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Recial Vol. XIII. N° 22 (Julio-Diciembre, 2022) ISSN 2718-658X. Carmen Perilli, Crítica y colonialismo
en América Latina, pp. 14-33.
Por consiguiente los peruanos no hemos nacido en rincones oscuros y
despreciables del mundo y bajo aires más torpes, sino en un lugar aventajado
de la tierra, donde sonríe un cielo mejor, por cuanto las partes superiores son
preferibles a las inferiores y las diestras a las siniestras. (Espinosa Medrano,
1982, pp. 326-327).
Juan de Espinosa Medrano se introduce en el arduo debate sobre el gongorismo años
después de la muerte de Góngora (la primera edición limeña del texto está fechada en 1662 y
el poeta español murió en 1627). La época de mayor ardor en los ataques y las loas a
Góngora fue el primer tercio del siglo XVII. El Apologético llegó a España a terciar en la
contienda en 1694. El escritor es plenamente consciente de ello y lo dice en la dedicatoria al
Lector: “Tarde salgo a esta empresa”. Y se excusa “pero vivimos muy lejos los criollos”
(Espinosa Medrano, 1938, p. 72). La conciencia del espacio como determinante del discurso
quiebra ásperamente la tersa superficie de la laudatoria prosa.
El Lunarejo realiza una encendida defensa de Góngora y todo el texto polemiza con el
poeta portugués Manuel de Faria que había prologado Os Lusiadas de Camoens, llamando al
portugués “Príncipe de los Poetas de España”. El intertexto de Faria es el antagonista
explícito de una escritura que se construye como polémica. Espinosa se erige en defensor del
gongorismo y activo detractor de Faria. Pero sus palabras no se limitan a disputar
adjetivaciones, que, por otro lado, no pueden ser contestadas, sino que desarrollan una teoría
de la lengua y de la poesía. Cada palabra está autorizada por la tradición occidental. Desde
fuera, por la ciudad letrada, y desde dentro, por las citas prestigiosas de estudiosos clásicos y
cristianos. Exhibe el apoyo de las instituciones de la cultura virreinal: la literatura, la religión,
la política, la cultura. No deja lugar a dudas acerca de su pertenencia al canon, donde ocupa
un lugar central. Acentúan su legitimidad los numerosos parágrafos iniciales que le otorgan el
marco represivo y sirven como demostración de que cada letra ha sido fiscalizada
debidamente por las autoridades religiosas y políticas de la Colonia. Se ubica del lado del
orden cuyo acatamiento por parte de la ciudad letrada fue un elemento fundamental de la
estructura colonial (Rama, 1984).
Desde dentro, el discurso remite al código cultural de la mitología clásica, al humanismo
cristiano, a la cultura grecolatina y a la escolástica medieval. Mediante innumerables
interpolaciones, muchas de ellas en latín, el autor cubre cualquier desviación y fundamenta
sus afirmaciones en la seguridad de la Autoridad. La equivalencia de comunidad lingüística y
social entre el letrado y el noble se apoya en la relación semántica entre el poeta y el príncipe.
El centro del universo es el Rey, el Poeta es un rey dentro de otro universo: el del esplendor
de la cultura. Suscita así la envidia de quienes lo observan adornado con las galas de su arte.
Espinosa separa las funciones del escritor de las del Gramático, incluso las presenta como
opuestas. Critica a Faria, en tanto que gramático, a través de la frase de Alciato: “Allatrant,
sed frustra agitur vox irrita ventis / et peragit cursus surda Diana suos” (Espinosa Medrano,
1938, p. 75). El escritor juega con las asociaciones perro/crítico; ladrar/criticar;
gramático/herético. Hay un tono satírico en las inventivas a Faria: “Líbreos Dios de quien con
un poco de latín leyó cuatro poetas, dos Historiadores, un Cosmógrafo y medio Teólogo, que
no ha de quedar Autor, que no margene; Poeta, que no muerda; Escritor, que no lastime…”
(Espinosa Medrano, 1938, p.75).