LA DISPUTA HERMENÉUTICA POR LA MORAL DEL LENGUAJE EN LA CAUSA JUSTA DE OSVALDO LAMBORGHINI

Ana Levstein *

Dedico este trabajo a la memoria de los lazos rotos a causa de “La causa justa” de Osvaldo Lamborghini

Resumen

En La causa Justa, de Osvaldo Lamborghini, nadie es dueño de su discurso: historia de palimpsestos, escritura de escrituras, diseminación del sentido. Una lectura posible es, a nuestro entender, que se trata de un cuento sobre las implicancias de las crisis de sentido inscriptas en toda producción de sentido.

Este artículo pone el foco en el nervio argumental que nos orienta hacia una lectura de La Causa Justa como disputa entre paradigmas hermenéuticos, entre posiciones militantes de algunos de los personajes centrales en cuanto a los usos o abusos del lenguaje y la moralidad/inmoralidad/extramoralidad que los atraviesa. Distintas filosofías del lenguaje (“speech acts”, “deconstrucción”) atraviesan a los personajes, involucrados en discusiones de vida o muerte, en torno a la mentira, la verdad, el chiste, la promesa, la moral y su único presupuesto común: el lenguaje como "escritura" en sentido derrideano, como huella de huellas, donde lo real "en sí" sería inaccesible al saber y por lo tanto indecidible.

En el relato advertimos un uso dialectal, desterritorializante, "menor" de la lengua, y por eso mismo revolucionario, materializando la concepción de "literatura menor" que Gilles Deleuze presenta en su estudio sobre Kafka. Dicho dialecto tiene también un carácter soez y paródico, como los motivos populares sobre los cuales se construye la argentinidad.

Palabras clave: hermenéutica, moral, malentendido, diseminación, indecidibilidad

Abstract

In "La causa Justa" from Osvaldo Lamborghini, nobody owns his speech; palimpsests history, writing scripts, dissemination of meaning. It is a story about the implications of the crisis of meaning production registered in all meaning production.
This paper puts the focus on argument structure that guides us to a reading of "La causa justa" as dispute between hermeneutic paradigms among militant positions of some of the central characters in terms of the uses and abuses of language and morality / immorality / extramorality flowing through them. Different philosophies of language ("speech acts theory", deconstruction) pass through the characters involved in discussions of life and death, about the lie, the truth, the joke, the promise, morality and their only common premise: language as writing, as a trace of an unknowable reality.
In the story appears a dialectal use, deterritorialising, "minor" of the language, and so, very revolutionary, adhering to the concept of "minor literature" that Gilles Deleuze presents in his study of Kafka. This dialect is also crude and parodic, as the popular motifs on which to build the argentinidad.

Key words: hermeneutics, moral, misunderstanding, dissemination, undecidability

1. Introducción

En La causa Justa, nadie es dueño del sentido: historia de palimpsestos, escritura de escrituras, que remite al linotipista Luis Antonio Sullo ("este hombre infatigable en su lucha para que los libros dijeran lo que alguna vez susurraron: no leía jamás pero sus subrayados eran perfectos") quien, probablemente haciendo honor a la fonética de su apellido intenta apropiarse la historia con "su" subrayado. Dice de él el narrador: "Jamás nos diste el gusto de leer un libro" (Lamborghini, 2003: 10).

Este artículo pone el foco en el nervio argumental que nos orienta hacia una lectura de La Causa Justa como disputa entre paradigmas hermenéuticos, entre posiciones militantes de algunos de los personajes centrales en cuanto a los usos o abusos del lenguaje y la moralidad/inmoralidad/extramoralidad que los atraviesa.

Dos empleados de la empresa "Egometrix" en la Argentina de 1982, Heredia y Mancini, mantienen recurrentemente, durante los recreos de los clásicos partidos entre "Solteros" y "Casados" que allí se organizan, el siguiente diálogo: Heredia, (luego "El Chupapijas") dice a Mancini (luego "El Desocupado"): -“Mirá hermano, yo te quiero tanto, que te lo juro por mi madre te chuparía la pija si fuera puto, sí, te lo juro, y vos sabés que yo no soy puto”, y Mancini le responde: -“Y vos sabés que yo estaría a tu disposición: lo primero que haría al levantarme a la mañana sería enchufártela en la boca. Te digo más, me quedaría sin trabajo porque te inundaría de leche la garganta en la misma jeta del Gerente General.” Éste que estaba presente, opinaba para sí que "había otras formas de manifestar la amistad" (Lamborghini, 2003: 20).

Verdad de perogrullo: expresión muy soez pero también muy argentina y muy frecuente en ese tipo de eventos. Quizá el diálogo no pasaba de un amistoso "chiste", si no aparecía en escena, Tokuro, un ingeniero electrónico de la empresa, "un fanático de la verdad", quien sostiene que "el que falta a la palabra falta al honor. El que hoy falta al honor traiciona al amigo, es capaz de traicionar Patria y Emperador". Para él se trata, como dice Belvedere, "de dos homosexuales prometiéndose asquerosidades. Es desagradable pero las promesas deben mantenerse" (Belvedere, 2000: 86). Comienza allí la cruzada de Tokuro, "cinturón negro y aterradora fama de violento cuando se creía en la causa justa" y "quien no cree en chistes" para que Heredia cumpla su palabra, que por lo tanto o es perjurio o es promesa a cumplir. El Gerente General intenta frenar la debacle pero Tokuro insiste. Los empleados, escondidos en las duchas comienzan a desesperarse:

Miraron a la Empresa como pidiéndole amparo. La Empresa era el Gerente General. Pero la Empresa no estaba preparada para enfrentarse al Tokuro de la palabra empeñada... Ya discutían en la sala de las duchas para que luego, solidarios y unidos, ese nipón demente no los desnucara por el último chiste (Lamborghini, 2003: 24).

Como dice Belvedere, la Argentina, para Lamborghini aparece como "un determinado uso y flexión del lenguaje" en el que, "lo que se percibe como propio es más una deformación que una formación de la lengua. Se trata de literaturas menores (al estilo de lo que Deleuze y Guattari supieron leer en Kafka). Este uso dialectal, desterritorializante, menor de la lengua, tiene también un carácter soez y paródico, como los motivos populares sobre los cuales se construye la argentinidad (Belvedere, 2000: 84 y 87).

2. La mentira/la verdad como "intención" y "performativo": el malentendido

Tokuro parece desconocer que lo que determina una mentira es la intención del hablante. "Se puede decir lo falso sin mentir, pero también se puede decir la verdad con la intención de engañar, es decir, mintiendo" (Derrida, 1997:12). No acepta que es propio de cualquier enunciado el poder funcionar como referencia vacía o separada de su referente. "Sin esta posibilidad, que es también la iterabilidad general, generable y generalizadora de toda marca, no habría enunciado" (Derrida, 2010: 360).

Cuando Tokuro comprende, según su cultura de procedencia, el valor de un speech act, pareciera pensar en la realización de un performativo entendido desde las conciencias, las intenciones literales de los interlocutores en la totalidad de una operación teleológica que implicaría que ningún resto escapa a esa totalización "presente", ninguna diseminación escapa al horizonte de la unidad del sentido. Heredia y Mancini cuando sienten encima la interpretación que Tokuro hizo de su diálogo-chiste intentan hacerle entender que su "querer-decir" era otro, que se trata de un "malentendido". La causa justa evidencia que el malentendido, como ya lo hiciera Jakobson acerca del ruido, no es accidental sino estructural de toda comunicación.

Ezequiel Jansky, un ingeniero polaco, "casi amigo" de Tokuro y que con otro nombre es boxeador y posible campeón sudamericano según los críticos, aparece boxeando con el japonés para evitar que éste insista en "enseñarles a esos dos a no mentir". Pero Tokuro que, además de karateca es boxeador (Jansky no lo sabía) vence al polaco de 23 años y lo mata. Nadie, menos aún el Gerente General, quien estimula a Jansky para que "los libere a todos" quería que "la inmundicia", la "orden tan asquerosa" de Tokuro se cumpliera, pero ahora había un muerto, Jansky, y además, amigo de Tokuro. En un momento aparece la opción de que sea Nal, El Culón quien asuma la afrenta en lugar de Heredia, pero Tokuro no acepta lo que para él es "trampa", "Palabra Incumplida" en esta "Llanura de los Chistes" que es Argentina para él. La solidaridad del Gerente con Heredia se rompe y es obligado a ejercer la "Palabra Cumplida". Pero Tokuro va por más: le ordena a Heredia ir vestido de geisha porque ya se deshonró como hombre y "suicidarse si quiere recuperar la honra". El "Sublime Gerente" hace un chiste sobre la geisha en una publicidad y Tokuro, reprimiendo la furia, le dice que por favor no le nombre más "esa palabra terrible: chiste." "En este país llanura, chistes terminan con muertos" (Lamborghini, 2003: 36). Esta frase condensaría, según nuestra hipótesis de lectura, algunas de las filosofías del lenguaje que se disputan la "verdad" de lo que jamás dejará de ser una posible versión del paradojalmente uni-verso. La economía discursiva puesta en juego es a la vez producción de verdad o enunciados verdaderos y producción de moral o valores de justicia y justeza del decir. Dicha economía, desde la lógica "literal" de Tokuro, debería adecuarse a una realidad unívoca, sustraída a cualquier construcción semiótica, invirtiendo el "no hay fuera de texto" derrideano. Lo real, por el contrario, al consistir en lenguaje, en texto, al ser una trama de huellas, permanecería, según nuestra apuesta, siempre incógnita, inaprehensible, constitutivamente ficcional.

La Llanura de los chistes aparece como el país donde las cosas no son lo que se dice pero tampoco se miente: es el país del "como si", de la simulación. "Las cosas no son sino que parecen. Todo es en chiste, pero los chistes se cumplen", por eso a Tokuro los chistes lo aterran, por eso también, las dificultades de una hermenéutica lineal y transparente para comprender el sentido. Además lo que no era sino que parecía termina siendo (A Nal le decían "Gordo puto" porque lo parecía, y luego termina siéndolo) y viceversa (Heredia "se va de boca" con Mancini y termina su iniciación homosexual en un proceso de "literalización del sentido" (Belvedere, 2000: 91). Tokuro se encarga de romper el deslizamiento donde "una palabra lleva a la otra" e introduce un "proceso de subjetivación en el que las palabras producen una subjetividad". "Tokuro no cambia la verdad pero la produce" (Belvedere, 2000: 92).

3. El Chiste: crisis del sentido y la escritura como condición de posibilidad del habla.

Una de las posibles cuestiones a leer en La causa justa es, como ya anticipamos, las implicancias de las crisis de sentido inscriptas en toda producción de sentido.

El hecho de que quien organiza los destinos humanos no sea un Dios sino un "Sabio Loco" dice elocuentemente, la imposibilidad simultánea de la Justicia y de las Causas. El relato mostraría aquello a lo que, tanto Foucault como Derrida, han referido como la "maldad de los signos", una constitutiva malignidad del lenguaje, de todo "peligroso suplemento" como Rousseau definía la escritura, según Derrida en De la Gramatología (Derrida, 1998: 184).

Lamborghini pone en escena situaciones, que desde una lectura que podríamos calificar de "deconstructiva" —a partir de una noción novedosa de "escritura" como "marca" o "huella"— cuestionan la simplicidad del origen, la continuidad de toda derivación, de toda producción, de todo análisis, la homogeneidad de todos los órdenes. Nos invita a pensar que todo lo que llamamos "realidad" o "experiencia" o " ser como presencia", al igual que nuestro "presente" temporal, es una compleja operación de suplementación que rompe con la presencia como origen o telos. La noción de "escritura" supone una ruptura con la comunicación entendida como comunicación de las conciencias o de la presencia o como transporte lingüístico o semántico del querer-decir, y la necesidad de separar el concepto de polisemia del de diseminación (Derrida, 2010: 358). La causa justa, subrayaría (como Sullo) y como la escritura de Lamborghini, (desde la hipótesis de lectura que aquí seguimos), "el carácter irreductible del lenguaje literario, imposible de ser subsumido en un metadiscurso o en su referencialidad" (Belvedere, 2000: 88)

Los personajes del cuento ostentarían paradigmas hermenéuticos en pugna, siendo Tokuro el sostenedor emblemático de las condiciones de verdad y felicidad de los speech act y la filosofía analítica del lenguaje de un lado, y Sullo, el escritor invisible o más bien el subrayador y "dueño" de la biblioteca, el portador paradigmático de la "diseminación" derrideana.

Como nos lo recuerda Derrida, Austin en su "Segunda Conferencia" alude a lo que "no se emplea seriamente" "como uso parasitario en relación a un uso normal" (Derrida, 2010: 366). A punto tal que una "enunciación performativa será hueca o vacía si es formulada por un actor en escena, o introducida en un poema, o emitida en un soliloquio" (¿como el de "Tokuro dice a Tokuro"?). El lenguaje en tales situaciones, piensa Austin, "no se emplea seriamente" (Derrida subraya). Austin excluye lo "no-serio", lo "parasitario" (como sería la entonación de broma de Heredia a Mancini), "lo no-ordinario", la "decoloración del lenguaje", es decir el Chiste, nervadura central del relato de Lamborghini y todo aquello que, sin embrago, el propio Austin no tiene más remedio que admitirlo, es la posibilidad abierta de toda enunciación (Derrida, 2010: 366). Por eso Tokuro y Jansky sienten terror del "chiste":

No tenían miedo al despido porque conseguirían trabajo a los dos días y ganando el doble. Miedo no, pero sí terror, terror a “chiste” en llanura inmensa que pronto se convertía en enredo, deshonor, traicionera violencia. Tenían miedo de abrir la boca y producir fatal equívoco (Lamborghini, 2003: 41).

Uno podría decir, desde el sentido común, que Tokuro interpretó fuera de contexto, el diálogo de Heredia y Mancini, pero en la deriva que Lamborghini pone en juego, se trataría, siguiendo a Derrida, de "la descalificación o el límite del concepto de contexto, "real" o "lingüístico", del que la escritura hace imposibles la determinación teórica o la saturación empírica " ya que "no hay más que contextos sin ningún centro de anclaje absoluto" (Acero, 1989:124). Para Tokuro, se trata del problema de la literalidad: la palabra tiene un sentido y una vez empeñada debe cumplirse, en cambio para Heredia y Mancini "siempre hay un doble sentido". Para el "aporteñado" cuenta la viveza de desafiar la literalidad. De un lado la literalidad y la "Palabra Cumplida", del otro, "el chiste, la metonimia, la informalidad. Para el argentino "una palabra trae a la otra", para el japonés "otra palabra trae Hiroshima". "Palabras que traen palabras, contra palabras que acarrean consecuencias" (Belvedere, 2000: 90).

4. Lenguaje y referencia: Lo "Literal" [1]

Tokuro, sintiéndose vencido, redacta un testamento. Ordena a la empresa que con sus ahorros se construya un mausoleo para Jansky en cuyo frente figure la palabra “¡Complicadísimo!”. Se va de picnic pensando "toda su vida como el reguero de una vida equivocada" y se practica un harakiri. El juego deviene en tragedia. Las fronteras entre los tipos lógicos "ficción" y "realidad" se contaminan, mutan, se indeciden volviendo todo muy "complicado", enloqueciendo el logocentrismo organizador de la vida. La única marca que serviría de nemotécnico para pensar que no existe signo sin duplicidad constitutiva es la palabra "Complicadísimo". ¿Cómo imaginar el referente de este superlativo? Hipotetizamos: superlativo exacto de lo aporético de toda interpretación y su correlato moral. Aquella singularidad sui generis, inclasificable. "Complicadísimo" se vuelve como un mantra, un deíctico, entre el japonés Tokuro y el polaco Jansky.

"Complicadísimo" sería el paradigma hermenéutico que funcionaría como antídoto, tanto del paradigma "literal" y "serio" de Tokuro, como del divertido "Hacer teatro" de Jansky y Tokuro, como del palabrerío soez, no menos irresponsable de Heredia y Mancini, emblemáticos del paradigma "Chiste". "Complicadísimo": síntesis de las hermenéuticas como derivas, como rizomas, como heterotopos del/los lenguajes. Quizá "Complicadísimo" podría haber sido la respuesta de Abraham a Jehová y a su comunidad, la única palabra (¿en cualquier idioma?) que designaría la impresentabilidad de la Justicia y de la palabra Justa, o "Palabra Cumplida", derecha, en su destinoerrancia constitutiva, en su aporía fundamental, en su oblicuidad, como la traducción, siempre en devenir, sin saturabilidad ni exhaustividad posibles.

La realidad o referente, siempre es una "X", una incógnita, como dice Nietzsche en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral:

Todo concepto se forma igualando lo no-igual. Del mismo modo que es cierto que una hoja nunca es totalmente igual a otra, asimismo es cierto que el concepto hoja se ha formado al abandonar de manera arbitraria esas diferencias individuales, al olvidar las notas distintivas, con lo cual se suscita entonces la representación, como si en la naturaleza hubiese algo separado de las hojas que fuese la hoja, una especie de arquetipo primigenio a partir del cual todas las hojas habrían sido tejidas, diseñadas, calibradas, coloreadas, onduladas, pintadas, pero por manos tan torpes, que ningún ejemplar resultase ser correcto y fidedigno como copia fiel del arquetipo (Nietzsche, 1990:23-24).

Para Tokuro, entonces, el concepto, lo representativo, platónico, el arquetipo del lenguaje como "honor y "Palabra Cumplida". Para Heredia y Mancini, un habla placentera y "literaria" (en la perspectiva wittgensteiniana todos son "juegos de lenguaje", lo literal y el chiste) que ellos creen inofensiva y sin efectos de la "Palabra Incumplida". En el medio, la realidad inasible pero contundente de lo singularísimo de la alteridad radical: el amor y la muerte excediendo -con su "resto" inapropiable de sentido- la operación homologadora del concepto.

5. Lenguaje: moralidad/extramoralidad

En "La llanura de los Chistes", a más de un personaje le va la vida en interpretar una expresión lingüística. La desviación y podríamos decir la irresponsabilidad estructural del decir, del hablar, del escribir o escritura en el sentido de una "economía general", es lo que Tokuro parece desconocer, militando más bien, por lo que nuestra cultura leería como un "fetichismo" de la palabra recta y atada a un referente, en su acepción pre-nietzscheana. Para Nietzsche, la "verdad" —y por lo tanto la moral— es una creación social establecida mediante una convención que el uso y la costumbre han hecho que acabemos adoptando como norma inviolable, "una suma de relaciones humanas que después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias", "ilusiones de las que se ha olvidado que lo son" (Nietzsche, 1990: 25). De allí que, un sentido extramoral Nietzsche nos mostraría la radical falsedad de todo lenguaje. Sólo se aceptará en sociedad a aquel individuo que use de un modo correcto las metáforas establecidas por convención. La "verdad" extramoral está vinculada al interés social, aunque ella misma provenga del olvido, de la inconsciencia de su mentira original. La filosofía nietzscheana del lenguaje nos permite ver la pugna hermenéutica que sostienen Tokuro por su lado, con Heredia y Mancini y los "llanuros" por el otro, como una pulseada entre etnocentrismos lingüísticos correlativos de antropomorfismos. Los tadeys, como animales similares a los humanos, pero no parlantes, ponen en crisis la oposición metafísica naturaleza/cultura donde el lenguaje es capital, recordándonos con Nietzsche que "si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo pathos /orgullo por su inteligencia y raciocinio/, y se siente el centro volante de este mundo" (Nietzsche, 1990: 17). Somos seres frágiles que nos limitamos a expresar con metáforas las relaciones entre los objetos y nosotros.

La coyuntura de Malvinas, pone en guardia a Tokuro acerca de lo político como lugar privilegiado de la mentira: al fin de cuentas, es Galtieri, un dictador del Estado argentino, quien manda a tantos jóvenes a inmolarse en una guerra helada. Además, en las teletecnologías del decir, ya no se trata de esconder o disimular una determinada realidad "objetiva" o el archivo original, sino de destruir o construir realidades y archivos, como lo muestran palmariamente las guerras, que son guerras hermenéuticas por imponer la interpretación "correcta", "justa" y, por lo tanto, "moral" y "verdadera".

Heredia y Mancini se saben bromeando, dejan proliferar al habla por el habla misma, con la intención de divertirse, que, al igual que en el Agregado, no hace sino insistir en un lenguaje autorreferente, donde el lazo expresión-referente se desvanece. Para Tokuro, en cambio, la Causa Justa es el enlace ético entre la palabra y su "cumplimiento", su efectuación, su desembocadura en un exterior al lenguaje mismo. La palabra está siempre "empeñada" (a diferencia de la biblioteca de Sullo que es según el relator "inembargable").

Ambos paradigmas "Palabra Cumplida" o "Literalidad" y "Palabra Incumplida" o Chiste" constituyen el doble vínculo y la imposibilidad de la interpretación "Justa" y de toda acción guiada por ella. Ninguna interpretación, ninguna conducta, ninguna experiencia, tendrá jamás (desde la perspectiva desconstruccionista que orienta las premisas de este artículo) fundamento ontológico racional y por lo tanto predicados morales unívocos. Siempre, dicho fundamento será precario y local, por lo tanto impugnable, discutible, mejorable, empeorable, ad infinitum. No hay presencia ni conciencia exterior ni interior que convaliden una interpretación por encima de otra. Tanto Tokuro por un lado, como Heredia y Mancini por el otro, exhiben los peligros de los conceptos de mentira y verdad, metafísicamente heredados, propios de una hermenéutica que no logra sustraerse a los predicados morales. Esta tenaza, (mentir diciendo la verdad y viceversa) esta doble posibilidad tan necesaria como paradojal, para mejor o para peor, es, para Derrida, la base del concepto de responsabilidad:

Es preciso que esta doble posibilidad permanezca abierta a la vez como oportunidad y como amenaza, sin lo cual sólo nos quedaría el desarrollo irresponsable de una máquina programática. La responsabilidad ética, jurídica o política, si es que la hay, consiste en decidir la orientación estratégica que se dará a esta problemática que sigue siendo una problemática interpretativa y activa, en todo caso realizativa, en virtud de la cual la verdad tanto como la realidad no es un objeto dado de antemano que sólo se trataría de reflejar adecuadamente. Es una problemática del testimonio, por oposición a la prueba (Derrida, 1997: 49).

Los dos amigos "hacen teatro". "Hacen Teatro" en las esquinas de Buenos Aires (como acostumbraba hacerlo Jansky en Varsovia) donde simulan peleas, se insultan cada uno en su idioma y la gente se apelotona alrededor tomando partido. "Hacer teatro" había comenzado a ser un "chiste" favorito de los dos amigos. Tokuro al principio creía que Jansky era "actor", pero éste le responde que "no es profesional, es algo más chiste", para divertirse y Tokuro comienza a "reírse como chico, como nunca en la vida había reído" con esos paseos. La amistad, relación no utilitaria ni instrumental, propia de una economía que Bataille llamaría "general" en contraposición al vínculo laboral, de colegas o economía "restringida" trae la apertura hospitalaria al otro, el placer, la diversión, pero también situaciones policiales y el riesgo de muerte, es decir, las aporías y paradojas de las estructuras en abismo, de las cadenas suplementarias.

De la descontrolada deriva de las lenguas de ambos amigos, japonés y polaco emergen los suplementos ad infinitum, donde la mentira inherente al lenguaje corroe la moral del logos como habla, Presencia, Razón y Vida parasitados por sus contrarios, escritura, (como los subrayados de Sullo,) Ausencia, Locura y Muerte, respectivamente. La máscara usurpa el rostro, el "hacer teatro" que tanto los divertía en las esquinas de Buenos Aires termina en la policía y en situaciones de riesgo y de "Palabra Incumplida".

Con Derrida nos planteamos entonces si es esta posibilidad general forzosamente la de un fracaso o de una trampa exterior al lenguaje donde uno podría perderse y errar, o esquivarla y triunfar. En sus términos:

¿la generalidad del riesgo admitido por Austin rodea el lenguaje como una suerte de foso, de lugar de perdición externo del que la locución podría siempre no salir, cosa que podría evitar quedándose en su casa, al abrigo de su esencia o de su telos? ¿O bien este riesgo es, por el contrario su condición de posibilidad interna y positiva? ¿éste afuera su adentro? ¿la fuerza misma y la ley de su surgimiento? En este último caso, qué significaría un lenguaje "ordinario" definido por la exclusión de la ley misma del lenguaje. Al excluir la teoría general de este parasitismo estructural, Austin, que pretende sin embargo, describir los hechos y los acontecimientos del lenguaje ordinario, ¿no nos hace pasar por lo ordinario una determinación teleológica y ética (univocidad del enunciado - de la que reconoce en otra parte que sigue siendo un "ideal" filosófico-, presencia ante sí de un contexto total, transparencia de las intenciones, presencia del querer-decir en la unicidad absolutamente singular de un speech act, etc.? (Derrida, 2010: 367).

Esta cita de Derrida es fundamental a la hora de considerar el hilo conductor de este artículo: el fracaso del lenguaje y de la comunicación encarnado como sufrimiento y muerte de los personajes más "serios" y nobles de La causa Justa, en el marco de una "guerra" hermenéutico-moral, que con Lamborghini y Derrida pretendemos resituar en un "contexto" extra-moral del lenguaje como convención y fuerza apelativa que convoca a la responsabilidad. La causa (¿justa?) de este fracaso es que dada la estructura de iteración de toda marca (ya hablemos de lenguaje o de experiencia, ya que para Derrida la marca abarca a ambos), la intención que anima la iteración, como por ejemplo la recurrente broma del diálogo Heredia-Mancini, "no estará nunca presente totalmente a sí misma y a su contenido. La iteración que la estructura a priori introduce ahí una dehiscencia y una rotura esenciales. Lo "no-serio", la oratio obliqua ya no podrán ser excluidos, como lo deseaba Austin (y Tokuro) del lenguaje "ordinario" (Derrida, 2010: 368). Lo mismo ocurre con el discurso ético y teleológico de la consciencia. Para que un contexto sea exhaustivamente determinable es preciso que la intención consciente esté totalmente presente y actualmente transparente a sí misma y a los otros, puesto que ella es el foco determinante de un contexto. Esto lleva a Derrida a plantear la estructura grafemática y por lo tanto la duplicidad y la aporía de toda comunicación. "La escritura se lee, no da lugar, "en última instancia", a un desciframiento hermenéutico, a la clarificación de un sentido o de una verdad" (Derrida, 2010: 371).

Tokuro impugna el "como sí" del juego, la ironía, el chiste, el uso "no-serio" y parasitario del lenguaje al que alude Austin. Al fin de cuentas, el "como si" es un patrón antropomórfico y moral, "metafórico" que amenaza al lenguaje con vaciarse de su virtud absoluta: el performativo, la realización, la "Palabra Cumplida" como en El Golem de Borges. Para Tokuro como para Kant (en un sentido más ligado a la fuente pura del "derecho" que a la ética) "la veracidad es un deber formal absoluto", del que se excluye todo contenido histórico y contextual.

Tokuro paga con su vida las consecuencias éticas, religiosas, jurídicas y políticas del hablar. "La llanura de los chistes" es para él, "paraíso complicadísimo del equívoco juguetón, sí, pero padre también de la muerte, que no entraba en la cabeza del hombre”. Pero también reniega de la historicidad, singularidad y novedad de las situaciones del lenguaje. Piensa del lenguaje lo mismo que Kant del derecho: cualquier enunciado no verdadero, o "palabra incumplida" descalifica la fuente del lenguaje, lo pone fuera de uso. La función del lenguaje es antes que nada apelativa más que informativa: crea un lazo de fe con el otro, con el prójimo. Una hipótesis arriesgada y seguramente, por ello mismo, muy discutible: Tokuro sostendría una noción de la "palabra incumplida" que podría ser el esbozo de una perversión totalitaria, en cuanto a una presunta monosemia del lenguaje, sin contextos, sin diálogo con lógicas alternativas, con prosodias, entonaciones, dobles sentidos, en fin, una concepción del lenguaje que desconocería el Babel de los relativismos. El chiste erosiona, carcome la buena fe imprescindible de toda apelación. Como a Kant, a Tokuro le interesa esa necesidad inmanente de decir la verdad: "Si no se proscribe incondicionalmente la mentira, se socava el vínculo social de la humanidad en su principio mismo" (Derrida, 1997: 27 y 28). De allí que el "chiste" es algo esencialmente malo, aunque como en el juego o la broma pareciera no perjudicar a nadie. ¿No estaría Tokuro proscribiendo lo constitutivo de los signos y el lenguaje, lo más propio y esencial de toda semiótica: el comercio de las sustituciones, de la trampa, el engaño, el signo como abismo, como simulación, como vicario que quiere pasar por original? Pero, nuevamente, la verdad es paradojal y obedece a un doble vínculo:

por cierto, es preciso que haya verdad y veracidad, pero no hay que ponerlas en práctica de cualquier manera, a cualquier precio. Cualquier verdad no es buena en sí misma y el imperativo no es tan sagrado e incondicional como lo quería Kant. Habría que tener en cuenta los imperativos hipotéticos, la oportunidad pragmática, el momento, las formas del enunciado, la retórica, el destinatario, etc. (Derrida, 1997: 33).

Es imposible abordar el fenómeno "Complicadísimo" de la mentira sin "por lo menos la conjugación de una "lógica del inconsciente" y de una "teoría de lo realizativo" (Derrida, 1997: 40). Cuando los realizativos tienen éxito, producen una verdad cuya fuerza se impone a veces para siempre. Al crear el derecho, esta violencia que no es legal ni ilegal crea lo que luego se tendrá por una verdad de derecho, incuestionable. "Esta dimensión realizativa hace la verdad, como dice Austin. Y ello imprime la dimensión irreductiblemente histórica a la veracidad y a la mentira (Derrida, 1997:36).

¿Qué es un speech act feliz cuando la posibilidad de fracaso continua constituyendo su estructura? La causa justa, es en nuestra hipótesis, el emblema de ese fracaso estructural. Para Austin este fracaso sigue siendo anormal, parasitario, algo de lo que es preciso desviarse resueltamente. Su concepto de "lenguaje ordinario" está marcado por esta exclusión que es también evidentemente moral, como Tokuro lo demuestra.

El lenguaje, para Tokuro (como para Austin) carecería de resto, de aquello intraducible, opaco y singular de un significado que nunca precede al proceso de significación y no sería pasible de la reversibilidad del par opositivo chiste/literalidad, ficción/realidad, que no son un adentro y un afuera, separados, exteriores entre sí, como pretendería el logocentrismo, sino una cinta de Moebius.

Lo que sucedería en La Causa Justa sería precisamente el extremo de una situación hermenéutica donde la palabra en sus infinitos juegos, reclamaría vaciarse de su valor referencial. La pregunta recorre el relato: ¿qué confiere significado a un signo, en la deriva diseminadora, si una experiencia o una entidad extralingüística única e identificable, no pueden hacerlo? Nuestra apuesta/respuesta es la responsabilidad -singular y aporética, y en cada caso única- de los seres parlantes, la ética de la palabra empeñada, que no es ajena a la intencionalidad si por ésta entendemos una condición general de la posibilidad de significar.

El relato se cierra o se repliega sobre el amor y la complejidad del vivir-morir: ¿había amado Tokuro a Jansky? "Sí, lo amó, pero muy complicado, él incapaz de amar. Los celos, el amor. Filipinas, y él dibujado ridículo. Complicadísimo ovillo, vergonzoso, y la pradera: La Gran Llanura de los Chistes”. Otro anillo de Moebius: si Tokuro siente que él es un dibujo y sus enemigos, los hombres muertos son los verdaderos, ya no se sabe cuál es el signo y cuál el referente. Los hombres: huellas de huellas, seres de habla, es decir, de chistes, tropezando, de tanto en tanto, con algún referente último (autorreferente, que, como la tragedia, no admitiría representación, con lo único que no sería pasible de ficción: la muerte de los muertos, la crueldad, el sexo de los tadeys (¿los "humanos"?) y el amor sufriente de la amistad genuina.

Nota

[1] Nombre de la revista a cuyo comité de redacción pertenecía Osvaldo Lamborghini. cfr Carlos Belvedere Los Lamborghini. Ni "atípicos" ni "excéntricos". p: 87 y 126.

Bibliografía

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* Dra. en Letras, Magíster en Sociosemiótica, Prof. Adjunta del Seminario “Los massmedia y la formación de nuevas subjetividades y actores sociales”, Escuela de Ciencias de la Información –U.N.C-. Profesora Adjunta de “Hermenéutica”, Escuela de Letras –UNC-. Investigadora del Centro de Investigaciones “María Saleme de Burnichon” de la Facultad de Filosofía y Humanidades –U.N.C-.

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Recibido 07/2013. Aceptado 09/2013