo de producción, el modo de producción campesino, característico y dominante de las formaciones económico-sociales rurales”[33].

 

5.      El cortejo y el noviazgo antes del matrimonio

 

Una vez que las mujeres experimentaban la menstruación y los hijos varones abandonaban definitivamente la escuela para dedicarse al campo, se iniciaba una nueva faceta estrechamente relacionada con la pubertad como era el interés por el otro sexo, la seducción y el cortejo. Un proceso parejo al de reconocimiento personal y cuidado de la apariencia física, estrechamente relacionado con la construcción de los arquetipos sobre la feminidad y la masculinidad imperantes, además de un ritual que en el campo iba más ligado, si cabe, al destino por antonomasia de todos los jóvenes: el matrimonio y la formación de una familia.

Entre los trabajadores de la tierra sólo los ritos religiosos del domingo podían prestarse al ocio y los paseos. La asistencia a misa no sólo se entendía como un deber ideológico, sino que era un punto de encuentro en el que solían coincidir adolescentes de la misma edad, poco acostumbrados a compartir un mismo tiempo y espacio con el otro sexo.

 

“Los domingos a trabajar, claro, ahí no había… no había domingos ni lunes, ni martes ni nada… Yo, cuando joven, me gustaba ir mucho a las novenas, a las novenas porque era la única, la única diversión que había aquí. Éramos jóvenes, con 14 o 15 añillos, las novenas aquí en Huércal, pues nos juntábamos 14 o 15 jóvenes ahí, nos metíamos en la iglesia, y allí con las niñas les tirábamos de la batilla… no había otra cosa…”[34].

 

Ya durante la dictadura franquista, las jóvenes instructoras de la Sección Femenina de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas (FET-JONS), el partido único, llegaron en caravanas conocidas como cátedras ambulantes a los pueblos más recónditos de España para justificar así su propia utilidad al régimen. Y allí se convirtieron en un elemento exótico y tentador para los muchachos. En los años cuarenta, Salvador Gea acudió a la rondalla del Frente de Juventudes de dicho partido porque «como era lo único que había, nos gustaba a todos y después nos íbamos con las muchachas para verlas... y cuando estábamos de campamentos salíamos con las de los pueblos...»[35]. Una de esas instructoras, Maruja Cortés, relataba como todavía a finales de los sesenta su convivencia revolucionaba la sosegada vida de los municipios pequeños:

 

“En algunos pueblos teníamos que cerrar las puertas con piedras por detrás, y por la noche, ya que estábamos metiditas en la cama, le decíamos al municipal mayor: “Usted dese vueltas por aquí, que están los jóvenes dándonos la lata”... Vivencias de ésas… no se le ocurre a las señoritas, como nos decían en los pueblos, y a los jóvenes del pueblo, que ir a dar una serenata a las monjas, y a partir de las doce de la noche no se podía dormir, y llega la Guardia Civil y nos encarriló”[36].

 

Foucault resaltó el papel central de la sexualidad en las relaciones de poder, reconociendo cuatro estrategias o dispositivos de control propios de la época contemporánea: la “histerización del cuerpo femenino” (mujer histérica), la pedagogización del sexo del niño” (frente al onanismo), la “socialización de las conductas procreadoras” (pareja malthusiana) y la “psiquiatrización del placer perverso” (amor libre). El sistema de control sexual en Occidente consistiría, precisamente, en el establecimiento de un dispositivo de alianza o casamiento que iría cambiando en correlación con las transformaciones económicas y políticas operadas en el seno de la sociedad[37].

La Constitución de 1931 y la secularización del Estado español durante la Segunda República permitieron el reconocimiento de los matrimonios civiles y la legalización del divorcio en 1932. No obstante, fue la Guerra Civil la que consiguió relajar las férreas costumbres católicas imperantes en el medio rural y, gracias a la “laxitud moral” de esa coyuntura extrema, extender la práctica del “amor libre” sellado con una sencilla ceremonia, frente a lo que se consideraba como un “enlace burgués”. Así lo expresaban periódicos como el Eco de Jaén, donde a finales de 1936 se aplaudía la resolución del Ministro de Justicia anarquista: «García Oliver se propone sancionar el amor libre de la manera más progresiva. […] Nuestro pueblo –hoy apto a toda orientación revolucionaria- vivirá eufórico la nueva institución natural y racionalista. Los curas y sacristanes sin título –con indumento seglar- esbozarán una sota sonrisa de necios. Y habrá quien siga diciendo que amor libre es concupiscencia y libertinaje desbocado»[38].

Sin embardo, incluso en aquel contexto revolucionario, la soltería de las mujeres provocaba rechazo social por su transgresión y solía adscribirse a “señoritas fascistas”[39]. A no ser que se fuera familiar de un cura o la joven tuviera la obligación de quedarse al cuidado de unos padres mayores que pudieran “mantenerla”, la preocupación de quienes se consideraban en edad casadera era buscarse un “buen partido”, esto es, un novio o novia de buena posición económica, buen ver y sin reproche social ni político para las autoridades. Quienes llevaban la mácula sobre sus espaldas, como familiares de antifascistas o madres solteras, corrían el riesgo de quedarse “solas”, calificativo distinto y aún peor al de soltera, como se decía al principio de este artículo[40].

 

“Yo tenía 19 o 20 cuando me casé… después de terminar la guerra. Porque mi marido […] estuvo en el Frente del Ebro todo el tiempo […] yo no era novia todavía. Y mi tía: “Yo mientras no tenga conocimiento, ni edad suficiente para saber lo que dirán, yo no quiero noviazgo ninguno”. Y mis tías no… Hoy yo lo veo tan natural […] ¿Qué malo tiene que vayan y que se hablen y paseen? […] Que antes no se podían ni ver…¡una incultura! […]Él volvió del frente y estuvo tiempo porque yo era muy joven y mis tías querían que dejara pasar tiempo para ver si me agradaba o no […] Él era un chico… No era un chico de éstos atractivo […] y yo tuve cinco o seis antes que me pretendieron y guapos, pero guapos de verdad… de gente bien […] Y luego vino este chico, que primero nos tratamos como amigos y era una bella persona, extraordinaria. Porque la guapura sirve y adorna mucho, pero no es todo. Y él era tan buen muchacho, y muy educado y… me fue muy bien”[41].

 

Otro caso era el de las parejas de novios sin medios que creían en el amor romántico y a los que no quedaba más remedio que fugarse juntos[42]. Ese “rapto de Helena” era una  estrategia que en el sureste español se denominaba “llevarse a la novia” porque, efectivamente, no consistía en huir lejos para construirse un futuro partiendo de cero, sino en conducirla al domicilio familiar del novio, como Helena en casa de Príamo, rey de Troya. Llevarse a la novia constituiría así una estrategia matrimonial de clase, además de un rito de paso previo al matrimonio por oposición o adaptación social, practicado tanto en la opresora dictadura como en los años republicanos de supuesta apertura ideológica, como recordaba el miliciano anarquista Antonio Vargas[43]:

 

“Sí, yo estaba casado ya, tenía dos hijas. Tenía 18… bueno, en aquella… ya en el 39 tenía 20 años… pero yo me había casado con 17 años, bueno, me llevé a la novia, como se decía entonces… Nos casamos después ya… aquí. En noviembre del 34 ya nos casamos. Nos casamos y tuvimos dos hijas”[44].

 

Quienes no eran tan precoces, quizás porque podían permitírselo, solían vivir largos años de noviazgo previos a la unión religiosa. En ellos el contacto físico se reducía a la mínima expresión y el control familiar sobre las casaderas era de una observancia asfixiante, como retratara García Lorca en La casa de Bernarda Alba (1936). Una vez que el muchacho tenía la aquiescencia familiar, la joven debía entregarse a la preparación del ajuar para su casa y los regalos de “pedida”, hasta que llegara el día de la ceremonia religiosa[45].

Un estudio de caso en la Vega Alta del Segura sirvió al antropólogo Joan Frigolé para explicar el control materno dentro de la casa de la novia, y el que hermanas, primas o amigas ejercían fuera de ella, lo que convertía el espacio público en una extensión del doméstico. A ello se unían otras restricciones, como unos horarios fijos y la delimitación clara de las zonas del pueblo destinadas al paseo de los jóvenes y parejas de novios. «Salirse de estas zonas era "salirse de parva", como decía una mujer. La metáfora nos lleva a otro espacio bien limpio, bien preciso y bien delimitado, la era, donde se halla la mies tendida. Con el tiempo habrá una modificación y una redefinición de los límites, de lo que es dentro y fuera, de lo privado y lo público, implicando cambios en la concepción y desarrollo de los noviazgos”[46].

Así nos describía todo ese proceso del cortejo Manuel Ortiz, quien finalmente optó por renunciar al “amor cortés” de la juventud liberal, y mostrar su madurez desarrollando una estrategia basada en el interés que tradicionalmente había supuesto el contrato matrimonial. Un conjunto de prácticas y construcciones culturales donde se fundían obligaciones sociales, ambiciones materiales, cumplimiento del deber con los progenitores y la tradición, que los sociólogos culturales marxistas definieron como “estructuras de sentimiento” y que hoy trabajamos como categoría analítica en “comunidades emocionales” como estos pueblos del mediodía español[47].

 

“Entonces no era como ahora van y eso, entonces llevábamos el guarda detrás, la madre… no podías ladearte, si querías darle un pellizco tenía que ser a traición. Si íbamos al cine, se ponía detrás, no se ponía al lado, no… se ponía detrás para ver si los movimientos que hacíamos… Con todo y eso pues había, porque claro, las privaciones causan apetito […] Ibas a hacerle la visita, y si tenías que ir a un baile, porque entonces los bailes públicos estaban prohibidos, pero en casas particulares había muchos… Y los muchachos, el que tenía ya con una pues… dónde estaba, pues allá que iba y tal… pero la madre siempre iba corriendo… Pero, con todo y eso, pues claro… “ahora cuando salga”, o “mañana a la noche no vengo, pero sal que a tal hora…” Yo tenía una novia que llevaba tiempo con ella, pero como yo me había criado en la tierra y el trabajo, yo ya pensaba en mi porvenir, digo: “Ésta es mujer de su casa, pero no es pa criar” […] porque yo sabía que necesitaba una compañera que me ayudara a mí a trabajar… Yo tenía mi novia en tiempo de la mili, pero cuando ya pensé en casarme… pues ya hice lo posible para ladearme de ella, y entonces me pegué a ésta, porque ésta era una esclavica, ha sido una esclava toda su vida…”[48].

 

                Si los juegos de seducción, el ocio e incluso el amor eran prácticas de juventud, el paso a la edad adulta estaría representado por el cumplimiento del servicio militar y la necesidad de escoger una compañera de vida que se corresponsabilizara del trabajo y la economía familiar, “una esclava”, según este testimonio, que antepusiera su fuerza productiva a los lazos emocionales.

 

6.      Los ritos de paso: el servicio militar masculino y el servicio social femenino

 

Los trabajos antropológicos han mostrado como en casi todas las sociedades existen ritos de paso con un carácter “conformador”, es decir, con la función de mostrar en público la transformación de una persona, a la vez que aceptar de forma individual una nueva situación definida socialmente. Según éstos, para “llegar a ser un hombre” o una mujer no bastaría con tener una determinada edad, sino que habría que superar una prueba, más o menos dolorosa, que transformaría al ser humano en masculino o femenino. Antes de que se universalizara el derecho al voto como acceso a la ciudadanía plena con la mayoría de edad, la prueba que habrían de superar los jóvenes tras la constitución de los estados nacionales se definiría a través del servicio militar obligatorio.

De ese modo, la “mili” en España se concebía como un adiestramiento bélico y un modo de reconocimiento social, ya que la virilidad exigía una demostración pública constante relacionada con el honor y el pundonor, frente a la virtud y la honra femeninas. Esto obligaría a los hombres “verdaderos” a mantener una imagen defensiva ante los demás y, sobre todo, ante los otros varones; “escudos” frente a la vulnerabilidad infantil, con los que aprender a gestionar el poder y la posibilidad de dominar a otros seres humanos mediante el ejercicio de la violencia[49]. Así recuerda una entrevistada como se socializaba a los niños/as de su pueblo en plena posguerra:

 

“Yo recuerdo que ya fueron a Gérgal y las niñas ya tenían que ser "margaritas" y a los niños pequeños, a todos, fusiles […] cogían maderas y se los llevaban a un carpintero que le decían el "Soplas" y les hacía fusiles a los niños pequeños, de tres, cuatro años y todo eso, fusiles para enseñarlos a “matar a rojos” […] y las falangistas hacían sus desfiles y cuando pasaban, por ejemplo, por la puerta de mi casa pues a lo mejor se paraban, paraban el desfile y se ponían a cantar: "Yo no soy un rojo, ni tampoco un ladrón, soy falangista y español"[50].

 

Desde los años ochenta, los estudios sobre el ejército de la Escuela de Cambridge, entre otros, han profundizado en la incidencia del militarismo en la ideología familiar, la moral y la sexualidad de los soldados, y cómo se relacionaban éstos en la vida privada con “sus mujeres” (madres, novias, esposas, prostitutas, amantes…). Fidel Molina ha investigado en España la conversión de los jóvenes en valores adultos a través de las guerras y el servicio militar hasta principios de los años sesenta del siglo XX, cuando la modernización económica, social y cultural de los núcleos urbanos hizo que la "mili" fuese perdiendo su importancia social como tránsito. Para las generaciones previas que hemos utilizado aquí como fuentes orales, el servicio militar tendría aún ese papel estratégico en la "domesticación ritual" de los reclutas. De modo que la conscripción o reclutamiento militar forzoso impuesto durante la Restauración Borbónica (1877 y 1896), significaba un rito de paso dividido en distintas fases: la preliminar de separación de su núcleo familiar y local, a través del sorteo y las fiestas de quintos; la liminar, que supondría la propia “mili”; la de agregación o postliminar, cuando se producía la vuelta a la sociedad civil, y finalmente, las ceremonias cíclicas anuales que repetirían los siguientes sorteos[51].

Al comienzo del acuartelamiento se produciría una organización formal de los jóvenes en grupos secundarios como eran las compañías o barracones, y otros grupos primarios conformados por amistad y/o un mismo origen geográfico, social y formativo. En cualquier caso, sería la veteranía o pertenencia al mismo reemplazo lo que marcaba un vínculo entre los mozos nacidos el mismo año, que solían mantener de por vida.

Esa relación se iniciaba en sus localidades de origen con las “fiestas de quintos”, un mecanismo de preparación psicológica frente al rechazo que solía provocar el servicio militar como "impuesto de sangre" en coyunturas de conflicto bélico. Por otra parte, eran un momento de evasión y, por tanto, de permisividad que, como indica Pedro Cantero en su estudio sobre la sierra de Huelva, potenciaba la construcción social de la masculinidad adulta[52]. El hecho de clasificar a los mozos como útiles o inútiles para el servicio confirmaba esa virilidad, de modo que la fiesta se convertía en un homenaje público a los “verdaderamente hombres”. De ahí que las denominadas “historias de la mili” o “batallitas de la guerra” que los abuelos transmitían a sus nietos estuvieran cargadas de ese sentido de iniciación masculina durante el siglo XX.

En zonas rurales, el “macho” era un varón rudo al que se permitían excesos y “novatadas” como entre los compañeros de clase, que le hacían sentir protagonista ante las muchachas. Y aunque esa identificación entre milicia y masculinidad era total, en algunos pueblos de Lérida donde los jóvenes eran escasos ya desde antes de la Guerra Civil, se incluían a las chicas en la fiesta. Al ser compartida por ambos sexos, la quinta se convertiría en un referente generacional para los veinteañeros, que consiguió que los varones aceptasen el reclutamiento como uno de los pasos naturales de su existencia, antes de volver y casarse con sus novias[53].

Ángel Alcalde ha analizado como la masculinidad franquista se caracterizó por exaltar la experiencia bélica en el bando victorioso. La “cultura de guerra” actuó como elemento vertebrador el nuevo régimen y reforzó la conexión identitaria de muchos hombres con ese mito fundacional de la Guerra Civil, ofreciendo un arquetipo de género en el que se reunían los ideales viriles y combatientes del falangismo y el tradicionalismo. La desmovilización de 1939 y la reincorporación al mundo civil de cerca de un millón de ex soldados de Franco entre 18 y 34 años, estaría marcada por la experiencia de haber luchado y ganado con el ejército de Franco, demostrado su hombría[54].

La hombría, por contra, de quienes lucharon con el ejército republicano derrotado, sufriendo en el frente y los acuartelamientos de posguerra, no guarda relación con la victoria, sino con la capacidad de superar las adversidades relacionadas con las privaciones y traslados de un servicio militar casi interminable.

 

“Me faltaron tres o cuatro meses pa los nueve años de soldado… Aquello era que ya no sabía ni a qué atenerme… Ya últimamente nos daban unos permisos trimestrales… y así estuvimos una temporada grande. Fui a la provincia de Ciudad Real… Almodóvar del Campo, las minas de carbón de Puertollano… luego Manzanares, Valdepeñas… Y luego nos licenciaron y a los cuatro días… personal que vino, no sé quien, se sublevaron […] Y nos volvieron a recoger… estuve en Almería tres años… y en Almería me hicieron, que yo no quería, oficial…  fíjese, con cuatro soldados y una escuadra de civiles al Gobierno Militar”[55].

 

Las técnicas disciplinarias de los cuarteles militares facilitaban el control de los individuos a través de la instrucción, las guardias y otros servicios que funcionaban como una "microfísica del poder". Éstas regulaban la distribución espacial según función y rango, así como el tiempo, a través de rutinas diarias obligatorias y repetitivas. La “disciplinización” de los cuerpos juveniles, tal como la entendió Foucault, se reproduciría igual en esos cuarteles que en los internados y manicomios[56].

Por otra parte, las discriminaciones impuestas en función de las jerarquías militares, hicieron de las incomodidades un recuerdo común entre aquellos reclutas de los años 30-50. La falta de higiene, por ejemplo, entre la tropa de jóvenes sudorosos y testosterónicos sería norma común, pese a la mejora de cuarteles y vestimenta desde la dictadura de Primo de Rivera en 1927, las reformas del ejército por Azaña en 1931, y la llegada de nuevo material en 1951.

Durante mucho tiempo la historiografía española ha sostenido que, gracias al control militar y una autarquía precaria, Franco gobernó España como un cuartel durante la posguerra inmediata[57]. Para evitar una rebelión interna resultó fundamental eliminar la política y captar a las masas mediante ciertos dispositivos que las contentasen. Para ello se crearían espacios colectivos, tanto en los cuarteles como en la sociedad civil. La comida y el ocio se desarrollaban en las cantinas militares, separadas de los lugares de trabajo, descanso o seguridad, y atendidas por los denominados servicios mecánicos, en oposición a los de armas. Obtener un buen destino dentro del acuartelamiento dependía de la ocupación previa de los jóvenes en la vida civil y disponer de un "enchufe" que les permitiera "pasar una buena mili", pese al confinamiento interrumpido sólo por los paseos de tarde, las marchas y maniobras. 

De ahí que las fuentes orales suelan referirse a ese «discurrir tedioso, aburrido e interminable del tiempo», recordando los rituales diarios, así como la escasez generalizada de medios y, sobre todo, el hambre. Los ranchos de los soldados dieron lugar a chistes y canciones, al igual que los uniformes, mudas y escasas mantas con que cubrirse. Un aspecto no precisamente irrelevante, a tenor de la hipótesis de Michael Seidman sobre los avituallamientos como elemento que decantaría la victoria de 1939 en la Guerra Civil[58].

 

“La mili la hice en Granada, que fue donde más hambre pasé y los piojos me comían… digo “¡cuidado con el ejército que tiene Franco!” Yo soy del 45, es que me fui retrasado… Hice la mili en el 46, dos años y medio que estuve… Fui a la mili por tonto, no tenía que haber ido… pero yo como era joven… Se murió un hermanillo mío y, en vez de darle de baja a él, me dieron a mí… que por eso yo hubiera pasado […] Treinta meses… siempre de guardia y de aquí nada… muertecico de hambre… Ponían un centinela pa que lavara los platos… y mira por donde me tocó a mí… Y me tenían que relevar a las diez de la noche, y no fueron a relevarme… veo salir uno de la cocina con un plato en la mano… y lo metió en un registro de ésos de la alcantarilla… Cuando vi yo que se metió otra vez a la cocina y apagó la luz, digo, “voy a ver lo que es…” Un plato morcilla así… había lo menos dos kilos… Digo: “O reviento o me muero aquí, pero esto me lo como”[59].

 

Fidel Molina insiste en que habitualmente los jóvenes españoles percibían “la mili” como una pérdida de tiempo de sus vidas, que les separaba de sus obligaciones laborales y/o familiares, sin otorgarles una auténtica preparación militar. En cambio, las normas para realizar esas guardias eran muy estrictas, convirtiendo al centinela en una pieza clave como “chivo expiatorio” que revelaba tanto las posibles incursiones exteriores, como las fugas. Igualmente sucedía con las “imaginarias” para vigilar los dormitorios durante la noche, contando a los soldados para su control interno durante ocho horas repartidas en cuatro turnos. Una función de represión del enemigo interno extendida al conjunto de la población española durante la dictadura franquista, como revela el siguiente testimonio sobre los otros trances que debieron superar los soldados rasos[60].

 

“Un primo mío fue de la quinta del 42 y entonces llamaban a los militares para hacer los fusilamientos y creo que fueron y entonces, claro, los pobres soldados... Si la mayoría... mi primo tenía a su cuñado escondido, que lo mató la Guardia Civil en Cabo de Gata de una paliza; su hermano, su tío, mi padre y..., pues creo que el uno cayó por aquí medio muerto, el otro mareado... total, que ningún soldado quiso tirarles”[61].

 

Como el servicio militar de los muchachos, los órganos de encuadramiento juvenil femenino durante el franquismo procedían del Sindicato Español Universitario, el Frente de Juventudes y su Sección Femenina. Las jóvenes que vivían en las capitales de provincia podían acudir también a las tardes de enseñanza en las “Escuelas de Flechas” para niñas y la “Escuela Hogar” para adolescentes, fuera de la obligatoriedad del instituto. Desde 1944, la Sección Femenina adulta implantó también los “Planes de Formación de la Masa”, cuya asistencia era obligatoria para las jóvenes comprendidas entre 17 y 27 años, misma franja de edad que comprometía a las nazis a la prestación del “Servicio Laboral” durante la Guerra Mundial en curso[62].

Ya el 15 de octubre de 1937, en plena Guerra Civil, se decretó la creación del Servicio Social por una Delegación denominada Auxilio de Invierno e inspirada en el Winterhilfe alemán, para atender de forma gratuita comedores, hospitales y centros asistenciales en el bando rebelde. Pilar Primo de Rivera, dirigente de esa Sección Femenina de FET-JONS, denunció en 1938 que dicho servicio debía pasar a su competencia y afectar de forma obligatoria a todas las mujeres, y no sólo a aquellas que se veían obligadas a trabajar por necesidad. De modo que ese servicio militar sui generis, que constaba de tres meses de formación teórica y otros tres de prácticas, sobrevivió al final del conflicto bélico como método de control de todas las españolas y, especialmente, de las obreras.

Cuando, finalmente, el Servicio Social pasó a la jurisdicción de la Sección Femenina, ésta se encargó de canalizarlo como una prestación sustitutoria para las mujeres que no cumplían su misión biológica. Es decir, todas aquellas solteras comprendidas entre los 17 y 35 años que, en lugar de formar una familia como amas de casa, quisieran estudiar y/o desempeñar una actividad profesional, sacarse el pasaporte para marchar al extranjero, o realizar cualquier actividad que necesitara un permiso o acreditación oficial.

Como el Servicio Laboral del Tercer Reich, esta credencial fue considerada una herramienta eficaz de encuadramiento, con capacidad para cubrirlas carencias estructurales en cocinas, oficinas y talleres con mano de obra gratuita de Sección Femenina. Si en las ciudades pequeñas la mayoría de prestatarias fueron maestras, dada la escasez de universitarias, el cumplimiento de esta obligación en los pueblos más inaccesibles para la administración del Estado se haría casi imposible por “la diferente formación, los ambientes cerrados, las diferentes visiones del mundo, los horarios y el ritmo de vida relacionado con la naturaleza, la escasez de medios materiales, la desconfianza y el analfabetismo”[63]. Unas carencias que trataron de ser paliadas a través de las divulgadoras de Sección Femenina, jóvenes autóctonas de cada localidad instruidas para entrar en contacto con las campesinas a través de las escuelas de formación y de hogar, las granjas-escuela, las cátedras ambulantes y las campañas de redención del analfabetismo que, a partir de 1958, también facilitaron la adquisición de ese Servicio Social.

                No obstante, la documentación e investigaciones realizadas en distintas provincias rurales de Andalucía, La Mancha, Aragón o Valencia, demuestran la resistencia a la realización del mismo por jóvenes y adultas. Hasta el punto que, además de las exenciones de sirvientas y campesinas, se creó una “redención a metálico” similar a la existente para las quintas militares hasta 1912.

 

“En el pueblo en el que hubiera una cocina, un comedor, o algo así, las destinábamos; pero en otros pueblos donde no había instituciones de Sección Femenina ni del Estado donde pudieran hacer el Servicio, ¡no las íbamos a dejar a medias! Pues tenían que hacerse una canastilla que era lo más fácil de éste mundo, porque si no la querían hacer, se la podían comprar... Por eso le dije a usted que la gente de pueblo, la que no tenía el Servicio Social era porque era malísima, no quería estudiar tres meses que eran cosas que luego les venían a ellas bien […] «¿Pues no os vais a casar? Pues prepararos... porque la comida es diaria, hijas de mi vida, a menos que estéis con las […] cosas esas redondas de los americanos… [galletas]”[64]

 

Durante los años 50 se diseñaron cursos intensivos como los que realizaban las bachilleres en la ciudad para garantizar el cumplimiento de ese Servicio Social en el medio rural, pero su inutilidad práctica y trasfondo adoctrinador aumentó su impopularidad y la resistencia a realizarlo. Un ambiente hostil que, en provincias como Málaga, hizo que los padres y madres de Colmenar se opusieran a la colaboración de sus hijas en 1954[65]. En Almería no fue hasta diez años más tarde, en 1964, cuando el número de prestatarias se multiplicó exponencialmente hasta el final de la dictadura, debido a la masiva incorporación femenina al mercado de trabajo y a la emigración, tanto desde el campo como la ciudad. No obstante, fue en Granada -como mayor circunscripción universitaria de Andalucía-, donde a medida que las jóvenes fueron accediendo a la educación superior, dicho Servicio Social fue más demandado y denostado entre las estudiantes de clase media, por la devaluación de su función y de la propia dictadura[66].

 

“Ellas sabían quién era yo, por supuesto. Por eso me querían... pero no con idea de que a mí me iban a poder ellas tener de criada... Como las que tenían de porteras, pa hacer los mandaos, pa hacerles recados... Si había que llevar a los niños pobres comida, iban las tontas estas con las bolsicas...cargando como bestias al Cerro San Cristóbal... El que necesitaba comer todos los días porque en su casa su madre no se lo iba a dar... Ellas sabían que conmigo no iban a poder, que yo no era... que mi padre no era portero, ni nada... Además, estaba estudiando en un instituto... que gente con, con 12 años ya las ponían a servir... ellas sabían que yo iba a estudiar, que no iba a poder estar... a las órdenes de ellas, sumisa. Ellas eran pues según veían la... la familia”[67].

 

Sólo en las cátedras ambulantes que acudían a los pueblos y diseminados de las sierras, las “señoritas” de Sección Femenina siguieron siendo bien recibidas en esas fechas, como una atracción que rompía la monotonía de los ciclos agrarios. Allí convivieron con los vecinos como parte de una “comunidad imaginada” a la que enseñar su célebre recetario de cocina, actividades de ocio y tiempo libre, pese a la oposición impenitente de los progenitores al pantalón corto de sus hijas. Sin estímulos culturales ni recursos sociales, la cátedra “animaría al pueblo, se civilizarían un poco y se les quitaría el miedo», ya que a las niñas de Paterna del Río no las dejaban practicar deporte por creer que “se enferman y adelgazan”. El mesianismo falangista se vería así corroborado en este “pueblo de agricultores y poco civilizado […] no muy partidario de la SF. Ha sido preciso mediar con los padres de familia, para convencerles de que sus hijas no perderán nada, sino que aprenderán y ganarán practicando deporte, asistiendo a las Tardes de Enseñanza, etc.”[68] Así recordaban Rosa Lorenzo y Encarnación Cano a las seis instructoras que pasaron por Serón en los sesenta tan jóvenes y alegres como ellas mismas a los 18 años, cuando cumplieron el Servicio Social:

 

“Vinieron en roulottes que se instalaron ahí, cerca del colegio y acudió mucha gente, porque estaban prácticamente todo el día para amoldarse al horario de la gente del pueblo, y nos daban incluso de noche las clases de bordados, costura, también leíamos algo... A esa edad, nos gustó mucho y aprendimos cosas útiles de la casa, que entonces era lo único que podían hacer las mujeres, porque la mujer que quería trabajar fuera sólo tenía el campo o los talleres de costura, y por eso fueron hasta casadas y mayores”[69].

7.      La militancia política

 

Si hemos dicho que el servicio militar significaba el rito de paso para “ser un hombre”, al igual que el servicio social femenino se reservaba a las jóvenes solteras, ¿en qué momento de la vida de los pobladores del medio rural surgía el interés por la política y la militancia?

Stephen Humphries analizó ya en 1981 la conducta de los jóvenes ingleses de clase obrera hasta el inicio de la II Guerra Mundial. A través de cientos de entrevistas realizadas en algunas de las principales ciudades industriales como Bristol y Manchester, pudo analizar el desarrollo de las pandillas callejeras en un ambiente de huelgas y violencia social que partía de los propios colegios. No obstante, se ha criticado su dependencia de la identidad de clase para explicar esa movilización juvenil, sin atender a las diferentes iniciativas que tomaron, sobre todo los hombres, para participar o no en el servicio activo, alinearse con las clases dominantes o resistirse a su hegemonía, entendiendo su actitud guerrillera como una rebeldía de clase[70].

En los casos del sureste español que aquí estamos analizando no existía ese caldo de cultivo urbano. Sin embargo, hemos de diferenciar muy bien la coyuntura de cambios y modernización republicana de 1931-1936, junto al periodo bélico y revolucionario de 1936-1939, respecto de la dictadura, tanto la durísima posguerra 1939-1959, como la estabilización económica y el resurgir del movimiento obrero entre 1962-1975.

En localidades con una estructura productiva poco diversificada desde finales del XIX,  dedicadas sólo a la minería en el interior, la pesca en el litoral, o al monocultivo de la uva o la caña de azúcar entre las provincias meridionales de Málaga y Murcia, fue la miseria y unas relaciones de producción marcadas por la explotación laboral y las desigualdades, las que potenciarían la conciencia de clase entre los más jóvenes y una sindicación temprana, que les llevó incluso a la cárcel antes de cumplir la mayoría de edad.

 

“Este pueblo ha sido un pueblo muy… los ricos han sido muy… ha habido mucho odio, mucha tirantez entre los trabajadores y la clase esta que llamamos “clase rica”, y entonces pues hemos tenido muchos enfrentamientos. Desde los 14 años ya estaba mezclado… y en los 15 ya estaba en la cárcel… después de condenarme tuvieron que ponerme en libertad porque no podían procesarme con arreglo a la ley… en marzo del 34 por haber estado con un tal Hernández, anarquista, en reuniones clandestinas… Pero yo de jovencillo entré de aprendiz de panadero, aunque aquí la mayoría a la pesca… mis padres eran pescadores y yo a los 11 años ya entré de aprendiz y a los 15 años ya era oficial de panadero”[71].

 

Si partimos de esa primera etapa de democracia republicana, hay que distinguir también la aparición de un fascismo rural de “señoritos” con especial presencia en la Andalucía occidental, del antifascismo con que se identificó una mayoría de la población juvenil en aquellos años[72]. Aquí recogemos testimonios de ambas zonas geográficas, al sur de la Península Ibérica, y que quedaron escindidas entre la zona de predominio franquista, que ocupaba todo el suroeste hasta Málaga, ocupada por los voluntarios de Mussolini en febrero de 1937, y las provincias de Almería, Jaén y parte de Granada, al este, que permanecieron leales al Gobierno republicano hasta el final de la Guerra Civil.

Los jóvenes del Ventennio fascista en Europa fueron soldados de la Gran Guerra y luego escuadristas influenciados por las frustraciones y violencia extrema del combate, como una generación enviada a la muerte que convivió entre el odio y una “hermandad de sangre”. Los fascistas españoles agrupados en torno a Falange en 1933 compartirían con ellos esa violencia vitalista. José Antonio Parejo ha rastreado «el pasado del joven español que se hizo camisa azul» y se alistó –sin necesidad- voluntario en la Guerra Civil, demostrando que en provincias como Sevilla un 68% de quienes acudieron a primera línea eran muchachos solteros y sin pasado político alguno, mientras los afiliados mayores y con responsabilidades familiares permanecieron en segunda línea de combate[73].

Algo similar sucedía en el resto de la Andalucía occidental, la provincia de Badajoz, Tánger o la isla de Tenerife, donde lo interesante es diferenciar el perfil de los primeros militantes conocidos como “camisas viejas”, y los que se afiliaron durante el conflicto, cuando Falange se convirtió en un partido de masas campesinas y jornaleras, frente a las aburguesadas Milicias Nacionales. Antes de las elecciones de febrero de 1936, en cambio, predominaron los estudiantes de bachillerato, profesionales de clases medias, militares y sobre todo, aristócratas latifundistas y “señoritos” sevillanos. De modo que la represión de Queipo de Llano convenció a muchos adultos que querían protegerse de la persecución, pero también a numerosos jóvenes atraídos por su propaganda revolucionaria y anticapitalista, tan distinta a la del resto del bloque reaccionario[74].

En Andalucía oriental, La Mancha y otras provincias rurales como Salamanca, se cumplía la máxima de Michael Mann de jóvenes solteros, sin formación ni antecedentes políticos, con poca experiencia adulta y civil, más pobres aún que los sevillanos. Muchachos sin constituirse como grupo cuando se unieron al Movimiento –antes de 1937- , con un conocimiento elemental de los valores que defendían, pero motivados por los lemas grandilocuentes, las personalidades carismáticas y el impulso de los amigos, paisanos y vecinos[75].

En el otro bando, las fuentes orales muestran como las mujeres y hombres de izquierdas vivirían una conjunción de experiencias personales en torno a un “antifascismo existencial”, un  “antifascismo generacional” y el “antifascismo organizado”, mostrando que «la rebelión existencial a las reglas y el deseo de libertad y autonomía se funden y confluyen con el antifascismo político, que da respuesta a ese malestar y esas aspiraciones; pero parece tener una génesis propia, y en ese sentido nos remiten a la inquietud generacional de las “veinteañeras”»[76].

Durante la Guerra Civil la juventud, al igual que el sexo-género, se esencializó hasta convertirse en el blanco de los llamamientos a la movilización militar, social y política. Una política centrada en su socialización combativa, y en la que se aprecian evidentes similitudes entre las estructuras, la estética y los rituales de los “pioneros rojos” comunistas y los “balillas” y las “flechas” fascistas, citados anteriormente. En cambio, las Mujeres Libres anarquistas trataron de marcar una línea definitoria de su identidad dentro del movimiento anarquista en España, y absorber sin éxito al Secretariado Femenino de las Juventudes Libertarias “para contrarrestar de este modo la tendencia a relegarlas a un status secundario dentro de la organización”[77].De hecho, existía una competencia feroz por el proselitismo entre estas organizaciones y la Alianza Juvenil Antifascista, la Associació de la Dona Jove en Cataluña o la Unión de Muchachas, de predominio comunista, y enfocadas a la capacitación, propaganda y agitación política[78].

En general, las chicas que tuvieron acceso a una educación y participación política activa eran familiares de combatientes, criadas en un ambiente libertario con fuerte impronta paterna o formadas en el seno de esas organizaciones juveniles del Frente Popular[79]. Según Mary Nash, su actitud era más rebelde que la de sus homólogas mayores, expresando de forma clara la necesidad de cambiar los modelos culturales y las normas de conducta, aunque en muchas ocasiones fueran conscientes de que sus reivindicaciones no traspasarían las barreras de género persistentes[80].

 

“En aquellos tiempos, no les gustaban los hombres que las mujeres... eran muy machistas, que supieran de política. […] Dentro de las Juventudes, yo me creo que además de hablar de política, iban a hacer mítines pero, como era un pueblo Gérgal, casi era lo de menos. Lo que ellas desarrollaban en la política, era hacer jerseys… mucho tricotar, hacer cosas así... hasta el racionamiento de pan y entonces iban y lo repartían a los niños y enfermos”[81].

 

En cualquier caso, el encuadramiento no llegó a esa España rural con el mismo éxito que a grandes urbes como Barcelona. En poblaciones agrarias como Coca (Segovia), Castuera (Badajoz) o Almería, las llamadas de atención a la frivolidad y animadversión de las “jovencitas” y “veinteañeras” fueron frecuentes, dada la falta de colaboración con la defensa republicana en la recogida de las cosechas y los puestos de retaguardia reservados para ellas, prefiriendo ir al cine o echar la siesta.

“Todavía no tenemos noticia de que las jovencitas antifascistas de Almería, hayan decidido emplear uno de los muchos ratos que pierden diariamente en tonterías, en confeccionar prendas de abrigo para nuestros hombres. Les resulta más práctico deambular por el paseo, engrosar las entradas de cine, ir de establecimiento en establecimiento buscando la barrita de carmín que hará sus labios más apetitosos, conjugar al oído del amado el verbo amar. Eso de realizar una labor positiva no tiene encanto. ¿Verdad que sería una herejía, lindas muchachitas, desaprovechar estas tardes de sol en la tarea fatigosa de coser? ¿Verdad que no tiene comparación posible el admirar la esbelta silueta de un Clark Gable, con la vista grosera del paño de una cazadora? Sí, sí, se comprende. Pero es una sola vez, un solo esfuerzo lo que se os pide, compañeras”[82].

 

A pesar de las reticencias y penalidades, el contexto revolucionario de la Guerra Civil supuso una oportunidad de promoción social para muchas jóvenes españolas de extracción obrera, que pudieron prepararse como maestras o enfermeras y salir del entorno familiar para compartir sus primeras inquietudes políticas, a pesar de que en algunos pueblos no se las tomase en serio[83]. Ése sería el caso de las muchachas antifascistas de la localidad granadina de Pedro Martínez, donde «el hecho de ser jóvenes, algunas de ellas extremadamente jóvenes, solteras casi todas, quizá tuvo como consecuencia, que las casadas del pueblo no se identificaran con ellas y que, por eso mismo, no las valorasen ni tomaran en demasiada consideración el trabajo de la Agrupación»[84].Carmen Tortosa, por su parte, organizó el Socorro Rojo en la pequeña localidad de Alhama de Almería, de apenas 3.000 habitantes, marchando después a la capital para participar en la Escuela de Cuadros del Partido Comunista y dirigir la Unión de Muchachas, ante la estupefacción y rechazo de sus padres:

 

“Está comprobado que toda revolución no sólo conmueve los cimientos de la sociedad, sino hasta el de la propia familia. Difícil sería comprender a un joven de nuestros días la reacción de unos padres cargados de prejuicios […] al ver llegar un buen día a su hija de dieciséis años vestida de miliciana y con un revólver en la cintura. Los reproches, el qué dirán, tú eres muy joven, eso no es cosa de mujeres, las malas caras de familiares y conocidos, no me hicieron desistir de la determinación que había tomado, mi puesto estaba al lado de los hombres y mujeres dispuestos a defender a sangre y fuego la República”[85].

 

Otro caso similar fue el de las voluntarias y brigadistas internacionales que llegaron a España con los Comités de Ayuda a la República en los primeros meses de guerra, como las argentinas Juana Quesada y Ada Minces, de quince años[86]. También el de la comisaria holandesa Fernanda Schoonheyt, de 23 años, a la que el coronel Villalba calificaba en agosto de 1936 como «La Reina de las ametralladoras… Es alta, rubia, bella y se llama Fanny. No es un marimacho […] Es una mujercita discreta, amable y muy femenina»[87]. Comentarios sobre su atractivo sexual, y no su valor o ideología, confrontados a los motivos reales de su traslado a España: la incomprensión familiar por sus ideas comunistas y el veto a sus columnas sobre política en el diario de Róterdam donde trabajaba. 

 Si en un principio su juventud se consideró un capital irremplazable para el servicio en las trincheras junto a los reclutas, las milicianas fueron rápidamente desacreditadas como románticas inconscientes, casquivanas y transmisoras de enfermedades venéreas a los auténticos combatientes. Desde entonces ellas deberían permanecer en la retaguardia junto con los “no útiles” para el reclutamiento, cuya masculinidad -como decíamos antes- se ponía así en tela de juicio.

 

“¡Jóvenes no aptos para el servicio de las armas! ¡Muchachas! […] La juventud que tantas pruebas de heroísmo viene dando en el trascurso de la guerra, tiene que aprestarse a ocupar los puestos en las fábricas, talleres, oficinas que nuestros camaradas mayores dejan vacíos para incorporarse al Ejército. [...] La JSU sabe del espíritu de los jóvenes almerienses los deseos de hacer algo por la guerra, y quieren encauzar este deseo organizando las bolsas de trabajo para los muchachos no comprendidos en las quintas y muchachas, y jóvenes que por defectos físicos o por enfermedad no sean útiles para las armas. ¡Jóvenes almerienses! ¡Por la independencia de España! ¡Por las reivindicaciones de la Juventud!”[88].

 

Como sucedía con los mayores de las aldeas que, por preservar la tradición y su jerarquía, instaban cada año a las nuevas cohortes de mozos a celebrar la “fiestas de quintos”, son varios los testimonios que nos hablan de la incitación a la violencia y la movilización militar de quienes, por su edad, ya no podían acudir a los frentes. José Polo nos aseguraba que en su pueblo, Nacimiento, “eran tan exaltados los viejos como los jóvenes, porque… los que inducían eran los viejos… y a los que levantaban era a los jóvenes”[89]. Muchos de esos muchachos acudirían además atraídos por la retribución de 50 pesetas que ofrecían las milicias voluntarias, o las 300 mensuales que cobró el personal de tropa del Ejército Popular desde el Decreto de 20 de octubre de 1936. Hecho que demuestra nuevamente la interacción de la identidad juvenil y de clase en el alistamiento[90].

 

“Había gente fanática y… Cuando llegó el tiempo de los voluntarios a la guerra… Pusieron diez pesetas al que se iba voluntario, de sueldo… y se subían a los balcones: “¡Hay que ir a defender…!” Todavía me acuerdo…todavía me acuerdo yo de eso… Y todos aquellos que se subían… que ellos no iban, ellos lo que querían es embarcar a los demás, ellos no iban…”[91].

 

Emilio Lupiáñez se alistó en 1936 en el Ejército Popular con alrededor de veinte años, junto a hermano menor que él. Natural de Motril (Granada), confiesa que, en aquellos momentos no sabía a lo que se exponía, y para los chicos jóvenes era como una aventura, porque no tenían la responsabilidad de los que iban casados y con hijos al frente. «Bueno,... yo tenía a mis padres y a mis hermanas, que los quería y también se preocupaban por mí y por mi hermano, pero era distinto»… Las mujeres colaboraban, sobre todo, en la retaguardia, pero también estaban las que se iban al frente como enfermeras y terminaban pegando tiros:

 

Una prima de mi mujer estuvo en el frente y después de la guerra tuvo que irse a Barcelona con unos familiares, porque en la guerra nos conocíamos todos y nos mirábamos cara a cara, así que después tuvo que cambiarse de nombre, y ponerse el de una tía suya para que no se metieran con ella, por miedo…”[92].

 

                Este último testimonio vincula ya la militancia juvenil con el final de la Guerra Civil y el inicio de la represión franquista sobre los antifascistas, hombres y mujeres, aunque se cobrara su impuesto de sangre de distinto modo, atendiendo a una específica violencia de género. Muchos críos como Gaspar Martínez dieron a parar con sus huesos en los calabozos municipales sin saber muy bien cuál era su delito político…

 

La última quinta de guerra fue la del primer reemplazo del 42, yo me quedé en puertas… era del 43…. Y a mí me metieron en los bajos del Ayuntamiento con quince años, fíjate yo lo que podía haber hecho... Tres o cuatro días y porque me sacaron, que si no igual me meten en el Ingenio [cárcel] y me paso tres o cuatro años quizás... Pues a mí me acusaban de … Ya ves, porque había estado afiliado en las Juventudes Socialistas y por cosas de esas, si por cualquier cosa te metían en la cárcel…”[93].

 

Frente a esos jóvenes idealistas, se abría paso una nueva generación nacida en familias de derechas o sin conciencia política durante la guerra. Ése sería el caso de Antonia Martínez Catalán, hija de aquellos “hombres nuevos” que formaron los cuadros intermedios del franquismo en instituciones tan significativas como el Patronato de Protección a la Mujer[94].Creado en 1902 para la trata de blancas y reconvertido en 1941 en un reformatorio tutelar de jóvenes descarriadas hasta 1984, el Patronato albergaría algunas menores de edad que practicaron el amor libre durante el conflicto, o celebraron matrimonios civiles sin validez para la Iglesia católica al término del mismo[95]. Pero Antonia, que trabajó allí toda su vida, poseía un relato justificatorio que buscaba su aceptación social como una labor de servicio público, sin valorar que la moralidad del Régimen implantada en esos órganos represores estaba tan cargada de política sexual como la desplegada por la Sección Femenina del Movimiento[96].

 

“Cuando terminé de estudiar lo primero que hice fue el Servicio Social porque sabía que me lo iban a pedir en cualquier sitio... Yo guardo un buen recuerdo porque era gente muy agradable, gente muy, muy servicial, no eran... ya sabes tú, ordeno y mando, no, no, no... Vamos, me supongo que la gente que estuviera allí trabajando y eso pues tendría alguna noción de la política o de lo que fuera, pero nosotros nada, nonos hablaban... de política, ni hablar. Ahora, nos enseñaban, por ejemplo, las cosas de José Antonio ¿no?... Ellas sí, sí, como representantes del Movimiento iban a todos sitios. Sí, sí, sí, eso sí. Ellas serían más políticas, me supongo yo, estaban metidas en políticas, yo pues no... Ahora está la gente más politizada que entonces, entonces, en la posguerra no se hablaba de política, en absoluto”[97].

 

Esta noción de una posguerra sin política es el síntoma de la Victoria franquista, un régimen que consiguió desmovilizar a la sociedad civil manteniéndola ocupada en su supervivencia. Hasta el punto de que la Formación del Espíritu Nacional impartida por las falangistas se identificó con “las cosas de José Antonio” (Primo de Rivera, fundador de la Falange), y la realización del Servicio Social se acató como un impuesto revolucionario. Desde entonces, la juventud española que no se hallaba en las cárceles, el destierro o la guerrilla tendría que optar entre participar en esos órganos de encuadramiento y socialización en el partido único, recluirse en el exilio interior, o practicar diversas estrategias de resistencia como “armas de los débiles”[98].

Por si acaso, el Frente de Juventudes de FET-JONS se creó en 1939 para la instrucción física, política y paramilitar de la cantera del partido, con edades comprendidas entre 7 y 17 años. Las niñas, como hemos visto, recibirían una formación moral y social como futuras amas de casa, culminada por un rito de paso desde la categoría de flechas azules a la sección de adultas, celebrado cada 15 de octubre, onomástica de su patrona Santa Teresa.

Con el tiempo, tanto la organización masculina como la femenina demostraron tener escaso desarrollo en el mundo rural, que las asociaba más al recreo juvenil, como veíamos, que a la militancia política en sí misma. Características que habrían de perpetuarse hasta 1959, cuando los «veinte años de Paz» evidenciaron la proyección urbana y fuerte selección social de una obra que quería consagrarse como “minoría selecta” del Régimen, pese a la falta de medios, falta de capacidad de los mandos, el escepticismo y la desmovilización imperante en el resto de la sociedad[99]. No sería hasta las primeras protestas estudiantiles de febrero de 1956 en Madrid, y las huelgas de 1962 con las que se avivó el movimiento obrero, cuando la militancia de los más jóvenes volvió a la calle, sacudiéndose el polvo de la posguerra y las formas marginales de oposición política a la dictadura.

En el sur de España esas luchas quedaban lejos, aunque los hijos de los campesinos más prósperos se organizaban en la Universidad de Sevilla o Granada, y los pueblos que habían dormido un aparente sueño comenzaban a despertarse[100].

 

8.      Conclusiones

 

Este recorrido por la juventud del mediodía español entre la crisis de los años treinta y el final del franquismo ha encontrado en las fuentes orales el mejor medio para plasmar los conflictivos roles de género en la etapa previa a la edad adulta, junto a otras categorías de análisis histórico como la clase social o el origen campesino. Una desigualdad que recorría de forma interseccional la educación, el trabajo, las estrategias matrimoniales, la socialización política o los ritos de paso marcados por el Estado. De ese modo, son los supervivientes de una etapa tan convulsa quienes reflexionan sobre los marcos de injusticia que forjaron su identidad, al no permitirles estudiar, limitándoles su horizonte laboral, aplazar la vida adulta al cumplimiento del servicio militar o el servicio social, e incluso decidir con quiénes se deberían casar. Puede deducirse entonces que, pese a la conquista de libertades y derechos civiles alcanzados durante la Segunda República (1931-1936), hubo factores condicionantes del desarrollo individual y comunitario de los “jóvenes de pueblo”, como fueron la moral religiosa, la familia y las estructuras de sentimiento sedimentadas sobre la figura de los herederos o las hijas como cuidadoras. La dictadura franquista (1939-1975) reforzó ese control social, sobre todo entre las muchachas, a través de la legislación, la escuela católica e instituciones como la Sección Femenina, pero tampoco consiguió evitar que la población juvenil más inconformista encontrara resquicios por los que socavar la represión y mostrar su capacidad de resistencia y contestación al Régimen.

 

 

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FECHA DE RECEPCIÓN: 01/04/2020

FECHA DE ACEPTACIÓN: 30/06/2020

 



[1] SOUTO KUSTRÍN, Sandra “Historiografía y jóvenes: la conversión de la juventud en objeto de estudio historiográfico”, Páginas. Revista Digital de la Escuela de Historia, núm. 22, Rosario, 2018, pp. 16-38.

[2] En 1940 el 35´1% de la población española vivía en municipios de menos de 5.000 habitantes. Por otra parte, en 1950 el sector agrario (agricultura, ganadería y aprovechamiento forestal) suponía el 55,4% de la población andaluza y seguía aportando el 35´2% al PIB de esta comunidad, sólo superado por los servicios (INE y ZAMBRANA, Juan F. y RÍOS, Segundo El sector primario andaluz en el siglo XX, IEA, Sevilla, 2006). Véase: COBO, Francisco y ORTEGA, Teresa “Franquismo y cuestión agraria en Andalucía oriental, 1939-1968. Estancamiento económico, fracaso industrializador y emigración” en Historia del Presente, núm. 3, Madrid, 2004, pp. 105-128.

[3] APPIAH, Kwame A. Las mentiras que nos unen. Repensar la identidad. Creencias, país, color, clase, cultura, Taurus, Barcelona, 2019, pp. 20-24.

[4] LLONA, Miren “Memoria e identidades. Balance y perspectivas de un nuevo enfoque historiográfico”, en BORDERÍAS, Cristina (ed.) La historia de las mujeres. Perspectivas actuales, Icaria, Barcelona, 2009, pp. 355-390 e “Historia oral: la exploración de las identidades a través de la historia de vida”, Entreverse. Teoría y metodología práctica de las fuentes orales, Universidad del País Vasco, Bilbao, 2012, pp. 15-59.

[5] FERNÁNDEZ VARGAS, Valentina “Edad y biografía: una visión de género”, Las Edades de las Mujeres. Actas del IX Coloquio Internacional de AEIHM, UAM, Madrid, 2002, p. 342.

[6] FRASER, Nancy Redistribución o reconocimiento: un debate filosófico, Morata, Madrid, 2006 y GONZÁLEZ, María N. “La disolución de la categoría de identidad: la aproximación deconstructiva del pensamiento de Nancy Fraser”, Civilizar, núm. 10/ 18, Bogotá, 2010, pp. 65-74.

[7] SOUTO, Sandra “Juventud, violencia política y "unidad obrera" en la Segunda República española”, Hispania Nova, núm. 2, Madrid, 2001-2002. Consultable en: http://hispanianova.rediris.es/general/articulo/016/art016.htm

[8] SOUTO, Sandra “El mundo ha llegado a ser consciente de su juventud como nunca antes”. Juventud y movilización política en la Europa de entreguerras”, Mélanges de la Casa de Velázquez, núm. 34 (1), Madrid, 2004, p. 181.

[9] Uno de los últimos autores en abordar del proceso de radicalización y asociacionismo juvenil, su búsqueda de independencia respecto a las organizaciones de adultos, y su papel en la lucha entre fascismo y antifascismo es: GINARD, David “Mujeres, juventud y activismo antifascista en la Europa mediterránea (1933-1945)”, Ayer, núm. 100/4, Madrid, 2015, pp. 97-121. No obstante, debemos tener de referencia obras pioneras como la de DOGLIANI, Patrizia Storia dei giovani, Bruno Mondadori, Milán, 2003, pp. 103-134.

[10] Son fundamentales al respecto: GARCÍA-BARTOLOMÉ, J. Manuel La mujer agricultora ante el futuro del mundo rural [Tesis doctoral, UCM, 1991] y La juventud rural y la juventud agricultora en España, MAPA, Madrid, 2005, y ORTEGA, Teresa Jornaleras, campesinas y agricultoras. La historia agraria desde una perspectiva de género, PUZ, Zaragoza, 2015, o el dossier con Ana CABANA (coords), “Campesinas. Mujeres en la Historia”, Arenal, vol. 25, núm. 1, Granada, 2018.

[11] PLUM, Catherine “Youth Patriots, Rebels and Conformists in Wartime & Beyond: Recent Trends in the History of Youth Nationalism and National Identity in the Twentieth century”, Memoria y Civilización, núm. 14, Pamplona, 2011, pp. 133-151. Alejandro QUIROGA ha analizado también las campañas de escolarización masiva en España y las estrategias de inculcación de los valores nacionalistas en la educación primaria y secundaria (Haciendo españoles. La nacionalización de las masas en la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2008. Capítulos 7 y 8). Sobre los “ego-documentos” en España: CABANA, Ana y NOGUEIRA, Xesús “Silencio, memoria y documentos de sombra. Desmemorias y relatos sobre la represión durante la Guerra Civil”, Ámbitos, núm. 32, Sevilla, 2014, pp. 15-26.

[12] Reseña de: VARELA, Julia et al. Memorias para hacer camino: relatos de vida de once mujeres españolas de la generación del 68. Madrid, Morata, 2017, Teknokultura, núm. 14, 1, Madrid, 2017, p. 181 y SUBIRATS, Marina y Cristina BRULLET Rosa y Azul. La transmisión de los géneros en la escuela mixta, Instituto de la Mujer, Madrid, 1988.

[13] Entrevista a Rosenda Moya Lozano (Beires, provincia de Almería, 21-08-2006). Entrevistador Sofía Rodríguez.

[14] Véase al respecto: FERNÁNDEZ, Juan M. y Carmen AGULLÓ “El problema de l´escola rural durant la Segona República”, Educació i Història: Revista d´Història de l´Educació, núm. 8, Barcelona, 2005, pp. 29-62.

[15] PASTOR, Inmaculada La educación femenina en la posguerra (1939-45). El caso de Mallorca, Ministerio de Cultura-Instituto de la Mujer, Madrid, 1984; CAPEL, Rosa M. (coord.) Mujer y sociedad en España, 1700-1975, Ministerio de Cultura-Instituto de la Mujer, Madrid, 1986; SCANLON, Geraldine La polémica feminista en la España contemporánea, Akal, Madrid, 1986; ALDECOA, Josefina Historia de una maestra, Anagrama, Barcelona, 1990; MARTÍN, Carmen Usos amorosos de la postguerra española, Anagrama, Barcelona, 1987. El concepto de “hipoteca humana” en: NAROTZKY, Susana & Gavin SMITH Luchas inmediatas. Gente, poder y espacio en la España rural, Universitat de Valencia, Valencia, 2010.

[16] Entrevista a Ana Cano López (Garrucha, provincia de Almería, 16-02-2007). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[17]PALACIO, Irene y Cándido RUIZ Infancia, pobreza y educación en el Primer Franquismo. (Valencia, 1939-1951), Universitat de Valencia, Valencia, 1993.

[18] Entrevista a Manuel Ortiz Calatrava (Níjar, provincia de Almería, 7-11-06). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

 [19]Entrevista a Gaspar Martínez Moreno (Alhama de Almería, 8-02-03). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[20] RODRÍGUEZ, Óscar Pupitres vacíos. La escuela rural de postguerra: Almería, 1939-1945, IEA, Almería, 2015; PALACIO, Irene Mujeres ignorantes, madres culpables. Adoctrinamiento y divulgación materno-infantil en la primera mitad del siglo XX, PUV, Valencia, 2003 y HUERTAS, Rafael “Los niños de la `mala vida´: la patología del golfo en la España de entresiglos”, Journal of Spanish Cultural Studies, vol. 10, núm. 4, UK, 2009, pp. 423-440.

[21] Archivo Histórico Provincial de Almería, GC 1185, “Memoria de la Junta Provincial contra el Analfabetismo de 1951”. Estas organizaciones pertenecían al partido único de la dictadura franquista (FET-JONS) y se ocupaban de la socialización juvenil y femenina hasta los 17 años, momento en que se pasaba a la organización adulta del partido, que las mujeres debían abandonar como servicio activo al casarse. Para acceder al Magisterio en 1950bastaba con haber cursado el Bachillerato Elemental con 14 años (BEAS, Miguel “Formación del Magisterio y reformas educativas en España: 1960-1970”, Profesorado. Revista de currículum y formación del profesorado, núm. 14/ 1, Granada, 2010, p. 401). Véase también: RODRÍGUEZ, Sofía, “Activismo sin militancia. Las madres coraje de la posguerra española”, en BRANCIFORTE, Laura y Rocío ORSI (eds.) La guillotina del poder. Género y acción socio-política, Plaza y Valdés, Madrid 2015; pp. 69-92.

[22] Entrevista a Mariano Campos (Paterna del Río, Almería, 6-09-2006). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[23] RAMOS, María Dolores “Mujeres campesinas en Andalucía: roles oscuros y estrategias de supervivencia”, en SEGURA, Cristina y Gloria NIELFA (eds.) Entre la marginación y el desarrollo: Mujeres y hombres en la historia. Homenaje a María Carmen García-Nieto, Ediciones del Orto, Madrid, 1996, pp.298-299.

[24] QUIROGA, Alejandro, Haciendo españoles…cit. y VELASCO, Luis “¿Uniformizando la nación? El servicio militar obligatorio durante el franquismo”, Historia y Política, núm. 38, Madrid, 2017, pp. 57-89.

[25] Entrevista a Gaspar Martínez Moreno (Alhama de Almería, 8-02-03). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[26] CAPEL, Rosa “Mujer y trabajo en la España de Alfonso XIII”, en Mujer y sociedad..., cit., pp. 214 y 219.

[27] ALTED, Alicia y Gloria NÚÑEZ Trayectoria de una anarco-sindicalista sevillana hasta 1939: el testimonio de Maravillas Rodríguez”, en SEGURA, Cristina y Gloria NIELFA (eds.) Entre la marginación…, cit., p. 235. Véase también: GONZÁLEZ DE MOLINA, Manuel (ed.) La historia de Andalucía a debate. Campesinos y jornaleros, Anthropos, Barcelona, 2000 y PAREJO, Antonio Historia económica de Andalucía contemporánea. De finales del siglo XVIII a comienzos del XXI, Síntesis, Madrid, 2009.

[28] Emancipación, 30-11-1938.

[29] Entrevista a Manuel Ortiz Caltrava (Níjar, provincia de Almería, 7-11-06). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[30] HUFTON, Olwen, “Women withoutmen: widows and spinsters in Britain and France in theeighteenth century”, Journal of Family History, núm. 9, 4, UK, 1984. Véase: CARBONELL, Montserrat “Trabajo femenino y economías familiares”, en MORANT, Isabel (dir.) Historia de las Mujeres en España y América Latina. Vol. II, Cátedra, Madrid, 2005, pp. 243-246 y ORTEGA, J. Antonio y Javier SILVESTRE “Las consecuencias demográficas de la guerra civil”, en MARTÍN-ACEÑA, Pablo y Elena MARTÍNEZ La economía de la guerra civil, Marcial Pons, Madrid, 2006, pp. 53-105.

[31] Sobre la importancia de la Guerra Civil en la identidad y las vidas de las trabajadoras del hogar: DE DIOS, Eider “Abnegadas, monárquicas, intelectuales, sindicalistas y delatoras. Las trabajadoras del servicio doméstico, sus representaciones y movilizaciones (1920-1939)”, Hispana Nova, núm. 18, Madrid, 2020, pp. 517-550, o BORDERÍAS, Cristina “A través del servicio doméstico. Las mujeres autoras de sus trayectorias personales y familiares” Historia y fuente oral, núm. 6, Barcelona, 1993, pp. 195-122.

[32] Entrevista a Julia Díaz (Alhama, provincia de Almería, 9-01-01). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[33] GONZÁLEZ, Juan et al. Sociedad rural y juventud campesina. Estudio sociológico de la juventud rural, MAPA, Madrid, 1985, pp. 140-152 y GARCÍA, Juan Manuel “El trabajo de la mujer agricultora en las explotaciones familiares agrarias españolas”, Revista de Estudios Agro-Sociales, núm. 161, Madrid, 1992, pp. 71-97.

[34] Testimonio de Andrés Segura Capel (Huércal de Almería, 16-2-07). En: RODRÍGUEZ, Sofía, Memorias de Los Nadie…cit., pp. 79-80.

[35] Entrevista a Salvador Gea y Dolores Sánchez Gallardo (Vélez Blanco, provincia de Almería, 12-10-03). Véase: RODRÍGUEZ, Sofía, “El campo como refugio, el ocio como instrumento. Las cátedras ambulantes y la política juvenil de Sección Femenina: Almería, 1953-1964”, Historia Actual on line, núm. 36, Cádiz, 2015, pp. 117-132.

[36] Entrevista a María Cortés, instructora de cátedras en Almería (22-03-01). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[37] FOUCAULT, Michel L'Histoire de la sexualité. La volonté de savoir, Gallimard, París, 1976.

[38] RODRÍGUEZ, Cesáreo, “Modelo de una boda nueva”, Eco de Jaén (24-11-1936) y “Amor Libre” (31-12-1936).

[39] “La prensa fascista se ha vuelto loca”, ¡ADELANTE!, 26-02-1938. Véase: RODRÍGUEZ, Sofía “Mujeres perversas. La caricaturización femenina como expresión del poder entre la guerra civil y el franquismo”, Asparkía. Revista de Investigación Feminista, núm. 16, Castellón, 2005, pp. 177-199.

[40] Sobre el recorrido histórico de este concepto: DE LA PASCUA, José Mujeres solas: Historias de amor y de abandono en el mundo hispánico, Atenea, Málaga, 1998.

[41] Entrevista a Emilia López Gil (Alboloduy, provincia de Almería, 3-08-06). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[42] JONASDOTTIR, Anna El poder del amor. ¿Le importa el sexo a la democracia?, Cátedra, Madrid, 1993.

[43] FRIGOLÉ, Joan Llevarse la novia: Estudio comparativo de matrimonios consuetudinarios en Murcia y Andalucía, UAB, Barcelona, 1999 [1ª ed. 1984].

[44] Entrevista a Antonio Vargas Rivas (Adra, provincia de Almería, 27-10-06). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[45] REGUEILLET, Anne-Gaelle “Norma sexual y comportamientos cotidianos en los diez primeros años del franquismo: noviazgo y sexualidad”, Hispania, LXIV/3, núm. 218, Madrid, 2004, pp. 1027-1042.

[46] FRIGOLÉ, Joan “Llevarse la novia” y “salirse con el novio”: una interpretación antropológica”, Áreas: Revista Internacional de Ciencias Sociales, núm. 5, Murcia, 1985, pp. 51-67.

[47]MUÑOZ, M.ª del Pilar Sangre, amor e interés. La familia en la España de la Restauración. Madrid, Marcial Pons, 2001; BARD, Christine y Françoise THÉBAUD “El triunfo de la defensa de la familia”, en Un siglo de antifeminismo, Biblioteca Nueva, Madrid, 2000, pp. 129-167; BJERG, María “Una genealogía de la historia de las emociones”, Quinto Sol, vol. 23, núm. 1, Santa Rosa, 2019, pp. 1-20. 

[48] Entrevista a Manuel Ortiz Calatrava (Níjar, provincia de Almería, 7-11-06). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[49] VALCUENCE, José M. y Juan BLANCO “Hombres y masculinidad. ¿Un cambio de modelo?”, Maskana, vol. 6, núm. 1, Cuenca, 2015, p.9.

[50] Entrevista a Ana María Moreno (Almería, 5-06-01). “Margaritas” era el nombre con que se conocía a las seguidoras de la Comunión Tradicionalista, partido carlista que quedó integrado en FET-JONS en abril de 1937.

[51] MOLINA, J. Fidel Quintas y Servicio Militar: Aspectos sociológicos y antropológicos de la conscripción (Lleida, 1878-1960), Universitat de Lleida, Lleida, 1998, pp. 25-27.

[52] CANTERO, Pedro A. “Hombrear. Modos de aprender a ser hombre”, en BLANCO, Juan y José M. VALCUENCE  Hombres. La construcción social de las masculinidades, Talasa, Madrid, 2003, pp. 53-65.

[53] MOLINA, J. Fidel Quintas y Servicio Militar…, cit., pp. 78-82 y 92-94.

[54] ALCALDE, Ángel “El descanso del guerrero: la transformación de la masculinidad excombatiente franquista (1939-1965)”, Historia y Política, núm. 37, Madrid, 2017, pp. 177-208; SEVILLANO, Francisco La cultura de guerra del «nuevo Estado» franquista: enemigos, héroes y caídos de España, Biblioteca Nueva, Madrid, 2017 y LEIRA, Francisco La consolidación social del franquismo: la influencia de la guerra en los `soldados de Franco´, USC, Santiago, 2013 y La socialización de los soldados del ejército sublevado (1936-1945): Su papel en la consolidación del Régimen franquista. Tesis doctoral de la Universidad de Santiago de Compostela, 2019.

[55] Entrevista a Armando Romero Romera (Padules, provincia de Almería, 22-08-06). Desde 1912 en España se estableció la duración del servicio militar en 18 años, a partir del ingreso de los mozos en caja, distribuyéndose en cinco períodos: a) Reclutas en Caja, durante un plazo variable; b) primera situación de servicio activo por tres años; c) segunda situación de servicio activo de cinco años; d) reserva durante seis años; e) y reserva territorial, el resto de esos 18 años. Las leyes sucesivas mantuvieron la misma duración total, aunque fueron reduciendo el tiempo del servicio activo: dos años en 1924; un año en el Decreto de 1930 y en la legislación republicana de 1931. La ley de 1940 aumentó la permanencia en filas a dos años, teniendo el servicio militar una duración total de 24 años hasta la licencia absoluta (MOLINA, J. Fidel Quintas y Servicio…, cit., p. 42).

[56] FOUCAULT, Michel Microfísica del Poder, La Piqueta, Madrid, 1993 [1ª ed. 1977] y JEREZ MIR, Rafael Sociología de la Educación. Guía didáctica y textos fundamentales, Consejo de Universidades, Madrid, 1990, p. 490. Véase también: LLONA, Miren “Los otros cuerpos disciplinados: relaciones de género y estrategias de autocontrol del cuerpo femenino (primer tercio del siglo XX)”, Arenal, vol. 14, núm. 1, Granada, 2007, pp. 79-108.

[57] TUSELL, Javier, La dictadura de Franco, Altaya, Madrid, 1996; CARDONA, Gabriel Franco y sus Generales: La manicura del tigre, Temas de Hoy, Madrid, 2001 o MOLINERO, Carme La captación de las masas. Política social y propaganda en el régimen franquista, Cátedra, Madrid, 2005.

[58] SEIDMAN, Michael La Victoria Nacional: La eficacia contrarrevolucionaria en la Guerra Civil, Alianza, Madrid, 2012 y MOLINA, J. Fidel Quintas y Servicio Militar…, cit., pp. 101-102 y 107-110.

[59] Entrevista a Francisco Pino Sánchez (Pechina, provincia de Almería, 27-06-06). Entrevistadora: Maribel Ruiz.

[60]MOLINA, J. Fidel Quintas y Servicio Militar…, cit., pp. 105-106.

[61] Entrevista a Ana María Moreno (Almería, 5-06-01). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[62] RODRÍGUEZ, Sofía El Patio de la Cárcel. La Sección Femenina de FET-JONS en Almería (1937-1977), CENTRA, Sevilla, 2010, p. 68.

[63] REBOLLO, Pilar “El Servicio Social de la mujer de Sección Femenina de Falange. Su implantación en el medio rural”, en FRÍAS, Carmen y Miguel A. RUIZ Nuevas tendencias historiográficas e historia local en España, IEA, Huesca, 2001, p. 315 y El servicio social de la mujer en la provincia de Huesca (1937-1978), IEA, Zaragoza, 2003.

[64] Entrevista a Carmina Montero Mateos, regidora provincial del Servicio Social (La Cañada, provincia de Almería, 19-07-02). En: RODRÍGUEZ, Sofía El Patio de la Cárcel…, cit., pp. 144-163.

[65] SÁNCHEZ, Francisco Las Cátedras Ambulantes de la SF de FET y de las JONS en Málaga (1955-1977), Tesis doctoral inédita, Universidad de Málaga, 1998, p. 622.

[66] RODRÍGUEZ, Sofía Memorias de Los Nadie…, cit., p. 292. Véase: ORTEGA, Teresa “Una sociedad tradicional para jóvenes modernas. Juventud rural y asociacionismo femenino en la España democrática”, Historia Contemporánea, núm. 54, Leioa, 2017, pp. 115-143 y RODRÍGUEZ, Salvador y Clara MACÍAS (coords.) El fin del campesinado. Transformaciones culturales de la sociedad rural andaluza en la segunda mitad del siglo XX, CENTRA, Sevilla, 2009.

[67] Entrevista a Josefa Cañadas Albacete (Almería, 16-10-03). En: RODRÍGUEZ, Sofía El Patio…, cit., pp. 66-7.

[68] Entrevista a Rosa Díaz Sáez, delegada local de SF en Chercos (Almería, 28-11-03).  En: RODRÍGUEZ, Sofía, “El campo como refugio…”, cit. y SIMÓN, Juan Antonio, “Entre la desvergüenza y la modernidad. La mujer y el deporte en la SF”, en AMADOR, Pilar y Rosario RUIZ (eds.), La otra dictadura el régimen franquista y las mujeres, Universidad Carlos III, Madrid, 2007, pp.375-402.

[69] Entrevistas a Encarnación Cano Cano y Rosa Lorenzo Mateo (Serón, provincia de Almería, 10-10-03). En: RODRÍGUEZ, Sofía Memorias de Los Nadie…op.cit., pp. 340 y 425. Véase: AGULLÓ, Carmen “Entre la retòrica i la realitat: Juventudes de la Sección Femenina. València (1945-1975)”, Educació i Història, núm. 7, Barcelona, 2004, pp. 247-272.

[70] HUMPHRIES, Stephen Hooligans or Rebels? An Oral History of Working-Class Childhood and Youth, 1889-1939, Basil Blackwell, Oxford, 1981. Crítica de Hohn R. Gillis a Humphries en: Journal of Social History, Vol. 17, núm. 1, Oxford, 1983, pp. 170–171.

[71] Entrevista a Antonio Vargas Rivas (Adra, provincia de Almería, 27-10-06). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[72] LAZO, Alfonso Retrato de fascismo rural en Sevilla, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1998.

[73] PAREJO, José Antonio “De puños y pistolas. Violencia falangista y violencias fascistas”, Ayer, vol. 88, núm. 4, Madrid, 2012, pp. 137, 141 y “Cuando fueron jóvenes… y fascistas”, en DEL REY, Fernando y Manuel ÁLVAREZ (coords.) Políticas del odio: violencia y crisis en las democracias de entreguerras, Tecnos, Madrid, 2017, pp. 167-232.

[74] PAREJO, José Antonio “La militancia falangista en el suroeste español. Sevilla”, Ayer, vol. 52, Madrid, 2003, pp. 243-245, y Señoritos, jornaleros y falangistas, Bosque de Palabras, Sevilla, 2008.

[75] MANN, Michael Fascistas, PUV, Valencia, 2006, p. 39; QUIROSA, Rafael Católicos, monárquicos y fascistas en Almería durante la Segunda República, UAL, Almería, 1998; COBO, Francisco ¿Fascismo o democracia? Campesinado y política en la crisis del liberalismo europeo, 1870-1939, UGR, Granada, 2012; GONZÁLEZ, Damián A. La Falange manchega (1939-1945). Política y sociedad en Ciudad Real durante la etapa «azul» del primer franquismo, Diputación Provincial, Ciudad Real, 2004, pp. 182-244 y PÍRIZ, Carlos “El personal político falangista en Salamanca: el caso de Hinojosa de Duero (1936-1939)”, Studia Zamorensia, vol. 14, Zamora, 2015, p. 179.

[76] GAGLIANI, Dianella “Mujeres, guerra y resistencia en Italia. Una reflexión historiográfica y una vía de investigación”, Arenal, vol. 4, núm 2, Granada, 1997, pp. 208-215.

[77] ACKELSBERG, Martha A. “Captación y Capacitación: el problema de la autonomía en las relaciones de “Mujeres Libres” con el movimiento libertario”, en Las mujeres y la Guerra Civil Española, Instituto de la Mujer, Madrid, 1991, p. 37 y Mujeres Libres. El anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres, Virus Editorial, Barcelona, 1999, pp. 230-233.

[78] SOUTO, Sandra “Tradición, modernidad y necesidades bélicas: organización y movilización de la mujer joven en la República en Guerra”, en BRANCIFORTE, Laura y Rocío ORSI (eds.) Ritmos contemporáneos. Género, política y sociedad en los siglos XIX y XX, Dykinson, Madrid, 2012, pp. 119-148. Véase también: GARCÍA-NIETO PARÍS, Carmen “Unión de Muchachas”, un modelo metodológico”, en La mujer en la Historia de España (siglos XVI-XX), Universidad Autónoma, Madrid, 1984, pp. 313-331; CARDIÑO, Carmen y Manuela RODRÍGUEZ “Creación en 1937 de la Asociación Unión de Muchachas de Madrid” y LÓPEZ DEL CASTILLO, Marta “Testimonios acerca de la Aliança nacional de la Dona Jove”, en Las mujeres y la Guerra Civil..., cit., p. 61 y pp. 62-66.

[79] ALTED, Alicia y María GLORIA “Trayectoria de una anarco-sindicalista sevillana…”, cit., pp. 230-231 y LÓPEZ, Jesús “El desafío de la “Trinidad” Libertaria: Feminismo y afeminismo en el seno del anarquismo hispano. El caso de las JJ.LL.”, en Las mujeres y la Guerra Civil Española..., cit., pp. 90-94.  

[80]  NASH, Mary Rojas. Las mujeres republicanas en la guerra civil, Taurus, Madrid, 1999, pp. 117-118 y 185.

[81] Entrevista a Ana María Moreno (Almería, 5-06-2001). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[82]Emancipación, 30-11-1938 y GIBAJA, J.C. et al. “Las mujeres en la Retaguardia durante la Guerra Civil: un estudio comparativo de ambas zonas a través del análisis de dos núcleos rurales: Coca (Segovia) y Castuera (Badajoz)”, en Las mujeres y la Guerra Civil..., cit., pp. 244-245.

[83] NASH, Mary Rojas..., cit., pp. 216-217.

[84] PUIG I VALLS, Angelina “Mujeres de Pedro Martínez (Granada) durante la Guerra Civil”, en Las mujeres y la Guerra Civil…, cit., p.42. 

[85] Memorias inéditas de Carmen Tortosa Martínez (1979). En: RODRÍGUEZ, Sofía “Vidas cruzadas. Las mujeres antifascistas y el exilio interior/exterior”, Arenal, vol. 19, núm. 1, Granada, 2012; pp. 103-140 y Todo sobre mi madre. Un relato generacional de la vida y exilios de Carmen Tortosa”, en Mujeres Iberoamericanas y Derechos Humanos. Experiencias feministas, acción política y exilios, Athenaica, Sevilla, 2016, pp. 348-383.

[86] BELLUCI, Mabel “Las Mujeres Argentinas a favor de la República española y contra el Fascismo (1936-1939)”, en Las mujeres y la Guerra Civil..., cit., p.272.

[87]La Vanguardia, 28-08-1936 y “Fanny, la guerrillera holandesa”, Frente Popular, 30-08-1936.

[88]“¡Joven española!”, Diario de Almería (19-01-1939) ó “Jóvenes almerienses. ¡Muchachos de catorce a diez y seis años! ¡Muchachas!” (25-02-1939).

[89] Entrevista a José Polo Salvador (Gádor, provincia de Almería, 9-8-2006). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[90] GUTIÉRREZ, Esther “Milicianas. Una historia por escribir poco conocida”, en REIG, Alberto y Josep SÁNCHEZ (coords.) La Guerra Civil española, 80 años después, Tecnos, Madrid, 2019, pp. 509-531 y MATTHEWS, James Soldados a la fuerza. Reclutamiento obligatorio durante la guerra civil, 1936-1939, Alianza, Madrid, 2013.

[91] Entrevista a Manuel OrtizCaltrava (Níjar, provincia de Almería, 7-11-2006). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[92] Entrevista a Emilio Lupiáñez (Almería, 26-02-2001). Entrevistadora: Sofía Rodríguez. Aunque la prensa lusa se alineó con el bando franquista e invisibilizó a la miliciana, pese al protagonismo de las jóvenes (GARCÍA, Noelia “La imagen de la mujer española en la fotografía de prensa durante la Guerra Civil. Análisis de contenido aplicado a las principales cabeceras portuguesas”, Historia y Comunicación Social, vol. 19, Madrid, 2014, pp.781-795), existen bastantes trabajos sobre la construcción del arquetipo: NARVÁEZ, Virtudes La imagen de la mujer en la Guerra civil: Un estudio a través de la prensa gaditana (1936-1939), Quórum Editores, Cádiz, 2009; CARABIAS, Mónica “Las madonnas se visten de rojo: imágenes de paganismo y religiosidad en la guerra civil española”, en NASH, Mary y Susanna TAVERA (eds.) Las mujeres y las guerras, Icaria, Barcelona, 2003, pp. 229-238; RODRÍGUEZ, Sofía “Las edades de las mujeres en la prensa almeriense de la guerra civil”, en Las edades…, cit., pp. 351-375 o JULIÁN, Inmaculada “La representación gráfica de las mujeres (1936-1938)”, en Las mujeres…, cit., pp. 353-358.

[93] Entrevista a Gaspar Martínez Moreno (Alhama de Almería, 8-02-03). Entrevistadora: Sofía Rodríguez.

[94] DEL ARCO, Miguel Ángel “Hombres nuevos. El personal político del primer franquismo en el mundo rural del sureste español (1936-1951), Ayer, núm. 65, Madrid, 2007, pp. 237-267 y RODRÍGUEZ, Óscar Miserias del poder. Los poderes locales y el nuevo Estado franquista, 1936-1951,  PUV, Valencia, 2013.

[95] GUILLÉN, Carmen “Entre la legalidad y el castigo: Patronato de protección a la mujer y prostitución en la Murcia del primer franquismo (1939-1956)”, en FERRER, Cristian y Joel SANS (coords.) Fronteras contemporáneas. Vol. 2, UAB, Barcelona, 2017, pp. 497-512. Los psiquiatras oficiales del Régimen (Vallejo Nájera en el Consejo Nacional de Sanidad, Eduardo Martínez en la Clínica Psiquiátrica Penitenciaria de Mujeres y Francisco Echalecu en el Patronato) se encargaron después de vincular la psicopatía de las prostitutas a su afección antifascista. Véase: BANDRÉS, Javier et al. “Mujeres extraviadas. Psicología y prostitución en la España de postguerra”, Universitas Psycologica, vol. 13, núm. 5, Bogotá, 2014, pp. 1667-1679.

[96]SCHRIEWER, Klaus y Manuel NICOLÁS “El relato de justificación. Una herramienta para el análisis del franquismo”, Revista Murciana de Antropología, núm. 23, Murcia, 2016, pp. 85-102.

[97]Entrevista a Antonia Martínez Catalán (Almería, 12-01-04). En RODRÍGUEZ, Sofía, El patio de…op.cit., p.95.

[98] CABANA, Ana La derrota de lo épico, PUV, Valencia, 2013; RODRÍGUEZ, Óscar Migas con Miedo, UAL, Almería, 2013 y “Miseria, consentimientos y disconformidades. Actitudes y prácticas de jóvenes y menores durante la posguerra”, El franquismo desde los márgenes, PULl-UAL, Lleida, 2013, pp. 165-185; AGUSTÍ, Carme “El reloj moral del menor extraviado. La Justicia franquista y los Tribunales Tutelares de Menores”, en MIR, Conxita (coord.) Jóvenes y dictaduras de entreguerras, Milenio, Lleida, 2007, pp. 243-278.

[99] RODRÍGUEZ, Óscar y Daniel LANERO “Juventud y campesinado en las falanges rurales: España, 1939-50”, Historia Agraria, núm. 62, Madrid, 2014, pp. 177-216.

[100] MARTÍNEZ, Alfonso et al. La cara al viento: estudiantes por las libertades democráticas en la Universidad de Granada (1965-1981), El Páramo, Córdoba, 2012 o CABANA, Ana “¿Mientras dormían? Transición y cambio político en el mundo rural”, en RODRÍGUEZ, Óscar El franquismo desde los márgenes…, cit., pp. 93-112.