SendaS | ISSn 2618-2254 | Vol. 6 · Vías alternatiVas en procesos de inVestigación-creación y enseñanza artística · 2023
https://revistas.unc.edu.ar/index.php/sendas/
Distorsiones disidentes. Hacia una educación 
musical con perspectiva de género
Dissident distortions. Towards a music education 
with a gender perspective
Macarena Fernández Barrandeguy
Universidad Nacional de Córdoba
Facultad de Artes
Profesorado en Educación Musical 
makfer88@hotmail.com
Córdoba, Argentina
Recibido: 27/01/2022 – Aceptado: 27/09/2022
Resumen
Este artículo pretende dar respuesta a un interrogante surgido a 
Palabras clave 
partir del proceso de residencia docente, sobre la influencia de la cons-
Género, Educación 
musical, Patriarcado, 
trucción de género en el trabajo áulico en general y en la clase de Música 
Educación sexual 
en particular. Mediante aportes teóricos se procura ahondar en discu-
integral, Formación 
siones que gravitan en torno a la temática de género y sus implicancias 
docente
en el quehacer artístico, para facilitar herramientas que habiliten otras 
maneras de pensar la enseñanza musical dentro de las instituciones edu-
cativas. El artículo se basa en el trabajo monográfico que realicé para la 
cátedra de Planeamiento y Práctica Docente del Profesorado de Educa-
ción Musical.
Sendas. Revista de Trabajos Finales de Artes · https://revistas.unc.edu.ar/index.php/sendas/ 
Publicación periódica arbitrada con artículos originales sobre procesos de investigación artística producidos en el marco de trabajos 
finales de grado. Licencia Creative Commons Reconocimiento-No Comercial-Compartir Igual 4.0 Internacional.
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Abstract
This article aims to answer a question that arose from the teacher 
Key words 
residency process, about the influence of gender construction in class-
Gender, Music 
Education, Patriarchy, 
room work in general and in the music class in particular. By means of 
Comprehensive 
theoretical contributions, it seeks to deepen in discussions that gravi-
Sexuality Education, 
tate around gender issues and its implications in the artistic work, pro-
Teacher Training
viding tools that enable other ways of thinking about music teaching 
within educational institutions. The article is based on the monographic 
work I wrote for the Planning and Teaching Practice course of the Music 
Education Teacher Training Course.
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Distorsiones disidentes.
Hacia una educación musical con perspectiva de género
Macarena Fernández Barrandeguy | pp. 127-144
Introducción 
Este artículo forma parte de mi trabajo final para la cátedra Planeamiento y Práctica Docente 
del Profesorado de Educación Musical de la Universidad Nacional de Córdoba y fue elaborado en 
base a las experiencias del desarrollo de la práctica docente. El abordaje temático surge a partir de 
discusiones y situaciones que se dieron entre los/as propios/as estudiantes sumadas a comporta-
mientos que fueron observados y analizados durante el proceso de residencia.
 Una de las cosas que llamó mi atención fue la notable diferencia en el desempeño áulico 
entre mujeres y varones; diferencia que no solo se manifestó en las formas de trabajo, sino también 
en las relaciones humanas, entre pares y con la actividad musical propiamente dicha. Esto llevó a 
preguntarme: ¿influye la construcción de género en el trabajo áulico?
Es por ello que intento recuperar elementos teóricos e históricos que contribuyan a las dis-
cusiones que se desarrollan con respecto al tema de la construcción de género en particular y otros 
con los que considero tiene relación directa. Para esto me valdré de autoras/es que, desde dife-
rentes enfoques y disciplinas, explican cómo históricamente los sistemas coloniales y el sistema 
patriarcal disciplinan a los sujetos para generar estructuras sólidas que mantengan un orden social 
beneficioso para el poder hegemónico y el capital. 
Dado que las instituciones cumplen un rol fundamental de coerción social al reproducir el 
discurso de las clases dominantes, la escuela y el espacio áulico en particular no escapan a estos 
modelos de disciplinamiento prototípico (Foucault en Segato, 2018). En este sentido las relaciones 
de género juegan un papel fundamental en los modos vinculares de los actores educativos y si bien 
se pueden tratar desde una óptica particular, resulta imprescindible incorporarlas a un contexto 
más amplio; es decir, no verlas solamente como el vínculo entre hombres y mujeres, sino identifi-
car cómo esas relaciones se producen y reproducen dentro del aula y de la clase de Música, y cuáles 
son sus orígenes y derivaciones en los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Pretendo que este artículo contribuya a encontrar otras maneras de ver y pensar la clase de 
Música sin las limitaciones a las que nos subordina el encasillamiento binario de género, apor-
tando algunas ideas metodológicas de trabajo que se aparten de esquemas binarios que pueden 
derivar en relaciones de subordinación inter e intra-género.
Patriarcado y Capitalismo
Siguiendo con lo que Segato (2018) plantea en sus clases, el paradigma de explotación actual 
supone una variedad enorme de formas de desprotección y precariedad de la vida. Las sociedades 
se construyen sobre estructuras moldeadas y dirigidas por sectores dominantes que imponen sis-
temas normativos en los que prevalecen las relaciones de poder y subordinación. Estos modos de 
vinculación se sostienen a partir de un principio de crueldad que consiste en la disminución de 
empatía de los sujetos. Tanto el capitalismo neoliberal como el sistema patriarcal ocupan un lugar 
significativo en lo que respecta a la construcción y acumulación de poder: ambos tienen como fin 
delinear sujetos que cumplan roles determinados sin cuestionar el orden establecido. En palabras 
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de Segato (2018) “el capital hoy depende de que seamos capaces de acostumbrarnos  al espectá-
culo de la crueldad” (p. 14). Es por ello que la autora plantea que el tipo de personalidad modal de 
nuestra época es el psicopático, no vincular, defectivo en lo que respecta a emociones y sentimien-
tos. Se puede decir entonces que este tipo de vinculación vaciada y utilitaria entre las personas 
configura el suelo perfecto para que maduren y se sostengan los proyectos capitalistas extremos 
en los que las desigualdades se expresan de manera cada vez más profunda.
A su vez, el sistema patriarcal también abona el suelo del que nacen las construcciones 
sociales desiguales, ya que a partir de lo que Segato (2003) llama la “prehistoria patriarcal de la 
humanidad” (p. 144), el ordenamiento de la vida social está regido por el binarismo y la asimetría 
de género. Tenemos por un lado la concepción binaria de género: una clasificación arbitraria del 
sexo en dos (masculino y femenino) según la cual se atribuye a cada una de las partes ciertas carac-
terísticas (físicas, psíquicas, de comportamiento, etc.) y funciones dentro de la sociedad (Segato, 
2018). A su vez, se asume que son posiciones complementarias en cuanto a las relaciones sexua-
les, ya que esta concepción del género no solo presupone una relación causal entre sexo, género y 
deseo, sino que también señala que el deseo refleja o expresa al género y que este refleja o expresa 
al deseo, lo que Butler (2007) llama “heterosexualidad institucional” (p. 80). Por otro lado, el 
binarismo de género esconde una estructura desigual de posiciones dentro del campo relacional 
de los sujetos, ya que los espacios designados a lo femenino son, en general, reducidos y de subor-
dinación con respecto a los espacios designados a lo masculino. Estas concepciones patriarcales 
se producen y reproducen en el seno de las sociedades que culturalmente normalizan ciertas con-
ductas como “normales” (López Louro, 2018; Segato, 2018) y castiga a aquellas que quedan fuera 
de la “heterosexualidad normativa” (Butler, 2007). Además de omitir la complejidad y diversidad 
que comprende la construcción de género, que veremos en el próximo apartado. 
Como se mencionó hasta aquí, el sincretismo de estos dos sistemas moldea la manera que 
tenemos de ser y vincularnos a la vez que mantiene relaciones desiguales de poder y subordinación 
entre los sujetos. Y si bien son categorías que pueden resultar ajenas a la clase de Música, durante 
la residencia docente se pudieron observar conductas estereotipadas en lo que respecta al género, 
los modos de vinculación entre estudiantes y con la disciplina musical. Por ello, considero que 
desde el rol docente es fundamental que podamos pensar acerca del impacto que tienen dichas 
categorías dentro del aula, para poder generar herramientas de trabajo inclusivas y de reflexión 
crítica que permitan poner en jaque ciertas normativas culturales que devienen en situaciones de 
exclusión para y entre los/as estudiantes. Profundizaré acerca de estas herramientas metodológi-
cas en el apartado final del artículo. 
¿De qué hablamos cuando hablamos de género?
Es importante entender de qué estamos hablando cuando nos referimos a la categoría gé-
nero, qué involucra y qué implicancias tiene. Como ya dijimos, la visión arbitraria del binarismo 
de género limita a los sujetos a permanecer en posiciones determinadas dentro de la coyuntura 
social y cultural, a la vez que encierra relaciones de subordinación entre sus integrantes. Dice Se-
gato (2018), “es importante entender que género no es otra cosa que una categoría analítica, que 
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pretende dar cuenta de cómo representaciones dominantes, hegemónicas, organizan el mundo de 
la sexualidad, de los afectos, de los roles sociales y de la personalidad” (p. 28). Si bien la palabra 
género alude a cierta clasificación, omitirla evitaría identificar todas aquellas situaciones tácitas 
que existen dentro de dicha categoría. Por ello decimos que la construcción de género es un pro-
ceso complejo y diverso. 
En primer lugar, Segato nos plantea que debemos separar el género del organismo biológico, 
el cuerpo o lo que en ciencia se llama “dimorfismo sexual”. La construcción de género pertenece al 
campo de lo simbólico y no es el resultado de la morfología y constitución del sexo. Es una cons-
trucción dinámica y no responde necesariamente a la rigidez del sexo; rigidez que Butler (2007) 
también va a poner en discusión. Entonces, si el género no parte de una condición biológica y es 
una construcción cultural, ¿cuáles son los mecanismos que nos llevan a asumir una identidad de 
género determinada?, ¿por qué tenemos una mirada binaria del género pudiendo ampliar el uni-
verso a más posibilidades?, ¿puede existir la indeterminación del género?
Como toda construcción cultural, la concepción acerca del género tiene tras de sí una larga 
historia que involucra a las instituciones que articulan la sociedad como la familia, la Iglesia y 
también la escuela. En este sentido, Segato (2018) afirma que “el género no solo es un atributo 
de los cuerpos sino que corre por la sangre de las instituciones que acaban marcando el cuerpo 
y las acciones de quienes las ocupan” (p. 67). En esta línea y haciendo foco en las instituciones 
educativas, López Louro (2018) nos va a decir que las marcas más permanentes que atribuimos 
a las escuelas no se refieren a los contenidos pragmáticos, sino a las situaciones comunes o ex-
traordinarias que vivimos día a día en su interior y que “las marcas que nos hacen recordar, aún 
hoy, de esas instituciones tienen que ver con las formas cómo construimos nuestras identidades 
sociales, especialmente nuestra identidad de género y sexual” (p. 11). Podemos corroborar estas 
afirmaciones cuando analizamos los roles que se asignan a hombres y mujeres dentro del ámbito 
familiar. También se manifiestan en el mundo del trabajo, el terreno educativo y la labor docente. 
Se reflejan en cómo históricamente se han distribuido los cargos de mayor jerarquía entre los hom-
bres, ubicando a las mujeres en los niveles inferiores; la diferenciación en los uniformes de los/as 
estudiantes, etc. Podría seguir nombrando ejemplos en torno al tratamiento distinto que ocupan 
los roles femeninos, masculinos e intersexuales dentro de las instituciones, pero me parece funda-
mental que cada persona haga su propio ejercicio de análisis y deconstrucción.
Hasta aquí vimos cómo los sectores dominantes de la sociedad, a través de las instituciones, 
influencian el ejercicio y desarrollo de la construcción de género de los sujetos. Pero ¿cuáles son 
los orígenes que nos llevan a obtener como resultado una sociedad basada en el binarismo de gé-
nero (y con ello posiciones de poder y subordinación)?, o bien, ¿cómo llegamos a ser  “hombre” o 
“mujer”? Segato (2018) explica que, en el campo del género y la sexualidad, existen al menos cinco 
universales que representan el origen, la justificación y legitimación del sistema patriarcal y la re-
lación de subordinación de lo femenino hacia lo masculino. Al decir universales no se refiere a que 
se encuentren en todas las sociedades, pero sí a que están dispersados por los cinco continentes. 
Entre estos mitos podemos destacar: el “mito de las amazonas” o matriarcado originario que, al 
ser derrotado, da inicio a la historia de la civilización (en occidente podemos decir que toma forma 
en el mito adánico); la universalidad del conocimiento de la experiencia de la violación; la fórmula 
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mítica de la vagina dentada que alude a la peligrosidad de lo femenino; y la adquisición del status 
masculino
 como resultado del proceso iniciático de aprobación. Estos mitos no solo naturalizan 
y supeditan la construcción de género según la condición biológica de los sujetos, sino que van 
posicionando a lo femenino como género reducido dentro el entramado social. 
Pero ¿cómo se produce el anclaje de género?, es decir, ¿cómo nos construimos hombres o 
mujeres independientemente de nuestro sexo biológico? Para comprenderlo, es imprescindible 
recurrir a Butler y a su obra fundamental Gender Trouble (1990) ya que hasta ese momento no 
existían estudios profundos sobre la idea de género en el ámbito académico. Sobre esto dice Butler 
(2007):
La postura de que el género es performativo intenta poner de manifiesto que lo que 
consideramos una esencia interna del género se construye a través de un conjunto sostenido 
de actos (...) De ésta forma se demuestra que lo que hemos tomado como un rasgo –interno– 
de nosotros mismos es algo que anticipamos y producimos a través de ciertos actos corporales, 
un efecto alucinatorio de gestos naturalizados (...) La performatividad no es un acto único, sino 
una repetición y un ritual que consigue su efecto a través de su naturalización en el contexto de 
un cuerpo, entendido como una duración temporal sostenida culturalmente (p. 17).
La teoría de Butler termina de echar por la borda la concepción de que la construcción de 
género responde a mandatos naturales y/o biológicos y que esos “rasgos internos” de género en 
realidad son construcciones naturalizadas por la cultura y sostenidas en el tiempo, que demarcan 
comportamientos y roles dentro de las sociedades. Estos roles se transforman en normas de géne-
ro que podemos ver reflejadas en la heterosexualidad normativa (heterosexualidad obligatoria o 
complementariedad heterosexual de los cuerpos), dominio de la masculinidad, feminidades ade-
cuadas o inadecuadas, entre otras.
Tenemos hasta aquí que la construcción de género es un fenómeno social condicionado por 
el sistema patriarcal que utiliza como herramienta de coerción a las diferentes instituciones del 
entramado social, para desarrollarse de un modo específico, permitiendo mantener la supremacía 
de lo masculino por sobre lo femenino.
Género y Patriarcado: La corporación masculina
Anteriormente nos referimos al patriarcado como un sistema desde el cual se cimientan las 
construcciones sociales desiguales. Como todo sistema, posee un conjunto de procedimientos 
y normativas que regulan el funcionamiento del grupo de individuos que lo componen. Segato 
(2018) habla de pedagogía del patriarcado y enumera algunos de los elementos distintivos que la 
componen, de los cuales me resulta fundamental resaltar dos: el mandato de masculinidad y el 
corporativismo masculino.
En el apartado anterior, me referí a los universales que de algún modo justifican y legitiman 
al sistema patriarcal; entre ellos se nombran los rituales de iniciación para obtener el status de 
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masculinidad. Sobre esto dice Segato (2018): “Las iniciaciones masculinas en las más diversas 
sociedades, muestran esta necesidad de titulación mediante desafíos y pruebas que incluyen la 
anti-socialidad, la crueldad de alguna forma y el riesgo” (pp. 42-43).
En este sentido, podemos decir que los rituales de iniciación masculina incluyen situaciones 
de violencia que se transforman en obstáculos a superar. Cada superación acerca a los sujetos 
a una posición de masculinidad más definida que se parece más a una adquisición de título y 
prestigio que a un proceso de maduración y aprendizaje. Estos obstáculos se van renovando per-
manentemente, produciendo un ejercicio constante de masculinidad que comprueba su vigencia 
y, a su vez, genera posiciones desiguales dentro del sistema que causan situaciones de violencia 
intra-género. Quienes acatan esta doctrina y cumplen con el mandato de masculinidad obtienen 
reconocimiento dentro del grupo que funciona de manera corporativa. Al respecto, Segato sostie-
ne que “los trazos idiosincráticos del grupo de asociados que constituye una corporación son: 1. 
La fidelidad a la corporación y a sus miembros […] 2. La corporación es internamente jerárquica” 
(p. 48). De este modo, entendemos que no solo existen posiciones diferenciadas dentro del ser 
masculino, sino que esas diferenciaciones operan también contra lo femenino. 
Es importante entender cómo se constituyen las relaciones intra e inter-género para poder 
desentrañar conflictos que se presentan cotidianamente dentro del aula. Muchas de las situacio-
nes que hoy llamamos bullying no son otra cosa que situaciones de violencia y/o adoctrinamientos 
inter e intra-género.
Género y Educación: Un diálogo obligatorio
Como hemos visto hasta aquí, los poderes hegemónicos garantizan la continuidad del sis-
tema patriarcal, el cual les permite definir roles estereotipados dentro de las sociedades para be-
neficio propio. Dentro del campo de la sexualidad, la concepción binaria del género instaura roles 
y formas vinculares desiguales entre los sujetos, siendo las instituciones herramientas clave de 
coerción ya que operan directamente sobre los grupos sociales. 
Si bien las instituciones educativas no escapan a estos procesos, suelen presentarse como 
espacios que permiten poner en discusión estas imposiciones. En este sentido, Morgade y Alonso 
(2008) explican que, en América Latina, las investigaciones se han volcado hacia la caja negra de 
los procesos cotidianos escolares: 
Los resultados han sido consistentes en mostrar la persistencia de significaciones estereotipadas 
tanto en el “curriculum formal” prescripto por la administración educativa, como en el llamado 
“curriculum oculto”, constituido por las expectativas de rendimiento y comportamiento hacia 
mujeres y varones, y en las omisiones sistemáticas de temas relevantes para la vida personal 
o profesional de las mujeres: el llamado “curriculum omitido” que, centralmente, silencia 
cuestiones vinculadas con la sexualidad, la violencia y la precarización laboral (p. 3).
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Aunque permanecen ciertas orientaciones que insisten en mantener determinados tabúes 
sociales dentro de la escuela, por su condición dinámica y permeable a la influencia de otros dispo-
sitivos como los medios masivos de comunicación y las tecnologías de la información, entre otros, 
la escuela presenta ciertas contradicciones propias a la diversidad de los sujetos que la componen: 
si bien procura mantener una línea que apunta en el sentido de lo hegemónico, al mismo tiempo, 
prohíbe cualquier tipo de manifestación sexual:
Mientras que el principal sentido que los medios de comunicación imprimen a las cuestiones de 
la sexualidad en el mundo adolescente refieren a la diversión y el entusiasmo, para la escuela se 
impulsa el ocultamiento y la regulación: la reglamentación de la forma de vestir y el maquillaje, 
la negación de la libido en la enseñanza y el aprendizaje, las cautelas en la educación sexual, 
la vigilancia de las masculinidades mediante los abusos homofóbicos, la obligada invisibilidad 
del acoso sexista, tienden a la conservación de la subordinación femenina y del valor de la 
heterosexualidad por sobre toda otra posibilidad (Morgade y Alonso, 2008 , p. 5).  
En el territorio de la educación sexual propiamente dicha, los enfoques educativos han ido 
variando conforme los cambios producidos en el seno de la sociedad. En nuestro país, el resultado 
del esfuerzo de grupos emergentes, organizaciones sociales y políticas, ha permitido el surgimien-
to de normativas como la Ley 26.150 por la que se crea el Programa Nacional de Educación Sexual 
Integral (ESI) (Honorable Congreso de la Nación Argentina, 2006). Si bien la Ley legitima que se 
hable sobre sexualidad en la escuela, existen debates en torno a los diferentes enfoques que pre-
senta el tema de la educación sexual, ya que no necesariamente se habilitan discursos liberadores.
Morgade (2006) explica que una de las visiones tradicionales que mayormente se imple-
menta en los programas de Educación Sexual tiene que ver con los modelos biologistas que se 
enfocan en la fisionomía humana, el aparato reproductor y la genitalidad, pero desligados de las 
emociones y la construcción simbólica de la sexualidad que le dan sentido al uso de ese cuerpo 
biológico. Por otro lado, el modelo biomédico pone el eje en las enfermedades y los efectos no de-
seados de la sexualidad, lo cual no solo deja fuera aspectos afectivos y simbólicos de la construc-
ción sexual, sino que puede provocar que la sexualidad sea concebida como un acto amenazante. 
También se incorporan perspectivas centradas en temas jurídicos que se ocupan de las diferentes 
formas de abuso que viven con frecuencia niños/as y jóvenes; frecuencia que no deja de sorprender 
e indignar. Pero es una visión que tampoco reúne la multiplicidad de situaciones que tanto estu-
diantes como docentes atraviesan en torno a su construcción sexual. El enfoque más novedoso es 
el relacionado con los estudios de género, ya que no solo pone en diálogo aquellas perspectivas 
tradicionales nombradas anteriormente, sino que entiende que el cuerpo está inmerso en un teji-
do de relaciones sociales que le dan sentido. En palabras de Morgade (2006):
No se trata solamente de estudiar las peculiaridades que cada grupo de sexo –género, edad, 
generación, etc.– pueda desarrollar. Al introducir la noción de “desigualdad”, la perspectiva 
de género está trabajando también sobre las relaciones de poder que la construcción social 
de la sexualidad implica. Esto lleva a analizar los modos en que operan los prejuicios sociales 
acerca de lo “adecuado” o no para que las mujeres sean “femeninas” y que los varones sean 
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“masculinos”. La coerción sexual, los mitos con respecto a la sexualidad, los temores a concurrir 
a los servicios de salud, el desconocimiento del propio cuerpo, y tantas otras limitaciones que 
sufren las personas a lo largo de su vida, tienen sus raíces en la sociedad y no solamente en la 
constitución subjetiva individual (p. 6).
De esta manera, los enfoques relacionados con los estudios de género habilitan canales 
discursivos que visibilizan una multiplicidad de situaciones y elementos involucrados en torno a 
la construcción de la sexualidad, pero sin dejar de lado el conocimiento y cuidado del cuerpo, a la 
vez que incorporan nuevas perspectivas de interpretación y vinculación con este y la posibilidad 
de identificar situaciones de desigualdad, violencia y/o abuso. Por otro lado, posibilitan que se ad-
mitan discusiones con marco histórico acerca de las expectativas sociales en cuanto a los cuerpos 
sexuados de hombres y mujeres, los estereotipos y las desigualdades que existen entre lo femeni-
no y lo masculino. Además incorporan la dimensión de lo afectivo y el goce como elementos trans-
versales de la vida sexual. Por último, permiten que se hable de sexualidad en todos los niveles 
de escolaridad ya que deja de hacer foco en la genitalidad y amplían el universo a todas las etapas 
de la vida que constituyen experiencias de aprendizaje y desarrollo en torno a la construcción de 
sexualidades e identidades de género.
Género y Música: tribulaciones, lamentos y nuevos horizontes
Al igual que ocurre con el binarismo de género, las diferentes disciplinas artísticas también 
son construcciones históricas, culturales y sociales que no escapan a las tensiones existentes den-
tro del campo relacional de los sujetos, muchas veces devenidas en vínculos de poder-subordina-
ción, donde el discurso de los sectores dominantes se impone con “verdades” y formas de ver y 
relacionarse con el mundo. Estas “verdades” van conformando lo que entendemos como sentido 
común. Es decir, se imponen y reproducen hasta lograr que los sujetos las practiquen sin ningún 
tipo de cuestionamiento, con lo cual se normalizan culturalmente. Es por ello que, dada su preg-
nancia en el mundo actual, las disciplinas artísticas no están libradas de visiones y roles de género 
estereotipados y muchas veces son el medio para sostener y alimentar los vínculos sociales des-
iguales. 
Si nos situamos en el campo musical, encontraremos un universo de “verdades” que his-
tóricamente han moldeado y condicionado a los actores a la hora de hacer y/o escuchar, y que 
ocultan en su interior discursos colonizadores generalmente dotados de una fuerte perspectiva 
androcéntrica, a la vez que presentan una marcada división de roles por género. Estos discursos se 
pueden corroborar fácilmente si pensamos, por ejemplo, en la escasa participación que han tenido 
las mujeres en la construcción hegemónica de la historia de la música. Pero si escarbamos un poco 
más profundo, veremos cómo también aparecen en los procesos de subjetivación y en el universo 
simbólico de los sujetos, incluso condicionando la manera de interpretar los sonidos.  
Green (2001) explica que en su forma de máxima polarización, lo masculino se presenta con 
características activas, productivas y creativas, ligado a la mente y la razón, por lo que, en el campo 
de lo artístico, se asocia directamente con la producción. En cambio, a lo femenino, se le atribuyen 
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características pasivas, reproductoras y cuidadoras, que derivan en la subordinación femenina al 
cuerpo, y se lo asocia con la susceptibilidad del sentimiento. Mientras que lo masculino produce 
cultura, lo femenino está ligado a la naturaleza. Estas interpretaciones históricas de lo femenino y 
masculino se ven reflejadas en el mundo del trabajo. Lo masculino se relaciona directamente con la 
esfera pública y la labor asalariada, y a lo femenino se le asignan las tareas domésticas, de crianza 
y cuidado. Incluso cuando la mujer se imbuye en la esfera pública suele ser en áreas que marcan 
de algún modo sus actividades de la esfera privada, por ejemplo, la construcción pedagógica de la 
modernidad que permitió a la mujer ocupar tareas educativas/docentes y construyó la identidad 
de la “señorita maestra heterosexual” (Morgade y Alonso, 2008) que perdura hasta nuestros días.
De la misma forma, y adentrándonos a lo específicamente musical, estas interpretaciones 
históricas de lo femenino y lo masculino se entrelazan con lo que Green (2001) denomina signi-
ficados musicales intrínsecos y significados musicales evocados
. Con intrínseco, se refiere a la 
organización que tienen los materiales musicales dentro de una pieza que, si bien constituyen 
un sentido interno al propio universo musical, responden a un cierto orden para que puedan ser 
percibidos por la mente del/la oyente. Con significados evocados, sugiere aquellos elementos ex-
tramusicales que se convierten en factores simbólicos y contextualizadores que dan cuenta de las 
circunstancias sociales que atraviesan a la producción, distribución y recepción. 
En suma, el condicionamiento generado por la construcción histórica de lo que debe ser y 
los lugares que pueden ocupar lo femenino y masculino, más la manera de crear sentido a partir 
de los significados musicales, conforman la idea de lo que Green denomina patriarcado musical:
El concepto que denominaré patriarcado musical contribuye al conocimiento de la historia de 
las prácticas musicales de las mujeres. La división del trabajo musical en una esfera pública, 
en gran medida masculina, y una esfera privada, en gran parte femenina, es un rasgo de la 
historia de la música occidental así como de muchas culturas musicales del mundo (…) Sin 
embargo, como en el patriarcado en general, el trabajo musical público de las mujeres, se ha 
basado en gran medida en las características de su trabajo musical privado. Es más, las mujeres 
han participado principalmente en actividades musicales que, de alguna manera, permiten la 
expresión simbólica de las características “femeninas” (p. 25). 
Si revisamos el rol de la mujer en la historia hegemónica de la música occidental, veremos 
que le fueron permitidas ciertas actividades que responden a las definiciones patriarcales de femi-
nidad. Más allá del rol docente, una de las primeras actividades musicales legitimadas en las que 
se desarrollaron las mujeres fue el canto. Green analiza el vínculo de la figura de la cantante con 
las definiciones patriarcales de feminidad y establece cuatro tópicos que lo justifican. En primer 
lugar, la exhibición y el cuerpo como instrumento: “la cantante está literal y metafóricamente en 
sintonía con su cuerpo. Al mismo tiempo es víctima de sus vicisitudes” (p. 37). En segundo lugar, 
la ausencia de tecnología en el canto, ya que el patriarcado otorga a lo masculino el control de la 
naturaleza mediante la tecnología, y la mujer es parte de esa naturaleza controlada. En tercer lugar, 
la imagen de la cantante asalariada que exhibe en público su cuerpo y su voz, en relación con la 
seductora sexual y/o prostituta. En cuarto lugar, la relación directa del acto de cantar con la madre 
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Hacia una educación musical con perspectiva de género
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que le canta a su bebé, según Green “una práctica que se produce en todas las culturas conocidas y 
que debe ser una de las pocas costumbres universales de la humanidad” (p. 38). Afortunadamen-
te, la mujer se ha ido abriendo camino y ocupando diferentes roles dentro de la actividad musical. 
Desde desarrollarse como instrumentista, hasta incursionar en actividades que han sido histórica-
mente territorio de lo masculino y que incluso se ven como amenazas de la feminidad, como lo es 
la composición. También, ha logrado ocupar espacios de conducción dentro del ámbito educativo. 
Para ampliar el enfoque de lo que Green denomina significados musicales intrínsecos y evo-
cados, partiremos de la falsa premisa que le otorga al arte musical características autónomas, uni-
versales y hasta naturales por su condición de arte abstracto que conjuga sonidos y que solo en al-
gunos momentos entabla vínculos explícitos con referencias extrasonoras (Vicari, 2015; Swanwick, 
1988); esto vale, sobre todo, si pensamos en la música instrumental que no posee ningún tipo 
de anclaje extramusical como puede ser la letra o poesía. Pero como dijimos al comienzo de este 
apartado, las expresiones artísticas son construcciones sociales y tanto los hacedores como los re-
ceptores musicales son sujetos históricos. Todo lo que nos es enseñado tiene un vector histórico, 
incluso la manera de percibir los sonidos, por lo que es fundamental pensar en que ambas catego-
rías (intrínseco/evocado) conviven. En palabras de Vicari (2015):
…toda creación musical, aunque tenga pretensiones de suma autonomía, se encuentra en un 
contexto de producción, distribución y recepción en los cuales también se construyen sentidos 
(…) El significado intrínseco y el significado evocado se relacionan dialécticamente y se vuelven 
inescindibles en el plano práctico. Ambas formas de significar operan en manera distinta 
aunque articulada (pp. 249-250).
Green (en Vicari, 2015) llamará perfiles al conjunto de relaciones socioculturales que inciden 
sobre los sujetos en los momentos en que evocan ideas e imágenes a partir de las audiciones mu-
sicales; se puede decir que existen perfiles vinculados a los roles de género. De la misma manera 
que cuando escuchamos Peer Gynt Op.23 de Edvard Grieg pensamos en un amanecer gracias a 
la insistencia de los dibujos animados en utilizar esa composición para representar ese momento 
del día, ocurre con determinadas músicas o elementos musicales que son caracterizados como 
femeninos o masculinos. Es vasto el abanico de ejemplos que se pueden señalar, por lo que nom-
braré solo algunos: finales masculinos por ser en tiempo “fuerte” y femeninos en tiempo “débil”; 
cierta atribución femenina a las armonías consonantes por sonar “más dulces” y masculinas a las 
disonantes; categorizaciones tímbricas/instrumentales aparentemente “más femeninas” como los 
instrumentos de cuerda o el piano y “masculinas” como los instrumentos de percusión y vientos 
de metal, bajo la excusa de que requieren mayor fuerza muscular para su ejecución; connotaciones 
masculinas a la música “vigorosa” y femeninas a la música “suave”; afirmar que una mujer “ejecuta 
como hombre” un instrumento porque posee una técnica desarrollada, y al revés, considerar afe-
minado a un hombre que elige ejercer la docencia o el canto, etc. Resulta de gran importancia en la 
tarea docente reflexionar de manera crítica acerca de estos preceptos, para comenzar a deconstruir 
el sentido común que las definiciones patriarcales históricamente han erigido sobre el ejercicio y 
enseñanza del arte musical. 
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La clase de Música…
Es el espacio donde confluyen la construcción simbólica e histórica del cuerpo, la visión de 
género y su representación en las prácticas artísticas. Es el lugar que nos permite resignificar a 
través de la mirada crítica, el intercambio y la discusión aquellos preceptos normalizados cultu-
ralmente que provocan los vínculos desiguales entre los sujetos. En la clase de música, arte y edu-
cación se combinan permitiendo explotar aquellas características poderosas que ambos términos 
poseen: la capacidad de significar, el potencial transgresor y la implicancia afectiva y emocional que 
existen tanto en la práctica artística como en la triangulación pedagógica.  
De la misma manera, las tensiones existentes en el seno de las sociedades se transforman 
en realidades palpables dentro de las instituciones educativas en general y el aula en particular, 
convirtiéndose en conflictos que por acción u omisión involucran a estudiantes, docentes, autori-
dades escolares y políticas públicas educativas. En nuestro país, la sanción de la ESI legitimó que 
en la escuela se hable de sexualidad haciendo foco en la perspectiva de género. Sin embargo, según 
un informe realizado por el Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba (2017) sobre el 
estado de implementación de la ESI a diez años de su promulgación, más del 50% de las institucio-
nes educativas de la provincia aún no la ha implementado con el enfoque que la Ley propone, sino 
que reproduce modelos biologistas que esta pretende superar. En este sentido y haciendo foco en 
la clase de Música, Green (2001) dice:
La escuela contribuye a la reproducción de las prácticas y significados marcados por el género, 
cuya evolución puede seguirse en la historia de la interpretación musical occidental. Sin 
embargo, la escuela no logra esa reproducción mediante el ofrecimiento bruto de oportunidades, 
sino que toma parte en la perpetuación de sutiles definiciones de feminidad y masculinidad 
como connotaciones en las prácticas musicales, en la que los alumnos vuelcan sus deseos de 
conformidad, no solo ni necesariamente con la escuela, sino con el campo global del género y 
la política sexual (p. 183).
Si repasamos lo que el Programa Nacional de Educación Sexual Integral (Marina, 2012; 2018) 
propone como lineamientos curriculares de la ESI para educación artística, veremos cómo clara-
mente hace hincapié en problemáticas que gravitan en torno a la cuestión de género:
•  El reconocimiento de las posibilidades expresivas de mujeres y varones a partir de dife-
rentes lenguajes artísticos. 
•  La valoración del cuerpo humano como instrumento de expresión vocal, gestual, del mo-
vimiento, etc. 
•  La exploración de los diferentes lenguajes artísticos en igualdad de condiciones para 
todas las personas, removiendo prejuicios de género. 
•  La valoración de las propias producciones y las de los/las compañeros/as. 
•  La reflexión y análisis crítico en torno a la valoración de patrones hegemónicos de belleza 
y la relación con el consumo.
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Hacia una educación musical con perspectiva de género
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•  La indagación y el análisis crítico sobre la construcción social e histórica del ideal de be-
lleza y del cuerpo para varones y mujeres.
Por otro lado, estos lineamientos se pueden articular con algunos de los ejes planteados en 
los núcleos de aprendizajes prioritarios para la clase de música, aprobados por el Consejo Federal 
de Educación (CFE) (Ministerio de Educación de la Nación, 2012), en sucesivas etapas entre 2004 
y 2012. De ellos se destacan:
•  La reflexión crítica, tendiendo a la igualdad de oportunidades para todos y todas, acerca 
de actitudes discriminatorias y estigmatizadoras vinculadas a la realización musical en 
relación con los roles instrumentales estereotipados.
•  El conocimiento sobre las formas de circulación y difusión de la música en los medios 
masivos de comunicación a partir de diferentes enfoques: ideológico, económico, cultu-
ral, social, entre otros. 
La articulación de estas recomendaciones ministeriales nos invita a problematizar el mundo 
de estructura binaria dentro de la clase de música, permitiéndonos abordar metodologías para 
favorecer la reflexión sobre modelos socioculturales dominantes que nos llevan a reproducir roles 
de género estereotipados dentro del quehacer musical, la igualdad de oportunidades expresivas y 
participativas, y la mirada crítica sobre cómo la producción artística es (o deja de ser) tratada en los 
medios de comunicación y de información. Por otra parte, las recomendaciones sirven como base 
para pensar en nuevas propuestas que continúen incorporando problemáticas identificadas por 
estudiantes y docentes en torno a la cuestión de género que se articulen con modos de expresión 
artística como:
•  Incorporar al repertorio obras de intérpretes y compositoras/es mujeres y grupos disi-
dentes.
•  Promover la vivencia del goce como parte del quehacer musical.  
•  Generar estrategias que permitan que los/las estudiantes no asuman roles estereotipa-
dos en actividades de ejecución instrumental, a la vez que se facilitan experiencias de 
participación y expresión para todos y todas a través de múltiples instrumentos.
•  Incluir la audición/visión de obras que se presentan como transgresoras o proponen la 
provocación y el escándalo como estrategia estética. 
•  Promover análisis artísticos que se aparten de reduccionismos y caracterizaciones feme-
ninas y/o masculinas de los elementos que componen una obra.
Signos y condicionamientos de género observados durante la re-
sidencia docente
Como mencioné al comienzo del artículo, lo que motivó el abordaje de este tema fue la 
observación de situaciones que se presentaron durante el proceso de residencia que, si bien no 
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estaban relacionadas con el proyecto inicial de práctica, fueron tan contundentes que sirvieron 
para analizar la reproducción de signos marcados por los condicionamientos que produce la visión 
hegemónica acerca del género dentro del aula y en la clase de música en particular. Entre esas 
situaciones, se pudieron identificar algunas de las problemáticas que se trataron en este artículo, 
entre las que se destacan:
•  La presencia de modos vinculares corporativos/patriarcales que derivaron en situaciones 
de violencia inter e intra-género.
•  La elección o rechazo de instrumentos por parte de los/as estudiantes, sujeta a la visión 
estereotipada de roles por género.
•  La ejecución vocal/instrumental condicionada por modelos hegemónicos de ser y hacer 
música.  
•  El trabajo/producción áulica obstaculizado por el constante ejercicio de masculinidad 
ejercida por un grupo de estudiantes. 
•  La elección de un repertorio musical hegemónico.  
•  La diferenciación en el desempeño áulico entre hombres y mujeres.
Se puede decir que la mayoría de estas problemáticas se produjeron a partir de esos modos 
de vinculación corporativa. El ejercicio de masculinidad fue muy marcado en un grupo de estu-
diantes –varones principalmente– que ejerció una gran presión sobre el resto. Algunos estudian-
tes sucumbieron a estas presiones y se incorporaron de inmediato al grupo. Los que no lo hicieron 
fueron víctimas de burlas con marcadas connotaciones homofóbicas. En este sentido, hay coinci-
dencias con lo que Segato (2018) plantea al decir: 
que la primera víctima del mandato de masculinidad son los mismos hombres, que hay una 
violencia de género que es intra-genero y que la violencia contra las mujeres se deriva de la 
violencia entre hombres, de las formas de coacción que sufren para que no se esquiven de la 
lealtad a la corporación, a su mandato, a su estructura jerárquica a su repertorio de exigencias 
y aprobaciones (p. 48).  
Algo similar ocurrió a la hora de elegir los roles instrumentales que cada uno/a iba a ocupar. 
El mismo grupo de estudiantes monopolizó la totalidad de los instrumentos de percusión, ignoran-
do la actividad vocal e instrumental armónica. Elección que no es casual si pensamos en lo que nos 
plantea Green (2001) con respecto a la feminización que produce la acción de cantar o tocar guita-
rra, frente a la de percutir. Algo a tener en cuenta es que por un momento surgió de ellos mismos 
dar un espacio a lo vocal, ya que la primera acción que realizaron al apropiarse de los instrumentos 
fue la de cantar “canciones de cancha”, práctica que de algún modo abrió un canal de expresión 
musical. En este sentido, me resulta adecuado tomar el concepto de evocación que propone Green 
(2001) para pensar que el canto de cancha es una práctica aceptada por las masculinidades y pue-
de servir como herramienta o puntapié inicial para desarrollar actividades en relación al canto con 
grupos que presentan estas problemáticas. De todos modos, en el contexto de la actividad que 
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se estaba proponiendo, esa acción permitió que el grupo se siguiera imponiendo sobre el resto de 
los y las estudiantes, en este caso desde lo sonoro. El problema se resolvió metodológicamente, 
exigiendo que los tres grupos instrumentales (canto, guitarras, percusión) estuvieran compuestos 
de manera mixta, lo cual posibilitó la participación igualitaria de varones y mujeres dentro del 
ensamble, a la vez que permitió dispersar al grupo problemático. Hay que tener en cuenta que 
el ensamble es una práctica colectiva y colaborativa, en donde uno de los requerimientos funda-
mentales es que sus integrantes se escuchen entre sí. Quedaron conformados tres grupos mixtos 
y, si bien se presentaron algunas tensiones hacia el interior de estos –por ejemplo en el grupo de 
cantantes a la hora de elegir la temática de la letra de la canción que componían–, fueron resueltas 
de manera democrática y sin necesidad de recurrir a expresiones insultantes o violentas.  
En cuanto a la diferenciación en el desempeño áulico de varones y mujeres, fue notable la ac-
titud de cooperación y perseverancia de y entre las estudiantes para lograr los objetivos musicales 
propuestos, en contraposición a la actitud indiferente y a veces de boicot de algunos chicos para 
con sus compañeros/as y la actividad misma. Fue llamativo que, a través de una encuesta anónima 
realizada en el marco de una autoevaluación sobre nuestra propia práctica, salió a la luz que esta 
actitud generaba una gran molestia en numerosos/as estudiantes: a partir de la pregunta “¿qué fue 
lo que menos te gustó de la experiencia?”, las respuestas giraron en torno a la actitud de “algunos 
compañeros que se portan mal y hacen perder el tiempo”. Por estas razones, decidimos incorporar 
dentro de los criterios de evaluación algunos ítems que tenían que ver con la predisposición al 
trabajo grupal, la apertura hacia nuevas propuestas y la valoración de las propias producciones y 
de las de compañeros/as.
Añadir e implementar estas microdecisiones a la propuesta didáctica inicial permitió poder 
llevar a cabo el proyecto en su totalidad a la vez que posibilitó desplazar prejuicios de algunos/as 
estudiantes acerca del quehacer musical, ya que no solo lograron cumplimentar con el trabajo, sino 
que se permitieron disfrutar del proceso.       
No quisiera dejar de mencionar algo que llamó mi atención: muchas chicas participaban de 
actividades musicales extraescolares, lo cual permitió que tuvieran un desenvolvimiento musical 
más fluido. En contraposición, la mayoría de los chicos practicaba deportes en sus horarios fuera 
de la escuela; solo uno de ellos concurría a una academia musical. En este sentido, me parece opor-
tuno agregar lo que plantea Terigi (1998) cuando señala que a diferencia del lugar relevante que 
poseen las artes a nivel cultural, la presencia y el sentido de la educación artística en el currículum 
escolar ocupa el disminuido rol de saberes de segunda categoría o saber inútil, lo cual niega el par-
ticular potencial pedagógico que tienen. Pareciera ser que en el contexto de las prácticas docentes 
llevadas a cabo, la actividad musical en su conjunto estuvo atravesada por una visión patriarcal 
que de algún modo la feminiza en relación a otras disciplinas en concordancia con lo que propone 
la bibliografía abordada. 
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Conclusiones 
Con lo dicho hasta aquí, podemos afirmar que todo acto educativo involucra posicionamien-
tos políticos que hacen a la construcción sociocultural de la visión de género y sus implicancias. La 
escuela toma posicionamiento y por acción u omisión ejerce influencia sobre los individuos que 
la componen, a la vez que representa un microespacio en donde también se reflejan las tensiones 
y resistencias que ocurren dentro del campo relacional de los sujetos que conforman la sociedad. 
Al estar atravesada por otras instituciones, la escuela posee una naturaleza diversa y heterogénea 
donde coexisten tradición y vanguardia.  
Pensar la educación desde una perspectiva de género es un horizonte lejano, pero posible. 
La problemática no se reduce solo a la cuestión de género, sino que se vincula con otras formas 
de dominación que permiten sostener las relaciones desiguales entre los sujetos. En nuestro país, 
felizmente, se han ampliado los procedimientos educativos y legales que respaldan a estudiantes 
y docentes frente a actos discriminatorios o de silenciamiento. 
El arte en general y la clase de música en particular tienen la potencia de impactar en el 
plano de lo afectivo y emocional a la vez que comparten características expresivas y transgresoras. 
Quizás una de las principales expectativas de la educación artística sea, tomando las palabras del 
maestro Juan Antonio Abreu (Smaczny y Stodtmeier, 2009), la de educar la sensibilidad, desarro-
llando al mismo tiempo que la singularidad, la conciencia y reciprocidad de las y los estudiantes 
para resignificar aspectos culturales de opresión en pos de formas de convivencia más beneficiosas 
para todos y todas.
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Macarena Fernández Barrandeguy
Profesora en Educación Musical por la Universidad Nacional de Córdoba. Actualmente es 
Profesora adscripta en la cátedra Residencia y Practica Docente IV: Nivel Medio perteneciente 
a la misma universidad y docente de Música en nivel secundario. Participó como tallerista en el 
Encuentro de Profesorados de la Facultad de Artes (UNC) Un gesto para compartir presencias 
(2022). Paralelamente a la labor docente, es guitarrista y cantante y ha participado en los colectivos 
artísticos Territorio de Pájaros-La bandada que sale de lo roto y TangoPorMujeres. Actualmente 
se desarrolla como guitarrista y cantante de tango. 
Como citar este artículo
Fernández Barrandeguy, M. (2023). Distorsiones disidentes. Hacia una educación musical con 
perspectiva de género. Sendas, 6(1), 127-144. https://revistas.unc.edu.ar/index.php/sendas/
article/view/41218.
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