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Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre, 2022) ISSN 2718-658X. Juan Escobar-Albornoz, Elena Altuna:
lectora de José María Arguedas, pp. 101-115.
uno lado y en el otro por seguir construyendo aquella retórica del desagravio que Altuna
advirtiera en los textos coloniales.
Posibilidades planetarias del pensamiento de “intelectuales de obediencia folclórica”
En una conversación de 2013 con Silvia Rivera Cusicanqui (quien precisamente lee al
mundo desde el espacio “telúrico”, “local” y “provinciano” del Ande boliviano), Boaventura
de Sousa Santos reconoció que, en el ámbito de las ciencias sociales, él no ha encontrado en el
pensamiento europeo o norteamericano actual nada original ni transformador que pueda
contribuir decididamente en la descolonización que cada vez resulta más necesaria y urgente
en las actuales contradicciones históricas. Es en los conocimientos surgidos desde los
movimientos de resistencia en el Sur global donde Boaventura de Santos halla la verdadera
esperanza de transformación que necesitamos (de Sousa Santos, 2013).
Asumimos la idea de Ortega y Gasset de punto de hablada, porque no adscribimos a la idea
(etnocéntrica también) de que para hacer crítica literaria latinoamericana necesariamente se
deba estar de cuerpo presente allí. Existe crítica occidentalista hecha por intelectuales
latinoamericanos que trabajan desde América Latina, así como también existe crítica
latinoamericana hecha por europeos, norteamericanos, asiáticos o africanos. No se trata de una
cuestión geográfica, sino desde qué lugar de discurso se realiza el trabajo crítico.
Martín Lienhard, uno de los más destacados latinoamericanistas y a quien Elena Altuna no
solo admiró, sino que siguió su trabajo, es suizo. Por otro lado, no es menester nombrar la
ingente cantidad de latinoamericanos que en Latinoamérica escriben, pero su discurso es
europeo o norteamericano. Ambas opciones son legítimas. Pero es necesario transparentarlas.
Porque nuestro punto de hablada no solo determina la manera en la que vamos a ver los
problemas, sino también nos adscribe a ciertos proyectos y agendas intelectuales y políticas
que hoy en día, muchas veces, se han vuelto opacas.
Para ejemplificar el trabajo crítico latinoamericano en Europa baste mencionar al Proyecto
LETRAL (Líneas y Estudios transatlánticos de literatura) y la Escuela Decolonial, ambos de la
Universidad de Granada, España, que abiertamente declaran su perspectiva latinoamericanista
y decolonial, pues adscriben a los intentos del Sur Global de descolonizar las disciplinas, las
teorías y las metodologías. Porque “la condición de latinoamericano, hay que decirlo, no
proviene del mero accidente geográfico de nacer en esta parte del mundo, sino del asumirse
como parte de un proyecto histórico y cultural” (Osorio, 2007, p. 264).
Algo similar a lo que describe de Sousa Santos en las ciencias sociales ocurre en crítica
literaria y cultural. En los últimos años, gracias a los esfuerzos de intelectuales como Elena
Altuna, Aymará de Llano, Florencia Angulo, Betina Campuzano, Silvia Graziano, entre
muchos otros en la Argentina; Gonzalo Espino, Mauro Mamani, Julio Noriega Gissela
Gonzales, Elías Rengifo, entre otros, en el Perú, se está gestando lo que Campuzano y Angulo
llaman un Qhapac Ñam: una verdadera red de conocimiento que surge de los territorios
andinos, pero que los trasciende hasta llegar a intelectuales transnacionales.
Esta nueva generación de crítica literaria integra elementos y hallazgos del movimiento
intelectual de los años sesenta que comenzó a construir lo que Pablo Hurtado Ruiz (2018) llama
un quiebre epistemológico en los estudios latinoamericanos de los años sesenta, aquella época
marcada por la Revolución cubana. Este movimiento de renovación intelectual trascendió las
fronteras nacionales o las demarcaciones territoriales, a través del estudio sistemático y
riguroso, con un afán de descolonización intelectual y superación de la idea de las letras