Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XIV. N° 24 (Julio - Diciembre 2023) ISSN 2718-658X. Marcela Rivera Hutinel, «Leer lo que
nunca fue escrito»: Constelaciones de la letra entre Benjamin y Mallarmé, pp. 22-42.
https://doi.org/10.53971/2718.658x.v15.n24.43328
«Leer lo que nunca fue escrito»:
Constelaciones de la letra entre Benjamin y Mallarmé
1
Marcela Rivera Hutinel
Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Santiago, Chile
marcela.rivera@umce.cl
ORCID: 0000-0002-7456-105X
Recibido 18/08/2023. Aceptado 19/09 /2023
Resumen
“Repensar la lectura e investirla de una función crítica”. Con esta fórmula Pic y Alloa dan a
pensar el concepto de legibilidad (Lesbarkeit) en Walter Benjamin, enlazado a la irrupción
de una sorprendente figura de la lectura: «Leer lo que nunca fue escrito». El presente ensayo
da a pensar los alcances de esta fórmula en el encuentro entre Benjamin y Mallarmé,
mostrando cómo la lectura de lo no escrito se vincula con la “lectura estrellada” por la
experiencia poética del Coup de dés de Mallarmé. La imagen de las constelaciones, lectura
de estrellas que nos remite a la infancia de las formas de leer del mundo, permitirá perfilar el
“uso imaginativo de la lectura” que se abre paso tanto en la escritura de Mallarmé como en
el pensamiento benjaminiano, haciendo que “esta práctica” adquiera una inusitada potencia
crítica, incluso revolucionaria.
Palabras clave: lectura; constelación; infancia; Walter Benjamin; Stéphane Mallarmé
«Reading what was never written»:
Constellations of the letter between Benjamin and Mallarmé
Abstract
“Rethinking reading and investing it with a critical function”. Pic and Alloa present with this
formula the concept of legibility (Lesbarkeit) in Walter Benjamin, linked to the irruption of
a surprising figure of reading: «Reading what was never written». In the present essay It will
be considered the scope of this formula in the encounter between Benjamin and Mallarmé,
showing how the reading of the unwritten is linked to the "starry reading" through the poetic
experience of Mallarmé's Coup de dés. The image of the constellations, a reading of stars
that refers us to the childhood of the world's ways of reading, will allow us to outline the
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nunca fue escrito»: Constelaciones de la letra entre Benjamin y Mallarmé, pp. 22-42.
"imaginative use of reading" that makes its way both in Mallarmé's writing and in Benjamin's
thought, making that "this practice" acquires an unusual critical, even revolutionary power.
Keywords: reading; constellation; childhood; Walter Benjamin; Stéphane Mallarmé
I. La lectura «estrellada»
Las constelaciones comienzan a brillar” (Mallar, 2016).
Toute révolution est un coup de dés.
2
Es preciso “volver a aprender a leer” (Valéry, 2010, p. 81). En el momento de dar cuenta
de la profunda impresión que causó en él el encuentro con Un Coup de dés de Mallarmé,
Valéry remarca que el saber de la lectura vacila ante este poema que parece “elevar al fin una
página a la potencia del cielo estrellado” (p. 73). Esta correspondencia entre los astros
relumbrando en el firmamento y la experiencia de lectura que suscita esta “obra sin
parangón” (p. 80) será persistente en la memoria del que fuese acaso su primer lector: “El
conjunto me fascinaba como si se hubiera propuesto un nuevo sistema estelar en el cielo;
como si hubiera aparecido una constelación que al fin significara algo” (p. 71). La noche de
1897 en la que caminaba junto al poeta luego de que este, en su casa de Valvins, le mostrase
“las magníficas hojas de pruebas de la gran edición compuesta en Lahure”, Valéry cuenta
que no pudo dejar de observar “el innumerable cielo de julio”, imaginando que ambos
marchaban, bajo las estrellas consteladas de ese cielo de verano, como “fumadores oscuros,
en medio de la Serpiente, el Cisne, el Águila, la Lira”:
Caminábamos. En lo profundo de una noche así, entre las frases que
intercambiábamos, pensé en la maravillosa tentativa: ¡qué modelo, qué
enseñanza, allá arriba! Allí donde Kant, bastante ingenuamente tal vez había
creído ver la Ley Moral, Mallarmé percibía sin duda el imperativo de una
poesía: una Poética. (Pp. 72-73).
“¡Qué modelo, qué enseñanza, allá arriba!”, exclama Valéry, al comprender que
Mallarmé percibe en las constelaciones esas configuraciones que el hombre comenzó a
trazar imaginativamente en la superficie celeste el destello de un imperativo poético que
exige transformar radicalmente el arte de leer. Pero el poeta no será el único que atisbe, con
la mirada puesta en los astros, la emergencia de otros modos de leer y de pensar la lectura.
Ocurre de manera semejante en el caso de Walter Benjamin. Retomando la extraordinaria
fórmula “leer lo que nunca fue escrito” (“was nie geschrieben wurde, lesen”) acuñada por
Hugo Von Hofmannsthal en su obra El loco y la muerte, Benjamin da a pensar con ella
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nunca fue escrito»: Constelaciones de la letra entre Benjamin y Mallarmé, pp. 22-42.
una lectura que se anticipa al lenguaje, un modo del leer que no se conforma con restablecer
una significación previamente codificada o pre-escrita. Esta frase de Hofmannsthal, que
aparece en el artículo de 1933, “Sobre la facultad mimética”, pero también como exergo del
convoluto M del Libro de los pasajes titulado El flâneury en unas notas marginales a Sobre
el concepto de historia, se habrá convertido como subraya Lesmes “en un auténtico hilo
de Ariadna de la obra de Benjamin” (2011, p. 63). Así, en “Sobre la facultad mimética”,
luego de introducir la fórmula de Hofmannsthal, “«leer lo nunca escrito»”, Benjamin apunta:
“Esa lectura es la más antigua: leer antes del lenguaje, a partir de las vísceras, de las danzas
o de las estrellas” (2007, p. 216). Como Benjamin, que vislumbra en las configuraciones
estelares el temprano despuntar de un modo de leer la lectura de lo no escrito que le
permite acrisolar otra «matriz de legibilidad» del mundo y de la historia “lectura de
estrellas, señala Galende, que Benjamin pone a la base de toda lectura” (2008, p.19), Valéry
mira hacia las constelaciones para aquilatar los alcances de esta lectura estrellada por la
experiencia poética de Un Coup de dés. El propio Mallarmé, por lo demás, le había expresado
a Gide en una carta que esperaba darle al poema “un aspecto de constelación” (Valéry, 2010,
p. 74).
Hacia el final de Un Golpe de dados, el poeta pone en relieve la que será su palabra-clave,
y lo hace a través de un particular agenciamiento tipográfico: “UNE CONSTELLATION”
irrumpe en medio de una inusitada constelación de palabras, gráficamente materializada en
la página. Valéry recuerda que el poeta, con vistas a conseguir que las palabras en el texto
pudieran constelarse, “había estudiado muy cuidadosamente (incluso en los afiches, en los
diarios) la eficacia en la distribución de los blancos y los negros, a la vez que la intensidad
comparada de los tipos”; en dicha “disposición tipográfica”, afirma, era preciso reconocer
“lo esencial de su tentativa” (2010, pp. 72-73). Benjamin, leyendo a Mallarmé, también
repara en la atención que el poeta presta a la profunda transformación de la escritura por
efecto de la industrialización. Así, en el texto “Censor jurado de libros”, con la mirada puesta
en “las nubes de langosta de la escritura” que sobrevuelan sobre el habitante de la gran
ciudad, Benjamin escribe: “Mallarmé, que desde la cristalina concepción de su obra, sin duda
tradicionalista, vio la verdadera imagen de lo que se avecinaba, utilizó por vez primera en el
Coup de dés las tensiones gráficas de la publicidad, aplicándolas a la disposición tipográfica”
(1987, p. 38). La “yuxtaposición” entre “el poema más elevado y la prensa cotidianaavisa
que Mallarmé habría advertido la necesidad de leer esta inusitada “espacialización del
sentido” (Pic, 2012, p. 257). Mallarmé se convierte, como luego lo haría Benjamin, en lector
de la ciudad, recorriéndola como una vasta sala de lectura. Esta “escritura arrastrada a la
calle”, cuya verticalidad y dispersión Mallarmé habría incorporado visionariamente en el
poema, porta para Benjamin un carácter expresivo que exige ser dilucidado, como lo muestra
su proyecto de lectura de la ciudad de París:
Hace muchos años, apunta en el Libro de los pasajes, vi en el suburbano un
cartel que, si en este mundo las cosas fueran como debieran, habría encontrado
admiradores, historiadores, exégetas y copistas tanto como cualquier gran
poesía o cuadro
3
. (2005, p. 194).
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Entreverando lo que ha aprendido de la lectura de la ciudad y de la lectura de estrellas, el
poeta pone en obra un gesto sin precedentes en la escritura poética. Mallarmé “prosigue negro
sobre blanco” experimentando con el uso de las tipografías y el espacio entre las letras
aquello que en “el alfabeto de los astros” dispone su trazado titilante “sobre campo oscuro”
(Mallarmé, 2016, p. 40). Mallarmé, comenta Blanchot en El libro que vendrá, no habrá
dejado de pensar en esta semejanza entre “espacio cósmico” y “espacio literario”: “el
problema del cielo y de la estrella [es] el gran enigma del Coup de dés”; “poema en el que,
al subsistir sólo el espacio de las palabras, ese espacio irradia con un puro fulgor estelar”
(1969, pp. 73, 266). Retomando el vínculo tendido entre texto y firmamento, entre blanco de
la página y cielo nocturno, Blanchot junto con reconocer en la poética de Mallarmé el
surgimiento de una “nueva concepción del espacio literario” (p. 263) , vuelve a refrendar
el sentimiento de asombro y estupor que se apodera del lector que se tropieza con este libro
inopinado:
Para nosotros, tan familiares (creemos) de todo lo que no es familiar, continúa
siendo la obra más improbable. Cabría decir que asimilamos con más o menos
acierto la obra de Mallarmé, pero no Un Coup de dés. Un Coup de dés anuncia
un libro muy distinto al libro al libro que todavía es nuestro: por él
vislumbramos que lo que llamamos libro según el uso de la tradición
occidental, en que la mirada identifica al movimiento de comprensión con la
repetición de un vaivén lineal, sólo tiene justificación en la facilidad de la
comprensión analítica. En el fondo nos es preciso reconocerlo: tenemos los
libros más pobres que pueden concebirse y seguimos leyendo, después de
algunos milenios, como si siempre no hiciéramos más que empezar a aprender
a leer. (P. 265).
Introducir “un espaciamiento de la lectura” (Mallarmé, 1982, p. 157), “sustituir la lectura
ordinaria” (esa «lectura lineal» que entiende que leer es necesariamente “ir de una parte a
otra” [Blanchot, 1969, p.70]), estos son los términos con los que Mallarmé había presentado
su propio ejercicio poético. El prefacio de Un Coup de dés “Preferiría que no se leyese
esta nota, o bien que, una vez recorrida, se la olvidase…” no es sino una invitación a
aprender a leer de un modo diferente, que sin embargo no se ofrece con un afán de
instrucción: “sin presuponer el futuro que tendrá este texto…” (Mallarmé, 1982, pp. 157,
159). Desafiando el vaivén continuo de la mirada, “enriquec[iendo] el dominio literario con
una segunda dimensión” (Valéry, 2010, p. 74), este poema “improbable” invita a recorrer el
texto con una “lectura superficial” (p. 74), una lectura en la que el sentido no está escondido
en lo profundo de la obra como se piensa tradicionalmente cuando se quiere dar a ver el
sentido velado en la escritura, sino que más bien se propaga como un efecto de superficie,
siempre susceptible de reconfigurarse a partir de nuevas constelaciones entre los signos. Un
Coup des es, precisamente, eso: un poema que se recorre”, remarca bellamente Fernando
García:
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La lectura aún avanza, pero ya no según la convención de la izquierda hacia
la derecha, o al menos no tan solo a través de ella; un movimiento no lineal se
le interpola, un movimiento deslizante y discontinuo que no necesariamente
avanza, sino que también retrocede, salta, sube, baja, se pierde, toma
diagonales, se arremolina, se detiene, acelera, en fin, tal como avanzan
también los sueños o una bailarina baila. (2016).
“El espacio de la escritura ha de recorrerse, no puede atravesarse”, afirma Barthes en El
susurro del lenguaje (1994, p. 70), teniendo a la vista la inusitada textura de este poema que
esparce letras, marcas negras sobre la página en blanco, como un niño que juega diseminando
objetos en los que trastabilla la autoridad interpretativa.
Refiriéndose a Mallarmé, Barthes
señala en “La muerte del autor”: “Toda la poética de Mallarmé consiste en suprimir al autor
en beneficio de la escritura (lo cual, como ya se verá, es devolver su sitio al lector)” (p. 67).
Unas páginas más adelante describe en los siguientes términos esta resistencia de un texto
que no se puede atravesar, sino solo recorrer con la lectura:
En la escritura múltiple, efectivamente, todo está por desenredar pero nada
por descifrar; puede seguirse la estructura, se la puede reseguir (como un
punto de media que se corre) en todos sus nudos y todos sus niveles, pero no
hay un fondo. (P. 70).
El lector recorre a saltos la materialidad de esta escritura, rememorando como dice
Benjamin que lo hace el fichero “la tridimensionalidad de la escritura en su origen, cuando
era runa o quipo” (1987, p. 38), como si en esta poética que “espacializa el sentido” rondase
el espectro de esos tiempos antiguos en los que leer implicaba moverse entre nudos y piedras,
sentir su materia, su superficie; cuando leer, como recuerda Benjamin, era despertar vínculos
en latencia, a la manera de aquel que tendía, entre los puntos titilantes en el cielo, pasarelas
imaginarias. Contemplando la doble página del Coup de dés, nuevas figuras parecen
esbozarse, invitando al lector a moverse entre esos signos espaciados, a establecer
entrelazamientos entre unos y otros, emulando el gesto de esos lectores que antaño,
agrupando las estrellas, tendieron lazos fortuitos entre astros distantes para orientarse en los
sucesos de la tierra y la navegación: Nada / habrá tenido lugar / sino el lugar / excepto /
quizás / una constelación”, desliza Mallarmé en uno de los versos del Coup de dés (1982, p.
195), instándonos a reparar en la inédita movilidad de una lectura que debe explorar a tientas
el espacio de la obra encontrándose, en cada «tirada de dados», con nuevas configuraciones
4
.
Cada vez que Un Coup de dés se lee, una chance otra de la lectura se abre paso: esto es lo
que parece restallar en ese verso que solo aparece si el lector acepta el envite de sobrepujar
la preeminencia del principio de linealidad de la lectura. Respecto del azar de esta lectura,
Derrida señala al final de “La doble sesión”:
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La escritura se apresta a recibir el chorro seminal de una tirada de dados
¿Y qué es lo que decide la lectura? Desplazada casi al azar pero es la ley,
pues es precisa como el delirio la escritura, dislocada, desmembrada, la
«palabra» se transforma y se asocia indefinidamente. El dado lee la idea…
(1975, p. 426).
Leyendo de través, el verso aflora, se hace la experiencia de su aparición. «Rien n’aura
eu lieu que le lieu»:
RIEN
de la mémorable crise
ou se fût
l'événement
accompli en vue de tout résultat nul
humain
N'AURA EU LIEU/ .
.. QUE LE LIEU...
dans ces parages
du vague
en quoi toute réalité se dissout
EXCEPTÉ/
...PEUT-ÊTRE/
...UNE CONSTELLATION
5
.
Comienza a hacerse patente que, a raíz de esta «trasgresión de la línea» como define
Kristeva en La revolución del lenguaje poético al carácter insumiso del poema mallarmeano
al principio de la “linearidad sintáctica” (1974, p. 270) , el acto de leer ya no puede
confinarse al uso dialógico del lenguaje como vehículo de comunicación y de saber. Si “la
palabra se concibe como signo, [si] su función es querer-decir, y entonces proveer un sentido,
el lenguaje es siempre un saber, el discurso es siempre un conocimiento para aquel que
pronuncia o escucha la palabra en la cadena comunicativa”, afirma Kristeva en un ensayo
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previo, discutiendo la insuficiencia de esta concepción del lenguaje para pensar “la
productividad llamada textoque se abre paso en la literatura (1968, p. 60).
Puesto que el
lenguaje literario no es un “lenguaje de la continuidad”, un “lenguaje lineal con desarrollo
simple” (Blanchot, 1969, p. 7), no es fortuito dice por su parte Blanchot que asociemos
el nombre de «literatura» a la irrupción de algunas “obras evidentemente escandalosas”,
obras que “molesta[n] nuestras maneras de leer (nos façons de lire)” (p. 10). Façons de lire,
manières d’être: así titula Macé, recordémoslo, el libro que dedica a desentrañar el
“manierismo de la lectura, en tanto que práctica”: “no hay lecturas, sino estilos de lectura.
[…] el estilo de la lectura, su cómo, es el contenido de la experiencia que ella constituye”
(2011, p. 20).
El carácter escandaloso de este texto no tardará en ser consignado por los primeros
lectores de Un Coup de dés, como lo corroboran las apreciaciones recogidas por Bertrand
Marchal en Stéphane Mallarmé. Mémoire de la critique (1998): “No he podido tomar partido
respecto de esta serie de vocablos” (Lombroso [p. 175]); “la desgracia es que todo el mundo
no puede leer dormido” (Anatole France [p. 139]); “es imposible comprender algo allí”
(Tolstoi [p. 458]); la obra de Mallarmé suscita la “hostilidad” (Pica [p. 211]); “uno cierra el
libro” con “la vaga impresión de haber sido embaucado” (Audic [p. 327]). Una y otra vez la
puerta del poema, apenas entreabierta sobre el umbral del prefacio que también se juzgó
ilegible, se cerraba inmediatamente: “M. Mallarmé ha sentido la necesidad de explicarnos su
poema: por desgracia, el comentario es de una oscuridad tal que nosotros debemos renunciar
a captar allí todas esas misteriosas bellezas” (Lapauze [p. 447]). Pasado un siglo de ese primer
escozor, que presentía que la “seriedad” de la lectura había sido puesta en jaque por una
astuta pero incomprensible jugada de “el más oscuro de los poetas”
6
, ha comenzado a
presentirse que esta poética que lanza sus “dados” en los bordes de lo legible nos confronta
con el hecho de que no hay una sola manera de leer, que una nueva lectura de la lectura es
posible:
si la poética de Mallarmé imprime tal inquietud en el lector, esto se debe a la manera
en que ella desconcierta la linealidad de la lectura en un sentido fuerte (poniendo en
entredicho su unicidad, su telos). Grossman resume de manera notable lo que esta poética
hace a la experiencia de la lectura, reparando en lo que ese lector excepcional que fue
Blanchot “admira, recoge y conserva” de la tentativa de Mallarmé:
Del proyecto de Libro de Mallarmé, Blanchot conservó la indecisión
movediza, la movilidad de las hojas separadas desbaratando la linealidad del
sentido y la lectura. Del Coup de dés admira la invención de un nuevo espacio
que une «la más grande dispersión» y una tensión capaz de «asemejar la
diversidad infinita». Del programa mallarmeano, cuya locura lo fascina (con
Kafka y Rilke, Mallarmé es su gran referente), Blanchot recoge «el poder
extremo de explosión», la diseminación de las sílabas, el espaciamiento y el
infinito movimiento de la lectura sustituyéndose por la individualidad del
autor y del lector. (2007, p. 67).
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Blanchot remarca con insistencia el efecto de lo escrito por Mallarmé en la experiencia de
la lectura: “La lectura, como la poesía, es «la operación» En el manuscrito póstumo [de
su proyecto de Libro], Mallarmé insiste en el carácter de peligro y de audacia que implica la
lectura” (1969, p. 273). Por eso mismo, no parece fortuito que el Coup de dés, espejeando en
el texto mismo su carácter de cesura o acontecimiento se trata, nada menos, que la
invención de un nuevo espacio, uno que “trastorna todas las categorías” (Derrida, p.1997, p.
60) , evoque el vínculo entre la lectura y la navegación, hermanando el acto de leer con la
travesía en mar abierto y lo que este viaje conlleva de aventura y riesgo de naufragio:
El poema, recordamos, evoca un cielo constelado y el abismo de las olas, velas
y vaivenes de páginas espaciadas. Caen palabras y dados, arrojados «desde el
fondo de un naufragio» y que declinan en la página, de izquierda a derecha,
transversalmente. (Grossman, 2012, p. 369).
Frente a “los blancos que asumen su importancia”
7
, perturbado por esos “silencios que
ha[n] tomado cuerpo” (Valéry, 2010, p. 71), sorprendido por la disposición arremolinada de
letras que rompen con las ataduras del verso y la métrica convencionales (“era toda una
tormenta mental realizada de página en página hasta el extremo del pensamiento” [p. 71]), el
«lector alfabetizado» ese que ha aprendido a rselas con lo escrito como si se tratase de
la mera transcripción lineal de la palabra hablada debe acusar el golpe, convirtiéndose, por
efecto de este «coup de dés» y su “lectura «en étoile»” (Assa, 1984, p.126), nuevamente en
analfabeto, uno que en esta jugada del lenguaje ha quedado despojado de su saber-leer,
teniendo que arriesgarse en la lectura sin contar por anticipado con las pautas que determinan
cómo hacerlo, sin conocer por tanto las reglas de la lectura: «¿Cómo leer sin saber hacerlo?».
“Un lector «analfabeto», ¿qué quiere decir eso? ¿Cómo leer sin saber leer?”, se pregunta
Serge Margel (2016, p. 103) comentando la enigmática afirmación de Artaud: «Es para los
analfabetos que escribo». Tal vez, lo que nos enseña el encuentro con Artaud, con Mallarmé
también, con cierta experiencia de la literatura que lleva sus firmas (Joyce, Kafka, Celan,
tantos otros nombres que labran surcos inesperados en el lenguaje), “[es] que hay que estar
necesariamente reducido a la ilegibilidad para leer, no en el sentido de una mala
comprensión o de una falta de inteligencia, sino en el sentido de una pérdida radical del
propio lenguaje(p.103). Acaso, lo que llamamos obras ilegibles son obras que lesionan
nuestra capacidad de leer, que provocan una herida de la lectura, porque ellas nos exponen
irrevocablemente a esta experiencia de desposesión del lenguaje. En la superficie de un texto
que “golpea nuestros ojos” o “se nos cae de las manos”, que despierta en nosotros el
sentimiento de una opacidad que no se deja atravesar, podría estar punzando esa herida de la
lengua y la lectura que el estilete de algunas escrituras irreversiblemente nos provoca: “Lo
ilegible, decía Barthes, no se define, se experimenta; se descubre a partir de este sufrimiento
de la lectura que él inflige” (Grossman, 2016, p. 5).
Grossman abre su ensayo Artaud/Joyce
Le corps et le texte recordando este aserto barthesiano: lo ilegible no es lo contrario de lo
legible, su mero reverso, no es nada que podamos definir o delimitar, sino la fisura por la que
el “cuerpo-texto” se derrama. Dos citas, a modo de epígrafe, secundan esta reflexión. La
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primera de Artaud, de Secuaces y suplicaciones: «Tipo de libro absolutamente inoportuno
[emmerdant] imposible de leer, que nadie ha leído jamás de punta a cabo, ni siquiera su autor,
porque no existe». La segunda, de Joyce, extraída de Finnegans Wake: «His usyleesly
unreadable Blue Book of Eccles» (p. 5).
Teniendo como marco estos pasajes, y tras deslizar
un interrogante sobre el vínculo punzante “la relación de agresividad” que estos textos
parecen establecer con su lector, Grossman señala:
¿No es, sin embargo, un pacto amorosamente secreto el que nos liga a estos
textos reputados ilegibles, una relación de lectura más compleja y laberíntica,
constantemente cercana a la ruptura y siempre por reanudar? ¿Qué nos
prometen ellos finalmente? Un trastorno de nuestras lógicas, fascinantes
desbordamientos del sentido, lecturas infinitas Muchos se han sentido
abatidos cuando han intentado abordar las obras de madurez de Joyce y
Artaud, Ulises o Finnegans Wake, Suppôts et Supplications, los textos de
Rodez. Sin duda ellos han recibido como ilegibles, en un sentido primero
(doloroso, loco) una escritura otra, que abre un espacio de lectura diferente.
Frente a estos textos, el lector está llamado a modificar sus hábitos. Estamos
lejos de la estabilidad tranquilizadora de las identificaciones que nos
permitían encontrar al interior de un texto puntos de referencia subjetivos
familiares, o de una extrañeza no demasiado inquietante Nadie puede
escapar indemne de una lectura tal, si realmente lee. (Pp. 5-6).
II. La lectura constelatoria, o el infante que en nosotros lee
Queremos leer cada vez como la primera vez. Repetir cada vez la primera
vez. Inclinarnos de nuevo ante el texto y dejarnos llevar por la suave
pendiente del acontecimiento(Vidarte, 2006).
Lo que no se deja escribir, en lo escrito, llama quizás a un lector que no
sabe ya leer o no sabe todavía” (Lyotard, 1997).
“Ante la agresión, prefiero replicar que algunos contemporáneos no saben leer”, apunta
Mallarmé (2016, p. 66) en “El misterio en las letras”, en una frase que no debería tomarse
como mera declaración de arrogancia, sobre todo porque, en la estela de estas reflexiones,
puede barruntarse que en dicha interpelación no habla la evidencia del valor del texto-
presente (no podría enunciarla, por lo demás, aquel que afirma “la desaparición elocutoria
del poeta” [p. 33]), sino el don fuera de cálculo, imprevisible de una lectura que vendrá:
“posibilidad abierta una vez más, para que los dados de nuevo echados sean el brote mismo
de la palabra…” (Blanchot, 1969, p. 274). Comentando “Mímica”, texto de Mallarmé que
puede leerse como “un tratado-breve de la literatura”, Derrida señala:
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nunca fue escrito»: Constelaciones de la letra entre Benjamin y Mallarmé, pp. 22-42.
La pregunta del texto es para quién lo lee … esta imposibilidad de reconocer
un trayecto propio a la letra de un texto, de asignar un lugar único al sujeto y
de localizar un origen simple, hela aquí, consignada, maquinada por quien se
dice «profunda y escrupulosamente sintaxiero». (1975, pp. 336-338).
Ya no hay, para este poema que alborota la sintaxis hasta el extremo, lectura en sentido
único: la lectura sucesiva del texto, tradicional, de principio a fin, tiene que confrontarse con
otras posibilidades de lectura todavía inexploradas. “QUIZÁS”, “PEUT-ÊTRE”, el
condicional que ronda Un Coup de dés, nos indica que “no se trata de la última palabra
sobre el sentido del devenir poético que allí se juega” (Blanchot, 1969, p. 274).
Poema silencioso como ninguno, Un Golpe de dados no se brinda si nos limitamos a la
mera escucha, esto es, si intentamos cerrar los ojos a la letra para oír lo que allí supuestamente
se nos dice; es “bajo los ojos”, señala Assa, que en este “poema visible, “los campos de
significación se organizan” (1984, p. 125). Ya antes Lyotard, en su obra de 1974 Discurso,
figura advertía de esta singular transformación:
Con Un Golpe de dados jamás abolirá el azar, Mallarmé hurta radicalmente
el lenguaje articulado a su función prosaica, de comunicación; revela en él un
poder que lo excede, el poder de ser «visto» y no sólo leído-oído; el poder de
figurar y no solo de significar. (1979, p. 176).
“Lectura gráfica, fisionómica o figural son los nombres que Pic y Alloa ensayan para
referirse a esta lectura “la lectura, tal y como la piensa Mallarmé” , buscando indicar
con dicho énfasis que “el blanco entre las letras no está ahí solamente para permitir la
identificación sin falla, sino que puede devenir, en tanto que espacio contingente, el teatro de
operaciones de un remontaje inédito”; “El blanco en Mallarmé”, más que responder al
principio diacrítico saussureano “esa separación que permite individuar sin equívoco un
signo particular” , se convierte sorpresivamente en “un espacio operatorio” (2012, p. 6).
Sucede que en esta inédita poética del «espaciamiento», cuya textura se urde con blancos y
silencios (“significativo silencio que no es menos bello de componer que los versos”
[Mallarmé en Assa, 1984, p. 126]), el acto de leer se estrella, la lectura misma se torna
constelatoria”. Así proponen pensarlo Pic y Alloa en su ensayo Lisibilité/Lesbarkeit”,
destacando esta conmoción de la legibilidad que se abre paso, tanto en Mallarmé como en el
pensamiento benjaminiano, anudada en ambos a la imagen de las constelaciones formadas
entre las estrellas:
En los dos casos [el de Benjamin y Mallarmé], se trata de reconocer un modelo
premoderno de escritura asimilado al «alfabeto de los astros»: las
constelaciones. El texto trascendido y trascendente, escrito con tinta divina,
«donde Kant, bastante ingenuamente tal vez había creído ver la Ley Moral»,
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nunca fue escrito»: Constelaciones de la letra entre Benjamin y Mallarmé, pp. 22-42.
como lo subraya Valéry en el momento de dar cuenta del prodigio que es el
Coup de dés de Stéphane Mallarmé, ya no puede ser más reivindicado en el
ejercicio de una legibilidad en la que el texto es un sistema de inmanencia
propagando el sentido sobre una superficie, en superficie. Una nueva lectura
se impone que es «superficial» en un doble sentido: ella rechaza a la vez la
profundidad y la linealidad; ella se despliega como un campo de estrellas
Verdadera cesura epistemológica, el Coup des da a repensar, vía la lectura,
nuestra percepción del tiempo y del espacio. (Pp. 4-5).
Asistimos, “vía la lectura”, a una alteración de nuestra percepción del tiempo (su supuesta
progresión y linealidad) y del espacio (organizado a partir de la idea de centro y de los
confines que lo circundan). Verdadera cesura epistemológica”, reafirman Pic y Alloa,
subrayando los efectos de este procedimiento constelatorio que hace relumbrar las potencias
de transformación de una lectura que es capaz de modificar el tiempo y el espacio con su
praxis. Benjamin y Mallarmé, desde la constelación que los une (pues cabe la posibilidad de
que “Benjamin forj[e] el concepto de legibilidad en el convoluto N de Paris, capital del siglo
XIX. El libro de los pasajes, en referencia, principalmente, a la tentativa mallarmeana” [Pic
y Alloa, 2012, p. 2]), han mostrado a partir de las estrellas y sus configuraciones hasta qué
punto la lectura no es una invariante y que todo con ese “todo” nos referimos a la más
elemental orientación en el mundo puede llegar a modificarse con su ejercicio. Al igual
que Valéry esa noche de verano de 1897, con la mirada dislocada entre el cielo y el poema,
Benjamin reconoce en ese espacio estelar la señal de que “una nueva lectura se impone”, una
legibilidad de nuevo cuño que, contraviniendo las reglas del progreso, se “da cita con esas
lecturas de antaño. Así lo consigna Scholem, recordando la temprana inquietud que Benjamin
manifestó por esas “formas arcaicas” de la percepción, y cómo encontró allí, en esas formas
de leer emancipadas de la letra, una clave que le permitiría elaborar otro modelo de
legibilidad, uno en el que el mismo pensamiento venidero “germinaba” como un “acto de
lectura”:
Ya por aquel entonces [Scholem se remite a los años ‘20] le preocupaban
ciertas ideas sobre la percepción entendida como una lectura de las
configuraciones de la superficie plana, en cuya forma veía el hombre
primitivo el mundo circundante y el cielo en particular. Allí se hallaban el
germen de las consideraciones que expuso muchos años más tarde en su Lehre
von Ähnlichen (Enseñanza de lo semejante). El surgimiento de las
constelaciones como configuraciones de la superficie celeste, afirmaba
Benjamin, sería el comienzo de la lectura, de la escritura. (1987, p. 72).
Dos ensayos o, mejor dicho, dos versiones de un mismo texto “La doctrina de lo
semejante” y La facultad mimética” elaborados en 1933 (en enero de ese año, Hitler había
sido nombrado canciller), se dedican a elaborar este vínculo entre lectura y percepción,
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reflexiones en las que Benjamin enhebra su nuevo concepto de Lesbarkeit. Benjamin
entiende que la capacidad de percibir y producir semejanzas define no solo el modo de operar
de esta primigenia lectura estelar, sino que ella está en el basamento de toda forma de lectura:
“Benjamin defiende la lectura como experiencia de la percepción. «Percibir es leer. Solo lo
que aparece a la superficie es legible. La superficie que es configuración es conexión
absoluta»” (Pic y Alloa, 2012, p. 7). Aunque la facultad mimética haya estrechado su campo
de aplicación, puesto que «el hombre de la multitud» ese hombre que transita entre las
calles y tabernas de las grandes ciudades ha renegado de esta capacidad ancestral de leer
por correspondencias (“[en] los escritos de 1933 se afirma que las leyes o normas de la
semejanza dominaban en épocas antiguas un círculo vital mucho mayor, que el mundo del
hombre moderno contiene menos correspondencias mágicas que el mundo de los pueblos
antiguos” [Abadi, 2013, p. 7]), Benjamin señala que esta facultad sigue “trabajando”, como
trabaja el inconsciente modulando en las profundidades el funcionamiento del psiquismo:
“los casos en que percibimos semejanzas de manera consciente hoy en día serían como la
punta de un iceberg, que ocultan como a un colosal bloque submarino los numerosos casos
en que la semejanza [se] determina de manera inconsciente” (p. 8).
Basta mirar el juego de los niños, la singular composición que dejan sus juguetes
esparcidos en el suelo (“nada se adecúa más al niño que la combinación de los materiales
más heterogéneos en sus construcciones” [Benjamin, 1989a, p. 87]), reparar en sus
asociaciones imprevistas eso que el ojo adulto llama sus disparates, para comprender
que esta facultad de larga data aún manifiesta sus poderes: «Príncipe es una palabra
condecorada con una estrella», dijo un muchacho de siete años. Cuando los niños inventan
cuentos, son escenógrafos que no admiten la censura del «sentido»” (p. 73). El modo de leer
de los niños es sin duda un ejemplo eminente, pues el niño descubre en la lectura los placeres
del juguete: “Las palabras se disfrazan de un solo golpe y en un abrir y cerrar de ojos quedan
envueltas en combates, escenas amorosas o trifulcas. Así escriben los niños sus textos, pero
también los leen así” (p. 74). Así lo destaca también Butor en sus “Lecturas de infancia”:
¿Quién lee mejor que un niño? Se dirá que le falta conocimiento; hay en los
libros tantas cosas que no debe comprender; le faltan tantas palabras, tantas
experiencias. ¡Pero qué deseo entonces de comprender esas palabras
desconocidas, qué atención, qué adivinación! (1968, p. 31).
Puede recordarse igualmente el texto de Lyotard que lleva ese mismo nombre: Lecturas
de infancia:
[La infancia] puebla el discurso. Éste no cesa de alejarla, es su separación …
Ella es su resto. Si la infancia permanece en [esa pérdida], es porque habita
en el adulto, no a pesar de eso. Blanchot escribía: Noli me legere, no me leerás.
Lo que no se deja escribir, en lo escrito, llama quizás a un lector que no sabe
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ya leer o no sabe todavía: ancianos, niños del jardín de infantes, disparatando
sobre su libro abierto. (1997, p. 13).
El motivo de la lectura y de su aprendizaje aparece con nitidez en el pasaje de Infancia en
Berlín titulado “Juego de letras”. Hemos olvidado ese momento inaugural, dice Benjamin,
pero lo olvidado pervive en nosotros ya lo sabía Freud como solo lo hace en nosotros la
impronta de lo inolvidable: “Jamás podremos rescatar del todo lo que olvidamos. Quizás esté
bien así. El choque que produciría recuperarlo sería tan destructor que al instante deberíamos
dejar de comprender nuestra nostalgia” (1982, p. 76). Benjamin desliza estas anotaciones
pensando en aquellos procesos iniciales de nuestro aprendizaje que hoy han devenido
costumbre; recupera, entonces, el aprendizaje de la escritura y la lectura, tan decisivo para él
desde su niñez:
…para cada cual existen cosas que forman en él costumbres, unas más
duraderas que otras. Por medio de ellas se van desarrollando facultades que
serán condicionantes de su existencia. Para la mía propia lo fueron leer y
escribir, y por eso, nada de lo que me ocupaba en mis años mozos evoca mayor
nostalgia que el juego de letras. (Pp. 76-77).
Rememorando su trato con las “pequeñas tablillas” que contenían caracteres que la mano
del niño debía disponer sobre “un pequeño atril inclinado, cada uno perfecto, y fijado uno
tras otro por las reglas de su Orden”, Benjamin constata con melancolía que ese momento
seminal del aprendizaje no puede ser recuperado:
La nostalgia que despierta en mí demuestra cuán estrechamente ligado estaba
a mi infancia. Lo que busco realmente es ella misma, toda la infancia, tal y
como sabía manejarla la mano que colocaba las letras en el atril, donde se
enlazaban las unas con las otras. La mano aún puede soñar el manejo, pero
nunca podrá despertar para realizarlo realmente. Así, más de uno soñará en
cómo aprendió a nadar. Pero no le sirve de nada. Ahora sabe nadar, pero nunca
jamás volverá a aprenderlo. (P. 77).
Tratándose de la lectura, toda la obra de Benjamin parece remecernos con esta última
sentencia, como si el pensamiento que él nos concede tuviese como única tarea despertar al
fantasma del niño que aprende una y otra vez a leer. Este gesto, el de desandar la historia que
modeló los hábitos con que los seres alfabetizados que somos nos disponemos al encuentro
de los signos rememorar, como diría Benjamin, al infante que en nosotros lee; piénsese en
la «caja de lectura» (Lesekasten) con la que Benjamin-niño aprende a leer en Berlín se
torna un ejercicio necesario si se espera remecer en la lectura llamada «adulta», «sabia» o
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«autorizada», sus automatismos y constreñimientos. Esta lectura “anterior o por encima de
la letra
(“lectura antes de nada”, antes de cualquier lectura «seri o «en sentido
estricto»”, dice Didi-Huberman en Atlas [2010, p.17]) no solo nos recuerda que numerosas
superficies han desplegado su abanico frente a seres que han hecho de este ejercicio de
legibilidad un modo de emprender su andadura por el mundo. Lo que aquí se perfila, más
bien, es la potencia crítica de gestos y prácticas que han sido obliterados por la imposición
de un uso estrictamente denotativo de la lectura, que opta por la fijación del sentido por sobre
las fuerzas indóciles de la imaginación. En el primer capítulo, que toma por nombre la extraña
fórmula de la lectura que Benjamin nos propone “Dispar(at)es. «Leer lo nunca escrito»
, Didi-Huberman vuelve sobre esta forma de leer que, en el pensamiento benjaminiano,
comunica el juego del niño, “disparatando sobre su libro abierto”, con la infancia de las
formas de leer del mundo:
El niño no lee para captar el significado de algo específico, sino para
relacionar imaginativamente ese algo con muchos otros. Tenemos pues dos
sentidos, dos usos de la lectura: un sentido denotativo en busca de mensajes,
un sentido connotativo en busca de montajes Nadie ha puesto mejor que
Walter Benjamin el riesgo y la riqueza de esa ambivalencia. Nadie ha
articulado mejor la «legibilidad» (Lesbarkeit) del mundo en las condiciones
inmanentes o históricas de la propia «visibilidad» de las cosas … pues leer el
mundo significa asimismo vincular las cosas del mundo según sus «relaciones
íntimas y secretas», sus «correspondencias» y sus «analogías». No solamente
las imágenes se ofrecen a la vista como cristales de «legibilidad histórica»,
sino que toda lectura incluso la lectura de un texto- debe contar con los
poderes de la semejanza Eso es lo que [Benjamin] trató de comprender a
un nivel más fundamental antropológico cuando con magnífica fórmula
evocó el acto de «leer lo nunca escrito» (was nie geschriben wurde, lesen).
«Ese tipo de lectura», añadía, «es el más antiguo: la lectura antes de todo
lenguaje». (P. 17).
Didi-Huberman, en su libro Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, rescatará el pathos
lúdico, la delectatio que acompaña la lectura infantil, que travesea con palabras e imágenes
sin esperar la recompensa del sentido. Didi-Huberman se refiere allí a esa “máquina de
lectura” que es el atlas de imágenes. Para singularizar este “principio-atlas” de la lectura,
Didi-Huberman lo deslinda del modo de leer que estaría reglado por el “principio del
diccionario”. En el atlas, dice Didi-Huberman, lo que se pone en juego es un “uso transversal
e imaginativo de la lectura”, que ya no se acerca a las palabras en búsqueda de mensajes, sino
que las explora “en busca de montajes” (pp. 16-17). Una lectura, añadiría Benjamin, que
cuente con los “poderes de la semejanza”, que ya no se someta dócilmente a la lectio, a la ley
y al tiempo del libro; “la lectio el lenguaje organizado en mensaje, en discurso de saber”
siempre puede “explotar”, dice Didi-Huberman, “por esa voracidad propia de la
imaginación que ya había provocado en Platón toda la desconfianza del pedagogo” (2008, p.
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249). Es este perfil de infante el que asoma también en la reflexión de Pic y Alloa, cuando
ellos siguiendo la estela de la constelación que reúne a Benjamin y Mallarmé reactivan
la memoria de las “lecturas no-literales”: “Repensar la lectura e investirla de una función
crítica supone meditar la letra regresando a su anterioridad: acordarse de que, en todo tiempo
y antes de todo libro, ha habido lectores. Lectores literalmente- avant la lettre(2012, p. 1).
Pic y Alloa, compartiendo con Derrida la necesaria desedimentación de la visión teleológica
y representacional de la escritura “Metafísica de la escritura fonética”, dice este último,
para remarcar su profunda inscripción en la matriz de pensamiento occidental (1967, p. 11)
, procuran disponer nuestra atención hacia modos de leer que rebasan el modelo alfabético
y que, reeditando prácticas de lectura que la modernidad consideró ya superadas como es
el caso de la lectura mántica o adivinatoria han vuelto a cobrar relevancia en la historia
intelectual del siglo XX (“«Una filosofía que no es capaz de incluir y explicar la posibilidad
de adivinar el futuro [i.e., leer el porvenir] a partir de los posos de café, no puede ser una
filosofía auténtica»”, le dice Benjamin a Scholem, cuando este le consulta sobre la
legitimidad de incluir las disciplinas mánticas en la elaboración de su concepto de experiencia
[Scholem, 1987, p. 70]). Rescatando una cierta práctica de lectura de las huellas que se pone
en juego tanto en la microhistoria y en el psicoanálisis, así como en el conocimiento travesero
al que Benjamin y Warburg nos invitan, Pic y Alloa buscan rendir cuenta de un modo de leer
que, insistiendo sobre el «espaciamiento» fundamental que opera en toda lectura, subraya
su dimensión figural y material” (2012, p. 2). Repensar la lectura, dotarla de una inédita
capacidad de resistencia, exige atender a lo que, para Benjamin, se desliza en este íncipit
constelatorio del arte de leer. «Was nie geschriben wurde, lesen», «leer lo que nunca ha sido
escrito». Sobre esta “profunda imagen” de Hofmannsthal retomada por Benjamin, Agamben
señala en Signatura rerum:
En el cielo los hombres aprendieron, quizás por primera vez, a leer aquello
que nunca ha sido escrito. Pero esto significa que la signatura es el lugar donde
el gesto de leer y el gesto de escribir invierten su relación y entran en una zona
de indecidibilidad. La lectura se hace aquí escritura y la escritura se resuelve
íntegramente en la lectura. (2008, p. 63).
Estamos ante una lectura “literalmente avant la lettre”. Ese “literalmente” con el que Pic
y Alloa remarcan esta práctica de lectura «avant la lettre» nos indica al mismo tiempo que
no estamos frente a una extensión puramente metafórica del verbo «leer». Reevaluar la
lectura como acto crítico implica necesariamente poner en entredicho la partición entre su
sentido metafórico y su sentido literal, su sentido legítimo y su sentido irreverente. Barthes
dirá en “Sobre la lectura” que estamos ante un verbo cuya misma transitividad es
impertinente”: “En el dominio de la lectura, no hay pertinencia de objetos: el verbo leer
puede saturarse, catalizarse, con millares de complementos de objeto: se leen textos,
imágenes, ciudades, rostros, gestos, escenas, etc.” (1994, pp. 40-41). Asignándole a la lectura
el rasgo constitutivo de la impertinencia, la reflexión de Barthes nos advierte que algo en ella
parece lesionar la idea de lugar ajustado o propio, que pensarla implica reparar en su potencia
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desbordante, que pugna siempre por salirse de marco o de cuadro. Habrá que tener en cuenta,
y en esto los análisis de Derrida se vuelven insoslayables, que “el concepto de temporalidad
lineal no es más que una manera de la palabra” (1967, p. 409), y que el modelo de lectura
lineal asociado a la escritura fonético-alfabética no solo corresponde a cierta época de la
escritura y la lectura, sino que lleva aparejado una cierta concepción del tiempo y del espacio
que otras formas de escribir y de leer pueden llegar a poner radicalmente en entredicho.
«Leer lo nunca escrito»: con esta fórmula que hace trastabillar a aquel que entiende que
leer es «articular primeramente las letras»
8
, Benjamin deja caer un meteoro sobre la
representación tradicional de la lectura, como lo hiciera antes Mallarmé con su «coup de
dés». Osip Mandelstam, comentando esa “orgía de citas” que es el final del Canto IV del
Infierno de Dante, afirma que una cita no es un mero préstamo, que ella “canta con voz de
cigarra”: “Una cita no es una copia. Es una cigarra. Chirría por naturaleza, sin parar” (2004,
p. 17). Lo que “canta y chirría”
en la cita de Hofmannsthal llevará a Benjamin a remontarse
a la lectura en su forma más primaria y elemental, rescatando aquello que la hizo germinar
en el cielo estrellado como experiencia de la percepción, de orientación en el mundo,
enlazada al temprano reconocimiento de la situación de incertidumbre del conocimiento que
allí se emplaza:
Leer una constelación no es producir un pensamiento definitivo. El saber
no opera solamente a partir de la huella dejada con el fin de atrapar la presa,
sino a partir de la observación de la fuerza misma que deja allí su paso. La
lectura de los presagios es ante todo una observación de lo viviente”
9
. (Pic,
2012, p. 264).
Estrellar la lectura, forjar a partir de esas esquirlas o restos que dejaba afuera su concepto
convencional (la lectura entendida como desciframiento del sentido depositado en lo escrito),
es un nuevo concepto de Lesbarkeit: es escandiendo esta frase de Hofmannsthal «Leer lo
nunca escrito» que los ensayos de Benjamin, los de la existencia y de la escritura, van a
forjar un concepto otro de legibilidad, el de una “legibilidad [que] toma tiempo, [que]
reclama una cierta paciencia” (Pic y Alloa, 2012, p. 8). El ángel de la historia lee sobre el
hombro de este lector de detalles y despojos. Reivindicar otro modo de leer se torna preciso
cuando lo que dice «léeme» es del orden de «lo insignificante» (“eso que Freud llamaba los
«desechos de la observación»”, “las escorias al margen del discurso reglado” [Pic y Alloa,
2012, p. 8]); lo que por su naturaleza nimia, móvil o difusa no se deja confinar en las formas
dadas, ni contener en el círculo de la comprensión círculo hermenéutico que
ineluctablemente parte de la “presuposición del sentido” (cf. Nancy, 1982, p. 21). Pensando
en esa legibilidad que no está previamente dada las imágenes, pero también los textos,
alcanzan su legibilidad en un tiempo que no podemos prever: “Sólo hay conocimiento a modo
de relámpago. El texto es el largo trueno que después retumba”, se lee en una nota del Libro
de los pasajes (2005, p. 459), Benjamin libera a la experiencia de la lectura del modelo
hermenéutico constreñido por las ideas de centro y profundidad, haciendo de ella una praxis
de superficie, que cuenta con los poderes de las correspondencias y las semejanzas, más
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próximo al arte de leer constelaciones siguiendo el “alfabeto de los astros”. “Las
constelaciones apuntan hacia una teoría de la lectura”, así lo indica Andrea Krauss (2011, p.
439), reflexionando sobre los alcances de esta noción en el marco de un pequeño texto que
se ofrece como prefacio a un número de Modern Language Notes cuyo dossier, bajo el título
“Constellations /Konstellationen”, reúne textos que se vertebran en torno al motivo de la
constelación como estructura operatoria. La constelación es ella misma un “concepto
paradojal” de la lectura, que designa al mismo tiempo, vacilando sobre su eje, un objeto para
ser leído (un “objeto-formación”, contingente o aleatorio) y el ejercicio de legibilidad que
permite su titilante comparecencia, en un tiempo que se ofrece sin garantías:
[Las constelaciones] designan un procedimiento interpretativo que llama la
atención específicamente respecto de las condiciones inestables de esta
interpretación: mirar desde la tierra hacia el cielo para «leer» las posiciones
de las estrellas entre es convertirse en una observador relativo en relación
con un objeto de investigación que cambia continuamente [Constelar] es
observar «superficies» desconcertantemente estructuradas que solo se
fusionan en imágenes astrales reconocibles cuando un conocimiento
«externo» invade el dominio de los puntos de luz dispersos, cuando los
patrones significativos producen algo legible entre estas formas
intrínsecamente no especificadas Visto de esta manera, constelación se
vuelve un concepto paradojal, desde que designa tanto el instrumento y el
objeto de la lectura entrelazados mutuamente en una compleja interacción. (P.
439).
Leer constelatoriamente sería reafirmar, no la fijeza de las interpretaciones, sino su
movimiento, su “condición inestable”, que subvierte la lógica clasificatoria y secuencial del
conocimiento. Hay un abismo, como recuerda Adorno, entre un “pensamiento que definey
un “pensamiento que constela(cf. 2013, p. 348). Como Mallarmé, Benjamin encuentra en
las constelaciones una clave que permite emancipar a la lectura de sus constricciones
presentes, invistiéndola de una inusitada potencia crítica, incluso revolucionaria
10
. Pues toda
revolución implica modificar el ritmo de percepción: es eso lo que hace el cine, que “con la
dinamita de sus décimas de segundo” “haciendo primeros planos de nuestro inventario,
subrayando detalles escondidos de nuestros enseres más corrientes, explorando entornos
triviales bajo la guía genial del objetivo” hace estallar los marcos del mundo que nos era
conocido (Benjamin, 1989b, p.47). Estábamos presos allí, dice Benjamin, y entonces vino
el cine”, para remecer las murallas de las habitaciones que nos “aprisionaban sin esperanza”
(p. 47). ¿Puede hacer lo mismo la lectura? ¿Llegará alguien a enunciar una frase como esta:
“y entonces vino la lectura?: contra todo pronóstico, el lector revolucionario que es
Benjamin piensa que la lectura del mundo alberga siempre esa posibilidad. Un día alguien
leerá, y todo recomenzará”, dice de cerca Marguerite Duras, refrendando esa posibilidad de
un porvenir otro. Cuando se le pide a Duras, en 1985, que imagine al hombre del año 2000,
este es el relato que su voz nos presenta:
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Yo creo que el hombre estará, literalmente, ahogado en la información. En
una información constante, sobre su cuerpo, sobre su devenir corporal, sobre
su salud, sobre su vida familiar, sobre su salario, sobre su tiempo libre. Eso
no está lejos de una pesadilla. No habrá nadie s para leer. Ellos verán la
televisión. Habrá aparatos por todas partes. En la cocina, en los cuartos de
baño, en la oficina, en las calles. No se viajará más, no valdrá más la pena el
viaje. Cuando se puede hacer la vuelta al mundo en 8 o en 15 días, ¿para qué
hacerlo? En el viaje hay el tiempo del viaje. Eso no es ver rápidamente, es ver
y vivir al mismo tiempo. Vivir del viaje, eso no será más posible. Quedará el
mar, a pesar de todo, los océanos, y además, la lectura. La gente va a
redescubrir eso. Un día alguien leerá, y todo recomenzará. (1985).
Benjamin también lo piensa, “desterrando polvorientos tomos en la Bibliothèque
Nationale, despertándolos de la muerte (Buck-Morss, 2005, p. 22). Contemplando los
delicados ramajes que habían sido pintados para adornar los altos muros de la Biblioteca de
la calle Richelieu, él imaginaba corrientes de aire que emergían de los libros, ráfagas de
dirección múltiple provenientes de esas páginas preñadas de porvenir: “«Cuando abajo se
hojea, arriba se agita el follaje»”.
La corriente de aire de esta frase [de El libro de los Pasajes], uno puede
seguirla, y proseguir la metáfora de la foresta a lo largo de los senderos de la
gran pajarera donde sin fin el sentido se recompone, bajo unos dedos finos y
unos ojos miopes. (Bailly, 2000, p. 42).
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Recial Vol. XIV. N° 24 (Julio - Diciembre 2023) ISSN 2718-658X. Marcela Rivera Hutinel, «Leer lo que
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Notas
1
El presente ensayo corresponde a un acápite, modificado especialmente para este dossier, de un trabajo más
amplio titulado Figuras anómalas de la lectura, que será publicado este año en Ediciones Macul, Santiago de
Chile.
2
Jean-Marie Straub y Danièle Huillet realizaron en 1977 un cortometraje a partir del poema Un Coup de dés
de Mallarmé, tomando por título una frase que atribuyen a Jules Michelet: «Toda revolución es una tirada de
dados».
3
Benjamin se refiere a un afiche publicitario para una marca de bicarbonato de sodio, la «Sal Bullrich», que a
sus ojos deviene “una parábola de la cotidianidad de la utopía” (2005, p. 194). “[Benjamin] camina y sigue
leyendo señala Crescenciano Grave. Las ciudades son vastas salas de lectura y Benjamin aprendió a
perderse en sus laberínticos detalles” (2015, p. 26).
4
Las diversas tipografías de Un Golpe de dados: mayúsculas, versales, redondas y cursivas, junto con los
espacios en blanco, invitan a explorar un modelo de legibilidad que toma prestada la forma de la lectura de los
astros. Refiriéndose a esta “lectura «en étoile»”, Assa indica: “se puede leer, por ejemplo, «El maestro /surgió
/de esa conflagración» según el orden secuencial, o bien, «El maestro /existiría /comenzaría y cesaría», según
el orden tipográfico de identidad de los cuerpos de la letra. O todavía: «Un golpe de dados jamás abolirá el
azar», pero también, «el velo de ilusión refleja su asedio /no abolirá»” (1984, p. 126).
5
NADA/ de la memorable crisis / o bien desapareció / el acontecimiento / cumplido en vista de cada resultado
nulo/ humano / NADA HABRÁ TENIDO / …SINO EL LUGAR… / en esos parajes/ de lo vago/ en que toda
realidad se disuelve / EXCEPTO / …QUIZÁS / …UNA CONSTELACIÓN” (Mallarmé, 1982, pp. 194-199).
6
Aludimos al título de la obra de Charles Mauron, Mallarmé l’obscur, que Blanchot contrapesa con la pregunta:
“¿Es oscura la poesía de Mallarmé?”. Mauron titula provocativamente su libro, proponiéndose discutir la
supuesta “obscuridadde Mallarmé, bajo la premisa de que puede demostrarse que el poema tiene un sentido
objetivo, susceptible de traducirse en prosa. Pero lo que Blanchot advierte es que la defensa de Mauron «la
obscuridad de Mallarmé es aparente, la legibilidad de su escritura puede ser restablecida» deja intocada la
pregunta por el sentido de la lectura que el poema, con cada una de “sus palabras, acentos, y ritmos”, pone en
entredicho: “El sentido del poema es inseparable de todas las palabras, acentos y ritmos del poema, sólo existe
en este conjunto y desaparece en cuanto se intenta separarlo de esta forma que ha recibido. Lo que el poema
significa coincide exactamente con lo que él es: el que desee comprenderlo debe considerarlo por entero, sufrirlo
en su realidad completa, asimilarlo materialmente y discernir su fuerza…” (1977, p. 120).
7
Deteniéndose en esta afirmación de Mallarmé en el prefacio a Coup de dés (“En efecto, los «blancos» tienen
importancia, impresionan de entrada” [1982, p. 157]), Assa señala que el blanco, hasta entonces considerado
como simple fondo, se vuelve para el poeta una parte constitutiva de la composición. La distinción forma/fondo
es, por consiguiente, puesta en entredicho, desde que ya no se puede hacer abstracción de la “espacialidad de la
página”: “La irregularidad de los espaciamientos” y “la variedad de los caracteres”, cumpliendo una “doble
función, semántica y rítmica”, “introdu[en] una nueva movilidad en el texto, emparentándolo a una partitura
(1984, p. 120).
Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XIV. N° 24 (Julio - Diciembre 2023) ISSN 2718-658X. Marcela Rivera Hutinel, «Leer lo que
nunca fue escrito»: Constelaciones de la letra entre Benjamin y Mallarmé, pp. 22-42.
8
Desde esta perspectiva, leer sería, en un sentido literal, leer letras, palabras, libros; solo en un sentido
metafórico “leeríamos” otras cosas. Pic y Alloa tensionan dicho supuesto siguiendo la pista al resurgimiento de
formas de “lectura no-literales”, entre las que sitúan la Traumdeutung de Freud, el concepto de legibilidad
benjaminiano, y el paradigma indiciario de Carlo Ginzburg: “A una época intelectual marcada por el modelo
del texto y la insistencia sobre una sociedad hecha completamente de signos a codificar, se habrá visto suceder
una época que intenta cultivar espacios dejados al margen por esta tiranía de la instancia discursiva” (2012, p.
2).
9
Pic discute en este pasaje con el modelo del cazador que todavía estaría operando en el paradigma indiciario,
donde el conocimiento por huellas se aproxima a la experiencia de captura de la presa: [Ginzburg] hace del
cazador la figura antropológica de referencia del paradigma indiciario” (2012, p. 264).
10
Benjamin no solo fue un “escritor revolucionario”, como sugiere el libro de Buck-Morss que lleva ese título,
su lectura también lo era: “Precisamente en tanto historiador revolucionario [Benjamin] mostraba características
de coleccionista y anticuario, revolviendo estantes en viejas librerías, pujando en subastas por volúmenes que
nadie quería, desterrando polvorientos tomos en la Bibliothèque Nationale, despertándolos de la muerte. O,
cuando estudiaba libros famosos, era para iluminar lo que escondía en las esquinas y rincones de esos textos,
allí donde los autores no esperaban que se posara la mirada de los lectores” (2005, p. 22).