Belmonte, María Eva [*]
Fassi, María Lidia [†]
Resumen
El presente trabajo busca describir estrategias de desnaturalización e interpretar los modos de representación de los sujetos subalternos que intervinieron en el hecho histórico, cultural y político de la guerra de Malvinas -combatientes de Malvinas-, en discursos que entablan polémicas explícitas e implícitas en el interdiscurso. Centramos nuestra lectura en el momento de explosión del conflicto bélico y buscamos leer la construcción de identidades y subjetividades nacionales que el discurso hegemónico-militar ideó para legitimar el enfrentamiento, mediante la elaboración de filiaciones simbólico-discursivas con Mayo (según la versión mitrista de la historia) y la temporalidad de la nación. Paralelamente en los años 80, el régimen de significación del discurso militar tenía como contrapunto discursivo el ensayo “Todo el poder a Lady Di” de N. Perlongher y la novela Los Pichiciegos de R. Fogwill, voces que rompen con las homogeneidades identitarias del discurso hegemónico: representan a los sujetos subalternos como ajenos al mandato y al deber impuesto desde el Estado dictatorial -que los figurativizó como defensores del “ser nacional”-, y desnaturalizan las representaciones hegemónicas a través del humor (ironía) y la construcción de nuevos colectivos de identificación.
Palabras clave
Discurso-representación-identidades-hegemonía-desnaturalización.
Abstract
This paper seeks to describe strategies denature and interpret modes of representation of subaltern subjects who participated in the historic event, cultural and political development of the Falklands War -Falklands-fighters-, in speeches that engage in explicit and implicit polemics interdiscourse. We focus our reading at the time of explosion of the war and we read constructing national identities and subjectivities-hegemonic discourse devised to legitimize military confrontation, through the development of symbolic-discursive affiliations with Mayo (depending on the version of the Mitre history) and the temporality of the nation. Parallel in the 80s, the regime of significance of militar discourse had a counterpoint discurse in the essay “All Power to Lady Di”, the Perlongher´s novel and in Pichiciegos of R. Fogwill, voices that break the homogeneity of the hegemonic discourse identity: they represent the subaltern subjects as outside the mandate and the duty imposed for the dictatorial state – which had figurated them as the defenders of "be national" -and denature through hegemonic representations humor (irony) and the construction of new collective identification.
Key words
Discourse – representation – identity – hegemony – denaturation
1. Formación Discursiva Militar: Construcción de identidades y subjetividades hegemónicas.
Para leer el juego entre las marcas de continuidad y alteración en las representaciones del colectivo subalterno [1] combatientes y veteranos de Malvinas, nos centraremos en primera instancia en el análisis del objeto “soberanía nacional” y su campo semántico (héroe nacional, patria, independencia, libertad), y en la proyección de posiciones enunciativas pertenecientes a la formación discursiva militar [2] . A la vez, buscamos describir la construcción de identidades y subjetividades nacionales que el discurso hegemónico-militar elaboró en el momento de explosión del conflicto bélico para legitimar el enfrentamiento, mediante la filiación simbólico-discursiva con Mayo según la versión mitrista de la historia y su inscripción en el régimen de temporalidad de la nación. Entendemos legitimar, como un efecto social que no depende de la verdad sino de la competencia para imponerla, por lo tanto no es un problema de conocimiento sino de poder y que pone en relación a éste con la representación. Todo proceso de semantización implica que: “Lo socialmente producido y, por lo mismo, arbitrario es representado como natural y, en consecuencia, transformado en principio de definición de legitimidad y aceptabilidad de las prácticas” (Mozejko y Costa, 2001: 2).
Cabe destacar que nuestro trabajo focaliza, en este apartado, en la reelaboración que Galtieri y Costa Méndez [3] , como voces principales del gobierno dictatorial, realizan respecto de los objetos y posiciones de la formación discursiva militar, para justificar y dar sentido a la toma de Malvinas, el 2 de abril de 1982.
Estos discursos seleccionados poseen condiciones de producción específicas con las cuales entablan relaciones de significación. Algunas de estas condiciones son: el carácter totalitario del gobierno militar, la coyuntura de decadencia económica y política de la dictadura, el creciente descreimiento y condena de la sociedad internacional por la ola de demandas en relación a la violación de los derechos humanos y por lo tanto un agotamiento del orden simbólico y político que el golpe del ‘76 impuso. En esta escenografía de crisis del gobierno militar, la justificación de la guerra y la creación de los colectivos de identificación “soldados”, “argentinos”, “compatriotas” como los objetos: “soberanía nacional” y el binomio “patria”-“colonialismo”, no sólo se encuentran vinculados con la migración de significantes pertenecientes a la cultura política militar, sino también, en continuidad con significantes pertenecientes a la visión mitrista de la historia que cantaba loas a una “patria formal”. (Galasso, 2003: p. 17).
A estos discursos los caracterizamos como hegemónicos y políticos al ser pronunciados desde el Estado en tanto espacio de poder institucionalizado y al intentar construir por medio de procedimientos discursivos identidades nacionales alrededor de una idea homogénea de Patria-nación. En sus enunciados, los militares construyen su propia identidad enunciativa como transhistórica, se instauran discursivamente como fuerza unificadora, capaz de borrar los hechos históricos recientes y reducir la historia a las gestas patrióticas institucionalizadas como tales por la historia oficial; estos procedimientos ponen en relación al cuerpo militar con un tiempo mítico y original asociable al momento de fundación de la nación argentina. Y establece pasado, presente y futuro como una continuidad sin fisuras ni conflictos, continuidad constituida por esa única invención de una tradición actuante.
Por medio de esta filiación con los orígenes de la Patria el cuerpo militar se figurativiza como el único agente social incontaminado por los vicios de las ideologías transformadoras de la modernidad y en consecuencia es el único capaz de guiar a los argentinos hacia la restitución del origen sacro de la nación. En tal sentido este posicionamiento transhistórico es un posicionamiento “desde arriba”, se construye como un sujeto en posición jerárquica superior, capaz de restituir por medio de sus acciones desideologizadas los valores inmutables y universales que surgieron en el origen de la patria como: libertad, orden, civilización, progreso.
Los procedimientos discursivos sostienen esta construcción identitaria de los militares en el presente de la enunciación son: 1) La reescritura de los tiempos históricos desde una concepción temporal restauradora, aunque inscripta en el régimen moderno de historicidad [4] : se discursivizan representaciones de un pasado fundacional de la nación investido de valores incuestionables que marcaban un destino a cumplir, un presente lleno de vicios (las ideologías de la modernidad y la revolución: ideario de la Ilustración, fenomenología del espíritu hegeliano, marxismo, darwinismo, entre otros) que corrompieron esos valores del origen nacional y un futuro en el cual se busca restituir ese orden original a partir de acciones realizadas en el presente comandadas por un “deber incuestionable”. El discurso militar construye-reproduce el mito de la Patria originaria a quien se le atribuyen valores trascendentes, eternos, y la re-presenta como socialmente unificada; mediante este procedimiento niega la historia como lucha entre agentes por imponer representaciones en el plano de las prácticas discursivas, como lucha de sectores sociales por sus reivindicaciones en los planos político, social, económico; asimismo, la formación discursiva militar autolegitima las prácticas de intervención de la institución armada que caracteriza como desideologizadas a partir de la identificación entre patria y fuerzas armadas, esta identificación se justifica porque ambas emergen en un mismo punto histórico: Mayo de 1810. 2) La lectura-escritura del pasado se encuadra en un modo de leer Mayo según la visión mitrista de la historia. Existen diversos posicionamientos historiográficos que revisan el objeto Revolución de Mayo [5] , sin embargo las proclamas militares proyectan un posicionamiento enunciativo de legitimación de la “historia oficial” [6] perteneciente a esta línea historiográfica que narra al pasado según algunos puntos clave: a) la presencia del tiempo pasado como vacío cuando se trata de discursivizar la intervención de los sujetos populares en la vida de la nación en tanto agentes políticos y no como ayudantes en armonía con las élites; b) la presencia del subalterno como obstáculo al progreso -como fuerza amenazante- y la caracterización del subalterno como sujeto carente de cualidades político-culturales (Fassi, 2011:231); c) la representación metafórica de los héroes nacionales como figuras de cera que orientan y justifican la organización del futuro investido con valores de progreso indefinido (Jauretche, 1982). Este posicionamiento en torno al mito de origen de la Patria constituiría en consecuencia un elemento más de autolegitimación de la institución militar como el sujeto valioso de la historia argentina constituido desde una exterioridad y una superioridad con respecto a las demás fuerzas sociales porque se re-presentan como la encarnación de la nación y de los intereses de sus habitantes bajo una formulación de valores abstractos: tradición, patrimonio cultural, símbolos patrios.
Este Mayo oficial permite a las Fuerzas Armadas construir una Patria que es de su entera propiedad simbólica y una imagen de sí mismos como los garantes de su integridad. En tal sentido es que los militares han podido inscribir la toma del poder en una historia, en la que la intervención de las Fuerzas Armadas en la conducción del Estado es una pieza importante de la cultura política del país y los paréntesis dictatoriales, procesos necesarios para reorientar la nación que se ha desviado de su destino.
Estas estrategias funcionaron “naturalizando” identidades políticas y un régimen de significación de Nación que el discurso hegemónico argentino/militar había propuesto para una lectura y contextualización de la guerra de Malvinas. Las identidades construidas en los enunciados fueron: 1) Un nosotros, las fuerzas armadas, sujeto mítico, transhistórico, ahistórico, encarnación de la patria y sus valores fundamentales y por lo tanto sujeto de acciones desideologizadas que no iban detrás de la consolidación de intereses particulares sino por el contrario universales y trascendentales. 2) Un colectivo de no identificación, el pueblo argentino, a quienes las fuerzas armadas debían conducir y cuyos clamores eran escuchados por los líderes. 3) “El otro” el enemigo, Gran Bretaña y los subversivos, identidades colectivas fuera de los parámetros humanos y que no adscribían a los valores trascendentales y universales de la Patria. 4) El soldado argentino: sujeto de un hacer voluntario y heroico, heredero de la misión de los padres de la patria. Un sujeto homogéneo sin distinciones internas producto de la identificación con valores universales-trascendentes asociados al objeto patria y sin diferencias que los particularicen. El soldado argentino es calificado como un sujeto que se entrega voluntariamente al enfrentamiento en Malvinas movido por la nobleza de los ideales y que ofrece su vida a la Patria y su accionar es enteramente heroico, conducido siempre por “el fervor patriótico”. Esta construcción del accionar voluntario del soldado funciona como técnica argumentativa de los discursos hegemónicos que busca invisibilizar la acción del ejército como agente constructor del conflicto armado con un objetivo político oculto, como así también borrar la acción manipuladora de los gobernantes sobre los sujetos subalternos (jóvenes, principalmente del interior) y el dominio sobre sus cuerpos a partir del “uso” de éstos para la militarización del conflicto de Malvinas.
2. Razones del agrupamiento de “Todo el poder a Lady Di” y Los Pichiciegos en un corpus de lecturas sobre representaciones problematizadoras de sujetos subalternos
Son textos escritos en el contexto de guerra, contemporáneos al desarrollo del enfrentamiento y al apoyo de la sociedad civil. En este sentido el criterio de recorte son las condiciones de escritura que operan a modo de “heterogeneidad constitutiva” [7] en el interdiscurso (Fassi, 2010). “Todo el poder a Lady Di” es un ensayo cuya primera publicación se realizó en la revista feministaPersona N° 12, en 1982, luego recogido en la antologíaProsa plebeya (1996) y de circulación actual en internet; Los Pichiciegos fue escrito durante el conflicto bélico y su primera edición data de 1982. Ambos centran su escritura sobre los olvidos-silencios del discurso hegemónico, que se pretende unificador bajo el supuesto de la patria como entidad abstracta.
Los olvidos producidos son los no dichos sobre la muerte que afecta los cuerpos de los sujetos enviados a la guerra, las individualidades de esos sujetos afectados, sus intereses ajenos a la idea de patria homogénea esgrimida por la formación discursiva militar. Ambos textos reponen dichas representaciones que constituyen archivos de la memoria y de la cultura argentina.
Otro olvido-silencio del discurso dictatorial es el que produce un efecto de borramiento de la relación entre represión interior y militarización del conflicto de Malvinas. Al poner en escena el carácter represivo de la dictadura que conduce al pueblo argentino a la guerra y que traslada los mecanismos de muerte y corrupción del continente a las islas, estos textos desmontan el sistema de representaciones del colectivo “ejército argentino” que construye la cúpula militar en sus discursos.
Asimismo, el ensayo y la novela representan a los subalternos como subjetividades ajenas al mandato y al deber impuesto desde el Estado dictatorial, desnaturalizan las representaciones esencializadas del héroe nacional como heredero del ejército sanmartiniano, a través del humor (ironía) y la construcción de nuevos colectivos de identificación.
3. “Todo el poder a Lady Di”: La ironía como estrategia de desnaturalización de la impostura de las representaciones hegemónicas.
El análisis del texto de Néstor Perlongher se enmarca en los aportes de la teoría del análisis del discurso que se interesa por la relación entre lengua e ideología (Charaudeau y Maingueneau, 2005). Desde esta perspectiva pensamos el texto perlonghiano como una práctica discursiva irónica anclada en un enunciado que participa tanto del género polémico como del ensayo político. Al respecto, resulta pertinente describir cómo, a partir de diversas estrategias argumentativas que se desarrollan en el campo discursivo de lo político y lo polémico -siempre agónicos-, este modo de discursivización irónico intenta generar consenso y desnaturalizar representaciones de la memoria retórico-argumental golpista-militar (Vitale, 2007), que funciona a modo de discurso doxológico o conjunto tópico que es retomado por el enunciado a manera de heterogeneidad mostrada y constitutiva (Charaudeau y Maingueneau, 2005).
Según propone Susana Gómez en el apartado respectivo del Diccionario Crítico de Términos del Humor. Breve enciclopedia de la cultura humorística argentina (2010), consideramos la ironía no como tropo sino como operación discursiva, como una forma de discursivización que utiliza los géneros para anclarse y generar efectos, que requiere una operación sobre la doxa y resulta ser un ejercicio de intersubjetividad porque invoca la palabra ajena. La ironía se torna siempre invocación de la palabra ajena, porque busca cuestionar otros discursos y jaquear críticamente los valores establecidos y “poner al revés” el texto citado, señalando la contrariedad inherente en él. Gómez sostiene que la ironía sería una práctica discursiva en sí misma, una herramienta de sacudimiento de los esquemas perceptivos, un proceso narrativo a fin de enviar al receptor a información ubicada en una dimensión diferente a la del relato. En tal sentido retoma los aportes de Linda Hutcheon (2000), que caracteriza la ironía como un acto social y semiótico por ser siempre evaluativo y evaluador, y la entiende como un sistema complejo que involucra enunciados, sujetos y sentidos (no solo involucra al ironista que crea tropos o figuras irónicas sino como un proceso intersubjetivo y transideológico en el cual existe un receptor que pone en funcionamiento lecturas irónicas, según su pertenencia a diversas comunidades discursivas, lo cual hace posible estabilizar la relación entre cotexto y contexto).
El modo irónico se ancla en este texto ensayístico en el género de la polémica. Siguiendo a Marc Angenot enLa parole pamphlétaire. Contribution à la typologie des discours modernes (1982) planteamos que el género agónico-polémico es persuasivo porque intenta conducir a una configuración particular de elementos tópicos y doxológicos y en consecuencia supone un campo más extendido de pertinencia de lo planteado y se inscribe en una corriente de opinión polemizando con otros enunciados que pertenecen al mismo conjunto tópico. En tal sentido supone un contra-discurso antagonista al cual apunta a refutar y descalificar y que está implicado en su trama discursiva actual a manera de heterogeneidad marcada mostrada (procedimientos de citación) y no marcada (ironías, migración de estereotipos). Por lo tanto el tópico del discurso doxológico es inmanente porque es razón de inteligibilidad del enunciado y está ampliamente oculto en sus mecanismos profundos.
La formación discursiva militar va a ser el medio dóxico privilegiado de discusión, pero siendo ésta una palabra institucionalizada y autenticada por prácticas e instituciones, mientras que la palabra de Perlongher no posee estatus ni mandato y resulta ser una voz marginal-subalterna que busca revelar la impostura establecida unánimemente sobre la guerra de Malvinas, el procedimiento privilegiado para legitimar la enunciación de la propia voz se centrará en poner en evidencia la verdad ausente y la impostura de los discursos hegemónicos. En tal sentido, el ensayo de Perlongher es un discurso doxológico que se inscribe en una corriente de opinión que rechaza la militarización del conflicto de Malvinas. Perlongher busca armar opinión abriendo la polémica al interrogarse sobre las condiciones histórico-discursivas que permitieron unir dos conceptos que hasta el momento se planteaban como contrarios: militarismo (y su campo semántico, la ocupación del territorio nacional, el estado represor de configuración totalitaria, las concepciones xenofóbicas) y anticolonialismo (lucha contra la ocupación colonial de un territorio soberano). Analiza cómo es posible que un gobierno de facto, caracterizado por políticas económicas neocoloniales (la dominación económica de sectores oligárquicos por medio de la asociación privilegiada con capitales extranjeros, primero Inglaterra, luego EEUU, en el presente de enunciación la URSS), haya logrado justificar la militarización del conflicto de Malvinas mediante la caracterización de la guerra como una gesta anticolonial, lo cual le permitió construir consenso y obtener apoyo desde los sectores hasta entonces opositores al gobierno (CGT, PC, la izquierda argentina). La explicitación de los efectos logrados por los discursos hegemónicos al agrupar nociones incongruentes modeliza irónicamente el enunciado -hace una inversión semántica al nombrar como méritos los démeritos (ser un gobierno totalitario, dador de muerte) y sumarle al primer término el rasgo de antiimperialismo; esa operación se convierte en una estrategia de provocación y polémica con función destructiva. Se construye un posicionamiento de distancia crítica [8] al dar cuenta de los silencios del discurso hegemónico, como así también al desvalorizar los sentidos de los estereotipos impuestos por éstos.
Algunos de los procedimientos argumentativos que dan forma al ensayo, producen un efecto de autoposicionamiento como enunciador legítimo y descalifican axiológicamente al adversario son:
1) Procedimientos injuriosos de descalificación axiológica que implican la semantización evaluación del cuerpo militar y sus acciones con términos tomados del campo ideológicopolítico y de la locura: “Una dictadura fascistizante y sanguinaria como la Argentina”, “Es casi lógico que un estado paranoico como el argentino genere una guerra: la producción de excusas para un delirio patriotero”, “losdelirios patrioteros de la dictadura”, “patriotismo fascista de la junta militar”, “coro de suicidas” (Perlongher, 1982: 1-2) (El subrayado es nuestro). Estos procedimientos de adjetivación injuriosos van acompañados de un “rechazo al nombre propio”, es decir de un proceso de re-denominación del estado militar que implica negar y rechazar los modos de auto-denominación utilizados por el discurso hegemónico militar. Esta relación de heterogeneidad mostrada-marcada entre el discurso de Perlongher y el de la formación discursiva militar, se pone de manifiesto a partir del uso de comillas o por medio de comentarios metadiscursivos que actúan como operadores de distancia y como procedimientos de discriminación simbólica hacia el discurso hegemónico (Angenot, 1982). En tal sentido, a la palabra citada se la caracteriza como inapropiada: “autodenominadoEjército Argentino”, “El gobierno, aplaudido unánimemente como anticolonialista” (Perlongher: 1982: 1-2), (el subrayado es del original), y se le opone la palabra legítima que implica renombrar al anti-héroe: “Dictadura”, “Régimen…que es, más que una dictadura de clase una dictadura de estado.” (Perlongher, 1982: 1-2)
2) Procedimientos de refutación denominados: argumentaciónad-hominem y evocación de la realidad. La argumentación ad hominem busca señalar la contradicción entre lo que el adversario sostiene y lo que hizo o hace y funciona como un mecanismo de puesta en duda de la palabra y las intenciones del “otro”, en tal sentido debilita la construcción de la junta militar y sus representantes como destinadores, en razón de la pérdida modal de la credibilidad. Perlongher dice: “El gobierno, aplaudido unánimemente como anticolonialista, acaba de prohibir los filmes pacifistas y las críticas antibélicas, que puedan desmoralizar a los guerreros” (Perlongher, 1982: 2). Esta mostración de las contradicciones entre la proclamada lucha de liberación contra el orden imperialista que no renuncia a prácticas de ocupación colonial y el propio ejercicio dictatorial de dominación interna mediante la censura se refuerza a través de la evocación de la realidad, procedimiento de refutación por medio del cual frente a la argumentación que justifica la toma de Malvinas basada en conceptos abstractos como patria (en términos de una patria de bandera, territorio, himno y no de cuerpos concretos que habitan el territorio y hablan un mismo idioma) se le opone el objetivo concreto de los militares al tomar Malvinas (reforzar la fuerza del estado militar caracterizado por la toma violenta del poder, el sometimiento de la sociedad y la censura de todo discurso disidente). Por eso frente a la construcción de la idea de una guerra que busca defender la Patria y luchar contra la ocupación ilegal de su territorio, se le recuerda al lector el presente de la enunciación y las condiciones reales de los sujetos en la Argentina: “Antes que defender la ocupación de Malvinas, habría que postular la desocupación de la Argentina por parte del autodenominado Ejército Argentino” (Perlongher, 1982: 3). Estos procedimientos invierten los estereotipos de la formación discursiva militar poniendo en evidencia la contrariedad entre lo que el adversario sostiene discursivamente y lo que hizo o hace: mientras se proclama anticolonialista y justifica la lucha contra la ocupación ilegal del territorio nacional, funciona como fuerza de ocupación interna de orden político y económico, de control y vigilancia social, de censura y prohibición de todo contradiscurso; el efecto de lectura es de certeza respecto de la estrecha relación entre represión y guerra de Malvinas,
3) Desplazamiento del problema: procedimiento que introduce en la discusión datos nuevos silenciados por otros discursos, principalmente se discursiviza la intención del ejército de reforzar la fuerza del gobierno militar a partir de la guerra, dato que desnaturaliza la autorrepresentación de los militares en sus discursos como sujetos de acciones desideologizadas y realizadas en pos de intereses comunes. [9]
4) Uso reiterado y polémico de la metáfora para nombrar la guerra, procedimiento que invierte semántica y evaluativamente el estereotipo de gesta libertadora usado por el discurso hegemónico: “ritual sacrificial”, “triste sainete”, “orgia nacionalista”. La Real Academia Española define aritual como una ceremonia o acto exterior arreglado por ley, a pantomima como comedia, farsa, acción de fingir algo que no se siente y a sainete como una pieza teatral cómica y jocosa. Estos vocablos vienen a modificar el sentido convencionalizado de la guerra (“gesta heroica” o “causa americana”) desviando escandalosamente su significado hacia la idea de “una puesta en escena”, “una impostura”. Esta puesta teatral-ficcional recibe adjetivaciones como fatal, sacrificial, triste, que producen un efecto de reposición de lo silenciado: la muerte.
4. Los Pichiciegos: Uso de los cuerpos y movimiento de resistencia.
Los Pichiciegos . Visiones de una batalla subterránea (2006) es uno de los primeros libros de ficción que construye el acontecimiento Malvinas, concebido desde cierta inmediatez y apegado a los hechos históricos. En el nivel extradiegético de la narración, al final del relato, se sitúa el acto narrativo con una fecha: 11-17 de junio de 1982. Nuestra hipótesis de sentido plantea que Los Pichiciegos desarma, desestructura, desnaturaliza las representaciones impuestas por los relatos totalitarios y también el imaginario construido por los relatos de proyectualidad moderna (ficciones orientadoras de transformaciones políticas, sociales, económicas, sean de orden democrático-liberal, democrático-social o revolucionario). Mientras que la formación discursiva militar y su memoria argumental buscó esencializar identidades de los sujetos intervinientes en el conflicto de Malvinas (cúpula militar, soldados), representándolas como homogéneas y sin fracturas, obedientes al mandato hegemónico que encuadra el deber y el deseo de los subalternos bajo un modo de leer la historia argentina (desde la visión mitrista, negando la historia como juego de oposiciones entre agentes de diversos intereses), esta novela escenifica la ruptura a adscripciones identitarias por parte de los subalternos a ése y todo relato sobre nación e identidad nacional que se sustentan en signos como memoria escolar, territorio soberano y heroísmo, y da cuenta de un modo en que los sujetos construyen nuevos colectivos de identificación asociados a valores y espacios de pertenencia opuestos: supervivencia, solidaridad en el pequeño grupo, delimitación de un territorio no identificable con la nación ni con el extranjero.
Esta ruptura se lee en el enunciado a través de procedimientos de construcción de las representaciones de personajes y sus interrelaciones polémicas: 1) el quiebre entre la obediencia a la voluntad política hegemónica (la militarización heroica y patriótica del conflicto, enunciada en los discursos militares y narrativizada en el texto por los roles de oficiales y suboficiales) y la pasión y rebelión particular de un grupo de subalternos (el deseo de desertar de los soldados-conscriptos, los pichis); y 2) la puesta en circulación de rasgos significantes de los subalternos que los semantizan como subjetividades en oposición a las representaciones de dos relatos de proyectualidad moderna, la formación discursiva militar y la formación discursiva sarmientina [10] . El relato representa a los subalternos como sujetos descentrados y plurales en oposición a una identidad naturalizada y homogénea, y frente a la subalternidad política y la estigmatización socio-cultural, escenifica la posibilidad de acción autónoma a partir de la rebeldía frente al poder del estado y la ruptura de tradiciones que se materializa en la construcción de un nuevo orden, como movimiento de resistencia con reglas propias, apartado de la subordinación estatal. La elaboración de nuevas tramas de lo colectivo en Los Pichiciegos implica la producción de una nueva mitología, un nuevo lenguaje, una nueva dirección política y una jerarquía que adquieren su espacio de desarrollo en túneles bajo tierra. Es la nación subterránea que se configura como espejo carnavalesco de la nación y las leyes estatales del arriba y del afuera.
Asimismo, en el plano de la sintaxis funcional, reconocemos en la novela dos grandes secuencias narrativas, una perteneciente al primer relato y la otra resulta ser un relato anacrónico de un personaje del nivel diegético que deviene en un acto de “hacer memoria”. Ambas secuencias se asocian a escenografías de subalternidad en las que se instaura discursivamente a los soldados como sujetos manipulables y hacen referencia a dos coyunturas diferentes: el tiempo de la guerra en el territorio insular y el uso militar de los cuerpos para la batalla, y el tiempo de la paz al regreso de los sobrevivientes al territorio continental y el uso de la voz del subalterno [11] , su aprehensión y segregación estatal a través de la ley y de mecanismos institucionales como la rehabilitación psicológica, los circuitos de la escritura, el trabajo. En virtud de los efectos de sentido que las secuencias generan denominamos la primera como “La secuencia de la comunicación: usos de la voz y unificación jurídica” en la cual identificamos la ausencia de la prueba glorificante, la estigmatización del excombatiente como loco y delincuente y su subalternización como objeto de conocimiento. Designamos la segunda como “La secuencia de sustracción al sometimiento-construcción de un nuevo orden: uso de los cuerpos” en la que identificamos la ausencia de la prueba calificante y decisiva y la inversión de los programas narrativos establecidos por el poder hegemónico, que implican dos acciones complementarias, la sustracción al orden hegemónico y la construcción de un nuevo orden oculto.
En el nivel narrativo diegético identificamos el “primer relato” que instituye la escenografía de la entrevista y que pone en escena el “acto de hacer memoria” y de dar la palabra. Dos actores protagonizan esta secuencia: un narrador diegético (un escritor-letrado) que no participó de la guerra y que interroga, guía e introduce el discurso del personaje diegético Quiquito, único sobreviviente de los Pichiciegos. Estos dos actores no poseen el mismo saber sobre los acontecimientos ocurridos en Malvinas, por lo tanto en esta secuencia predomina la dimensión cognitiva del relato que pone en escena los recorridos del saber y los usos de la palabra del “otro” como un doble movimiento de dar la palabra y diferenciarla de la propia voz estableciendo jerarquías y divisiones entre universos de sentidos. Este relato diegético de palabra implica la manipulación (hacer-hacer y hacer-decir) respecto del sujeto portador de saber (el pichi) que se convierte en objeto de conocimiento y cuyo único valor reside en la posesión del objeto de deseo: “saber”. De este modo, la novela liga dos zonas verbales: la oral y la escrita, mediante operaciones que implican, por un lado, que la palabra escrita anuncie y defina las voces al construir la palabra del subalterno como una “voz oída” y por el otro, que esa textualización implique una reproducción de la situación de diálogo entre dos universos distintos. Hay un afuera que el escritor-letrado reproduce ficcionalmente como testimonio: cita al autor-oral al funcionar como introductor de un discurso formalmente directo.
Si bien la narrativización del discurso de Quiquito implica que la voz escrita se apropie y ponga a funcionar bajo sus reglas la voz oral (signos de puntuación, relatos introductorios en tercera persona), en las conversaciones entre el Pichi sobreviviente y su entrevistador existe un devenir narrador del subalterno que escenifica una posición subjetiva que reclama credibilidad y se convierte en verosímil porque hace de la lengua el campo de expresión de la vivencia personal que por momentos le resulta intransferible. Esta nueva lengua escenifica pertenencias simbólicas que dan cuenta de una experiencia inédita e implica narrar desde un ángulo desplazado y una posición ante la ley y el poder, porque pone a circular la queja y el lamento del subalterno ante la ley diferencial del estado, aunque también es exhibición del propio ser, del propio registro.
Por otro lado, en esta instancia narrativa del primer relato leemos en los diálogos entre los actores la ausencia de la “prueba glorificante”. Como ya mencionamos anteriormente, esta secuencia narrativa se sitúa temporalmente en la coyuntura de la paz, al regreso de los soldados de la guerra y se representa una ausencia del reconocimiento que garantiza el sentido y el valor de los actos realizados en el pasado: al relatar el regreso en barco de los soldados Quiquito dice: “Vibran las chapas, vibra la madera de lujo que cubre la cubierta…y los sollados donde han puesto a los presos que vuelven a la Argentina…” (Fogwill, 2006: 143). También se representa la marginalización del ex combatiente por parte del estado al asignarle nuevas etiquetas semánticas como loco o delincuente, lo cual los introduce en una nueva cadena de usos de sus cuerpos. El uso de sus cuerpos en la guerra no recibió recompensa ni pago alguno, es el sujeto que lo ha perdido todo y que se niega a entrar en nuevos círculos de aprehensión estatal.
El estado se configura como destinador y agente que busca asignarles conductas esperables a los subalternos a partir de la aplicación de distintos sistemas institucionalizados de coerción (los círculos de trabajo y los circuitos de salud mental) para lo cual en primera instancia reprueba el hacer de los subalternos y los censura cognitivamente dando cuenta de la necesidad de re-habilitación para insertarse en la sociedad. Esta perspectiva estatal sobre los subalternos se explicita en el discurso de Quiquito quien se opone a esta visión y evalúa el accionar del estado como equivocado y ridículo. En tal sentido el estado -y sus instituciones y mecanismos de aprehensión- posee una posición de poder no legitimada por los sujetos sobre los cuales recae la sanción y pone a funcionar un nuevo sistema de valores que no condena el accionar rebelde y de transgresión de los sujetos frente a la ley central.
“-¡Me da por las bolas eso que dicen ahora de la rehabilitación!- grabó… ¡Qué boludez! ¿No te parece que habría que poner clínicas y traer pichis para que rehabiliten a los otros, a los que se quedaron aquí…?” (Fogwill, 2006: 112-113) “No- se volvió hacia mí- ¡No entendés un carajo! ¿No viste ahora? ¡Les ofrecen trabajo a los vueltos! ¡Trabajo…!” (Fogwill, 2006: 131)
La segunda secuencia que complementa la sintaxis funcional pertenece al nivel narrativo metadiegético y en ella se lee el quiebre entre la voluntad política hegemónica (impuesta desde la formación discursiva militar como la búsqueda de la descolonización del territorio invadido por el anti sujeto, los británicos) y las pasiones y deseos individuales (sobrevivir y satisfacer deseos primarios como coger, comer, bañarse, calentarse, etc.). En esta secuencia los soldados son representados como sujetos de espera y de deseo -esperan el fin de la guerra y desean sobrevivir- porque la acción sucede en el afuera: “cada tanto una vibración suave del suelo daba la idea de que en algún lugar muy lejos algunos estarían bombardeando mucho a otros” (Fogwill, 2006: 48). Los soldados se sustraen a la esfera de la lucha y se pone en escena la ausencia del contrato con un destinador que haya fijado los valores. En tal sentido, se lee en el enunciado una ausencia de motivación (querer-hacer/deber-hacer) y de competencias modales (saber-hacer/poder-hacer) por parte de los sujetos enviados a la guerra (los conscriptos “no saben” como pelear: son inexpertos, jóvenes, no pertenecen originariamente al ejército, su instrucción fue escasa y ficticia (no se condice con las condiciones reales de la guerra) y no poseen “técnica”, en oposición a los británicos que son expertos en guerras) [12] .
La ausencia de motivación de los sujetos implica por un lado, que no son sujetos de compromiso con un destinador a priori -el ejército- cuya función se ve debilitada y desestimada por una pérdida modal de respeto y confianza y por el otro, la no identificación por parte de los soldados con “el deber” impuesto desde los programas narrativos del discurso hegemónico que implicaba consolidar mediante el enfrentamiento con los ingleses valores postulados como trascendentes: la patria, el territorio, el orden, la historia oficial, el heroísmo. Quiquito le cuenta al narrador: “Una mañana salió a la entrada del tobogán…se adivinaba el pasto verde y las casitas inglesas, lejos. “Esto es de ellos”, pensó. “Esto es para ellos”” (Fogwill, 2006: 69) y en un diálogo entre los pichis se deja entrever los deseos personales que se oponen al mandato hegemónico: “-¿Y a vos que te gustaría que pasara?....Yo quisiera que pacten y que se dejen de joder…qué pacten, que podamos volver…que ganen ellos, que los fusilen a todos y que a nosotros nos lleven de vuelta a Buenos Aires en avión. Idea del porteño…” (Fogwill, 2006: 70-71). Estos pasajes evidencian ausencia de voluntad y no pertenencia al relato identitario de nación y de destino nacional.
Por otro lado, a lo largo del relato las cualidades modales de los oficiales y suboficiales son representadas en torno al abuso del poder, los excesos y la hipocresía. Recae sobre ellos una descripción disfórica sobre su hacer y su ser que conlleva la debilitación de su función como destinador por la pérdida modal. Este destinador debilitado planteó en sus discursos un programa narrativo que en la novela es deslegitimado desde la perspectiva axiológica de los Pichiciegos. La trayectoria impuesta desde los discursos militares a los conscriptos y soldados, figurativiza a la cúpula militar como un sujeto de mando legítimo: su ser asociado a los héroes de la patria y al deber impuesto por las acciones pasadas de estos héroes a las generaciones futuras –liberación del territorio nacional, gestas independentistas- y su hacer competente con respecto a la posesión de saberes para la guerra; sus competencias modales los habilitan para comprometer a los subalternos como herederos del ejército sanmartiniano a la recuperación de las islas y a enfrentarse al anti-sujeto portador de los anti-valores -los ingleses- caracterizado como bárbaro y mercenario, en oposición a los soldados argentinos portadores de las representaciones eufóricas asociadas a valores trascendentales como el amor a la patria y al territorio.
La asociación que se discursiviza desde la perspectiva pichi, entre la cúpula militar y un ser hipócrita y un hacer abusivo, deslegitima a los líderes militares como sujetos de impartición de órdenes y mandatos y los configura como monstruos morales. En consecuencia, el objeto de valor de los Pichis no es el territorio de Malvinas, la patria o ganar la guerra sino, por el contrario, el objeto de valor es “la vida”, el propio cuerpo sustraído al dolor (de la muerte, la tortura, el hambre, el frío); frente al surgimiento de este nuevo deseo y en pos de su concreción, los pichis proyectan una nueva trayectoria que los corre de los haceres previstos por la cúpula militar e implica la puesta en circulación de nuevos valores, reasignación de roles (los subalternos son ahora jefes “reyes”), nuevas competencias valoradas (el saber letrado vs. el saber práctico no institucionalizado de cavar pozos, acumular, mandar), nuevos anti-sujetos (los jefes militares). El ejército civilizado deviene bárbaro -traidor, cobarde, abusivo-, el bárbaro deviene víctima y su hacer desertor es el procedimiento mediante el cual se materializa la resistencia, consecuencia de la necesidad de sobrevivir al maltrato de los enemigos reales, los oficiales argentinos quienes convirtieron a los cuerpos de los conscriptos en objetos de manipulación y espacio de concreción de la violencia. En un movimiento conjunto y como contracara de la denuncia de la condición diferencial del soldado subalterno la voz narrativa se detiene [13] específicamente en la descripción del sufrimiento de los cuerpos, con un efecto de distancia crítica de los discursos hegemónicos que omitieron la representación de la humanidad de los cuerpos usados en la guerra. Así, la experiencia en la guerra se caracteriza predominantemente como dolorosa y se añade un nuevo rasgo a la representación del subalterno como sujeto doliente:
“El frío duele, el aire es como vidrio y si uno quiere respirar parece que no entrara…el que estuvo al frío mucho tiempo quiere estar quieto, quedarse al frío temblando y dejarse enfriar hasta que todo termina de doler y se muere” (Fogwill, 2006: 35).
La lógica sobre la guerra de Malvinas impuesta discursivamente desde el poder se invierte en la novela y se representa de la siguiente manera: 1) la guerra contra el enemigo común se transforma en guerra contra el soldado propio (maltrato infringido al subalterno), 2) no existen las alianzas soldado-jefe militar (nuevas construcciones identitarias: el nosotros-conscriptos vs los otros-oficiales acomodados), 3) se niega el mandato y el enemigo se transforma en amigo potencial, 4) el soldado que incurre en deserción no es el verdadero traidor sino un sobreviviente al maltrato y a la aplicación de leyes diferenciales.
Otra de las estrategias que desnaturalizan las representaciones hegemónicas, implica el tratamiento sobre las temporalidades, a nuestro entender Los Pichiciegos anticipa el régimen posmoderno por el modo de representar la relación pasado-presente-futuro: 1) El pasado no tiene un reempleo en el presente, no ofrece ningún conocimiento ni mensaje que transmitir y es representado a través del vacío semántico o de alguna alusión aislada. 2) El presente es representado como omnipresente (absoluto) y caracterizado por la fragmentación y la desorientación: los sujetos no saben qué día es, cuándo termina la guerra, qué pasa afuera, cuál será el final ni qué pasará con ellos; la incertidumbre recorre la lectura sobre los acontecimientos:
“- ¿Y qué día es hoy?- nadie sabía la fecha…los que habían traducido las noticias explicaron que eran todos bolazos y que tampoco los ingleses entendían que pasaba. –No saben lo que pasa ni lo que va a pasar- decía Viterbo” (Fogwill, 2006: 70).
3) El futuro es una amenaza de muerte y de no regreso.
Los pichis hablan y en esos diálogos leemos la representación del pasado como vacío semántico que desnaturaliza la lectura de la historia como “maestra ejemplar” y a la memoria como eje homogeneizador de identidades. Ese blanco semántico en torno a la historia argentina se construye a través de dos procedimientos: 1) Los pichis son representados como sujetos de carencia en torno al saber históricopolítico, excepto que ese conocimiento esté ligado y encuentre conexiones con la historia personal:
“El peludo” le decían a Yrigoyen-dijo Viterbo, que tenía padre radical.-¿Quién fue Yrigoyen?-Preguntó otro. Pocos sabían quién había sido Irigoyen. Uno iba a explicar algo pero volvieron a pedirle al santiagueño que contara cómo era el pichi…” (Fogwill, 2006: 27).
2) El saber histórico es siempre fragmentario y se limita a frases estereotipadas puestas en discurso indirecto en el discurso de los pichis que se apropian de la voz de los otros y ponen a funcionar esos saberes en el propio registro -juvenil, no letrado- y según las propias estructuras de pensamiento pragmático: no hay condena moral sino que juzgan el pasado reciente en términos de costos económicos-prácticos:
“-Videla dicen que mató a quince mil- dijo uno, el puntano…-Salí, ¡estás en pedo vos!-dijo Pipo…-Yo sentí que los tiraban a un río desde aviones…-No lo creo, son bolazos de los diarios….-Pero de aviones no puede ser: por más locos que sean, ¿cómo van a remontar un avión, tomarse ese trabajo?-dijo Rubione-. Calculá: cien tipos por avión podrás tirar: son cien viajes. ¡Un cagadero de guita!....- (Fogwill, 2006: 49-50).
Si el pasado no enseña ni aporta interpretación de los hechos, el presente no se comprende, el futuro es una amenaza, sin espacio para la esperanza. La palabra “progreso” es inentendible para los pichis porque no hay porvenir, la posibilidad (o certeza) de muerte los persigue, hay una vida interrumpida que quizá no se vuelva a reanudar: “-Si volvemos, con lo que aprendimos acá: ¿quién nos puede joder?...Pensaba que el otro tenía razón.
Por último el relato pone en circulación rasgos significantes pertenecientes al eje cultural y político que construyen representaciones identitarias que entran en tensión con las representaciones de los relatos de proyectualidad moderna (formación discursiva militar y formación discursiva “civilización y barbarie”). En el eje socio-cultural forman un grupo heterogéneo en cuanto a su procedencia geográfica (diversas ciudades, pueblos y provincias: Rawson, Bernal, Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero, Gualeguaychú, etc.), pero se aúnan en el hecho de que la mayoría proviene del interior de la Argentina. En tal sentido son asociados al espacio interior y subterráneo de la nación imaginada (durante la guerra habitan el subsuelo). Este rasgo abre paso a los estereotipos de “lo bárbaro” porque en la novela se actualiza la relación interior-inferioridad-falta cultural, son los soldados conscriptos los portadores de la marca estigmatizante “cabecita negra”. Este estigma actualiza por un lado, la representación de la Argentina mestiza-heterogénea que se configura como amenaza de la homogeneidad identitaria y por el otro, los diversos rasgos que desde el poder se le asignó al subalterno dando forma al “sujeto primitivo”, denigrado por su irracionalidad, por su ser manipulable y por ello necesariamente subordinado. En el eje político los subalternos están excluidos de todos los canales políticos de participación y enfrentamiento, y se encuentran imposibilitados de manifestar su voluntad en las tres coyunturas temporales: pasado, presente y futuro. En el pasado la acción política le corresponde a otra generación: “a la de los padres”, en el presente, la ley y las decisiones políticas dominantes conocidas por los pichis pero no las reconocen y apelan como movimiento de resistencia a la creación de un nuevo código significante y un nuevo orden clandestino, no reconocido y condenado a la marginación por parte de los militares (la pichicera, sus jefes, sus leyes). Con respecto al futuro se relata y se prefigura la ausencia de competencias políticas, la determinación por parte del poder hegemónico de negar la voluntad popular también a futuro y el descreimiento en la política por parte de los subalternos:
“-Nunca más va a haber elecciones aquí. -¡Ah no…! –No, nunca más ¿No viste que no hay libretas de enrolamiento? Antes había, tenían u espacio para poner el voto, ya ni las hacen. Mi viejo tiene- dijo Viterbo. Era un político. –Si hay elecciones, ¿lo votarías? –No…yo no votaría a nadie, ¡que se vayan todos a la puta madre que los re mil parió! ” (Fogwill, 2006: 54).
5. La disolución: versión dictatorial de la historia, futuro, identidades nacionales. Los restos: memorias de la vida subterránea, presente absoluto, cuerpos indisciplinados y voces rebeldes
Los estereotipos desnaturalizados en el ensayo de Perlongher y la novela de Fogwill son aquéllos que constituyen la identidad enunciativa de la formación discursiva militar y componen el imaginario que durante el conflicto de Malvinas refuerza la autolegitimación del gobierno dictatorial en y por el despliegue discursivo: la identificación de ejército y patria, la autorrepresentación del gobierno militar como sujeto social que ocupa la posición superior en la escala moral del presente de la enunciación y que ostenta como signos de poder los valores universalizados e incontaminados de libertad individual, progreso, civilización, orden, se autoadjudica la función restauradora del prestigio del “origen” -ejército y patria nacen en Mayo-, la representación de la completud de la nación mediante la lucha anticolonial y la invención de una identidad de los soldados como sujetos voluntaristas y heroicos en armonía con los “padres de la patria” y con quienes se autoatribuyen la encarnación del poder soberano.
La desnaturalización se realiza en y por diversos procedimientos que toman las representaciones de la discursividad dictatorial como apuesta de valor a combatir. En “Todo el poder a Lady Di” la entonación injuriosa obra como estocada pero la refutación se impone por su fuerza argumental que repone lo encubierto en el pasado inmediato y en el presente de enunciación: evocación de “realidad” y efecto de concreción de los sentidos de territorio, militarismo, anticolonialismo; desplazamiento del problema y reintroducción de información silenciada; uso de metáforas y cambio del sentido épico asignado a la guerra. Por medio de esos procedimientos se efectúa discursivamente la historización de los jefes inscriptos en la figura del héroe de la patria al contextualizar dicha representación en el interdiscurso y al sustituirla por la del victimario, el que victimiza mediante la ocupación y represión en el interior de la nación y el que usa los cuerpos subalternos para la muerte en las islas, el interior-exterior formulado como abstracción y como gesto de soberanía. En Los Pichiciegos se materializa alegóricamente la rebelión de los subalternos contra el discurso hegemónico militar que los inscribió en la herencia sacrificial de la lucha por el territorio durante la guerra y en la normalización basada en los estigmas de loco y delincuente durante la posguerra. Así como el ensayo de Perlongher descalifica y refuta el posicionamiento “desde arriba” autoconstruido por el cuerpo militar, Los Pichiciegos, en un juego ficcional-real, construye la voz y la posición de los cuerpos combatientes “desde abajo”, no en tanto resultado del sometimiento sino en cuanto acto de resistencia contra la adscripción identitaria a la nación, los actos de violencia y traición de sus jefes, los trayectos de guerra y posguerra impuestos, la denigración del subalterno en y por la atribución de barbarie.
Ambas textualizaciones producen un efecto de distancia crítica, disolución de las representaciones impuestas y ruptura con el orden discursivo dictatorial: se oponen mediante la memoria coyuntural y con astillas del pasado a la versión oficial y a la tradición heroica; quiebran la posibilidad de inscripción en un futuro de nación, de identidad colectiva, solo restan fragmentos del presente, subjetividades dolientes y voces impregnadas de escepticismo y rechazo.
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[*] Profesora en Letras Modernas y tesista de Licenciatura. Adscripta al equipo de investigación dirigido por la Lic. María Lidia Fassi, trabaja en el proyecto que se menciona a continuación, radicado en el CIFFyH. evabelmonte@hotmail.com
[†] Licenciada en Letras. Prof. Adjunta en Teoría y Metodología Literaria I, Letras, Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC. Directora del proyecto de investigación “Modos de representación (problematizadora) de sujetos subalternos en ficciones y ensayos argentinos”, aprobado por SECYT UNC, con subsidio, radicado en el CIFFyH. mlaf54@live.com.ar
Enviado 05/2012. Aceptado 08/2012
[1] Siguiendo a los aportes de Ranajit Guha entendemos al “sujeto subalterno” como todo aquel sujeto de rango inferior y por lo tanto la subalternidad es la “denominación del atributo general de la subordinación (…) expresado en términos de clase, casta, edad, género, ocupación o en cualquier otra forma” (Guha, 1996: 23).
[2] Michel Foucault en La Arqueología del Saber (2005) entiende que existe una formación discursiva si es posible de describir en cierto número de enunciados un sistema de regularidades (un orden, correlaciones, posiciones en funcionamiento, transformaciones) y de dispersiones entre objetos, tipos de enunciación, conceptos y elecciones temáticas. La construcción de la formación discursiva militar se realizó en virtud de la lectura de bibliografía crítica: Del discurso en régimen autoritario. Un estudio comparativo de Silvia Sigal e Isabel Santi y Cultura Política y proclamas militares (1930- 1976) de S. Contardi, M. S. Freidenberg y P.G. Rogieri y a partir de la lectura de las proclamas militares que han acompañado a los golpes militares que se han suscitado desde 1930 a 1976 en Argentina (1930-1943-1955-1962-1966-1976).
[3] El discurso que el Teniente General Leopoldo F. Galtieri dirigió al país el 2 de abril de 1982, por cadena nacional y en nombre de la junta militar, el discurso pronunciado por el canciller Nicanor Costa Méndez, el 2 de abril de 1982 en una reunión en la O.E.A. y el discurso pronunciado por el Teniente general Leopoldo F. Galtieri, por cadena nacional el día 29 de mayo de 1982 al celebrarse un nuevo aniversario de la creación del Ejército Argentino. (Fuente: Diario la Razón.)
[4] Para la descripción de la concepción temporal presente en los discursos militares seleccionamos la categoría elaborada por Hartog de “régimen de historicidad” (en Annick Louis, “Régimes d’historicité. Entretien avec Francois Hartog”). Hartog define esta noción de régimen de historicidad como la manera de articular pasado, presente y futuro. Y siguiendo a Koselleck afirma que el régimen de historicidad se relaciona con las categorías meta-históricas de Experiencia y Expectativa, y la tensión que se establece entre éstas en el presente y que da cuenta de una semántica de los tiempos históricos. Siguiendo a Hartog y Koselleck se podría afirmar que las proclamas militares y los discursos militares que buscaron justificar la guerra de Malvinas se inscriben en un régimen moderno de historicidad, en dónde el pasado comienza a ser considerado como “un campo de experiencia” que contienen un destino que el presente deja entrever y que se cumplirá en el porvenir. El futuro dejaba visualizar “un horizonte de expectativas” y es así que el régimen moderno de historicidad se define por su carácter futurista del tiempo.
[5] Norberto Galasso, en De la Historia Oficial al Revisionismo Rosista. Corrientes Historiográficas en la Argentina (2004), entiende que debido al enfrentamiento de las distintas ideologías surgen las corrientes historiográficas que son interpretaciones del ayer que repercuten sobre el presente.
[6] Según Charaudeau y Maingueneau (2005), en el recorte de un campo discursivo dado, se pueden leer posicionamientos o identidades enunciativas que corresponden a la posición que ocupa un locutor en un campo de discusión, a los valores que defiende (consciente o inconscientemente) y que caracterizan a su vez, su identidad social e ideológica. Son lugares de producción discursiva que nunca quedan cerrados ni fijos, sino que se mantienen a través del interdiscurso, mediante un trabajo de reconfiguración.
[7] “La heterogeneidad mostrada corresponde a la presencia localizable de otro discurso en el fluir del texto. La heterogeneidad constitutiva refiere el discurso dominado por el interdiscurso, esto es, el discurso no es solamente un espacio en el que vendría a introducirse desde fuera el discurso otro sino que se constituye a través de un debate con la alteridad, independiente de toda huella visible de cita, alusión, etc.” (Maingueneau y Charaudeau; 2005:298-299).
[8] José Pablo Feinmann (2005) define “distancia crítica” como el libre juicio, conocimiento y ruptura con el orden de lo dado.
[9] En sus discursos los militares construyen una línea de herencia entre las fuerzas armadas y los héroes de la independencia de ayer, y se figurativizan como libres de toda contaminación de las contingencias de la historia de la sociedad argentina, y por lo tanto como defensores de valores inmutables pertenecientes al objeto Patria (nacido en las gestas independentistas), tales como: honor nacional, libertad, patrimonio nacional, integridad territorial, soberanía. A partir de esta construcción de valores genéricos de carácter sacro asimilables al objeto Patria, así como también su autoconstrucción como sujetos “fuera de la historia”, es que la formación discursiva militar niega a la historia entendida como juego de oposiciones de agentes que luchan por imponer distintas representaciones. Cada intervención militar en los acontecimientos de la sociedad civil y de la historia reciente, es caracterizada como una acción desideologizada que proyecta al futuro la restauración de un origen mítico y sacro.
[10] Civilización y Barbarie es la imagen fundacional del dispositivo simbólico de la ideología liberal. Según Svampa (2006) el dilema sarmientino configura una determinada cultura política argentina que implica pensar la política bajo la forma de una oposición entre principios irreductibles que no pueden convivir en un mismo espacio socio-político. La formación discursiva sarmientina produce representaciones en y por la distribución de valores opuestos entre identidades “civilizadas” -los poseedores de la cultura europea como valor universal- e identidades “bárbaras” (poseedores de una naturaleza), y jerarquiza la “civilización” como valor de futuro y como principio orientador de toda práctica legitimable.
[11] En la novela Los Pichiciegos optamos por caracterizar al soldado o al conscripto de Malvinas como subalterno a partir de la categoría del “uso” (J. Ludmer: 2000), categoría aplicable a aquellos que no tienen “algo” que sí poseen aquellos que pueden manipular sus cuerpos o sus voces y esto deriva de la condición instrumental y de servicio que desde el discurso y la práctica de los poderes se aplica a dichos sujetos. Josefina Ludmer en su libro El Género Gauchesco (2000) da cuenta de dos cadenas de uso a las que se somete al sujeto subalterno en las representaciones del género: 1) El sometimiento a la ley escrita-central que funciona como un sistema legal diferencial, un doble sistema de justicia que responde a la necesidad de uso de los cuerpos de los subalternos para el trabajo y la guerra. En tales sentidos la ley se convierte en un sistema de coerción aplicable al espacio del campo y el interior que impone obligaciones y controles a los sujetos que habitan esos espacios para asignarles conductas esperables. La delincuencia o la categoría del delito no es sino un efecto de diferencia entre ordenamientos jurídicos diferenciales aplicables a espacios en donde habitan sujetos diferenciales (ciudad-letrado/interior-bárbaro). 2) El sometimiento al ejército que surge con las guerras de la independencia y abren la práctica del uso militar del subalterno y su desmarginalización bajo un nuevo signo social “el soldado patriota”. En tales sentidos, servir en el ejército es aceptar la disciplina y el orden, ser moralizado y ennoblecido por pertenecer y someterse a las leyes del ejército de la patria.
[12] “La guerra es otra cosa: ¡es método! Y ellos tenían el método-dijo” (Fogwill, 2006: 136)- “Los que peleaban venían mejor organizados” (Fogwill, 2006: 69) “Pero pelear, pelear, en realidad, nadie sabía. El ejército toma soldados buenos, les enseña más o menos a tirar, a correr, a limpiar el equipo, y con suerte le enseña a clavar bien la bayoneta, y viene la guerra y te enterás que se pelea de noche, con radios, radar, miras infrarrojas y en el oscuro y lo único que vos sabes hacer bien, que es correr, no se puede llevar a la práctica porque a tras tuyo, los de tu propio regimiento habían estado colocando minas a medida que avanzaban…” (Fogwill, 2006: 115).
[13] La voz narrativa se detiene en frecuentes pausas descriptivas que centran su atención en el dolor y el miedo. Para pensar estos relatos utilizamos las categorías de análisis del discurso esbozadas por Genette, G (1972) en “Discurso del Relato. Figuras III”: La categoría de la “duración” (que implica la relación entre velocidad del relato y de la historia y que produce efectos de ritmo) “Pausa descriptiva” (hace referencia a un tiempo del relato mayor al tiempo de la historia cuya duración resulta ser nula), “Frecuencia” (repetición entre relato y diégesis) y “frecuencia repetitiva” (relatar muchas veces lo que sucedió una vez).