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Recial Vol. XIII. N° 21 (Enero-Julio 2022) ISSN 2718-658X, María de los Ángeles Montes, Silvina
Argüello, Introducción al Dossier: Géneros y sexualidades en las músicas populares, pp.7-15.
rasgos asociados a lo femenino. Es decir, introducen rasgos feminizantes en el cantante
como gesto transgresor y, como tal, consistente con el mandato de transgresión de las
masculinidades hegemónicas del rock. Así, lo femenino y lo homoerótico en Damiano
David no es más que un préstamo estratégico para dotar al varón de autenticidad rockera.
Pero, “la masculinidad híbrida en Måneskin —nos dice Sara Arenillas Meléndez—
muestra la flexibilidad y las negociaciones en que actualmente está inserta esta identidad
de género”.
El trabajo permite inferir el estado de crisis de hegemonía que viene atravesando la
masculinidad clásica en Occidente —aquella que fuera hegemónica hasta finales del siglo
XX—. Es una apuesta discursiva impensable en otro tiempo o en otra sociedad. Es
sintomática, podríamos decir, de cierto dislocamiento en proceso, todavía demasiado
incipiente como para para habilitar una opción contrahegemónica contundente. Allí
donde la hegemonía se volvió frágil, allí prosperan nuevas alternativas, hibridaciones y
negociaciones. Y esta particular apuesta discursiva de Måneskin es posible por eso.
Las músicas como apuestas discursivas en la gestión de la propia identidad
Las músicas pueden ser vistas, también, como apuestas discursivas, producto de
opciones que realizan los agentes en el marco de ciertas condiciones sociales de
producción (Díaz, 2013). Opciones que podrán ser más o menos eficientes, pues el éxito
nunca está asegurado, pero que de ninguna manera pueden pensarse como un reflejo
mecánico de las relaciones de poder, aunque estas condicionen fuertemente lo decible y
la posibilidad de decir de los diferentes —y diferenciados— sujetos.
Allí hay un margen de agencia, de imprevisibilidad, en el que los sujetos generizados,
en el marco de lo normalizado, pueden negociar, aceptar o rechazar, el lugar que el
discurso hegemónico les asigna. Y eso también ocurre en las músicas populares. Un caso
paradigmático es el de Joaquín Sabina en Lo niego todo, que analiza María Julia Ruiz en
este dossier.
Las miradas simplistas sobre las masculinidades tienden a ver en los varones blancos,
europeos y heterosexuales a los sujetos automáticamente dominantes, sin advertir que el
género no es ni la única configuración de poder, ni es la masculinidad hegemónica una
posición permanente. Un mismo varón puede encontrarse en una posición dominante
frente a las mujeres de su misma raza o clase social, y en una posición subalterna en
relación a otros varones o mujeres con mayor capital económico o simbólico —
dependiendo del contexto—. Y, para hacer las cosas más complejas, un mismo sujeto
puede atravesar diferentes posiciones en las relaciones de poder a lo largo de su vida,
como es el caso de aquellos que caen en desgracia económica, por ejemplo, o aquellos a
los que la vejez les llega para recordarles que los atributos de autosuficiencia y juventud
son efímeros ante la fragilidad de la vida, varones incluidos.
Este es el caso de Joaquín Sabina, quien se ve forzado a reelaborar su masculinidad en
Lo niego todo, porque se ve imposibilitado de encarnar las características valoradas de la
masculinidad hegemónica que, no obstante, supo arrogarse en su juventud. María Julia