Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XV. N° 25 (Enero- Junio 2024) ISSN 2718-658X. Cristina Beatriz Fernández, La construcción de
una figura ejemplar: Joaquín V. González en la Revista de Filosofía, pp. 51-63.
https://doi.org/10.53971/2718.658x.v15.n25.45620
La construcción de una figura ejemplar: Joaquín V. González en la Revista
de Filosofía
Cristina Beatriz Fernández
Conicet, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina
cristina.fernandez@conicet.gov.ar
ORCID: 0000-0003-3540-434X
Recibido 13/02/2024. Aceptado 14/04/2024
Resumen
El proceso de modernización experimentado en Argentina en el entresiglos XIX-XX contó,
entre sus muchas vertientes, con la necesaria construcción de figuras ofrecidas como modélicas
para las subjetividades urbanas y modernas, como parte del repertorio de modalidades
simbólicas afiliadas a la cultura del progreso, del urbanismo y del ordenamiento social, entre
otras características fundantes de nuestra modernidad. En ese sentido, nos interesa rastrear la
construcción de la figura de Joaquín V. González en las páginas de la Revista de Filosofía
fundada por José Ingenieros (editada entre 1915 y 1929), en las cuales interviene como autor,
pero también como objeto de una serie de textos que ofrecen, desde una perspectiva
secularizada, el itinerario de una vida ejemplar que refuncionaliza el rol del intelectual-político
en un momento de importantes cambios socio-políticos y culturales.
Palabras clave: Joaquín V. González; Revista de Filosofía; biografía; modernización;
secularización
The construction of an exemplary figure: Joaquín V. González in the Revista de
Filosofía
Abstract
The modernization process experienced in Argentina between the nineteenth and twentieth
centuries had, among its many aspects, the necessary construction of figures offered as models
for urban and modern subjectivities, as part of the repertoire of symbolic modalities affiliated
to the culture of progress, urbanism and social order, among other founding characteristics of
our modernity. In this sense, we are interested in tracing the construction of the figure of
Joaquín V. González in the pages of the Revista de Filosofía founded by José Ingenieros
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(published between 1915 and 1929), in which he intervenes as author but also as the subject of
a series of texts that offer, from a secularized perspective, the itinerary of an exemplary life
that refunctionalizes the role of the intellectual-politician at a time of important socio-political
and cultural changes.
Keywords: Joaquín V. González; Revista de Filosofía; biography; modernization;
secularization
Joaquín V. González (1863-1923) fue un jurista, político, educador y escritor consagrado
por ensayos como La tradición nacional, El juicio del siglo, o cien años de historia argentina
(1910), así como por los relatos de tenor autobiográfico de Mis montañas (1893), además de
textos históricos, de derecho y educacionales. Nacido en la provincia de La Rioja y formado
en las aulas de la Universidad de Córdoba, se destacó tempranamente por su actuación política,
a la que accedió por pertenecer a una de las familias tradicionales de su provincia, ligada a los
intereses del Partido Autonomista Nacional. Gobernó La Rioja desde 1889 a 1891, y fue
parlamentario en varias oportunidades, hasta el mismo momento de su muerte, en Buenos
Aires. Su formación intelectual lo convirtió en uno de los más destacados personajes públicos
en el marco del orden conservador que, a la sombra del liberalismo jurídico y económico,
propició medidas de modernización social y secularización cultural en la Argentina, en un
período signado por la actuación de la llamada generación del 80. Fueron también las
vinculaciones de su familia las que lo llevaron a la dirección de noticias del diario La Prensa,
que en 1869 había sido fundado por José C. Paz en Buenos Aires. Tiempo después, en 1896,
sería designado titular del Consejo Nacional de Educación y profesor de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ocupó el cargo de Ministro del Interior,
de Justicia e Instrucción Pública en 1901, durante la presidencia de Julio Roca, cartera en la
que continuó bajo la presidencia de Manuel Quintana, hasta 1906.
Uno de los logros más trascendentes de González fue la fundación, sobre la base de una
universidad provincial ya existente, de la Universidad de La Plata, una de las principales casas
de estudios superiores de la Argentina.
1
Su “programa político-intelectual” abarcó “propuestas
de cambio del mundo del trabajo, del campo electoral, en la educación, en la creación
institucional, en la articulación Estado-escritores para el desarrollo de invenciones culturales”
(Pulfer, 2015, p. 19). También cabe recordar que Joaquín González fue una de las figuras
intelectuales interesadas en la conformación de un canon literario nacional en el fin de siglo
XIX, donde la función de los clásicos argentinos se apoyaría en nociones como las del bien o
la belleza, heredadas del clasicismo filosófico y retórico que, aunado a una cuota de
redentorismo histórico cultural, apuntaría a la constitución de un nacionalismo humanista de
fuertes connotaciones moralizantes (Degiovanni, 2007, pp. 178-179). A esto se agrega el
ángulo crítico desde el cual veía algunos aspectos del proceso modernizador, lo cual reforzaba
la necesidad de estabilizar una imagen de la nación, como contraparte del paulatino
debilitamiento del valor del progreso (Agüero, 2010, p. 92).
1. La Revista de Filosofía
Con el inicio de la primera guerra mundial, el médico e intelectual José Ingenieros (Palermo,
Italia, 1877 Buenos Aires, 1925) abandonó el autoexilio europeo que se había impuesto en
1911 y regresó a la Argentina. Al año siguiente, en 1915, inició dos proyectos editoriales de
envergadura: la colección de libros La cultura argentina y la Revista de Filosofía, Cultura,
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Ciencias y Educación.
2
Ingenieros era por entonces un investigador reconocido en el campo de
las enfermedades mentales, la medicina legal y la psiquiatría, que se volcaba a un cambio de
eje disciplinario en su producción intelectual, un proyecto de orientación filosófica que signaría
esta última década de su vida y del cual la revista sería la faceta más visible. Ese desplazamiento
lo llevaba desde la ciencia a la educación y la filosofía (sin abandonar los principios
metodológicos de la primera) y lo vincularía, simultáneamente, con los ideólogos de la
Reforma Universitaria. Huelga decir que la primera guerra mundial, que había puesto en crisis
el impulso civilizatorio europeo, también impactó en esta reorientación de las preocupaciones
de Ingenieros.
La RF fue un proyecto editorial claramente asociado con el nombre de Ingenieros como
figura intelectual rectora, pues, además de fundarla, fue su gestor principal, autor de muchos
de los artículos de la revista y su corrector, aunque contase con colaboradores como Aníbal
Ponce, quien se convirtió en codirector de la publicación en 1923, cuando Ingenieros se
concentró en otro proyecto editorial: Renovación. Boletín de Ideas, libros y revistas de América
Latina, publicación periódica que fue el órgano de difusión de la Unión Latinoamericana.
3
Ponce pasó a dirigir la RF en 1925, el año de la muerte de Ingenieros, hasta el cierre de la
revista en 1929. No figura en ninguno de los meros el nombre de los integrantes de un
consejo editorial o de redacción, solamente el nombre del director y del codirector, cuando lo
hubo. Salvo casos excepcionales, la RF se publicaba con frecuencia bimestral y cada número
constaba de unas ciento sesenta páginas, aproximadamente. Cada tres números se conformaba
un tomo, es decir, que cada año estaba compendiado en dos tomos. Comenzó a salir en enero
de 1915 bajo el sello tipográfico de La Semana Médica Imp. de Obras de E. Spinelli
Buenos Aires” y más tarde registraría el pie de imprenta de “L.J. Rosso y Cía. impresores”.
Sabemos que la financiaba el mismo Ingenieros y que no era en extremo costosa: la suscripción
anual de seis números costaba diez pesos.
El proyecto editorial de la RF exhibe un perfil en alta medida heredero del positivismo,
aunque conviven en las páginas de la publicación artículos vinculados al movimiento
antipositivista. Recordemos que Ingenieros pretendía una filosofía de base científica y eso
explica el lugar concedido a la ciencia y sus practicantes en una publicación que, a juzgar por
su título, buscaba encuadrarse primariamente en la filosofía. La hegemonía de la perspectiva
cientificista se filtra, además, en artículos de temas diversos, como los educativos o los de tenor
historiográfico.
2. Joaquín V. González, colaborador de la Revista de Filosofía
En la Revista de Filosofía, Joaquín Víctor González participa visiblemente en el primer
número y deja de hacerlo, al menos como articulista de la sección principal, en 1919. Dirimir
las razones de esta reducción de su participación es difícil, aunque los sucesos vinculados a la
Reforma Universitaria, con la que la RF se comprometió desde un comienzo, podrían ofrecer
alguna explicación, sobre todo si se considera el rol fundacional de González en la Universidad
de La Plata. Claramente, los estudiantes platenses no podían esgrimir los mismos argumentos
que los reformistas cordobeses, ya que la universidad platense no tenía ni los orígenes clericales
de su par mediterránea ni podía acusársela de continuar ninguna clase de legado colonial: en
una palabra, había nacido moderna. Sin embargo, el impacto de la Reforma Universitaria se
hizo sentir también en ella y mientras la RF traicionaba su propósito de ser “inactual y
apolítica” para dar cabida a los discursos y reclamos reformistas, Joaquín González pasaba a
quedar identificado con una etapa de la vida universitaria que había que superar.
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Por supuesto,
también hay que considerar que González era una persona ocupadísima y que su colaboración
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con la RF parece haber sido un gesto de apoyo a la empresa editorial de Ingenieros en su
momento inaugural, sin que ello implicase un compromiso recurrente para escribir en las
páginas de la revista. Ingenieros y González, a pesar de sus dispares afiliaciones ideológicas,
habían compartido espacios de actuación pública y profesional, en particular, cuando el
segundo, versátil ministro del denominado “orden conservador”, había convocado al joven
médico socialista, entre otros referentes, para la elaboración de un informe tendiente a diseñar
una nueva legislación del trabajo.
5
Si revisamos la sección principal de la revista, encontramos cuatro contribuciones de
González, a las cuales se agrega una nota necrológica. El artículo más relevante es el que
aparece en el primer número de la revista, “Unidad de espíritu en la enseñanza argentina”,
firmando con su rol institucional de entonces, el de presidente de la Universidad de La Plata.
En ese artículo, González propone, básicamente, una orientación unificada para todo el sistema
público de enseñanza, que juzga demasiado heterogéneo en sus diversos niveles. Escuelas
primarias y universidades, bachilleratos y escuelas cnicas o normales, instituciones
nacionales y provinciales, todo el sistema debería conducir, a juicio de González, a “la
formación de una unidad nacional” (1915, p. 25), algo que se lograría aceptando el siguiente
postulado:
es necesario organizar los estudios, desde el cimiento hasta su cima, sobre un
principio científico, entendiendo por tal no sólo la adopción de un orden de
conocimientos de ciencias, las más comprensibles y genéricas, como base de la
ordenación de materias, sino también que cada escuela, colegio, instituto o
universidad, debe ser dispuesto científicamente y desarrolladas sus enseñanzas
por el mismo método y con el mismo espíritu científico. (González, 1915, pp.
27-28).
Resulta de interés observar la distinción que hace González entre los saberes
específicamente científicos y el valor de un “método” y un “espíritu” que se inspiran en el
quehacer científico pero no se agotan en él. Explica la conveniencia de entronizar el método
científico en la educación en estos términos:
la ciencia constituye, para mí, y en esto mi convicción ha hecho un camino
ascendente desde hace cerca de veinte años la única base de organización de
todo el sistema escolar o educativo de una nación que quiera darle una finalidad
propia y permanente. Y en la nuestra, tan labrada por seculares prejuicios
políticos, religiosos y sociales, es, más que en otras, aplicable e imprescindible,
porque sólo ella educa en la verdad, es decir, forma y desarrolla el espíritu de
la verdad, en contraposición al prejuicio, al dogma imperativo, al postulado
autoritario, al egoísmo caprichoso y variable de la pura imaginación, y las
rebeliones tan insólitas como incoherentes, que suelen producirse en
conciencias no ligadas por ningún vínculo inquebrantable con la eterna fuente
de la armonía, que es el conocimiento de la realidad de las cosas y de las causas.
(González, 1915, pp. 29-30).
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Como puede apreciarse a partir de la oposición entre el “espíritu de la verdad”, para el cual
resulta favorable la alfabetización científica, y los “prejuicios” de diverso orden, asociados al
“dogma” y al “postulado autoritario”, nos encontramos frente a una romantización de la ciencia
de claras resonancias positivistas,
6
pero que también se articula con lo que parece ser algo más
necesario política y culturalmente: el avance en el proceso de secularización como garante del
funcionamiento de una sociedad democrática. En efecto, la idea de que el racionalismo propio
del pensamiento de matriz cientificista es educativo en un sentido más amplio que el
entrenamiento específico para acceder a una clase de saberes se reitera en varias ocasiones en
el artículo. Claramente, González opone el “objetivo científicoque promueve como eje del
sistema educativo a dos conceptos: “la rutina y el dogmatismo, la primera revestida a veces de
la toga científica …, y el segundo, convirtiendo en preceptos infalibles e inmutables las
concreciones de la doctrina, del error, o de la costumbre petrificada en convicción colectiva”
(1915, p. 28, destacados del autor). Es decir que, por un lado, tenemos una defensa de criterios
modernizadores en la educación, en línea con lo que había tratado de realizar el mismo
González cuando estuvo a cargo de la cartera educativa; por otro, esas reformas se justifican
en criterios que exceden el orden curricular, apuntando a la construcción de una nacionalidad
y de ciertas formas de ciudadanía tendientes a desenvolverse con criterios que juzgaba
modernos y en los cuales los módulos de pensamiento seculares, amparados en el cientificismo,
jugaban un rol central.
7
Dos años después, en setiembre de 1917, nuestro autor reaparece, otra vez con la aclaración
de su rol institucional como presidente de la Universidad platense, pero en esta ocasión
contribuye con un artículo dedicado a Rabindranath Tagore, una muestra de sus preferencias
literarias pero también de esa fascinación por el orientalismo que había cautivado a algunos
sectores del campo literario local.
8
En realidad, el artículo en cuestión no es otra cosa que el
prefacio que González escribió para la traducción de Tagore realizada por Carlos Muzzio Sáenz
Peña, otra figura perteneciente al círculo que rodeaba a Ingenieros y la RF.
9
Por un lado, quedan
en evidencia ciertos rasgos propios de la sociabilidad intelectual del período, que se anudaba
en torno a ciertos núcleos de interés compartido; por otro, González exhibe su experiencia
como lector asiduo de las letras anglosajonas: dice haber leído en inglés los Cien poemas de
Kabir, el poeta de la India budista traducido por Tagore, y en las prolíficas notas al pie queda
en evidencia su conocimiento de primera mano de la literatura inglesa. Precisamente es La
cosecha de la fruta, de Tagore, el libro que Carlos Muzzio Sáenz Peña había vertido al
castellano y que González estaba prologando. González, quien ofrecería su propia versión al
castellano de los poemas de Kabir, también a partir de la mediación de Tagore, parece encontrar
en las palabras del poeta bengalí un alegato contra los dogmas y los que llamaba, en su artículo
de 1915, los “prejuicios” religiosos y sociales. En ese sentido, afirma explícitamente encontrar
en esos versos un punto de contacto con los ideales de la ciencia moderna: “[Tagore] traduce
al inglés la sabia selección de los Cien poemas, donde se contiene toda una revelación-
revolución, desbordante de sugestiones creadoras, y de concordancias maravillosas con el
pensamiento de la ciencia contemporánea” (González, 1917, p. 170). Agrega, además,
interesantes reflexiones sobre las complejidades de las traducciones desde las lenguas
orientales a las occidentales y las consiguientes dificultades derivadas, también, del paso del
tiempo y las épocas distintas a las que pertenecen un texto y sus traductores. Si algo queda en
evidencia en estas páginas, es su destreza y buen criterio para la crítica literaria, al analizar
tanto la obra de Tagore como la de su traductor al castellano, Muzzio Sáenz Peña.
Un aspecto que no puede pasarse por alto en relación con este artículo, es la conciencia
explícita de González de que el redescubrimiento de los poetas orientales era un signo de
modernidad porque si, por un lado, era coetáneo a los cada vez más patentes desarrollos de la
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ciencia, por otro significaba una suerte de reservorio estético y moral frente al colapso de la
civilización occidental que la Gran Guerra parecía anunciar. En la argumentación de González,
“la ciencia es el principio vital y dinámico de esta doctrina, o mundo de ideas, que llamamos
budismo, y está destinado a realizar la transformación de nuestra resquebrajada civilización,
por su vuelta a las fuentes incontaminadas de su origen indo-helénico” (González, 1917, p.
171). A su vez, esto ocurría con el trasfondo de “la inmensa conmoción que hoy agita a la
humanidad” (González, 1917, p. 171) y es por eso que varios de los poemas traducidos “harían
una preciosa joya de libro moral para la niñez” (González, 1917, p. 179). Encontramos en las
palabras de González un ejemplo claro y programático de ese “orientalismo invertido” que
Martín Bergel considera sintomático de la cultura latinoamericana de los años veinte, una
“versión benévola del Oriente”, “la posibilidad de pensar al Oriente ya no como una diferencia
una otredad de la cual, en pos de conquistar un camino de progreso, era preciso separarse,
sino como un espacio de complicidad con el cual era posible y aun deseable converger” (Bergel,
2015, p. 15). Si el punto neurálgico de la articulación entre latinoamericanismo y orientalismo
se iba a dar, como dijimos, en la década del veinte, con la presencia de figuras como el propio
Tagore de visita en la Argentina o la actuación de un Vasconcelos en México, este artículo de
González, repetimos, de 1917, así como el libro de Muzzio Sáenz Peña que presenta, son
ejemplos de ese devenir que fue horadando la matriz orientalista decimonónica, sostenido en
las nuevas posibilidades de la prensa y las comunicaciones, el impacto trasnacional de la
teosofía y el legado del espiritualismo modernista que había configurado su propia imagen,
deseada y cosmopolita, del mundo oriental (Bergel, 2015, p. 23).
Sigamos revisando la RF. Al año siguiente, en 1918, se registra la versión completa del
discurso que González había pronunciado al finalizar su tarea como presidente de la
universidad platense y transmitir el cargo a su sucesor, Rodolfo Rivarola. Además de un elogio
a su continuador y a otros profesores de la casa, el intelectual riojano aprovecha para reseñar
la historia institucional de la Universidad de La Plata. Pondera favorablemente, asimismo, el
funcionamiento de la democracia universitaria, que enlaza con la “alta democracia de la
ciencia” (1918, p. 321). Un año después, en 1919, asociando su nombre al rol, un poco más
modesto, de profesor de la misma casa de estudios, firma un artículo sobre “La paz
internacional y el derecho de las naciones”. Se trata de otra pieza oratoria, en esta ocasión, de
oratoria política, pues no es otra cosa que el discurso que González había pronunciado en el
Senado Nacional para exponer los fundamentos de un proyecto de resolución, destinado a
felicitar a los gobiernos de EE. UU., Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Italia, Brasil y Portugal,
por el triunfo de las armas de los aliados en la contienda europea. Sobre la relevancia de los
géneros vinculados a la oratoria en la producción de González conferencias, discursos,
intervenciones parlamentarias–, señala Darío Roldán que “más que un escritor, González fue
un orador público” (1993, p. 14).
Por último, en 1921, en la sección de “Bibliografía”, donde iba a parar información bastante
diversa, sobre todo mientras se ocupó de la sección el propio Ingenieros,
10
se incluye su nota
necrológica dedicada a Enrique del Valle Iberlucea. Ocurre que González fue el encargado de
despedirlo en su sepelio, en nombre del Senado de la Nación, que del Valle había integrado.
Como era de esperar, destaca la labor en la docencia universitaria del jurista del Valle Iberlucea,
así como su actuación en el Congreso y su compromiso ideológico con la mejora de las
condiciones de los trabajadores. Cabe recordar que del Valle Iberlucea, español nacionalizado
argentino, fue el primer senador socialista del país incluso de América y que, aunque en sus
últimos años, como el propio Ingenieros, simpatizó ostensiblemente con la Revolución Rusa,
en algún momento había sido colaborador en los proyectos de reforma social paulatina o
gradualista que el mismo González había impulsado, como el proyecto de legislación nacional
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del trabajo de 1902. Por eso, en su discurso, el riojano elogiaba la brillantez intelectual y la
coherencia ideológico-moral del fallecido, “su guardia siempre alerta por los intereses
superiores de su partido” (González, 1921, p. 450), mientras aludía veladamente al conflicto
que lo había alejado del Senado, precisamente, por defender formas revolucionarias.
3. Joaquín V. González en la pluma de otros colaboradores de la revista
La presencia de González en la revista tuvo otra arista, si atendemos a los textos de otros
colaboradores que versaban sobre su personalidad o su obra, recorriendo un itinerario temporal
un poco más extenso que el reseñado en el apartado anterior y en el cual se puede apreciar el
esmero en la construcción de una imagen intelectual por encima de cualquier disputa de signo
partidario o circunstancial.
Por orden cronológico, encontramos, en la sección de “Análisis de libros y revistas”, del
número correspondiente al mes de julio de 1915, una breve reseña del discurso que había
brindado González en la recepción de Lauro Müller en la Universidad de La Plata,
aprovechando la visita del político y diplomático brasileño que había sido Ministro de
Relaciones Exteriores de su país. Se destacan allí las relaciones internacionales de signo
pacifista que tenían lugar por entonces en América del Sur, pacifismo cuya envergadura
quedaba maximizada por el telón de fondo de la guerra europea. Müller, quien había sucedido
al barón de Río Branco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, cartera que ocupó entre 1912
y 1914, se había esforzado por acercar a Brasil al resto de los países americanos. Por otro lado,
se trataba de una figura ligada estrechamente al proceso de modernización urbana, ya que, en
su carácter de ingeniero, había sido responsable, con anterioridad, de la renovación del puerto
de Río de Janeiro y de la construcción de su Avenida Central (posteriormente, Avenida Río
Branco).
En ese mismo número y sección, se incluye la reseña de un libro de González sobre política
universitaria, un breve y elogioso párrafo que culmina destacando “la vasta labor cultural
realizada por González en el país entero, como estadista, como profesor y como organizador”
(Joaquín V. González, 1915, Política…, p. 175). En setiembre de ese mismo año, Julio Barreda
Lynch, heterónimo de José Ingenieros, firma con sus iniciales la reseña del libro de Arturo
Marasso Roca sobre González. La breve reseña concluye afirmando que aunque
principalmente contraído a examinar la personalidad literaria de González, el libro ofrece una
excelente visión de conjunto que permite apreciar en todo su valor la obra de uno de los más
eminentes pensadores argentinos” (Barreda Lynch, 1915, p. 325). En 1916, se reseña en breve
párrafo otro libro del propio González: Bronce y lienzo. Se ponderan el “espíritu ético y
cultural” que atraviesa las dos grandes secciones en que se divide el volumen, de carácter
misceláneo, publicado por el “ilustre presidente de la Universidad de La Plata”. En el año 1918,
se toma del diario La Prensa, del cual el mismo González era jefe de redacción, el comentario
sobre su libro acerca de la propiedad de las minas, un libro técnico donde ofrecía sus razones
para reformar el código de explotación minera vigente por entonces.
Es importante recordar que la muerte de nuestro personaje tuvo lugar en 1923, y en enero
de 1924, la revista publicó una fotografía suya. Si se tiene en cuenta que solamente aparecen
cuatro fotografías en los quince años de esta publicación periódica, parece reforzarse el valor
simbólico que se concedía a la presencia de este intelectual.
11
Si bien luego de su muerte se
publicaron textos dedicados a su figura o a su obra, el homenaje propiamente dicho corrió por
parte de otra publicación de la época, vinculada con la RF por lazos personales y otros
derivados de la sociabilidad intelectual: la revista Nosotros, dirigida por Giusti y Bianchi.
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Figura 1.
Fotografía de Joaquín V. González en el primer número de la Revista de Filosofía del año
1924.
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En la sección “Noticias y comentarios” de julio de 1924, el jurista, escritor y político español
Adolfo Posada escribe sobre “La filosofía de Joaquín V. González”, recuperando su
conocimiento biográfico del sujeto establecido cuando el primero había visitado la Argentina
unos años antes. Posada hace hincapié en las preocupaciones filosófico-morales en las que su
colega argentino se había concentrado en sus últimos años, lo llama “el pensador poeta”
(Posada, 1924, p. 149) o el “filósofo poeta” (p. 150) y destaca su inclinación por la poesía
oriental, citando fragmentos del prólogo escrito por González para su propia traducción de los
Cien poemas de Kabir.
12
En enero de 1925, un artículo de Juan Terán sobre la obra de González
lo presenta como una de las “grandes individualidades” de “nuestra América”, “un hombre
extraordinario”, “una inteligencia universal” (1925, p. 74). Sintetizaba el autor del artículo que
“Joaquín González quedará en la historia como un personaje representativo de la
transformación del país al terminar el primer siglo de vida civil” (Terán, 1925, p. 75). Por su
defensa de la “libertad moral” no lo considera un positivista strictu sensu, sino más bien un
idealista, aunque señalaba la preocupación epocal de González por la defensa de la educación
científica y técnica. Con cierta perspectiva especular, ponderaba la labor educacional de
González, rescatando su apoyo a la fundación de la Universidad de Tucumán, de la cual Terán
había sido uno de los gestores y figura protagónica. En marzo del mismo año, Víctor Mercante
asiduo colaborador de la RF que, además, había organizado la sección pedagógica de la
Universidad de La Plata dedica un largo estudio a la vida y obra de González, un escrito del
tipo viobra, si seguimos la terminología de Francois Dosse, en los cuales biografía y vida se
reflejan mutuamente. La conclusión del artículo es que en la obra de González está el programa
que debe seguir la cultura nacional en los tiempos modernos, equiparando sus escritos con las
célebres Bases constitucionales de Juan Bautista Alberdi:
Las obras del doctor Joaquín V. González contienen, clara y sistemáticamente,
el vasto programa educativo y cultural que el país debe desarrollar ahora y en
lo futuro con bases tan sólidas y orientaciones tan precisas como las de Alberdi
para nuestra carta orgánica. (Mercante, 1925, p. 249).
Por último, en 1926, nada menos que el Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Antonio
Sagarna, publica en la revista un texto en memoria de González, al cumplirse un nuevo
aniversario luctuoso de este personaje.
4. Algunas conclusiones
De acuerdo con lo que hemos visto hasta aquí, de las cinco contribuciones del propio
González para la RF, solo una parece haber sido escrita ad hoc, el artículo que se incluye en el
número inaugural de la publicación, mientras que otras dos consisten en discursos
pronunciados en contextos políticos o universitarios. Tampoco fueron escritos inicialmente
para la revista el prólogo a la traducción de Tagore ni la nota necrológica (que fue leída como
laudatio funebris, es decir, otra pieza oratoria) en memoria de del Valle Iberlucea.
13
En cuanto al seguimiento de la obra de González por parte de la RF, además de la simbólica
inscripción de su muerte con una de las escasas fotos que se pueden encontrar en la publicación,
se fueron reseñando obras suyas dedicadas a diversos temas: históricos, educativos, sobre
legislación de los recursos naturales. En los textos memorialistas, como los de Posada, Terán
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o Mercante, se destaca siempre su labor como gestor en la educación y constructor de la
moderna cultura argentina.
Si la última contribución de González era una nota necrológica, el último texto que lo toma
como objeto es, también, un homenaje luctuoso. En todos los casos, y si se toma en cuenta que
la mayoría de los textos, suyos y ajenos, no fueron escritos expresamente para la revista, nos
encontramos con que la revista cede parte de sus páginas para funcionar como archivo o
registro escriturario de eventos y acciones cuya dimensión performativa excedía la huella
textual a la que podemos acceder mediante la palabra impresa: debates parlamentarios,
sepelios, actos académicos, etc. En todos los casos, la RF nos permite atisbar algunos ángulos
de las redes de sociabilidad letrada y política tejidas por el escritor y político riojano, así como
la apreciación de su actividad desde distintos sectores ideológicos exhibe criterios de
valoración específicos propios de una incipiente autonomización del campo intelectual.
Después de su muerte, su imagen parece cobrar la envergadura de una trayectoria conclusa,
susceptible de ser trazada y evaluada en forma integral. En esas apreciaciones, desde
perspectivas diversas, se destaca la significación de González como un agente de la
modernización social y cultural, atento tanto a las reformas educativas y al desarrollo de
módulos de pensamiento seculares como al acaecer internacional, tanto a la dinámica editorial
trasnacional de obras y traductores como a la necesaria atención que merecía la “cuestión
social” y las condiciones de vida de los trabajadores, así como a la injerencia estatal, que
juzgaba necesaria, en la regulación de la explotación minera.
Claramente, la RF nos muestra a González como un “mediador de la modernidad” (para
usar la categoría de Nicola Miller), de esa ansiada modernidad en versión nacional para la cual
abrevaba en los modelos que le proporcionaban tanto el mundo anglosajón como el Brasil o la
España modernizada que anhelaban regeneracionistas como Posada y el grupo de Oviedo, entre
otras líneas de religación internacional que se anudaban en la figura pública del autor de Mis
montañas.
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Notas
1
Para información biográfica sobre Joaquín V. González, ver: Marasso, 1946; Lascano González, 1965; Roldán
1993; Luna, 2001; Pulfer, 2015. Sobre el contexto histórico-político y su relación con la reforma y modernización
social, así como con la gestión educativa, son ineludibles: Zimmermann, 1995; Dalmaroni, 2006; Bertoni, 2007.
2
De aquí en más, RF. Para la actuación de Ingenieros como gestor de revistas culturales, ver: Biagini, Ardissone
y Sassi, 1984; Rossi, 1999; Lafleur et al., 2006; Delgado, 2009; Pita González, 2009; Mailhe, 2016; Fernández,
2016; Fernández y Galfione, 2021.
3
Para esta publicación, véase el estudio de Pita González, 2009.
4
Si bien en Córdoba la Reforma Universitaria se presentaba como un movimiento modernizador y anticlerical,
en lugares como Buenos Aires o La Plata adquirió un sesgo antipositivista. Estas distintas modalidades que adoptó
el movimiento reformista son revisadas en Graciano, 2008. Escandalizado, el mismo Ingenieros le comentaba en
una carta a su corresponsal Eugenio D’Ors que “han invertido en Buenos Aires y La Plata el sentido inicial de la
reforma estudiantil de Córdoba. Invertido, exactamente” (Carta de José Ingenieros a Eugenio D’Ors, Buenos
Aires, 25 de agosto de 1921, Archivo Nacional de Catalunya, Fondo Eugenio D’Ors [255], UI 72, Carpeta I, citado
en Fuentes Codera, 2014, p. 276).
5
En septiembre de 1904, la Cámara de Diputados trató la Ley Nacional de Trabajo que había presentado el
ministro del Interior Joaquín V. González. Aunque no fue aprobada, nos interesa señalar que, para su elaboración,
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Recial Vol. XV. N° 25 (Enero- Junio 2024) ISSN 2718-658X. Cristina Beatriz Fernández, La construcción de
una figura ejemplar: Joaquín V. González en la Revista de Filosofía, pp. 51-63.
el ministro había convocado a figuras como José Ingenieros, Bialet Masse, Leopoldo Lugones, Manuel Ugarte,
Augusto Bunge y Enrique del Valle Iberlucea. Sobre la base del informe presentado a González, Ingenieros
escribió su libro La legislación del trabajo en la República Argentina, que publicó en Francia en 1906 (Tarcus y
Petra, 2011, p. 26).
6
Respecto de los matices del positivismo de González, sostiene Diego Pró que “No se trata en González de un
positivismo craso, como en el de muchos hombres de la generación del 80, que impidió a éstos interpretar la
metafísica y la religión. El anhelo metafísico y religioso es bien palpable en él” (1985, p. 464). Sobre las
discusiones educativas en la Revista de Filosofía, ver Fernández, 2012.
7
Incluso para el caso de los estudios literarios y humanísticos, González defendía un método de estudio sustentado
en el modelo científico: “los [estudios] literarios, artísticos o filosóficos … son … tan científicos como los otros,
pues que son operaciones de las mismas facultades mentales” (González, 1915, p. 28, destacado del autor).
Gustavo Bombini ha estudiado los proyectos curriculares en literatura en el período que va desde 1884 hasta la
mitad del siglo XX y, precisamente, contrapone la línea defendida por Calixto Oyuela y la que propugnaba Joaquín
V. González desde el Ministerio de Educación: “Si el primero representaba una línea historiográfica
enciclopedista, la segunda había apuntado a desarrollar una perspectiva didáctica de tendencia práctica sustentada
en los principios de ir de lo conocido a lo desconocido, en la inclusión de autores modernos y en la jerarquización
de las prácticas de lectura y escritura. De alguna manera, este proyecto incluía una perspectiva didáctica, se
preocupaba por problematizar la relación entre el alumno y el conocimiento y en esto consistía su originalidad”
(2004, p. 211). Siempre en opinión de Bombini, la reforma de programas de estudio de 1905, durante la gestión
ministerial de González, constituyó un paréntesis modernizador en relación con la secuencia de programas que la
antecedieron y la sucedieron (2004, pp. 53-54).
8
Una introducción ordenada y sintética al “orientalismo argentino” puede verse en Gasquet, 2008. También en
Bergel, 2015.
9
Delia Kamia, la hija de José Ingenieros, vincula el proyecto editorial de la RF con una asociación denominada
Academia Omnia. Dicha agrupación se habría formado cuando Ingenieros regresó de su segundo viaje a Europa,
y estaba conformada por personas inclinadas al estudio e interesadas por diversas disciplinas. Entre los miembros
de esa agrupación hay varios personajes cuyos nombres se repiten con frecuencia como autores de los artículos
de la RF: Félix Icasate Larios, Aníbal Ponce, Carlos Muzzio Sáenz Peña y Arturo Orzábal Quintana (Kamia, 1968,
p. 226). Cabe recordar, además, que Aníbal Ponce escribía con su nombre o con los seudónimos de Hugo Cáceres,
Luis Campos Aguirre, Lucas Godoy, Luis Larrea y Carlos Pirán (Rossi, 1999, p. 52, nota 83). Este uso de
seudónimos o heterónimos, según el caso, incrementaba la presencia de los miembros de la Academia Omnia en
la revista. Muzzio Sáenz Peña e Ingenieros eran, además, habitués de los “almorzáculos” que organizaban Roberto
Giusti y Alfredo Bianchi como parte de las actividades culturales propiciadas por la revista Nosotros. Por otra
parte, Ingenieros, Ponce y Muzzio Sáenz Peña eran miembros de la peña cultural conocida como Symposio de
Agathaura (Buenos Aires, en griego), y que había fundado en 1915 el periodista de origen español Francisco
Ortiga Anckermann, quien llegó a dirigir las revistas Papel y Tinta, El Hogar, Mundo Argentino y Atlántida
(Requeni, 1984, p. 67). Es notable que en una revista donde la literatura tiene un escaso lugar, los trabajos literarios
de Carlos Muzzio Sáenz Peña eran reseñados con frecuencia.
10
Aníbal Ponce se hizo cargo de la sección en 1923 y la organizó con un criterio más estable. Con anterioridad,
se ocupaba de completarla casi enteramente el mismo Ingenieros, y el contenido era bastante heterogéneo. Sobre
los avatares en la organización de esa sección de la revista, véase Fernández, 2016.
11
Las otras tres fotografías que aparecen en la Revista de Filosofía son la de Carlos Octavio Bunge (1918), la de
Ramón Turró (1919) y la de Luis María Drago (1921).
12
El 18 de marzo de 1918, González se retira de la Universidad de La Plata y es homenajeado públicamente en el
Teatro Argentino de esa ciudad. Retribuye el gesto ofreciendo a la revista Atenea su versión española de los Cien
poemas de Kabir, traducida de la versión en inglés de Rabindranath Tagore.
13
No ahondamos acerca de las notas necrológicas en la RF, porque hemos estudiado el asunto en Fernández,
2015.