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Recial Vol. XIV. N° 23 (Enero-Junio 2023) ISSN 2718-658X. Katia Viera y Nancy Calomarde Introducción.
Configuraciones de La Habana en escrituras-texturas recientes. pp. 8-18.
Elizabeth Mirabal en su trabajo “Conexiones imaginarias de La Habana esquiva (1968-2017)”
analiza el concepto de lo esquivo en el imaginario cultural de la segunda mitad del siglo XX.
Para ello, apela a un corpus heterogéneo conformado por ensayos, documentales, libros y otras
producciones culturales asociadas a María Zambrano, Alejo Carpentier, Dulce María Loynaz,
Guillermo Cabrera Infante y Anna Veltfort. A partir de esos textos se interroga por las razones
de ese devenir esquivo de la ciudad y por la forma de esos de trazos en las escrituras. La autora
se propone releer, a contrapelo de la mitificación imagética de la ciudad, el espacio “desdeñoso,
áspero y huraño” que habita en ella, lo elidido y esquivo que, sin embargo, emerge en la
violencia de ciertas formas. Arguye, en su lectura, que los niveles de sobresaturación producen
un desdibujamiento de la experiencia urbana traducida en espejismos, en tanto que disfraces
deformantes.
Por su lado, Reynaldo Lastre en “Entre La Habana revolucionaria y La Habana distópica.
Tres representaciones de la ciudad en el cine cubano” parte de la premisa de que La Habana en
estos materiales es un espacio socialmente construido que refleja y reproduce las relaciones de
poder existentes en la sociedad. En este ensayo, su autor analiza las configuraciones de la
capital cubana en los audiovisuales Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968),
Buscándote Habana (Alina Rodríguez, 2006) y Tundra (José Luis Aparicio, 2021). A pesar de
que Lastre realiza un estudio de estos tres exponentes cinematográficos, no escapan de su mapa
de referencias los audiovisuales cubanos Las doce sillas (1962), La muerte de un burócrata
(1966), ambos de Tomás Gutiérrez Alea, De cierta manera (Sara Gómez, 1974), Se permuta
(1984), Plaff o demasiado miedo a la vida (1988), de Juan Carlos Tabío, María Antonia (Sergio
Giral, 1990), Fresa y Chocolate (Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío), Madagascar
(1994), La vida es silbar (1998), Suite Habana (2003), de Fernando Pérez, Juan de los muertos
(Alejandro Brugués, 2010), Terranova (Alejandro Alonso y Alejandro Pérez, 2020), No
Country for Old Squares (Yolanda Durán Fernández y Ermitis Blanco, 2015) y Gloria eterna
(Yimit Ramírez, 2017). En medio de esta cartografía Reynaldo Lastre elige trabajar con los
tres materiales arriba mencionados porque le permiten construir tres imágenes que el propio
ensayista ha colocado en los subtítulos de su texto: “La Habana revolucionaria”, “Las Habanas
marginales en el ocaso del socialismo” y “La Habana distópica del postsocialismo”. Para el
autor, la primera Habana funciona como intermediaria entre la Revolución cubana y la
conformación del intelectual protagonista a lo largo de los primeros años 60, mientras que en
Las Habanas marginales, “en franca contraposición con el Sergio de Memorias del
subdesarrollo, los personajes no son intelectuales, ni habaneros, ni de la clase burguesa que
huyó del país luego de los sucesos de 1959”, sino que sus percepciones de esta ciudad están en
el lado opuesto, incluso, después de la crisis económica y de legitimación política sufrida por
el gobierno durante el Periodo Especial”. Por último, la exploración de Tundra le permite a
Lastre sostener que en el espacio urbano de Tundra los habitantes normalizan la crisis social y
política de su entorno, y si bien La Habana es un espacio habitado por monstruos, no hay épica
ni esquemas de supervivencia postapocalíptica.
En otro conjunto de artículos, encontramos el vínculo de la ciudad con el mar, es el caso por
ejemplo de “El paisaje portuario, repositorio de la historia habanera”, de Yaneli Leal en el que
se realiza una valoración patrimonial del puerto habanero, entendiéndolo como parte
constituyente del paisaje histórico de la ciudad. En ese sentido, su autora reconoce que “la