Obra bajo Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre 2022) ISSN 2718-658X. Facundo Ruiz, Casi escritos, pensamiento
contiguo. Mapas, napas e inventarios en la obra de Sigüenza y Góngora., pp. 91-100.
https://doi.org/10.53971/2718.658x.v13.n22.39349
Casi escritos, pensamiento contiguo.
Mapas, napas e inventarios en la obra de Sigüenza y Góngora
1
Facundo Ruiz
Universidad de Buenos Aires CONICET
nofacundosi@gmail.com
ORCID: 0000-0001-6118-8500
Recibido 15/07/2022. Aceptado 05/08/2022
Resumen
Una vez finalizada la conquista, la paz no resultó estable ni su horizonte homogéneo. Y
el período colonial da cuenta fundamentalmente de esa inestabilidad y, en él,
particularmente la obra de Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700). La inquietud en
dicha obra por la violencia original, por su representación y, sobre todo, por su
remanencia han sido leídas muchas veces como una preocupación criolla por la
continuidad (o ruptura) entre pasado y presente o por la elaboración de una historia capaz
de proyectar o sostener algún futuro cierto. No obstante, y como suele suceder con la
literatura de Sigüenza y Góngora, otra parece ser la pregunta que desvela una y otra vez
su multiforme escritura, desplazando el problema de la continuidad (o ruptura) y
organizando, paralelamente, su archivo: ¿cómo reunir lo que ya se encuentra junto?,
¿cómo contar la contigüidad de presente y pasado? El siguiente ensayo pretende rastrear,
siguiendo las distintas obras de Sigüenza y Góngora, la forma que su escritura adopta
para dar lugar a dichas cuestiones.
Palabras clave: Sigüenza y Góngora; período colonial; violencia; literatura; Barroco
Almost written, neighbouring thoughts. Maps, groundwater and inventories in
Carlos de Sigüenza y Góngora’s Works
Abstract
Once finalized the conquest, peace was not constant, nor was not stable nor its horizon
homogeneous. The colonial period expounds this instability and the works of Carlos de
Sigüenza y Góngora (1645-1700) show it especially. The inquisitiveness of Sigüenza’s
works about the original violence and its representation and persistence has been
interpreted as a creole preoccupation with the continuity (or rupture) between past and
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present or as the elaboration of a history capable of projecting or sustaining some certain
future. However, as it is usual in Sigüenza y Góngora’s literature, another question
appears in his singular writing and shifts the continuity (or rupture) problem, organizing
his archive: how to gather what is already together? How to express the adjacency of past
and present? The following essay aims to trace, in the different works of Sigüenza y
Góngora, how these issues take form in his writing.
Keywords: Sigüenza y Góngora; colonial period; violence; literature; baroque
Una vez finalizada la conquista, la paz no resultó estable ni su horizonte homogéneo.
Y el período colonial da cuenta de esa inestabilidad, de la que y entre otros son parte
los arcos triunfales que se usaban para recibir a cada nuevo virrey, en tanto se trataba de
modos ahora civiles de mantener vivo el sentimiento de victoria de unos sobre otros,
pues “cuando el imperio llegó al apogeo de su poder y ya no salía constantemente a hacer
conquistas se hizo una institución de la misma victoria, que se celebraba periódicamente
en unas fechas determinadas” (Canetti, 2000, pp. 164-165). De este rito civil, memoria
de un tiempo pasado, pero aún activo, es ejemplo el Teatro de virtudes políticas que
Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) concibe, diseña y escribe en 1680 para recibir
a Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, marqués de la Laguna, y a su esposa María Luisa
Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, los nuevos virreyes. En este arco
Sigüenza y Góngora traza un recorrido posible que, a grandes rasgos, va de la conquista
a la colonia, pero que bien mirado, como solía decir sor Juana en realidad se extiende
o circunscribe al lapso que abarca la fundación y caída de Tenochtitlan, inscribiéndose
entre dos umbrales o pasajes tan definitivos como violentos y móviles, pues va de una
peregrinación y conquista a otra. Esta “traza” del arco ha llamado regularmente la
atención de la crítica en tanto, de una u otra forma, se generaba o proponía así una
“historia de conjunto”, que reunía lo pre- y pos- hispánico en un relato potencial que, no
obstante, se centraba u organizaba en torno de la historia mexicana. Y, más notado aún,
dada esta traza el Teatro ofrecía deliberadamente a las nuevas autoridades (españolas),
como ejemplo de virtudes políticas encomiables, las de los mexicas destronados por el
imperio que estos gobernantes representaban. Tal cual se leía en la dedicatoria (y en la
tarja) del arco, se alentaba al entrante “padre de la patria” a consultar “con su pueblo todos
y cada uno de los asuntos” ilustrándose en los emperadores “de la antigua nación” (1984,
p. 189). En este contexto, y en el arco que conduce de la antigua nación a la nueva patria,
resulta destacable que Sigüenza proponga no llamar a dichas construcciones “arcos
triunfales”, como hacían los romanos, pues “no son estas fábricas remedo de los arcos
que se consagraban al triunfo, sino de las puertas por donde la ciudad se franquea” (1984,
p. 171). No arcos triunfales, instituciones de una victoria, sino “puertas de franqueo”, ese
punto de pasaje.
La distancia con el imperio romano, la omisión de cierta violencia de las conquistas
que permite conectar rápidamente pasado y presente y la presunta igualdad original entre
conquistados y conquistadores, por la que unos pueden servir de ejemplo a otros sin
importar de quién haya sido el triunfo o como sugiere el Inca Garcilaso en sus
Comentarios reales respecto de Pachacamac y representa sor Juana en su loa al Divino
Narciso venerar con nombres distintos una misma deidad, plantea un problema
medular, al decir de Anna More (2011 y 2013), como es el de la representación de la
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violencia y más aún, el de la relación entre soberanía y violencia a fines del siglo XVII,
momento crítico de la monarquía Habsburgo. Así, en su lectura, More propone que frente
a la decadencia del universalismo del imperio en crisis, la reacción local de letrados y
discursos oficiales fue la de representar esa violencia, pero como un “exceso”, que debe
y puede ser absorbido por una soberanía regional, recuperando el relato de una violencia
de origen que, de todos modos, habría dado lugar a una soberanía razonable que, siendo
así, pronto evidenciaría como innecesaria la dominación imperial, entendiendo y
vislumbrando por esta vía la patria como reino “de la razón histórica” (2011, p. 253).
Ciertamente la inquietud por esa violencia original, y su efecto sobre la actual soberanía,
es todavía (hoy) un problema político cuya “representación” a fines del siglo XVII ponía
rápidamente en escena su carácter a un tiempo simbólico e institutivo (Palti, 2018),
evidente en su “representación” inter o multidisciplinaria que involucraba tanto la
confección de loas y el diseño de arcos, como el relato y comentario de historias y la
factura de almanaques. Es cierto también que, casi siempre, eran las mismas personas las
que hacían las loas y contratos, los sonetos, mapas e inventarios, y que podría hablarse,
como ha hecho célebremente Ángel Rama (1998), de un problema no de carácter inter o
multidisciplinario, sino, llanamente, de un problema letrado, de los letrados: el problema
de la ciudad letrada. O para ser precisos, incluso en términos de Rama, el problema de
ciertos letrados, de cierta urbanidad “aristocratizante” de las letras (1980, pp. 19-21). En
ambos casos, sea un asunto más o menos letrado sea una cuestión más o menos barroca,
esta inquietud por la violencia original, o por su pregnancia, representación y remanencia,
especialmente en la obra de Sigüenza, lejos está de ser un tema uniforme y, por ejemplo
en lo que hace “los indios” cuya unidad de sentido es también muy inestable
(Gruzinski, 1986), no se reduce ni a una mera exaltación del indio muerto, como
plantea Lafaye (2015), ni a la simple exclusión del indio vivo, como sugiere Brading
(2003). Y no pocas veces esta inquietud ha sido señalada e interpretada caso de
Padgen como la necesidad de la historiografía criolla de tener “un pasado continuo,
instructivo y políticamente legitimador” (citado en More, 2011, p. 236), perspectiva,
pasado e historiografía que sin salir de México dará también consistencia a la “tradición
de la ruptura” (Paz 1990).
Sin embargo, cuando Sigüenza dice que los arcos en América no deberían llamarse
“de triunfo”, sino “puertas donde la ciudad se franquea”, cuando monta en el diseño del
arco que recibe a los nuevos virreyes españoles las máximas virtudes políticas
simbolizadas por los viejos gobernantes mexicas o cuando, pasaje también muy
recordado, relata en Alboroto y motín de los indios de México (1692) que trabajando en
la construcción de una nueva acequia para la ciudad halló, nada menos que bajo el puente
de Alvarado (famoso por la, según los españoles, “noche triste”), “infinidad de cosillas
supersticiosas” que interpreta como ya no solo para los españoles pésimos augurios
pues no son, sino “prueba real de lo que en extremo nos aborrecen los indios” (2018, p.
159), la operación busca resaltar un problema distinto al de la continuidad o ruptura con
un pasado del que abjurar o no para conjurar, en presente, un futuro distinto. La operación
establece como usualmente ocurre con Sigüenza en primer lugar, una distinción en
la unidad: pre/conquista y colonia, aún unidos, son distintos. Y señala, entonces, ahí el
problema: no la continuidad, sino la contigüidad. El fin de un tiempo militar (y de
triunfos) señalaba el comienzo de un tiempo civil (y de franqueos), pero no por eso
garantizaba, explicaba o resolvía, la convivencia. El tiempo civil novohispano lejos de
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ser “una especie de descanso nocturno entre dos extenuantes jornadas de la historia
[conquista e independencia]” (Leonard, 2004, p. 11) era un tiempo inestable, un tiempo
de pasajes (y franqueos) y por eso, en la propuesta de Sigüenza, el arco y la acequia
entre otros se tornan puerta, franquean: si el arco ya no es “premio glorioso de
felicidades marciales [cursiva agregada], sino “donde la ciudad [cursiva agregada] se
franquea” (1984, pp. 169-171), la acequia entonces no solo es lo que drena y sanea la
ciudad, sino también —en aquella “infinidad de cosillas supersticiosas”— lo que conecta
el presente con algo “ominoso para nosotros y para ellos feliz” (2018, p. 160). Esa
contigüidad entre lo militar y lo civil, esa convivencia de lo ominoso y lo feliz apunta,
precisamente, al modo en que Sigüenza hacía de su literatura la historia de un desvelo tan
mexicano y colonial como americano y actual: ¿cómo reunir lo que ya se encuentra junto?
¿Cuál es la articulación adecuada, la convivencia posible, de los pre- y pos- hispano? Si
un arco indica donde la ciudad se franquea, ¿cómo atravesar o trasponer ese franqueo,
aquel pasaje? ¿Cómo, en fin, relevar ese franquearse de la ciudad, a un tiempo ominoso
y feliz?
Esa inquietud por la violencia original, y más aún por su pregnancia, representación y
remanencia en América, este desvelo por los disímiles pasajes y sus lógicas históricas, ha
guiado también y sólidamente la interpelación y trabajo críticos de Elena Altuna, quien
encontró rápidamente en la palabra “dinámica” no el nudo del conflicto, sino la punta del
ovillo con que tejer sus derroteros, muchas veces organizados o textualizados, como
sugiere Valeria Añón (2013, p. 213) en torno de la memoria y el territorio. Así, en la
temprana inquietud por un sujeto peculiar y un “fenómeno contemporáneo”, como es el
migrante y la migración estudiados por Cornejo Polar, Altuna halla y postula enseguida
una “dinámica de la migración” (1998, p. 4) que, sin desatender la dinámica centrífuga
del discurso migrante y su reivindicación de la múltiple vigencia del aquí y del allá y del
ahora y del ayer” (Cornejo Polar, 1995, pp. 105-106), reorienta distinta y críticamente la
posibilidad y objeto de estudio hacia “textos coloniales” donde encontrará caso de El
lazarillo de ciegos caminantes de Alonso Carrió de la Vandera o los Memoriales
Buenaventura de Salinas y Córdoba no solo una territorialidad dinámica (2002, p.
181), sino —dada la “densidad textual” de dichos escritos, traduce Altuna (1998, p. 3) a
Rolena Adorno un singular “dinamismo” (2005, p. 17), el del discurso criollo. De este
campo dinámico de fuerzas críticas (conceptos, tiempos, textos, ideas, agentes, discursos,
territorios) surgirán como Altuna prevé, siguiendo a Cornejo Polar categorías
capaces de articular amplios e importantes segmentos de las literaturas de América, como
efectivamente suced con “retórica del desagravio”. Pero más aún, allí permanece
renovándose, es decir, religándose una dinámica de pensamiento que Susana Zanetti
había expuesto, memorablemente, como la condición sine qua non de la producción
americana, la de “una simultaneidad impensable” (1987, p. 189).
Pues si algo caracteriza aquel desvelo en la obra de Sigüenza y Góngora, esta dinámica
de pensamiento que “se halla” en lo contiguo y no en lo continuo (ni en la ruptura), es
justamente esa simultaneidad impensable, a un tiempo ominosa y feliz pues allí, en un
mismo arco o bajo una misma acequia, se enraíza violenta y funda inestable
toda una literatura. Toda una literatura y sus historias posibles, la de sus “eras
imaginarias” (Lezama Lima, 1993, 2014). Toda una literatura y sus prácticas críticas, las
de sus ruinologías (Antelo, 2016). Y si algo caracteriza ese desvelo en la obra de Sigüenza
es la forma que adopta su literatura para captarlo, la dedicación que cada una de sus piezas
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muestra para “hacerse” de esa contigüidad, para hallarla y distinguirla, para exhibirla y
sumo objeto del deseo comprenderla. Vale decir: si algo caracteriza el desvelo de
Sigüenza y Góngora por esa contigüidad de lo militar y lo civil, de lo ominoso y lo feliz,
es la forma que adopta su literatura para captarlo y proyectarlo, aun sin entenderlo. Y si
algo caracteriza esa forma es un pasaje muy singular, por olvidado o por incompleto, de
Parayso Occidental de 1684 en el cual expone arqueológico dónde se asienta el
convento.
Encargado, como tantas otras veces (pues vale recordar que buena parte de la obra de
Sigüenza y Góngora es una obra por encargo, el resultado de algo que no lo tiene a él
como punto de partida), en fin: encargado de escribir la crónica o como se lee en la
portada de Parayso occidental de “dar noticia” de la fundación y progresos del Real
Convento de Jesús María de México, de sus prodigios, maravillas y virtudes, en él
acaecidas y por él animadas, Sigüenza y Góngora cuenta y da cuenta allí de muchas otras
cosas que, a primera vista, guardan impredecible, pero Sigüenza mediante definitiva
conexión con el núcleo del encargo. Y de esta manera, rápidamente queda en evidencia
uno de los rasgos constitutivos de dicha forma en su literatura: el aprovechamiento del
espacio. Un encargo era una posibilidad de publicación y más aún de impresión, y
esa vía material para hacerse de un espacio público y valerse de un público (en ese
espacio), suele involucrar para Sigüenza otra, y siempre deseada, posibilidad: la de
evidenciar esto es, literalmente: ofrecer evidencias y poner en evidencia tanto sus
investigaciones, fueran más o menos relativas al encargo, como su muy singular modo de
llevar adelante (y proyectar hacia atrás) dichas pesquisas, modo cuya singularidad
estribaba nada menos que en él mismo. Esto es: que solo él podía reunir de la manera que
reunía las cosas que solo él podía tener o presentar como evidentes o evidencia. Y este
rasgo, naturalmente, conduce a otros dos también constitutivos de la forma que adopta su
literatura para captar y para “hacerse” de esa contigüidad: la acumulación dispar y,
necesariamente, un deliberado trabajo de zurcido o composición. Publicar podía
significar, sin más, aprovechar la oportunidad para reunir todo lo que, únicamente él,
podía no solo recolectar, sino conectar.
Así, por ejemplo, en el prólogo a Parayso Occidental cuenta, sin que venga
estrictamente a cuenta, que no publica (imprime) más seguido porque no tiene quién lo
patrocine y entonces se lanza a listar y comentar (publicitándolos mientras sale a la pesca
de patrocinio) sus variados proyectos e incluso las obras que no puedo, sino citarlo
tiene “casi escritas” (1684, f.IXr). Estas obras casi escritas, la mención de esas obras casi
escritas es fundamental, además de inolvidable: señala, con una precisión sin matices, la
potencia literaria de Sigüenza y Góngora. Una potencia, siempre, de lo contiguo: ni
distante de la obra escrita ni continua del proyecto. Obras casi escritas. Osvaldo
Lamborghini muere de celos. En todo caso, como con las acequias y los arcos y las
historias o personajes prehispanos, Sigüenza anda siempre tras relatos, objetos y
denominaciones limítrofes. Entre lo ominoso y lo feliz, Sigüenza y Góngora encuentra su
forma. Y así, sin previo aviso, narra tangencial Parayso occidental que donde hoy está
gran parte del convento de Jesús María, como me consta por escrituras antiguas y otras
memorias, fue antes la casa del “capitán Juan de Jaramillo y su mujer doña Marina
Tenepal, célebre entre las mexicanas historias con el nombre de Malintzin”. La entrada
de Malinche en la historia (del convento, y de la conquista) es, en realidad o al mismo
tiempo, donde se funda: allí, en ella parece decir Sigüenza hace pie la historia (del
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convento y de la conquista). Pero advertido de que esa digresión o presunto comentario
marginal no puede pasar desapercibido, habida cuenta de que mentar a Malinche es tentar
la médula de una cultura inestable en su violencia originaria, Sigüenza no obstante y sin
apuro dice que quizá “muchos tengan por advertencia despreciable” el memorar dicha
circunstancia, pero a él en cambio (y siempre en contra) le resulta de “agradable
memoria”. Y no solo le resulta agradable, sino que la considera, y cito, pero subrayo, una
“circunstancia muy misteriosa” (1684, f.38v). Una vez más él y su figura (y autoimagen)
abren y ocupan exactamente un contralugar, ese pasaje hacia lados otros: mientras
muchos piensan de un modo, yo no, yo del otro. Sin embargo, a diferencia de lo que
ocurría con el eclipse en Alboroto y motín donde también él se halla “en extremo alegre
y dándole a Dios gracias” (2018, p. 144) mientras las aves caen, lo perros aúllan, las
mujeres y los muchachos gritan y la gente desampara sus puestos del mercado para
refugiarse en la Catedral, aquí la circunstancia no tiende Dios mediante a lo
científico o evidente, sino, y notablemente, hacia lo misterioso, hacia lo “muy”
misterioso. En el contexto de la obra de Sigüenza esa es una palabra extraña, inusual, y
más aún un uso de ella particular, incluso muy particular. A fin y al cabo ¿qué es lo
misterioso? ¿Que el convento de Jesús María esté fundado sobre la casa (o parte de ella)
donde vivió Malinche? ¿No era (es) absolutamente no-extraordinario eso? Es cierto que
usualmente se señalan las construcciones que los españoles hicieron sobre otras
prehispanas como símbolo inmediato del sojuzgamiento y el soterramiento de una cultura.
En cambio, en este caso Sigüenza indica y casi apunta con el dedo a algo intermedio,
algo ni pre ni poshispano, justamente a la casa donde convivieron, entre lo ominoso y lo
feliz, Malintzin y el esposo por Cortés a ella asignado, Juan de Jaramillo. Ese estrato
puede que sea o le resulte misterioso, pero sin duda es, otra vez y exactamente, contiguo:
ni continuo ni distante.
Pero no puede menos que llamar la atención el uso de “misterioso”. El carácter
científico de la obra y tesón literario de Sigüenza y Góngora es, como ha estudiado en
más de una oportunidad Gina Del Piero (2017, 2022), aunque no uniforme y mucho
menos unívoco, ineludible. Ineludible incluso en Parayso occidental donde registra cómo
el diablo toma formas inverosímiles y hasta le tira a diario el chocolate a una monja
mientras ella, tenaz, sonríe y adelgaza peligrosamente; ineludible incluso cuando relata
cómo, al morir dos monjas michoacanas, la fama de sus virtudeshizo que casi las
desnudasen, quitándoles las mortajas a pedazos para reliquias” (1684, f.171v); ineludible,
pero inolvidable, cuando detalla en su testamento (1700) que posee unos mapas “de los
antiguos indios mexicanos” y que, para preservarlos, manda construir “un cajón de cedro
de La Habana muy curioso con su llave donde guardarlos y agrega, textual: “y que
juntamente se guarde en dicho cajón un pedazo de quijada, y en ella una muela de elefante
que se sacó pocos años ha de la obra del desagüe de Huehuetoca porque creo es de los
que se ahogaron en el tiempo del diluvio. De la máquina de coser y el paraguas en la
misma mesa a la muela de elefante del diluvio y los mapas mexicas en la misma caja.
¿Escucha Lezama Lima en ese cajón de cedro de La Habana muy curioso”, la curiosidad
barroca? Otra vez los hallazgos en desagües junto a las reliquias prehispanas. Otra vez la
violencia original y más aún mentado el diluvio la violencia del origen mismo y, por
si fuera poco, la violencia recidiva de todo lo que sobrevivió al origen porque esto lo
dice en ¿o de? México: la violencia de todo lo que vive ahogado, o hundido, contiguo de
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la superficie. Y otra vez la precisión en la factura del artefacto que dará lugar a su
¿misteriosa, muy curiosa? contigüidad.
Pero quizá no sea todo tan misterioso. Quizá allí, contiguo, Sigüenza esté pensando,
tentando lo que César Vallejo llamó la “cifra dominante de nuestro porvenir”: “el hilo de
sangre indígena” (1966, p. 32). Tentando, no definiendo. La cifra, no el porvenir. El hilo,
no la red. Los agujeros, no la herencia. Una territorialidad dinámica pugna en el
pensamiento de Sigüenza arrastrada por una temporalidad distinta: ni la línea (española)
ni el círculo (indígena) pueden articular ese “caos cronológico”, el “magma inasequible”
(Gruzinski, 1986) sobre el que se funda el convento de Jesús María y que emerge en el
puente de Alvarado, que traza el arco de su Teatro y que explora su poco explorada
Noticia chronológica hasta extraviarse en su extraviada Ciclografía mexicana. Una
temporalidad dinámica diseña en sus obras, las escritas y las casi escritas, las publicadas
y las perdidas, un mapa distinto donde nada simple o sólo se sucede (cronológicamente)
y tampoco se repite (cíclicamente), sino que con-vive, entre lo ominoso y lo feliz,
lindando el presente sin estabilizar un pasado irreversible ni confinar el futuro a lo
próximo, como descubre al animarse finalmente a andar entre los amotinados el 8 de junio
de 1692 y como plantea, ampliando la escala, en su Respuesta a Arriola de 1699.
En este sentido, es insoslayable y tan sutilmente sombría como elocuente una de
las secuencias finales de Infortunios de Alonso Ramírez de 1690: llegados a la costa
mexicana y tras un penoso peregrinaje sin orientación ni rastros de vida alguna, Ramírez
y sus compañeros se topan con un tal Juan González que anda con sus indios, dicen,
buscando ámbar. Deciden seguir juntos en canoa, pero muertos de sed desembarcan en
una pequeña isla donde “hallamos un edificio, al parecer antiquísimo (…) fábrica de
gentes que muchos siglos antes que la conquistaran los españoles vinieron a ella” (2018,
p. 104). Continúan y pronto divisan una canoa más grande y Juan González propone
embestirla y apresar a los indios gentiles para tomarles sus bastimentos y llevarlos a
catequizar: “[p]areciome conforme a razón lo que proponía, y a vela y remo les dimos
caza [cursivas agregadas]” (p. 105). Los indios ofrecen ámbar a cambio de su libertad y
González, “que entendía su lengua”, acepta: “y desagradándome el que más se apeteciese
el ámbar que la reducción de aquellos miserables gentiles al gremio de la Iglesia Católica,
como me insinuaron, no vine en ello(p. 105). Pero González se queda con el ámbar y
leemos sin más comentario: “asegurados los prisioneros, proseguimos nuestra derrota”
(p. 105). Finalmente, tras pasar hambre varios días y ser vistos “como cosa rara” por
los indios (p. 107), son recibidos por funcionarios (políticos y religiosos) españoles y
comienza el periplo burocrático criollo que desemboca en Sigüenza y Góngora y en la
publicación de Infortunios. ¿Qué versión de la conquista se está actualizando en esta
vuelta colonial del relato y de la historia, de la novedad y la violencia al origen?
¿Qué tipo de Malinche (Malintzin/Cortés) es González? ¿Cómo articular la diferencia de
fenómenos tan superpuestos? ¿Es posible des-contiguar esta secuencia y esta dinámica de
la otra, la de Infortunios, que la proyecta o enmarca y alienta, y en la cual el vínculo
(pos)colonial que México vía Ramírez establece con Filipinas re-produce el que
España vía González tiene con México?
La escritura de Sigüenza y Góngora es, creo y no sé aún bien por qué, exactamente la
articulación literaria de estas circunstancias muy misteriosas o no tan misteriosas, pero
tan sombrías como elocuentes: la escritura de una forma ineludible sin ningún estilo
definitivo. La de una forma que (parece) busca su estilo y, muchas veces, la de una forma
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que rehúye, definitivo, el estilo. La de una forma que, entre lo ominoso y lo feliz, señala
siempre con precisión lugares inexplicables donde lo que aparece junto no se encuentra,
estrictamente, reunido. Circunstancia misteriosa. O lo que se encuentra reunido no está,
exactamente, junto. Circunstancia elocuente (y tenebrosa). Y que para ello, o por ello, se
sale permanentemente de la escritura (literaria, histórica, científica, divulgativa) hacia
objetos, lugares, palabras, agentes, historias limítrofes o marginales, zonas furiosamente
digresivas, donde lo contiguo deslumbra sin explicación evidente ni simple, zonas donde
las cosas que están emergen o se hunden pero, en ambos casos, siempre de golpe y
arrastrando otras: un motín de indios, el paso de un comenta, la infame vida un cautivo
de piratas, las historias imposibles de mujeres en un convento, el detalle casi burocrático
de la construcción de un hospital, la peregrina chance de fortificar la bahía de Pensacola
en Florida, la crónica de un concurso de poesía comentado, etc. etc. etc. Quizá por eso,
por la infinita fuerza de dispersión que tiene todo en la galaxia Sigüenza, donde siempre
hay tantas y tan distintas cosas que siempre están a punto de perderse o ya se perdieron,
pues en su galaxia la capacidad de acumulación se da en proporción directa a la velocidad
de dispersión (“No si es más veloz en idear y formar un libro, que en olvidarlo”,
comentaba de él su amigo y editor Sebastián de Guzmán y Córdova, 1984, p. 243), quizá
por todo eso los mapas, las napas y los inventarios aparezcan, como los conjuros en las
circunstancias misteriosas, muy frecuente y elocuentemente en su obra. Y como además
se trata de una obra muchas veces “casi escrita”, a veces apenas ni eso: señala el boceto,
pero no dibuja el mapa, distingue los estratos, pero atiende las napas, arma listas, pero no
confecciona el inventario. En todo caso, mapas, napas e inventarios exponen
articulaciones posibles para una simultaneidad impensable, condensaciones inestables de
una dinámica vertiginosa, formas de lo contiguo, pues dan forma a lo que subyace (o
persiste) y, entre lo ominoso y lo feliz, revelan y articulan, misteriosamente, la capacidad
de la literatura de Sigüenza de no informar un estilo, manteniéndose siempre contiguo de
muchos.
Referencias bibliográficas
Altuna, E. (2005). Retórica del desagravio. Tópicos del seminario, 14, 15-36.
Altuna, E. (2002). Y dio fin este cansado viaje histórico. En El discurso colonialista de
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Nota
1
Una primera versión fue presentada en las XXXIV Jornadas de Investigación del Instituto de Literatura
Hispanoamericana (UBA) el 8 de abril de 2022 en Buenos Aires. Agradezco, y aquí retomo, los
comentarios, aportes y sugerencias realizados entonces.