En este complejo tema de la asimilación de un nuevo paradigma religioso por parte de los
colonizados, la conducta de los nativos respecto a sus ceremonias rituales fue uno de los
aspectos más problemáticos. A los prisioneros en el campo de batalla se los colocaba en la
piedra sacrificial
de espaldas y cargando, cinco o seis hombres, de la cabeza, brazos y piernas
hacia el suelo, tumbaba el pecho y estómago hacia [a]rriba, y, así, un sacerdote
… lo abría con facilidad de la una tetilla a la otra. Y lo primero q[ue] hacía, era
sacarle el corazón, el cual, palpitando, lo arrojaba a los pies del ídolo, y, sin
reverencia ni modo comedido tras esto, entregaba luego el cuerpo al dueño,
q[ue] se entiende [era e]l q[ue] lo había prendido (1986, p. 62).
En la descripción negativa hecha por la voz narrativa sobre el tratamiento que se le da al
cuerpo del sacrificado se extiende, mediante el uso de la amplificación, la escenificación de la
idolatría como barbarie que representa la conducta de los nativos. Patrón que se repite en los
niños sacrificados a Tlaloc, degollados “por un sacerdote o carnicero al servicio deste
Demonio”, o en los guerreros ofrendados a Xipe Totec, emplumados desde los muslos hacia
los brazos y la cabeza, y a quienes un sacerdote les sacaba el corazón que era ofrecido al dios
nativo y se colocaba su sangre en un vaso que se iba rociando a las imágenes divinas, quedando
el sacrificado desollado, para que su piel vistiera a algún indígena durante 20 días. Otro ejemplo
es el caso de los sacerdotes quienes, en penitencia, “se punzaban los molledos, y los muslos”
y, en algunos casos, se cortaban la lengua “con navajas como lancetas” y se restregaban la
herida con tallos de juncos (1986, pp. 64, 65 y 67). A partir de la definición de itinerarios
corporales como procesos vitales que remiten siempre a un colectivo, que ocurren dentro de
estructuras sociales concretas y en los que se da toda la centralidad a las acciones sociales de
los sujetos (Esteban, 2013, p. 58), se puede afirmar que el de los nativos, en particular en lo
referente a cuestiones rituales, sufrió un proceso de desenmascaramiento y renovación para su
encuadre en el mundo cristiano, a través de la reformulación de las prácticas corporales desde
lo simbólico y lo social. Es así como en las ceremonias rituales de estos sacerdotes, se observa
lo que la misma Esteban señala sobre las entidades individuales cuyas fronteras se sitúan en la
superficie del cuerpo como “identidades corporales ideales” que suelen venir definidas de
antemano (2013, p. 73). Situación que se manifiesta cuando la voz narrativa pasa a la
descripción de las conductas de los sacerdotes, mismas que vuelven a mostrar conexión con el
pretendido protocristianismo texcocano, al resaltar que “estaban de ordinario en los templos y
no eran casados ni se les permitía llegar a mujer, antes vivían castamente” (1986, p. 68).
En cuanto a la imagen de hombres y mujeres en la Relación de Texcoco, la voz narrativa se
enfoca en los de origen noble, ajustándolos a la medida del pensamiento colonial, todo en aras
de presentificarlos en el marco de humanidad europeo. A los varones desde su nacimiento se
les daba rodela, macana, arco y flecha, y en su primera formación se los ejercitaba en lo militar
a partir de la virtud, la honestidad y la crianza, vistiendo pañetes de algodón y mantas de
henequén “para cubrir sus vergüenzas” (1986, p. 72).