Migrancias y travesías, reflexiones en torno a la cultura contemporánea y el mundo de las traducciones.
Por Susana Romano Sued *
Los desplazamientos de todas las especies, las travesías de los humanos desde inmemoriales tiempos mueven las ruedas de la historia. Travesías de sujetos, de comunidades, pueblos, naciones, hablas y textos: cada viaje es una inscripción en el espacio y en el tiempo; y por cierto en la memoria. Los intercambios, dones y apropiaciones, son el paño en que se despliegan la identidad y la alteridad. Estas transferencias interculturales componen los acervos de la humanidad que en el campo de la traducción he denominado Diáspora. Diáspora, término proveniente del griego, en su etimología significa “desparramar”, “dispersar”. En el uso corriente tiene connotaciones dolorosas, pues se aplica al desplazamiento forzado de personas, de comunidades enteras, o de sus antepasados, fuera de su lugar, de su tierra, de su acervo, de su lengua, de sus tradiciones y experiencias. Asimismo refiere a la conexión que esas comunidades de origen mantienen con ese lugar, real o imaginado, vínculo que puede estar moldeado por la idealización de aquella tierra, su gente, su historia, matizado y complejizado al surgir y consolidarse una conciencia de identidad del grupo diasporizado. La diáspora entendida como exilio -de pueblos, lenguas y culturas- alberga igualmente el significado de “diseminación”, de semilla dispersa que germina allende los sitios y épocas de origen. Y desde ese significado es como se metaforiza el mundo, ya que metaphorein, proveniente también del griego, quiere decir trasladar. El viajero, los viajeros, los textos, son transferidos, se transfieren, trasladan, llegan, hacen pie en alguna estación de lengua, de territorio, de tradición, y vuelven a andar hacia otros horizontes.
En el campo del psicoanálisis la transferencia forma parte del dispositivo, y constituye la potencia que suscita y sostiene el vínculo en la cura, una circulación deseante entre pasajes de la subjetividad en torno del objeto, la cura, la visión de lo que consiste, y que ha de realizar una travesía. En alemán se usan indistintamente los términos Uebertragung, que es como Sigmund Freud denominó al vínculo de la cura terapéutica, (transferencia, traducción), y Uebersetzung (traducción).
Desde esta perspectiva considero la traducción como realización utópica y ucrónica de obras de arte, de literatura, de pensamiento, de leyes, credos. Pues en otro tiempo y en otro lugar se mantienen las memorias del pensamiento y de la cultura, en particular de la literatura. Pero desde luego también las artes, la filosofía, la política, el derecho, la ciencia, los textos sagrados; y con dichas memorias los rasgos identitarios que quedan albergados más allá de las fronteras temporales, geográficas y lingüísticas primigenias.
Lo natural del traducir en el mundo contemporáneo
La tecno-globalización es el contexto ineludible para abordar los fenómenos contemporáneos de pasajes e intercambios entre culturas, literaturas y lenguas, con lo cual la interculturalidad se concretiza en cada una de esas instancias. La traducción y las políticas editoriales globalizadas tienen un impacto directo y relevante en la producción y el consumo de literaturas extranjeras por parte de los públicos vernáculos, proceso que casi siempre revela disimetrías de diversos órdenes. Las travesías de lengua y lenguaje desencadenan procesos con alcances muchas veces incalculables en todas las esferas de la vida de las comunidades y sus culturas. Estos procesos han de ser observados y analizados desde la macroperspectiva global, y atendidos en sus instancias más circunscriptas, cercanas, específicas, como es el caso de la dimensión literaria, y de las problemáticas implicadas en el campo de la creación de obras y de su traducción. En ese marco me aproximo a la cuestión del libro, de sus soportes, de su circulación, en las lenguas de partida –´originales´– y en las de llegada, de traducción. Esa travesía lleva la marca del sujeto, de los sujetos. Y así como en el proceso de escritura la creación proviene de la dimensión subjetiva y se corresponde con las peripecias únicas de la letra en su debatirse con la ley del lenguaje, igualmente en la escritura de traducción se ponen en juego dichas instancias que involucran de una manera irrevocable la identidad en su compleja composición, que es la subjetividad. De ahí que el examen y la comparación de los caminos que toman los escritores-traductores pueden darnos alguna clave sobre los derroteros del deseo, el deseo de letra, de escritura, que enfrenta dilemas, interrogantes, y urgencias.
Debido a los continuos desafíos ante los cuales nos pone nuestro mundo global internetizado, multiplicado en la movilidad celular y las tabletas entre los muchos objetos técnicos, cuya ontología ha sido y es tópico de los estudiosos, los rasgos de identidad de comunidades y culturas, y con ellos la de cada sujeto, están atravesados por la pugnas entre las hablas propias, las linguas francas de los códigos reticulares, y los sustitutos de traspasos que brindan los traductores informáticos, “translation engines” [1] el “traducir esta página”, y tantas máquinas como los incomensurables diccionarios multilingues del tipo que se ofrecen en el Google y otros supersistemas de interconectividad, además de los consensos económicos establecidos para el uso excluyente de formatos como el TRADOS u otros programas obligatorios para los profesionales tanto free lance como contratados por agencias. Lo cual actualiza y remoza la secular discusión acerca de la traducción automática o mecánica. Precisamente, en el flujo ininterrumpido de lenguas y datos de la matricial enciclopedia virtual multilingüe, la confianza del mundo usuario en las soluciones que la misma brinda a las problemáticas del traducir, abre un campo de indagación, enigmático y dilemático, y sobre todo ético, que interpela a los Estudios de Traducción mundiales. Y orienta la mirada y la reflexión hacia el foco de la cuestión de la traducción colaborativa, concepto que dinamita la idea del traductor como actor solitario (Bistue, 2007). Ello despierta de inmediato la inquietante pregunta acerca de qué eslabón en la cadena colectiva corresponde al traductor. También queda presa de este irreversible paisaje global la propuesta benjaminiana desarrollada en “Die Aufgabe des Übersetzers” (Benjamin, 1972) [La tarea del traductor], cuyo contenido se codicia como objeto de colección.
A propósito, el pensamiento de Walter Benjamin, pieza inseparable del moderno acervo filosófico, estético, político, y cultural de Occidente, es recuperado de manera continuada por parte de las distintas disciplinas sociales y humanas, así como desde las poéticas de la literatura y las artes audiovisuales inscriptas en sus respectivos contextos histórico-sociales, que a su vez se constituyen en reservorios permanentes de la memoria. La instantaneidad del acceso a las obras benjaminianas, digitalizadas desde sus ediciones princeps, pirateadas, intervenidas o comentadas, por ejemplo, mediante un doble click del mouse o el suave touch que hace correr las páginas virtuales y que nos trae a las polifonías de las Wikipedias (en plural pues como es sabido se dispone de una lista de versiones de la información en múltiples idiomas), a la vez que actualiza la recepción de la obra, la diasporiza, la somete a la reticulación sin límites, no sin riesgo de desfiguraciones, involuntarias o maliciosamente partidistas y eclipsadoras de fuentes. La biblioteca, milenariamente el sitio de memoria por excelencia, otrora accesible sólo para los elegidos (del poder sacro, o monárquico), estalla en la red con efectos incalculables. Un ejemplo entre infinitos otros, es la inauguración de la Biblioteca Digital de la Unesco en Español de reciente publicación y distribución en la web. En tanto los precios de los libros no virtuales alcanzan niveles astronómicos por el encarecimiento de los insumos, sobre todo en los países llamados en desarrollo o de economías emergentes evidencian que las obras son, hoy más que nunca, mercancías –commodities sujetas a las “reglas” del mundo financiero: cotizan en bolsa al lado de las acciones de petróleo o de cereales, y están sumamente alejadas de la ocupación y preocupación comprometidas de un traductor y su ética de acercamiento de lenguajes. Como siempre, empero, la brecha en la compacidad del mercado, que permite resistencias y atajos, invierte la demanda de mercancía en mercancía a demanda, por caso los libros que pueden ahora editarse en forma electrónica, incluso en tiradas de un ejemplar, a un precio módico. Los procesos de factura, edición, publicación, distribución de obras, en particular los que atañen a los trayectos materiales de la tecnología digital, son abstraídos y eclipsados para los usuarios, en una lógica aparente de que se trata solamente de contenidos que meramente cambian de soporte. Cabe asimismo advertir sobre las prácticas de editing y corrección de las versiones que se realizan a través de agencias de traducción que envían a traductores y especialistas en lenguas traducciones en bruto, sea hechas por máquinas o por personas, a fin de que sean adaptadas correctamente o readaptadas con algún retoque, a las reglas gramaticales y estilos de las lenguas de llegada, bajo modelos estandardizados de lenguas hegemónicas. En este variado menú de mundos, textos, lenguas y hablas, tareas múltiples desempeñadas por numerosos sujetos, en el vertiginoso flujo del tiempo que impone la cultura digital, se renuevan los interrogantes que desencadena el fenómeno de la traducción. Jorge Luis Borges se ocupó de plantear muchos de ellos y de responderlos, de manera variada y muchas veces contradictoria y paradojal a lo largo de su obra.
En el centro de los interrogantes, y pensando la problemática desde la metáfora de la navegación entre orillas, cabe abordar la cuestión de la circulación diaspórica de acervos críticos, de teorías que circulan entre las aduanas del pensamiento y del conocimiento. Desde el universo de la cultura de llegada, la mirada sobre la vicisitud del sujeto de esta orilla, presenta la complejidad que el sujeto mismo proyecta, en la difícil conceptualización de su estatuto identitario, particularmente en el dominio de la configuración de un discurso crítico propio, especialmente con respecto a la literatura. Puesto que el sujeto de esta orilla, particular, periférico y americano, elabora y relanza en sus enunciados críticos aquellos saberes traídos de las metrópolis. La operación es siempre asimétrica. Este quehacer lo ejercita en el proceso dilemático que consiste en establecer un equilibrio, siempre delicado y provisorio, entre olvidos y memorias, afirmaciones y denegaciones, concretando el derrotero intercultural, de negociaciones entre un Otro primordial y otro propio. Estas tramitaciones están atravesadas de preguntas, latentes en gran medida, en nuestros contextos contemporáneos en los que la mencionada presión hegemónica tecnoglobal impone códigos reducidos de intercambios y prácticas tendentes a una homogeneidad que hace peligrar los rasgos de identidad. En este marco, emergen las siguientes preguntas:
¿Traducimos? ¿Somos traducidos? ¿Somos creadores originales? ¿Somos concientes de la dimensión ética de nuestra labor?¿Qué poéticas y qué ´políticas de traducción nos orientan? ¿Se nos da acaso nuestro mundo de hoy como una diáspora infinita, de tensiones entre lenguas, identidades, hablas y comunidades? ¿Qué grado de responsabilidad se asume al optar por versiones una u otras entre los acervos que se ofrecen en el universo disponible del espacio digital? ¿Cuán singular resulta una versión ejecutada por uno mismo, al ejercitar el rol de último traductor de un texto? ¿Qué función y qué alcances tiene la crítica de traducción en esta cadena de vinculaciones? ¿Cómo puede denominarse la labor de los editores, correctores y adaptadores de traducciones, quienes reciben materiales en bruto por parte de las empresas?
En lo que concierne a la problemática identitaria de la mismidad y la otredad, de lo autóctono y de lo importado, del tráfico intercultural, cabe preguntarse ¿cuán originalmente nacional es una teoría, una idea, una ley, un sistema filosófico, una fórmula científica, una literatura? ¿Dónde termina su pureza, su autenticidad, y dónde empieza su mixtura? Los programas y proyectos culturales y políticos locales, nacionales, ¿son creaciones originales o vienen de la importación, atravesando aduanas? Y también, ¿en qué medida una obra literaria traducida puede ser tenida por extranjera o local? ¿Pueden considerarse las traducciones de una obra como una parte complementaria o constitutiva de la misma, una metapoética?
Estas son algunas de las preguntas que continuamente impulsan y acompañan mis reflexiones sobre la traducción y mis prácticas del traducir, y que interrogan continuamente a los autores, los traductores, y los lectores de todos los géneros que atraviesan las fronteras de las lenguas y los mundos.
* Profesora Titular Plenaria de Estética y Crítica Literaria Moderna. Investigadora Principal de Conicet
[1] Véanse entre otros los sitios web http://lai.com/thc/temain.html y http://lexicoon.org/