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Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre, 2022) ISSN 2718-658X. Olga Santiago. De agravios y desagravios.
El caso de don Luis de Tejeda en Córdoba del Tucumán, pp. 236-246.
Si san Agustín considera a Jerusalén como la ciudad del rey David, Tejeda en su discurso
homologa la historia de Córdoba con su propia historia y se identifica como un activo
protagonista en la organización política y eclesiástica de su ciudad.
Pero también como el rey David, el yo en el pasado ha caído en el cautiverio de los sentidos,
de la vanidad, la soberbia, la ambición, y por causa de sus pecados se ha ganado múltiples
enemigos, se ha visto privado de su autoridad, de sus bienes y, en peligro de perder su vida,
obligado a huir al exilio. Al igual que el modelo bíblico en los Salmos, el yo en el texto se
representa como un sujeto perseguido que en los momentos cruciales es desconocido por los
suyos y queda solo. Sin embargo, el pecador del pasado, como el rey David, ha buscado a Dios,
ha confesado y llorado su ofensa y disciplinado su conducta en el camino espiritual. Quien
antes era pecador viste hoy hábitos de fraile, predica la imitación de la vida de Cristo, la
devoción a la Virgen y al rosario, divulga milagros y enseña a rezar. Quien era antes pecador,
en el presente realiza una peregrinación espiritual hacia Dios en la que jerarquiza sus acciones
mediante equivalencias con modelos incuestionables de pecadores arrepentidos en la historia
sagrada y de la Iglesia: el rey David de Judá, el apóstol Pedro, san Agustín.
De este modo, el sujeto textual que representa a Tejeda en el enunciado, en el presente, es
un devoto y penitente ejemplar semejante al rey David. También al igual que este, el yo es un
hombre a quien se le reconocen competencias poéticas, y si David escribió los Salmos en
alabanza a Dios, él compone su salterio o rosario a la Virgen cuyas ciento cincuenta oraciones
obedecen en su origen al número de ciento cincuenta salmos en Libro canónico del Antiguo
Testamento. Y si el rey David declara en los Salmos haber sido agraviado, difamado y
despreciado por sus enemigos como un vil gusano, el yo veladamente en su rosario afirma ser
víctima de agravios y murmuraciones que se propone contradecir con sus verdades: “porque
ya mis desengaños/ piden verdades muy claras”.
En conjunto, este modo de autoconfiguración hace aparecer al peregrino como un justo
perseguido semejante al rey David que, al igual que él, es protegido por Dios que lo ha salvado
de la condena espiritual y de la muerte en manos de sus enemigos. Y si aquel en los Salmos
pide la protección de sus enemigos y reclama justicia a Dios para un hombre justo, el yo,
fundado en razones religiosas y mediante el recurso a un doble enunciatario, de manera velada,
pide justicia a Dios y a la vez el reconocimiento de su dignidad a los hombres.
La autoconfiguración del sujeto como un justo perseguido en el presente permite leer todas
las estrategias de ennoblecimiento del yo cívico en el texto como una búsqueda de desagravio
personal y de reconocimiento social, en la que no resulta indiferente, cono señala Elena Altuna,
la caracterización de la ciudad natal.
Córdoba, ciudad privilegiada y de devotos ejemplares
La representación de Córdoba en el texto, asociada a la historia del yo, se desdobla en
configuraciones simbólicas paradójicas diferenciadas en dos momentos. En el tiempo de
pecado, la ciudad natal es identificada con la Babilonia bíblica, la ciudad sin Dios, espacio de
confusión y tentaciones donde se pierde el alma del peregrino. Sin embargo, este carácter
babilónico de la ciudad, que reafirmaría los argumentos hispanos respecto al carácter
endemoniado de la tierra americana, alcanza un valor universal en sus alusiones al mundo como
Babilonia “del Babylonio mundo / de locas vanidades”. (Tejeda, 1980, p. 260), en
consecuencia, no es exclusivo de esta tierra, sino que corresponde a la representación
simbólico-religiosa del espacio de todo pecador. En cambio, en el tiempo de conversión, el