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Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre, 2022) ISSN 2718-658X. María Inés Aldao, “No ha sido mi fortuna
favorable”: Cuauhtemoc en las crónicas mestizas novohispanas, pp. 183-197.
Esta escena visibiliza tanto la dignidad del tlatoani como la imperdonable distracción del
capitán que deja que su adversario hurte su arma. Luego de esto, Cuauhtemoc pide a Cortés
que libere a los prisioneros mexicas, solicitud que, según el texto, es respondida
satisfactoriamente por el conquistador (Durán, 2006, p. 569). El enunciador no silencia la
sorpresa de Cortés al presentársele Cuauhtemoc: “viendo un mozo de tan poca edad, aunque
gentil hombre y de buen parecer”, reprende su obstinación pues había sido llamado en diversas
oportunidades para que se dé de paz (Durán, 2006, p. 568).
La versión de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl narra una rendición lentísima, desde el
patetismo. Casas destruidas, gente hambrienta y sedienta, calles abarrotadas de muertos en las
que solo se pisan cadáveres: “Era cosa admirable ver a los mexicanos: la gente de guerra,
confusa y triste, arrimados a las paredes de las azoteas mirando su perdición, y los niños, viejos
y mujeres llorando” (Ixtlilxóchitl, 1975: 478). Cortés es representado como un líder que decide
unilateralmente, sin contemplar la opinión de Ixtlilxóchitl a pesar del acuerdo implícito de
ejercer una suerte de doble comandancia con Texcoco. También es un cruel soldado que, al no
presentarse en la plaza Cuauhtemoc como se le había demandado, cumple con la promesa de
terminar con los mexicas “a fuego y sangre sin perdonar a nadie la vida” (Ixtlilxóchitl, 1975,
p. 477). Aquí dice el narrador que “hiciéronse este día unas de las mayores crueldades sobre
los desventurados mexicanos que se ha hecho en esta tierra” (Ixtlilxóchitl, 1975, p. 478). En la
versión de Ixtlilxóchitl, las tremendas consecuencias del asedio provienen más de la innecesaria
furia cortesiana que de la guerra en sí. Cuauhtemoc no se rinde, sino hasta que ve peligrar la
vida de su círculo íntimo: García Holguín, capitán de un bergantín, a sabiendas de cuál es la
canoa del tlatoani por un mexica que tenían preso, se acerca y lo rodea. Aun con esa desventaja,
Cuauhtemoc pretende embestir al enemigo, rodela y macana en mano. No obstante, decide
entregarse cuando apuntan con ballestas y escopetas a quienes estaban con él. Esta
magnanimidad del señor mexica que piensa primero en los suyos contrasta con un Cortés fuera
de sí que, lejos de la representación misericordiosa de otras crónicas, no perdona ni contempla
los consejos de sus capitanes.
Al ser llevado ante Cortés, en línea similar a la versión de Durán, Cuauhtemoc exclama:
“Ah capitán. Ya yo he hecho todo mi poder para defender mi reino y liberarlo
y librarlos de vuestras manos, y pues no ha sido mi fortuna favorable, quitadme
la vida que será muy justo y con esto acabaréis el reino mexicano, pues mi
ciudad y vasallos tenéis destruidos y muertos”. (Ixtlilxóchitl, 1975, p. 478).
No hay quita de puñal, sino un tlatoani afligido que es consolado por Cortés e intimado a
que solicite a los suyos la rendición. Seguidamente, Cuauhtemoc sube a una torre y “les dijo a
voces que se rindiesen pues ya estaba en poder de los enemigos” (Ixtlilxóchitl, 1975, p. 478).
A diferencia de la versión de Durán, aquí Cuauhtemoc es desprovisto de su majestuosidad a
partir del énfasis de la pérdida de su poder en manos del español. Su representación, más
lastimera y doliente, es la de un señor devenido prisionero que llora sobre la destrucción de la
ciudad, imagen que el cronista texcocano pretende enfatizar.