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Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre 2022) ISSN 2718-658X. Carlos García-Bedoya M. Otra
modernidad es posible: Arguedas y la heterogeneidad andina, pp. 80-90.
Según el conocido enfoque de Antonio Cornejo Polar, el indigenismo es una
modalidad de las literaturas heterogéneas (Cornejo Polar, 1978; 1980; 1994). En tanto las
instancias de la producción y la recepción corresponden al ámbito criollo-urbano-
moderno, el referente corresponde al ámbito indígena-rural-tradicional. Un examen
atento de la obra literaria de Arguedas revela que gran parte de esta escapa a ese ámbito
referencial y, por lo tanto, desborda las fronteras del indigenismo, incluidas sus
modalidades neoindigenistas (Escajadillo, 1994). Se ha leído habitualmente a Arguedas
desde el paradigma indigenista, lo cual es indiscutiblemente válido, pero unilateral. Se
intentará proponer aquí una visión más integral de su obra literaria, siguiendo, del campo
a la ciudad, el recorrido modernizador del escritor andahuaylino.
Del campo a la ciudad
La trayectoria se inicia con Agua, su libro de cuentos de 1935, en un espacio netamente
rural andino. Al debutar como autor édito, Arguedas se posiciona en la vertiente
indigenista, más precisamente en el indigenismo ortodoxo o indigenismo propiamente
dicho, según la clasificación de Tomás Escajadillo (1994). El libro siguiente, Yawar
Fiesta, novela de 1941, cierra, según opinión general, esa primera etapa en la narrativa
arguediana, pero nos sitúa ya en una capital provinciana, Puquio, en la que coexisten las
autoridades enviadas desde la capital (el subprefecto, los policías), los representantes del
poder local (los principales mistis —blancos o blancoides—), los indios de los cuatro
ayllus y los “chalos”, migrantes mestizos.
El siguiente libro (dejando provisionalmente de lado la novela corta Diamantes y
pedernales) nos ubica ya en una capital departamental, Abancay. Los ríos profundos,
novela de 1958, es considerada dentro de la vertiente neoindigenista, pero es claro que en
esa novela no se cumple el supuesto estructural imprescindible de todas las modalidades
indigenistas, el referente rural: la Abancay representada es una capital departamental,
pequeña ciudad provinciana, pero ciudad, al fin y al cabo. Las problemáticas
características del indigenismo irrumpen solo en algunos momentos (relevantes, por
cierto) del relato: el humilde pongo (siervo) maltratado por el Viejo, arquetipo de gamonal
(terrateniente) prepotente, es entrevisto de modo fugaz en la ciudad del Cuzco; al final de
la obra, los colonos (siervos) indígenas irrumpen en la ciudad buscando remedio a la peste
que los aflige. En cambio, la rebelión de las chicheras puede verse ante todo como un
estallido de la plebe urbana mestiza. Solo de modo colateral puede conectarse la obra con
el indigenismo (incluso en su modalidad neoindigenista), pues la obra es, ante todo, un
bildungsroman, una novela de formación (Bajtín, 1982) centrada en la experiencia escolar
de Ernesto, como se explicará luego.
En el neoindigenismo propiamente tal cabe situar la referida novela corta Diamantes
y pedernales, de 1954, el cuento “La agonía de Rasu Ñiti”, de 1962, y, por cierto, Todas
las sangres, novela de 1964, que, como lo apuntara Cornejo Polar (1973), implica una
proyección desde el espacio rural andino hacia la escena nacional. Cabe añadir los relatos
de Amor mundo, de 1967, que concluyen con la migración hacia la costa.
Quedan al margen de ese recorrido las novelas El Sexto, de 1961, y El zorro de arriba
y el zorro de abajo, publicada póstumamente en 1971, o cuentos como “Orovilca”, de
1954, ambientados en espacios urbanos costeños: la Ica de “Orovilca”, la cárcel de El