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Recial Vol. XV. N° 25 (Enero- Junio 2024) ISSN 2718-658X. Sol Tiverovsky Scheines y Jorge Gómez Izquierdo,
Cuerpo saturado de sexualidad. La mujer en la práctica discursiva médica y novelística del México decimonónico,
pp. 8-23.
responsabilidades biológico-morales. Cuando las hijas mujeres se escapan de este modelo de
conducta, se culpabilizará no solo a la joven sino a su madre, por no inculcar suficientemente
los valores morales. En consecuencia, se trata de una campaña moral dirigida a la familia, a los
padres, pero fundamentalmente a la madre como responsable de la educación y el desarrollo
sano de los niños, y de inocular en ellos los valores morales.
Vemos, entonces, cómo los discursos prescriptivos se articulan con una práctica de la
sujeción femenina. Estas formas de saber permitirán el despliegue de tecnologías de poder
disciplinarias que se orientan a encauzar las conductas de las mujeres, con el argumento de que
no solo está en juego la salud individual sino la de toda la sociedad, a la que se pone en riesgo
con conductas desordenadas. De esta manera, se va constituyendo una subjetividad atada a
estos mecanismos de saber-poder.
Si el modelo de mujer al que se debía aspirar era el de la sumisión, la obediencia al marido
y el servicio a los hijos, la joven coqueta y egoísta, que solo pensaba en ella, no podía
considerarse más que como un vicio de la moral. Se hablará de mujeres exageradamente
consentidas, demasiado extrovertidas, y que se salen del paradigma de la buena mujer. Para
entender los comportamientos desviados, los autores los definieron como vicios de la moral,
resultados de una educación deficiente. Así, se esforzaron por mostrarlos en toda su crudeza,
con el objetivo de que dichas conductas fueran enmendadas. Un vicio, nos dice Pizarro Suarez,
es: “El hábito de ceder a los impulsos del cuerpo dirigidos al mal” (Pizarro Suárez, 1868, p.
73), y frente a esa inclinación peligrosa, la mujer debe oponerse con todas sus fuerzas desde el
momento en que logra detectarlo. La mujer coqueta fue uno de estos ejemplos en donde se
visualiza un vicio moral que debe ser erradicado de la sociedad porque pone en peligro su
desarrollo sano. El escritor Pedro Castera, marcando una distinción entre coquetería y
coquetismo, explicaba que: “La coquetería es una gracia en la mujer, que denuncia sus
aspiraciones artísticas y un arte que anhela el mayor embellecimiento de su hermosura. El
coquetismo es un defecto moral que indica un alma grosera" (Castera, 1882/2013, p. 241).
Semejante afirmación no aclara la diferencia entre una y otra, y da la impresión de que la
etiqueta depende del particular modo de percepción de cada hombre al momento de clasificar
a una mujer. El hombre podría decir, por ejemplo, que si le coquetea a él, es aceptable. En
cambio, si les coquetea a otros, es coquetismo y, por tanto, reprobable.
La coqueta, sin ser prostituta, es todo lo opuesto a lo que se espera de una mujer, es decir,
abnegación, servicio a los demás y buena disposición. Esta es vanidosa, egoísta, superficial y
no tiene interés en formalizar una relación porque se siente cómoda siendo halagada y admirada
por los hombres. El escritor Nicolás Pizarro, en su novela La coqueta (1861), argumenta que
la coquetería es aceptable si va encaminada a atraer a un hombre hacia ella con la finalidad de
establecerse en un matrimonio y procrear; pero si su modo de comportarse se sostiene en el
gusto de ser halagada por los hombres sin más objetivo que este, entonces: “la mujer coqueta
aparecerá como la flor seca que perdió todos sus colores, y en lugar de haber alimentado
gérmenes de vida y copiosa semilla, solo mostrará gusanos asquerosos, vicios secretos”
(1861/1982, p. 103). Su vida, en síntesis, se convertiría en un infierno.
La problematización de estas mujeres, que, en buena medida a causa del ocio, ocupaban su
tiempo en actividades que las perjudicaban tanto a ellas como a su entorno, fue el primer
elemento en el cual se apoyaron los médicos para delimitar la categoría de la mujer nerviosa
(Foucault, 2011, p. 115).