Estudiantes universitarios: resiliencia, motivación y satisfacción
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REVISTA DE ENSEÑANZA DE LA FÍSICA, Vol. 35, n.
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2 (2023) 238
la práctica química mientras que en el ámbito de la física comenzaba a dar sus primeros pasos, no consolidándose
completamente sino hasta la primera década del siglo XX. Finalmente, también especularemos sobre las posibles cau-
sas de esta disparidad entre ambas comunidades científicas y su impacto epistemológico.
Al igual que muchas historias dentro del contexto de la cultura occidental, es necesario rastrear el origen de la
teoría atómica hasta la antigua Grecia. En algún momento del siglo IV a. C., los griegos comenzaron a preguntarse
sobre la naturaleza fundamental de las cosas. Aunque hubo varias respuestas, nos enfocaremos en la propuesta de
Leucipo y su discípulo Demócrito, quienes razonaron que, al dividir un trozo de cualquier sustancia, eventualmente se
alcanzaría una unidad indivisible, algo que no podría ser dividido aún más. A ese objeto indivisible lo denominaron
“átomo”. Naturalmente era una propuesta meramente especulativa y no había forma de comprobarla. Por otro lado,
la hipótesis alternativa, que postulaba que la materia era un continuo infinitamente divisible era más popular y pre-
valeció hasta principios del siglo XIX.
Con el advenimiento de la ciencia moderna, resurgió la idea el carácter discreto, discontinuo de la materia. Bernou-
lli (1738) propuso que los gases estaban formados por diminutas esferas y pudo deducir la ley de Boyle. Sin embargo,
este aporte no logró atraer la atención de la comunidad. Fue necesario llegar a fines del siglo XVIII para que se formu-
laran leyes fenomenológicas que prepararan un terreno para las nuevas ideas. Lavoisier descubrió la conservación de
la masa en las reacciones químicas, mientras que Proust observó que en cualquier reacción la reactivos y productos
se encontraban siempre en la misma proporción, una observación que Dalton más tarde generalizó en la llamada ley
de las proporciones múltiples.
Estas leyes empíricas pueden ser explicadas de manera coherente suponiendo la existencia de átomos, y eso fue
precisamente lo que Dalton propuso en su obra Un nuevo sistema de la filosofía química (1808). Como suele suceder,
la teoría propuesta por Dalton explicaba de manera adecuada numerosos experimentos, pero había otros que no se
ajustaban a las predicciones teóricas. Esto se debía a que Dalton llamaba “átomos” a lo que nosotros hoy denomina-
mos “moléculas”. Esa confusión fue aclarada por Avogadro, y a partir de ese momento, la teoría atómica rápidamente
comenzó a ganar rápidamente aceptación espacio entre los químicos, quienes la incorporaron a sus prácticas habi-
tuales.
Un comentario epistemológico. Muchas teorías surgen a pesar de experimentos que inicialmente las refutan. Así
y todo, la comunidad científica las acoge y, con el tiempo, logra superar esas dificultades. Esta dinámica desafía el
enfoque refutacionista propuesto por Popper (1934), al menos en su versión simplista inicial.
Retornando a la historia en de la teoría atómica en el ámbito de los químicos, hay que decir que logró consolidarse
en esa comunidad y generó numerosos avances. En la década de 1850, Kekule, un químico orgánico alemán, impulsó
el estudio de la estructura molecular y en 1865 propuso que la estructura del benceno era un anillo cerrado formado
por seis átomos de carbono. Cuenta la leyenda que tuvo un sueño en el que una serpiente se mordía la cola y eso le
sugirió cómo estaban ordenados los átomos en el benceno. Sea verdadera o no esta historia, lo cierto es que en la
década de 1860 los químicos no solo aceptaban la existencia de los átomos, sino que habían avanzado aún más al
utilizarlos para describir la estructura de moléculas complejas. Por lo tanto, se puede afirmar que, a mediados del siglo
XIX, la teoría atómica ya era un componente esencial del conocimiento cualquier químico bien formado. Y por su-
puesto siguieron usándola y desarrollándola de manera fructífera
.
Ahora, centrémonos en lo que ocurría entre los físicos en ese mismo periodo
A mediados del siglo XIX la física gozaba de una salud envidiable
: la mecánica newtoniana, la síntesis entre elec-
tricidad y magnetismo realizada por Maxwell y la termodinámica podían explicar una enorme cantidad de fenómenos
macroscópicos. Paralelamente, en el mundo filosófico el pensamiento positivista sostenía que había que hablar solo
de entidades observables, si se hacía referencia a objetos que no eran perceptibles con nuestros sentidos se conside-
raba metafísica, y eso era una herejía para los acólitos de Comte.
En la comunidad de los físicos esas ideas filosóficas fueron introducidas por Ernest Mach (1883) quien gozaba de
un enorme prestigio científico y estaba muy interesado en lo que hoy llamaríamos filosofía de la ciencia. Mach sostenía
un fenomenismo extremo: la función de la ciencia es vincular los fenómenos sin realizar conjeturas sobre la realidad
en sí. El ideal de ese tipo de ciencia es la termodinámica. En base a consideraciones formales se vinculan distintas
magnitudes experimentales. Por ejemplo, se puede relacionar el calor específico a volumen constante con el calor
específico a presión constante pero no es posible dar el valor de los mismos. Hay que hacer alguna conjetura adicional
sobre la estructura de la materia para poder proporcionar un número. Y eso es lo que no quería Mach: evitar realizar
suposiciones sobre cosas que no se podían observar, como era el caso de átomos y moléculas en el siglo XIX.
El libro Breve historia de la química (Isaac Asimov, 1975, Madrid: Alianza) es una obra de divulgación breve para tener un panorama más completo
de la historia de la química. Ahí se ve con claridad que, a principios del siglo XX, temas como la estructura atómica eran estudiados preferentemente
por los químicos.
Una descripción detallada del estado de la física en el siglo XIX se puede encontrar en la cuarta parte del libro Historia de la Física de Desiderio
Papp (1945, Buenos Aires: Espasa-Calpe).