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Recial Vol. XV. N° 25 (Enero- Junio 2024) ISSN 2718-658X. Cristina Beatriz Fernández, La construcción de
una figura ejemplar: Joaquín V. González en la Revista de Filosofía, pp. 51-63.
ciencia, por otro significaba una suerte de reservorio estético y moral frente al colapso de la
civilización occidental que la Gran Guerra parecía anunciar. En la argumentación de González,
“la ciencia es el principio vital y dinámico de esta doctrina, o mundo de ideas, que llamamos
budismo, y está destinado a realizar la transformación de nuestra resquebrajada civilización,
por su vuelta a las fuentes incontaminadas de su origen indo-helénico” (González, 1917, p.
171). A su vez, esto ocurría con el trasfondo de “la inmensa conmoción que hoy agita a la
humanidad” (González, 1917, p. 171) y es por eso que varios de los poemas traducidos “harían
una preciosa joya de libro moral para la niñez” (González, 1917, p. 179). Encontramos en las
palabras de González un ejemplo claro y programático de ese “orientalismo invertido” que
Martín Bergel considera sintomático de la cultura latinoamericana de los años veinte, una
“versión benévola del Oriente”, “la posibilidad de pensar al Oriente ya no como una diferencia
–una otredad– de la cual, en pos de conquistar un camino de progreso, era preciso separarse,
sino como un espacio de complicidad con el cual era posible y aun deseable converger” (Bergel,
2015, p. 15). Si el punto neurálgico de la articulación entre latinoamericanismo y orientalismo
se iba a dar, como dijimos, en la década del veinte, con la presencia de figuras como el propio
Tagore de visita en la Argentina o la actuación de un Vasconcelos en México, este artículo de
González, repetimos, de 1917, así como el libro de Muzzio Sáenz Peña que presenta, son
ejemplos de ese devenir que fue horadando la matriz orientalista decimonónica, sostenido en
las nuevas posibilidades de la prensa y las comunicaciones, el impacto trasnacional de la
teosofía y el legado del espiritualismo modernista que había configurado su propia imagen,
deseada y cosmopolita, del mundo oriental (Bergel, 2015, p. 23).
Sigamos revisando la RF. Al año siguiente, en 1918, se registra la versión completa del
discurso que González había pronunciado al finalizar su tarea como presidente de la
universidad platense y transmitir el cargo a su sucesor, Rodolfo Rivarola. Además de un elogio
a su continuador y a otros profesores de la casa, el intelectual riojano aprovecha para reseñar
la historia institucional de la Universidad de La Plata. Pondera favorablemente, asimismo, el
funcionamiento de la democracia universitaria, que enlaza con la “alta democracia de la
ciencia” (1918, p. 321). Un año después, en 1919, asociando su nombre al rol, un poco más
modesto, de profesor de la misma casa de estudios, firma un artículo sobre “La paz
internacional y el derecho de las naciones”. Se trata de otra pieza oratoria, en esta ocasión, de
oratoria política, pues no es otra cosa que el discurso que González había pronunciado en el
Senado Nacional para exponer los fundamentos de un proyecto de resolución, destinado a
felicitar a los gobiernos de EE. UU., Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Italia, Brasil y Portugal,
por el triunfo de las armas de los aliados en la contienda europea. Sobre la relevancia de los
géneros vinculados a la oratoria en la producción de González –conferencias, discursos,
intervenciones parlamentarias–, señala Darío Roldán que “más que un escritor, González fue
un orador público” (1993, p. 14).
Por último, en 1921, en la sección de “Bibliografía”, donde iba a parar información bastante
diversa, sobre todo mientras se ocupó de la sección el propio Ingenieros,
se incluye su nota
necrológica dedicada a Enrique del Valle Iberlucea. Ocurre que González fue el encargado de
despedirlo en su sepelio, en nombre del Senado de la Nación, que del Valle había integrado.
Como era de esperar, destaca la labor en la docencia universitaria del jurista del Valle Iberlucea,
así como su actuación en el Congreso y su compromiso ideológico con la mejora de las
condiciones de los trabajadores. Cabe recordar que del Valle Iberlucea, español nacionalizado
argentino, fue el primer senador socialista del país –incluso de América– y que, aunque en sus
últimos años, como el propio Ingenieros, simpatizó ostensiblemente con la Revolución Rusa,
en algún momento había sido colaborador en los proyectos de reforma social paulatina o
gradualista que el mismo González había impulsado, como el proyecto de legislación nacional