las interacciones en el
ámbito de la poesía española de voces como José Martí, Federico García Lorca o Manuel
Ramos Otero suscitan, al decir de Dionisio Cañas (1994) una superposición del campo
semántico procedente del ethos natural sobre el paradójico paisaje urbano, acto de
domesticación forzosa. Cañas alerta sobre la embestida en estos discursos poéticos entre “una
ciudad real y otra irreal (imaginaria, simbólica, alegórica)” (p. 10), así como de un Yo
proyectado en el tejido metropolitano, a tal punto de convertirse en su prolongación. En
consecuencia, el poema funge como una “criptografía de la ciudad” (Montenegro-Mora, 2015,
p. 4) y asume una capacidad genésica: crea a sus evas de cemento y cristal, conglomerados que
solo se robustecen en el discurso.
Dicho espectáculo civil asume un singular cronotopo de semántica ambientalista, pues la
doma del hábitat visualiza un acto antropocéntrico en el peor de los sentidos y es aquí donde
la función del poema tiene lugar como tabla de salvación para el paisaje virginal (Ramírez y
Rojas, 2022). En otros casos, el entramado se personifica como un cuerpo hastiado que acierta
su carácter en el desconcierto y la anarquía; pujante como un centro absoluto dentro del
espectro urbano (Zapata, 2006).
No se debe descuidar el ensayo de la ciudad: “considerada como el modelo del espacio del
universo. Correspondientemente, la organización de la misma refleja la estructura del mundo
en su totalidad. Se conocen dos tipos geométricos básicos de tal organización: la cuadrangular
y la circular” (Ivanov, 2009, p. 216). El propio autor rememora el maridaje en la antigua
Mesopotamia entre las adivinaciones por el hígado —mapa de la ciudad
celestial/ideal/utópica— y la función de sus puertas y palacios, así también la función semiótica
de considerar a la urbe como un sujeto/a (Antiguo Oriente = mujer). O la ciudad como “texto
plurisemiótico” (Areiza, 2011, p. 116) donde la marginalia, lo consuetudinario y lo
desapercibido adquieren un carácter de centro. O la ciudad como un ente enérgico, erotizado,
a tal punto de representarse a la manera de un objeto del deseo (Guillén, 2015).
Mediante una negación de la geopolítica, el poema de/sobre/en/por/a la ciudad erige un
“territorio de significación constante” (Bueno, 2021, p. 269) que se pavonea de su modelo
propio (ciudad análoga o texto-cosmópolis) donde sus cualidades (locus/escritura) resultan
intercambiables (Jorge, 2011). Otras posturas se acercan a los nacionalismos como productores
de relaciones sujeto-entorno citadino, por ejemplo, de “La ciudad como objeto disfórico [a] …
espacio de interacción y negociación para el sujeto lírico: espacio público.” (Corral, 2021, p.
186). Ante este imperativo ocurre una sinécdoque: el círculo del hogar como un país o patria,
o más terrible, el desarraigo / la muda / el viaje, se transforman en mecanismos de ciudad
interior.
No obstante, la calle deviene hogar imperfecto del yo lírico, confabulación que lo trasmuta
en un particular ciudadano. Empero, “lo netamente público de una ciudad en los comienzos de
la modernidad, se transformará en ruina en la modernidad más tardía, específicamente en el
advenimiento de la ciudad neoliberal” (Urzúa, 2013, p. 125). La mirabilia arquitectónica bajo
un lente de afecto o rechazo, de empatía o aflicción, resulta auscultada por los sujetos líricos
ora como llana escenografía ora como un sujeto pensante que no oculta su muestrario de seres
hundidos en un conflicto centro vs periferia. “De esa gama sobresale el flâneur explorando la
calle con andar y mirada propia, un paseante de identidad definida frente al hombre seriado de
la muchedumbre” (Boccanera, 2013, p. 2).