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Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre 2022) ISSN 2718-658X. Emiliano Rodríguez Montiel. Una
novela hecha a lo grande. El impacto, la extensión y el tiempo de El pasado de Alan Pauls. pp. 270-290.
(2014, p. 84). Comprendiéndola como una búsqueda de agotar, en todos los niveles de sentido
posibles, lo que se quiere decir (“¿por qué esa obsesión narrativa por el detalle?”), la frase
paulsiana es para Gaspar una modalidad narrativa “paradójica”: “la minuciosidad causa, más
que precisión, confusión, como si la red que van tejiendo los términos no hiciera más que
destacar que lo que se quiere decir no ha sido capturado” (2014, p. 84).
Ahora bien, junto a este sector airado, convive otro, menos temperamental y más perspicaz
que el primero, que convierte las acusaciones antes apuntadas —Nora Avaro las sintetiza muy
bien: “fraseología, preciosismo, abusos adjetivos, ambigüedad simbolista, devoción
sintáctica, raptos culteranos, manía estilista, y hasta de torres de marfil” (2008, p. 75)— en el
verdadero valor de la literatura de Pauls. Beatriz Sarlo, en primer término, sostiene que la
extensión de El pasado es necesaria, ante todo, porque se trata de un folletín sentimental, y
como tal “necesita extensión”: las tres relaciones amorosas que se desprenden de la principal
son narradas de “modo microscópico”, como si se trataran siempre de un episodio principal y
no de uno accesorio (2007, p. 445). Esto ocurre, aduce Sarlo, porque la perspectiva compositiva
que se adopta en El pasado es la del “hiperrealismo”, esto es, una que entiende que todo es
relevante y nada intrascendente: “[En El pasado] no hay ni planos lejanos y planos cercanos,
ni esbozos ni desarrollos: todo está contado con el efecto de la miniatura” (2007, p. 446). La
extensión de El pasado, concluye Sarlo, “es su presupuesto: la novela ‘no salió’ larga, como
resultado de una impericia, sino que, para ser lo que es [“una summa de la literatura argentina
de los últimos cincuenta años”], necesitó ser larga” (2007, p. 448). Para Daniel Link, por su
parte, la frase es “la unidad de investigación y de escritura” de esta literatura (2006). Llevándola
“a niveles desconocidos de elegancia, musicalidad y proliferación narrativa”, al punto de
hacerla cuajar con “unidades mayores de escritura (el párrafo, la página)”, Pauls, afirma Link,
“siempre fue uno de esos escritores a los que envidiamos antes que nada por sus frases: si se
tratara de un poeta, la equivalencia sería el verso” (2006). Nora Avaro, por último, en un ensayo
al que ya hemos venido refiriendo y que sin duda se asume como un imprescindible en esta
materia, sostiene que Pauls, “como si fuera en principios del siglo XXI, un dandy de principios
del XX, y como si atrasara un siglo pero, a la vez, resultara capaz de sostener con inusitada
elegancia un anacronismo tal, es un escritor de frases, un gran escritor de frases” (2008, p. 75).
Para graficar mejor esta idea, Avaro se vale de un comentario de Aira, de la diferencia entre
narrador y estilista que este hilvana a propósito de algo que le escucha decir a Pauls en una
entrevista. Dice Aira: “[Escuché decir a Pauls que] nunca ve las escenas de lo que escribe, que
trabaja solamente con el sonido de las palabras … No sé si lo dirá por provocación, pero si es
cierto, resulta mi contracara, porque yo veo todo, y todo mi esfuerzo de trabajo artesanal es
para que se vea lo que yo vi” (Aira en Avaro, 2008, pp. 81-82). Al contrario de un narrador,
que dispone el artesanado de su sintaxis al servicio de la invención (“el narrador ve todo lo que
inventa e inventa todo lo que ve, su obsesión radica en preservar en sus detalles la iconografía
de su inventiva”), el estilista, distingue Avaro, trabaja solo con el sonido de las palabras como
un poeta, como uno modernista, dandy y anacrónico como lo es Pauls (p. 82).
Dicho esto, preguntemos: ¿en qué radica o de qué modo se compone, concretamente, esta
forma novelesca? La frase paulsiana es una complejidad sintáctica que se despliega en una
extensión espiralada y condensa, bajo un procedimiento por incruste, una multiplicidad de
imágenes, enumeraciones, comparaciones y minirrelatos, todos subordinados al enunciado
original. Es una forma concéntrica que inicia —supongamos— en A y termina en C, pero que
entre medio se implanta B, un B que comienza a ramificarse en B1, B2, B3 y así sucesivamente
hasta que todos los niveles argumentativos hayan sido exprimidos y puedan volver —después