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Recial Vol. XIII. N° 21 (Enero-Julio2022) ISSN 2718-658X. María Julia Ruiz, Envejecer en la infancia.
Masculinidad, vejez e identidad en Lo niego todo de Joaquín Sabina, pp. 36-62.
La canción inicia con los versos “El tren de ayer se aleja, el tiempo pasa, / la vida alrededor
ya no es tan mía, / desde el observatorio de mi casa / la fiesta se resfría” (Sabina, en Sabina y
Prado, 2017, p. 80). La imagen del tren, aquella que nos recuerda los “sucios trenes que iban
hacia el norte” (“Cuando era más joven”, Sabina, 2007, pp. 92-93) encuentra en este disco su
camino de retorno, pues el Sur será una metáfora constante, un camino de regreso.
Este tren que parte es un tren temporal, pues es el “ayer” quien se aleja, acelerando el avance
hacia un futuro del cual no se puede volver; como afirmaba en “Quién más, quién menos”
(Sabina y Prado, 2017, p. 30): “pero yo fui más lejos” y “ni un paso atrás” (p. 30). La segunda
parte del verso, “el tiempo pasa”, es una reafirmación de esta aceleración mediante la cual el
personaje queda desubicado, sin tiempo ni espacio, pues “la vida alrededor ya no es tan mía”
(Sabina, en Sabina y Prado, 2017, p. 80): este verso también puede dialogar con otros de “Quién
más, quién menos”, donde ese sujeto que fue más lejos termina confundiendo “el cuándo y el
dónde”, con “un pie en la rumba y otro en el nunca más” o con “un pie en el mambo y otro en
el más allá” (Sabina y Prado, 2017, p. 31). Esas confusiones o desorientaciones operan como
posicionamientos de vejez: el sujeto es, en ambas canciones, alguien que transitó muchos
periplos yendo siempre “más lejos” (como muchos otros sujetos, al decir “quién más, quién
menos”, este también “tiró la casa por la ventana, / se tatuó en las sienes una diana, / probó un
veneno” o “se ha tomado a sí mismo como rehén” y gracias a ello “tiene una conciencia
todoterreno / del mal y el bien”) (Sabina y Prado, 2017, p. 30). Esa imagen del transgresor, del
que fue más lejos —clara postura sabiniana—, encuentra en la metáfora del retiro su límite:
“Acabaré como una puta vieja / hablando con mis gatos” (Sabina, en Sabina en Prado, 2017,
p. 80). En ese “observatorio” que es su casa, en ese “mueble bar” que reemplazó por “las barras
de los bares” (Sabina en Sabina y Prado, 2017, p. 155) —desde donde ve pasar a las gitanas
adolescentes de “Churumbelas”—, en ese rincón del mundo el personaje de autor Joaquín
Sabina encuentra el límite a su anterior vida de excesos y juventud. Allí, acompañado por sus
seis gatos —con los cuales se fotografía en todas las entrevistas— surge una imagen de Sabina
que sostiene su postura autorial, pero desde un nuevo posicionamiento: la imagen de la “puta
vieja” que convive con gatos expone una figuración familiar y a la vez novedosa. Se remite al
mundo de la prostitución como un factor caro a la poética sabiniana pero para configurarse él
mismo en términos de “vieja”. Ese desplazamiento genérico puede ser entendido como un
rasgo de masculinidad en declive, pero también como un planteo frente al retiro o la jubilación,
pues la puta cuando envejece ¿sigue siendo puta? El artista cuando envejece ¿sigue siendo
artista? La metáfora del retiro en este sentido habilita a la pregunta por la profesión más allá de
la edad, por las maneras de posicionarse más allá del momento cronológico que se transite. En
estos términos, la “puta vieja” podría entenderse como una figuración negativa, pero no
obstante, en el estribillo nos encontramos con un “Superviviente, sí ¡maldita sea! / Nunca me
cansaré de celebrarlo. / Antes de que destruya la marea / las huellas de mis lágrimas de mármol.
/ Si me tocó bailar con la más fea, / viví para cantarlo” (Sabina, en Sabina y Prado, 2017, p.
80).
Estos versos, si bien podrían sonar machistas u ofensivos por referirse a una “puta vieja” o
a “la más fea”, es preciso comprenderlos dentro de la propia poética sabiniana, donde las putas
tienen un lugar de relevancia, pues en su cancionero adquieren ese rango de heroínas (a decir
de Romano) y son figuras potentes, personajes exacerbados del teatro de la marginalidad. “La