Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XV. 25 (Enero- Junio 2024) ISSN 2718-658X. Felipe A. Matti, Literatura menor y sentido: la
máquina de expresión como acontecimiento en Gilles Deleuze, pp. 205-226.
https://doi.org/10.53971/2718.658x.v15.n25.45631
Literatura menor y sentido: la máquina de expresión como acontecimiento
en Gilles Deleuze
Felipe A. Matti
Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, Argentina
mattifelipeandres@uca.edu.ar
ORCID: 0000-0001-9676-7705
Recibido 25/05/2023. Aceptado 26/04/2024
Resumen
El propósito de este escrito es preguntarse si el agenciamiento de la máquina de expresión es
en sí mismo un acontecimiento. Por ende, se sostiene como hipótesis principal que la máquina
de expresión sería el dispositivo a partir del cual se desfundaría el lenguaje, al mismo tiempo
que se establecería la posibilidad de una nueva emisión de singularidades. De este modo, el
agenciamiento de la máquina de expresión posibilitaría una nueva formalización enunciativa, o
un acontecimiento. Como hipótesis secundaria se propone, además, que lo expresado por el
agenciamiento maquínico de la literatura menor sería la materia no formada lingüísticamente o
el sentido.
Palabras clave: Deleuze; Guattari; máquina; expresión; acontecimiento
Minor litterature and sense: the machine of expression as event in Gilles Deleuze
Abstract: The aim of this article is to question whether the agency of the machine of expression
is itself an event. Thus, it is held as main hypothesis that the machine of expression would be
the device by which the language would be unfounded, while the possibility of a new emission
of singularities would be stablished. So, the agency of the machine of expression would enable
a new formalization of enunciation, or an event. As second hypothesis it is also claimed that
the expressed by the machinic agency of the minor literature would be the un-formed matter or
sense.
Keywords: Deleuze; Guattari; Machine; Expression; Event
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máquina de expresión como acontecimiento en Gilles Deleuze, pp. 205-226.
El propósito de este escrito es preguntarse si el agenciamiento de la máquina de expresión
es en mismo un acontecimiento. El marco teórico de este trabajo amerita un examen de los
desarrollos conceptuales que realizan Deleuze y Guattari en conjunto, así como también
aquellos otros esbozados por Deleuze en su corpus individual. Debido a que aquí se estará
indagando en la singular noción de máquina de expresión, se ha tomado la decisión de dar por
sentado el conocimiento, aunque sea superficial u operativo, del plexo conceptual que ronda en
torno a la ontogenética de la máquina y su agenciamiento, esto es, lo que Deleuze y Guattari
llaman la producción deseante [production désirante]. Asimismo, dado que es en Kafka: por
una literatura menor donde Deleuze y Guattari se abocan más detenidamente a la idea de
máquina de expresión, el desarrollo del trabajo investigativo tendrá asidero particularmente en
este texto. Por último, vale aclarar que aquí se tomará la noción de acontecimiento tal como la
presenta Deleuze en Lógica del sentido, por lo que se reparará someramente en las
disquisiciones posteriores que realiza el filósofo (ya sea ajustando o revirtiendo ciertas
concepciones sobre el acontecer); el motivo de esto es simplemente práctico, admitiendo
entonces que lo aquí expuesto puede profundizarse.
El objetivo es no solo realizar un trabajo donde el agenciamiento maquínico de la expresión
quede emparentado con el acontecer, sino también abrir la arista investigativa en la que se pueda
trabajar conjuntamente la lógica del acontecimiento y la ontogenética de la máquina. En
resumidas cuentas, se sostiene como hipótesis principal que la máquina de expresión sería el
dispositivo a partir del cual se desfundaría el lenguaje, al mismo tiempo que se posibilitaría una
nueva emisión de singularidades. De este modo, el agenciamiento de la máquina de expresión
fundamentaría una nueva formalización enunciativa. Además, se propone como hipótesis
secundaria que lo expresado por el agenciamiento maquínico de la literatura menor sería la
materia no formada lingüísticamente que Deleuze define como el sentido.
1. Introducción: contenido y expresión y la estructuración del lenguaje
En primera instancia, la noción de máquina de expresión se monta sobre la distinción
lingüística hjelmselviana entre la expresión y el contenido. Para Louis Hjelmslev, expresión y
contenido son los funtivos
1
aquello que tiene una función con relación a otra cosa que
contraen la función semiótica, es decir que su existencia es meramente operacional dentro de la
constitución formal del lenguaje. Por lo tanto, entre una función y estos funtivos hay una total
solidaridad
2
, puesto que no se puede concebir una función lingüística sin estos términos, que
son los extremos del lenguaje. Por ejemplo, si una misma entidad o cosa contrae diferentes
funciones dentro de la estructura o sustancia lingüística, sucede que son los diferentes
funtivos que, dependiendo del punto de vista asumido, provocan la aparente alternancia
padecida por la cosa. Esto significa, para Hjelmslev, que la función semiótica es estructurada
por la conjugación de la expresión y el contenido, debido a lo cual ella no podría existir sin la
“presencia simultánea” de ambos (Hjelmslev, 1968, p. 66 [1984, p. 74]), del mismo modo que
ni una expresión y su contenido, ni un contenido y su expresión podrían jamás existir sin una
función semiótica que las uniese.
La expresión entonces es expresión de un contenido, y el contenido, al mismo tiempo, es de
una expresión. De este modo, es imposible, al menos que se los aísle artificialmente, “que exista
un contenido sin expresión o una expresión sin contenido” (Hjelmslev, 1968, p. 67 [1984, p.
75]). Bajo este aspecto, si uno piensa sin hablar, el pensamiento no es ni el contenido lingüístico
ni el funtivo de una función semiótica; o, si uno habla sin pensar, produciendo series de sonidos
en las que ningún contenido pueda ser vinculado al oyente o destinatario, sería un abracadabra
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y no una expresión lingüística” (Hjelmslev, 1968, p. 67 [1984, p. 75]). Ahora bien, y he aquí
un punto clave, Hjelmslev señala que esto no da lugar a que se confunda la ausencia de
contenido con la ausencia de sentido, puesto que el contenido de una expresión puede
perfectamente caracterizarse como desprovisto de sentido según un punto de vista cualquiera
como por ejemplo según la lógica normativa sin que por ello cese de ser un contenido y,
bajo una distinta conjugación de los funcionantes, tener sentido.
Por ende, el sentido es, para Hjelmslev, la ligazón del principio de estructura del lenguaje
que diferencia las lenguas unas de otras.
3
El sentido, o el pensamiento en mismo, es “una
masa amorfa, una grandiosidad sin analizar, definida solamente por sus funciones externas”
(Hjelmslev, 1968, p. 69 [1984, p. 79]), es la función contraída en cada una de las articulaciones
de los diversos lenguajes. El sentido es ordenado, articulado o formado de manera diferente en
cada ocasión, por lo que, en cierta manera, es aquella expresión o “materia-amorfa del
pensamiento” (Hjelmslev, 1968, p. 70 [1984, p. 79]) que puede extraerse de las diversas cadenas
lingüísticas que se forman de manera diferente en cada lengua: como los granos de arena de
un mismo puñado que forman distintos dibujos, o mismo como la nube en el cielo que, a los
ojos de Hamlet, cambia de forma de minuto en minuto” (Hjelmslev, 1968, p. 70 [1984, p. 79]).
Solamente las funciones de la lengua determinan su forma, por lo que el sentido es una forma
nueva cuya existencia solo puede darse como sustancia nueva de una forma cualquiera. De este
modo, la forma del contenido lingüístico es independiente del sentido, pero, al entrar en
conjunción con él, forma la sustancia del contenido donde la forma expresa aquella materia
informe.
Ahora bien, ¿en qué medida se sirven Deleuze y Guattari de estos aspectos generales de la
lingüística hjelmsleviana? Ocurre que, en un campo social, el conjunto de las modificaciones
corporales se distingue de las transformaciones incorporales, puesto que cada una se
corresponde a una formalización distinta, de contenido y de expresión respectivamente. Por
ende, tanto el contenido como la expresión tienen su forma, y se expanden en series
fragmentadas: “no hay correspondencia ni conformidad” (Deleuze y Guattari, 2002, p. 51
[1980, p. 59]). Ambas formalizaciones son independientes y heterogéneas, la forma de
expresión estando constituida por el encadenamiento de los expresados y la del contenido por
la trama de los cuerpos. Sin embargo, ocurre que en el acontecimiento ambas series confluyen
para formalizar la mezcla de los cuerpos y sus efectuaciones incorpóreas. Esto representa una
paradoja del lenguaje, puesto que el acontecimiento son las transformaciones incorporales
de la forma del contenido que “sólo se dicen y no se dicen de los propios cuerpos” (Deleuze
y Guattari, 2002, p. 91 [1980, p. 110]). Por ende, expresar el atributo no corporal que suscita
este encuentro de unos cuerpos con otros es en sí mismo la intervención formal del lenguaje, es
decir, es un acto propiamente lingüístico. Las expresiones van a insertarse e intervenir en los
contenidos para anticiparlos, para unirlos o separarlos de otra forma y provocar una
estructuración distinta:
Un agenciamiento de enunciados no habla ‘de las’ cosas, sino que habla desde
los mismos estados de cosas, o estados de contenidos. Como consecuencia, un
mismo x, una misma partícula, funcionará como cuerpo que actúa y sufre, o bien
como signo que produce un acto, una consigna, según la forma en que esté
incluido. […] La independencia funcional de las dos formas sólo es la forma de
su presuposición recíproca, del paso incesante de la una a la otra. Nunca estamos
ante un encadenamiento de consignas, y una casualidad de contenidos, cada uno
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válido de por sí, o uno representando al otro y el otro sirviendo de referente. Al
contrario, la independencia de las dos líneas es distributiva, y hace que un
segmento de la una releve constantemente a un segmento de la otra, pase o se
introduzca en la otra (Deleuze y Guattari, 2002, p. 91 [1980, p. 110])
Sucede, además, que las formas de contenido y de expresión son inseparables de un
movimiento de desterritorialización que las arrastra. Hay grados de desterritorialización que
recorren y cuantifican las formas según las cuales los contenidos y las expresiones se conjugan,
o se estabilizan en una reterritorialización. Estos grados son las variables de contenido y
expresión, y los factores internos de enunciación. Por ende, un agenciamiento maquínico que
represente una desterritorialización absoluta será la total posibilidad de hecho, porque todas las
variaciones posibles se presentarán en la estructuración del lenguaje a la vez, deformando el
contenido y forzando el agenciamiento de una nueva estratificación lingüística. De este modo,
un agenciamiento será aquello que incluya los dos segmentos de la enunciación, por un lado,
siendo agenciamiento maquínico de cuerpos; por otro lado, de transformaciones incorporales
que se atribuyen a estos. Asimismo, el agenciamiento tiene partes reterritorializadas que lo
estabilizan y máximos de desterritorialización que lo arrastran hacia la completa
desestructuración. La desterritorialización de la forma del contenido implica la erección de una
máquina abstracta de la lengua, la cual se relaciona directamente con el conjunto del
agenciamiento y tiene un total desinterés por las estructuraciones significantes de la forma del
contenido: “ni el contenido es un significado, ni la expresión un significante, sino que los dos
son las variables del agenciamiento” (Deleuze y Guattari, 2002, p. 95 [1980, p. 115]). El modelo
que asume este agenciamiento maquínico es el de un rizoma, donde la univocidad de los
términos y su significación se quiebran para formar una multiplicidad de conexiones a-
significantes. La más clara descripción de este proceso será la máquina de expresión, ya que
constituye un máximo de desterritorialización de la lengua, tensándola a su más radical
extremo, al punto que ella cambia su forma intrínsecamente.
En síntesis, forma y sustancia de expresión y forma y sustancia de contenido constituyen al
lenguaje, ellas tienen como función estructurarse para dar lugar a la sustancia lingüística
significante. Ahora bien, ocurre que la estructuración lingüística es cuando “se proyecta la
forma [se sobreentiende, la forma de expresión y la forma de contenido] sobre el sentido”
(Deleuze, 2023, p. 550); es decir que la formalización conjunta de expresión y contenido se
aplica sobre una superficie ininterrumpida, una suerte de materia pura abstracta del lenguaje
que no es otra cosa que el sentido en sí mismo: materia no formada lingüísticamente que es “la
condición ideal a la cual van a responder lengua y lenguaje o que servirá de correlato a la lengua
y al lenguaje” (Deleuze, 2023, p. 553).
Ahora bien, para llegar a concebir la máquina de expresión, es menester preguntarse cómo
opera la expresión en las estructuras lingüísticas en mismas, trabajo que acapara gran parte
de Lógica del sentido. Sin embargo, he aquí que la noción de sentido que desarrolla Deleuze en
susodicho texto mantiene una profunda conversación con los avances lacanianos en esta área,
guardando semblanzas conceptuales que, más tarde, durante el desarrollo de Anti-Edipo,
parecerían desvanecerse. Asimismo, tal como señala Hernández Betancur en su extenso trabajo
sobre la ontología del lenguaje deleuziano, recorriendo gran parte de los textos que aquí también
se abordan, Lógica del sentido padece de limitaciones teóricas que explican que se convirtiera
en una especie de callejón sin salida para toda la potencia del pensamiento que envolvía
Diferencia y repetición, y que encontraría su mejor despliegue tras la purga guattariana
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máquina de expresión como acontecimiento en Gilles Deleuze, pp. 205-226.
(Betancur, 2009, p. 136). En efecto, Betancur da en la tecla cuando subraya cómo Deleuze aún
permanecía presa, hacia finales del 60, de ciertos presupuestos y postulados estructuralistas en
lo que refería al lenguaje, dando como resultado una teoría que afirma el lenguaje en relación
esencial con la ontología y ontogenética del mundo, con el cual traba relación estructural
necesariamente. En efecto, la tripartición ontológica en cuerpos, lenguaje y efectos
incorporales, que bien identifica el autor aquí citado, se compone de una polarización simple
(cuerpos y lenguaje) para mostrar “la complejidad del tercer plano, en el que se cifra la
originalidad de la teoría deleuziana” (Betancur, 2009, p. 137). Y es que, en cuanto que los
cuerpos deben entenderse como paradas o reposos, estados fijados que asumen diversas fuerzas
y velocidades, los individuos son las mezcla de las cosas, entidades que solo pueden ser
concebidas a partir de un tiempo que fija estos cuerpos o momentos, siendo la tesis principal
deleuziana que “lo real excede estas abstracciones: cuerpos como momentos fijados según ‘la
regla del presente’, designaciones como referencias a dichos momentos” (Betancur, 2009, p.
140). Debido a ello, las diversas acciones o actos por medio de los cuales los cuerpos se
confunden unos con otros, acarrean la gestación de ciertos incorporales, acontecimientos que
yacen en un tiempo otro, un instante sin espesor donde el devenir, la movilidad pura, puede
tener lugar.
En definitiva, es justo señalar que este trabajo se sostiene que, si bien en Capitalismo y
Esquizofrenia los autores buscan refutar fuertemente el “representacionalismo” y
estructuralismo lacanianos al presentar el proceso rizomático como superador de la estructura
representacional del deseo inconsciente, la noción de sentido y su estrecha vinculación con el
acontecimiento perdura. Por ejemplo, el desplazamiento que sufre la noción de estructura por
aquella de la máquina se establece ya cuando Guattari recensiona ambos Diferencia y repetición
y Lógica del sentido a pedido de Lacan. Esta substitución busca resolver la problemática del
sentido como efecto de superficie, al cual Deleuze designaba “la red conceptual que pasa de la
estructura (1967) a la Idea (1968), del sentido (1969) a la máquina” (Sauvagnargues, 2012, p.
19). En efecto, como bien señala Sauvagnargues, la estructura se alberga, en 1967, en el espacio
conceptual que ocupaba la esencia en la interpretación de Proust y la imagen del pensamiento
que conceptualiza Deleuze en Proust y los signos. Ya en Lógica del sentido, la noción de
estructura será emparentada a la de la máquina, la cual produce un sentido incorporal. Sin
embargo, Deleuze continúa sosteniendo que el concepto de máquina conecta el “significante
estructural” (Sauvagnargues, 2012, p. 20). En definitiva, antes de introducir y desarrollar en
profundidad la operatividad del sentido en la filosofía deleuziana (para así pasar finalmente a
la máquina de expresión), es de interés práctico despejar someramente este inconveniente
argumentativo que suscita la lectura aquí ofrecida.
Lo que permite reemplazar el concepto de estructura por el de máquina es que el sentido
pasa a ser no meramente un efecto (debido a lo cual se sostiene como una entidad a la que el
lenguaje puede referir), sino ya un proceso. De las tres condiciones que califican a la estructura,
Guattari retiene solamente dos: “de dos series heterogéneas cualesquiera, la una será
determinada como significante y la otra como significada; cada una de estas series está
constituida de términos que no existen más que relativamente los unos y otros” (Sauvagnargues,
2012, p. 20). Es decir que el análisis de Deleuze, si bien en parte estructuralista, Guattari lo
transforma en la minoría transversal de la máquina que corta los flujos, pero que no funciona
más “dentro del orden significante de lo simbólico o del discurso” (Sauvagnargues, 2012, p.
20). En definitiva, como bien señala Hasegawa, en Capitalismo y esquizofrenia, Deleuze y
Guattari critican la noción de estructura tanto como el estructuralismo, lo cual les permite
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elaborar la novedad de la máquina, marcando fuertemente el paso deleuziano de una a otra.
Primeramente, Deleuze utiliza las obras estructuralistas para elaborar su propia filosofía, “una
filosofía de la estructura” (Hasegawa, 2020, p. 18), de allí que el francés alcanza una suerte de
síntesis entre la filosofía y el estructuralismo. De hecho, es clave la distinción que realiza
Hasegawa cuando señala que estructura es en Deleuze algo distinto del estructuralismo, al cual
acusa este último de simbólico, señalando a Lacan como uno de los progenitores de esta
corriente (acompañado por Lévi-Strauss). Lo simbólico es el elemento de la estructura, el
principio de su génesis, debido a que se encarna en las realidades e imágenes y las constituye
encarnándose, pero sin por ello derivarse de ellas. Más bien, la estructura es más profunda que
sus encarnaciones, el bajo fondo de todos los fondos de lo real, así como de todos los cielos de
la imaginación.
Identificando simbólico y estructura, Deleuze señala cómo esta última, al ser más profunda
que la realidad, no se manifestaría como ella misma en la realidad per se. Los elementos
simbólicos se encarnan en los seres y objetos reales; en cambio, las relaciones diferenciales se
actualizan en las relaciones reales entre los seres, siendo por tanto las singularidades los lugares
o vacíos de la estructura que se distribuyen los roles o actitudes imaginarias que los seres y
objetos vienen a ocupar. Así, la singularidad concierne a la fase de aparición o manifestación
de la estructura en la realidad, superando de este modo la problemática del simbolismo del
estructuralismo, y convirtiéndose la estructura en una expresión y explicación del sentido que
fundamenta como acontecimiento al mundo. Por ello, es justo señalar la pertinencia con la que
Hasegawa subraya que Deleuze piensa la estructura “como virtualidad” (2020, p. 24), porque
ella se distingue de aquello en lo que se encarna y lo que constituye como encarnado. Esto
significa que la estructura, si bien se manifiesta en la realidad, no puede hacerlo como tal, sino
como virtualidad. Lo cual coincide con el análisis aquí presente, puesto que será el sentido
como acontecimiento quien muestra cómo la distribución de singularidades se actualiza en una
estructuración dada.
Por último, a diferencia del estructuralismo, la “filosofía de la estructura” deleuziana tiene
un marcado recusamiento de todo sentido originario o profundidad primigenia; en efecto, en
correspondencia con la filosofía estoica (ampliamente influida por la lectura que Deleuze hace
de Émile Bréhier), el sentido es para el francés un efecto de superficie. Este análisis del sentido
como sistema es correctamente explorado por André Jacob en “Sens, énoncé, communication”,
quien ya en 1969 observa la particular propuesta deleuziana y su estrecho vínculo no tanto con
el estructuralismo lacaniano, sino más bien con la noción de sistema descentrado que el filósofo
Michel Serres observa en su interpretación de Leibniz. Por ello, Jacob señalará que el sentido
y la estructura son para Deleuze una organización fundadora o poética, un juego de superficies
“donde se despliega solamente un campo acósmico, impersonal, preindividual, aquel ejercicio
del sin-sentido y el sentido” (Jacob, 1969, p. 195).
En síntesis, la interlocución Deleuze/Lacan será desplazada por el agenciamiento
Deleuze/Guattari, donde la noción de sentido sufrirá una sutil metamorfosis, pasando de ser un
efecto de superficie y fundamento de la estructura, a ser un proceso que expresa y complica las
relaciones entre los cuerpos y la actualización de la multiplicidad virtual en un acontecimiento.
No obstante, como señala Elena Bisso en “Lacan con Deleuze: lógicas del sentido”, aún en
1969 la teoría del sentido deleuziana hallaba fundamento en las nociones de multiplicidad y
acontecimiento, aunque todavía constreñida por el mecanismo de producción de sentido
lacaniano, para quien el lenguaje es un sistema de coherencia posicional, debido a lo cual del
lenguaje se pueden abstraer “leyes de contigüidad y correspondencias lógicas” (Bisso, 2013, p.
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8), cosa que le permite a Deleuze establecer el vínculo entre sentido, estructura, enunciación y
acontecimiento. Así, una vez elaborado el traspaso de la estructura al modelo de rizoma y el
agenciamiento maquínico, lo que Deleuze observará en el sentido no es ya un acontecimiento
donde lo obscuro y fundamental emerge a la superficie, sino más bien un proceso respecto al
flujo caótico fundamental que tiene una fija tendencia hacia lo concreto, la actualización de la
multiplicidad virtual.
No obstante, aún allí hay un diálogo patente con el estructuralismo lacaniano,
particularmente en lo que respecta a la producción deseante y síntesis disyuntiva del
inconsciente en la enunciación colectiva (creadora y acontesual). Esto es patente ya en los
escritos preparativos de Guattari para El Anti-Edipo, particularmente para la sección de La
representación capitalista, donde es la figura de Louis Hjelmslev la que permite superar el
estructuralismo, a partir de los conceptos de estrato y campo extralingüístico, ya que “la
estructura está ligada al proceso” (Guattari, 2019, p. 245). Si bien no siempre leal a los textos
hjelmslevianos, Guattari observa atinentemente que la sustancia del lingüista se comporta como
un flujo, siendo entonces fácil extrapolar los términos “su forma es nuestro código. Su sustancia
es nuestro flujo. Corresponden a la misma máquina: la máquina semiótica” (Guattari, 2019, p.
246). Esta manera de concebir el lenguaje como un proceso resonará fuertemente en la noción
de agenciamiento, la cual, como puntea De landa, tiene sus orígenes en una comprensión
matemático-ontológica de comprender las realidades de los conceptos, los cuales se definirán
por Deleuze, ya en Diferencia y Repetición, como multiplicidades:
Este término se refiere a una variación [variété], es decir un espacio definido por
fuera de nociones métricas tales como la longitud, la superficie o el volumen.
Una variación se define de antemano como un campo de rapidez o lentitud según
los cuales la curvatura del espacio cambia a un nivel infinitesimalmente
pequeño. En toda ocasión, el término ‘multiplicidad’, en su acepción filosófica,
no se refiere directamente a los espacios (es decir a las variaciones diferenciales
o topológicas), mas a la estructura de estos espacios definida según sus
invariaciones topológicas, tales que su dimensionalidad (el número de
dimensiones de un espacio) o su singularidad (las particularidades que
permanecen constantes independientemente de las transformaciones del
espacio). […] En simples términos, una multiplicidad constituye para Deleuze
la estructura de un espacio de posibilidades (De Landa, 2009, p. 138)
Bien identificado por De Landa, en esta estructuración profunda donde una
singularidad/multiplicidad guarece una escisión infinita de posibles conexiones o variaciones a
ser asumidas constituye el corazón de lo que Deleuze y Guattari entenderán por agenciamiento,
concepto clave con el que los filósofos buscarán superar la ontología lingüística de Lógica del
sentido. En efecto, el agenciamiento constituye un espacio de posibilidades caracterizado por
dos dimensiones o ejes, según el primero los posibles agenciamientos se modifican en torno a
una expresión determinada, según el segundo en términos de contenido, formando a la
sustancia lingüística. Sin ir más lejos, esto les permite a Deleuze y Guattari esgrimir batalla
contra la necesidad que todo lenguaje, a partir de los preceptos estructuralistas, sea
comunicación de sentido y significación, ya que es posible consecuentemente que un
agenciamiento posea ciertas fronteras por donde las significaciones se escapan, o fugan,
saliéndose del “territorio” o estratificación significante a la cual están sujetos como enunciados.
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2. La expresión como acontecimiento
A la pregunta ¿Qué es un acontecimiento?”, Deleuze responde: “el acontecimiento es una
vibración” (Deleuze, 1989, p. 102 [1988, p. 105]). Una vibración de lo extenso con una
infinidad de armónicos que entran en un ritmo ondular, “como una onda sonora” o luminosa al
punto que entran en conjugación dentro del espacio y el tiempo partes cada vez más pequeñas,
de una duración cada vez más pequeña. Esto es así puesto que espacio y tiempo son coordenadas
abstractas de todas las series que se forman en la mezcla de los cuerpos y sus efectuaciones
incorporales. Cada serie extensiva tiene a su vez propiedades intensas e intrínsecas que entran
ellas mismas en nuevas series infinitas para formar el estado de cosas estratificado: “la
formación de algo nuevo” (Deleuze, 1989, p. 105 [1988, p. 105]). Las extensiones no dejan de
desplazarse, ganando y perdiendo partes a medida que se arrastran en el movimiento territorial.
El acontecimiento es la encarnación de este flujo de puras posibilidades en algo dado,
individuado y estructurado, es la actualización de lo virtual en una permanencia o estado de
cosas determinado.
De esta manera, las series divergentes de los cuerpos y sus efectuaciones trazan en un mismo
mundo caótico “senderos siempre bifurcantes” (Deleuze, 1989, p. 108 [1988, p. 111]) donde
los seres están desgarrados intrínsecamente. El acontecimiento es un conjunto de puntos
singulares que describen un estado de cosas, cuyo modo de existencia es problemático: “los
acontecimientos conciernen exclusivamente a los problemas y definen sus condiciones”
(Deleuze, 1994, p. 73 [1969, p. 69]). Como singularidad, el acontecimiento forma parte de una
dimensión distinta a la de la designación proposicional o la individualidad de un estado de cosas
designado, más bien forma parte de la dimensión preindividual, no personal y aconceptual que
es “totalmente indiferente a lo individual o colectivo, a lo personal y a lo impersonal, a lo
particular y a lo general —y a sus oposiciones” (Deleuze, 1994, p. 72 [1969, p. 67]). De este
modo, no solamente hay series divergentes dentro de una estructura, sino que cada serie está
ella misma constituida de diversas “subseries” convergentes. Al mismo tiempo que las series
son recorridas por el sentido, ellas se desplazan, se redistribuyen y transforman alterando el
conjunto: “si las singularidades son verdaderos acontecimientos, ellas se comunican en un solo
y mismo Acontecimiento que no cesa de redistribuirlas a ellas y su transformaciones para que
formen una historia” (Deleuze, 1994, p. 73 [1969, p. 68]).
Las singularidades se distribuyen azarosamente sobre un plano intensivo que Deleuze
llamará Caosmos, donde actúan como fuerzas o cogitanda [aquello que debe ser pensado]
del pensamiento puro. Ellas son los puntos distribuidos que diferencian y fracturan al
pensamiento, dividiéndolo en los dos momentos de una tirada de dados, el juego ideal por el
cual el sentido o la expresión operan “una distribución de singularidades” (Deleuze, 1994, p.
74 [1969, p. 75]). La buena tirada de dados sela que afirma todas las virtualidades de una
sola vez. Cada jugada se distribuye como una única jugada que implica y expresa a todas las
demás, teniendo lo Mismo como resultado de lo Diferente. De este modo, toda pregunta remite
a una siguiente, que halla asidero en la primera; ahora bien, ¿hay primera pregunta? ¿Hay
primera jugada? En la Idea ya están todas las preguntas forzando a ser pensadas.
Aquello que se prolonga en las tiradas, que se afirma cada vez y se reúne en cada
lanzamiento, son las singularidades intensivas y preindividuales que se agencian en
multiplicidades, “las ideas y acontecimientos que se actualizan luego en cosas y estados de
cosas” (Buydens, 2005, p. 23). Asimismo, como constitutivas de la multiplicidad, una
singularidad está siempre en vecindad de otra a fin de conjugarse con ella para componer al
individuo. En efecto, el sentido será aquello expresable en la proposición, y que al mismo
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tiempo trabará juego con el sin-sentido, forma vacía móvil y continua donación de sentido que
equivale un vaciamiento total dentro de las formalizaciones lingüísticas. Dado que efectuarse
“es también ser expresado” (Deleuze, 1994, p. 125 [1969, p. 134]), la expresión se vincula con
el acontecimiento. Toda efectuación es una nueva emisión o distribución de singularidades, es
decir una formalización enunciativa. En este punto, Deleuze y Guattari se servirán de los
avances teóricos realizados por Foucault en torno a la enunciación, particularmente a la
efracción del sujeto del enunciado y la formación enunciativa atribuible a un murmullo anónimo
indeterminado.
4
2.1. El sentido como doblez
El sentido es una “doblez” [doublure] que se define como la continuidad del verso y el
reverso de las formas lingüísticas, aquello que se distribuye a los dos costados simultáneamente
(en las cosas y en las proposiciones) como expresado subsistente en las proposiciones y como
acontecimiento sobreviniente en los estados de los cuerpos.
5
Por ende, el sentido es fronterizo,
es la articulación de la diferencia entre las cosas y las proposiciones, entre el cuerpo y el
lenguaje. La expresión del sentido es el establecimiento de la nea de fuga sobre la cual se
desterritorializa la estructuración proposicional del sentido en tanto que significante del estado
de cosas. El sentido tiene como función “pasearse” [parcourir] por las series heterogéneas que
forman contenido y expresión para coordinarlas, ramificarles, e “introducir en cada una de ellas
múltiples separaciones” (Deleuze, 1994, p. 85 [1969, p. 83]). Así como el devenir es
coextensivo al lenguaje, el acontecimiento lo es al devenir; debido a lo cual, el acontecer ocurre
en la frontera de las cosas y las proposiciones, punto en el que los cuerpos ya no se constituyen
orgánicamente y las proposiciones ya no son significativas. Por esto mismo, la expresión es
acontecimiento, porque hay expresión cuando el lenguaje es fuertemente desterritorializado y
cuando ya no hay formalizaciones de la materia pura abstracta del lenguaje el sentido, sino
que este es totalmente liberado. Ahora bien, cabe preguntarse si la máquina de expresión,
desarrollo al que se acudirá más abajo, es ella misma un acontecimiento o, en realidad, es el
agenciamiento que establece la posibilidad de que una nueva estructuración lingüística
acontezca.
Deleuze analiza la desarticulación entre el estado de cosas y las proposiciones en tres niveles
o dimensiones: la designación o indicación, la manifestación y la significación. En el primer
caso, ocurre que la relación de la proposición con un estado de cosas [état de choses] exterior
e individuado, al que Deleuze reserva el nombre de datum o “lo dado”, ya no opera una estricta
asociación de las palabras con las imágenes particulares que representan el estado de cosas. Por
el contrario, sucede que ciertas palabras dentro de la proposición cumplirán el rol de formas
vacías que podrán ser empleadas como puros designantes [désignants], es decir partículas
lingüísticas capaces de indicar formalmente todo estado de cosas posible (como esto, aquí, ayer,
ahora, etc.).
En el segundo caso, la manifestación establece la relación entre el sujeto de la enunciación
y lo expresado, particularmente los deseos y creencias que se corresponden a la proposición. A
partir del Yo [Je], los manifestantes constituyen el dominio personal que hace a toda
designación posible; por esto mismo, la efracción del sujeto en la máquina de expresión y la
formación de la colectividad enunciativa implica la expresión de un lenguaje a-significante,
puramente intensivo. En tercer lugar, en el nivel de la significación, la palabra se relaciona con
los conceptos universales o generales. Desde este punto de vista, los elementos de la
proposición son significantes de las implicaciones conceptuales que pueden remitirse a otras
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proposiciones, capaces de servir de premisas a las primeras. Deleuze señala que, de la
designación a la manifestación, y luego a la significación, al mismo tiempo que de la
significación a la manifestación y a la designación, se forma “el círculo de la proposición”
(Deleuze, 1994, p. 45 [1969, p. 27]). Para escapar a ello, Deleuze señala una cuarta dimensión
de la lengua: el sentido. En primera instancia, el sentido no puede ser ubicado o incluido en
ninguno de los tres niveles precedentes (Cfr. Deleuze, 1969, p. 28); sino que nace de las
paradojas que surgen en el interior del círculo proposicional. Deleuze encuentra en el sentido
un elemento paradojal que demanda a las proposiciones: 1) ¿Cómo los nombres tienen un
“respondente” [réspondant]? ¿Qué significa para algo responder a su nombre?; 2) Si las cosas
no responden a su nombre, ¿qué les impide a perderlo?; 3) ¿Qué quedaría salvo lo arbitrario de
las designaciones en las que nada responde, y el vacío de los indicadores o de las designantes
formales del tiempo? Dado que tanto los unos como los otros son desprovistos de sentido, toda
designación lo supone en primera instancia. El sentido es aquello sobre lo que se instala el
enunciado como acontecimiento.
Por ende, el sentido es “lo expresado de la proposición” (Deleuze, 1994, p. 53 [1969, p. 30]),
una entidad incorpórea, compleja e irreductible que subsiste en la superficie de las cosas, así
como también es el acontecimiento puro que insiste en la proposición. Como acontecimiento,
el sentido abre el círculo proposicional, siendo lo expresado que no existe fuera de su
expresión” (Deleuze, 1994, p. 58 [1969, p. 33]). Por ello mismo, no puede negarse la existencia
al sentido, porque éste insiste o subsiste en las estructuras del lenguaje y la formación de los
cuerpos. Así, el sentido es un extraser, una existencia virtual que permanece en el plano de lo
posible como algo que se dice de la cosa “y que no existe fuera de la proposición que la expresa
al designar la cosa” (Deleuze, 1994, p. 58 [1969, p. 33]).
6
En definitiva, toda proposición tiene un carácter dual, por un lado, designa las cosas y, por
otro, expresa el sentido: “como dos lados de un espejo, pero donde lo que está de un costado no
se parece a aquél que está del otro” (Deleuze, 1994, p. 61 [1969, p. 38]). Pasar de un punto a
otro implica alcanzar una región donde el lenguaje no está más en relación con los designados
sino únicamente con los expresados, es decir, el lenguaje solo se relaciona con el sentido. Estas
dos dimensiones de la proposición se organizan en dos series que solamente convergerán en un
término tan ambiguo como “esto”, porque es en ese momento cuando el sentido se muestra en
la frontera de las cosas, y las proposiciones como la posibilidad de toda efectuación, o
acontecimiento puro. En suma, el sentido es siempre doble sentido: una vez en la proposición
donde subsiste, otra vez en el estado de cosas donde ocurre superficialmente.
Esto no quiere decir que un acontecimiento es siempre dos, sino que la convergencia de las
series en el acontecer implica que el acontecimiento se doblemente. Por ejemplo, se puede
considerar una serie de acontecimientos y una serie de cosas donde estos acontecimientos se
efectúan o no, o bien una serie de proposiciones que designan y una serie de cosas designadas;
una serie de expresiones y de sentidos. En definitiva, este doblez pasa por sobre la superficie
entre las proposiciones y los objetos designados, y al interior de la proposición entre las
expresiones y las designaciones” (Deleuze, 1994, p. 138 [1969, p. 51]). Sin embargo, estas dos
series jamás son iguales, y esa es la ley principal de la gica del sentido: una representa el
significante [signifiant], la otra el significado [signifié]; siendo la primera todo signo en tanto
que presenta en él mismo un aspecto cualquiera del sentido, siendo la segunda aquello que sirve
de correlativo al aspecto del sentido que diverge en las dos series. Asimismo, el significante es
el acontecimiento como atributo lógico ideal de un estado de cosas, y lo significado la
replicación del estado de cosas junto con sus cualidades y relaciones reales.
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En esencia, lo que hay de una serie a otra es un desplazamiento que provoca el
desdoblamiento de una serie para que entre en contacto con la otra, generando un doble
deslizamiento de una serie sobre o bajo la otra, donde ambas sufren un continuo desequilibrio.
De este desliz surge una instancia paradojal que no se deja reducir a ningún término de las series
ni a ninguna relación entre sus rminos, sino que tiene un doble rostro, igualmente presente en
la serie significante y la serie significada a la vez la palabra y la cosa, nombre y objeto. En
suma, se trata de la misma cosa bajo cuyas dos facetas las series se comunican sin perder su
diferencia; luego, es esta estructuración constituida por dos series heterogéneas (donde cada
una está formada por términos que no existen más que en las relaciones que entre la una y la
otra) la que se desterritorializa para dar lugar al Acontecimiento. Los acontecimientos son
registrados por la estructura, en cuyo seno convergen ambas series heterogéneas hacia un
elemento paradojal que funciona como el diferenciando de las singularidades distribuidas a lo
largo de la serie. El elemento paradojal emite las singularidades o acontecimientos, puesto que
aparece dentro de una serie como un exceso, al mismo tiempo que se manifiesta en la otra como
falta o carencia.
Este elemento paradojal tiene por función articular las dos series y comunicarlas para que
coexistan y se ramifiquen. Al mismo tiempo, asegura que haya una repartición de
singularidades que se deslice de una serie a otra, redistribuyendo los puntos singulares para
donar el sentido en ambas series: a partir de él tanto significante como significado portan un
sentido. Este vaivén entre una serie y otra presenta una oportunidad a Deleuze para reiterar el
movimiento metafísico de la tirada de dados como emisión de singularidades. Es decir que la
expresión (o el sentido en tanto que elemento paradojal) es en sí misma una tirada de dados, o
una emisión de singularidades, las cuales quedan nuevamente dispersas de tal manera que el
Acontecimiento insista en ellas y vuelva a ocurrir en una nueva tirada. Cada tirada es ella misma
una serie, aunque no en un tiempo cronológico homogéneo sino sobre el contorno de los cuerpos
y las proposiciones. Así, este juego ideal (décima serie) se conjuga con el acto mismo de la
desterritorialización:
El conjunto de tiradas está comprendido en un punto aleatorio, único
lanzamiento que no cesa de desplazarse a través de todas las series, en un tiempo
más grande que el máximo de tiempo continuo pensable. Las tiradas son
sucesivas las unas en relación con las otras, pero simultáneas en relación a este
punto que cambia siempre la regla, que coordina y ramifica las series
correspondientes, insuflando el azar sobre toda la longitud de cada una. El único
lanzador es un caos, del cual cada tirada es un fragmento. Cada tirada opera una
distribución de singularidades, constelación. Pero en lugar de dividir el espacio
cerrado entre los resultados fijos conforme a las hipótesis, éstos son los
resultados móviles que se reparten en el espacio abierto del lanzador único y no
fragmentado: distribución nómade, y no sedentaria, donde cada sistema de
singularidades comunica y resuena con las otras, a la vez implicada por las otras
e implicante [impliquant] en el más grande lanzamiento. Es el juego de los
problemas y de la pregunta. (Deleuze, 1994, p. 79 [1969, pp. 75-76])
¿Cómo es posible que ambas series, heterogéneas y divergentes, confluyan en un punto
aleatorio? Tanto las proposiciones como los estados de cosas son capaces de expresar el
acontecimiento porque convergen en una distribución aleatoria de singularidades. En simples
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términos, a raíz del vacío generado por el sin-sentido, elemento que escapa por la nea de fuga
de todo territorio o estrato, las formas del lenguaje se encuentran en la gestación de un nuevo
enunciado, el cual es la expresión del sentido en sí mismo. Esto es posible porque no solamente
hay un tiempo homogéneo y continuo, al que Deleuze llamará Chronos o tiempo pulsado
, sino que hay un tiempo infinitamente indivisible o ilimitado que es la forma vacía del tiempo
en sí mismo, al que Deleuze llamará Aión. En rigor de verdad, el tiempo del acontecimiento es
el tiempo del sin-sentido, la pura forma vacía o pura posibilidad que se inscribe en las preguntas
“¿Qué va a pasar? ¿Qué es lo que acaba de pasar?” (Deleuze, 1994, p. 82 [1969, p. 79]), es
decir, dos líneas nuevamente divergentes de pasado y futuro sostenidas por el clivaje paradójico
de lo expresado. Lo importante de todo esto es que allí tiene lugar la expresión, dentro de este
juego ideal de emisión de acontecimientos. El acontecimiento es sostenido por una forma vacía
del tiempo de los cuerpos y las proposiciones, un tiempo neutro que es la medida de los
movimientos de los cuerpos y depende de la materia que lo limita y colma. El tiempo Aión es
la línea pura de la superficie, incorpórea e ilimitada, forma vacía independiente de toda materia
donde se efectúa la expresión. El puro acontecimiento amalgama todos los acontecimientos o
singularidades, es siempre novedad y jamás actualidad. Debido a ello, señala Deleuze, los
acontecimientos-singularidades son signos que remiten al Acontecimiento como pura
posibilidad de hecho, siempre pasado y futuro. En síntesis, el acontecimiento “es que jamás
nadie muere, sino que viene siempre de morir y va siempre a morir, en el presente vacío del
Aión, eternidad” (Deleuze, 1994, p. 83 [1969, p. 80]).
2.2. El sentido y el acontecimiento como convergencia de series
Cada acontecimiento, entonces, es el tiempo “más pequeño que el mínimo de tiempo
continuo pensable” (Deleuze, 1994, p. 83 [1969, p. 80]), porque se divide constantemente en
pasado próximo y futuro inminente. No obstante, el Aión es también más largo que el máximo
de tiempo continuo pensable, porque no cesa de subdividirse en una plétora de series
divergentes. Todo acontecimiento es así completamente adecuado al Aión en la medida que se
comunica con los otros, formando la totalidad del Acontecimiento que se monta por sobre el
Aión y lo llena sin confundirse con él. El Aión es exactamente aquella frontera entre las dos
series divergentes, sea proposiciones/estados de cosas, sea pasado/futuro; en otras palabras, es
la línea recta que los separa al mismo tiempo que la superficie plana que los articula. De este
modo, Aión, Acontecimiento, expresión y sentido coinciden en la misma operación
ontogenética, todos ellos posándose sobre la frontera de la estructuración de los estados de cosas
y proposiciones.
El Aión circula a través de las series que no cesa de reflejar y ramificar, haciendo de un solo
y mismo acontecimiento la expresión de las proposiciones sobre una cara, el atributo de cosas
sobre la otra. De modo que, el elemento paradojal que llena el vacío temporal del Aión tiene
por función recorrer las series heterogéneas; por un lado, hacerlas resonar y converger; por otro,
ramificarlas e introducir en cada una de ellas múltiples disyunciones. Este elemento es el sin-
sentido, únicamente expresable y a-significante, capaz de ser a la vez palabra=x y cosa=x,
porque es el sin-sentido quien porta la capacidad de expresar el acontecimiento como signo, a
la vez efecto de los cuerpos y expresión de las proposiciones. Asimismo, el elemento paradojal
es también la acción=x, es el evento en tanto que comunica y hace eco de las series divergentes:
es el presente puro o vacío del Aión que existe solamente como lo impensable (o lo que debe
ser pensado).
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El encuentro de las series es analizado por Deleuze en dos figuras principales, las palabras-
vacías [mot-blanc] y las palabras-valija [mot-valise]; ambas se corresponden a dos fuerzas
determinadas, en el primer caso se trata de la coordinación de las dos series heterogéneas, en el
segundo de la ramificación de las series. En la primera figura, el elemento paradojal es a la vez
palabra y cosa, es decir que la palabra-vacía que designa la cosa (o bien la palabra esotérica que
designa a la palabra-vacía) no hace más que expresar el estado de cosas al que refiere: “es una
palabra que designa exactamente eso que expresa, y que expresa eso que designa” (Deleuze,
1994, p. 86 [1969, p. 84]). Ahora bien, el nombre que de hecho expresa su propio sentido es el
sin-sentido, puesto que él hace uno con su propio sentido, que es justamente la carencia de este:
“el sin-sentido hace uno con la palabra ‘sin-sentido’, y la palabra ‘sin-sentido’ no hace más que
uno con las palabras que no tienen sentido, es decir, las palabras convencionales de las cuales
uno puede hacer uso para designarlo” (Deleuze, 1994, p. 86 [1969, p. 84]). Es en la segunda
figura, la palabravalija, donde convergen las series al mismo tiempo que se expresa su
divergencia. Por ejemplo, en la palabra frumioso se expresan virtualmente furioso y brumoso,
de manera que lo expresado es no solo el elemento paradojal en tanto que recorre y provoca la
ramificación de las series ya divergentes, sino también su aglomeración o consolidación en un
acontecimiento que complica la ilimitada dispersión de nuevas series, contenidas virtualmente
en la palabra:
El sentido y el sin-sentido mantienen una relación específica que no puede ser
calcada sobre la relación entre lo verdadero y lo falso, es decir que no puede ser
concebida simplemente como una relación de exclusión. Es éste justamente el
mayor problema de la lógica del sentido: ¿De qué serviría elevarse de la esfera
de lo verdadero a la del sentido si tiene por finalidad encontrar entre el sentido
y el sin-sentido una relación análoga a aquella de entre lo verdadero y lo falso?
[…] La lógica del sentido está necesariamente determinada en mostrar entre el
sentido y el sin-sentido un tipo original de relación intrínseca, un modo de
copresencia, que podemos solamente sugerir por el momento al tratar el sin-
sentido como una palabra que dice su propio sentido. (Deleuze, 1994, p. 87
[1969, p. 85])
3. La máquina de expresión: formación de nuevos enunciados
La máquina se define como un sistema de cortes que opera “en dimensiones variables”
(Deleuze y Guattari, 1985, p. 42 [1973, p. 43]) sobre un flujo material continuo. Cada corte
efectúa extracciones que se distinguen por grados (de intensidad) en relación con el grado=0
del flujo. Asimismo, la máquina no está aislada, sino que forma parte de un sistema maquínico
cuyo principal objetivo es interceder y codificar (estructurar) el flujo continuo e intenso que
componen las diversas singularidades:
Toda máquina es máquina de máquina. La máquina sólo produce un corte de
flujo cuando está conectada a otra máquina que se supone productora del flujo.
Y sin duda, esta otra máquina es, en realidad, a su vez corte. Pero no lo es más
que en relación con la tercera máquina que produce idealmente, es decir,
relativamente, un flujo continuo infinito. […] En una palabra, toda máquina es
corte de flujo con respecto a aquélla a la que está conectada, pero ella misma es
flujo o producción de flujo con respecto a la que se le conecta. (Deleuze y
Guattari, 1985, p. 42 [1973, pp. 43-44])
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La máquina abstracta es aquella compuesta de materias no formadas y de funciones no
formales, es decir, cuyos elementos maquínicos están desterritorializados. En líneas generales,
cada máquina es el aglomeramiento de singularidades heterogéneas unidas por fuerzas
territoriales, y cada acto maquínico es la determinación de estas fuerzas en una configuración
necesaria. Cada corte procesa un nuevo agenciamiento que reúne las fuerzas heterogéneas
dispersas en una actualidad, que también es una singularidad. Sin ir más lejos, esta singularidad
se caracteriza por la muy compleja relación de movimiento y reposo de las partes intensivas
que la componen. Ahora bien, para que la singularidad presente este modo de existencia, el
estado de cosas individual sufre su propia desfundación, una desorganización intensa y
afectante que desarma su constitución significativa y provoca en él un nuevo devenir.
Justamente, la haecceidad es una singularidad que no cesa de dividirse “a un lado y otro de una
diferencia de intensidad que ella envuelve” (Zourabichvili, 2011, p. 130) y que se funda en la
noción de “relación diferencial” [disparation], proceso mediante el cual dos diferencias entran
en comunicación y resuenan juntas en un ritmo que las involucra. La haecceidad “designa una
individualidad de acontecimiento” (Zourabichvili, 2011, p. 149), un puro dinamismo
espaciotemporal que es “el nacimiento de un espacio-tiempo” (Zourabichvili, 2011, p. 151).
Así, el corte maquínico es una nueva estratificación del devenir del ser, lo cual implica una
refundación del Tiempo y del Espacio, que se reestructuran a partir de las nuevas relaciones de
fuerza obtenidas.
En síntesis, cuando el flujo es cortado, la máquina procesa un nuevo agenciamiento que
reúne las fuerzas heterogéneas dispersas en el afuera del territorio. Dicho nuevo agenciamiento
es la singularidad, que se define por el afecto que sufre o por el afecto que ejerce, y es lo
agenciado en el territorio. Como se señaló más arriba, la expresión es este flujo que modularán
las estructuras lingüísticas, cuando actúen como proposiciones que designan un estado de cosas
determinado. Así, la operación de la máquina de expresión consistirá en desarticular aquellas
funciones lingüísticas para que aflore la pura expresión, que luego será reformulada en una
nueva estructura que Deleuze y Guattari entienden como lengua o literatura menor. Esto se
corresponde con la lógica del sentido, y mismo con la lógica del acontecimiento, donde para
que haya una nueva estratificación (o territorialización) del flujo intensivo, es menester que se
desestratifiquen o desterritorialicen las formaciones actuales, y sean arrojadas al plano
inmanente donde se rearticulen.
La haecceidad, entonces, “designa una individualidad de acontecimiento” (Zourabichvili,
2011, p. 131), es decir una captura de intensidades concreta que ocurre tras un pasaje o cambio
intensivo: es un puro dinamismo espacio-temporal que es el nacimiento de un espacio-tiempo
distinto, novedoso y expresivo. El motivo por el cual las cantidades intensivas del individuo
son expresivas, es porque ellas mismas son multiplicidades y distancias indivisibles. En efecto,
se trata de una singularidad intensiva y afectante cuyo término está en la fuerza ejercida por su
poder de afectación. Así, proveniente del agenciamiento maquínico, la singularidad se distingue
por su longitud y su latitud. El movimiento y capacidad de afectación de la singularidad
determinará que se trata de esa singularidad y no otra; mas todas las haecceidades o mesetas
permanecerán vinculadas al flujo caótico del cual surgen y a partir del cual van hacia la
superficie.
3.1. La máquina de expresión como operación y proceso del lenguaje
La operación de la máquina de expresión responde a cómo es posible dar con aquel espacio
rizomático de proliferación o de pura posibilidad de hecho donde se reunirían ambas series para
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producir “un bloqueo funcional, una neutralización experimental del deseo” (Deleuze y
Guattari, 1990, p. 12 [1975, p. 8]). Es decir que los autores establecen un punto de contacto
entre las formas del lenguaje y su desarticulación y el proceso ontológico de la máquina, la cual
como corte de flujo cumple un rol ontogenético en la emisión de singularidades. La unión entre
ambas series en el acontecimiento actúa también como un levantamiento del deseo, porque lo
desplaza en el tiempo y lo desterritorializa, de manera que proliferen sus conexiones y pase éste
a otras intensidades. Asimismo, las series de expresión y contenido, que son trazadas a lo largo
de la distribución de singularidades, serán ahora también partidarias de la relación que tiene el
sujeto de enunciación con el deseo. En simples términos, el contenido será aquello que bloquea
el deseo para que tenga la mínima e indispensable cantidad de conexiones, formando una
representación significante determinada. Ocurre que, para que algo sea totalmente expresado,
o, lo que es lo mismo, para que haya una nueva emisión de singularidades un
acontecimiento, el territorio significante debe disolverse y abrirse a nuevas series ilimitadas
infinitamente divisibles. Así, se expresa una materia no formada “que va a ejercer su
acción sobre los otros términos” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 15 [1975, p. 13]), no solo para
expresar los nuevos contenidos, sino también para traer a la superficie nuevas significaciones y
representaciones territoriales que resultarán, cada vez, relativamente menos formalizadas. Esto
permitirá que la nueva distribución de singularidades se actualice para abandonar su
composición perpetuamente deformable y deformada.
Así, en la máquina de expresión convergen aquellos atributos propios de la máquina (corte
de flujo, distribución de singularidades o territorialización, significación o estratificación) y
aquellos del sentido. Ahora bien, ¿qué flujo cortará la máquina de expresión? Y, ¿qué evento
será llevado a cabo por ese corte? La máquina de expresión trazará una línea de fuga en el
intestino del lenguaje de manera que toda función enunciativa haga “balbucear” la lengua. Por
lo tanto, una máquina literaria está constituida por contenidos y expresiones formalizados en
diferentes grados, así como por materias no formadas que insisten en ella y se actualizan tras
recorrer todas las posibles series virtuales intrínsecas al sentido. En esta ocasión, el deseo será
el que pasa por todas las diversas líneas que describen las conexiones entre las intensidades, su
acción consiste en trazar la línea de fuga en toda su positividad, así sobrepasando el umbral de
la significación hasta alcanzar el plano continuo de intensidades que no valen ya sino por
mismas. En este plano no hay más que un mundo de puras intensidades donde se deshacen todas
las formas en favor de la materia no formada, emergiendo “flujos desterritorializados, signos a-
significantes” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 24 [1974, p. 24]) y deshaciéndose las
formalizaciones de contenido y expresión. Por ende, en este continuum intensivo no hay “nada
más que movimientos, vibraciones, umbrales de una materia desierta” (Deleuze y Guattari,
1990, p. 25 [1974, p. 25]).
El proceso maquínico de la expresión consiste en, primero, obtener la materia pura abstracta
por medio de diversas líneas de fuga que desterritorializan la formalización del lenguaje y
permiten nuevas conexiones, y luego una reterritorialización donde se reestructuran expresión
y contenido en una nueva enunciación proferida por una colectividad enunciativa. Tiene lugar
una completa despoblación del lenguaje, no hay ya sujeto que lo hable ni lo escriba, sino una
“cuarta persona del singular” (Deleuze, 1994, p. 118 [1969, p. 125]) o murmullo anónimo que
enuncia devenires que se elevan a la superficie, generando una nueva territorialización. En esta
repoblación del lenguaje, quien asume el poder enunciativo es una minoría. Noción que
resonará ampliamente en la filosofía deleuziana, particularmente en lo que respecta a la
fabulación, la cual será la última iteración o reformulación de este acto maquínico de la
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expresión. En definitiva, la lengua “balbucea”, trastabilla ante el poder deseante del escritor que
la desfigura para dar nacimiento a nuevas significaciones: el escritor debe entrar en su propia
lengua como un extranjero” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 43 [1974, p. 48]). El agenciamiento
de la máquina de expresión es primeramente una conjunción de flujo desterritorializado que
rebasa la imitación siempre territorial para luego desterritorializarse a misma, haciendo un
desierto en el lenguaje, extirpando todo rasgo significativo del contenido y dando lugar a la
pura expresión, la cual es luego poblada por la nueva estratificación que nace del corte
maquínico, a saber, el nuevo lenguaje explorado por la obra literaria.
De este modo, el agenciamiento de la máquina de expresión, la literatura menor, es
eminentemente político. Puesto que, donde la “gran” literatura adopta y desarrolla problemas
individuales, cuya tendencia es a unirse con problemas también individuales, de manera que el
medio social queda como un trasfondo que envuelve la acción, la literatura menor se gesta en
un espacio reducido que “hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la
política” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 29 [1974, p. 30]). El problema individual adquiere una
preponderancia hipertrofiada que traba relación con los problemas económicos, burocráticos,
jurídicos y sociales que trazan las líneas desterritorializantes del agente de la expresión. En este
tipo de literatura todo adquiere un valor colectivo. Esto lleva a que las enunciaciones no sean
individuales, sino colectivas: “el enunciado no remite a un sujeto de la enunciación que sería
su causa, ni a un sujeto del enunciado que sería su efecto” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 30
[1974, p. 32]). No hay más que agenciamientos colectivos de enunciación que existen
únicamente como potencias revolucionaras por construirse.
7
Asimismo, Deleuze y Guattari propondrán un cambio en la estructuración del lenguaje, lo
cual el propio Deleuze sostendrá aun cuando se ocupe de la enunciación y la estratificación
lingüística, por ejemplo, en Foucault (Deleuze, 2015, p. 75). El enunciado será una regla
interior a la lengua de pasaje de un plano a otro o de un sistema a otro. En efecto, el
enunciado es una heterogeneidad que funciona como un medio en el cual los enunciados se
diseminan, se distribuyen” (Deleuze, 2022, p. 124). Desde entonces, el sujeto del enunciado no
es el mismo que el sujeto de la frase o proposición, y el objeto del enunciado tampoco el estado
de cosas al que remite la proposición, ni el concepto del enunciado es el mismo que el
significado de la palabra. La formación colectiva del enunciado implica una total
desterritorialización del lenguaje, que es al mismo tiempo la convergencia de las series, porque
todas las posiciones posibles del sujeto de enunciación son asumidas simultáneamente por una
no-persona:
Cuando el ‘se’ [on] se desprende del il ya ni siquiera se puede hablar de una
tercera persona, se alcanza el dominio de la no-persona. Y las posiciones del
sujeto son las variables intrínsecas de la no-persona, las variables intrínsecas del
‘se’. ‘Se habla’ [on parle]: los sujetos, cualesquiera sean, como sujetos del
enunciado. Y los sujetos del enunciado son las variables intrínsecas del ‘se
habla’ (Deleuze, 2022, p. 130)
3.2. La literatura menor y la enunciación colectiva como acontecimiento
La literatura menor es el foco que permite describir la expresión y su rasgo material puro
abstracto. Sus tres principales características son: la desterritorialización de la lengua, la
articulación de lo individual en lo político inmediato y el agenciamiento colectivo de
enunciación. Para que haya literatura menor, la subjetividad que la enuncia debe “encontrar su
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propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su propio desierto”
(Deleuze y Guattari, 1990, p. 31 [1974, p. 33]). Esta operación no es otra cosa que la
persecución del deseo, que opera como apertura a la pura posibilidad de una nueva
estratificación. Esta nueva estratificación de la lengua desterritorializada “es la posibilidad de
instaurar desde dentro un ejercicio menor de una lengua incluso mayor” (Deleuze y Guattari,
1990, p. 32 [1974, p. 34]). De este modo, la literatura deviene una máquina colectiva de
expresión y adquiere la aptitud para arrastrar los contenidos, arrojar la lengua a una relación de
desterritorialización múltiple hasta alcanzar una expresión perfecta y no formada, una
expresión material intensa” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 33 [1974, p. 34]).
Esta nueva formalización es un acontecer. Dado el carácter desterritorializado del sujeto de
enunciación, y dado que la función enunciativa responde a un deseo de desarticulación y
desfundación, la literatura menor emerge como una nueva emisión de singularidades, una nueva
distribución de acontecimientos. Por ende, todo indicaría que la máquina de expresión no sería
en misma un acontecimiento, sino más bien un particular proceso a partir del cual las
estructuras del lenguaje se colapsan y posibilitan la pura expresión del sentido, lo cual tiene
como consecuencia el acontecimiento de un nuevo estrato lingüístico. Pero ¿cómo arrancar de
nuestra propia lengua una literatura menor? En la literatura menor la palabra se desterritorializa
y pasa a formar parte de una lengua atravesada por la nea de abolición que libera la materia
viva expresiva, de tal modo que hable por misma sin necesidad de estar formada: “este
lenguaje arrancado al sentido, conquistado al sentido, que realiza una neutralización activa del
sentido, ya no encuentra su dirección sino en un acento de palabra, una inflexión” (Deleuze y
Guattari, 1990, p. 35 [1974, p. 38]). Ya no hay aquí designación de algo según un sentido
propio, ni asignación de metáforas según un sentido figurado, sino que la cosa forma una
secuencia de estados intensivos, un circuito de intensidades puras “que se puede recorrer en un
sentido o en otro, de arriba abajo o de abajo arriba” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 36 [1974, p.
40]). Lo que hay ahora es una distribución de estados persistentes dentro de la palabra, donde
la cosa designada y las otras cosas ligadas proposicionalmente a ella “ya no son sino
intensidades recorridas por los sonidos o las palabras desterritorializadas que siguen su línea de
fuga” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 37 [1974, p. 40]). En este plano, ya no hay sujeto de la
enunciación, ni sujeto del enunciado” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 37 [1974, p. 41]), sino un
circuito de estados intensivos que, en conjunto, forman un devenir mutuo en el interior de un
agenciamiento necesariamente múltiple o colectivo que profiere las palabras.
La desterritorialización del sujeto significa que la enunciación ya no proviene de una unidad,
ni tampoco de lo múltiple, sino que es emitido por multiplicidades: “en ese momento Uno y
múltiple, al mismo tiempo que sujeto de la enunciación y sujeto del enunciado, pierden
absolutamente todo sentido” (Deleuze, 2017b, p. 183). Una vez que la enunciación es arrojada
por la multiplicidad, sucede que la división entre sujeto de enunciación y sujeto de enunciado
deviene totalmente imposible, porque la emisión de singularidades es efectuada por una
subjetividad fluida que persigue su propio deseo, que es la operación de un nuevo
agenciamiento. Por ende, este proceso de desterritorialización es también la producción de un
flujo, que Deleuze y Guattari definirán como campo de inmanencia, un plano donde los
enunciados se efectuarán por agentes colectivos de enunciación, que fuerzan al contenido a
salirse por la línea de fuga y a la expresión a actualizarse en nuevos enunciados. En efecto, para
que haya máquina de expresión y acontezcan nuevos enunciados, es menesteroso que el campo
de enunciación se vuelva un plano virtual donde la total posibilidad de hecho está dada, donde
todo contenido es desestratificado y se establece un lenguaje intensivo. En este plano, todo lo
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efectuado son una distribución de intensidades, es decir, la repartición de singularidades-
acontecimiento que luego se actualizarán en un nuevo sistema lingüístico, que será expresivo y
tendrá como principal funcionamiento la perpetua desfundación del contenido: “las
intensidades son fundamentalmente no representativas, no representan nada” (Deleuze, 2017b,
p. 218).
La literatura menor provoca el nacimiento de nuevas series, nuevas ramificaciones del
sentido que zozobran al contenido y lo deforman. Esta línea de fuga creadora arrastra consigo
toda la política, economía, burocracia y jurisdicción, porque succiona los estratos que disponen
las singularidades y relaciones de poder, la literatura menor obliga su disgregación y somete el
contenido a nuevos sonidos aún desconocidos que pertenecen al futuro inmediato: “la expresión
precede al contenido y lo arrastra (con la condición, por supuesto, de que no sea significante)”
(Deleuze y Guattari, 1990, p. 63 [1974, p. 74[). La escritura de la literatura menor no es otra
cosa que la convergencia de la enunciación y el deseo en una sola línea recta que se ramifica en
múltiples series, una micropolítica del deseo que cuestiona todas las instancias y provoca el
balbuceo del lenguaje estratificado. De allí la pregunta “¿es posible hacer balbucir la lengua sin
confundirla con el habla?” (Deleuze, 2016, p. 151).
En efecto, si la lengua se piensa como un sistema en perpetuo desequilibrio o bifurcación,
donde cada uno de sus términos es a la vez una zona de variación continua, entonces la propia
lengua “se pone a vibrar” (Deleuze, 2016, p. 152), se estremece por completo. La lengua se
estira por sobre una línea abstracta e infinitamente variada, donde las palabras se alternan
provocando la ruptura de la significación, generando un plano de pura posibilidad. En efecto,
el balbucir de la lengua es la creación de un lenguaje que se talla a sí mismo, que se desarticula
para rearmarse en un grito novedoso; una lengua extranjera que, en realidad, no preexiste, sino
que insiste en lo significante como expresión. El despliegue de la máquina de expresión es la
liberación de la expresión de los goznes estructurantes, y esto induce una liberación de los
contenidos. Aquí también el propio artista o escritor es arrastrado, el sufre su propia
desterritorialización, ya que produce intensidades sobre el cuerpo social, sobre el lenguaje
estratificado, sobre el contenido en sí mismo:
Una máquina tanto más social y colectiva cuanto que es solitaria, célibe, y que,
al trazar la línea de fuga, equivale necesariamente ella sola a toda una
continuidad cuyas condiciones no están dadas todavía en la actualidad: ésta es
la definición objetiva de máquina de expresión que, como hemos visto, remite
al estado real de una literatura menor donde hay no hay ‘problema individual’.
Producción de cantidades intensivas en el cuerpo social, proliferación y
precipitación de series, conexiones polivalentes y colectivas inducidas por el
agente célibe, no hay otra definición (Deleuze y Guattari, 1990, p. 104 [1974, p.
130])
Finalmente, un agenciamiento producido por la máquina de expresión es el objeto por
excelencia que trata la literatura menor: a la vez agenciamiento colectivo de enunciación
(desterritorialización del sujeto-desfundación del contenido) y dispositivo maquínico del deseo
(expresión del acontecimiento). La máquina de expresión, como toda máquina, es deseo, porque
éste no deja de formar máquina en la máquina construyendo un nuevo engranaje al lado del
engranaje anterior indefinidamente. Y, no siendo solamente dispositivo de deseo, la máquina
de expresión es también dispositivo colectivo de enunciación. El enunciado desmonta siempre
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un agenciamiento del cual la máquina es tan solo una parte; aunque el enunciado es él también
parte de la máquina, porque formará luego del desmontaje otra máquina para hacer posible el
funcionamiento el conjunto del agenciamiento maquínico. Y el enunciado es además
colectivo porque nunca remite a un sujeto:
No existe un sujeto que emite el enunciado, ni un sujeto cuyo enunciado sería
emitido. Es cierto que los lingüistas que se sirven de esta complementariedad la
definen en una forma más compleja y consideran ‘la huella del proceso de
enunciación en el enunciado’ (cf. los términos del tipo yo, tú, aquí, ahora). Pero,
de cualquier manera en que se conciba esta relación, nosotros no creemos que el
enunciado pueda ser relacionado con un sujeto, desdoblado o no, dividido o no,
reflejo o no (Deleuze y Guattari, 1990, p. 120 [1974, p. 149]).
La colectividad no es un sujeto, ni de la enunciación, ni del enunciado; sino que es el
dispositivo de enunciación que no permite que sujeto alguno sea asignado, de allí la pregunta
que hacen Deleuze y Guattari, ¿quién es K.? Pues bien, K. es aquel murmullo anónimo, o
repliegue de subjetividad, que se disuelve en la línea recta del Aión y se sirve del sin-sentido
para emitir nuevos enunciados y reorganizar singularidades. En otras palabras, la máquina de
expresión es un dispositivo diagramático que rompe las estructuras del sentido, del contenido,
o de la representación, para alcanzar la expresión, la materia pura abstracta de toda enunciación
y enunciado. K. es él mismo el funcionamiento del agenciamiento maquínico y polívoco, del
cual el individuo es tan solo parte. La enunciación precede al enunciado como un
agenciamiento:
Esta primacía de la enunciación nos remite de nuevo a las condiciones de la
literatura menor: es la expresión la que rebasa o se adelanta, es ella al que
precede a los contenidos, ya sea para prefigurar las formas rígidas donde van a
fraguarse, ya sea para hacerlos que huyan por una línea de fuga o de
transformación. […] Y es un mismo y único deseo, un mismo y único
agenciamiento el que se presenta como agenciamiento maquínico de contenido
y dispositivo colectivo de enunciación (Deleuze y Guattari, 1990, p. 123 [1974,
p. 153])
Más aún, el agenciamiento se extiende hasta penetrar en un campo de inmanencia ilimitado
que libera el deseo de todas sus concreciones y abstracciones, o por lo menos lucha
activamente contra ellas para disolverlas” (Deleuze y Guattari, 1990, p. 124 [1974, p. 154]).
Bajo esta mirada, puede decirse que la máquina de expresión es abstracta en tanto que no es
figurativa, ni significante, ni segmentaria; sino que es aquella máquina que se pasa del lado del
campo de inmanencia ilimitado y se confunde entonces con él en el proceso del deseo. En este
preciso momento, una vez que el agenciamiento pasa el umbral, se disuelve el sujeto de la
enunciación y proliferan las enunciaciones a partir del murmullo anónimo como pura expresión.
4. Conclusiones
A partir de lo investigado, se observa que la máquina de expresión, su funcionamiento y su
constitución, se inserta dentro de la gica del sentido, donde hay una actualización y
efectuación de singularidades. A su vez, la máquina de expresión supone la desfundación de
los cuerpos dentro de un espacio de distribución nómade y un tiempo de descomposición, por
el cual el espacio se subdivide y forma nuevas adjunciones. En definitiva, el proceso de la
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máquina de expresión ya sea su propia composición, ya sea su agenciamiento la literatura
menor, produce una brecha en toda estructuración lingüística donde el sentido se muestra a
mismo. Allí, un acontecimiento tiene lugar. La máquina de expresión es aquella capaz de
desorganizar tanto sus formas como las del lenguaje “para liberar nuevos contenidos que se
confundirían con las expresiones en una misma materia intensa” (Deleuze y Guattari, 1990, p.
45 [1974, p. 51]). En y por la máquina de expresión, además, el sujeto pierde su protagonismo
enunciativo, dado que tras la desterritorialización este asume un movimiento de sobrevuelo que
recorre la totalidad del sentido. La máquina de expresión es el trazo de una nea de fuga que
permite a este sujeto salirse de su rol enunciativo y devenir el anonimato profundo que asume
un cariz intenso y rizomático: la máquina de expresión es la construcción de un mapa de
intensidades. Es una línea de fuga creadora que se expresa en un solo y único proceso que
remplaza a la subjetividad.
En definitiva, la máquina de expresión es la variación ramificada de la lengua, donde cada
estado variable es una posición en una línea de cresta que bifurca y se prolonga en otras líneas:
línea límite, punto de fuga del idioma que tensa a toda la lengua por igual, una línea de
modulación que lleva a la enunciación a su propio límite. El culmen de todo es el
descubrimiento del silencio dentro de las palabras, su sin-sentido inherente que aflora “como si
las palabras ahora vertieran su contenido” (Deleuze, 2016, p. 157). Así, lo que acontece es la
expresión que se manifiesta en la rearticulación y reencadenación de singularidades a partir de
la operación del sin-sentido, puramente virtual y nunca presente, tiempo Aión cuyo acto es la
intersección de las series añadiendo Caos.
Se concluye, pues, que la literatura menor es en una desfundación o
desterritorialización del lenguaje (y de la lengua) al mismo tiempo que la reestructuración
o reterritorialización del mismo. También, que es en y por la literatura menor donde acaece
una nueva formación enunciativa, en la cual el sujeto de enunciación es totalmente
desterritorializado y llevado a un plano intenso de pura expresión. En última instancia, la
literatura menor, en su emergencia o devenir, propicia el espacio para una nueva distribución
de singularidades. Por lo tanto, la máquina de expresión es en misma la operación que
posibilita el hecho de lo nuevo, donde convergen proposiciones y estados de cosas en una
enunciación que, una vez proferida, implica la proliferación de numerosas multiseries y
conexiones intensas que convergerán en un acontecimiento, una tirada de dados.
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Notas
1
Funtivo es un objeto que tiene función con otros objetos. De un funtivo se dice que contrae función con aquello
invariante en una proposición que Hjelmslev denomina entidad, es decir, el funtivo que no es función. De
este modo, las funciones (como por ejemplo la función lingüística) pueden ser funtivos porque puede haber
funciones entre las funciones, de este modo cada función es en sí misma una cadena de funciones eslabonada por
funtivos (como son, por ejemplo, contenido y expresión)
2
La solidaridad Hjelmslev la define como la interdependencia [o dependencia mutua] entre los términos de un
proceso lingüístico (Cfr. Hjelmslev, 1984 pp. 48-51)
3
Como se podrá observar, se ha tomado la decisión de emplear la traducción al francés del texto de Hjelmslev del
cual el propio Deleuze hizo uso. El motivo de ello es que las palabras empleadas cargarán con un peso conceptual
considerable al momento que Deleuze las emplea, particularmente la traducción al francés del término danés
mening, el cual, por ejemplo, en la traducción al inglés aparece como purport (Hjelmslev, 1969, p. 50) y no
meaning ni sense. En todo caso, lo que aquí se quiere remarcar es que Deleueze asimilará que Hjelmslev habla del
sentido, por lo que su estructuración argumentativa no considerará la profundidad del término que utiliza el danés.
Para acompañar con una lectura al español del texto, se citarán también las ginas correspondientes a la traducción
de Díaz de Laño.
4
Cfr. con el capítulo “La función enunciativa” en Arqueología del saber (Foucault, 2002, p. 157)
5
Aquí también es destacable la influencia de Foucault en este aspecto, particularmente en la lectura que hace
Deleuze de Raymond Roussel y el desdoblamiento del lenguaje, por ejemplo, en Crítica y clínica (Deleuze, 2016,
Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XV. 25 (Enero- Junio 2024) ISSN 2718-658X. Felipe A. Matti, Literatura menor y sentido: la
máquina de expresión como acontecimiento en Gilles Deleuze, pp. 205-226.
pp. 150-160). Como contra punto, se recomienda ver el capítulo Las bandas del billar en Raymond Roussell
(Foucault, 2007, p. 23).
6
Vale aquí aclarar la distinción que realiza Deleuze en torno a las nociones de virtual, actual, real y posible.
Deleuze propone aquello que existe puede hacerlo de manera virtual o actual, es decir que la virtualidad no se
opone a lo real, sino tan solo a lo actual, en la medida en que “lo virtual posee una realidad plena” que definirse
“como una estricta parte del objeto real”, como si éste tuviera una de sus partes en lo virtual, sumergiéndose allí
en una dimensión objetiva (Deleuze, 2017, p. 314). En efecto, la realidad de lo virtual consiste en los elementos y
relaciones diferenciales que componen al individuo, y de cuya heterogeneidad surge lo diferente que propulsa el
devenir individuante. Lo virtual es el cimiento estructural de la realidad o de la existencia en general, es algo
“totalmente determinado” (Deleuze, 2017, p. 315). En este sentido, la obra de arte invoca la virtualidad en la que
se sumerge, porque expresa la estructura completamente determinada que forman sus elementos diferenciales e
intensivos que coexisten caóticamente, “sin que se pueda asignar un punto de vista privilegiado entre uno y otro
(Deleuze, 2017, p. 315). En contraposición, aquello actual es lo que posee un territorio, lo que se encuentra ya
individuado y es una determinada captura de las fuerzas que estructura desarticuladamente a la realidad. Esta
temática es reiterativa en Deleuze, formando parte esencial de su pensamiento desde la imagen directa del tiempo
que se obtiene en la imagen cinematográfica (Deleuze, 1996, p. 92) hasta la concepción de los pliegues y el afuera
en la subjetividad (Deleuze, 1998, p. 134).
7
Sobre una lectura política del proceso maquínico de la literatura menor, se recomienda la lectura de La máquina
Deleuze de Tomás Abraham (2006, pp. 45-55).