Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XIV. 24 (Julio - Diciembre 2023) ISSN 2718-658X. Carolina Villada Castro, Acoger lo indecible,
pp. 350-354.
https://doi.org/10.53971/2718.658x.v15.n24.43444
Acoger lo indecible
Salas Guerra, M. (2023). Sobrellevar la porción de noche (123 pp.). Buenos Aires: Abisinia.
Carolina Villada Castro
Universidad de Antioquia, Colombia.
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2302-6460
carolina.villadacastro@gmail.com
Recibido 22/09/2023
Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XIV. 24 (Julio - Diciembre 2023) ISSN 2718-658X. Carolina Villada Castro, Acoger lo indecible,
pp. 350-354.
En esta obra narrativa próxima a la prosa poética, se hibridan la narración, el ensayo y la
escritura fragmentaria. Su narradora anónima nos dibuja un retrato familiar también anónimo a
partir de sus grietas, de sus fisuras y sus resquebrajamientos mientras usa el estilo libre indirecto.
En el flujo narrativo poco a poco se dejan oír multiplicidad de voces que dan cuenta del carácter
dialógico y polifónico del continuo monólogo interior, así como del plurilingüismo literario de la
exuberante gama de registros que van desde el habla popular colombiana hasta la reverberación
de las voces de poetas y filósofos que acompañan las meditaciones y desconciertos de su singular
narradora. Precisamente, su título nos recuerda el poema de Emily Dickinson En mi flor me he
escondido:
Sobrellevar nuestra porción de noche
o nuestra parte de mañana,
llenar nuestro vacío de alegría,
llenarlo de desdén.
Aquí una estrella, allá una estrella.
Algunas pierden el camino.
Aquí una bruma, allá una bruma.
Después, ¡el día! (Dickinson, 2019, p. 20)
1
De este modo accedemos al umbral de este relato que nos sumergirá en la condición humana
desde sus fragilidades, sus absurdos, así como en la fascinación por aquello que nos excede e
interpela. La trama se desenvuelve entonces en tres partes que nos van desplegando las distintas
variaciones de la noche: Desconciertos, Des-encuentros y Una materia frágil.
En la primera parte, Desconciertos, la primera variación de la noche se sitúa en el espacio-
tiempo enrarecido de la pandemia. La narradora esboza entonces el asedio de la contingencia de
la que obstinadamente intentamos huir siempre en vano, mientras se toma nuestra cotidianidad,
la cual se va trastocando poco a poco en hastío por el exceso aturdidor de información de los
medios de comunicación masivos que redundan en el encierro impuesto y en la vida espectral en
la que se comienza a deambular.
Este rumor vacío del pánico generalizado ocasiona el miedo y la angustia en los que los
personajes se repliegan silenciosamente como intentando evadirse de la incertidumbre, más aún,
de la fragilidad humana que fulgura, así en Lentitud afirma la narradora: “en la espera el ser
humano se asoma, de modo apacible o con desesperación, al fondo incierto donde se mece su
propia vulnerabilidad” (Salas, 2023, p. 64).
Contrastan entonces las presencias silenciosas de los “no humanos” que acompañan, distraen,
liberan, invocan y vinculan a los ausentes. Así, en un fragmento de Rosas amarillas se dice:
hoy en la tarde ha visto despuntar en el jardín una rosa amarilla, es una especie
minúscula, que conserva ese color solamente un par de días, luego, mientras acaba
de abrir, se hace fucsia, hasta que caen uno a uno los diminutos pétalos. Observa
conmovida la pequeñita rosa que invoca el nombre de la mujer que ha fallecido
hoy. Así que la diminuta rosa entona un canto silencioso y retribuye el gesto. Su
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color y sus formas aparecieron hoy para celebrar y agradecer la vida de aquella
mujer. “vacío, aliento, vacío” ¿qué otra cosa es la vida”. (Salas, 2023, p. 62)
En la segunda parte, Des-encuentros, la variación de la noche se bosqueja esta vez a través
del recuerdo y relato de las grietas y fisuras que bordean los trazos del retrato familiar. El
absurdo a la base de las relaciones familiares yace entre las hendiduras más profundas del
antiguo y actual retrato en el que poco a poco se perfilan cada vez más nítidamente los rasgos del
déspota, el padre, y de la déspota, la abuela paterna, herederos comunes de esa ley patriarcal que
como el Dios del Antiguo Testamento sin nombre ni rostro apenas ordena mientras sostiene el
continuo malestar que transforma los encuentros familiares en desencuentros cotidianos
banalizados o silenciados para sostener estas extrañas relaciones. Así en Palabras del miedo se
retrata bien la presencia dominante del padre:
el padre ha gobernado bien los asuntos familiares en el límite de la ley, como un
fonambulista sobre la cuerda floja de los propios límites y de las limitaciones del
mundo. También, ha vivido aferrado a su poder, asumido como superioridad
masculina, un poder de imponer su voluntad, o de segregar a los otros cuando
proceden en desacuerdo con él. (Salas 103)
Sin embargo, entre las resquebrajaduras de este retrato familiar también fulguran las
complicidades anónimas entre madre e hija, las solidaridades femeninas entre hermanas, las risas
e ironías que comparten estos personajes anónimos que se burlan del sinsentido que los acerca y
los distancia. A propósito, en La puerta la narradora rememora una de estas escenas de
absurdidad e hilaridad:
Esta fue la primera gran reforma de las muchas llevadas a cabo por el padre. La
recuerda con nitidez y desconcierto, y a medida que pasan los años le parece
surrealista, un eslabón en la cadena de absurdos que todos han visto salir de la
cabeza y de las manos del padre. (Salas, 2023, p. 88)
Esta oscilación entre la absurdidad de las relaciones familiares, la ironía y el humor, les permite a
los anónimos personajes asemejarse a una compañía del teatro del absurdo que logra carcajearse
de la absurdidad compartida, uno de los momentos más vitalistas de esta singular trama.
Paralelamente, esta segunda parte se cierra con un conmovedor retrato del declive del déspota,
de su fragilidad, de su miedo y de su soledad en el seno de la vejez. La desmemoria lo convierte
en otro para sí, esta socava su antiguo poder y control, la enfermedad revela consigo la alteridad
del cuerpo que aparece en su excedencia:
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hoy tiene miedo de la muerte, de la soledad, de lo desconocido, de su memoria
que juega al gato y al ratón con él, de su estado de ánimo que oscila entre la
ofuscación sin motivo alguno y el alelamiento en el que se abandona de tanto en
tanto, en blanco, ausente. (Salas, 2023, p. 103)
En la tercera parte, Una materia frágil, se despliega la tercera variación de la noche, a la vez
que arribamos al clímax de la narración. Al modo de un réquiem o adagio, el relato conlleva a su
centro excentrado: a la enfermedad y al morir de la madre. De este modo, en Las manos la
narradora esboza el momento doloroso del morir del otro amado, aquel que las palabras intentan
acoger en su misma fragilidad y en una tentativa vana de responder al duelo: “Gracias, por una
vida que, secretamente, decidió apartarse de las oscuras turbulencias que la asediaban. Gracias
por el silencioso coraje de vivir sin derrochar ni alardear, y para morir sin dramatizar” (Salas,
2023, p. 113). Este es precisamente uno de los momentos más líricos de la narración, allí donde
la porción de noche se torna más abismal, intensa y fascinante, pues, aun allí, la fragilidad de la
palabra emerge para acoger al ausente, ellas sobreviven incluso trasmutadas en silencio y música
fúnebre: “la muerte crece y las palabras suenan precarias, midos soplos que prefieren evitar el
frenesí; eligen la quietud en la que el silencio se hace oír como los copos de nieve sobre las
pestañas” (Salas, 2023, p. 116).
Precisamente, esta sobrevivencia de las palabras es la que traza el bucle narrativo: la palabra
del sobreviviente se dona a la ausente que otrora fuere quien diera la lengua, quien acompañara
los primeros balbuceos, las primeras palabras: esas letras son el don y la huella de la madre”
(Salas, 2023, p. 120). El morir de la madre se sucede entonces con la necesidad de nombrar el
dolor indecible de su ausencia, que el relato acoge con la reverberación infinita intentando
asumirla poéticamente.
En la constelación de la literatura y filosofía contemporánea, Sobrellevar la porción de noche
de María Cecilia Salas Guerra evoca la relación entre escribir, morir, sobrevivir, que poetizaran y
pensaran Paul Celan, Maurice Blanchot, Jacques Derrida o, en nuestra constelación poética
colombiana, María Mercedes Carranza
2
. Finalmente, destacamos la delicada composición del
libro que pone en resonancia las fotografías de los tejidos de la madre y la escritura misma, como
dos modos de dibujar y errar en el vacío, en medio de la negra noche, ante lo desconocido y
excedentario, ante el morir y el sobrevivir que hacen de este relato un entrañable textus que se
teje y desteje con la fascinación y la hospitalidad con lo indecible.
Notas
1
Dickinson, E. (2019). En mi flor me he escondido Antología (José Manuel Arango, Trad). Bogotá: Editorial
Universidad Externado de Colombia.
2
Nos referimos específicamente a obras como: Blanchot, M. (2001). El último en hablar (Alberto Ruiz de
Samaniego, Trad.). Madrid: Editorial Tecnos; Celan, P. (2002). Obras completas (José Luis Reina Palazón, Trad.).
Editorial Trotta; Derrida, J.(2002). Schibboleth. Para Paul Celan (Jorge Pérez, Trad.). Madrid: Editora Nacional;
Carranza, M. (2004). Antología. Bogotá: Editorial Universidad Externado de Colombia.