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Recial Vol. XIV. N° 24 (Julio - Diciembre 2023) ISSN 2718-658X. Franca Maccioni, La imaginación del
signo en la teoría y la crítica contemporánea. Indagaciones en torno al diagnóstico de la post-crítica, pp. 111-
125.
la vez modos renovados de comprender la historia natural de nuestro tiempo, así como a
inventar otros modos de oír ese temblor del sentido de una naturaleza que hoy ya no se nos
da más que como póstuma y sin dioses. Pero, sobre todo, nos interesa volver a este texto para
insistir, desde él, en la pregunta que atraviesa este trabajo: ¿no es acaso esa una de las tareas
cruciales de la crítica contemporánea, la de re-trazar la relación con ese sentido que se
anuncia hoy en un millar de signos desconocidos y para la cual la actividad estructuralista y
posestructuralista parece haber llegado a su límite? O, dicho de otro modo, ¿no es ese uno de
los retos imaginativos centrales a los que nos exponen los lenguajes del presente, esto es, el
de ficcionar otra actividad para hablar de esos signos, para volverlos legibles, escribibles y
continuables en suma en esta, la lengua que tenemos?
Para abrir estas preguntas, no hace falta volver a Barthes, aunque tampoco parece
necesario abandonarlo. Porque es también él quien, en 1962, es decir, un año antes de este
texto, insistía en reponer eso que ya sabemos, pero que casi siempre olvidamos y que hoy
adquiere una importancia teórica renovada; esto es, que el signo, todo signo, es un constructo
de la imaginación que presupone siempre un modo de “visión” a partir del cual desarrollar,
a su vez, un dispositivo de resonancias que permita hacer oír ese temblor del sentido que de
otro modo nos sería indiferente (Barthes, 2003, p. 285).
Entonces, antes de abandonar a Barthes para pasar a pensar en los términos de una nueva
agenda teórica que se asuma como relevo del llamado “pensamiento francés de la sospecha”,
quisiéramos detenernos en estos puntos que, creemos, aun resultan potentes para abrir desde
allí las preguntas que nos interesan.
En primera instancia, insistir con él en la relación del signo con la imaginación, con la
producción de imágenes, con la “visión”. Es con base en ese presupuesto que Barthes (2003,
pp. 287-292) repone una suerte de historia de las conciencias semiológicas distinguiendo, por
un lado, la conciencia simbólica que produce una imaginación geológica del signo que lo
percibe en su profundidad; por el otro, la paradigmática que despliega una imaginación
formal, homológica, que ve el signo en su perspectiva; y, por último, la sintagmática, que lo
prevé en su extensión desplegando una imaginación fabricativa que opera por ensamblaje de
funciones.
Entonces, hoy, cuando lo que importa ya no parece ser tanto el modo como lxs humanxs
damos sentido a la materia, sino la producción de sentido de la materia en sí; es decir, hoy,
cuando lo que urge es prestar atención a los signos no humanos y a su producción de sentido,
nos preguntamos: ¿cómo imaginamos, cómo vemos hoy esos signos de un lenguaje distinto?,
¿los prevemos en su plasticidad, en su rastro, como fósiles, jeroglíficos? ¿Y cómo pensamos
modos de hacerlos resonar en nuestra lengua, de entrar en relación con ellos? ¿Dejamos de
interpretarlos en sus funciones para pasar a experimentarlos en sus efectos y afectos? ¿Los
volvemos inteligibles en su diferencia o los desarrollamos en su semejanza? ¿Sigue siendo
acaso lo inteligible nuestro norte? Y más aún: ¿vale todavía que nos preguntemos por cómo
leer, escribir o traducir esos signos materiales sin sacrificar por completo su otredad respecto
del lenguaje que hablamos y sin renunciar, tampoco, a la especificidad de los signos con los
que podríamos hacerlos resonar?
No quisiéramos resignar lo obtuso de estas preguntas que podrían disolverse plegándonos
a dos gestos que insisten en la nueva escena de la teoría y que podríamos resumir, como