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Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre, 2022) ISSN 2718-658X. Beatriz Carolina Peña, Ella te aplastará la
Santa María de Guadalupe vence a la serpiente en la fiesta de Potosí (1601) pp. 198-235.
Finalmente, sobre el punto de las efigies perversas exhibidas en el carro triunfal, es interesante
acotar el paralelismo numérico: cuatro serpientes, azuzadas por el látigo del demonio conductor,
impulsaban el carro triunfal; cuatro herejes estaban enroscados en los anillos de la semivíbora
Proserpina.
El carro triunfal aglutinaba los poderes del mal y los atributos espantosos de las regiones del
averno. iconográficas
, 1992). El único color destacado en las descripciones de Ocaña salvo el
vareteado dorado de la mantilla de Proserpina es el negro, que se vincula a lo tenebroso, a la
oscuridad, al caos, al mal y a la muerte (Oesterreicher-Mollwo y Murga, 1983). La tonalidad se
ubica en el cabello de los personajes, el velo de Proserpina, la barba abundante del caballero-
demonio y espaldar cubierto de luto.
Los diseñadores del cuadro y los artífices del artefacto potosino parecen haber nutrido su
ingenio con ciertos recursos afines a la tradicional tarasca de las solemnidades del Corpus Christi
y de otras festividades en la península ibérica (Very, 1962, p. 51 y pp. 62-65). Covarrubias define
la tarasca como ; y atribuye
su nombre a espanta [a] . Esta especie de dragón
; figura el enemigo vencido, que le rehúye al Santísimo
Sacramento. Simboliza el triunfo de Cristo transustanciado en la hostia consagrada bajo palio
en la procesión sobre el pecado, la muerte, la idolatría y la herejía (Varey y Shergold, 1953, p.
21; Very, 1962, p. 66).
En el carro triunfal de Potosí, la belleza parcial y el carácter inanimado de Proserpina se podrían
asociar con la tarasquilla, una figura femenina que se sentaba en el lomo de la tarasca o sierpe-
dragón. Vestida a la última moda, representaba los pecados del orgullo, de la lujuria y la herejía
(Very, 1962, p. 66). A veces, La
boca del infierno o manifestación de leviatán, que se hallaba en el carro triunfal potosino, era otro
artilugio
pp. 21-23). Los diablillos, si bien podían brotar a pie, en un baile o desperdigados en un desfile,
según testimonios españoles posteriores, llegaron a encabezar procesiones y a anticipar la entrada
de la tarasca. Mientras bailaban, desplegaban figuras horrorosas, hacían ruidos ensordecedores y
atemorizaban a los presentes (Very, 1962, p. 24, p. 44 y p. 66). En Potosí, los demonios se
manifestaron a caballo, pero precedieron la aparición del denso carro triunfal.
Ahora bien, no por estas similitudes el cuadro en cuestión se reduce a una recreación de motivos
de las solemnidades del Corpus Christi o a una variación de la tarasca castellana. En general, en
este acto de exaltación de la Virgen de Guadalupe, el carro triunfal supone un admirable artificio
barroco, novedoso, ambicioso, costoso y divertido, que incluso parece adelantarse en América a
posteriores representaciones festivas españolas en las que la alegoría de la pugna contra lo
diabólico asumió otras formas menos enfocadas en lo cristológico. En el siglo XVII, en línea con
la exaltación de María en el mundo de la Contrarreforma, encima de la tarasca
Virgen que domaba (Varey y Shergold, 1953, pp. 21-22). Pero en
Potosí, a la vista del carro triunfal, todavía no comparecemos ante una imagen triunfante del bien,
sino ante una alegoría del mal, que, al mostrar al enemigo en su horrenda plenitud, busca exaltar