Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XIV. 23 (Enero-Junio 2023) ISSN 2718-658X. Susana Haug Morales, Formas distópicas
alternativas para destruir y repensar el motivo insular/caribeño en dos ficciones cubanas del siglo XXI, pp. 192-
204.
https://doi.org/10.53971/2718.658x.v14.n23.41702
Formas distópicas alternativas para destruir y repensar el motivo
insular/caribeño en dos ficciones cubanas del siglo XXI
Susana Haug Morales
Universidad de La Habana
susanahaug@gmail.com
ORCID: 0009-0004-3695-5201
Recibido 18/03/2023 Aceptado 10/05/2023
Resumen
Este trabajo se propone pensar las tradiciones literarias caribeñas, y específicamente las
narrativas cubanas más actuales, como estados vivos, móviles, multivectoriales y en continua
relación/retroalimentación, siguiendo los postulados teóricos de autores como Ottmar Ette,
Edouard Glissant o Antonio Benítez Rojo. A partir de estos estudiosos del Caribe, se indaga en
las matrices, desubicaciones y t(r)opos de lo cubano y lo caribeño desde dos ficciones literarias
distópicas recientes de Anisley Negrín y Jorge Enrique Lage, que escogen salir de La Habana
como epicentro del relato trans-post-nacional y resultan incómodos o de difícil asimilación
para el canon y la crítica literaria de la Isla, porque no se cansan de cuestionar los binarismos,
los lugares comunes, las falsas transparencias y la esquizofrenia de ese artefacto poliédrico y
diseminado por todas partes que es, hoy, la cultura cubana.
Palabras clave: narrativa cubana siglo XXI; Generación Año Cero; estudios teóricos Caribe;
literatura cubana; literatura trans/postnacional
Dystopian forms to destroy and rethink the Caribbean motif in two Cuban
fictions of the 21st century
Abstract
This paper proposes a reading of Caribbean literature, and specifically 21st-century Cuban
narratives, as living, open, ever-moving, multi-vectorial entities in constant relation and
feedback with the world. Building upon the works of scholars such as Ottmar Ette, Edouard
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Glissant, Antonio Benítez Rojo, and Nancy Calomarde, we explore the matrices, dislocations,
tropes, and literary representations of Cuba and the Caribbean in two recent dystopian fictions
by Cuban authors Anisley Negrín and Jorge Enrique Lage. These narratives deliberately shift
the epicenter of the trans-post-national narrative away from Havana, challenging the
established canon and literary criticism of the island. They persistently question the binarisms,
commonplaces, false transparency, and schizophrenia of the multifaceted and globally
dispersed artifact that is Cuban culture today.
Keywords: 21st-Century Cuban narrative; Generation Year Zero; Caribbean theory; Cuban
literature; trans/post-national literature
“El Caribe siempre ha entrañado un reto conceptual, una incalculable heterogeneidad de
elementos constitutivos difícil de aprehender desde normas disciplinarias”, reflexionaba
Román de la Campa (2012, p. 25) en un repaso por los desafíos e insuficiencias
epistémicas/teórico-críticas que entraña cualquier definición de “lo caribeño”, haciéndose eco
de un planteamiento anterior de Antonio Benítez Rojo, quien reconocía que
después de muchos años de investigar la historia económica y social, la cultura,
y en particular la literatura del área del Caribe, he llegado a la siguiente
conclusión: ninguna perspectiva del pensamiento humano (ya sea premoderna,
moderna o posmoderna) puede por sola abarcar la complejidad de lo
Caribeño. Para ello se precisaría observar el Caribe a través de todas ellas, y en
la medida de lo posible, simultáneamente. (Benítez Rojo, 1992, p. 16).
Kamau Brathwaite, por su parte, acudía a la imagen de una vasta territorialidad líquida,
interconectada y sonora en “Nation Language” (1984) para acotar provisionalmente ese lugar
sin límites al que denominó también una “unidad submarina” (2010). Tal vez la respuesta más
rica en posibilidades interpretativas no radique, entonces, en el disciplinamiento de saberes
provenientes de la teoría, la filosofía, la historia, las ciencias sociales o las ciencias “duras”,
sino en la indisciplina y en la facultad siempre renovadora, empática y de reconexión que ofrece
la literatura entre tantas codificaciones de la experiencia y el conocimiento humanos. El alemán
Ottmar Ette, estudioso de las literaturas hispanoamericanas, caribeñas y trans-areales, ve, en la
literatura, aprendizaje incesante de lo humano, del bios, la obtención de un saber posible, un
convivir exitoso, y una mirada no reduccionista sobre las complejidades del mundo que están
ausentes o solo parcialmente contenidas en las demás organizaciones del pensamiento y la
conciencia.
Desde mi punto de vista, no hay un mejor y más complejo acceso a la
comunidad, a la sociedad y a la cultura que la literatura. Pues a lo largo de
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milenios ha acumulado un saber de la vida, de la supervivencia y de la
convivencia en las más diversas áreas geoculturales, que se ha especializado en
no estar especializado ni discursiva ni disciplinariamente y tampoco en ser un
dispositivo especializado del saber. La facultad de ofrecer … su saber como un
saber sobre la experiencia (le) permite llegar a los hombres atravesando
grandes distancias espaciales y temporales, sin dejar al mismo tiempo de ser
eficaz … La literatura es, por tanto, el terreno de juego de lo poli-lógico …, en
tanto permite pensar simultáneamente las lógicas más dispares e incluso nos
obliga a hacerlo. Su multiplicidad de significados, su polisemia, genera el
desarrollo de estructuras y estructuraciones polilógicas que no tienen como
fin la obtención de un punto de vista fijo, sino que se orientan en movimientos
continuamente cambiantes y renovados de la comprensión La literatura es,
por lo tanto, un saber en movimiento cuya estructura polilógica resulta de vital
importancia para el mundo del siglo XXI, cuyo mayor reto debería ser sin duda
la convivencia global en la paz y en la diferencia. (Ette, 2009, p. 87).
Pensando las tradiciones literarias no como compartimientos estancos, sino como mapeos
vivos, móviles, multivectoriales y contrarios a las fijaciones territoriales de las alteridades, Ette
postula a Humboldt como un escritor cubano, como la uruguaya Norah Giraldi le otorga a
Darwin carta de ciudadanía en las letras uruguayas. Es por eso que me parece tan productivo y
oportuno indagar en las matrices, desubicaciones y t(r)opos de lo cubano y lo caribeño
precisamente desde algunos textos literarios inquietantes que resultan incómodos y de difícil
asimilación porque, siguiendo a Ette, no se cansan de cuestionar los binarismos, los lugares
comunes, las falsas transparencias y los enquistamientos de ese artefacto poliédrico y repartido
por todas partes que es, hoy, la cultura cubana.
Tras el abuso de la marca país para la exportación mundial y doméstica de productos
literarios y culturales cubanos, el tan socorrido estado de excepción nacional desembocó en el
agotamiento de la “diferencia” y del excepcionalismo como hipertrofias del branding a fines
de los 90. A las emergentes narrativas y poéticas cubanas y de lo cubano que irrumpen a partir
del siglo XXI les interesa ensayar otros caminos, estéticas, estrategias de visibilización y
prácticas de inscripción geopolítica, tomando distancia del poco imaginativo realismo
sociocrítico, con sus dosis de neocostumbrismo, neofolklorismo, neoexotismo y carnaval,
practicados con variable éxito y originalidad hacia el fin de siglo. Estas escrituras del nuevo
milenio que empiezan a producirse dentro y fuera de la Isla matriz en múltiples espacios de
convivencia (reales y virtuales), que desbordan las aguas territoriales, nacen con una explícita
voluntad de descentramiento, movilidad y desmarque de las estrictas fronteras geográficas del
Estado-Archivo-nación, para buscar formas alternativas de inscripción, religamiento y
pertenencia. Esta avidez de cosmopolitismo, de estar por fin en el mundo participando de sus
simultaneidades, incoherencias, densidades y contradicciones, se materializa en escrituras tan
heterogéneas e inestables como difíciles de clasificar, que oscilan entre anclajes glocales y
escenarios abiertamente trans o post-nacionales. Se produce, pues, una necesaria oxigenación
y expansión de los imaginarios sobre lo cubano, que desautomatiza las lecturas y miradas
anquilosadas sobre la tradición, y pluraliza los márgenes del realismo congelado con dosis de
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absurdo, ironía, irreverencia y esquizofrenia hasta llevarlo a predios como el irrealismo, el
realismo ilógico, delirante o esquizo. En mayor consonancia y sincronía con los flujos globales,
con los ritmos acelerados de la globalización, con las identidades líquidas y ambiguas, con las
pulsiones diaspóricas y centrífugas de muchas literaturas hispanoamericanas, caribeñas y de
otras regiones, hoy día, algunas ficciones de autores encapsulados bajo el rótulo de
Generación Cero o Año Cero parecen llevar a la práctica, sin proponérselo, los reclamos
de la Poética de la Relación y el Tout-Monde de Glissant, de la teoría del caos de Benítez Rojo,
de la visión archipielágica de Brathwaite, o de las literaturas sin residencia fija de Ottmar Ette.
Y digo sin proponérselo porque, en apariencia, las obras de estos autores cubanos, la mayoría
nacidos en o trasladados a La Habana para luego migrar a distintos puntos del planeta, fuera de
la condición diaspórica de sus protagonistas, y de algunas menciones a espacios insulares, poco
tendrían que ver con una interpretación muy reducida de los discursos identitarios sobre el
Caribe, de sus heteróclitas formas de vida, o la tematización de una insularidad entendida de
manera estrecha y estereotipada. Para muchos escritores jóvenes, sobre todo habaneros o
habanocéntricos (esto sucede en menor medida con el Oriente del país, que siente más cercanías
geoculturales con el área antillana), sus referentes culturales (literarios, audiovisuales,
tecnológicos) no están en la región caribeña ni en sus literaturas y capital cultural, que
desconocen y ven como ajenos, y a veces ni siquiera en Hispanoamérica, sino en Europa
occidental, en Norteamérica, en el universo asiático y en otras comarcas remotas desligadas de
la Caribana. Pero esta desconexión es solo aparente. Si el mapa de referentes identitarios y las
cartografías de la pertenencia (Aínsa, 2014) han cambiado, es porque de igual modo han
mutado, se han actualizado y expandido las metáforas, conceptos, teorías y experiencias de
vida sobre lo hispanoamericano y lo caribeño, áreas que insertan, aunque con asimetrías y
desfases, en el devenir de la literatura mundial, pluriversal o del mundo (Ette, en Gesine Muller,
y Dunia Gras, 2015). En las propuestas estéticas de estas escrituras que críticos de aquí y de
allá han llamado flotantes, post-todo, ingrávidas, del después, trashficcionales, postcubanas,
deslocalizadas (Calomarde, 2019a, 2019b, 2022; Casamayor-Cisneros, 2012; Rojas, 2018;
Timmer, 2019; Viera, 2020, 2022), herederas del rizoma, del in-between y la mímica de
Bhabha, y de la liviandad descomprometida con la nostalgia, los paradigmas heroicos y las
retóricas oficiales del siglo pasado, ya no se trata de debatirse agónicamente entre lo nacional
y lo foráneo, el adentro versus el afuera, la adscripción al telos autóctono o la traición apátrida;
tampoco interesa optar por una de las dos metáforas antitéticas sobre la identidad cubana, la
versión lezamiana utópica del habitar la Isla como una fiesta innombrable, frente al contra-
relato piñeriano distópico de la maldita circunstancia del agua por todas partes, sino que, por
fin, se abren con libertad infinitas opciones e iteraciones posibles de lo cubano más allá del
peso agobiante de la Isla, más allá del gesto trágico, nostálgico, sufrido, o tropical-carnavalesco
que parecía inevitable. Si el primer gran desborde transnacional que rompe con el paradigma
de la fijeza se produce con la oleada migratoria hacia Miami, convertida desde entonces en
prolongación y provincia extraterritorial de La Habana y Cuba (Fornés, 2009), en ciudad a un
tiempo extranjera, cosmopolita, y local para tantos miles de cubanos asentados allí desde los
60, las posteriores movilizaciones diaspóricas y fugas masivas hacia otras geografías dispersas
han permitido también vincular e incorporar estos nuevos espacios, pluralidades y gentes (de
cierta manera, en paisajes visibles o invisibles, sumergidos o aflorados) al ámbito de la
imaginación, la realidad y la creación insular. Ello genera, por fuerza, otras lógicas de la
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distancia y el agrupamiento (Dorta, 2015), otras comunidades interpretativas mucho más
amplias, pluri-céntricas y flexibles, e inéditas formas de participación en lo global, con la
inclusión de textos cubanos escritos desde la Isla y beyond en revistas digitales donde la
ubicación geográfica ya no interesa, pues operan en el espacio virtual, forjando identidades
virtuales que desbaratan y trascienden cualquier apelación al territorio y al sustrato nacionales.
Las escrituras de Jorge Enrique Lage, Legna Rodríguez Iglesias, Dazra Novak o Anisley
Negrín ya se atreven a prescindir del adjetivo cubanas, que sienten innecesario, porque se
proponen como desideratum superar la marca de agua y la camisa de fuerza del país, ese pesado
atributo que, como un GPS asfixiante, restaba emancipación imaginativa, política, asociativa a
las producciones de la Isla, obligándolas a ser leídas desnaturalizadamente, es decir,
imponiendo sobre ellas unos supuestos constructos identitarios, unos sentidos bastardos, unas
lealtades inexistentes, un “factor Cuba” (Padilla, 2014) y “colores locales” propios de una
“marca país” de los que carecían. El ethos neobarroco, burlón y desrealizante que late en las
textualidades de estos autores, nutrido de impurezas y contaminaciones, de rebajamientos y
desacralizaciones de todo deber ser, toda centralidad, toda institucionalidad, toda ficción de
Estado, se conecta así, desde la aniquilación de las certezas y las opciones culturales
excluyentes, con la vivencia y la episteme archipielágica, receptiva hacia todos los saberes y
formas de vida, de una capacidad imaginativa ilimitada, de un movimiento siempre tan
multidireccional como provisional, que acerca a las identidades caribeñas separadas en la
superficie por las aguas y las diversidades étnico-lingüísticas, donde todas las islas, en mise en
abyme, se repiten, refractan, reinventan, reconocen y prolongan a escala planetaria, al operar
sobre principios de amorosa discontinuidad, relacionalidad y fractalidad.
Adentrarse en la lectura de estas ficciones excéntricas y profundamente distópicas,
sentimiento que comparten con f(r)icciones latinoamericanas, anglosajonas y globales una
serie de referentes comunes, sensibilidades postnacionales e imaginarios (post)apocalípticos,
supone des-leer, de paso, el Archivo cultural de la nación, las anteriores y contemporáneas
realizaciones literarias que conforman la tradición nacional, frente a la cual los textos de Lage,
Rodríguez Iglesias, Negrín funcionan con explosividad y agresión. Las poéticas del caos
(Benítez Rojo) y el movimiento (Ette), entre tantas posibilidades interpretativas, permiten
bosquejar sentidos provisionales al interior de estos organismos textuales que se complacen en
no dejarse definir, en desagruparse y fracturarse aún más ante cada lectura tentativa.
La tematización del motivo insular y la falla de origen, la referencia directa u oblicua a la
diáspora cubana y sus particularidades, la mirada simpatética hacia las vidas precarias y
abyectas de seres alucinados, sin propósito ni ideales concretos, que deambulan o vagan a la
deriva por los intersticios de Cuba y demás limbos planetarios, en tanto en despojos de la
globalización, del inacabable presente de miseria e infelicidad que significa la distopía
nacional, la reflexión tangencial sobre la erosionada ecología del ecosistema cubano y por
extensión caribeño, cambiando el ruin porn de los 90 por el desastre ecológico de la
desertificación y los escombros (preocupación medioambiental propia de las ficciones globales
contemporáneas), o bien las menciones a la explotación despiadada por parte de la irracional
maquinaria estatal no se ausenta, sin embargo, de unas historias que, por más que se propongan
evitarlo, terminan siempre estableciendo algún puente, afecto, guiño o llamada en negativo a
la realidad cubana, realidad que nunca se muestra como una entidad coherente, literal y
acabada. “La literatura escrita por cubanos, recuerda Walfrido Dorta, ha girado incesantemente
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como una noria perpetua, complacida en misma alrededor de un centro, de un
significado apropiado y figurado hasta el vértigo, Cuba” (2012). Pero los mitos del canon
cubensis y los proyectos de un futuro promisorio, cambiante, al menos para las narrativas
posadas en la Isla, se hayan degradados hasta la médula.
Quiero detenerme a continuación en dos narradores con abordajes que evidencian ciertos
parecidos y pulsiones comunes, uno habanero y la otra “de provincias” (Santa Clara), que
escogen, cosa rara en las “ficciones fundacionales” de nuestro siglo XXI, salir de La Habana
como único ecosistema o espacio de representación, crítica y derrumbe de la distopía nacional.
Partiendo de la idea de “Ultima Thule” o último lugar del mundo conocido/habitable/urbano
que es, simbólicamente, La Habana en el imaginario y el humor popular de los cubanos, para
quienes “Cuba es La Habana” y “lo demás es campo”, ambos escritores jóvenes parten de una
“post-Habana” que, o bien será arrasada en breve bajo el imperio de la globalización, la
hiperconexión y la tecnología, es decir, llevada a su ruina no metafórica sino literal, o bien ya
ni si quiera importa como locus enunciativo, registro topográfico, ubicación afectiva, marca de
agua en un mapa de la memoria que desaparece de las conciencias de quienes parten y dejan
atrás todo paisaje nacional, y toda posibilidad de permanencia/re-inscripción en el recuerdo-
archivo cultural de la Isla. Los textos en los que me interesa detenerme son la novela La
autopista. The movie, de Jorge Enrique Lage, y el cuento Isla a mediodía”, de Anisley Negrín,
ambos del 2014. En ellos aparece, por ejemplo, el leitmotiv de la carretera como deseo de
acabar con un estado de cosas inalterable, congelado en el espacio y el tiempo, para empezar a
salir del aislamiento a través de una posibilidad de reconexión e intercambio con otros
segmentos de la geografía planetaria. Pero la autopista, símbolo desarrollista por excelencia,
encarna asimismo la apoteosis del capitalismo global deshumanizante, con su consecuente
replicación de precariedades, desigualdades, homogeneizaciones, necropolíticas y desastres
ecológicos que resultan visibles especialmente en áreas empobrecidas, vulnerables y de frágil
agencia, como las regiones del Caribe e incluso Cuba, dependientes de las industrias del ocio,
expuestas a las erosiones, las violencias y los vaciamientos del turismo, del consumismo feroz
del capitalismo transnacional, igual que a la pérdida de valores culturales propios ante el influjo
de la co-optación cultural extranjera. Unos robots transformers usurpan el trabajo a una mano
de obra barata, “tercermundista” y pluriempleo, proveniente de las áreas más marginalizadas,
invisibilizadas, diaspóricas, híbridas y económicamente deprimidas de las Américas, las que
conforman el Gran Caribe: “Hormiguean obreros mexicanos, centroamericanos, dominicanos,
haitianos, puertorriqueños; nativos de las Bahamas, de gran Caimán, de Jamaica, de las islas y
las costas pisoteadas con furia por los huracanes” (Lage, 2014, p. 41). Lo que queda después
de esta violencia económica, política, epistémica y lingüística cuya única voluntad y lógica es
el despojo, el exterminio de formas de pluralidad y vida, es, en efecto, el desierto (y el basurero)
de lo real. Acaso, más tarde, la floración de esos no lugares asociados a los paisajes de la
globalización, el crecimiento industrial abusivo y la urbanización desarrollista que desaparece
poblaciones enteras en su afán de rezonificación. Expulsados de la ciudad a los confines del
espacio insular, el borde entre arena y mar de la Isla, los personajes de ambos relatos se sienten
dejados fuera de la historia, de la fabricación de presentes, del mismo devenir. Ante la
imposibilidad de un reconocimiento de/en la realidad que los rodea y consume, ante la
cancelación de alternativas de realización y pertenencia, recurren a comportamientos
esquizofrénicos, estrambóticos y soluciones patafísicas en medio de una serie de coyunturas y
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performances a cuál más delirante. Impera, en general, la más pura poética de la caoticidad, el
desorden y la incoherencia, al menos vistos desde las lógicas hegemónicas del orden, la
racionalidad epistémica, el control (sometimiento) de la naturaleza y los cuerpos. Los cuerpos,
los movimientos y las acciones que performan estas criaturas se resisten a ser
interpretados/controlados/ordenados de modo tranquilizador.
Con no poco descreimiento y cinismo, comenta el yo narrador de la novela de Jorge Enrique
Lage:
Dicen que la autopista va a atravesar la ciudad de arriba abajo. Lo que queda de
la ciudad. Por el día avanzan las bulldozers barriendo parques, edificios,
shopping centers. Por las noches yo deambulo entre las proximidades del mar,
entre los escombros, las maquinarias, los contenedores, tratando de imaginar
desde ahí la magnitud de lo que se avecina, No cabe duda de que la autopista
será algo monstruoso. (Lage, 2014, p. 11).
A partir de esta mínima descripción inicial, los escenarios del texto se volverán cada vez
más indeterminados e irreales, toda vez que los mismos caracteres que los recorren están otro
tanto des-identificados y borrosos, y apenas reciben un nombre que les ofrezca una identidad
provisional. Así, el Autista, un ser casi metafísico que no sabe dónde colocarse a ciencia cierta:
“Alguna vez fue un nerd, un geek, un freak a su manera. Ahora parece estar más allá de todo
eso” (p. 11).
El universo de Lage, quizás uno de los más originales dentro de las literaturas escritas por
autores cubanos en los últimos tiempos, desarrolla sus propios argumentos especulativos para
darle algún sentido a la irrupción del tajo de concreto que desbarata las fronteras de la isla, por
décadas tan conservadas en el formol de una temporalidad congelada, ahistórica y fuera de lo
contemporáneo, y en una estasis no dialógica, no participativa. Bajo el imperativo de un
tránsito/crecimiento capitalista indetenible y hacia cualquier parte, Cuba y las Antillas quedan
conectadas con La Florida, México y otros puntos continentales de las Américas, destruyendo
ciudades, estructuras y comunidades pre-existentes a su paso, y generando, al mismo tiempo,
en virtud de su efecto radioactivo, profundas mutaciones en los ecosistemas, los cuerpos
humanos y las mentalidades. Según la estrafalaria “Teoría Unificadora”, semejante a las teorías
del complot de Ricardo Piglia, por debajo de la carretera visible discurre, sumergida, en una
suerte de imagen archipielágica, otra corriente de significancias mucho menos explícita pero
no menos presente y perturbadora:
Era espeluznante. Era demencial. Era inconcebible. Tenía que ver con los flujos
del dinero, con los desplazamientos del capital, con las economías de mercado.
Tenía que ver con un mapa, si suponemos algo parecido a un mapa del tesoro
donde al final no queda claro qué es el tesoro. Los flujos del dinero son, en
ese mapa, como autopistas. Hay intersecciones, rizos, desvíos; pero también
velocidades, caídas abruptas, saltos de dimensión. Y hay como una trama oculta
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detrás de todo eso, una trama que salta a la vista como esas manchas
bidimensionales y aparentemente caóticas en las que surge de pronto una figura
con relieve cuando uno cambia el foco de la mirada. Y por supuesto, en los
nudos o los nodos de esa gigantesca red laten los fetiches, las ideas fijas, los
cuerpos apresados de todos nosotros. Sobre todos nosotros se están llevando a
cabo experimentos que nunca seremos capaces ni siquiera de imaginar. (Lage,
2014, p. 32).
En “Isla a mediodía”, de Anisley Negrín, que parte de un cuento de Julio Cortázar, igual
que la máquina narrativa de Lage se inspira en “La autopista del Sur”, reconociendo ambos la
influencia literaria de quien exploró con una creatividad y humor muy personales las
manifestaciones de lo fantástico en su poética, la escritora retoma el motivo de la carretera, del
paisaje desértico y la errancia como actualizaciones del tópico de la carencia, opuesto al de la
abundancia y la fecundidad, que a partir de las primeras descripciones colombinas sobre el
Nuevo Mundo antillano fijó dos posibilidades de representar el espacio insular. Con mayor
insistencia que en la novela de Lage, Negrín se recrea en la presencia opresiva del sol y del
calor de una isla, lo que obliga casi a conectar la atmósfera psicodélica de su historia y los actos
performativos de los extraños personajes on the road con el ya clásico pasaje de Reinaldo
Arenas en El color del verano:
Ya está aquí el color del verano con sus tonos repentinos y terribles. Los cuerpos
desesperados, en medio de la luz, buscando un consuelo. Los cuerpos que se
exhiben, retuercen, anhelan y se extienden en medio de un verano sin límites ni
esperanzas. El color de un verano que nos difumina y enloquece en un país
varado en su propio deterioro, intemperie y locura, donde el Infierno se ha
concretizado en una eternidad letal y multicolor. Y más allá de esta horrible
prisión marítima, ¿qué nos aguarda? ¿Y a quién le importa nuestro verano, ni
nuestra prisión marítima, ni este tiempo que a la vez nos excluye y nos fulmina?
Fuera de este verano, ¿qué tenemos? (Arenas, 2010, p. 410).
El relato de Negrín pareciera erigirse como una estrategia existencial frente a esta pregunta,
como un atisbo de respuesta inconclusa más cargada de incertidumbres, accidentes y fracasos
que de convicciones y engañosos triunfalismos al estilo de las retóricas/espejismos del Estado-
nación. Como en Lage, se elude toda descripción y hasta el nombre mismo de los tres o cuatro
personajes que circulan “hacia el fin del mundo” por una carretera inespecífica en un viejo
Buick americano, transformado por las décadas revolucionarias, las chapisterías consecutivas
y las ingeniosas alteraciones criollas en el vernáculo “almendrón” del transporte informal
cubano. Dónde queda ese enigmático confín, ya no de la Isla, sino del “mundo entero”, el Tout-
Monde, nunca se precisa a lo largo del relato escrito con un lenguaje escueto y minimalista,
que contrasta con la prosa esquizo-anárquica de Lage, que roza en el barroquismo, el
abigarramiento y el entramado enloquecedor de signos, maquinarias, robots, topografías,
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actrices, referentes culturales extranjeros, alusiones veladas o explícitas a sucesos y personajes
de la historia local/regional/global (Hard Rock Café Havana, los Everglades, los indios
seminolas, Philip K. Dick, Neil Gaiman y Poppy Z, la Virgen de la Caridad del Cobre, La
Tropical, el ciclón Katrina, New Orleans, el presidente cubano de la Coca Cola transnacional,
un mexicanizado Hu Jintao que es, también, el ex presidente chino, etc.), gestos todos que
buscan poner a circular en la conciencia del lector, sin jerarquías, una galaxia de apropiaciones,
desvíos y piruetas burlonas capaces de dinamitar los estereotipos, dramatismos y esencialismos
identitarios en torno a lo cubano y lo caribeño, mostrando su constante negociación
con/intervención en lo global, e inyectando de paso altas dosis de cosmopolitismo,
mundialización, deslocalización y espíritu postnacional a este artefacto narrativo que es, en sí,
un planeta.
El paisaje de “Isla a mediodía”, por contraste, está vacío de nombres, estaciones, ciudades
o señas de la modernidad. Es un auténtico desierto, tal vez (no se dice) producido por el colapso
del modelo socialista, por la apatía y la abulia generalizadas, por la escasez y las miserias del
bloqueo económico; por la emigración como única perspectiva de futuro que ha ido
despoblando el interior y la capital de la nación hasta reducirla al tuétano, a la presencia
fantasmagórica de sus viejos y enfermos, o por los renovados huracanes y desastres ecológicos
que han horadado Cuba y desestabilizado aún más la existencia de los sobrevivientes que lleva
a cuesta. Las criaturas de este relato con aires de road movie resultan, cuando menos, confusas
y alucinantes: un chofer que puede ser hombre o mujer según la ambigua voz narrativa lo
decida; una mujer que no se llama Consuelo, pero es designada con ese nombre, que pertenece
a la novia ausente del/la chofer a quien sustituye (novia que cabe suponer fuera del país, en una
distancia infranqueable para el sujeto abandonado que la extraña desde adentro: “ella también
huye. Al final todos lo hacemos … estamos solos y la carretera es larga. Y no hay nada ni a un
lado, ni al otro”, p. 123); y una muñeca inflable de nombre comercial Juliette que sirve como
tabla de salvación y refugio (un objeto flotante asociado de inmediato a los imaginarios de la
diáspora de 1994, a los naufragios y ahogamientos de tantos balseros que nunca llegaron a un
destino) al/la protagonista antes que como juguete sexual:
La veo y se me antoja un salvavidas. Me aferraría a ella si me estuviera
ahogando. Pero no me estoy ahogando. No hay agua por todo esto. Solo la
carretera, delante y atrás, dividiendo la isla en dos de punta a punta, como el sol
de las doce al mediodía. No de dónde vengo. No hacia dónde voy. (p. 128).
El cuarto personaje es un hombre viejo, remedo de aura tiñosa y Quijote enloquecido, que
entra y sale de la carretera y del cuento sin explicaciones, para gritar como un profeta a peatones
y viajeros: “Todos vamos a ser canonizados”. En las pocas páginas que conducen el viaje,
primero en auto y luego a pie, destacan la síntesis poética, la capacidad de improvisación, la
errancia y el sinsentido de las situaciones y performances. La mirada de desapego y
distanciamiento sobre la realidad se complementa con un intento (fracasado) por repoblar las
ausencias del panorama/patrimonio/acervo nacional correspondientes a quienes se han ido con
sus memorias fotográficas, que sustituyen su ausencia física por una huella material:
Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XIV. 23 (Enero-Junio 2023) ISSN 2718-658X. Susana Haug Morales, Formas distópicas
alternativas para destruir y repensar el motivo insular/caribeño en dos ficciones cubanas del siglo XXI, pp. 192-
204.
Todos vamos a ser (canonizados), lo queramos o no. En algún lugar, tras una
cámara, habrá alguien inmortalizando las imágenes un cuarto oscuro, una luz
que se enciende, cuatro paredes forradas con miles de fotografías. Estas son
de los que se han ido al fin del mundo. Rostros. Posiciones. Colores. El mismo
paisaje. El mismo sol del mediodía. (p.134).
Los sujetos migrantes de los 60 a los 90, del 2000 a hoy, comparten de pronto el mismo
muro en la más absoluta contigüidad que anula sus evidentes diferencias, los reúne a pesar de
las dispersiones y las discontinuidades temporales. Instantáneas fotográficas las de esta
distopía, que actúan como parches intentando disimular, en vano, el evidente vacío, la
desmemoria y el borramiento que, al menos dentro de la Isla, en Cuba, sobreviene a cada
partida de escritores, intelectuales y artistas que dejan de ser recordados/tenidos en cuenta en
los procesos literarios, de canonización, y en las políticas editoriales subsiguientes. De ahí que
numerosos creadores cubanos se dieran a la tarea de fundar distintas empresas editoriales y
revistas impresas y virtuales desde sus nuevos (o temporales) enclaves de trabajo y residencia.
Aun cuando el Estado detenta todavía el monopolio editorial, el concepto de la edición digital
continúa en pañales, el mercado cubano del libro es en extremo localista, y tampoco existen
auténticas editoriales independentes en Cuba que faciliten la revitalización de los catálogos
“nacionales” e internacionales o fomenten la inserción de los autores cubanos en circuitos de
promoción, circulación, comercialización y reconocimiento a escala mundial, no es menos
cierto que la emergencia de blogs y publicaciones online a partir de los 2000, tanto desde Cuba,
pese al pésimo Internet que nos constriñe, como desde varias latitudes donde los cubanos han
construido formas de agrupamiento y convivencia (en el caso de Cuba, cabe citar 33 y un tercio,
The Revolution Evening Post, Cacharro(s) como revistas de la Generación Cero, exponentes
de una etapa tecnológicamente rudimentaria, o Claustrofobias, El Toque, El Estornudo en la
segunda década del siglo), ha acortado, o bien hecho irrelevantes, las distancias entre la Isla y
el Mundo, toda vez que estos e-zines y bitácoras digitales personales se comportan como
agentes transnacionales que diseminan y reterritorializan el campo literario nacional. De los
cientos de fotos Polaroid pegados en los muros de una cafetería contigua al fin del mundo de
Anisley Negrín, a la colaboración asidua con los magazines electrónicos, ambos recursos
funcionan como alternativas de resistencia y co-existencia para los sujetos migrantes que se
niegan a desaparecer, a ser “sacados del juego”, a extraviarse en comarcas foráneas o a ser
olvidados por sus culturas, familias, comunidades interpretativas de origen: “Mentira. Siempre
queda algo. Todo tiene sobras (p. 131), dice alguien indeterminado en “La Isla a mediodía”.
Otra vez, predomina el escenario apocalíptico y de franco diseño distópico. Al presentarse con
un tono más austero y carente del componente lúdico que aligeraba las situaciones en La
autopista…, el texto de Negrín demanda ser leído de forma distinta: “Al frente, la carretera. Y
atrás. Larga y sinuosa como una serpiente. La carretera no tiene principio ni fin, y siempre
conduce al mismo sitio, a un lugar de donde no se vuelve. Ella tampoco volverá (p. 124). La
Isla es, pues, cualquier isla, todas las islas reales e imaginarias, presentes y futuras, sempiternas
zonas de tránsito y cruzamientos, Middle Passage de los flujos migratorios, pero también rito
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de paso del turismo aplanador, que viven sometidas a la marcha de colectivos humanos, la
desolación y la intemperie. En su Introducción a una poética de lo diverso, se refiere Glissant
a la importancia de considerar la asistematicidad de las distintas culturas del mundo. Otra forma
de pensamiento, más intuitiva, más frágil, amenazada, pero en sintonía con el mundo en caos
y con sus impredecibilidades: Califico este pensamiento como “archipelágico”, un
pensamiento asistemático, inductivo, en exploración de la impredecibilidad del mundo en caos”
(2016, p. 46).
No importa demasiado, a estas alturas, o solo en algunos casos (pienso en las crónicas sobre
Miami de Legna Rodríguez Iglesias, o en las crónicas habaneras de Dazra Novak que observan
con renovado interés las abstrusas creaciones independientes del paisaje urbano de la capital
antillana), preguntarse por el lugar de residencia (permanente o provisorio) de los autores que
hoy, desmarcados de la etiqueta Generación Cero, quisieran reinventarse simplemente como
artistas despojados de una deuda geográfica que los obligue a presentarse a priori, de cara al
mundo y los lectores, como “escritores cubanos”, o a escala más reducida, “de la isla”, para
poder significar en el torrente de imaginarios glocales. Yo misma desconozco, ahora mismo,
el paradero de algunos de ellos. He leído sus ficciones cuando vivían y publicaban en la Isla, y
luego, con más dificultad y lagunas en mis lecturas, por la imposibilidad de conseguir sus libros
ya editados “afuera”, los he rastreado en las habitaciones de Google para tratar de leer, a
retazos, los fragmentos disponibles y descargables desde infinitas revistas y sitios virtuales. Al
final lo que queda es escribir, defender estéticas y poéticas tan inclasificables como personales,
ser traducidos a todos los idiomas posibles, incluso resultar intraducibles o quedar perdidos en
la traducción; editar novelas y colecciones de cuentos en editoriales regionales de creciente
prestigio, o en circuitos de mayor impacto internacional y exposure crítico (Alfaguara,
Anagrama, Random House, Gallimard, Tusquets, Penguin) darse a conocer aquí y allá,
trascendiendo los estrechos marcos del localismo, del estereotipo tropical, del significante
Cuba. Con esa visión apocalíptica y azorada de alguien con una ciudadanía y una agencialidad
precarias, vástago de una Isla que viene y va constantemente, se pliega y repliega, sueña y
reinventa, negocia formas de vida, de lenguaje, de revisión e inscripción en lo cubano, Anisley
Negrín sabe que llegar a un confín es solo el inicio de una aventura personal, de un exponerse
al mundo:
Nos sentamos en la punta, con los pies en el agua, con la vista en el mar. Nos
olvidamos de todo. Hasta del sol. Hasta de si todo no es más que una de esas
alucinaciones que provoca el calor en medio del desierto. Ya no estamos en el
desierto. Hemos llegado ¿Es este el único o hay otros? ¿Otros qué?
Fin del mundo…—Hay otros, pero este era el más lejano. (p. 136).
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