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Recial Vol. XIV. N° 24 (Julio - Diciembre 2023) ISSN 2718-658X. Andrea Teruel, Materialismo sintomático.
Reflexiones clínicas sobre la política revolucionaria, pp. 203-213.
Hasta aquí me dediqué a constatar el óbito del pensamiento de izquierda tras largas
décadas de agonía. Señalé también que de aquel sobrevivieron algunas concepciones
políticas devenidas en terapéutica y cosmética, las cuales se relacionan con prácticas del
cuidado y dejan intacto el régimen de dominación adecuándose a él. Ahora me propongo
explorar alternativas posibles para revitalizar impulsos subversivos que permitan fisurar el
orden dado. En este sentido, mi argumentación no se ubicará ni del lado del materialismo
histórico (macropolítico) ni del materialismo afectivo (micropolítico), cuyas limitaciones ya
han sido mencionadas. Mucho menos del lado del materialismo cosmético recién aludido,
cuya ineficiencia creo haber señalado. Contrariamente a este último, centraré mi atención en
lo sintomático y enfermo para extraer de allí coordenadas de insubordinación a lo establecido.
Para ello me valdré de algunas reflexiones actuales de Santiago López Petit y Diego
Sztulwark, pero también me remontaré al pensamiento de Georges Bataille e incluso al
pensamiento cínico antiguo. De esta miscelánea de ideas decantará lo que daré a llamar
materialismo sintomático.
Pensar la revolución como la toma del cielo por asalto, al modo en que lo hiciese Marx en
el siglo XIX, no parece hoy ser un posibilidad real para desestabilizar el pliegue neoliberal y
totalitario del capitalismo que ha conquistado gran parte de nuestros hábitos y deseos.
Tampoco parece que la mera afirmación de identidades no moduladas mediante la
subjetividad empresarial neoliberal tenga la suficiente potencia para socavar un régimen
productivo global que mercantiliza hasta sus propios rivales. Ni la clásica ofensiva política
revolucionaria ni la jovial resistencia afirmativa e identitaria han demostrado dar buenos
resultados, o, al menos sostenibles en el tiempo, si caminan por sendas separadas. Ahora
bien, no por ello deberíamos entregarnos al derrotismo político del fin de la historia, sino,
justamente, seguir buscando alguna hebra que al tironearla permita descoser el saco.
En este sentido, intuyo que una posible hebra de la cual tirar quizás sea el lugar que ocupa
el síntoma o lo enfermo en nuestra cultura mercantilizada. Se replicará de inmediato que el
síntoma o la enfermedad tiene un rol incuestionable para el mercado en tanto pone en
funcionamiento la grandísima maquinaria de la industria farmacológica y médica. No
obstante, acá pienso en el síntoma o enfermedad en tanto y en cuanto no busque su
erradicación o sanación. El capitalismo promueve y opera con el síntoma siempre y cuando
pueda vender un producto o servicio para la cura o apaciguamiento del mismo, de lo contrario
expresa una marcada intolerancia hacia él en tanto que cortocircuitea el curso normal de la
vida y la pone en crisis. López Petit acierta al indicar que “estar sano ha significado desde
siempre poder ser explotado” (2015, p. 93). Sin mucho más misterio, a esto se debe la
proliferación de prácticas, medicamentos y dispositivos ofrecidos por el mercado para
promover una vida plena y saludable. En otras palabras, la vida plena y saludable no es otra
cosa que la vida productiva y obediente. Parafraseando con algunas licencias a López Petit,
también se puede decir que estar sano ha significado desde siempre estar adaptado y a la
altura de las demandas del capital. Darle lugar al síntoma, en este sentido, es darle lugar a lo
que no encaja: hacer visible una inadecuación.
A propósito, Diego Sztulwark en su libro La ofensiva sensible (2019) hablará de una
política del síntoma hallando allí una vía de insubordinación al modelo neoliberal global. El
síntoma se presenta como el deseo de no ser gobernado, como el retorno de lo reprimido que
no se deja modular bajo un tramado normalizante y equilibrado. En términos sociológicos,