Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XV. N° 24 (Julio - Diciembre 2023) ISSN 2718-658X. Alfonsina Lopez, Entre la reforma y la
reinvención: la frontera, el ser nacional y el surgimiento de la identidad americana en Zama de Antonio Di
Benedetto, pp. 295-321.
https://doi.org/10.53971/2718.658x.v15.n24.43446
Entre la reforma y la reinvención: la frontera, el ser nacional y el
surgimiento de la identidad americana en Zama de Antonio Di Benedetto*
Alfonsina Lopez
Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina
alfonsina.lopez@mi.unc.edu.ar
ORCID: 0000-0003-0351-3242
Recibido 15/08/2023 Aceptado 23/10/2023
Resumen
En este artículo, abordaremos el planteamiento de la frontera en Zama de Antonio Di Benedetto
y la forma en que interactúa con los conceptos proyectivos de la nación argentina ideados por
la historiografía mitrista. A través de un análisis sociohistórico, veremos cómo la novela
dialoga con la construcción del sujeto argentino establecida a partir de la fundación del
Estado nacional, mediante semas dicotómicos y marginalizadores como el binomio
civilización/barbarie para fundamentar nuestra hipótesis de lectura: al contar la historia de
un protagonista imposibilitado de alcanzar el progreso y de interpretar el mundo fronterizo que
lo rodea, Zama desarticula el paradigma inspirado por el racionalismo occidental y exhibe, en
su lugar, una visión compleja del espacio americano en donde la perspectiva europeizante cede
el paso a matrices nativas de conocimiento. De este modo, estableceremos que la obra de Di
Benedetto revaloriza los saberes americanos, muestra una identidad argentina “transculturada”
por la otredad (desde la perspectiva de Ángel Rama) y se constituye como precedente para la
corriente de novelas históricas que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, buscó replantear
las bases restrictivas del “ser argentino” y proponer formas más plurales de comprender la
nación, sus espacios y sujetos.
Palabras clave: Zama; frontera; identidad argentina; sujeto nacional; transculturación
Between reformation and reinvention: the frontier, the national subject and the
emergence of Latin American identity in Zama, by Antonio Di Benedetto
Abstract
In this article, we will analyze the role of the frontier in Zama, by Antonio Di Benedetto, and
how it interacts with Bartolomé Mitre’s historiography and its projection of the Argentinian
nation. Through a socio-historical analysis, we will investigate how the novel interrogates the
Argentinian national subject a construction established with the foundation of the national
state, through restrictive and discriminatory concepts such as the dicotomy of
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civilization/barbarism to underpin our reading hypothesis: through the history of a
protagonist who can’t achieve progress or interpret the frontier world that surrounds him, Zama
dismantles Occidental rationalism and showcases a complex vision of the Latin American
frontier, in which the European paradigm is replaced by native knowledge. Our conclusion is
that Di Benedetto’s novel revalues Latin American knowledge, exhibits a “transculturated”
Argentinian Identity (using the concept of Angel Rama) and becomes a precedent for “new
historical novels”: an emergent wave of literature after the second half of the twentieth century,
that revisits the restrictive foundations of the “Argentinian subject” and proposes pluralist
methods to comprehend the Argentinian nation, its environments and inhabitants.
Keywords: Zama; frontier; Argentinian identity; national subject; transculturation
Desde su publicación en 1956, Zama de Antonio Di Benedetto ha sido objeto de diversos
abordajes en el marco de los estudios de la literatura argentina. A lo largo de las décadas, el
análisis de la obra se ha centrado en la situación de espera que define a su protagonista, el
retrato que la novela muestra de la condición criolla o de la vida colonial, las diferencias entre
la visión histórica planteada y los documentos de época o el temprano contacto de Di Benedetto
con las teorías existencialistas europeas que recorren los monólogos de Diego de Zama, así
como una parte importante de la producción novelística del autor.
1
Sin embargo, otros
elementos de Zama como el retrato que hace de la frontera virreinal, la desarticulación de
los paradigmas historiográficos que dieron lugar a la fundación del Estado argentino y la
exhibición de saberes americanos que exceden la matriz occidental-racional no se han
investigado con igual profundidad.
El objetivo de este trabajo es abordar este campo poco explorado en los estudios de la
novela, a través de una revisión de los métodos que utiliza Zama para desarmar la perspectiva
hegemónica-estatal creada por la historiografía decimonónica en Argentina. En nuestro
análisis, veremos cómo el texto revierte las fundaciones violentas y exclusionarias del Estado
nacional y propone matrices de conocimiento diversas para aprehender la realidad americana.
Así, a partir de un análisis contextual de la diégesis y de las rupturas que opera Di Benedetto
sobre el canon novelístico fundacional, formulamos una hipótesis de análisis: Zama desarticula
la construcción sarmientina-mitrista de la nación argentina como una entidad en ascenso que
emerge de la frontera y del choque entre los dos polos antagónicos de “civilización” y
“barbarie”— y propone, en su lugar, una visión desdicotomizada y compleja de percibir el
mundo fronterizo y los sujetos que lo habitan. De este modo, surge en la novela un sujeto
americano híbrido y una frontera porosa como formadora de identidades y saberes, que permite
cuestionar la construcción identitaria del ser argentino y revalorizar la permanencia de lo
preexistente tras siglos de dominación eurocéntrica.
El largo camino hacia la nación: reformismo borbónico, guerras guaraníticas y la
historización crítico-literaria del “ser argentino”
Para iniciar nuestro análisis, es necesario tener en cuenta una serie de procesos históricos
que conforman el contexto diegético de Zama. La narración inicia en 1790 y transcurre por tres
grandes momentos marcados por una separación de capítulos (1790, 1794 y 1799). Por lo tanto,
la novela se desarrolla en el período culminante de las reformas borbónicas, una serie de
transformaciones que, a lo largo del siglo XVIII, buscaron centralizar los poderes coloniales
alrededor de la corona española a partir de una “relación binaria y abstracta soberano/súbditos
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de neto corte ilustrado”, con el fin de generar la recaudación fiscal suficiente para pagar los
gastos militares de España. Estas delimitaciones en materia institucional alcanzarían también
al aspecto territorial: en el año 1750 las coronas de España y Portugal firmaron el Tratado de
Madrid, acción que desembocaría en un conflicto fundamental para comprender el siglo XVIII
en el Cono Sur como fue la guerra guaranítica (1752-1756) que enfrentó a tropas españolas y
portuguesas contra siete pueblos guaraníes de las reducciones jesuitas. El desencadenante del
levantamiento indígena fue la entrega a través del tratado de las propiedades guaraníes
ubicadas en el límite occidental del río Uruguay, en actual territorio paraguayo a Portugal a
cambio de la ciudad de Colonia del Sacramento, lo que implicaba una mudanza forzada para
los habitantes de dichos poblados. La desatención de la corona a la suerte de los guaraníes y la
reducción de las misiones a “objeto de intercambio” (Quarleri, 2007, p. 174) sentaría un
precedente que “anticipaba el paradigma de asimilación de la población indígena a la sociedad
colonial que surgiría claramente a fines del siglo XVIII” (Quarleri, 2008, p. 95), ya que se pasó
a concebir a las misiones como territorios en primer lugar y espacios habitados en segundo
término (Quarleri, 2007, p. 181).
En este sentido, el proceso ideológico que fue desplegado para reprimir a los guaraníes y
“vaciar” sus tierras precedería a otros procesos de desplazamiento emprendidos por los estados
nacionales tras la retirada del Imperio español. A partir del convenio con Portugal, la tierra
americana pasó a ser considerada como herramienta de cambio de un poder hegemónico que
prescindía fáctica y simbólicamente de los sujetos que la habitaban, en una operación similar a
la que, a fines del siglo XIX, ocuparía militarmente el “Desierto Verde” o “Desierto del Norte”
chaqueño (Lois, 1999, párr. 6) con el fin de forzar a los indígenas a desocupar tierras vistas
como patrimonio de la emergente nación. La filiación decimonónica de esta perspectiva
colonial se encuentra en Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento, un texto que
proclamó a la pampa como el locus de la división dicotómica entre civilización y barbarie, el
espacio de lo desconocido ... juzgado y definido por el pensamiento europeo ... como lo
bárbaro y primitivo que se debe civilizar (Piglia, 1980, p. 17). Es decir, se trataba de un medio
marcado por el atraso (Piglia, p. 17), vacío de una civilización identificada intrínsecamente con
Europa, que debía ser poblado física y semánticamente por europeos capaces de llevar adelante
el proyecto de nación y conducir al país hacia el ideal civilizador; una acción que implicaba
exterminar a todo aquello que se opusiera al progreso e imponer la represión para instaurar el
orden (Jitrik, 1970).
Estaa conexión entre Imperio y Estado se amplía si tenemos en cuenta la discusión que se
llevó adelante sobre los efectos positivos o negativos de las reformas borbónicas en el marco
de la historiografía posrevolucionaria: tras la segunda mitad del siglo XIX y a partir de los
trabajos de Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre, la historiografía del nuevo Estado nacional
definió a la liberalización de las reformas como un aliciente para la conciencia política criolla
y su afán de alcanzar el libre comercio (Jumar, 138-139), desde una perspectiva optimista
donde la nación surgía “dotada de un admirable vigor expansivo que le permitirá doblegar, en
su poderoso impulso hacia adelante, los obstáculos hallados en su camino” (Halperín Donghi,
1996, p. 58). A su vez, este optimismo se origina en la conceptualización del territorio: para
Mitre, Argentina nace de “llanuras cubiertas de malezas” (Halperín Donghi, p. 63), espacios
vacíos desprovistos de la “semicivilización orgánicamente débil” de los indígenas. Este
elemento territorial configura la llamada “excepcionalidad rioplatensede una nación “más
moderna y genéricamente europea” (Halperín Donghi, p. 63), que encarna en la figura de
Manuel Belgrano por su condición excepcional de funcionario criollo de la monarquía ilustrada
y militar revolucionario (Halperín Donghi, p. 65). Mitre intentaría llevar este ideal a la práctica
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como presidente de la nación y, también, como escritor de la novela histórica Soledad; una
obra que, según la caracterización de Sommer (2004), se enmarca dentro del movimiento de
creación de la “novela nacional” (p. 20) latinoamericana. Estas obras actuaron “como una
proyección anhelada de la consolidación y el crecimiento nacional” (Sommer, p. 20), al exhibir
una aventura privada (generalmente una historia de amor) que utilizaba al pasado como sitio
de legitimidad de la narrativa pública del futuro país. En muchos casos esto implicaba, a su
vez, plasmar un cierto sujeto y excluir a otros, definir a la “civilización” como oposición a la
“barbarie” mediante personajes idílicos y proyectar un futuro aspiracional para una nación que
lograría vencer todos los obstáculos desde los semas del “orden” y el “progreso”.
Sin embargo, a partir de la década de 1970, se produce “un quiebre que da paso a la nueva
novela histórica latinoamericana”, obras que buscaron “desmonta[r] las representaciones
identitarias que concebían la alteridad como ajenidad absoluta y propone[r] una nueva
configuración de la frontera y la identidad desde la diversidad cultural” (Bocco, 2018, p. 45).
Zama, de Antonio Di Benedetto, constituye uno de los antecedentes más importantes de este
paradigma
2
, al volver sobre las fundaciones historiográficas de la Argentina, retomar las
complejas relaciones con un otro que ya no puede colocarse solo en carácter antagónico y
revelar cómo los postulados segregadores del siglo XIX pueden desarmarse desde una postura
pluralista.
Zama y la eterna espera del ser (nacional) descentrado
Diego de Zama protagonista de la obra es un hombre blanco, corregidor convertido en
funcionario de la corona, portador de un saber letrado que lo convierte (según la estratificación
imperial) en un individuo de jerarquía, respetable y valioso. Pero también es un americano, el
único en la ciudad sin nombre que habita a orillas del río Paraguay. Su condición criolla es el
elemento que lo separa de los demás y lo hace, incluso, sospechoso de traición —“soy
americano, el único americano en la administración de esta provincia, aunque tenía probada mi
lealtad al monarca” (Di Benedetto, 1990, p. 30). En este sentido, su existencia se desarrolla
en la frontera: en una ciudad cercada por un ignoto territorio selvático, es a la vez un ser de
jerarquía y un subalterno moldeado por las contradicciones de la hegemonía colonial, que
aguarda el reconocimiento de una entidad imperial que nunca lo reivindicará en su puesto ni
atenderá sus reclamos.
Por lo tanto, Zama es el perfecto sujeto criollo de las reformas, tal como fue planteado por
la historiografía liberal: es un militar con conocimiento letrado que obtiene, a través de los
manejos de la corona, la conciencia de su condición de americano; una conciencia que tiene su
raíz en el aspecto económico y social el atraso reiterado de los pagos que le corresponden y
su relegación en la cadena de cargos y cuyo objetivo es llegar a un nivel de conexión no solo
con España sino, fundamentalmente, con Europa. Sin embargo, como veremos en nuestro
análisis, Zama reúne una serie de características que lo separan de la imagen del sujeto
fundacional heroico y exponen las contradicciones y límites de la identidad monolítica del ser
nacional.
En primer lugar, el protagonista no realiza ningún acto que pueda llevarlo a una ruptura o
un papel reivindicativo ante la autoridad imperial. Como indica Pollarolo (2019), “a diferencia
de los criollos que se asumieron como tales”, la novela coloca a Zama “como un criollo que
[busca] … ser aceptado como un español” (p. 256). Apenas 15 años antes de las revoluciones
americanas, Zama ocupa un papel completamente pasivo y con una manifiesta falta de
aspiraciones trascendentales. En lugar de alzarse contra el poder opresor, termina por aceptar
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su propio rebajamiento y “consuma bajezas impropias del rango con que sueña, felonías propias
de un sujeto anti-épico actitudes de un personaje psíquicamente escindido de las seguridades
de su mundo” (Pío del Corro, 1992, p. 42). El mismo protagonista menciona su estado como el
de un “confinamiento … sin ventajas ni escapatoria y enmascarado de brillo por la jerarquía de
mis funciones” (Di Benedetto, p. 79). En otras palabras, es lo contrario al sujeto afirmado y
con perspectiva de mismo que puebla el discurso estatal argentino. Si el ser modélico
occidental puede catalogar, explicar, fijar su territorio y alcanzar el progreso, la novela
construye en su lugar a un antihéroe resignado, estático, atravesado por un ambiente del que
no puede abstraerse e incapaz de realizar cualquier “acto de justicia”.
Parte de los problemas que inmovilizan a Zama se relacionan con el contexto de reformas
en el que vive: “las intendencias suplantaron el sistema de Corregimientos, desapareciendo por
tanto el cargo de Corregidor que había ejercido Diego Estos cambios produjeron el
desplazamiento de los criollos y su substitución por funcionarios peninsulares” (Filer, 2017,
p. 188). Las nunca mencionadas reformas lo desplazan jerárquicamente y lo dejan
paulatinamente al mismo nivel que los subalternos, tanto en el aspecto administrativo-público
como en el privado: a lo largo de la obra, el protagonista va perdiendo la capacidad de
alimentarse y de hospedarse por el atraso de sus sueldos, adquiere deudas con el posadero local
y se guía solo por la posibilidad de obtener alimento. En lugar de concretar el innato
movimiento ascendente” de la historiografía mitrista, Zama vive su experiencia vital en los
límites de la miseria, tensionado entre sus aspiraciones eurocéntricas y su aquí-y-ahora en una
tierra que lo arrastra a la agónica supervivencia del día a día. Es un personaje inactivo,
desencantado, escindido entre dos identidades (la militar y la letrada) que no logra hacer
coincidir:
¡El doctor don Diego de Zama! El enérgico, el ejecutivo, el pacificador de
indios, el que hizo justicia sin emplear la espada. Zama, el que dominó la
rebelión indígena sin gasto de sangre española, ganó honores del monarca y
respeto de los vencidos. No era ése el Zama de las funciones sin sorpresas ni
riesgos. Zama el corregidor desconocía con presunción al Zama asesor letrado,
mientras éste se esforzaba por mostrar, más que un parentesco, cierta absoluta
identidad que aducía. Mostrábale antiguo la asesoría, en rango segundo en toda
la extensión de la provincia, exactamente luego de la gobernación. Pero, al
hacerlo, Zama asesor sabía, sin que pudiera esconderlo, que en este país, más
que en otros del reino, los cargos no endiosan, ni se hace un roe sin
compromiso de la vida, aunque falte la justificación de una causa. Zama asesor
debía reconocerse un Zama condicionado y sin oportunidades Yo fui ese
corregidor: un hombre de Derecho, un juez, y esas luces, en realidad, sin ser las
de un héroe, no admitían ocultamiento ni desmentidos de su pureza y altura. Un
hombre sin miedo, con una vocación y un poder para terminar, al menos, con
los crímenes … Zama había sido y no podía modificar lo que fue. Podía creerse
que me determinaba un pasado exigente de mejor porvenir. (Di Benedetto, pp.
13-14)
Lo que se ha producido, en el imaginario del protagonista, es una degradación desde su
pasado de gloria hacia su presente de estancamiento y pasividad. Zama ha pasado de ser una
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representación del sujeto nacional idílico (un hombre “puro”, “de Derecho” y de “luces”) a una
sombra de lo que fue. Pero, a su vez, esta misma perspectiva gloriosa se pone en duda con una
admisión del mismo narrador, que afirma que ha obtenido sus medallas por coerción sobre
grupos sin posibilidad de defensa: “Zama el bravío quizá no tuvo tanto de aguerrido y temible:
un corregidor de espíritu justiciero puede seducir fácilmente la voluntad de esclavos estragados
por meses de represión más que violenta, cruel” (Di Benedetto, p. 14). Por tanto, existe un
destino que orienta a Zama hacia un porvenir de grandeza, pero este se construye sobre acciones
violentas, no está garantizado y se presenta como crecientemente improbable a lo largo de la
obra. Dentro del rango colonial, el protagonista ha seguido un movimiento descendente, su
futuro es incierto y no puede accionar sobre él. Es decir, la unidad triunfante del ser fundacional
se presenta como una entidad falsa, donde Zama no tiene forma de reconciliar la palabra con
su accionar sobre el mundo y donde la posibilidad misma del heroísmo se pone en duda.
Comprendemos a este punto como una reformulación (o refundación) del paradigma idílico-
proyectivo de la ficción histórica nacional. En lugar de constituir al pasado histórico como sitio
de legitimación de un plan futuro, la novela de Di Benedetto utiliza esta “historia privada” para
problematizar aspectos de la identidad argentina y la condición americana, de modo que “la
evocación del período histórico … y el drama del protagonista … anticip[en] una problemática
identitaria de proyección futura” (Filer, p. 187) y muestren una perspectiva inversa a la de las
proyecciones aspiracionales: la historia del fracaso, de la imposibilidad del ser latinoamericano
de vincularse exitosamente con su medio, imponer los ideales civilizados o concretar un
proyecto personal o colectivo. El futuro auspiciado para Zama no es el éxito y la unión feliz,
sino la espera angustiosa de una occidentalidad que nunca llegará; en el rol protagónico, en
lugar del representante europeizado del progreso, aparece un americano excluido y anulado, en
constante retracción y duda con respecto a los subalternos que lo rodean. Zama se sabe
merecedor de gloria, pero se ve imposibilitado de alcanzarla; se cree superior a los otros, pero
esta superioridad falla en materializarse; espera un futuro honroso y el reconocimiento de la
corona, pero a la vez perfila su destino como una gradual disminución de estatus que nunca se
detiene. En resumen, no existe para él un ascenso progresivo sino una lenta caída en la
percepción de “lo aceptable” para Occidente.
Como indica Filer, esta ausencia del telos ascendente del siglo XIX replantea a un sujeto
nacional que “vive, como criollo, una vida permanentemente provisoria, mirando siempre hacia
afuera, y comparándose con un mundo ajeno [co]n temor a reconocerse como parte
integrante del medio en que vive” (p. 191). El protagonista se mueve guiado por un programa
inalcanzable como es el proyecto fundacional argentino: el deseo de no nacer en suelo
americano y ser, en cambio, parte de una idealizada civilización europea” (Filer, p. 191). Esta
actitud le resulta inútil para comprenderse a mismo y emprender cualquier misión a futuro.
Aislado del mundo en que ha nacido, alejado tanto del “hombre de la historia” de Mitre como
del tipo modélico de la novela fundacional, el protagonista no puede llevar adelante ninguna
clase de fundación. Esta imposibilidad se plasma, por ejemplo, en su rol institucional en la
ciudad. Todas sus acciones como funcionario refuerzan la falta de sentido y el carácter
mecánico de una burocracia colonial que gira sobre sus ejes sin llegar a un objetivo concreto:
El gobernador me entregó un incomprensible caso. Nada más me solicitaba que
consulte y al pedido me atuve. No quise pensar en él, el gobernador, tenía o no
autoridad para sacar de la cárcel a un reo, convicto de asesinato Debía
atenderlo, no darme por enterado de cómo llegó a ni con qué alta
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recomendación y designios del recomendante. Era preciso que yo cuidase mi
estabilidad, mi puesto, justamente para poder desembarazarme de él, del puesto.
(Di Benedetto, p. 9)
En primer lugar, cabe resaltar en esta cita la centralización del poder, un rasgo que
relacionamos una vez más con las reformas borbónicas: Zama se acopla a un mecanismo
vertical donde las órdenes del gobernador (español) no pueden ser comprendidas sino
simplemente acatadas, sin importar si la ley lo avala o no. El absurdo de la situación se ve
reforzado, a su vez, por la condición de subalterno del narrador: en otra audiencia, los
solicitantes no notan que es Zama a quien deben acudir por respuestas (“el asesor letrado era
yo, es decir, la misma persona que tuvieron a tiro media hora, desperdiciada e irrecuperable”,
Di Benedetto, p. 40). Como americano, Zama no es visto como un individuo con un saber
valioso sino como un sujeto de obediencia; si las instituciones son inútiles como “organismos
civilizadores”, Zama también es inútil en su rol de sujeto ilustrado, ya que no puede lograr que
los españoles lo vean del lado “civilizado” del binomio. Atrapado en este paradigma, Zama
afirma que solo puede “ser yo por el futuro, mediante lo que pudiera ser en ese futuro … vivir
en función de esa imagen que me aguardaba adelante” (p. 15). Es decir, aguardar el
advenimiento de las circunstancias que lo convertirán en ese “Zama venidero” (Di Benedetto,
p. 15) consumado en el lado “correcto” de la frontera como ser occidental, reconocido en
Europa, desprovisto de sus cualidades americanas. La espera perpetua de este “Zama por
venir”, que solo puede llegar por acción externa, es lo que determina la agonía interna del
personaje:
Y yo ahí, sin unos labios para mis labios, en un país que infinidad de francesas
y de rusas, que infinidad de personas en el mundo jamás oyeron mentar … Yo,
en medio de toda tierra de un continente, que me resultaba invisible, aunque lo
sentía en torno, como un paraíso desolado y excesivamente inmenso para mis
piernas. Para nadie existía América, sino para mí; pero no existía sino en mis
necesidades, en mis deseos y en mis temores. (Di Benedetto, p. 38)
Para el protagonista, el territorio es un espacio omnipresente, pero a la vez inaferrable: puede
verlo y sentir su influencia, pero la niega; intenta expulsar de mismo la americanidad,
dominar el medio y su propio ser, pero la inmensidad de América lo anula, se convierte para él
en una promesa desolada, un Edén imposible de transformar a su modo. Para Zama, así como
para el sujeto que comienza a configurar su identidad en el espacio nacional de la
posindependencia, el medio en el que vive no termina de configurarse nunca como su hogar;
es una promesa de avance, una garantía de civilización y progreso que, sin embargo, se hunde
en la mera ilusión y el afán inalcanzable.
A continuación de la cita mencionada, Zama afirma “estaba espiritualizado” (Di Benedetto,
p. 38): interpretamos que el personaje se encuentra al menos en la primera parte de la
novela imbuido del fallido espíritu civilizador, el deseo de trascendencia, el afán de elevarse
por sobre la tierra americana. Ideas centrales como la prosperidad y el progreso forman parte
del anhelo inalcanzable de Zama por someter a su mundo: “prosperidad significaba algo más
allá de lo discretamente razonable: equivalía a lo buscado por ambición Debía tener un
futuro más próximo, asible, inmediato, algo que se sometiera a pronto e incesantemente”
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(Di Benedetto, p. 106). Sin embargo, las dudas se le presentan constantemente: “era como si
yo, yo mismo, pudiera generar el fracaso … disponía como de una resignación previa, porque
percibía que, en el fondo, todo es factible, pero agotable” (Di Benedetto, p. 122). Es decir, el
narrador se encuentra atenazado por la idea de que él mismo potencia la imposibilidad de este
destino triunfal. La “poderosa negación” (Di Benedetto, p. 122) que atraviesa a Zama es la
constancia de su identidad americana, el cuerpo que lo ata a la tierra en la que nació y que niega
sus deseos occidentalizantes: “necesitaba, rigurosamente, vivir tomado de las posibilidades,
porque las cosas demasiadas cosas se desprendían de mí. Yo iba quedando desnudo. Son
terribles los azotes en las carnes desnudas” (Di Benedetto, p. 133). Como indica Del Vecchio
(2021), en la interioridad de Zama se refleja el vacío del espacio americano, la falta de
significados del lado de la frontera que debe ocupar, abandonado en una “tierra sin pasado” (p.
6) o, mejor dicho, una tierra a la que su pasado le es negado; una inmensa extensión vacía (Del
Vecchio, p. 6) o vaciada donde es imposible fundar algo. Debido al desmoronamiento de “la
imagen idealizada que don Diego ha construido de mismo” (Del Vecchio, p. 3) el
protagonista se siente abandonado. Sin sus ilusiones europeas, queda al mismo nivel que la
visión estereotípica de los indígenas antes de la llegada de los españoles: desnudo, desprovisto
de la razón objetiva, a merced del espacio en que ha nacido, igualado con él e imposibilitado
de superarlo.
En este sentido, si la fundación simbólica del Estado argentino buscó generar una “historia
‘oficial’ constituida por líderes nacionales” a partir de una perspectiva idealizada del progreso
histórico y su curso “natural” (Régia y Rodrigues, 2020, pp. 52-53. Traducción propia), la
novela presenta la realidad colonial e histórica como un “vacío continuo” (Régia y Rodrigues,
p. 54). Zama no tiene una identidad que sintetice el plan mayor de una nación: es un individuo
fronterizo e indefinible, un “sujeto conflictivo envuelto en un pensamiento liminar que
trasciende el lugar impuesto y naturalizado por la hegemonía dominante” (Régia y Rodrigues,
p. 56) y que busca simplemente “espera[r] transitando en el entre-lugar, para su
sobrevivencia” (Régia y Rodrigues, p. 58). Este entre-lugar, al contrario de lo que plantea la
perspectiva colonial, no es un espacio vacío que aguarda a ser llenado por la civilización sino
un sitio repleto de significados sobrecogedores, presencias inexplicables, alegorías que llevan
siempre al “más allá” de la razón. El ojo occidental que es, pretendidamente, el de Zama
solo puede ver una “tierra desnuda pesadillesca, pero la visión del ojo americano (como
veremos a continuación) contamina la perspectiva del narrador con su presencia y lo lleva
progresivamente hacia el otro lado de la aparente frontera.
Saber contra-occidental, saber lunar: la emergencia del conocimiento americano
Una noche, Zama regresa a la casa en la que se hospeda. Al entrar por los fondos,
experimenta la sensación inexplicable de que ha interrumpido algo que estaba allí, que su paso
ha desestructurado el mundo que lo rodea: “creo que mi presencia, inesperada en ese lugar y
tan tarde, desbarajustó algo. Calculo que alguien pudo fugarse o esconderse demasiado bien
antes de que yo entrara” (Di Benedetto, p. 16). Esta idea persigue al protagonista durante toda
la obra: la impresión de que sobra en un espacio que se rige por leyes inaprensibles y que él
mismo (letrado y criollo, inmerso en una matriz perceptiva occidental) no puede comprender
los manejos espectrales de una frontera que rehúye toda explicación. El territorio desborda sus
categorías y desestabiliza incluso la noción de lo verosímil o racional, lo que causa que Zama
habite en el límite de dos vectores de conocimiento: uno, occidental, que se demuestra como
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Benedetto, pp. 295-321.
insuficiente para explicar el mundo, y otro alternativo, americano, que de a poco va mixturando
su percepción del mundo.
Como ya adelantamos, Zama vive en una ciudad que (aunque se pretenda como locus
civilizado) es en misma una frontera: el espacio urbano manifiesta las costumbres y modos
organizativos de la clase española, pero, también, se encuentra completamente atravesado por
la presencia de la otredad de los indígenas, esclavos, mulatos y mestizos que parecen superar
en gran número a la población blanca. La cualidad definitoria de estos subalternos es que son
evanescentes: en su mayoría no tienen nombres, son referidos exclusivamente por su
categorización de casta (“la mulatilla”, “dos hembras de color y un mulato fiel”, entre otros) y
sus diálogos suelen ser limitados y dispersos en comparación con las largas conversaciones de
los españoles de la jurisdicción. Sin embargo, cada una de estas breves intervenciones revela
elementos de un fondo experiencial al que Zama no tiene acceso:
Tora, ¿quién es esa señora que se sienta todas las tardes junto a la ventana?
Siempre lo ha hecho.
No te pregunto desde cuándo lo hace sino quién es.
Siempre se asoma. Desde que nací.
¿Y tú tienes recuerdos desde que naciste?
Desde antes, su merced.
¿Te burlas de mí, Tora?
¿Cómo podría, su merced?
Se desnudó el brazo hasta más arriba del codo. Me mostró un antiguo y
cicatrizado hundimiento de la carne.
Tengo otros en el cuerpo. Nací con ellos. Un blanco, enojado, quiso matar a
mi madre con una cadena. Yo estaba adentro de mi madre; no había nacido.
¿Y lo recuerdas?
Sí, su merced. (Di Benedetto, pp. 166-167)
Lo que aparece en esta cita es un saber subalterno que precede las categorías del
conocimiento y de la gica (como la edad establecida para el inicio de los recuerdos); un saber
que, en su aparición esporádica, revela los mecanismos de defensa del subalterno en la frontera
urbana. Ante la autoridad hegemónica, estos seres desaparecen, guardan esos conocimientos
internos que portan “desde antes de nacer” como portaban (según la perspectiva
“civilizadora”) las marcas del barbarismo— y los revelan solo ocasionalmente, lo que permite
que estos contaminen la visión dominante desde lo innombrado e innombrable. Este
condicionamiento que los marginados ejercen sobre la perspectiva oficial (Bracamonte, 2017)
se expresa en Zama que, como criollo, ocupa un sitio fronterizo entre ambos polos de la
dominación colonial. Por ejemplo, cuando Zama huye de una sombra que lo persigue en la
selva, la mirada racional y clasificadora (propia del paradigma occidental) cede el paso a las
suposiciones imprecisas que brinda el mundo americano que lo rodea:
Hombre no podía ser, porque los hombres no cuidan el baño de las mujeres;
india o mulata, por la rapidez con que andaba fuera del sendero, donde hay
maleza y los troncos se ponen delante. Ella casi me daba alcance y este afán me
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advirtió que buscaba ver mi rostro, conocerme, que tal debía ser el mandato de
su ama y, entonces, resultaba que ella era blanca. (Di Benedetto, pp. 6-7)
Más allá de la perspectiva que Zama deja traslucir sobre los subalternos las indias y
mulatas son más rápidas en el medio selvático y “efectivas” en la persecución ante los hombres
blancos como el narrador, prima aquí un cambio en el modo perceptivo de aferrar el mundo.
Como indica Conlon (2017),
el fuerte énfasis en la vista como herramienta para el reconocimiento provee una
plataforma para escenificar el desenlace que plantea la novela sobre la
interrogación de lo visual, o, más precisamente, sobre el estatus privilegiado de
la vista, entendida desde la Ilustración como la facultad por excelencia para
recolectar conocimiento. (p. 12. Traducción propia)
Zama no puede guiarse por una vista que falla y que es superada por modos alternativos de
percepción” (Conlon, p. 12. Traducción propia); en su lugar, utiliza otros sentidos como el oído
que, en lugar de otorgarle una confirmación objetiva de lo real, lo dejan inmerso en
suposiciones y en ideas imprecisas, reflejadas en el verbo “resultaba”.
Con esta oscilación perspectiva, Zama se presenta como un individuo alienado por una
perspectiva hegemónica insuficiente. El narrador no logra aplicar su saber letrado a un terreno
que sale por completo de esas definiciones y que rompe “el equilibrio de la ‘certeza’ propio de
la filosofía tradicional … los límites de distinción entre sujeto y objeto, entendido … como un
complejo cognoscible de naturaleza e historia” (Pío del Corro, p. 14). Como indica Reales
(2017), la intención de este cambio en la obra no es “reproducir lo visible [sino] hacer visible
modos de ver la realidad … [que] no responde a lo reductible de la unidad, a la homogeneidad
y a los esfuerzos por borrar lo heteróclito” (p. 82). En otras palabras, al retratar los distintos
matices que subyacen al concepto preestablecido de “lo real”, se exhiben las distintas
percepciones de la frontera y se muestra la imposibilidad del conocimiento hegemónico para
asignarle un sentido, un telos o una causalidad a ese medio americano inclasificable.
Este factor se revela en las interacciones con Zama con un territorio que, más que un objeto
a ser analizado, es un “espacio mayor cuyas fuerzas extrañas determinan al sujeto” (Del
Vecchio, p. 9), una instancia viva que trasciende las estructuras de la realidad y la ficción y se
iguala con la interioridad del sujeto:
el patio me llamaba … No me importaba lo que leía. No lo entendía … ¡Es que
el patio llamaba! Y yo sabía que no estaba tras la puerta, sino en mí, y que
cobraría vigencia real sólo cuando yo estuviese en él. (Di Benedetto, p. 169)
Podríamos decir, en este sentido, que el protagonista se ve interpelado por un medio que no
solo es una fuerza natural sino, también, una potencia espiritual e inexplicable. Por ejemplo, la
luna a la que refiere en mayúscula aparece repetidamente como un astro mítico que actúa
en el destino del protagonista y que es encarnado en la figura femenina (de modo similar a la
simbología de muchos mitos de creación): “me encontré con la Luna, que era una mujer gorda
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y desnuda, sentada en el horizonte” (Di Benedetto, p. 189); “el planeamiento del futuro que me
hice asistido por la Luna” (Di Benedetto, p. 23). Las potencias del mundo influyen a Zama,
pero este no puede influir a un mundo que se muestra ajeno a él, inmerso en sus propios ciclos,
indiferente a sus necesidades: “la Luna se regocijaba de mostrar todas sus luces, ajena a mi
conveniencia” (Di Benedetto, p. 86). La única opción que tiene el protagonista es abandonar
su perspectiva del futuro, aceptar que “el pasado y el porvenir, lo que está delante, detrás en su
relato, se deposita en la superficie lisa del presente” (Santos, 2007, p. 162), que no puede
configurar ningún tipo de futuro proyectivo y que solo le queda dejarse absorber por ese medio
para el que es “uno más”, perderse en esa inmensidad natural que ejerce su efecto sobre él, pero
que nunca podrá abarcar ni controlar en turno.
El mundo, entonces, se presenta ante Zama como espacio de juego de un conocimiento
irracional e indecible, superior a las palabras que pueden proferir los habitantes (europeos) de
la colonia: “[yo estaba] como predispuesto a un canto revelador que viniera del bosque lo
recibía como si tuviera doble fondo y, en él, la explicación, todas las explicaciones” (Di
Benedetto, p. 192). La percepción del narrador, de este modo, está siendo absorbida dentro de
un vector distinto de conocimiento que ya no pasa por la reverencia monolítica a la razón
objetiva y la lógica; sobre lo racional-dominante se impone la característica ominosa del
ambiente que acerca a los seres “civilizados” a los otros, los hace confluir en un mismo sitio y
desarma las dicotomías fundacionales e incluso la unicidad de las identidades de los sujetos.
En este sentido, se hace presente una constante mezcla entre los “yoes” que pueblan la ciudad
y su extensa periferia suburbana y selvática, tanto en el lenguaje como en la nacionalidad: “una
esclava de color, al parecer africana, pero de un lenguaje que era una mixtura de portugués y
español y ocasionalmente, en la búsqueda de un medio de expresión, se apoyaba en el guaraní
me sentí como acogido en un país distinto” (Di Benedetto, p. 143). Incluso la percepción
étnica como categorización de individuos se desvanece: “cuerpos, morenos y dorado-
oscuros … otro que no supe si era blanco o mulato” (Di Benedetto, p. 6). Así, al protagonista
le resulta cada vez más difícil establecer quiénes son los “dominadores” y los “dominados” y
tanto el destino como la identidad se desdibujan en lo azaroso. Incluso, a partir de la segunda
parte de la obra, el cambio en la percepción del narrador alcanza un punto en que se
desestabiliza la misma noción de “realidad” como separada de “fantasía”, a través de un
ambiente onírico e irreal:
Tuve la sensación de estar discutiendo con esa fantasía peligrosa que ella había
mentado. Esa sugestión, con ser muy fuerte, no alcanzó a espantarme y conseguí
hacer un esfuerzo de discernimiento a fin de colocar sus palabras dentro de lo
normal y lo posible Sin embargo, rechacé la tentación de discutir la verdadera
naturaleza de esa figura lozana de las apariciones vespertinas. Todo era
demasiado ambiguo, pero no me parecía que la ambigüedad estuviera en ella,
sino que emanara de mismo y que esa figura femenina, a mi lado, no fuese
verdadera, sino una proyección de mi atribulada conciencia No podía saber
si había mujer, no podía saber si dialogaba con ella. Yo no sabía, no conseguía
saber si todo eso estaba sucediendo o no. Y en medio de este desorden y esta
incertidumbre, me pareció que ella se volcaba en un intento desesperado de
borrar lo dicho, de anular el caos que había establecido con el razonamiento.
(Di Benedetto, pp. 193-195)
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La ambigüedad, como indica este pasaje, proviene del mismo Zama: es una proyección de
su estado fronterizo, de su imposibilidad de colocarse definitivamente en el espacio de la lógica
occidental y consciente. Zama no tiene real conocimiento del mundo y es el intento mismo de
racionalizar el medio lo que aporta el caos. Su realidad ya no puede explicarse solo con el
vector europeo; su percepción, por tanto, ha sido transculturada
3
por la presencia de una otredad
que pugna por romper las fronteras y diluye lo “real” en lo extraño. Este desvanecimiento del
panorama modélico del sujeto americano (racional, centrado, progresista, dominante) lleva a
que las jerarquías coloniales cedan su primacía y las distinciones que separan a los sujetos se
desvanezcan:
Yo era un tenaz fumador. Una noche, con espanto, observé que me había
nacido un ala de murciélago…
Se interrumpió Había advertido que las palabras no respondían
enteramente a su pensamiento y procuraba, mediante un repaso mental, una
justa coordinación. Muy luego, recomenzó y compuso su discurso:
Yo era un tenaz fumador. Una noche quedé dormido con un tabaco en la
boca. Desperté con miedo de despertar. Parece que lo sabía: me había nacido un
ala de murciélago. Con repugnancia, en la oscuridad busqué mi cuchillo mayor.
Me la corté. Caída, a la luz del día, era una mujer morena y yo decía que la
amaba. Me llevaron a prisión. (Di Benedetto, pp. 10-11)
Este fragmento expone la continuidad existente entre el yo (hombre, aparentemente blanco),
la mujer (morena) y el animal (murciélago). El medio americano impone, así, una continuidad
sin distinciones étnicas entre las personas que habitan el territorio e incluso las iguala con seres
de otras especies; la exclusividad humana y racial desaparece y todos los seres se ubican en un
mismo nivel de “barbarie” irracional. El mismo Zama, en un momento de revelación onírica,
se ve como un individuo más allá de las fronteras de lo humano y lo objetivo:
Yo era un animal enfurecido, rabioso. Ignoro qué animal, sólo sé que de cuatro
patas y muy forzudo. Necesitaba escapar y todo el obstáculo era una roca. La
embestía y en cada embestida me partía más una herida en medio de la cara …
Era, después, un hombre, aunque siempre con la necesidad de superar cierta
limitación. Nada tenía ya por delante, sino una extensión lisa donde estaban
abolidas las necesidades. Sólo debía avanzar y avanzar. Pero tenía miedo del
final, porque, presumiblemente, no había final. Me convenía, pues, salir de
mismo. (Di Benedetto, p. 74)
Otra vez se hacen presentes las dos mitades escindidas del narrador: por una parte, el
“animal”, el bárbaro americano guiado por sus deseos internos que desea escapar de su
condición y solo se fractura y escinde; y, por otra parte, el hombre progresista que desea ir más
allá de mismo, occidentalizarse, afirmarse en el espacio vacío donde el triunfo es posible.
Sin embargo, ante esta empresa, siente temor por la perspectiva de que el camino de ascenso
sea interminable y no lleve a ninguna parte, que no haya una Europa como recompensa al final
del camino. Para Zama, la tierra lisa no tiene término, “no hay posibilidad de que la mirada
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abarque ese horizonte siempre diferido” (Monteleone, 2017, p. 218); entonces, la única
solución para el protagonista es “salirse de sí”, hundirse en sus deseos corporales o en sus
cavilaciones mentales.
Por lo tanto, en la “confrontación de dos tiempos o, mejor dicho, de dos maneras de
organizar la historia … el progreso moderno... [y] un presente que todo lo domina” (Urralburu,
2020, pp. 114-115) este último se impone y termina invadiendo el pensamiento de un
protagonista que, a su vez, “deja de esperar, de ser para el futuro, para pasar a ‘estar ahí’”
(p. 117), abandona la “‘enferma’ necesidad de un sentido, de una progresión y de una sola
verdad” (Urralburu, p. 118). En otras palabras, Zama ha adquirido un saber resumido en la
supervivencia y en lo contingente en lugar de lo definitivo, inalterable o edificante que encarna
el proyecto fundacional; posee ahora el conocimiento que brota de “la diversidad, la
experiencia de la alteridad, el saberse extranjero, el vivir y sufrir en y desde el destierro [que]
son las prácticas, las experiencias y los saberes que circulan en la frontera” (Bocco, 2013a, p.
3). En el lugar de la frontera sarmientina-mitrista del siglo XIX surge una conceptualización
nueva, “una zona porosa de permanente semiotización y traducción de códigos y prácticas
diversas” (Bocco, 2013a, p. 5) donde la visión más adecuada para asignar sentido al medio son
los conocimientos de quienes encuentran su supervivencia en el día a día, “esa muchedumbre,
ese gentío despojado pero dueño de la cultura y de la identidad regional” (Bocco, 2013a, p. 5).
La síntesis emergente de este contacto es un ser híbrido, un criollo “barbarizado” que, en lugar
de controlar el territorio, ha sido asimilado por la frontera, en un movimiento que alcanza tanto
a los sujetos como al sitio en el que viven e incluso a la ciencia europea matriz de
conocimiento fundamental para justificar, durante el siglo XIX, la “inferioridad” indígena y el
despojamiento de sus territorios:
Los «médicos» venían del campo, pero sólo en día de fiesta religiosa. Una
gûaigüí, una vieja, había, sin embargo, con residencia fija y consulta
permanente Tanto los americanos como los españoles, y estos de las clases
más distinguidas, para remedio de sus achaques preferían, antes que al cirujano,
al cura experto, al curandero. (Di Benedetto, p. 44)
Como podemos ver aquí, las nociones medulares del orden europeo se ven desplazadas y en
su lugar priman los conocimientos ancestrales, el saber popular y la diversidad de modos de
vida por sobre la hegemonía letrada y científica. De este modo, se inicia “una relación a través
de la tierra entre pueblos originarios y habitantes no originarios” (Fernando Font, 2021, p. 119),
donde el espacio americano devora las costumbres occidentales, la tierra a las construcciones,
las costumbres locales a las implantadas. Es decir, la fundación existente se disuelve en la no-
fundación preexistente y en la permanencia de lo que “ya estaba” al momento de la llegada de
los europeos. En lugar del progreso, a Zama solo le queda el contacto diario con lo natural, el
aspecto material y carnal, la inevitabilidad del intercambio con su “otro yo” americano; desde
la falta de razón surge el Zama verdadero que, con la expedición a la selva (en la última sección
del libro), concreta el doloroso surgimiento de su nueva identidad en América.
“Año 1799”: la llegada del “Zama venidero” y la inmersión en la otredad mítica
“Año 1799”, tercera y última parte de Zama, constituye un punto de quiebre en la
escenificación de la obra: en esta sección, el protagonista pasa de habitar en un territorio
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periurbano que posee (aunque de forma remanente e inefectiva) características de la
“civilización” instituciones burocráticas y jurídicas con una relativa organización interna,
autoridades policiales, ciertas jerarquías al espacio selvático de las naciones indígenas. Al
abandonar la urbe, el protagonista penetra en un territorio de dominio absoluto de la
subalternidad, donde ninguno de sus marcos de referencia tiene validez. La frontera, de este
modo, ya no se configura como un elemento latente, sino como un espacio de inmersión donde
los visos civilizadores quedan sin efecto. Allí, Zama debe enfrentarse físicamente (ya no solo
psíquica o simbólicamente) con su ser americano, verse en los ojos de los otros que se hacen
presentes en primer plano junto con sus culturas, saberes y cosmovisiones.
Esta movilización hacia la selva es descrita por autores como Del Vecchio, Pollarolo o
Claesson (2008) como la parte final de un proceso de degradación del personaje. Sin
embargo, como hemos visto, las características bárbaras” acompañan a Zama desde las
primeras páginas y este se encuentra constantemente sometido a sus instintos de supervivencia.
No se trata, por tanto, de un personaje que se degrada, sino de un individuo que desde un inicio
está condicionado por el rebajamiento de la corona española y por los impulsos de un “cerco
inductor … [que] en determinado momento me volcaba en actos no deseados” (Di Benedetto,
p. 79). Además, la misma idea de una degradación implicaría la existencia de un plano moral
superior en la obra desde el cual el protagonista desciende; un paradigma que nunca se hace
presente en la perspectiva de Zama que (admitidamente) llegó a su estatus de gloria mediante
la represión de grupos hambrientos e inermes. Por lo tanto, no vemos a esta última parte como
un “descenso a la barbarie” lo que actuaría como una confirmación inversa del ideario
sarmientino-mitrista sino como una integración mediante la aceptación consciente de la
identidad americana.
Esta nueva identidad “venidera” o emergente aparece personificada en la figura de Vicuña
Porto, el bandido al que la expedición de Zama se propone capturar. Este personaje se hace
presente como una fuerza natural (“era como el río, pues con las lluvias crecía”, Di Benedetto,
p. 199); es individuo, pero también multitud (“era un hombre numeroso y la ciudad le temía”,
Di Benedetto, p. 199); humano, pero también animal y criatura evanescente: “nadie podía decir
si estaba o no en la ciudad se puso en pie una columna de guerra … para alcanzarlo en su
guarida” (Di Benedetto, p. 199). Y, sobre todo, es un hombre civilizado”, blanco o como
mínimo mestizo, un subordinado de Zama en sus tiempos militares que ha traspasado la
frontera de la otredad: había atendido a mi servicio, en la época del corregimiento. Desleal,
alzó indios, promovió rapiña y nunca se dejó apresar, hasta extinguirse el ruido de sus correrías,
por otros rumbos que tomó y pacificaron las tierras a mi cuidado” (Di Benedetto, p. 200).
Vicuña Porto rompe con la idea de separación entre yo y otro o civilización y barbarie; por lo
tanto, es un ser híbrido, ambiguo, mixto, “[que] funciona como un puente, donde ingresa la
seducción por la barbarie a alterar la dicotomía sarmientina y convertirla en dialéctica [en
él] conviven y dialogan conflictivamente ambas herencias: española y ancestral” (Fernando
Font, p. 117). Este personaje ha logrado la armonía identitaria que Zama rechaza, ha llegado a
la aceptación frente a la refracción del protagonista: es el espejo invertido de su identidad. Y
Zama, como único americano en la región, es el único que conoce su nombre y su cara (Di
Benedetto, p. 200); en otras palabras, es el único que puede reconocerse en la encrucijada
identitaria de ese otro.
En esta línea, interpretamos a Vicuña Porto como la imagen entrevista del futuro del
protagonista: es un antiguo militar que se dejó asimilar por la tierra en la que vive; es la
exposición del fraude de Zama lo que pacificó los territorios no fueron las acciones heroicas
del narrador, sino la retirada de la barbarie americana y la muestra del fracaso de la misión
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civilizadora en América. Dado que el objetivo de Zama es obtener la gloria y el reconocimiento
postergados a través de una hazaña militar, interpretamos a la expedición como un último
intento del protagonista de resguardar su perspectiva occidental del mundo, de pacificar las
tierras y su propia contaminación, de instaurar definitivamente una frontera entre yo y otro,
subjetividad y objetividad, civilización y barbarie. En este sentido, la expedición imita el
movimiento de conquista ya realizado por los españoles dos siglos antes y replica
anticipadamente a la “Segunda Conquista” que se desarrollará un siglo después por parte del
Estado argentino (Navarro Floria y Roulet, p. 154): la avanzada sobre las tierras indígenas
implica otorgarles un valor como espacio de disputa, definirlas como sitio que “debe ser
vaciado” de sus presencias hostiles y mantenido bajo el esquema jerárquico-civilizatorio
impuesto por la perspectiva occidental.
Sin embargo, los personajes insertan esta misión en un ambiente que, desde el principio, se
niega a entregarse al afán dominador. No solo los indígenas rebeldes son hostiles, sino también
los mismos elementos naturales se les vuelven en contra: “el bosque parecía liviano, acogedor
y fresco, pero quedaba allí, al costado, al margen de nosotros o nosotros al margen de él” (Di
Benedetto, p. 202). El ambiente americano los ignora, margina sus intenciones, se vuelve sobre
sí mismo y les impide el conocimiento y, por tanto, el poder sobre él. En palabras de Fernando
Font, “poco a poco el bosque los va dominando, es una naturaleza otra, que no conocen como
lo hacen los indígenas que la habitan” (pp. 116-117); es decir, se trata de una tierra que no
puede ser concebida como “vacía” ni como espacio de proyección de significaciones del sujeto
occidental.
En este punto, se hace fundamental la presencia y los saberes de los nativos, que son
referidos por su pertenencia a naciones en lugar del simple apelativo de “indios”; se enumera,
en este sentido, una diversidad de pueblos que poseen sus propios vínculos entre y con los
europeos. Sus aspectos culturales son mencionados en detalle por la narración de Zama, que
entra en contacto con ellos en igualdad de condiciones: “eran indios guanaes y de consiguiente
pacíficos. Usaban la lanza a fin de cazar venados y avestruces y defenderse de las fieras
Iban a sumarse a la población mbaya con el objeto de disponer de caballos” (Di Benedetto, p.
214); “los mbayas tenían una fiesta, más hacia el lado del sol, o se apostaban en algún sitio
escondido, aguardándonos o temiendo una represalia de los indios caaguaes, sus enemigos”
(Di Benedetto, p. 215). Es decir, los indígenas dejan de ser sujetos diluidos en la multitud sin
nombre de la subalternidad, aparecen como integrantes de sociedades establecidas y, en ciertos
casos poseen nombres y parlamentos significativos. En este sentido, la novela “inaugura
una forma de disputa de sentido con respecto a otras obras que intentaron representar la cultura
de los pueblos originarios de una forma determinista durante el siglo XIX y Centenario”
(Fernando Font, p. 120). Al mostrar a los grupos indígenas como entidades complejas y
poseedoras de un conocimiento único del medio, se revaloriza su cultura y se expone la
diferencia esencial que tienen con la comitiva de Zama: los indígenas, a diferencia de los
españoles, poseen una conexión plena con la otredad natural (“la noche, puesta a favor de los
indígenas, se descargó en pocos momentos”, Di Benedetto, p. 216). Como indica Orué Pozzo
(2018), esto demuestra la distinción guaraní “entre el nosotros (‘ore’) excluyente, y el nosotros
(‘ñande’) incluyente” (p. 32); el territorio americano y sus sujetos se plantean ante los soldados
como unidad y los excluidos son (al revés que en la ciudad) los españoles, el orden colonial y
la occidentalidad en su conjunto.
Este es un factor que interpela profundamente al protagonista. Si bien en un principio Zama
intenta mantener la separación entre la “barbarie” y su saber civilizado, las fracturas en esta
construcción se advierten rápidamente:
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Era tiempo de siembra de no qué. Los indios abrían sólo la flor del terreno,
con blancos huesos de vaca o de caballo, porque no disponían de instrumento
más adelantado, ni creo que lo conociesen. Otros, atrás, sembraban y unos
terceros, que les seguían por los casi imperceptibles surcos, iban cubriendo la
simiente, asimismo sirviéndose de precarias herramientas. Pero antes de que
llegaran estos últimos, se abalanzaban sobre la tierra los pájaros, en disputa con
los hombres, y les robaban las semillas. De cada cinco quedaban tres. Yo veía
esas tres comidas por los insectos y los gusanos, que vendrían luego de que
pasaran los chacareros y las aves voraces. Le pregunté por el rendimiento de las
cosechas su pan a uno de los indios que arreábamos. No me entendió. No
era necesaria la respuesta. Años atrás me la había dado Ventura Prieto, aunque
nunca me habló de eso. (Di Benedetto, pp. 204-205)
La ambivalencia del ser de Zama queda revelada una vez más: por un lado, el narrador indica
que desconoce las formas de sustento de los otros, brinda una perspectiva occidental sobre el
“primitivismo” de los indígenas, se coloca en un escalón superior de conocimiento e incluso
compara a los nativos con ganado (“los indios que arreábamos”). Sin embargo, en la misma
secuencia, afirma compartir el saber con esos mismos otros a los que desprecia: Ventura Prieto
fue quien, al inicio de la obra, afirmó frente a Zama la existencia de peces
que las aguas no quieren tan apegados al elemento que los repele [que]
tienen que emplear casi íntegramente sus energías en la conquista de la
permanencia sucumben cuando su empeño les exige demasiado y no
pueden procurarse alimento. (Di Benedetto, pp. 4-5)
La metáfora animal, usada para explicar la condición ambivalente del protagonista, se vuelve
aquí hacia los indígenas y coloca a Zama en su mismo nivel. Ambos son americanos, ambos
están aferrados a una tierra que busca expulsarlos y apenas si poseen el suficiente sustento para
sobrevivir. Este párrafo delata el interés de Zama por acercarse a ese otro al que (en teoría)
supercede, de unirse con él en la causa común de la supervivencia. Y, a su vez, este saber
ulterior del subalterno se relaciona con lo que Caponi (2015) explica sobre los modos de
sustento de los indígenas de la región:
[Los indígenas] ya sabían lidiar con las características de su región y sabían
aprovechar los buenos momentos de lluvia para plantar ... [y] tener paciencia y
respeto por la naturaleza en los momentos de sequía. En esos tiempos, el
ecosistema podía proporcionarles otro tipo de alimento, como los provenientes
de la caza de animales. Con la llegada del hombre blanco ... se crea un cambio
en la manera de tratar la naturaleza y la agricultura. El conquistador español,
que ejerció su fuerza y su poder sobre el pueblo nativo, acabó estableciendo una
nueva gica por la cual los indígenas eran obligados a plantar en grandes
proporciones para vender sus productos y llevarlos a España o comercializarlos
en el interior de América. (p. 111. Traducción propia)
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reinvención: la frontera, el ser nacional y el surgimiento de la identidad americana en Zama de Antonio Di
Benedetto, pp. 295-321.
Siembra de subsistencia versus siembra por rendimiento mercantil: esta es la oposición
principal que reside en el cuestionamiento de Zama. En este diálogo, aparece una oposición
entre dos modos de percibir la tierra, entre vivir de ella o dominarla para obtener un mayor
rédito. El silencio del indígena que “no comprende” la pregunta, en este sentido, remite a la
supervivencia; la consulta por el dito de la cosecha, a la cosmovisión occidental, y la
respuesta interna de Zama, a la condición americana soterrada, el sobrevivir con lo mínimo que
él conoce y debe negar con el fin de conservar su pátina de civilización.
Es decir, en el párrafo citado asistimos nuevamente al dilema entre las dos identidades, pero
la “barbarie” ya tiene preeminencia sobre la “civilización”, algo que se intensifica a medida
que los personajes se alejan del radio urbano: mientras la comitiva se adentra en la selva, se
acerca a categorías humanas mixtas, extrañas, indefinibles desde los polos dicotómicos del
binomio civilización/barbarie. Por ejemplo, en un momento Vicuña Porto se revela como
miembro de la comitiva; es decir, aparece como perseguidor y perseguido a la vez, integrante
de un grupo que puede estar conformado indistintamente por amigos o enemigos: “[Aliados de
Porto] podían serlo todos, tal vez ninguno. Todos eran parejamente rudos, sucios, recios,
vigorosos y sanos” (Di Benedetto, p. 212). Un proceso similar ocurre con los indígenas, ya que
se difuminan las categorías que definen a las tribus nativas como hostiles o amigables: “lo
fastidiaba la perspectiva de internarse en dominio de indios armados, aunque en teoría ellos
fuesen vecinos amistosos de los españoles” (p. 213). Este borramiento de las identidades
preestablecidas llega a su momento cúlmine cuando la partida militar es atacada por un poblado
de mbayas-guaraníes, que la confunde con enemigos. Pese a que luego los indígenas se
disculpan por su error, se produce aquí una inversión de la pirámide jerárquica en donde los
subordinados pasan a detentar la posición más alta: “el cacique Nalepelegrá exigía que, al
extinguirse la tea, estuviésemos con él en la fiesta todos los sobrevivientes … Era un mandato
de vencedor” (Di Benedetto, p. 218). Los vencidos cuarenta años antes de la diégesis pasan a
ser los vencedores, los que determinan el movimiento de los españoles, su destino y ubicación.
Y también son los que imponen su cosmovisión, hacen partícipes a los blancos de sus rituales
y “asignan nombre” a los otros desde su perspectiva y saber propio:
Dijo su nombre, Nalepelegrá, y dijo que deseaba conocer el nuestro. Parrilla
dijo «Capitán Hipólito Parrilla», poniéndose rígido, como en actitud de saludo
ante un superior, aunque sin saludar y por consiguiente mostrándonos que no se
humillaba. Nalepelegrá le tocó las mejillas con las palmas abiertas. Di un paso
adelante. Nalepelegrá reparó en mí. Se acercó. Dije mi nombre sin añadir títulos,
sin forzar la posición de cuerpo. El cacique pasó los dedos por mi barba. Tenían
un olor fuerte, que me quedó pegado... Vicuña Porto, sin pedir autorización a su
capitán, se adelantó ante el cacique, tocándole la frente con la mano izquierda.
Nalepelegrá se aplacó. Vicuña Porto dijo «Gaspar Toledo», su nombre en la
milicia, y el jefe de los indios levantó la mano a sus barbas. (Di Benedetto, pp.
220-221)
Si el español Parrilla intenta brindar una máscara de poder, Vicuña Porto revela su verdadera
identidad sin jerarquías ni falseamientos y toca al cacique en igualdad de condiciones. Zama
admite quién es, pero, como ser ambivalente, todavía manifiesta aprensión hacia la cualidad
americana. Sin embargo, a través del contacto (físico) con el cacique y, por ende, con la
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Benedetto, pp. 295-321.
cultura guaraní, Zama es puesto en igualdad con Vicuña Porto y se encuentra con la identidad
que ha negado a lo largo de toda la obra. El encuentro con la mirada del otro determina el
hallazgo final del ser y la capacidad de abandonar las dicotomías: si bien los miembros de la
expedición son blancos, identificados como tales por los indígenas (“dijo, todos los hombres
blancos son igualmente malvados, menos el capitán Parrilla, yo y cada uno de nuestros
soldados”, Di Benedetto, p. 223), a partir de este encuentro el grupo se va fundiendo con la
organización nativa, un modo de vida que en la mayoría de los casosse basaba sobre “una
fuerte valorización de la gente de la comunidad” (Caponi, p. 109. Traducción propia). Los
personajes se van convirtiendo en una suerte de banda que vive “en cohesión” (Di Benedetto,
p. 224) entre e incluso con el mismo ambiente: “quedarían allí [los muertos] Tierra lisa.
Nadie. Nada” (Di Benedetto, p. 222). De este modo, llega un momento en que la palabra
indígena y su saber tienen más peso que la del jefe de la compañía “para que las vacas salgan,
se quema el bosque. Nalepelegrá dijo que no lo quemáramos y Parrilla estaba extrañamente
influido por Nalepelegrá” (Di Benedetto, p. 225)— e incluso la misma perspectiva de la
frontera se desvanece. Los límites impuestos por la administración colonial se revelan como
una entidad elástica y arbitraria, que no es provista por el territorio sino impuesta sobre él:
La meta, al principio incierta sobre el último límite de las tierras de indios
catequizados, se había extendido por el dominio de los mbayas y nos llevaba ya
hacia el país nororiental de los guanaes. Parecía correrse, ser un objetivo móvil,
y así era en verdad, puesto que iba con nosotros. ¿Por qué? ¿Para qué? (Di
Benedetto, p. 224)
El límite, la distinción entre civilización y barbarie, es algo buscado por parte de los que
buscan denominarse “civilizados”; se trata de una categoría que no existe en una realidad donde
todas las identidades son fronterizas y donde la opción de elegir entre yoes es la marca de la
libertad: “[Vicuña Porto] se parecía extraordinariamente a como pudo ser un Gaspar Toledo
cualquiera, soldado de Indias [buscarlo] era como buscar la libertad, que no está allá, sino
en cada cual(Di Benedetto, p. 224). Lo que confirma esta libertad de elegir por fuera de la
matriz occidental es la llegada de los indígenas ciegos, un grupo indefinible no parecen
evangelizados ni forman parte de ninguna nación confederada con o en contra de los
españoles que provee una perspectiva única del mundo:
Le pregunté adónde se encaminaban. No me contestó. Dirigió a mi voz una
sonrisa comprensiva que me decía que yo era muy ingenuo. Por no mostrar que
me cortaba, le pregunté entonces dónde estaban sus ranchos o sus toldos. Me
dijo algo de lo que yo antes había intuido y más, que por mismo posiblemente
no hubiera alcanzado a entender [cursivas agregadas]. Cuando la tribu se
acostumbró a servirse con prescindencia de los ojos, fue más feliz. Cada cual
podía estar solo consigo mismo. No existían la vergüenza, la censura y la
inculpación; no fueron necesarios los castigos. Recurrían los unos a los otros
para acto de necesidad colectiva, de interés común: cazar un venado, hacer techo
a un rancho. (Di Benedetto, pp. 237-238)
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Benedetto, pp. 295-321.
Como contraparte de la utopía fundacional proyectada sobre América, se presenta a la
sociedad de los indígenas, una comunidad en el reverso absoluto de la perspectiva occidental.
En su mundo no existe la vista como sentido privilegiado y racionalizante, el entramado urbano,
el heroísmo individual o las leyes morales y punitivas; en su lugar, se instaura un espíritu
colectivo o una vida “en cohesión” que trastoca a la compañía española. Los indígenas ciegos,
en este sentido, se integran a tal punto de que a Zama le resulta dificultoso distinguir ambas
partidas: yo pretendía discernir dos campamentos esa gente sin forzarse, aparecía
entremezclada con nosotros y con todo lo que trascendía de nosotros” (Di Benedetto, p. 236).
En otras palabras, los otros (y, con ellos, la identidad y el medio americanos) han borrado los
últimos rastros de la frontera separadora propuesta por Occidente. A tal punto llega este
borramiento que, cuando los indígenas y Vicuña Porto capturan a Zama y a Parrilla, el
protagonista se ve imposibilitado de utilizar el pensamiento lógico:
Me pregunté, no por qué vivía, sino por qué había vivido. Supuse que por la
espera y quise saber si aún esperaba algo. Me pareció que sí. Siempre se espera
más. Sin embargo, esto lo discernía mi entendimiento; pero, con prescindencia
de él, estaba entregado a una bruta inercia, como si mi cuota estuviese por
agotarse, como si el mundo fuera a quedar despoblado porque yo no iba a estar
más en él. (Di Benedetto, p. 242)
Zama cree que, si deja de estar guiado por la lógica de Occidente, pasará a la no-existencia,
al despoblamiento del mundo, a la última mengua de su persona con el pasaje a la otredad: “me
admitían ya como testigo. Quizás me consideraban un indígena ciego, quizás un secuaz inferior
y sencillamente anulable” (Di Benedetto, p. 242). Como indica Pío del Corro,
a la confusión teleológica de los objetivos del héroe … [se suma] la indistinción
multiplicidad/unicidad, la dilución de la integridad La quiebra categorial está
desatada, y a la hecatombe interior del sujeto se amalgama cierto caos del
universo percibido. (p. 44)
La imposibilidad de Zama de categorizar el mundo que lo rodea se corresponde con una
progresiva incapacidad para definirse a mismo dentro de los parámetros de la occidentalidad:
Zama está dejando de ser el individuo que pretendía en la ciudad y debe colocarse en pie de
igualdad con su medio y con quienes lo habitan; una transformación que lo abisma al temor de
desaparecer, de que por fuera de las pretensiones europeístas solo quede el “desierto”. Ante el
“no poder ser”, Zama desespera y elige la muerte. Y esta elección implica reivindicar su saber
letrado, desencantar a los otros con la objetividad de su conocimiento:
Mi ilustración era peligrosa. Ellos estaban hechizados por un relato de los ciegos
[de] esas gemas que los blancos codician. Yo podía desencantarlos,
diciéndoles que no darían sino con espatos y minerales transparentes, exentos
en absoluto de valor, como lo supieron otros aventureros y sacrificados en
tiempo tan lejano como un siglo antes. Podía borrar, del cielo que perseguían,
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aquel relámpago de pedrería. Entonces quedaría eliminada la causa de gratitud
que importó para que me dejasen con vida. (Di Benedetto, pp. 242-243)
Al elegir “las luces” del conocimiento científico, Zama opta por morir dentro de la matriz
del saber objetivo occidental. Sin embargo, esto también le es negado y el conocimiento de los
otros supera, una vez más, sus intentos de sobreponerse a la situación: apenas termina de decir,
a sus esperanzas, no” (Di Benedetto, p. 243. Énfasis del autor), un soldado propone asaltar un
barco portugués y apoderarse de las riquezas que acarrea. Una misión es reemplazada por otra
y Zama se ve sumergido en “una empresa mayor. Más apartada del poder de las armas
españolas” (Di Benedetto, p. 244); es decir, más hacia el interior de la frontera e incluso en el
límite del Imperio portugués
4
, en abierta oposición de los intereses occidentales en la región.
Al movilizarse en una dinámica que invierte la mudanza forzada de los guaraníes establecida
por el Tratado de Madrid, Zama debe vivir “del otro lado de la frontera” como un ser
incorporado, transculturado, barbarizado. Pero para esa ruptura final se necesita una última
transición, a la vez fatídica y formadora: el cercenamiento de sus manos, que el protagonista
sufre por escribir un mensaje a su esposa, Marta. Como indica el mismo Zama, su intención
real no era comunicarse con ella sino reafirmarse en su identidad de letrado que puede resistir
el “hundimiento” en la barbarie: “escribí: «Marta, no he naufragado» aquel mensaje no
estaba destinado a Marta ni a persona alguna exterior. Lo había escrito para mí” (Di Benedetto,
pp. 245-246). La pérdida de sus manos implica la muerte de esa parte pretendidamente
civilizada de su ser: sin la capacidad de escribir, Zama se ve forzado a abandonar la concreción
fáctica del conocimiento letrado/institucional.
Es decir, a partir de esta instancia, a Zama ya no le será posible ejercer acción a través de la
palabra; se convierte en un “muerto en vida” en cuanto ser occidental: “se muere antes de morir,
padeciendo una muerte doble, por la mutilación anuladora” (Di Benedetto, p. 246). Como
indica Basualdo (2006/2007), “la escritura es una forma de apropiación de la identidad del
otro”, de una lengua ajena y anterior que preexiste al momento de la escritura (p. 135); desde
este momento, Zama ya no podrá apropiarse de la cultura letrada occidental y “rompe con lo
que se es, eso que no es propio, la lengua del otro, la tradición, para buscar por fin una identidad
que propicie al yo” (Basualdo, p. 136). Si la escritura, como la historiografía de Mitre o las
ficciones fundacionales, “recupera, o más bien inventa una identidad, un pasado y una verdad;
no la verdad objetiva, sino una determinada forma de acercarse a ella” (Basualdo, pp. 136-
137), Zama deberá aproximarse a la realidad desde una perspectiva que insinúa un destino
alternativo para mismo. La pérdida corporal implica la caída total en la otredad, el último
quiebre en un protagonista que incluso necesitará del otro para vivir —“Si no te desangras, si
te encuentra un indio, sobrevivirás” (Di Benedetto, pp. 247). La mutilación territorial y
simbólica de las naciones indígenas ha sido desplazada al cuerpo del criollo, un ser “vaciado”
de su occidentalidad al que ya no le es posible autoasignarse una posición privilegiada: con la
ausencia de sus manos, se ha abolido la última distancia del protagonista con su medio y los
sujetos de América. Entonces, se trata de una experiencia de total despojamiento que lo deja al
borde de la muerte, pero, también, le permite brindar voz a la parte de sí mismo que ha negado
por años desde la periferia de la occidentalidad:
Alguien me dijo:
¿Quieres vivir?
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Benedetto, pp. 295-321.
Alguien me preguntaba si deseaba vivir. Era, entonces, que mi sangre no se
fue toda. Era, también, que había llegado el indio. Podía, pues, no morir. No
morir aún Volvía de la nada. Quise reconstruir el mundo. Despegué los
párpados tan pausadamente como si elaborara el alba. Él me contemplaba. No
era un indio. Era el niño rubio Comprendí que era yo, el de antes, que no
había nacido de nuevo, cuando pude hablar con mi propia voz, recuperada, y le
dije a través de una sonrisa de padre:
—No has crecido…
A su vez, con irreductible tristeza, él me dijo:
Tú tampoco. (Di Benedetto, p. 247)
El niño rubio es una representación imaginaria del propio Zama y sus apariciones
fantasmáticas a lo largo de la obra reflejan las inquietudes del protagonista en relación con su
permanencia en América: el niño le “roba” parte de su escaso sueldo, como reflejo de su
inestabilidad económica; se hace presente en sus carteos clandestinos con una solitaria mujer
española y acompaña a la curandera que suple el lugar de médico para los habitantes de la
ciudad. En este sentido, el niño rubio refleja y amplifica la transculturación americana de Zama,
la presencia de sus instintos “bárbaros” (alimenticios/monetarios, sexuales) y el conocimiento
oculto que recorre el cuerpo social. Sin embargo, Zama lo busca hostilmente y no logra entablar
una comunicación. Las primeras palabras intercambiadas se dan en el entorno selvático, cuando
se ha dado el pasaje hacia la “barbarie” y Zama ya no puede escribir sino solo hablar. La
posibilidad de una conversación implica que el protagonista ha aceptado al otro dentro de sí,
que ha logrado reencontrarse con ese otro-yo” y con la tierra que habita. En la posibilidad del
diálogo, de ceder la palabra al otro en lugar de reforzar su silencio, es donde se percibe la
posibilidad del renacimiento o la redención del protagonista (Filer, p. 193).
Entonces, “el fin del libro sería un comienzo Diego, producto y víctima de una historia
prestada, intuye finalmente la fórmula de la autoaceptación” (Filer, p. 193). Solo a través de
ese contacto límite es que el criollo, fracturado psíquicamente por la presencia de un modelo
inalcanzable, alcanza “a nivel colectivo un reconocimiento de que la vida no está en otra
parte, sino aquí y ahora en estas tierras, donde el americano debe realizar su experiencia y crear
su propia historia” (Filer, p. 194). Así, Zama reconstruye su mundo y pasa a ser “padre de
mismo” y de una nueva perspectiva del medio: el protagonista “no ha crecido”, pero tiene la
posibilidad de ser el “Zama que será y que es”; o, como indica Néspolo (2017), de “acceder al
origen, incorporar la historia propia; trascender de algún modo esa esfera de vaciamiento y
desorientación” (p. 67). Es en este punto donde se “enlazan el devenir y crisis íntimas del
protagonista con las peripecias exteriores” (Néspolo, p. 199); es decir, se da el movimiento
primordial de las ficciones históricas, en tanto forma de hermanar lo privado y lo público. Sin
embargo, el resultado no es una programática fundacional, sino una forma trágica y dolorosa
de autodescubrimiento en América y un desprendimiento de las pretensiones impuestas por los
escritores letrados; un cambio que busca abrazar al otro dentro del yo y hallar la identidad
propia en un ser no modélico que se percibe, sin embargo, como auténtico.
Diego de Zama comete, en este sentido, “la ruptura violenta del fatum de la herencia
cultural” (Pío del Corro, p, 122) en tanto ser “desnaturalizado por las seudo-culturas
imperantes” (Pío del Corro, p, 122), tensionado entre su deseo de la occidentalidad inalcanzable
y una realidad americana que solo puede frustrarlo. El esfuerzo que debe realizar en esta última
parte no se dirige hacia afuera, hacia el control de la tierra y el cumplimiento de un destino de
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grandeza, sino hacia adentro: debe desprenderse de sus pretensiones europeístas y emprender
“una epopeya de conocimiento bajo la forma de re-conocimiento de la identidad del héroe
[d]el Zama esencial” (Pío del Corro, p. 138) que se mantiene oculto en el fondo y que pugna
por salir a la luz. En esa realidad americana repleta de significados enigmáticos, “no por
desprovistos de fuerza nombradora, sino por ignorados, por no definidos, por eludidos o
acallados detrás de esta enorme estridencia vacía que llamamos ‘Información’ o ‘Cultura’” (Pío
del Corro, p. 161), es en donde Zama tiene la oportunidad de hallarse a mismo; en ese
contacto con lo soterrado se transforma en un ser transculturado, el híbrido americano, “el
hombre-zona-de-contacto … entre la mengua y la plenitud, entre la mutilación y la redención,
entre el anonadamiento y la identidad, entre el extravío y el re-encuentro Estableciendo
anárquicamente la armonía entre los órdenes ‘opuestos’” (Pío del Corro, p. 161). Ante la
imposibilidad de concretar la “ilusión de una respuesta totalizadora” (Del Vecchio, p. 7), Zama
se reencuentra con su yo escindido y abandona, con la aceptación de la mixtura, cualquier
pretensa de conformarse en una identidad unívoca y dominante.
De este modo, en lugar de una construcción programática, Zama se construye como una
“forma de rebelión contra el sistema cultural engendrado e impuesto cada vez con mayor
agresividad imperial contra la absurdidez de la extrema oposición entre lo civil y lo humano”
(Pío del Corro, p. 11). Al exhibir “el desgarramiento del hombre entre los ideales y lo real de
su situación en el mundo” (Pío del Corro, p. 11), la novela invierte el accionar de la novela
fundacional y muestra las limitaciones del alcance del proyecto de nación. En la última escena
se ha producido la llegada del “Zama venidero”, un Zama-niño mutilado que emerge de lo
propiamente nativo y que se hace presente como inversión de la imagen fundacional del criollo
letrado. Es decir, emerge un sujeto que abandona sus pretensiones civilizadas a través de la
fuerza implacable del entorno, que “apuesta a las experiencias vivenciales” latinoamericanas
(Orué Pozzo, p. 34) y a aquellas presencias ominosas que están más allá de la explicación. Así,
se logran reponer las fracturas dicotómicas y surge una identidad plural y situada en su medio,
fracturada e integrada, paradójica, “como la promesa de un hijo, o igual que un amado despojo”
(Di Benedetto, p. 245).
Conclusión. El contra-proyecto historiográfico de Di Benedetto
Johnson (2018) indica que Zama presenta una visión afirmativa de la historia(p. 315.
Traducción propia); es decir, es una obra que exhibe un momento particular de la historia del
continente y cómo esto determina la emergencia de un sujeto determinado, en un esquema
similar al de la historiografía mitrista. Sin embargo, lo que se produce en esta novela es un
movimiento contrario al del proyecto fundacional: el espacio de la nación no se presenta como
un sitio vacío, letrado, occidental, económicamente liberal y productivo, sino como un locus
repleto de entidades no europeas, de saberes ocultos y místicos, de economías de subsistencia,
donde la fundación civilizadora es imposible y el saber institucionalizado se revela como vano.
En este sentido, la obra puede interpretarse como “la consumación y superación de la afianzada
tradición de la novela histórica del ciclo de la colonia” (Santos, p. 159). Fuera de cualquier
perspectiva ascendente del mundo americano, la obra retoma los elementos picos de las
novelas fundacionales y los invierte, lo que revela la imposibilidad de definir a América
mediante los semas simples de las ficciones decimonónicas y exhibe al binomio sarmientino
como una mera construcción inaplicable a la realidad.
De este modo, Zama inicia un contra-movimiento que “desacredita” la historia clásica y
genera una “desobediencia” con el objetivo de “construir miradas menos ortodoxas sobre el
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pasado propiciar lecturas más críticas y reflexivas sobre la realidad, sobre el presente y sobre
el pasado que aún perdura en el presente” (Ibazeta, 2019, p. 104). El sujeto histórico y la
concepción hhegemónica del espacio fronterizo se desarticulan y se impone, en su lugar, lo que
Bocco identifica “frontera”: un ambiente permeable que “por más separación que se pretenda
pone en contacto y escenifica heterogeneidades, diversidades, pluralidades [y] disputa
sentidos a la mission civilizatriz (2013b, p. 98). Es decir, el medio no aparece como un
ambiente en blanco para proyectar sentidos, sino como una zona poblada y un locus de cultura,
provisto de cualidades trascendentes que habitan en el interior del sujeto; un “espacio
geocultural dinámico ... zona de contacto y de cohabitación con lo diverso ... y el despliegue
de la multiculturalidad y la multietnicidad” (Bocco, 2013a, pp. 2-3), de una forma tensionada,
híbrida y ambivalente entre el rechazo y la aceptación que puede verse en la voz narradora de
Zama.
De este modo, al redefinir los elementos fundacionales de la nación argentina, la novela de
Di Benedetto se revela como “un texto fundacional que habla de fundaciones” (Monteleone, p.
216), un retrato diferido y múltiple de una condición latinoamericana que no puede reducirse a
una serie de acciones heroicas, una unión sentimental o un sujeto progresista y triunfante, sino
que debe plantearse siempre desde la multiplicidad. En esa tensión con el medio natural y en
la coexistencia de distintas experiencias perceptivas y cosmovisiones es en donde puede
hallarse una respuesta a la incógnita identitaria americana y a la fractura que recorre al
protagonista. Esta “nueva fundación” implica retornar al punto cero antes de la conquista, al
saber precolonial, a lo que existía antes de la llegada del telos moderno. Si la inaprensibilidad
de América impone a “la catástrofe como única fundación” (Premat, 2017, p. 24) solo queda
instaurar una épica del despojamiento “argumental, temático, simbólico y discursivo. [A través
de] los silencios omnipresentes [que] no sugieren contenidos velados, sino lo incognoscible, lo
indecible” (Premat, p. 24); lo que está más allá de la racionalidad hegemónica y que permite
conocer(se) a quien se desnuda de los saberes implantados. A través de la progresiva derrota
de las metodologías del saber occidental, Zama va “descubriendo” esta conciencia americana
hasta compenetrarse con ella, de una forma violenta, trágica y a la vez esclarecedora. De este
modo, surge un sujeto nacional que no es modélico ni homogéneo, una historia nacional como
continuación (y no como ruptura) con la historia preeuropea, una visión de la tierra americana
como espacio de mixtura y no de conquista. Argentina no es una nación predestinada a un
porvenir inexorable sino, por el contrario, una divagación entre lo real y lo imaginario, entre la
creación colectiva y el desvarío subjetivo, que emerge en última instancia de quien la concibe.
De esta forma, surge la posibilidad de pensar una nación donde las fronteras son móviles, el
destino no es ascendente y la única identidad es la que surge de la imprecisión y de “la acción
misma, creadora, imaginativa, de la literatura” (Basualdo, p. 135); la patria de un ser que solo
puede afirmarse en el entre-lugar, en medio de su yoidad inconclusa y la otredad
transculturadora.
En otras palabras, comprendemos que en Zama aparece “la idea de que no puede haber
región la ruptura con cualquier noción de identidad escrituraria una identidad no acabada,
siempre en movimiento, como la materia, la lengua, la cultura” (Basualdo, p. 137); la
posibilidad de encontrarse en lo enigmático, de fundar un ser mítico en el espacio local y
especular una posible respuesta a partir de la creación literaria. Es decir, surge un proyecto que
muestra al ser argentino y americano “como una entidad cualquiera ... una entidad por venir”
(Antelo, p. 35) que solo puede encontrarse, como aquel “Zama venidero”, en lo propio de
América; elementos que determinan a esta obra como uno de los precedentes más importantes
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de la crítica hacia las estructuras fundacionales, emergente en la literatura argentina desde la
segunda mitad del siglo XX.
*Este trabajo es una adaptación del segundo capítulo del Trabajo Final de Licenciatura Oscuro(s) mito(s) de dos
límites: Las fronteras argentina y estadounidense/mexicana con los territorios indígenas como espacios
ominosos/míticos en Zama de Antonio Di Benedetto y Blood Meridian de Cormac McCarthy, realizado por la
alumna Alfonsina Lopez, dirigido por el Dr. Jorge Bracamonte (UNC) y codirigido por el Lic. Gabriel Matelo
(UNLP). El trabajo fue presentado en la Escuela de Letras de la FFyH de la UNC el 26 de septiembre de 2023.
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Notas
1
Entre la bibliografía pertinente sobre estas temáticas podría mencionarse: Zama: la poética de la destrucción”
(Ulla, 1972); “‘Dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello’: el caso Zama, de Antonio Di Benedetto”
(Del Vecchio, 2021); “La «cuestión criolla» en Zama, de Antonio Di Benedetto (1956) y Zama, el filme de
Lucrecia Martel (2016)” (Pollarolo, 2019); “El hombre americano en Zama, de Antonio Di Benedetto: una lectura
desde la filosofía de Arturo Roig” (Criach, 2015); “La distancia existencial en Zama (Claesson, 2008),
“Cuestiones existencialistas desde obras de Cortázar, Pla y Di Benedetto” (Bracamonte, 2015) y “Derroteros
americanos”, cuarto capítulo de la tesis doctoral Sujeto y escritura en la narrativa de Antonio Di Benedetto
(Néspolo, 2003).
2
Desde la publicación inicial de la obra, se han desarrollado extensos debates sobre si el término “novela
histórica” es funcional para catalogar a Zama. En nuestro análisis, tenemos en cuenta los postulados de Saer
Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XV. N° 24 (Julio - Diciembre 2023) ISSN 2718-658X. Alfonsina Lopez, Entre la reforma y la
reinvención: la frontera, el ser nacional y el surgimiento de la identidad americana en Zama de Antonio Di
Benedetto, pp. 295-321.
(2014), que indica que la novela de Di Benedetto es “la refutación deliberada de[l] género [novela histórica]” (p.
44), dado que se aleja de cualquier paradigma de reconstrucción historiográfica o lingüística y utiliza la apelación
al pasado como un “rodeo lógico, e incluso ontológico ... [para asir] el presente” (Saer, p. 46). A su vez, adherimos
a lo indicado por Néspolo (2003) cuando afirma que “la historia o, mejor dicho, el discurso de la historia
funciona en la dinámica narrativa de Zama como supre-texto’ ... la ficción avanza ... despreocupada de cualquier
tacha de imprecisión o anacronismo” (p. 186), motivo por el que la autora considera que “el modelo tradicional
del género novela histórica resulta por demás insuficiente a la hora de analizar este texto” (Néspolo, p. 186).
3
Rama (2008) define a la transculturación como aquel proceso de transición donde una cultura “compuesta de
valores idiosincráticos que pueden reconocerse actuando desde fechas remotas [recibe] aportaciones
provenientes de fuera” (pp. 40-41). De este modo, se generan nuevas forma de cultura a partir de las anteriores
que, aun desplazadas de forma violenta, continúan actuando en el sustrato colectivo, ya que se comportan como
“una fuerza que actúa con desenvoltura tanto sobre su herencia particular, según las situaciones propias de su
desarrollo, como sobre las aportaciones provenientes de fuera” (Rama, pp. 40-41). Este término, usado para
describir las culturas latinoamericanas en general, se aplicaría aquí al proceso de interacción entre la cultura
indígena preexistente, los elementos de la conquista española y la nueva forma intermedia entre un estado y otro
que es representada por la identidad conflictiva del protagonista.
4
Cabe recordar que la guerra guaranítica enfrentó a los miembros de las reducciones jesuitas con tropas tanto
españolas como portuguesas. Interpretamos la “absorción” de la comitiva española dentro del grupo indígena y el
ataque al barco portugués que acarrea metales preciosos (símbolo económico de la conquista de América) como
una reversión del resultado de la guerra por parte de los habitantes nativos.