Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional.Recial Vol. XV. N° 25 (Enero-
Junio 2024) ISSN 2718-658X. María Florencia Sarabia y Facundo Venencio, Pasajes contemporáneos de la
identidad latinoamericana. Reflexiones en torno a lo impropio con Florencia Garramuño, pp. 258-263.
hps://doi.org/10.53971/2718.658x.v15.n25.45634
Pasajes contemporáneos de la identidad latinoamericana. Reflexiones en
torno a lo impropio con Florencia Garramuño
Contemporary paths of Latin American identity. Thoughts on the
improper with Florencia Garramuño
María Florencia Sarabia
Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina
mfsarabia3@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-4140-4912
Facundo Venencio
Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina
facundo.venencio@gmail.com
https://orcid.org/0009-0002-5541-5046
Recibido 11/03/2024 Aceptado 26/03/2024
La dra. Florencia Garramuño visi Córdoba durante las Jornadas Inaugurales de la
Cátedra Libre de Cultura Brasileña (CLCB) que se desarrollaron el 25 y 26 de septiembre
de 2023 en el Museo de Antropología (FFyH, UNC).
El evento reunió a una multitud de académicos entre ellos, Raúl Antelo (UFSC), Byron
Vélez Escallón (UFSC), Mario Cámara (UBA), Gabriel Giorgi (NYU), Nancy Calomarde
(UNC) y Roxana Patiño (UNC) y actores sociales vinculados a las culturas de Brasil y de
Argentina. En este marco, tuvo lugar la presentación del último libro de Garramuño, La vida
impropia. Anonimato y singularidad (2023), publicado por la Editorial Universitaria de
Villa María (Eduvim).
Aprovechamos esta oportunidad para conversar con la crítica y traductora sobre algunas
cuestiones centrales para los estudios latinoamericanos contemporáneos: cómo pensar la
cuestión de la identidad latinoamericana, qué ventajas conceptuales nos aporta la noción de
comunidad impropia para reflexionar sobre los pasajes de esta y, principalmente, qué
función cumple la traducción como práctica en este contexto fueron algunos de los ejes
problemáticos que orientaron la conversación.
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Entrevistador: En una entrevista durante el I Encontro Internacional Conexões Itaú
Cultural en 2008, te consultaron sobre la circulación de la literatura brasileña en Argentina.
En ese momento, señalaste que muchos traductores entendían la traducción como el pasaje
de un texto a otro, de una lengua a otra. En tus propios términos, sin embargo, la traducción
era una lectura del autor que involucra su cultura. ¿Cómo se resuelve esa traducción
entendida como lectura y qué implica para el traductor traducir esa cultura?
Florencia Garramuño: La traducción es una lectura porque el traductor está interpretando
cómo se hace esa lectura antes de pasarla a la lengua de llegada. Hay que entender esas
palabras de la lengua de origen e interpretarlas: una palabra significa una cosa en
determinado contexto y va variando según las circunstancias de uso. Según el contexto en
el que esté esa palabra, esa lectura es fundamental.
Y es muy claro cuando una es una traductora y una crítica y ha leído las lecturas que se
han hecho sobre una determinada obra y las tenés frescas. Esas lecturas te influyen a la hora
de traducir. Yo lo vi mucho con el caso de Vidas secas que fue el primer libro que traduje
de Graciliano Ramos y que antes había sido traducido al castellano por Bernardo Kordon.
Cuando Bernardo lo tradujo, él no tenía las lecturas hechas en torno a la obra del autor, ni
tampoco sabía su biografía. Eso también determina la traducción. Hay muchos casos así.
Las palabras son difíciles de traducir, pero también lo son las situaciones. Son difíciles de
interpretar y más para un escritor urbano y porteño que no conoce el sertón.
El caso de Gran Sertón: Veredas, traducción que hicimos con Gonzalo Aguilar en 2012,
es una lectura muy distinta a la que pudo haber hecho Ángel Crespo, quien hizo la primera
traducción del Gran Sertón casi inmediatamente a 1956, el año de la publicación del
original. Cuando Ángel Crespo hizo esa traducción no existía todavía un libro llamado O
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Léxico de Guimarães Rosa de Nilce Sant’Anna Martins. Ella compiló e investigó cada una
de las palabras que aparecen en la novela y que suenan medio raro.
Algunas de esas palabras son neologismos y otras no lo son. Y aquellos neologismos
están construidos sintáctica y fonéticamente de la manera en el que se hablan en esa zona
del Sertón. No son neologismos al modo de James Joyce, sino al modo del habla regionalista
de ese lugar. Allí, la idea de inventar una lengua es una idea muy distinta a la de inventar
neologismos como en el caso de Joyce. Lo que quiero demostrar es cómo la lectura y la
producción de investigación te cambian la percepción a la hora de traducir y te hace pensar
de otro modo.
Con Gonzalo Aguilar hablábamos mucho de cómo íbamos a traducir algunas de esas
palabras. Cuando traduzco, trato de leer algo en castellano que no tenga nada que ver, un
libro que sea semejante de algún modo aunque nunca hay algo semejante porque son dos
literaturas totalmente distintas, por supuesto. En ese momento, leí a Daniel Moyano,
busqué escritores del interior que eran modernos y tenían en sus obras una problemática
vinculada a lo social y a lo regional. La lengua de llegada nunca es una lengua pura que
siempre sigue igual: es distinta la que se hablaba en la década del 60 a la que se habla hoy,
por ejemplo. Es importante escuchar la lengua original en sintonía con la cultura, no por
fuera de ella, ni de ese momento, ni de ese contexto.
Otra cosa importante en la traducción es hacer que el texto sea comprensible, pero
tampoco creo que hay que llevar ese texto a una familiaridad lingüística absoluta. Eso no es
bueno. Hay que lograr que la lengua tenga su música, pero también lograr que el lector sepa
que esa literatura que está leyendo es distinta a la que está acostumbrado.
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E: Recuperando la cuestión de la lengua, recuerdo haber leído en un texto reciente del
escritor Luis Mey, Diario de un librero (2017), una interesante comparación: entre Estados
Unidos y Gran Bretaña existe un océano, pero el intercambio cultural es abundante; sin
embargo, entre Argentina y Brasil solo existe un río y ese intercambio es casi nulo. ¿Te
parece que la lengua constituye una frontera que nos imposibilita pensarnos como
comunidad cultural?
Florencia Garramuño: Sí, la lengua siempre fue una frontera muy fuerte. Y digo “fue”
[comillas agregadas] porque eso al día de hoy ha cambiado. Me parece que hay mucho más
diálogo entre Brasil y Argentina. Aun así, la lengua sigue siendo una frontera muy fuerte.
Principalmente, porque trae consigo el poder de la tradición. A esto se refirió ayer Raúl
Antelo. El poder de la tradición es muy restrictivo; es un poder que reprime otras
posibilidades.
Esto me impresionó mucho cuando hice mi primera investigación en Brasil, allá por
1992. En esos años no había cátedras de Literatura Hispanoamericana que trabajaran con
literatura de Brasil. Y las cátedras de Literatura Brasileña, Teoría y Crítica, y Literatura
Comparada tampoco: la comparación de Brasil siempre era con Portugal. Yo me enojaba y
me preguntaba: “¿Cómo? ¿No comparan con Latinoamérica?”. No podía entenderlo. Y
bueno, por esa potestas [cursiva agregada] de la tradición …
Lo mismo comentó Roxana Patiño respecto de sus comienzos en la investigación. No
había “hispanoamericanismo” [comillas agregadas] y tampoco hubo una relación con Brasil
hasta que los estudios fueron agrupados en lo que, hasta hoy, conocemos como literatura
latinoamericana.
Entonces sí, evidentemente la lengua ha sido una frontera. Esto que digo ahora no es algo
que pueda desarrollar mucho, pero noto que todo ha cambiado a raíz de la intensificación
de las migraciones, principalmente, aquellas que son de ida y vuelta. Estos movimientos no
son como los de principio del siglo XIX, cuando la gente llegaba y se asentaba. Hoy, las
migraciones son inestables, al igual que la globalización, el Internet, la difusión y enseñanza
de las lenguas.
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Por todo esto, la lengua no es hoy una frontera como lo que fue en su momento. Y esto
no es aplicable únicamente a la relación entre Brasil y Argentina, es algo que sucede en todo
el mundo. Me parece que esto se vincula con la nueva teorización de literatura mundial por
encima de las literaturas nacionales, un pensamiento que ya no se rige por la visión “en
lengua” [comillas agregadas], sino más bien por los flujos, por los tránsitos, por los
nomadismos.
E: Indudablemente, estos tránsitos humanos implican, como señalás, pasajes entre las
culturas y las lenguas que las expresan, desplazamientos cuyos efectos comenzamos a observar,
pero que no han sido aún muy teorizados. En tu último libro, La vida impropia. Anonimato y
singularidad (2023) recuperas cierta discusión que se viene dando en torno a las formas
contemporáneas de entender la comunidad. ¿Cómo lees este debate a la luz de nuestros propios
debates sobre lo latinoamericano? ¿Se puede pensar hoy Latinoamérica y su literatura en los
términos, por ejemplo, de un Roberto Fernández Retamar?
Florencia Garramuño: Estamos en un momento en el que debemos pensar que estamos en
una América Latina totalmente diversa. Ese pensamiento siempre estuvo, pero con una tensión
a la homogeneización: cómo encontrar, por ejemplo, rasgos comunes.
Yo considero que no hay que encontrar rasgos comunes. La cuestión de la identidad es como
la cuestión de la lengua: remite a una tradición que es represiva. Creo que tenemos que pensar
no en los rasgos comunes, sino en las políticas y caminos comunes. Pero no en el sentido de
qué nos une o en qué somos iguales, sino hacia dónde vamos, qué queremos hacer de nuestra
región y cómo la queremos cuidar.
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Me preocupa más esa cuestión que la idea de encontrar la identidad de América Latina.
América Latina no es una identidad, no debería ser una identidad. Porque América Latina
también puede ser, y debería ser, un lugar en el que podamos acoger a otros, así como lo hizo
en otros momentos, como supo ser históricamente. ¿Por qué no?
En el caso de Argentina, vemos que recibe a muchos africanos por la pobreza y a rusos y
ucranianos por la guerra que se vive en aquella parte de Europa. Entonces, cuando uno defiende
una identidad nacional o regional está un poco creando barreras y clausurando esa posibilidad
de intercambio.
El momento de Fernández Retamar es muy distinto. Me parece que en este momento y
gracias a un montón de cuestiones que tienen que ver con esta apertura hacia las diversidades,
incluso las disidencias de género y demás, bueno, estamos en un momento de pensar cómo
estas cuestiones nos pueden inspirar para pensar una América Latina diversa y donde la
identidad no nos importe tanto como el futuro que queremos construir para ellxs.
E: En cierto sentido, apuntás a pensar esta búsqueda en los términos de una “comunidad
impropia” [comillas agregadas] y, por ende, de una literatura latinoamericana también
impropia.
Florencia Garramuño: Claro, tal cual, una comunidad impropia, una América Latina
impropia.