Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional.
Recial Vol. XV. 25 (Enero- Junio 2024) ISSN 2718-658X. Laura Arese. Pensar con Shakespeare, pp.
281-286.
hps://doi.org/10.53971/2718.658x.v15.n25.45639
Pensar con Shakespeare
Rinesi, E. (Ed.). (2023). Tiempo loco: política, historia y risa en William Shakespeare
(164 pp.). Los Polvorines: Universidad Nacional de General Sarmiento.
Laura Arese
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
laura.arese@unc.edu.ar
Orcid: 0000-0002-0278-2283
Recibido 12/01/2024. Aceptado 14/03/2024
Tiempo loco es un libro escrito a cinco voces en torno a una misma idea: the time is
out of joint. Los autores y autoras de esta obra colectiva, editada por Eduardo Rinesi,
Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional.
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exploran los distintos sentidos que esta línea adquiere en la obra de William Shakespeare.
El punto de partida común es que allí puede encontrarse una reflexión polifacética,
compleja y fructífera en torno a una experiencia del tiempo en el que todo parece romper
sus goznes, resquebrajarse, ponerse patas para arriba: los códigos morales, las jerarquías
sociales, las diferencias entre los sexos, el orden de la ciudad. Pero ese tiempo, que es de
revueltas y catástrofes, de guerras civiles y religiosas, no es pensado simplemente como
un contexto histórico que se expresa en la obra de Shakespeare. Lejos de todo
historicismo, los escritos que reúne este libro comparten una inquietud por interrogar las
figuras y posibilidades que el tiempo loco abre, nos abre, para comprender la historia, la
política, la risa. Aun cuando despliegan un sólido conocimiento histórico, e incluso
filológico, creo que la apuesta más interesante de estos escritos es hacer con las obras
shakespearianas un trabajo de pensamiento. Es decir, se trata de un modo de proceder que
no toma a Shakespeare como objeto histórico inerte, pero tampoco como inspiración,
como excusa, como “disparador” que dispara lejos de su materia; por el contrario,
permanece cerca de ella, para trabajar con ella y hacerla trabajar a su vez, para interrogarla
y extraer de ella interrogantes que vuelven a nosotros y nosotras, a la locura de nuestro
propio tiempo.
Es que pensar con Shakespeare —como con la literatura en general—, requiere pericia
con una materia singular. Quienes escriben son diestros y diestras en ello y nos enseñan
su destreza con generosidad. La tarea implica: examinar metáforas, hilvanar actos y
escenas aparentemente insignificantes o distantes entre , explorar la ambivalencia y
profundidad de los personajes, conjeturar entonaciones, y sobre todo escuchar —escuchar
más que leer— muy atentamente canciones, silencios, risotadas. Las autoras y autores
hacen un trabajo de interpretación en el sentido teatral de la palabra. En cada escrito los
personajes son convocados a entrar a escena una vez más. Y en ese ir y venir de actores
y actrices, Cecilia Mc Donnell nos enseña las verdades de las bromas, María Cecilia
Padilla nos revela las voces de los silencios y Lucas Franco propone pensar los
aprendizajes de la historia. Estos tres trabajos son precedidos de uno que es quizás el
menos teatral de todos, aunque su preocupación por el “trabajo de la obra” es no menos
relevante para todo el conjunto. Eduardo Rinesi y Antonia García Castro se dedican a —
uso sus palabras— los misterios de una traducción. Tiempo loco se compone de estos
cuatro capítulos.
“Entre galos y media noche. Misterios de una traducción” presenta un argumento
digno de una novela de Agatha Christie. El caso es el siguiente: interesados en la reflexión
de Derrida sobre las distintas traducciones al francés de la expresión the time ist out of
joint”, Rinesi y García Castro consultaron la que el filósofo francés consideraba la más
interesante de ellas: cette époque est déshonorée”, que puede traducirse como “esta
época está deshonrada”. Se trata de la traducción del escritor André Gide. Ahora bien, he
aquí el enigma: en el ejemplar de la traducción de Gide del que disponen Rinesi y García
Castro, la frase indicada por Derrida no está. En el lugar señalado, en cambio, para su
sorpresa, nuestros autores leen: cette époque est désordonnée, esta época está
desordenada. Preguntan: “¿Cómo podía ser? ¿Qué podría haber pasado? ¿Se había
equivocado Derrida a leer o al citar?(p. 15). Luego de comprobar que Derrida remite a
una edición del libro posterior a la que ellos tienen, el misterio no se despeja: “¿Había
entonces dos traducciones de Gide de esa frase de Hamlet? O tal vez: ¿había dos
traducciones de Gide… de Hamlet?” (p. 16).
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Tenaces y meticulosos como Hércules Poirot, García Castro y Rinesi se dedican a
reconstruir a partir de aquí los avatares de la traducción francesa de esta línea a través de
un complejo recorrido que va de Inglaterra a Francia alternativamente, pasa por la primera
traducción de Hamlet al francés en el siglo XVIII, y continúa a campo traviesa por cuatro
traducciones más hasta llegar a la de Gide que le gustaba a Derrida. La sorpresa aumenta
al descubrir que, en las sucesivas ediciones a lo largo de tres décadas, las variaciones de
traducción se multiplican por cuatro. A las dos con las que se inicia el caso se suman: le
siècle est disloqué y cette époque est dévergondée. Para explicar esta incógnita creciente
los autores no desperdician ninguna pista que les permita formular, descartar y reformular,
distintas hipótesis sin olvidar examinar la posible responsabilidad de cada uno de los
involucrados en el caso: amigos, editores, tipeadores y correctores de Gide. No
adelantaremos aquí el develamiento de la intriga, al que los autores arriban
detectivescamente aunque no sin algo de imaginación teatral, pero queremos dejar
anotado lo mucho que se aprende en el curso de este recorrido. Es que el misterio en
realidad no se despeja, porque el misterio es precisamente la cantidad inagotable de
sentidos que pudo adquirir la enigmática sentencia the time is out of joint. El tiempo, los
tiempos, la época, nuestra época, el mundo, el siglo; está desordenado, deshonrado,
desvergonzado, descompuesto, dislocado, loco, patas para arriba. Todos estos sentidos y
otros que seguramente olvidé anotar, abren y cierran otros, pero puestos uno junto a los
otros, resisten cualquier intento por decidir de una vez y para siempre el más adecuado.
Es que la inestabilidad semántica que es propia de un time out of joint, afecta a la sentencia
misma y comprender esto es la puerta de entrada más adecuada para los textos que siguen
a continuación.
En una ocasión, Kierkegaard comentaba:
Se produjo un incendio entre bastidores en un teatro. El payaso salió a
advertir al público; pensaron que era una broma y aplaudieron. Lo repitió;
la aclamación fue aún mayor. Creo que así es como el mundo llegará a su
fin: con un aplauso general de los ingeniosos que creen que es una broma.
(1987, p. 30).
En su texto “¡Mi reino por un bufón! (o cómo lidiar con la fragilidad de un mundo
carnavalizado)”, Cecilia Mc Donnell parte de una premisa similar a la de Kierkegaard —
que los bufones tienen algo muy importante que decirnos—, pero extrae de allí una
conclusión menos sombría. A diferencia del danés, Mc Donnell cree que a los bufones es
posible aprender a escucharlos y que eso puede incluso, en ocasiones, salvarnos de la
tragedia. En sus palabras:
En un mundo, un espacio y un escenario en el que las palabras, las
personas, las cosas y el tiempo se encuentran descoyuntados, ¿no son los
bufones —que expresamente reconocen sin ocultar a nadie que “la locura
da vueltas alrededor de la tierra, y como el sol, brilla para todo el mundo”
— (no son ellos, los bufones) quienes mejor comprenden ese mundo? ¿no
será hora de que escuchemos con más seriedad la risa de la bufonería? (p.
79).
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Para aprender a escuchar a los bufones Mc Donnell primero nos instruye sobre el
vínculo entre bufonería y el tiempo fuera de desquicio a través de un exhaustivo estudio
del carnaval renacentista, su “herramienta hermenéuticaprivilegiada. Es que la presencia
e importancia que tienen los bufones en Shakespeare se explica (y con esto también la
superposición entre tragedia y comedia que los bufones traen consigo) porque el mundo
shakespeariano está, nos dice Mc Donnell, “carnavalizado”.
El estudio incluye un rico análisis de tres obras de Shakespeare y sus respectivos
bufones: El rey Lear, Como gustéis, y Noche de reyes. Recreando escenas y trayendo de
nuevo a la vida las carcajadas, la autora desarrolla lo que podríamos llamar una teoría
general del elemento bufonesco en Shakespeare. Pero a diferencia de otros estudios que
en su afición por detectar patrones terminan por normalizar, por aplacar la polisemia de
una obra precisamente para demostrar que deja leerse a través de la grilla de un puñado
de tipologías, el trabajo de Mc Donnell multiplica carnavalescamente los rostros del
bufón. Prueba de ello es que, a pesar de que en la introducción nos había prometido
modestamente ocuparse de tres bufones —el de King Lear, Touchstone, y Feste
descubriremos que a medida que avanza el análisis los bufones se multiplican por varios
y aparecen encarnados en personajes insospechados (multiplicación asombrosa como las
traducciones de García Castro y Rinesi que eran dos y se volvieron cuatro,
sospechamos aquí un sistema).
Y entre bromas y verdades, la terapéutica bufonesca, nos alcanza. Es que los bufones,
nos muestra Mc Donnell, no sólo comprenden el desquicie del mundo y lo encarnan en
su propia figura. Además, ofrecen una “terapéuticapara subsistir a ello. No sólo revelan
a los otros personajes verdades acerca de mismos y sus circunstancias y denuncian
artificios e injusticias, sino que también contribuyen a que cada cual pueda enfrentar todo
eso sin sucumbir a la desesperación o perderse en la arrogancia. Lo bufones —esta es,
creo, la idea más bella del trabajo— ayudan a los personajes shakespearianos a actuar,
porque les permiten “reconocer la fragilidad que es inherente a nuestra condición sin
ceder por ello al vértigo de la tragedia” (p. 80).
En el tercer capítulo, “Trastocamientos. Apuntes sobre los suicidios de mujeres en las
tragedias de Shakespeare”, Cecilia Padilla se dedica a estudiar tres suicidios femeninos:
el de Lucrecia, en La violación de lucrecia, el de Porcia, en Julio César y el de Ofelia en
Hamlet. Contra una primera lectura que podría sugerir que se trata de personajes menores,
cuyas muertes expresan impotencia, pasividad, sumisión o marginalidad, y con la ayuda
de un amplio conocimiento de la crítica feminista, Padilla propone la hipótesis de que la
determinación de acabar con su vida que toman estas heroínas constituye una forma de
acción política. Y aún más, sugiere que “lo que vuelve políticos a [estos] suicidios es el
modo en que —en relación con ellos—el propio Shakespeare usa y trastoca las
convenciones genéricas del teatro de su tiempo” (p. 88). Usa y trastoca: según Padilla,
Shakespeare retoma con cierta fidelidad las convenciones teatrales sobre lo femenino y
lo masculino, e inmediatamente desdibuja estas convenciones, “poniendo el orden de las
dicotomías entre los géneros patas para arriba(p. 105). El desbarajuste shakespeariano
de las convenciones genéricas es posible en -al mismo tiempo que da cuenta de- un mundo
fuera de quicio. Y precisamente gracias a ese desbarajuste, las heroínas femeninas
encuentran la posibilidad de hacer aquello que el orden patriarcal de los géneros les niega:
actuar políticamente.
Nuevamente, no es mi intención resumir el texto, sino invitar a leerlo. El capítulo hace
gala de un amplio conocimiento de la crítica shakespeariana al que ya nos habían
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acostumbrados los textos previos. De nuevo encontramos distinciones y tipologías
(suicidio femenino, suicidio masculino, distintos tipos de suicidios subversivos) que son
productivas y multiplicadoras, porque revelan a los personajes en su contradicción, en su
ambivalencia, en sus variadas facetas. Como buena filósofa, la autora analiza, pero como
buena espectadora teatral, también escucha y escudriña: escucha silencios, canciones, y
dobles sentidos; escrudiña objetos, libros, flores, y vestidos. El resultado del recorrido es
el mejor que puede esperarse de esta clase de apuestas de lectura, pues lo que sucede es
que nuestra lectura se transforma: la ahogada Ofelia se convierte en una sirena
amenazante, capaz de decir lo indecible, los silencios se vuelven elocuentes, y las voces
pueden más que los discursos. Rescato en especial del trabajo de Padilla que nos permite
pensar, con Shakespeare, pero más allá de él, las paradojas de la agencia femenina, como
así también nos muestra el arte, sutil y atento, de las múltiples maneras de escuchar una
voz.
El último texto del libro se denomina: “Shakespeare, entre el desquicio y la razón. El
problema de la historia en Romeo y Julieta”. Allí Lucas Franco se dedica a pensar la
experiencia del tiempo desquiciado en una pieza: Romeo y Julieta. Una pieza —Romeo y
Julieta—, un horizonte temporal —el tiempo desquiciado—, pero tres interpretaciones
filosóficas posibles: Maquiavelo, Hobbes y Hegel. Los filósofos son convocados para
ofrecer tres miradas distintas de lo que la pieza nos dice sobre la Historia (historia con
mayúscula). ¿Por qué mueren Julieta y Romeo?, se pregunta Franco. Maquiavelo permite
pensar que el enfrentamiento entre Montescos y Capuletos descubre al conflicto como
una dimensión inherente a la política. Visto maquiavelianamente, Romeo y Julieta mueren
porque la política no puede evitar el conflicto trágico. Hobbes, en cambio, nos obliga a
interpretar que la muerte de los jovencitos hace evidente la necesidad de la domesticación
del conflicto a través del orden estatal. Romeo y Julieta mueren, en ese caso, para que sea
posible el Estado y el “out of jointse acabe de una vez, aunque el conflicto permanece
latente como posibilidad. Quizás por eso, por esa latencia, es la perspectiva hegeliana la
que más convence al autor. Hegel le permite pensar que las muertes de Romeo y Julieta
enseñan algo: hacen posible la superación del conflicto y la tragedia, sin anularlas. Romeo
y Julieta mueren por tercera vez en este escenario-libro, pero esta vuelta no mueren en
vano. Su muerte tiene un sentido, por cuanto representa una parte de la vida política de la
cual es posible extraer un aprendizaje que conduce al desarrollo de la historia. Para
Franco, si bien Shakespeare se sitúa en un tiempo fuera de quicio, en él podemos
encontrar “una representación, un atisbo, un cierto anhelo de racionalidad histórica” (p.
133). O, en otras palabras, también del autor, “en el fondo del tiempo fuera de quicio hay
un núcleo de sentido que pulsa por salir” (p. 159).
Este es sin duda el texto más polémico del corpus, precisamente por la solución
filosófica que encuentra, al interior de Shakespeare, a las amenazas que representa esa
experiencia histórica de dislocación sobre la que, desde distintos ángulos, discurre todo
el libro. La pregunta es casi inevitable: ¿A dónde conduce el anhelo de orden, de
racionalidad y sentido como clave de lectura de la historia? Dejamos a las futuras lectoras
y lectores la estimulante tarea de explorar y sopesar esta cuestión. Por nuestra parte,
anotamos de nuevo aquí una de las muchas cosas que aprendimos en el camino: el modo
en que la filosofía política puede ser una lente para la literatura, y cómo la literatura puede
iluminar los sentidos que propone la teoría política.
Tiempo loco salió a la luz en un tiempo que merece igual nombre. Esa aparición es
oportuna precisamente en la locura de un tiempo en el que la historia parece no enseñar
Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional.
Recial Vol. XV. 25 (Enero- Junio 2024) ISSN 2718-658X. Laura Arese. Pensar con Shakespeare, pp.
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ni aprender nada, los bufones nos van dejando de causar gracia, y el silenciamiento de las
subversiones del género, por momentos, nos ahoga con éxito. Tiempo loco no es lo que
se dice un texto de coyuntura, pero sin duda es un texto de descoyuntura. De ahí su
utilidad. Frente al desaliento generalizado, Rinesi nos recuerda que “es precisamente
porque el tiempo está loco que hay política, que podemos pensar esa forma específica de
la actividad humana al que damos el nombre de política” (p. 13). Y con esa advertencia
los autores y autoras invitan a pensar las posibilidades que persisten, se renuevan y nacen,
aun cuando, o mejor, precisamente cuando, todo parece ponerse patas para arriba, una vez
más.
Referencias bibliográficas
Kierkegaard, S. (1987). Either/or I. Princenton: Princenton University Press.