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Recial Vol. XIV. N° 23 (Enero-Junio 2023) ISSN 2718-658X. María Florencia Antequera, Ángel Guido, rector
de la Universidad Nacional del Litoral (1948-1950): la pregunta por la emancipación en algunos de sus textos
olvidados
, pp. 348-384.


https://doi.org/10.53971/2718.658x.v14.n23.41230


Ángel Guido, rector de la Universidad Nacional del Litoral (1948-1950): la

pregunta por la emancipación en algunos de sus textos olvidados
Texto anexo:
Discurso de Ángel Guido, (1948). La nueva universidad.

Universidad, 20 (fragmento)


María Florencia Antequera

Universidad Nacional de Cuyo - Universidad Nacional de Rosario, Argentina.
mfantequera@hotmail.com

https://orcid.org/0000-0003-4945-7872
Recibido: 22/12/2021 – Aceptado 22/11/2022




Resumen

Algunos textos olvidados —esto es, poco o nulamente transitados por la crítica—, discursos
proferidos por el arquitecto e ingeniero Ángel Guido (Rosario, 1896-1960) con motivo de su
asunción como rector de la Universidad Nacional del Litoral (1948-1950) y un ramillete de
materiales provenientes de sus disquisiciones estéticas, históricas y artísticas, sirven para
examinar un interrogante fructífero —por productivo y recurrente— en su escritura y en su
ideal americanista: la búsqueda de la emancipación. En efecto, al poner en diálogo materiales
heteróclitos de su producción intelectual de fines de la década del cuarenta —textos y algunas
imágenes— entendemos que estas textualidades de diverso registro y calibre bien pueden
echar luz no solo sobre su singular búsqueda de un arte emancipado, sino que también pueden
contribuir a bosquejar sus poco conocidos vínculos con el peronismo y, de este modo,
ampliar aquello que se entiende por obra intelectual de Guido, auscultar un inexplorado
episodio de la vida cultural de la primera mitad del siglo veinte en Argentina.

Palabras clave: Ángel Guido; discursos; universidad; peronismo; emancipación

Ángel Guido, Rector of the National University of Litoral (1948-1950): Exploring the
Quest for Emancipation in his Overlooked Texts.


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, pp. 348-384.

Abstract

From some forgotten texts by the architect and engineer Ángel Guido (Rosario, 1896-

1960), including discourses as rector of the Universidad Nacional del Litoral (1948-1950)
and some materials from his aesthetic, historical and artistic disquisitions, we discuss a
productive and recurrent question in his writing and in his Americanist ideal: the pursuit of
emancipation. Through the juxtaposition of diverse materials from his intellectual production
of the late 1940s - texts and some images - we understand that these textualities may
illuminate his singular search for an emancipated art and his links with Peronism.
Furthermore, this paper sheds light on an unexplored episode in the cultural landscape of
Argentina in the first half of the twentieth century, thus expanding our understanding of
Guido's intellectual contributions."

Key words: Ángel Guido, discourses, university, Peronism, emancipation






Introducción

El proceso que concluyó con la designación del arquitecto e ingeniero Ángel Guido
(Rosario, 1896-1960) como rector de la Universidad Nacional del Litoral fue de una celeridad
tan arrolladora que su referente intelectual, el escritor Ricardo Rojas (San Miguel de
Tucumán, 1882 - Buenos Aires, 1957) llegó a molestarse por no haberse enterado, sino con el
hecho consumado. Lo sabemos por las cartas intercambiadas1 con motivo de ese
acontecimiento. Entre 1925 y 1955, Guido y Rojas urdieron un intenso de trocar
correspondencia que da cuenta, en primer término, de una fuerte y sostenida amistad a través
de los años: son ochenta piezas documentales que delinean un vínculo de afecto y admiración
de Guido por Rojas (Antequera, 2019, 2020a, 2020b) y denotan las preocupaciones
intelectuales compartidas. La correspondencia privada contribuye a expresar asuntos que no
pertenecen solo al ámbito estrecho de lo íntimo, lo que muestra la connivencia de la carta y el
universo intelectual de la cultura (Bouvet, 2006, p. 16; Antequera, 2019). En efecto, esta
correspondencia intelectual (Brezzo, 2018) exhibe que ambos letrados estaban hermanados
por un ideario común atravesado por la pregunta por lo americano.

Rojas, como expresa María Rosa Lojo, estaba “en busca de la Historia perdida” (Lojo,
2011, p. 17): se proponía desarrollar un programa intelectual integral en torno a la
construcción de una tradición sustentada en su idea de nacionalidad (Pulfer, 2010, p. 18). Era
un nacionalista cívico, laico, pacifista (Cattaruzza, 2007, p. 46) e historicista de raigambre
romántica que volvía sobre el pasado aborigen, colonial y federal con eje en el ‘espíritu de la
tierra’, en un movimiento simultáneo y paralelo al que estaba realizando la Nueva Escuela


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Histórica liderada por Emilio Ravignani, con quien compartió el desarrollo político y el
itinerario intelectual (Pulfer, 2010, p. 22).

Guido, por su parte, conocía muy bien La restauración nacionalista, publicado en 1909;
Rojas ya lo había seleccionado para su dream team, como reza un pasaje de su Eurindia:
ensayo de estética sobre las culturas americanas
de 1924:

Varios son los artistas argentinos que han emprendido ya la nueva verdad:
Ángel Guido, Noel y Greslebin, en arquitectura; Bermúdez, Quirós y Fader, en
pintura; Williams, Forte y De Rogatis, en música; para no citar sino los más
notorios, y sin olvidar a numerosos novelistas, poetas, colegas y dramaturgos.
Entre ellos, Luis Perlotti, el escultor, ha entrado en el sendero de ‘Eurindia’,
que yo creo el verdadero (Rojas, 1951, p. 155).

Algunos años más tarde, en 1930, el arquitecto escribió Eurindia en la arquitectura
americana
para rubricar la admiración frente al legado prehispánico que impulsó la búsqueda
de lo nacional en lo americano anterior a la conquista. La idea de nación que comparten,
entonces, hunde sus raíces en un proceso de transculturación entre el elemento indígena (en el
sufijo, -india) y el legado español (en el prefijo, eur-). Ese mismo año, Rojas le dedicó su
Silabario de la Decoración Americana y Guido respondió:

Su constante recuerdo en esta labor sobre inquietudes tan queridas fue bien un
presente de fe para mis preocupaciones y por muy feliz coincidencia llegó a
mis manos, más que su recuerdo, su obra, La decoración americana con su
cálida y cordial dedicatoria para fiesta de mis entusiasmos. (Instituto de
investigaciones del Museo Casa Ricardo Rojas. Correspondencia R. Rojas- Á.
Guido, Rosario, 6 de mayo de 1930).

Durante más de tres décadas, Guido y Rojas aunaron esfuerzos en torno a innumerables
proyectos. En efecto, ese nacionalismo cultural que los aguijoneaba se concretó en aquello
que hemos denominado la pasión por Eurindia, un modo de entender el arte (y la
arquitectura) que hace de la fusión —este es el término destacado por Guido— entre el
elemento europeo y el legado indígena, su razón de ser y su horizonte de expectativa
(Antequera, 2017, 2020a, 2020b). Una de las iniciativas conjuntas, por ejemplo, fue la
construcción de la morada de Rojas en la ciudad de Buenos Aires —entre 1925 y 1927—
bajo una gramática neocolonial donde el arquitecto y proyectista fue Guido. Este maridaje
entre el sustrato indígena y el elemento europeo acrisoló la mirada y cimentó una lectura
singular que se materializó en la práctica proyectual arquitectónica. Otro afán conjunto fue la
puesta en escena en 1939 del drama quechua Ollantay2 escrito por Rojas, que contó con
Guido para los bocetos para la escenografía.

En trabajos anteriores (Antequera, 2019, 2020a), pudimos explorar la matriz epistolar de la
correspondencia inédita, las reliquias autobiográficas y los tópicos que fulguran en ese
intenso intercambio. Intentamos la reconstrucción de la conversación a dos voces, en el ida y
vuelta del correo, pero solo contamos con las cartas que envió Guido por la pulsión
archivística de Rojas3. Algunos de los tópicos que, insistentes, tañen en las misivas son los
proyectos comunes, las confesiones personales del discípulo al querido maestro, y las


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reflexiones sobre el arte americano; también el pedido de consejo o de intercesión
(Antequera, 2020c). En una carta fechada el 10 de junio de 1948, y a raíz de su designación
como rector, Guido le dice a Rojas (Fig. 1):

¡Cómo he esperado su carta! ¡Cómo me llegó a entristecer su silencio! Tuve
casi la certeza que detrás de ese su silencio había una amargura y,
posiblemente, una desilusión. No conocía Ud. mi querido maestro, nada del
proceso rapidísimo de mi nombramiento de Rector. Tampoco estaba Ud.
enterado de la dignidad del ofrecimiento y de igual dignidad, creo, en la
aceptación del cargo.

Por ello, se me antojaba que Ud. —tan digno, tan maestro de conducta—
llegó a dudar de su discípulo. En esta dolorida patria nuestra de hoy, donde
pareciera que la ingratitud y el interés personal constituyen verdaderas
instituciones, la desilusión puede alcanzar hasta a los hombres más cercanos a
nuestro corazón.

De esta lastimadura sufrí, querido amigo, durante los días de su silencio. Ya
se podrá imaginar la satisfacción mía al sentir su carta tan bella, tan noble, tan
afectuosa, tan de maestro como todo lo suyo. (Instituto de investigaciones del
Museo Casa Ricardo Rojas. Correspondencia R. Rojas- Á. Guido, Rosario, 10
de junio de 1948).

Figura 1.
Carta de Ángel Guido a Ricardo Rojas del 10 de junio de 1948


Fuente: Instituto de Investigaciones del Museo Casa Ricardo Rojas

El cargo al frente del rectorado de la UNL4 solo duró un breve lapso en la intensa vida del

arquitecto, hasta el 30 de septiembre de 1950. Fue designado por un decreto del Poder
Ejecutivo con fecha de 20 de abril de 19485. Cabe destacar que con la Ley n.° 13.031, Perón
había desplazado el cogobierno —elemento central de la reforma de 1918—, y designaba por
decreto a los rectores, aunque se intentaban incorporar algunas cuestiones de esa tradición
reformista; en particular, los aspectos de la promoción social del estudiante como la relación
universidad-sociedad, entre otras (Torres, Rossetti y Suban, 2004; también, Sigal, 2002;


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Fiorucci, 2007 y 2011). Pero esos dos años y cinco meses significaron no solo una cierta
radicalización de las posiciones político-ideológicas de Guido, sino también un acercamiento
tangible con el peronismo6 que hemos podido constatar, gracias a materiales documentales
recientemente hallados. En rigor, nos interesa analizar algunas piezas escriturarias de este
período, algunos de sus discursos rectorales —discursos performativos en el sentido que
postula Jacques Derrida (2002) en su texto La universidad sin condición— que bien pueden
dialogar con parte de su obra publicada, como trataremos de demostrar en las siguientes
páginas.

De alguna manera, bregamos por ampliar los márgenes de lo que se entiende por obra de
Ángel Guido
al poner en diálogo textos y textualidades de diferente índole, de diverso
registro y calibre y con disímiles destinatarios; nos referimos a cartas personales, discursos
proferidos en una situación comunicativa particular —la asunción del rectorado— e
indagaciones en torno a la historia del arte y la arquitectura americanos donde se manifiesta
el desvelo por una cultura y un arte emancipados, es decir, liberados de tiranías
extranjerizantes y cosmopolitas.

Conviene subrayar ahora, en una primera aproximación, que Ángel Guido fue un
intelectual cuya proficua labor tuvo múltiples aristas. Fue docente universitario por más de
treinta años y uno de los fundadores de la carrera de Arquitectura en la sede Rosario de la
Universidad Nacional del Litoral (de ahora en más, UNL) en los albores de la década del
veinte del siglo pasado. También fue dibujante y profesor titular de Historia del Arte en el
Profesorado Nacional de Dibujo de Rosario. En la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires ocupó el cargo de profesor adjunto de Historia del Arte.
Asimismo, fue profesor titular de Estética e Historia del Arte en la Escuela Superior de Bellas
Artes de Rosario. Sostuvo una militancia nacionalista incólume desde la práctica proyectual
concreta: la mansión Fracassi (1925) y la ya aludida casa de Rojas (1927, hoy Museo Casa
Ricardo Rojas7), por citar solo dos, son parte de sendos paisajes urbanos y operan como faros
euríndicos en la ciudad de Rosario, la primera, y en Buenos Aires, la segunda (Antequera,
2015; 2017; 2020a; 2020b).

Mediante incisivos escritos sobre historia del arte y la arquitectura y como un intelectual
de fuste en las arenas públicas8, tradujo los postulados de Rojas que fueron discutidos en las
cartas, verdaderas arenas culturales (Gorelik, 2016) desde donde realiza relecturas propias en
clave de su disciplina, la arquitectura, como experto. Sin embargo, es fundamentalmente
recordado como mentor del Monumento Nacional a la Bandera, obra arquitectónica
inaugurada en 1957, lugar de memoria (Nora, 1984/2008) que innumerables desasosiegos y
alegrías le procuró en dos décadas de trabajo9.

Al asumir como rector a fines de la década del cuarenta, ya cargaba en su haber con un
Doctorado Honoris Causa en Bellas Artes, distinción otorgada por la University of Southern
California (1933) en su viaje a EEUU con motivo de la beca Guggenheim (Antequera, 2020c)
y con el título de Profesor Honoris Causa de la Universidad de Guayaquil (1945).

Algunos de sus libros son: Orientación espiritual de la arquitectura en América (1927); el
ya mencionado Eurindia en la arquitectura americana (1930); La machinolatrie de Le
Corbusier
(1930, en francés); Redescubrimiento de América en el arte (1941); Supremacía
del espíritu en el arte
(1949); La arquitectura mestiza en las riberas del Titikaka (escrito en
1952 y publicado por la Academia Nacional de Bellas Artes en 1956), cuyos títulos ya


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preanuncian una toma de posición americanista. Además, escribió la novela La ciudad del
puerto petrificado
(1956) y el poemario Caballitos de ciudad (1922).

Fue un hijo legítimo de la Reforma universitaria de 1918 y discurrió sobre el perfil de esa
institución en comunicaciones editadas, entre otras, por la revista Universidad de la UNL,
órgano oficial de difusión y publicación de las actividades de dicha institución10 y, en
particular, de un grupo profesoral-dirigente, tratándose de un colectivo intelectual-profesional
que gestionaba, editaba y participaba de manera activa en sus páginas (Escobar, 2022, p.
161). También propulsó instituciones gremiales, educativas, culturales y museísticas11, como
el Museo Histórico Julio Marc (Rosario).

En resumidas cuentas, podríamos sostener que Guido desplegó una sólida trayectoria
académica y profesional aquilatada también por intervenciones en la prensa gráfica, la
escritura de textos literarios, la práctica proyectual concreta y una activa presencia en los
claustros universitarios. Esas múltiples facetas, abigarradas en su itinerario intelectual, hacen
que su obra —artística, proyectual-arquitectónica, teórica, académica— se pueda expandir
más allá de los estrictos límites locales y/o regionales.

Aceptar este cargo de rector en la UNL significó, por un lado, la cimentación de un
programa con objetivos manifiestos y metas claras de gestión en un contexto de avance del
peronismo en las casas de estudio de educación superior12 y, por otra parte, más en clave
personal, renovó sus bríos para la batalla intelectual, al expresar la radicalización de algunas
de sus consignas nacionalistas más controvertidas, como intentaremos desarrollar. En última
instancia, el rectorado se constituyó en otra tribuna privilegiada desde donde proferir su credo
nacionalista.

El ejercicio crítico que aquí proponemos incluye la exhumación de inéditos y la
recuperación de textos no reeditados, que transcribimos para ponerlos al alcance de los
lectores, en el marco de una tarea de largo aliento que venimos desarrollando. En esta
dirección entonces, nos aventuramos a revisar qué entiende Guido por emancipación (Laclau,
1996)13, cuáles son los alcances de este entresijo en su obra; de igual modo, queremos
ahondar en su poco transitado vínculo con el peronismo. Dicho en otros términos, bregamos
por entrever, en los intersticios de su apasionada escritura, esquirlas de continuidades y
rupturas de un pensamiento nacionalista que hizo del aquí y ahora de la participación
académico-universitaria un modo de situarse frente a los requerimientos del presente de la
enunciación.

Paralelamente en este período, analizó otra vertiente de la emancipación, la supremacía del
espíritu en el arte a través de dos artistas singulares: uno, el español Francisco de Goya
(1746-1828), pintor que padecía sordera; el otro, el Aleijadinho (1730-1814), nacido en
Brasil, famoso escultor mulato y mineiro que contrajera lepra. Estos dos artistas-arquetipo, al
confluir en aquello que dio en llamar estética de lo torturado, le sirvieron para explicar esa
otra cara de la emancipación, aquella ligada al espíritu en el arte, la cual intentaremos
examinar en la segunda parte de esta comunicación.

Dos talantes de la emancipación entonces —uno más de carácter político, otro de índole
artístico— son abordados por el arquitecto en el mismo momento. Esta es su condición de
intelectual que hace pública su palabra y que intenta incidir en las aguas turbulentas de dos
campos: el político-universitario y el artístico. Todo ello en conjunto emerge e intenta
cimentarse en una nueva clave de lectura: aquella que sigue las huellas de aquel que “oye lo


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que se dice y que permanece olvidado, tras lo que se ha dicho, en aquello que se escucha”
(Antelo, 2021).

Guido con Ivanissevich

Casi nada sabemos de los entretelones de la propuesta que convirtió a Guido en rector. Su
primogénita, la novelista Beatriz Guido (1922-1988), esboza dos poco probables
elucubraciones, según cuenta la escritora Angélica Gorodischer: una primera recoge que la
razón de su rectorado se resumiría en un modo de asegurarse fondos para el megaproyecto
del Monumento a la Bandera. Por su antiperonismo furioso14, a Beatriz le resultaba difícil
aceptar que su padre hubiera tenido un cargo de tanto relieve en ese gobierno. Según la
segunda opción, más arriesgada aún, algunos peronistas lo habrían amenazado con poner una
estatua de Evita en el Monumento a la Bandera si él no aceptaba el ofrecimiento (Cfr.
Gorodischer, en Mucci, 2015, p. 15).

Por su parte, en las cartas privadas cuyo destinatario es el fundador de la primera cátedra
de literatura argentina, Guido solo apunta que ha sido una súbita propuesta y una más
repentina aún aceptación. Sin embargo, aquello que sí sabemos cabalmente es que aprovechó
cada intervención pública como rector para dejar constancia de las ideas nacionalistas que
venía madurando al calor de su vida universitaria en la UNL como docente titular de las
cátedras Arquitectura II e Historia de la Arquitectura en la Fac. de Ciencias Matemáticas,
Físico-Químicas y Naturales Aplicadas a la Industria (facultad de la que otrora dependía la
carrera de Arquitectura)15.

Figura 2.
Nota periodística con motivo de la asunción de Ángel Guido como rector de la UNL.


Fuente: El orden, 4 de mayo de 1948.

Rápido de reflejos —convengamos que siempre detentó una retórica muy cuidada y

directa, que no daba lugar ni a grises ni a medias tintas—, este mojón en su vida académico-
institucional no sería por cierto una excepción. En su discurso de asunción16 (Fig. 2) del 3 de
mayo de 1948, planteó una serie de directrices y objetivos programáticos, muy en
consonancia con los discursos proferidos entre 1946 y 1949 por J. D. Perón (Riccono, 2015;
Altamirano, 2001): en primer término, no dudó en definir su labor como de “pacificación
definitiva de la Universidad” (Guido, 1948, p. 8). Asimismo, propuso a los claustros:
“reajuste funcional de la enseñanza técnica, incrementación de la producción científica,


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enérgico impulso a la cultura humanista y acomodación al pathos social presentísimo”
(1948b, p. 7)17. De alguna manera, este es el programa de gestión que guiará su paso por el
rectorado (Fig. 3).

Figura 3.
Plan trienal de sincronización universitaria con la realidad argentina, americana y

universal


Nota: Gestión como rector al frente de la Universidad Nacional del Litoral. Fuente: Welti, 2019, p. 150.


Fragmentos del encendido discurso luego serán recogidos y estampados bajo el título de

“La nueva universidad”, en las páginas del número 20 de la revista Universidad (1948) (Fig.
4 y 5), órgano de difusión de la labor académica de la UNL. De allí recogemos que el acto
público de asunción se realizó en el imponente paraninfo, en la ciudad de Santa Fe, y que
contó con la presencia del médico cirujano devenido Secretario de Educación de la Nación de
Juan D. Perón, el Dr. Oscar Ivanissevich (1895-1976)18. De familia croata, nacionalista y
católico, Ivanissevich —caro en la búsqueda de arquetipos— exaltó en su pieza de oratoria la
figura de Guido como un ejemplo moral e intelectual para la juventud.

Figuras 4 y 5.
Portada del número 20 de la revista Universidad y primera página del discurso inaugural



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Al parecer, esta era la primera vez que ambos compartían el protagonismo excluyente en
una actividad pública. Ivanissevich precedió a Guido en el uso de la palabra. Resumió la
nueva etapa de la universidad como una “regeneración moral”19. En su intervención destacó:

El pueblo sustituyó a los universitarios y les señaló el camino de la verdad. En
ese camino estamos ahora apoyados por los más humildes que aspiran a
darnos una universidad, más modesta, más representativa del pueblo, es decir,
más argentina y más humana. Una universidad en la que se trabaje con alegría
y salud moral. Sin el veneno de la política y sin la ansiedad anormal de exhibir
al público, la sabiduría (Ivanissevich, 1948, p. 10).

Ya había expresado Perón (1946) sus inquietudes en torno a la regeneración moral de esa
“institución enferma”, dos años antes en el teatro Municipal, frente a un nutrido auditorio de
estudiantes universitarios20:

La universidad es como un enfermo grave al que es necesario curar: su
curación como la de todos los enfermos requiere dos factores primordiales: la
propia resistencia del cuerpo y la creación de autodefensas fisiológicas y la
actuación de un médico de cabecera. El gobierno será el médico de la
universidad. (Perón, en Riccono, 2015) [Cursivas agregadas]

Según el sociólogo Guido Riccono (2015, p. 24), al analizar los discursos del líder del
movimiento peronista se podría caracterizar a “la universidad como una institución en crisis
—al igual que la nación— producto de la politización de sus componentes y del alejamiento
de sus objetivos con respecto a las necesidades de la sociedad”. Como explica la historiadora
Guillermina Giorgieff (2011, pp. 3-4), Perón interpela a los intelectuales en calidad de
forjadores de un ordenamiento simbólico y de los valores fundacionales de una sociedad.

Como se ve, el mensaje es contundente: la universidad estaba enferma y debía ser sanada.
Ivanissevich y Guido no solo compartieron el mismo lapso temporal, uno al frente de la UNL
y el otro al frente de la cartera de educación de Perón, sino que se encontraban unidos por un
mismo sentipensar (Fals Borda, 1987; Moncayo, 2009): eran aliados en la gesta de que la
universidad fuera la institución por antonomasia para materializar dicha regeneración moral,
excluyendo la política de los claustros (como si esto fuera posible) y prescindiendo de los
alardes de vanagloria atribuidos a los universitarios. En resumidas cuentas, el tan mentado
lema peronista “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa” podría ser reformulado en estas
palabras de Perón que Guido hace suyas en el discurso de asunción: “los estudiantes a
estudiar, los docentes a enseñar”; como también lo afirmara el mismo Perón en mayo de
1947:

Las universidades solo existen para enseñar, aprender, realizar las actividades
científicas adecuadas. Otros factores no deben intervenir en ella. Pretendemos
eliminar totalmente la política de las universidades, no la política contraria
para imponer la nuestra, sino toda la política, porque de lo contrario le
haríamos un flaco servicio a la universidad. Queremos crear un clima de
dedicación total a la función docente. (Perón, en Pis Diez, 2012, p. 51).


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Aunque dicha búsqueda de regeneración no podría escindirse de la diatriba entre la
preponderancia del reformismo en el estudiantado y el peronismo en la gestión de la
universidad, de alguna manera, se ponía en juego “un intento de imponer un nuevo modelo de
universidad, acorde a la etapa económica, social y política que se abría en el país” (Pis Diez,
2018, p. 68). Una regenerada universidad para los tiempos que corrían que, por cierto,
esquiva al peronismo, debía reformarse de arriba hacia abajo, esto es, desde los cargos de
gestión hacia los claustros. Por eso, para Ivanissevich Guido era, en última instancia, un
aliado del peronismo, un arquetipo a seguir y quien debía llevar la batuta de este proceso de
“sincronización universitaria con la realidad argentina, americana y universal”. Como se ve,
el nacionalista Guido estaba en una encrucijada: entre culturas políticas de diversa raigambre
—el reformismo y el americanismo— su palabra discurrió en torno a las cuatro notas que
debía detentar la institución de educación superior para estar a tono con los cambios
suscitados por el peronismo. Esas notas destacadas eran: argentinidad, americanidad,
universalidad y movilización, las que repasaremos sucintamente para auscultar los sones de
este afán compartido.

Sin embargo, antes de adentrarnos en el análisis del discurso de asunción, conviene
realizar una breve puntualización. Una primera aproximación a la pieza oratoria indica que la
insistencia retórica pulsó por superar la sola idea de la universidad como formadora de
técnicos: buscaba consolidar paralelamente la formación moral y científica de los
universitarios en consonancia con el proyecto político que el peronismo estaba desarrollando
a nivel nacional. Esto es clave. Guido no piensa una universidad escindida del proyecto
político general, sino como parte constitutiva de un todo, hace hincapié, de este modo, en la
función social de la institución.

Asimismo, conviene destacar que en el discurso apeló a sus propios textos, reciclados.
Fundamentalmente, tomó fragmentos de su polémica obra Redescubrimiento de América en
el arte
(1940) y reprodujo algunos de sus párrafos (en ocasiones, sin citar explícitamente esta
obra publicada por la Facultad de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales
Aplicadas a la Industria de la UNL). Volvió a considerar nociones ampliamente analizadas en
su bibliografía como su aversión al cosmopolitismo, la responsabilidad social de la
universidad en la solución y el acompañamiento de los problemas actuales, la función moral
de la universidad, la necesidad de una formación integral, sumados a los cuatro ejes
transversales (o notas) citados ut supra. Este punto resulta de importancia porque viene a
refrendar también que, en este aspecto, no hay hiatos, sino más bien continuidades en su
producción escrituraria. Como se ve, todo un programa de cuño nacionalista para la
universidad que venía perfilando desde entrada la década del veinte, no solo estrictamente en
lo relativo a la función social de la institución, sino también en su modo de ver la arquitectura
y la historia del arte americanas. En estas lides, como ya adelantamos, Guido no era un
improvisado. Prueba de esto es el concepto de emancipación del que más adelante
hablaremos. Pero también conviene tener en cuenta que la empresa intelectual, se funda en

una afirmación espiritualista; vinculada con el rechazo de las perspectivas
positivistas y del ‘materialismo dominante, así como con una reconsideración
de la herencia hispanoamericana basada en la idea de un ‘renacimiento del
alma nacional’, que Rojas tomaba de los autores españoles de la generación


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olvidados
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del 98 (fundamentalmente de Unamuno, aunque también de Ganivet y
Maeztu), en un gesto que tuvo sus correspondencias en otros países de
América latina por las mismas fechas. (Pulfer, 2010).

De esta manera, el discurso de asunción radicaliza entonces nociones que ya había
conceptualizado en otros registros al analizar el arte y la arquitectura americanos. Desde el
punto de vista arquitectónico, con la anatematización de la producción arquitectónica
ecléctica de raíz europea como expresión de una sociedad que perdió su memoria, se produjo
el surgimiento del denominado movimiento neocolonial como forma de reencontrarla o,
mejor aún, de refundarla apelando a un pasado indígena refuncionalizado que encarnaría la
emancipación del arte y la arquitectura. Guido fue el exponente teórico más importante de
esta vertiente neocolonial en Argentina y, desde la práctica proyectual concreta, tiene en su
haber casas-manifiestos (Petrina, 2008) de esta inflexión del nacionalismo en arquitectura,
como las ya mencionadas.

El término clave por antonomasia de su trayectoria intelectual es la fusión (euríndica)
entre el sustrato indígena y el legado español: a través de esta expresión, Guido construyó no
solo una herramienta teórica para explicar el proceso transculturador europeo/americano, sino
también una proyección mitopoiética y, anclado en el por-venir, un horizonte de expectativa
del arte y la arquitectura americanos (Antequera, 2020a), alejados del eclecticismo, la copia y
el cosmopolitismo, esto, es emancipados.

Ahora bien, hechos estos devaneos, retomemos su discurso de asunción. Con respecto al
primer eje citado en el discurso —argentinidad—, sostiene que la función social prioritaria de
la universidad es resolver “los problemas de los argentinos”, aunque no precisa bien a cuáles
se refiere. De esta forma apela, a una realidad telúrica cuya “magia nos ha permitido lograr
esa singularidad en la geografía humana del mundo” (1948, p. 12), y cuyo arquetipo es —
claro está— Martín Fierro. También entre el mythos y el logos, la gesta de nuestra
independencia y el ideal sanmartiniano21 son, sin más, los “valores formativos” (p. 24) a
propulsar para Guido. Este gesto de cimentación de una argentinidad basada en la obra
literaria de José Hernández no es una novedad: pensemos solamente que ya había sido
propuesto varios años antes por Leopoldo Lugones.

Paralelamente, expone que la función de la universidad comprende formar élites entre sus
filas para contribuir con la visión universalista que debe tener esta institución de educación
superior (1948, p. 25). Para este fin, discurre sobre un plano, el espiritual, y declara las raíces:
la tradición cristiana legada desde la Conquista hispánica en América, los ideales de libertad
y la inmigración, como ya había trabajado en el citado Redescubrimiento.... Como vemos, su
interlocutor es claramente Ivanissevich. También el primer destinatario de la comunicación.

Y como si esto fuera poco, no se priva de dedicar un crítico párrafo de su discurso al
cosmopolitismo22 —otro de sus desvelos teórico-críticos a juzgar por la iteración en su obra
intelectual— para, en estos términos, oponer las nociones de argentinidad y cosmopolitismo
portuario:

El cosmopolitismo gestó, sin lugar a dudas, ese clima de desautenticidad de lo
nuestro […] Pero, especialmente Buenos Aires, extremó la medida de nuestra
extranjerización. Las raíces profundas de nuestra argentinidad comenzaron a


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vacilar. Nuestro endeble federalismo político, espiritual y humano no fue
suficiente para equilibrar esa expresión que yo he llamado portuaria, por
saberla atada a las cien banderas del mundo. Era indispensable esa segunda y
auténtica emancipación de que nos habla Ricardo Rojas en su Restauración
nacionalista
. La emancipación política la realizaron los hombres de Mayo. La
emancipación económica la está cumpliendo admirablemente el gobierno que
hoy dirige nuestros destinos. Nos falta la emancipación espiritual. Esta última
libertad, la del espíritu, debe preocupar a las universidades. (Guido, 1948, p.
26-27).

Ahora bien, detengámonos en esta ristra de elementos puestos en diálogo. Curiosa serie la
que establece el rector en torno a la tan mentada emancipación: Mayo-Rojas-peronismo, esto
es, emancipación política, nacionalismo cultural —que se podría traducir según Guido en
emancipación cultural y artística— y emancipación económica, respectivamente. Serie que,
por otra parte, debía ser esclarecida, esto es, explicada, en el aquí y ahora de la universidad,
institución que debía bregar por la regeneración en el plano espiritual, la última liberación
requerida.

Sin lugar a duda, el problema de la emancipación también es un tópico recurrente a lo
largo de todo su quehacer intelectual: en textos como Fusión hispanoindígena en la
arquitectura colonial
(1925), por ejemplo, al que le hemos dedicado varios trabajos
(Antequera, 2019; 2020a), establece una concatenación entre arte euríndico (o fusional entre
el sustrato indígena y el elemento europeo) y arte emancipado. Lo curioso ahora es que se
posicione abierta y públicamente desde una nueva forma de entender la emancipación que
comprende al peronismo o, quizás más atinado, que el peronismo vendría a encarnar.

También resulta digna de destacar la utilización de algunas de las mismas categorías que
profiriera Perón en algunas de sus 29 comunicaciones a los estudiantes: por ejemplo, la crisis
universitaria ligada a la crisis de la nación, la necesidad de excluir la política de los claustros,
la perentoria necesidad de formar técnicos y hombres que estén al servicio de la nación, las
metáforas médicas (universidad enferma, regeneración), el cumplimiento excluyente y
exclusivo de enseñar y aprender para docentes y alumnos respectivamente, entre otros
tópicos.

Estos posicionamientos públicos de Guido no fueron inocuos. En efecto, fueron algunas de
las razones por las cuales no pudo estar al frente de la inauguración del Monumento Histórico
Nacional a la Bandera: la Revolución Libertadora no le perdonaría esta notoria exposición y
lo relegaría en los actos públicos y solemnes del 20 de junio de 1957. Quien había imaginado
cada detalle, cada juntura de esa construcción monumental, infelizmente no pudo estar en la
inauguración de su obra más trascendente.

Ahora bien, otro dato relevante se puede sumar a este entramado. El 19 de diciembre de
1949, atravesando casi un año y medio de gestión en el rectorado, en un acto con motivo de la
creación de la cátedra de Defensa Nacional23 en la UNL, Guido pronunció las siguientes
palabras que refrendan su poco estudiada adscripción al peronismo:

En el ancho de nuestra nacionalidad argentina, está la geografía humana,
política y social de la nación. Las riquezas naturales, la realidad económica, la


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pujanza industrial, la selecta etnografía y la masa social de la patria. En lo
político, desde el Triunvirato de Mayo hasta el federalismo y la consolidación
nacional, y desde el liberalismo capitalista de fin de siglo hasta la actual
Justicia Social, hemos logrado una excepcional experiencia política y
económica que conviene esclarecer cada vez más universitariamente, para
saber defenderla mejor. (Guido, 1949a, p. 10).

Más allá del tópico recurrente en su bibliografía, el cosmopolitismo, que, como
esbozábamos más arriba, reúne en sí el peligro de la extranjerización y plantea la dicotomía
ciudades puerto vs. el interior del país, en este párrafo de diciembre de 1949 así como
también en el anterior de 1948 construye una muy interesante ristra: toma como punto inicial
1810 y como línea de fuga, el peronismo, esto es, el presente de la enunciación, “la
revolución social de nuestra Patria” (Guido, 1949b, p. 8).

Sin embargo, cabe destacar que el nacionalismo cultural (Rojas, en esta serie) es para
Guido la fase inferior (por anterior) del peronismo24. Según expresa, el peronismo vendría a
traer la tan ansiada emancipación espiritual de la que ya venía hablando desde la década del
veinte, aunque —como exponíamos más arriba—, en otros términos. Conviene resaltar que
no es la primera vez que construye un mito de origen: basta reparar en el concepto de
Eurindia acuñado por Rojas y refuncionalizado en sus textos. Guido insufló estas inquietudes,
que pulsaban en pos de construir un arte y una arquitectura americanos cuya emancipación
sentía perentoria y necesaria, durante toda su vida: su práctica profesional escrituraria y
proyectual, su itinerario académico universitario, así como también su búsqueda como artista
y sus desasosiegos como epistológrafo delatan estos intereses. La emancipación implica
detestar la copia ramplona, las arquitecturas extranjerizantes y eclécticas (Guido, 2020), pero
también denostar la falta de argentinidad encarnada en un cosmopolitismo de múltiples
banderías25.

Ahora bien, este modo lineal de concebir los procesos como una sumatoria de fases
encadenadas donde inexorablemente la emancipación estaría por darse remite a una
concepción teleológica de la historia: es siempre en el futuro donde reposaría la
emancipación a conquistar. Sin embargo, en este último discurso con motivo de la creación
de la cátedra de Defensa Nacional, agrega un elemento más: la universidad debe convertirse
en custodia del proceso político vigente, en una salvaguarda de los avances logrados y en una
instancia productora de metatextualidades porque, según expresa, debe explicar los procesos
de transformación social.

Retomemos una vez más el discurso de asunción al rectorado. Con respecto a la segunda
nota —la americanidad—, propuesta como directriz en la gestión que estaba comenzando,
Guido repara en que “América ha comenzado a pensar en sí misma y a tener fe en su adultez
recién nacida” (1948, p. 29). Este ideal americanista hunde sus raíces en “la comunión de
todos los pueblos de América” y “debe penetrar generosamente los claustros, para ejercer esta
alta docencia de confraternidad continental” (p. 31). En efecto, “San Martín, el Santo de la
Espada, llevó el ideal de emancipación americana desde el Atlántico hasta el Pacífico” (p.
31). Situados en un momento de segunda libertad “será imprescindible también la
conjuración de todos los pueblos de América para alcanzar esa independencia espiritual” (p.
31)26.


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En resumidas cuentas, la apuesta con respecto al americanismo en este discurso se podría
resumir en “una didáctica ecuménica de universalidad tamizada por la esperanzada juventud
de América”. Este aspecto concreto se podría vincular también con la propia reforma de
1918, teniendo en cuenta que remite a Sudamérica, al inicio, y a América, al final (deriva que
nos llevaría a profundizar otro matiz de su vínculo con el reformismo). Este punto es quizás
el que más relación tiene con el resto de su obra teórica y proyectual, fundamentalmente,
como decíamos, la ligada a la concepción euríndica y, por esto, emancipatoria, del arte y la
arquitectura (Antequera, 2020a; 2020b).

Universalidad, la tercera nota aludida en el discurso de asunción, no entra en colisión con
la americanidad deseada, porque es entendida como ecumenismo, menos en un sentido
religioso que cultural: “Las lastimaduras de la vieja Europa son también nuestras propias
lastimaduras. Su alto magisterio debemos recordarlo siempre con gratitud de discípulos”
(Guido, 1948, p. 32). Este cuadro de pensamiento se enriquece al reparar en que, si bien esa
asimilación de la universalidad del conocimiento europeo se presenta como gratitud y
admiración, no dejan de estar presente los dramas de la posguerra europea (que se vinculará
como veremos en el apartado siguiente con la elección de Goya y el Aleijadinho) y que lo
alientan a dar una solución por la vía espiritual mediante un (remozado) cristianismo que cure
las heridas del resentimiento y de la desazón:

Después de algunos años de vida turbulenta, esta Universidad del Litoral inicia
hoy la segunda etapa de su existencia, al amparo de la nueva Ley
Universitaria. La primera etapa comenzó inmediatamente después de
terminada la anterior Guerra Mundial. La segunda, hoy, después de esta gran
guerra reciente. Ha pasado y está pasando, pues, nuestra Universidad por la
dura prueba de dos posguerras, cuando el mundo sufre profundas vacilaciones
en su dirección y en su destino. Es probable que esta incertidumbre de
Occidente en reencontrarse a sí mismo, haya incidido profundamente en el
mundo de la cultura y haya sido motivo de esa turbulencia de que habláramos.
(Guido, 1948, p. 7).

Por su parte, la última nota destacada en su discurso de asunción —movilización—
“significa disponerse a tomar las armas en defensa de la Patria” (p. 35). Esta idea de “nación
en armas” está vinculada a

la necesidad de fortalecer al cuerpo nacional a través de uniformar a sus
componentes ya que la aparición de diferencias, grietas y divergencias entre
ellos, pone en peligro a la nacionalidad toda ¿Por qué? Por el peligro
extranjero y la posibilidad de la 3° Guerra Mundial, perspectiva que estaba en
la cabeza de quienes tenían las riendas del estado. (Riccono, 2012).

La pregnancia de una nueva conflagración internacional no dejó de formar parte del
discurso político en esos años de los albores de la segunda posguerra (Georgieff, 2011).
Asimismo, declama que sí están en peligro


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el patrimonio cultural y los valores espirituales de la madura civilización
europea ante el advenimiento de las masas agitadas por las banderas de la
justicia social. Pareciera que el Viejo Mundo tuviera flaca capacidad para
defenderlos frente al avance oriental. Por ello, debemos movilizarnos para
proteger, americanizar y argentinizar ese patrimonio del saber y del sentir, que
tanta grandeza dio a Occidente y ofrecerlo, universitariamente, a nuestro
Gobierno que, en estos momentos, está realizando el gigantesco esfuerzo de
consagrar esa justicia social, sin desmedro ni riesgo para nuestra argentinidad.
Y en las movilizaciones como en las trincheras, no hay diferencias de clases,
ni de ideologías políticas, ni de doctrinas sociales. Solamente son
incompatibles: la traición, la deserción y la cobardía. La fraternidad cunde
porque, junto al coraje, brilla refulgente un solo alto ideal: la defensa de la
Patria. (Guido, 1948, p. 35).

Más adelante, apunta también que su gestión tenderá a consolidar puentes de
entendimiento, diálogo y conciliación entre los claustros.

Recapitulando, podríamos decir entonces que vale la pena dirigir la mirada hacia estos
discursos proferidos entre 1948 y 1949 para situar el pensamiento de este intelectual que, a la
sazón, intentaba dar razones de su convencimiento: el peronismo resulta ser una nueva
acepción emancipatoria y un eslabón en la cadena iniciada en la Semana de Mayo. Al jalonar
la serie cuyos extremos son 1810 y el presente de la enunciación, Guido establece lazos de
continuidad y no hiatos entre la emancipación política y la económica, en el terreno de las
representaciones27. En clave programática, la gestión al frente de la UNL debía acompañar la
justicia social y los cambios que se estaban viviendo a nivel nacional, para generar así la
emancipación espiritual y moral, mediante la encarnadura de las notas de argentinidad,
americanidad, universalidad y movilización. Los discursos públicos e institucionales que
compartimos son piezas documentales únicas porque condensan el posicionamiento político
de Guido frente al peronismo y, de este modo, contribuyen a mostrar nuevos aspectos en el
palimpsesto de su itinerario intelectual. Dicho esto, avancemos ahora en otra dirección.

Goya con el Aleijadinho

Luego de contextualizar el nacionalismo cultural de Guido a fines de la década del
cuarenta, y de analizar el tópico de la emancipación político-económica a través de algunos
discursos rectorales, conviene reparar ahora en la emancipación artística. El 30 de noviembre
de 1948 —tan solo unos meses después de su asunción como rector— Guido e Ivanissevich
se volvieron a encontrar cara a cara. El marco de la cita fue el Teatro Nacional Cervantes de
la ciudad de Buenos Aires, con motivo de la clausura del Ciclo de Difusión Cultural en el
Primer Salón de Artes Plásticas del Magisterio Nacional, auspiciado por el Consejo Nacional
de Educación. En el más español de los teatros porteños —teatro que conocía muy bien
porque, como ya dijimos, había montado junto a Rojas la tragedia Ollantay en 1939—
describe y diagnostica en su intervención “la crisis del espíritu en el arte contemporáneo”
(Guido, 1949, p. 5).

Una de las causas por él halladas es resumida en su discurso en estos términos:


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la pantalla luminosa es la más notable revelación estética del siglo XX. Supera
a todas las demás artes en docencia social. El cine llega a las masas y compite,
en esa pedagogía formativa de los pueblos y de las costumbres, con las propias
escuelas primarias, secundarias y hasta superiores y universitarias. (1949, p.
6).

Más adelante prosigue: “se ha avanzado en la forma —la nueva plástica
cinematográfica— y se ha descendido en el contenido, asuntos y desenlaces sin ideales
superiores”. En este marco, y por estos motivos, propone “actualizar arquetipos consagrados”
(1949, p. 6) y por eso retoma las figuras tutelares de Goya y el Aleijadinho28, “que han
dignificado la Historia del Arte, con sendas obras inmortales creadas bajo la invocación del
espíritu” (p. 6).

En este sentido, conviene recordar primero que las imágenes, de alguna manera, son
híbridos de arquetipo29 y fenómeno (Agamben en Antelo, 2015, p. 379). Sobre el encuentro
decisivo del arquitecto con estas dos figuras fundamentales del siglo XVIII nos interesa
entonces profundizar.

Si con anterioridad había esbozado que el Martín Fierro era el mito donde abrevar las
fuentes vernáculas, ahora plantea que tanto el pintor zaragozano —que padecía sordera—
como el escultor mineiro —que sufría de lepra— son los artistas faro en estos derroteros de
superación del sufrimiento por la vía del arte. A modo de parteaguas, ve en ambas figuras
supliciadas
—atormentadas y dolientes, con sus capacidades físicas recortadas y en
aflicción— la supremacía del espíritu. Según esta conferencia que luego se publicaría en
1949 con el título de Supremacía del espíritu en el arte, la sordera en el pintor aragonés y la
lepra en el escultor mineiro propulsarían una “estética de lo torturado” cuyas imágenes se
amplificarían constelacionalmente:

El extraordinario paralelismo entre ambos artistas geniales está en ese viraje
brusco, en ese autodescubrimiento insólito, en ese renacimiento espiritual,
acontecidos inmediatamente después de aquellos dramáticos episodios
patológicos pocas veces igualados en la historia de los artistas atormentados.
Goya liberándose de la hegemonía extranjera y académica y gritando,
podríamos decir, la afirmación de su hispanidad eterna, con un nuevo arte
humanizado, precursor del expresionismo. El Aleijadinho dando la espalda a
la blandura rococó y afeminada del estilo a la moda decadente de su tiempo y
expresionando [sic], revolucionariamente, la autenticidad social y telúrica de
su América. (Guido, 1949, p. 8).

Ahora bien, ¿por qué elige esos dos artistas para explicar la emancipación y la
preeminencia del espíritu en el arte? ¿Cuál es el uso que hace de esta tradición? Desde su
niñez a su primera madurez, Goya vivió en carne propia el borbonismo extranjerizante que
subestimaba lo vernáculo. No obstante, Goya se emancipó de la hegemonía extranjera al
afirmar su hispanidad con un nuevo arte humanizado, donde aguafuertes incisivas, litografías
populares, cuadros barrocos, fueron extraídos desde lo más íntimo del folklore español. “Son
los fantasmas de su hispanidad replegada durante treinta años por la hegemonía borbónica”


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(Guido, 1949, p. 17). Sin condimentos olímpicos, sin pastoriles versallescas —sin arcadias,
sin lo goyesco dorsiano30, podríamos precisar— se despierta el ideal vernáculo de lo
torturado, la estética visionaria del gran arte social inspirado en la vida del pueblo (1949, p.
13). “Crea así la obra de arte más original, más extraordinaria, y más profunda de Europa,
dentro de la estética de lo torturado” (p. 16). “La milagrosa tortura de su sordera despierta en
Goya el genio de la raza” que “como erupción volcánica retenida durante treinta largos años,
inunda la gigantesca y montañosa alma de Goya” (1949, p. 14). Retengamos este término:
erupción.

De este modo, discurre en su conferencia por la biografía atormentada de Goya, realizando
también un breve racconto en torno al contexto histórico. Ahora bien, podríamos
preguntarnos, ¿contra quién está discutiendo en estas líneas? Aunque suene paradójico, está
apuntando que la gramática acorde a los nuevos modos de expresar lo nacional —lo español
en el caso de Goya— es esta suerte de “retorno a las raíces folklóricas” que en última
instancia resulta ser la construcción de una versión: debe entenderse como una de las formas
de la Modernidad ya que la operación de cimentación de una tradición servía para enfrentar el
eclecticismo extranjerizante que tanto escozor, en cualquiera de sus vertientes, le provocaba.
O, como expresa: “Goya reencuentra a su España después de su sordera. El Aleijadinho a su
América después de la lepra” (p. 7). Conviene recordar además que Guido lee el período
borbónico como uno de los amagos extranjerizantes más virulentos que sufrió España.

En Goya, la fusión estaría dada no ya como en América por el elemento indígena y el
europeo que tantos ríos de tinta destinara a conceptualizar en las décadas del veinte y treinta
(“En defensa de Eurindia” (1924); Eurindia en la arquitectura americana (1930), por citar
solo dos), sino por la imbricación de “realidades tomísticas (Dios en las cosas del mundo) con
panteísmos moriscos” (1949, p. 18) o bien la “fe católica torturada con astrolatrías gitanas”
(1949, p. 18). Sin embargo, y sin olvidarnos que el concepto mismo de fusión anula la tensión
porque asimila los dos elementos, el secreto de Goya que está puesto en juego en su discurso
podría ser enunciado en estos términos: el drama espiritual de lo hispano en lo plebeyo, en lo
popular, entre el templo católico y el aquelarre (Guido, 1949, p. 18).

El drama de Goya implica así una fuerza de contrastes entre el compromiso y la
displicencia, entre el dominio de la luz y de la sombra. El subsuelo de lo torturado es traído
al lienzo como una suerte de propia consolación, como rescoldo para su angustia hispanísima
(Cfr. Guido, 1949, p. 14). Como vemos, en este punto también de emergencias, erupciones y
emancipaciones he aquí otro subsuelo que emerge: esta vez no el scalabriniano de la patria
sublevada de 194531, sino el de la madre patria que pulsa por salir a la superficie.

Si esta lectura arriesgada (de lo barroco) no es más que un uso particular de la tradición, es
también otro modo de exponer su máquina mitopoiética: su voluntad fundadora de
instituciones, de lecturas, y, por supuesto, de mitologías. Y en este sentido, constituye un
modo de acometer las angustias de la posguerra. Si como expuso Bonnefoy (2004) en charla
con Starobinski: “Goya percibió, en la época de las Luces, más que ningún otro creador en
poesía o en pintura, incluso de manera visceral y angustiada, que Occidente había sido ese
gran sueño, del que había que despertar”32, entonces Goya, despierto o dormido, es para
Guido el envite hacia una nueva mitología para la posguerra. En efecto, los “Disparates” (Fig.
6), “Los desastres de la guerra” (Fig. 7 y 8), “Tauromaquia” y “Los Caprichos” —quizás “El
sueño de la razón produce monstruos” es paradigmático en este sentido— portan los


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fantasmas de su hispanidad replegada por años a raíz del extranjerismo borbón dando lugar a
una fusión entre fe cristiana y superstición: “cristos sangrantes y magos mudéjares, […]
folcklore de hechicerías, aquelarres y presagios” (p. 17) se imbrican entre sí y se inmortalizan
en sus grabados33. En ese entre-lugar que Guido bautiza como sobrenaturalismo fronterizo
(p. 18), solo posible después de una sordera que lo confronta a Goya con su propio volcán
interior
(p. 14) —su erupción interior—, se vislumbra la supremacía del espíritu en el arte.

Figura 6.
“Disparate ridículo”, serie de 22 grabados de Goya (Izq.)
“Los desastres de la guerra”, serie de 82 grabados (Derecha y centro)


Nota: Tanto la primera como la segunda ilustración aparecen en Supremacía… Fuente: Guido, 1949.

Así las cosas, en otro pasaje de Supremacía…, se interesa por el Aleijadinho (apelativo de
Antonio Francisco Lisboa, nacido en Ouro Preto en 1738 y muerto en 1814), el gran escultor
leproso del siglo XVIII en el Brasil. “El caso del Aleijadinho es, aún, más notable que el de
Goya, en lo referente a la influencia notable de una enfermedad en la evolución de la obra de
un artista”, expresa (p. 19).

Cabe destacar que, de forma temprana, ya se había interesado por la obra del mineiro. Nos
referimos en concreto a un pionero artículo publicado en 1930 en el periódico La Prensa y a
una conferencia de 1937 que luego se cristalizó (como varias de sus otras intervenciones) en
un breve opúsculo editado por la UNL, bajo el título de El Aleijadinho (1938). Guido se
interesó por el proceso estético-patológico que encarna el “artista estropeadito”, mote que
deviene del idioma portugués. Lo cautiva esa sublimación del dolor y de la tortura física por
medio del arte. Hijo de una esclava negra, y en un contexto social de trinchera clasista y
esclavista34, el escultor fue “el señalado del destino para crear la primera obra de arte
auténticamente brasileña, como un escándalo estético frente a la hegemonía dictatorial del
arte lusitano”, nos dice en 1938 (p. 13).

El Aleijadinho es, a su modo de ver, el más grande artista americano del siglo XVIII:
“coincide como expresión de aquella primera reconquista de lo americano frente a Europa
[…] con aquel momento del arte mestizo del siglo XVIII en Perú, Bolivia y México” (1938,
p. 30).

Ante todo, podríamos decir que más allá de su cierta pregnancia hacia los artistas
atormentados, le interesa del Aleijadinho el pasaje de una frondosidad ornamental (Fig. 9)
hacia las monstruosidades de la estatuaria humanizada que produce el escultor. Es decir, le
interesa el pathos de lo barroco y, como corolario, la redención. En ese viraje artístico que va
del ornamento a la escultura antropomórfica se fragua también el itinerario vital del
Aleijadinho: al traspasar los 45 años es sorprendido por la lepra y por la consecuente
segregación social. Guido entiende que, dedicado fundamentalmente ahora a la escultura


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antropomórfica, el escultor “acomete la figura humana porque podía imprimir en el modelado
del hombre el gemido de su raza y la esperanza de la libertad de América” (1949, p. 28). Sus
monstruos extrahumanos (al decir del presbítero Engracia, primer crítico del Aleijadinho)
cargaban el “feísmo” (p. 29) en esculturas de madera policromada o en piedra sabão, de
tamaño natural (Fig. 10 y 11).

De este modo, veía en el artista y arquitecto criollo, un fantástico ejemplo de la potencia
creadora de Eurindia, ese dispositivo fusional, propio del proceso acontecido entre los siglos
XVII y XVIII en América Latina. El Aleijadinho era el símbolo del artista pautado por el
deseo de salvación, fuerza inconsciente de su obra, que lo transformaba en fundador de una
tradición específica en el arte americano.

El Aleijadinho introduce una suerte de sentido escultórico en la arquitectura
jesuítica, movimentando sus masas merced a una dinámica se diría escultural-
gigantesca. Plantas elípticas, bivalvas, fachadas movimentadas, torres
circulares, guarnecidos, portadas, pilastras, cornisones, lejanamente
transfigurados en el estilo de la metrópoli, pero transfigurados en manos de
nuestro artista mulato. He aquí las novedades incorporadas por el maestro
Aleijadinho. (Guido, 1938, p. 31)

Pero incluir al mulato Aleijadinho entre sus artistas preferidos era, decíamos, incluir el
pathos, esa pregunta radical que confronta con el vacío. El volumen cuenta con diversas
imágenes de: (la serie) Los profetas35; escultura en madera tallada y policromada36; y
arquitectura y escultura decorativa en piedra37.

En pocas palabras, cabría entonces interrogarnos ahora: ¿cuál es el tiempo de una imagen,
de estas imágenes que estamos poniendo en consideración? Si, como sabemos, en el
escenario postautonómico ya no se debaten formas, sino fuerzas y esas fuerzas se llaman
imágenes, esto es, enigmas en los que, de la superposición (el con) de la tradición y la
ruptura, lo trágico y lo farsesco, surge lo nuevo (Antelo, 2015, p. 378), Guido verá tanto en
Goya como en el Aleijadinho un anacronismo, esto es, la “participación temporal en la
temporalidad, es decir, una hiper-temporalización, infinita y potencializada, del evento
singular” (Antelo, 2015, p. 379). Razón por la cual, si la arqueología como única vía de
acceso al presente, no es, sino una operación de regresión en el pasado para encontrar una
posibilidad en el presente (Agamben, 2019), el gesto del arqueólogo Guido es siempre
también (en) presente.

De alguna manera, también en este punto —Goya con el Aleijadinho— se puede
vislumbrar que Guido está bregando por ese pasaje de lo escultórico y lo pictórico al archivo,
de lo arquitectónico a lo arquitextual de reconstrucción de la diseminación (Antelo, 2008-
2009, p. 13). No caben dudas que ciertos elementos del pasado se activan en ese pasaje y por
eso, a esa parte del pasado que está siendo, que no deja de pasar la denominamos actualidad.

Sin embargo, conviene no olvidar que Guido también quiere ordenar la dispersión al
intentar

una lectura radical de la antropomorfosis barroca para, a partir de allí, dar
cuenta de la paradoja del ser nacional evaluado, al mismo tiempo, como local


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y occidental, es decir, como propio y como ajeno. Como lo otro apropiado y
como lo propio enajenado. (Antelo, 2008-2009, p.13).

En la producción escultórica del mulato esto se puede observar cabalmente porque, en
última instancia, Guido nos está recordando que lo propio (lo brasileño) es africano (Antelo,
2017). O lo que es lo mismo, que toda imagen presente es —sin más— arcaica.

Reflexiones finales

Quizás la historiadora Gabrielle M. Spiegel (2007, p. 89) tiene razón y escribimos de
modo inconsciente, pero con determinación, nuestras obsesiones más íntimas. Los discursos,
las conferencias y otros materiales que hemos puesto en consideración adquieren especial
relevancia al haberse cumplido en 2021 seis décadas del fallecimiento del rosarino. En
ocasiones, los textos, minimizados por ciertos mecanismos no siempre visibles de
postergación, siguen un curioso derrotero para convertirse, finalmente, en objeto de estudio
más o menos legitimado. Estos materiales coadyuvan así a profundizar en los recorridos de
las ideas de un intelectual cargado de tensiones y con una multifacética trayectoria. Guido es
un intelectual incómodo y polémico: en efecto, presenta —a semejanza del catalán Eugeni
D’Ors (1881-1954) a quien lo une por cierto la reflexión sobre lo barroco— muchas aristas
dignas de transitar para no clausurar su pensamiento. Si lo encasillamos como ecléctico o
reaccionario, operación que —en última instancia— recortaría su potencia de contemporáneo
en el sentido agambeniano, lo clausuramos.

Los materiales de archivo aportan datos para la construcción de su itinerario universitario,
y, en un contexto más amplio, sirven para explorar un episodio poco transitado de la vida
cultural argentina de la primera mitad del siglo veinte; un episodio que forja un
posicionamiento público en más de un aspecto: los discursos pronunciados con motivo de su
asunción al rectorado son piezas retóricas singulares ya que contienen su modo de situarse
frente al peronismo como ningún otro de sus otros textos. Por eso revisten importancia para
cartografiar los sentipensares del arquitecto.

Al leer las intervenciones de Perón en filigrana con los discursos de Guido, notamos que
instalan —utilizando una metáfora musical— más que un contrapunto, un recitativo, porque
enfatizan las inflexiones del habla de quien fuera tres veces presidente de la República
Argentina. Dicho de otro modo: en sus discursos se pueden auscultar los mismos sones que
en los de Perón, siguen una misma línea discursiva, repasan los mismos tópicos, utilizan las
mismas frases. Por ende, estos textos de su paso por el rectorado de la UNL tienen un valor
histórico inestimable: son documentos de carácter testimonial y, asimismo, materializan las
líneas directrices de un plan de gestión universitaria. De esta manera, se constituyen en
acicate y en instrumentos de gran versatilidad para analizar su paso por la gestión
universitaria. A su vez, parten del mismo diagnóstico: la universidad es una institución
enferma, la formación moral y científica de los universitarios debe ir en tándem con el
proyecto político que el peronismo estaba desarrollando a nivel nacional, esto es, no debía
permanecer indiferente al proyecto político general.

Pero Guido no resuelve sus tensiones: era un reformista que devino rector peronista; un
arquitecto que, unido a Rojas por el nacionalismo cultural, se sentía impelido a construir un
futuro anterior, un pasado que no deja de pasar, que se estaba actualizando en el presente de


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la enunciación: Eurindia. Y también, interpelado por la palabra de Perón, como intelectual
forjador de un ordenamiento simbólico, brega por definir las notas de la universidad por-
venir: argentinidad contra el cosmopolitismo; americanidad como lo entendió San Martín al
libertar América; universalidad como didáctica ecuménica y movilización para cuidar el
patrimonio cultural y los valores espirituales de la justicia social.

Estas piezas hilvanadas a los textos de carácter crítico-estético, analizados en la segunda
parte de esta comunicación y que también fueron originalmente pronunciados como
conferencias, nos muestran que no solo estos intereses basculaban en el mismo momento,
sino que además fueron publicados en tándem por la misma institución universitaria. Son
acaso dos caras de una misma moneda. Quizás podríamos pensar que, para Guido, Goya y el
Aleijadinho son artistas que al emerger del subsuelo de lo torturado y del dolor, construyen la
emancipación: Goya, liberándose de la hegemonía extranjera y académica y afirmando su
hispanidad con un nuevo arte humanizado; el Aleijadinho, por su parte, dando la espalda a la
moda de su tiempo afirmando la autenticidad social y telúrica de su América. O, en otros
términos, podríamos apuntar que Goya redescubre España después de su sordera y el
Aleijadinho reencuentra su América después de la lepra” (p. 30). En última instancia, solo
resta decir que el peronismo vendría a realizar aquello tan ansiado que ya en el arte Goya y el
Aleijadinho habían realizado.

Didi-Huberman (2013, p. 3) nos recuerda que “cada vez que intentamos construir una
interpretación histórica —o una arqueología en el sentido de Michel Foucault—, debemos
tener cuidado de no identificar el archivo del que disponemos, por muy proliferante que sea,
con los hechos y los gestos de un mundo del que no nos entrega más que algunos vestigios”.
En la mesa del montaje38 de la crítica (que escapa a las teleologías), esa cohabitación que
implica el archivo de imágenes disyuntas y heteróclitas —Goya con el Aleijadinho— busca
articular vestigios documentales —Guido con Ivanissevich, Guido con Perón—. Entre estos
restos, entonces, intentamos montar escenas y trazar puentes y, de este modo, captar atisbos
para exhumar la fuerza del anacronismo deliberado, al decir borgeano, que hace de Guido un
contemporáneo, nuestro contemporáneo.

Figura 9.
Candelabro (Izq.)
Figura 10.
Profeta Isaías de la serie “Los profetas” (Centro)
Figura 11.
Cristo (Der.)


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Texto Anexo

Discurso de Ángel Guido, (1948). La nueva universidad. Universidad, 20 (fragmento)

Después de algunos años de vida turbulenta, esta Universidad del Litoral inicia hoy la
segunda etapa de su existencia, al amparo de la nueva Ley Universitaria. La primera etapa
comenzó inmediatamente después de terminada la anterior Guerra Mundial. La segunda, hoy,
después de esta gran guerra reciente. Ha pasado y está pasando, pues, nuestra Universidad
por la dura prueba de dos posguerras, cuando el mundo sufre profundas vacilaciones en su
dirección y en su destino. Es probable que esta incertidumbre de Occidente en reencontrarse a
sí mismo, haya incidido profundamente en el mundo de la cultura y haya sido motivo de esa
turbulencia de que habláramos.

De cualquier manera, como balance de este cuarto de siglo pasado, podemos asegurar que,
en la doble misión de la Universidad, de formar ‘técnicos’ y formar ‘hombres’, pudo
cumplirse nada más que, discretamente, lo primero. No fue posible franquear esa trinchera de
lo exclusivamente técnico, a pesar de que se desplazó nuestra Universidad, durante la
vigencia de una doctrina formativa como la Reforma Universitaria.

En efecto, esta Reforma tan traída a cuento, nació con esa doble misión de robustecer la
técnica y, además, formar la conducta del universitario para hacerlo permeable a las
transformaciones sociales, tan decisivas en la hora presente.

Sin embargo, estos ideales reformistas, fueron traicionados, voluntaria o
involuntariamente, a la vuelta de cada esquina39. En mi trabajo “Definición de la Reforma
Universitaria”, publicado hace más de quince años, denunciaba esa desviación. Expliqué,
entonces, el peligro que se corría al confundir los propósitos con los procedimientos, la
finalidad con los medios para lograrla. La asistencia libre, la docencia paralela, el gobierno de
profesores y alumnos, no debieron ser nada más que recursos o experimentos para lograr una
finalidad concreta: la superación de la Universidad argentina hasta alcanzar el pulso de
nuestro tiempo.

Si esta superación no se lograba, la Reforma verdadera aconsejaba acudir a otros medios,
cambiándolos o suprimiendo aquellos recursos ensayados. Sin embargo, no fue así.
Probablemente por indefinición de la misma, intencionada o candorosamente, se insistió en
sostener aquella estructura temeraria con una tozudez inexplicable. Ni siquiera el ejemplo de


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las universidades norteamericanas –de recursos tan contrarios– hizo vacilar a quienes
creyeron poseer el monopolio de la Reforma.

La verdad es que en lo docente y administrativo la Reforma proponía terminar con las
camarillas y el privilegio, pero, lamentablemente, se incrementaron más.

En lo espiritual y argentino aconsejaba un repliegue hacia lo nuestro, denunciando
nuestros propios problemas nacionales para atacarlos en su ‘funcionalidad regional’. Sin
embargo, salvo excepciones honrosas, hubo que soportar una extranjerización exacerbada y
los pocos limpiamente argentinistas, tuvimos que sufrir el degüello de nuestras ilusiones y
buscar el repliegue en el libro, en la creación y en la cátedra, ya que era inútil todo esfuerzo y
toda lucha.

En la orientación política —en el alto concepto de la palabra— nació la Reforma con un
ideal bien claro de ‘justicia social’ para los argentinos. Pero también esa esperanza fue
traicionada por el complejo exotista y extranjerizante que no ha desaparecido aún de nuestros
claustros. En lugar de mirar hacia la Patria, se copiaron las extremas derechas y las extremas
izquierdas del Viejo Mundo, dolorido y desesperado después de las dos guerras más grandes
de la humanidad.

No fue eficaz, pues, nuestra Reforma porque, consciente o inconscientemente se la falseó
y en ese plano inclinado del error fueron arrastrados hasta los más idealistas, los más patriotas
y los más sinceros reformistas. La verdad fue que la tranquilidad espiritual indispensable para
la creación en las Ciencias y en las Artes estuvo ausente en gran parte de ese cuarto de siglo
de vida universitaria.

Las asambleas de estudiantes, los Consejos Directivos convertidos en tribunas partidarias
y el clima de política de la calle traído a los claustros, conspiraron contra ese ambiente
recoleto que se vive en las Universidades europeas y norteamericanas y que constituye el
único medio favorable para la consagración al trabajo intelectual, a la investigación científica,
a la creación artística. Es necesario confesar, con desilusión, que en sus claustros nunca pudo
crearse ese ‘pathos’ de amor al libro como expresión del saber milenario, de admiración y
gratitud hacia los maestros y genios de la sabiduría y del arte, de dignificación del espíritu y
de exaltada unción hacia los arquetipos de nuestra nacionalidad. Y estos eran propósitos
reformistas, ya que, en los últimos años anteriores a la Reforma, la universidad argentina no
había logrado polarizar estos ideales de la cultura.

Pues bien, todo cuanto va dicho, por fortuna, va en camino de terminarse. La Ley
Universitaria, a pesar de sus lagunas razonables, tiene el patriótico propósito de eliminar esas
desviaciones lamentables. Su solo anuncio ya ha traído una tranquilidad relativa en los
claustros universitarios.

En fin, señoras y señores, la Universidad argentina va en camino de serenarse y el
momento es propicio para el trabajo constructivo. La hora es oportuna para iniciar la
superación de nuestras universidades que actualmente son nada más que escuelas
profesionales superiores. Nuestro ministro, el doctor Ivanissevich, lo ha dicho muy bien: “La
universidad argentina no ha nacido aún. Por ahora no es más que un colegio superior para
técnicos”. Es decir, un politécnico superior.

Efectivamente, a la universidad argentina se le presenta la ocasión de apuntar más alto.
Deberá completar ese ‘técnico bárbaro’ de Ortega y Gasset, con el ‘técnico culto’. Hacer del


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técnico un hombre armonioso, para que sea un instrumento, práctica y espiritualmente útil,
para la Patria y para el mundo.

El bosque tiende a desbrozarse de malezas y a la distancia se otea el camino a seguir. La
universidad argentina ha entrado en un ciclo constructivo y ya se puede pensar firmemente,
en su superación. Veamos un poco, en forma vertebrada, las ramificaciones troncales del
destino de nuestra Universidad.

Argentinidad

Toda universidad auténtica se desplaza en dos corrientes paralelas. Una constante
constituida por el saber milenario que, como dice Scheler, es troncal e indispensable. Y otra
viva y presente, conforme a la realidad de nuestro tiempo. Desprenderse o desentenderse de
cualquiera de estas corrientes es mutilar la esencia misma de la universidad. Por ello,
comenzaremos por manifestar que nuestras universidades deberán ser, ante todo, argentinas.
Es decir, para argentinos que debe resolver problemas argentinos.

Aquel saber milenario deberá acondicionarse a la realidad telúrica, histórica, económica,
política y espiritual de la Patria, sí pretende formar universitarios de la gran Argentina de
mañana.

La realidad telúrica es la de nuestro suelo, cuya magia nos ha permitido lograr esa
singularidad en la geografía humana del mundo. El Martín Fierro quizás sea el arquetipo. En
lo histórico somos una realidad presente, sustentada por una tradición imposible de
desescamotear. La gesta de nuestra independencia y el ideal sanmartiniano, son valores
formativos —conforme a la teoría filosófica de los valores— capaces de estar siempre en
primer plano en la perspectiva histórica del hombre argentino.

En lo político y económico estamos presenciando el drama del mundo frente al
advenimiento de las masas proletarias. Nuestro gobierno ha sabido resolver esa grave
ecuación política y económica, providencialmente. El temerario avance de las masas de que
nos hablan Ortega y Landsberg, que está haciendo vacilar hasta la propia cultura de
Occidente en Europa, se está resolviendo entre nosotros exitosamente.

La universidad no puede echar en saco roto esta realidad tocante ni aducir
incompatibilidad alguna. Antes, al contrario, la universidad argentina deberá formar élites
entre sus filas, para contribuir con su serena sabiduría y su teleológica visión universalista,
que la Patria arribe al mejor puerto del mundo, en estos momentos cruciales de su historia.

Finalmente, en lo espiritual, hay raíces demasiado hondas en nuestro pueblo y que deben
ser advertidas por la universidad. Nuestra tradición cristiana, legada desde la Conquista
hispánica de América, se acondicionó en nuestras pampas, en nuestras montañas y en
nuestras riberas, demarcando señeramente nuestro destino espiritual. Luego, la Independencia
la afianzó para siempre, ya que la incorporó a sus ideales de libertad en la epopeya del
nacimiento de nuestra patria. Más adelante la inmigración latina, desde fin de siglo, matizó,
pero no desvío ni en un ápice, el gesto vigoroso de este tronco de árbol cristiano de nuestros
antepasados.

Pues bien, si la universidad argentina, en este nuevo ciclo de su historia, pretende ser un
poco más que un politécnico superior, deberá inspirarse, ante todo, en esta realidad objetiva y
subjetiva de nuestra Patria. Hemos vivido hasta estos últimos años, excesivamente asomados
a lo exterior. A pesar que el Atlántico nos separa de Europa, hemos desplazado nuestros


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propios problemas nacionales para enfocarlos desde el ángulo físico y espiritual de un
continente de excesiva madurez, olvidando nuestra propia juventud americana. El
cosmopolitismo gestó, sin lugar a dudas, ese clima de desautenticidad de lo nuestro. Pero va
esto dicho sin reproches. En otra ocasión lo expresé con estas palabras: “A pesar del
dramatismo tremendo que adquiere la expresión americana, incapaz de manifestarse en su
propia voz y circunscripta a una vida de escamoteado espíritu, se logra, sin embargo, una
agilidad mental y captación espiritual notables. Una suerte de vigilia constante para la mejor
interpretación de la vida integral europea”.

Pero, especialmente Buenos Aires, extremó la medida de nuestra extranjerización. Las
raíces profundas de nuestra argentinidad comenzaron a vacilar. Nuestro endeble federalismo
político, espiritual y humano, no fue suficiente para equilibrar esa expresión que yo he
llamado portuaria, por saberla atacada a las cien banderas del mundo. Era indispensable esa
segunda y auténtica emancipación que nos habla Ricardo Rojas en su Restauración
nacionalista
. La emancipación política la realizaron los hombres de mayo. La emancipación
económica la está cumpliendo admirablemente el Gobierno que hoy dirige nuestros destinos.
Nos falta la emancipación espiritual. Esta última libertad, la del espíritu, debe preocupar a las
universidades. Sin imitarlas, por supuesto, debemos actualizar un poco las grandes
universidades de Occidente que, desde la época medieval, iluminaron la cultura del mundo y
cuyos propósitos no fueron, por supuesto, formar técnicos exclusivamente, sino hombres, en
el sentido ancho de la palabra. Universidades como las de París, Bolonia, Salamanca, Oxford
lograron ese armonioso connubio y la cultura occidental pudo ejercer ese alto magisterio que
todavía persiste.

He aquí, pues, uno de los más grandes problemas de la universidad argentina. Debemos
colocar en las alforjas del egresado algo más que la aptitud técnica. Deberá recibir
conjuntamente con el diploma que lo habilita para el ejercicio de las profesiones liberales,
también el espaldarazo de argentinidad. Solamente así, el médico, abogado, ingeniero,
arquitecto, será un elemento eficaz y constructivo en esta Patria grande que todos soñamos.

Es en los claustros de nuestras universidades, jerarquizados por maestros de categoría
moral y científica, donde podrá ejercerse esa didáctica superior que cada día la sentimos más
indispensable en las comunidades modernas. Hoy más que nunca, con el advenimiento de las
masas trabajadoras, es indispensable formar esas élites consejeras y directoras. Y ningún
ambiente más propicio que las Universidades. Deben estas aportar su serenidad, su sabiduría
y su alto juicio siempre argentino, a esas masas razonablemente convulsionadas y aventadas
por el clima revolucionario de la justicia social.

Esta es una de las contribuciones que de inmediato habrá que poner en práctica para
coadyuvar con el Superior Gobierno de la Nación que, en este momento histórico, ha evitado
que fuéramos arrebatados por un extremismo desoccidentalizado y por ello, de grave riesgo
para nuestro destino.

Universidad argentina, pues, formadora de técnicos y hombres argentinos, abocados a la
solución de problemas argentinos y apuntando siempre hacia una Patria mejor.

Americanidad
Ya lo he dicho en otra ocasión: “Frente al desgarramiento de Europa, los pueblos de

América se han apretado en una inusitada hermandad, más limpia y más sólida de lo que
pudiera deducirse de la manida ‘buena vecindad’, demasiado protocolizada, por cierto”.


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“Creo firmemente –dije hace algunos años– que en la trastienda de aquella bien
intencionada ‘buena vecindad’, ha cundido de Norte a Sur y de Sur a Norte una corriente de
honda y auténtica simpatía fraternal, frente a la desescamoteable realidad de la guerra que
acabamos de soportar. Se diría que América ha comenzado a pensar en sí misma y a tener fe
en su adultez recién nacida. Hay, efectivamente, una intensa emoción de gran expectativa,
frente al presentimiento de ser señalada por el destino, como monitora de la cultura universal
y defensora de la sabiduría y el espíritu que nos legara Occidente”.

“A mayor responsabilidad mayor urgencia en ajustar sus filas humanas, en reestimar sus
propios valores, en sopesar su capacidad en ese flamante magisterio del mundo que la historia
le ha de deparar en estos momentos cruciales de la humanidad. Y por ello, el Norte poderoso
ha tendido la mano para recoger la moneda espiritual del Sur. Y el Sur le ha ofrecido —con
esa hidalguía propia de su estirpe hispanoamericana— sin resentimientos, a pesar de que un
imprudente acción económica anterior a la última guerra, había creado aquel complejo
arielista del antimperialismo difícil de desplazar”.

“Pero, repito, por encima de este señalado complejo arielista y de aquella buena vecindad
todavía impopular, la verdad es que toda América se ha sentido conmovida en una misma y
densa emoción de ancha y limpia hermandad, frente a la grave responsabilidad de su
destino”.

“Se me antoja que este momento tiene un perfil muy similar a aquél de los últimos años de
la segunda mitad del siglo XVIII, guardando distancia, por supuesto, de tiempo y
circunstancias históricas. Toda América fue casualmente en aquella centuria, una sola
América. Un solo ideal vibraba desde el lacustre montañoso Norte y desde el Yucatán cálido,
hasta las Pampas extendidas y la Patagonia frígida: el ideal de la Libertad. El sojuzgamiento
por el europeo tenía ya su primera independencia visceral. Gestábase, cabalmente, lo que más
tarde fue emancipación política o primera independencia. Era casualmente América, en aquel
momento, una sola América frente a Europa y no la actual, aparcelada por razones no muy
justificadas por cierto. Era la época de los comuneros, de las insurrecciones indígenas, de los
rebeldes mestizos y también de los sofocados movimientos de emancipación. Y así como los
primeros años del XIX, fueron los años decisivos para lograr existencializar aquella visceral
independencia de América, se me antoja que, en estos momentos, después de más de un siglo,
se está gestando la segunda y definitiva emancipación que todos soñamos”. Estos conceptos
pertenecen a mi obra Redescubrimiento de América en el Arte, publicada hace varios años. La
reciente asamblea panamericana de Bogotá, es un signo evidente de aquella esperanza.

Pues bien, en los claustros de nuestras universidades, debe ejercerse, de alguna forma, esta
didáctica americanista. El conocimiento de la geografía humana y espiritual de América, hará
más densa esa confraternidad. ‘Piú si conosce e piú si ama’, decía Leonardo.

Trataremos, pues, que este ideal americanista, sea una realidad en esta Universidad del
Litoral. Oportunamente hemos de proponer soluciones prácticas para lograr tan noble
propósito. No debemos olvidar que nuestra primera emancipación necesitó la comunión de
todos los pueblos de América. Así lo entendió San Martín, el Santo de la Espada, llevando
aquel ideal de emancipación americana desde el Atlántico hasta el Pacífico. En esta segunda
Libertad, repito, será imprescindible, también, la conjuración de todos los pueblos de
América para alcanzar esa independencia espiritual de que habláramos antes. La universidad
argentina no debe echar en saco roto estas enseñanzas de la historia. El ideal americanista,


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debe penetrar generosamente en sus claustros, para ejercer esta alta docencia de
confraternidad continental.

Universalidad

Este repliegue dentro de la frontera americana, no significa desentendimiento de lo
ecuménico. Las lastimaduras de la vieja Europa son también nuestras propias lastimaduras.
Su alto magisterio debemos recordarlo siempre con gratitud de discípulos.

Pero, en esta asimilación admirativa de aquellas enseñanzas que nos ponen en relación con
la universalidad del conocimiento europeo, debemos proceder con prudencia.

Hace más de seis años a esta parte, en mi citada obra Redescubrimiento de América en el
Arte
, expresaba estos conceptos que me permito reproducir. “Tengo para mí –decía entonces–
que Europa es un continente resentido. A pesar que pueda resolver prácticamente el problema
económico de la posguerra, restará un saldo de resentimientos que solamente un gran
movimiento espiritual —posiblemente de remozado cristianismo— podría bloquear. Pero con
criterio realista, no creo preparado a aquel continente para tan gigantesca empresa. Ha calado
muy hondo en Europa el desamor de hombre a hombre y no creo realizable, en aquel
continente, esa suerte de socialismo cristiano o cristianismo socialista que se han propuesto
las mentalidades europeas de más alta probidad intelectual y de más limpia conducta. Con
angustiado dolor de discípulos americanos asistimos a este paréntesis trágico de Europa, la
maestra cabal de nuestra cultura hasta hoy. Pero la historia marcha y la vida apremia.
América dolorida y sin ingratitud ha comprendido hoy la gran responsabilidad de su destino”.

“América en efecto —no va en ello euforia americanista— podrá resolver aquel problema
social sin resentimientos internacionales y por lo tanto con mejor predisposición cristiana”. Y
terminaba con estas palabras: “Tengo fe que en la generosa tierra de nuestra América podrá
fructificar aquel piadoso ideal de justicia social, para, después de realizado, lanzarlo por el
mundo como un ejemplo de las creaciones más grandes de la humanidad”.

Estas palabras dichas entonces, fueron de esperanza. La historia ha corrido aceleradamente
y aquella visión de futuro la vemos convertida hoy en realidad. Nuestra adultez ha
comenzado. La conducta ecuménica, pues, deberá acomodarse a este ideal de emancipación
espiritual de América. Conviene, entonces, interponer la prudencia a toda incorporación de
universalidad.

En efecto, desde las universidades y centros de cultura extranjeros, nos llegan doctrinas
filosóficas, sistemas políticos y plataformas estéticas que conviene recibir con juicio de
inventario. No sería aventurado opinar que pueden ser muy bien, antídotos o exudaciones de
un continente que lucha por rehabilitarse del gran pecado de no haber sabido defender, con
dignidad, su patrimonio de cultura milenaria. Desde la perspectiva americana resultan
monstruosas y diabólicas algunas concepciones biológicas, filosóficas, estéticas y sociales. Es
probable que todas ellas sean manifestaciones extremas de una cultura vigorosa pero
desesperada. Negar nuestra simpatía y nuestra adhesión en el dolor sería ingratitud. Pero,
imitarla y contagiarse de esa misma desesperanza, sería temerario.

Mas, lo riesgoso es que esas voces y expresiones extremistas nos llegan a través de los
medios de cultura más populares: el libro, la prensa, la radio, el cine. No debemos olvidar que
estos son los instrumentos de mayor eficacia en la formación cultural de un pueblo. Compiten
con éxito en docencia popular, lamentablemente, hasta con la misma universidad.


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Tengo para mí, que la universidad no debe desentenderse de estos problemas si es que
pretende ponerse a tono con el pulso de nuestro tiempo.

De aquí que, en estos momentos históricos donde parece que se ha de cumplir aquello de
la “Universidad del pueblo y para el pueblo”, conviene meditar sobre la forma práctica y
prudente de llevar a lo popular esta didáctica ecuménica de universalidad tamizada por la
esperanzada juventud de América.

Movilización

Señoras y señores: Me ha parecido oportuno terminar este discurso inaugural de Rector,
con una palabra que es expresión de conducta. Y esta palabra es: movilización.

Movilización significa disponerse a tomar las armas en defensa de la Patria. La integridad
territorial de la Nación no está en peligro. Pero sí lo están el patrimonio cultural y los valores
espirituales de la madura civilización europea, ante el advenimiento de las masas agitadas por
la bandera de la justicia social. Pareciera que el Viejo Mundo tuviera flaca capacidad para
defenderlos frente al avance oriental. Por ello, debemos movilizarnos para proteger,
americanizar y argentinizar ese patrimonio del saber y del sentir, que tanta grandeza dio a
Occidente y ofrecerlo, universitariamente, a nuestro Gobierno que, en estos momentos, está
realizando el gigantesco esfuerzo de consagrar esa justicia social, sin desmedro ni riesgo para
nuestra argentinidad. Y en las movilizaciones como en las trincheras, no hay diferencias de
clases, ni de ideologías políticas, ni de doctrinas sociales. Solamente son incompatibles: la
traición, la deserción y la cobardía. La fraternidad cunde porque, junto al coraje, brilla
refulgente un solo alto ideal: la defensa de la Patria.

Yo desearía trasladar ese clima de movilización a nuestra Universidad del Litoral.
Desearía llevar a nuestros claustros, convulsionados por los acontecimientos que todos
conocemos, ese estado de espíritu fraternal y constructivo. Hora es que desaparezcan de
nuestros claustros los conflictos pequeños, los absurdos resentimientos, los rozamientos
políticos, las posturas enconadas.

A los profesores que sean un poco más maestros y a los alumnos un poco más discípulos,
para poder ser eficaces en esta movilización destinada a superar nuestra Universidad,
elevándola a una categoría cultural, a una jerarquía espiritual y a una orientación social digna
de una Universidad de nuestro tiempo. En estas horas de movilización, nada debe
sobreponerse a los intereses superiores de la Patria.

Argentinidad, americanidad y universalidad dignamente controlada, es, para mí, la tríada
hacia la cual debe apuntar la Universidad argentina, atrincherándose en su patrimonio de
Ciencia, Cultura y Espíritu, en estos momentos de vacilaciones pronto la revolución social
del mundo.

¡Que, en esta dramática etapa histórica de movilización, haya un propósito superior y
siempre presente en nuestra conducta de universitarios: trabajar para una Argentina grande!

¡Ojalá pueda lograr, desde mi cargo de Rector, ese clima de conciliación y, ¡Dios
mediante, traer esa indispensable serenidad a los espíritus, para que nuestra Universidad del
Litoral, movilizada para un gran destino, cumpla su misión de alta argentinidad en estos
momentos difíciles del mundo!

Ángel Guido

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Notas


1 Será de próxima aparición el epistolario entre Ángel Guido y Ricardo Rojas, bajo el título Sirenas con
charangos. El epistolario inédito de Ángel Guido a Ricardo Rojas (1925-1956)
, con prólogo de Raúl Antelo.
Hemos realizado el estudio preliminar, las notas y las transcripciones. Las cartas forman parte del Instituto de


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Investigaciones del Museo Casa Ricardo Rojas (CABA). Para más información sugerimos consultar: Antequera
(2019, 2020a, 2020b). En 2022, la archivista del Museo Casa Ricardo Rojas Elvira Ibarguren ha confeccionado
el índice onomástico del epistolario de Ricardo Rojas, que se encuentra disponible en la página web del Museo y
que contiene el listado de las correspondencias trocadas por Rojas con otros intelectuales, artistas, etc.
Disponible en https://museorojas.cultura.gob.ar/noticia/conmemoracion-del-dia-de-la-cultura-nacional/
2 En las piezas epistolares de Guido a Rojas correspondientes a 1939, el arquitecto discurre en torno a las
maquettes
hechas para la escenografía y en una carta fechada el 2 de agosto de ese mismo año felicita a su
maestro por su gran éxito. También el antropólogo peruano Luis Valcárcel (1891-1987) recoge en sus Memorias
impresiones de esta obra: “La noche del estreno fue impresionante ver el gran Teatro Colón lleno en todas sus
localidades, inclusive el palco presidencial, donde podíamos distinguir la figura del Presidente de la República,
Marcelo T. de Alvear. Asistieron también algunos Ministros de Estado y distinguidos representantes de la
sociedad porteña. La presentación comenzó con el Himno al Sol, que fue recibido con entusiastas aplausos”
(Valcárcel, 1981, p. 220).
3 Las respuestas de Rojas se perdieron.
4 La Universidad Nacional del Litoral fue creada por la Ley n.° 10861 el 17 de octubre de 1919. Su creación no
solo se enmarca en el clima reformista de la época, sino que respondió a demandas estudiantiles que se venían
efectuando desde principios de siglo y que tomaron nuevas fuerzas a la luz del movimiento cordobés de 1918
(Bertero y Larker, 2018; Rubinzal, 2022).
5 El texto de la designación es el siguiente: “Visto: la renuncia que del cargo de Interventor den la Universidad
Nacional del Litoral, formula el Dr. Edgardo María Hilaire Cháneton; y considerando: que es necesario proceder
a la designación de Rector en la citada Universidad, conforme a las disposiciones establecidas por la ley número
13.031 sobre régimen universitario; que el señor Ángel Guido, Ingeniero civil y Arquitecto, titular de cátedras
de su especialidad en dicha Universidad, reúne los requisitos exigidos por el art. 11 de la ley para desempeñar el
mencionado cargo; Por ello, El presidente de la Nación Argentina decreta: Artículo 1: Acéptase la renuncia que
del cargo de Interventor en la UNL, formula el Doctor Edgardo María Hilaire Cháneton (Clase 1913, D.M. 2,
Matrícula nº 2.578.562) dándosele las gracias por los servicios prestados. Artículo 2: Dáse por terminada la
intervención dispuesta por decreto nº 12.195 de fecha 30 de abril de 1946 en la UNL. Artículo 3: Desígnase
Rector en la UNL por el término de tres (3) años, conforme a la facultad conferida por el Poder Ejecutivo por el
art. 10 de la ley nº 13.031, al Ingeniero civil y Arquitecto D. Ángel Guido (Clase 1896, D.M. 33, Matrícula nº
2.134.219). Artículo 4: El presente decreto será refrendado por el señor Ministro Secretario de Estado en el
Departamento de Justicia e Instrucción Pública. Artículo 5: Comuníquese, publíquese y anótese, dése a la
Dirección General del Registro Nacional y archívese. PERÓN- Belisario Gache Pirán. Oscar Ivanissevich”
6 En la década del cincuenta, Guido se alejó críticamente de este movimiento. Prueba de esto es quizás su
arriesgada novela La ciudad del puerto petrificado: el extraño caso de Pedro Orfanus (1954) bajo el seudónimo
de Onir Asor (Nótese: rosarino, al revés). Esta afirmación amerita un trabajo crítico ulterior. Véase el texto de P.
Montini (2014).
7 A partir de una obra recientemente hallada —que Guido nunca había publicado— cuyo título es La casa del
Maestro
(2020), hemos podido conocer de primera mano, los pormenores en la elección de cada detalle de la
casa de Rojas. Esta obra funciona como una metatextualidad que quiere explicar las elecciones ornamentales del
inmueble.
8 Su arriesgada diatriba contra Le Corbusier en el III Congreso Panamericano de Arquitectos (1927), reunido en
Buenos Aires, fue quizás la más osada y la que más repercusiones tuvo (Antequera, 2020a).
9 “Como lo analizó Eduardo Hourcade (1995), el modelo estuvo ideológicamente inspirado en las formulaciones
euríndicas de Ricardo Rojas, que proponían la fusión de lo europeo y lo aborigen, lo americano y lo colonial en
la construcción del Altar de la Patria. Su arquitectura procura establecer un pliegue monumental capaz de
comunicar el presente homogéneo de la ciudad portuaria de Rosario con la diferencia y la singularidad de
supasado nacional. El artefacto arquitectónico, elaborado por Ángel Guido, posee dimensiones importantes y es
una de las pocas formas monumentales decididas a la bandera de un Estado Nacional” (Vera y Roldán, 2021).
10 Para una caracterización de la revista Universidad de la UNL consultar: Escobar (2022).
11 Para ahondar en el programa pedagógico americanista de Guido en otros niveles educativos más allá del
universitario y seguir los derroteros institucionales que supo atravesar, conviene consultar el interesante trabajo


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de Welti (2019). Con respecto a las iniciativas culturales en las que participó, la Asociación Cultural El Círculo
junto a su hermano, el artista plástico Alfredo Guido, es ciertamente digna de destacar (Fernández, 2003).
12 Sugerimos consultar oportunamente los siguientes trabajos: Fiorucci (2011), Sigal (2002), Buchbinder (2005),
Martínez del Sel y Riccono (2013), Girbal-Blacha (2005), Buchrucker (1987), entre otros. Para pensar los
vínculos entre el primer peronismo y literatura: González (2015), Edwards (2014), Navascués (2017),
Bracamonte (1996), entre otros.
13 Conviene apuntar que hemos tomado este término en el sentido en que Ernesto Laclau (1996) lo trabajó en su
ya clásico libro Emancipación y diferencia, más precisamente en el primer capítulo titulado “Más allá de la
emancipación”. Laclau analiza este concepto en torno a seis dimensiones inextricablemente vinculadas. Nos
referimos a las dimensiones: dicotómica (la censura entre el momento emancipatorio y el orden social
precedente), totalizante (la emancipación afecta todos los órdenes de la vida social), de transparencia (no hay
lugar para relaciones de poder o de representación), preexistencia (de lo que debe ser emancipado respecto del
acto emancipatorio, esto es, no hay emancipación sin opresión), de fundamento (si el acto emancipatorio es
verdaderamente radical, operará al nivel del fundamento de lo social) y racionalista (en oposición a religioso).
14 “Siempre fue [Beatriz] una antiperonista recalcitrante. Contaba que en un viaje que hizo en 1938 a Berlín
junto con su padre, se hospedaron en un hotel donde estaba Perón, y fue testigo de que este asistía a los mitines
de la SS. ‘Cierta mañana aparecieron todos los negocios de los judíos apedreados, con las vidrieras rotas. Mi
padre me llevó a ver los destrozos y luego tomamos mate con Perón y otros militares argentinos, que parecían
contentos por lo que había pasado”, declaró en un reportaje (Gorodischer en Mucci, 2015, p. 15)
15 Teniendo en cuenta que excede las pretensiones de este artículo, pero para profundizar en esa trama de ideas
que en los años treinta van corporizando las acciones públicas/institucionales/políticas tanto de Guido como de
otros intelectuales, y que incluye el lugar dado a la cultura por la experiencia del antipersonalismo en la
provincia, sugerimos consultar Virado a sepia. Educación y política en Santa Fe de los años treinta (2021) así
como el artículo: “Legitimidades y usos del pasado en el antipersonalismo santafesino, (1937-1943)” (2020),
ambos de Juan Cruz Giménez.
16 Hemos transcripto el discurso en las páginas finales de esta comunicación.
17 Para profundizar en el discurso crítico acerca de la universidad y las reformas, sugerimos consultar Castro
(1998). Este autor retoma “el conflicto de las facultades de Kant” y lo retrabaja en clave de conflicto de las
racionalidades, un conflicto entre los usos de la razón, entre un uso del conocimiento subordinado a los fines del
Estado y un uso autónomo de la razón. Los postulados kantianos le sirven a Castro para poner de relieve el nexo
entre filosofía de la universidad y filosofía de la historia y en qué modo las posibilidades de un pensamiento
crítico acerca de la racionalidad técnica dependen de comprender el nexo entre estas y las crisis de filosofía de la
historia.
18 Ivanissevich, entre 1948 y 1950 fue secretario de Educación de Perón. A posteriori, al crearse el ministerio,
pasó a ser ministro. Entre 1973 y 1974 volvió a ocupar dicho puesto en el gobierno.
19 Como señalan B. Carrizo (2019) y S. Giménez (2019) el regeneracionismo es un componente de las culturas
políticas que puede reconocerse en el radicalismo y que vuelve a tener presencia en los treinta. En el caso del
texto de Giménez, resulta sumamente interesante la vinculación entre las identidades fundacionalistas y la
tentación de no inclusión del actor otrora dominante (el otro excluido).
20 En este sentido, “La palabra de Perón como vocero principal del gobierno en relación con la educación
superior fue determinante para anticipar las medidas que su gobierno tomaba” (Riccono, 2015, p. 24).
21 Para ubicar las representaciones de San Martín y el sanmartinismo como canon, desde los años treinta del
siglo veinte, retomamos un párrafo de Amorebieta y Vera (2022): “la crisis política abierta en 1930 impactó
fuertemente en el ‘zócalo de las representaciones históricas’, disolviendo ‘la homogeneidad que más o menos
hasta entonces había caracterizado a la producción historiográfica local’. De esta forma, el quiebre ‘del orden
constitucional del año 30, junto con muchos cambios en la vida social argentina, traería también aparejada una
crisis de la percepción del pasado común. Inesperadamente, se habían encontrado los límites del progreso
material y los límites del procesamiento de conflictos del orden político. Ambas rupturas tal vez requerían
nuevas elaboraciones sobre el pasado, acaso un poco más a la medida de los nuevos protagonistas de la escena
pública. En ese contexto se pueden ubicar tres acontecimientos relevantes, los cuales habrían sido expresión de
las transformaciones ocurridas en “las modalidades de constitución de una imagen sanmartiniana en la memoria
colectiva’: la edición en 1932 de Historia del Libertador General Don José de San Martín por José Pacífico


Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional

Recial Vol. XIV. N° 23 (Enero-Junio 2023) ISSN 2718-658X. María Florencia Antequera, Ángel Guido, rector
de la Universidad Nacional del Litoral (1948-1950): la pregunta por la emancipación en algunos de sus textos
olvidados
, pp. 348-384.


Otero, la fundación en 1933 del Instituto Sanmartiniano, cuya sede sería el Círculo Militar; y, por otro lado, el
anuncio en 1931 de El Santo de la Espada [de Ricardo Rojas], el cual sería publicado también en 1933”.
22 Entre las preocupaciones de Guido que fulguran en las páginas de Fusión hispanoindígena… (1925), podemos
advertir la tónica que lo impregna todo: la arquitectura es entendida como arte social, como “antena de los
pueblos”. Guido pretende instaurar una arquitectura propiamente americana, tan alejada de la imitación como
del eclecticismo y del cosmopolitismo.
23 Conviene reparar que esta cátedra de instauró en otras universidades también. Por ejemplo, en la Universidad
Nacional de La Plata se fundó en 1943 (Cfr. Pis Diez, 2018, p. 69).
24 Cabe destacar que en un conocido relato titulado “La fiesta del monstruo” (de Bustos Domecq, seudónimo de
Borges y Bioy) y que fue escrito en diciembre del 47, es decir, solo unos meses antes del discurso de 1948, estos
dos escritores enhebran otra serie entre La refalosa de Hilario Ascasubi, “El matadero” de E. Echeverría y el
peronismo, esto es, Rosas (1º tiranía) y Perón (2º tiranía).
25 Esta afirmación de Guido sin dudas es tributaria de escribir desde una ciudad puerto, Rosario.
26 Quedará para ulteriores trabajos profundizar en algunas articulaciones entre el peronismo y el nacionalismo,
como, por ejemplo, el lugar de la autoridad, el sanmartinismo, la tradición católica y la “nación en armas”.
27 Conviene reparar en que este aspecto es una construcción histórica del propio peronismo, al calor del
revisionismo histórico, que aquí no se pretende abordar.
28 Este segundo apartado es tributario de los debates y lineamientos del seminario “Goya plagia Didi-
Huberman”, dictado por el Dr. Raúl Antelo en la Universidade Federal de Santa Catarina en 2018.
29 Nos interesa tomar la acepción que propone Agamben en varios de sus textos e intervenciones. Por ejemplo,
Agamben (2019) al utilizar como disparadora la filología de Karl Lachmann (1963).
30 Ver la diferencia que establece Eugeni D’Ors (1946) entre Goya y lo goyesco.
31 Nos referimos a este conocido texto de Raúl Scalabrini Ortiz (1973, p. 55).
32 Traducción nuestra.
33 Guido recoge en el volumen las siguientes reproducciones de Goya: “Los fusilamientos del 3 de mayo
(óleo)”, “Los desastres de la guerra” (aguafuerte), “Tauromaquia” (litografía), “Disparate ridículo” (aguafuerte).
34 Recordemos que el Aleijadinho vivía en Minas Gerais, donde el oro y los diamantes eran la codicia de los
portugueses y regía la esclavitud para negros y mulatos.
35 Esculturas en piedra: profetas Joel, Isaías, Jeremías, Daniel, Jonás, Baruc, Ezequiel, Abdías, Oseas, Amós,
Habacuc.
36 A saber: María Magdalena (detalle de un pasaje del Vía crucis); Cristo (Vía crucis del santuario de
Congonhas do Campo); dos Apóstoles; Cristo en la escena del Huerto de los Olivos; Cristo en la prisión; escena
de la Flagelación de Jesús; Cristo coronado de espinas (2); soldado romano en actitud de lacerar a Cristo; Cristo
en el Vía crucis; Cristo en la Vía crucis, soldados romanos, María Magdalena y mujer de pueblo con un niño;
escena de la Crucifixión.
37 Iglesia de San Francisco de Ouro Preto; ángel del coronamiento de la pila bautismal de la iglesia de San
Francisco de Asís; gran pila bautismal de la sacristía de San Francisco de Asís de Ouro Preto; púlpito en piedra
monolítica, en detalle: Jesús predicando a los pescadores; portada en piedra de la iglesia de San Francisco de
Ouro Preto; frontispicio de la iglesia del Carmen de São João del Rey (proyecto del Aleijadinho); portada en
piedra de la iglesia del Carmen de São João del Rey; detalle de la portada en piedra de la iglesia de San
Francisco en São João del Rey; portada en piedra de la iglesia del Buen Jesús de Mattozinhos de Congonhas do
Campo; coronamiento de la portada de la iglesia de San Francisco en Marianna; portada en piedra de Nuestra
Señora del Carmen en Ouro Preto.
38 Dice Didi-Huberman (2013): “El montaje será precisamente una de las respuestas fundamentales a ese
problema de construcción de la historicidad. Porque no está orientado sencillamente, el montaje escapa de las
teleologías, hace visibles las supervivencias, los anacronismos, los encuentros de temporalidades contradictorias
que afectan a cada objeto, cada acontecimiento, cada persona, cada gesto. Entonces, el historiador renuncia a
contar ‘una historia’ pero, al hacerlo, consigue mostrar que la historia no es sin todas las complejidades del
tiempo, todos los estratos de la arqueología, todos los punteados del destino”.
39 El desencuentro entre peronismo y reformismo universitario hunde sus raíces en un triple orden de factores: el
clivaje laicismo clericalismo, el impacto de la segunda guerra mundial sobre los alineamientos políticos
culturales —división entre aliadófilos y partidarios del Eje— y en tercer lugar, las políticas universitarias


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Recial Vol. XIV. N° 23 (Enero-Junio 2023) ISSN 2718-658X. María Florencia Antequera, Ángel Guido, rector
de la Universidad Nacional del Litoral (1948-1950): la pregunta por la emancipación en algunos de sus textos
olvidados
, pp. 348-384.


llevadas adelante primero por el régimen de junio de 1943 y luego por el presidente electo, coronel Juan
Domingo Perón (Tcach, 2019). También Pis Diez (2012).