Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XIV. N° 23 (Enero-Junio 2023) ISSN 2718-658X. Ignacio Iriarte, La Habana múltiple.
Imaginarios históricos y experiencias urbanas en la literatura cubana, pp. 59-71.
si pensamos en escritores como Ponte, Iván de la Nuez, Carlos Aguilera, o más recientes,
como Legna Rodríguez Iglesias y Abel Arcos, por poner dos ejemplos, lo que encontramos
es una profunda transformación en las formas de narrar que tiene como ejes el rechazo de una
mirada que englobe la historia en su conjunto y la apuesta (¿inevitable?) por la fragmentación
y la pérdida de un foco central. Si la cultura soviética se desploma, lo que aparece es una
forma “posmoderna” de narrar que está marcada por una sintaxis de la yuxtaposición que se
maneja con independencia de los enlaces evidentes entre fragmento y fragmento. De este
modo, la narración representa en la forma, más que en el contenido, una ciudad de fragmentos
que ya no parecen evidente que se puedan soldar.
Una mirada a los 60
Ningún elemento parece más claro para examinar este cambio en la forma de pensar la ciudad
que la presencia de los elementos ruso-soviéticos en la narrativa cubana. En lo que respecta a
la literatura, el vínculo de La Habana con Rusia se remonta a por lo menos a principios del
siglo XX. En este sentido, es importante reparar en el puñado de crónicas (siete en total) de
Alejo Carpentier sobre la ciudad que firma con el nombre de su madre, Lina Valmont,
aparecidas en la revista Chic entre marzo de 1923 y enero de 1924.3 Se trata de una mirada
ficticia, claro está, mezclado con cierto gesto travesti, pero no deja de ser un gesto interesante
porque Rusia aparece para definir una mirada extrañada sobre la ciudad. Podríamos ver en
esas crónicas los primeros fundamentos de lo real maravilloso.4
Sin embargo, la relación de La Habana con Moscú se altera después de 1959, o, mejor
dicho, después de 1961, cuando Fidel Castro instaura una schmitteana dictadura constituyente
y declara que la revolución se inscribe en el socialismo. En este caso no interesa tanto las
transformaciones políticas o los impactos culturales directos que genera esa definición;
importa más bien el modo en que esto afecta a la ciudad. ¿Cómo se inserta lo soviético en La
Habana? Podemos pensar en cosas tan disímiles como la ropa, los autos Lada, las
construcciones prefabricadas, los barrios, aun el frustrado proyecto de la construcción de la
central atómica en la Ciudad Electro Nuclear, pero de esa primera época quisiera mencionar
un texto menos directo (en él no se describe la ciudad), aunque revelador del modo en que
ingresa lo soviético. Me refiero a La mala memoria, o más bien a unas páginas muy puntuales
de ese libro.
En ellas, Heberto Padilla relata las jornadas de los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, en
los que Castro pronuncia el discurso “Palabras a los intelectuales”. Nos encontramos en la
Biblioteca Nacional. El relato de Padilla es tan sólido que casi se escucha el bullicio, las
corridas, el calor, el entusiasmo de muchos y el temor de otros. Captura en su escritura la
aceleración de la política y la vida diaria. De un golpe cubre la prohibición de PM y el cierre
de Lunes de revolución, pero palpita en su texto la experiencia todavía cercana de la
insurrección armada junto con la voladura del barco La Coubre, la famosísima foto que
consigue Alberto Korda en las ceremonias fúnebres, la declaración socialista, etc. En ese
pasaje de La mala memoria la Rusia soviética se introduce por medio de un poeta que está de
visita en La Habana, Eugenio Evtushenko, y su traductor, Vitali Borovski, corresponsal del
diario Pravda. El escritor le dice a un grupo de personas, entre los que se encuentra Padilla,
lo siguiente: “Con menos años que muchos de ustedes soy su abuelo. He nacido dos veces.
En Zima, Siberia, en 1933, y hace nueve, después de la muerte de Stalin. Esta revolución es
como la infancia de la nuestra” (Padilla, 1989, p. 65). Moscú está en el mismo planeta, pero