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Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre 2022) ISSN 2718-658X. Alfonsina Lopez, Palabra de guerra o el arte de la
crispación literaria: Estados alterados (2013/2021) de Rodolfo Fogwill, pp. 354-358.
El enemigo del mundo bélico y ríspido de Fogwill es la mentira editorial, la política frívola, la
concepción de la cultura como entretenimiento, impuesta en la década que acaba de cerrarse
cuando escribe esas líneas: su digresión es la perspectiva arlequinesca de una realidad que, en
cualquiera de sus diferentes aristas (política, social, económica, cultural, discursiva) muestra la
misma descomposición, el imperio de un neoliberalismo arrasador, de unas instancias primarias
de ganancia y pérdida que permean a una sociedad que naufraga. Para Rodrigo Montenegro (2020)
lo que se construye es un “ethos polémico” (p. 2) que revela “el carácter político-económico de
toda transacción simbólica” (p. 4): una “visión materialista del tejido social con especial foco en
la cultura” que genera al texto como una superficie para visibilizar “los puntos de enlace y
agenciamiento entre el deseo, el poder, el dinero y la historia política” (Montenegro, 2020, p. 4).
Es decir, una escritura mixta, tensionada, fragmentada, que actúa como herramienta de feroz
análisis: una avanzada de guerra que intenta eludir todos los relatos construidos por el imperio
mercantil y la ceguera mitológica, que se apoderan de la cultura argentina en las últimas décadas
del siglo XX. Perspectiva crítica que, a su vez, se distancia de un mero movimiento destructivo y
propone salir del establishment de la literatura digerible, comercial y frívola, a través de soluciones
polémicas que manifiestan la urgente necesidad de contravenir las normas: “una inyección de
prejuicios, supersticiones, preferencias caprichosas, hostilidades arbitrarias. Porque sin prejuicios,
casi no se puede pensar. Y sin enemigos, no se puede pensar” (Fogwill, 2013, p. 11). Ante las
nuevas fabulaciones que emergen en torno de una institución agotada —“El mito de los valores de
la cultura que la publicidad oficial insuflaba en la gente, y la desocupación y la retracción salarial
que la reorganización nacional victoriosa imponía a críticos y autores” (Fogwill, 2013, p. 9)— se
propone fracturar para crear cosas nuevas: para iniciar “un mito nuestro” en lugar de “una
construcción de la historia que nos tuvo en cuenta solo como consumidores de su secreción
ideológica” (Fogwill, 2013, p. 38).
De este modo, al utilizar la digresión y la aspereza discursiva como modo de crítica para la
situación cultural y nacional, Fogwill aparta a su literatura del “camino de la utilidad” (Fogwill,
2013, p. 29), transgrede las fórmulas híper calculadas de la maquinaria neoliberal y genera un
procedimiento propio: una escritura beligerante, compleja, cínica, que busca perspectivas nuevas
para interpretar el período que culmina y el que comienza a avistarse en el futuro. O, como refería
el autor en una de sus columnas de El Porteño de 1984, al preguntarse sobre cómo eludir la
herencia coercitiva del Proceso de Reorganización Nacional: “…el mejor camino es pensar lo que
ella y sus administradores decretaron como impensable, y pensarlo con los modelos intelectuales
que exorcizaron como intolerables” (Fogwill, 2008, p. 72). Un camino de intolerabilidad a lo
preestablecido, de polémica con lo fosilizado, de guerra —mediante el uso de la palabra— contra
las instituciones que designan discursos indecibles o impensables; en otras palabras, un método
abrasivo de diagnóstico que busca plantear formas de resistencia en la letra, nuevos modos para
aproximarse al aparato literario y medios rupturistas para crear(lo):
Mirar, palpar, reflexionar e intentar comprender hasta entender. Hasta librarse de
las más ínfimas y últimas dudas para ceder al sentimiento de que se ha entendido.
Es decir, hasta sentir que la casa está en orden.