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Recial Vol. XIII. N° 21 (Enero-Julio 2022) ISSN 2718-658X. Mariano Saba, Genealogía del laberinto: Bergamín,
Zambrano y una metáfora anti-erudita, pp. 265-279.
ciencias” (2005, p. 33). Con su muerte inmortal, consumida en un afán siempre renovado y siempre
perecedero, el demonio tentaría al hombre para hacerlo como él hubiera querido: como Dios
mismo o, en su defecto, como nada. Así, Bergamín afirma: “nos trae y nos lleva, herméticamente,
guiándonos, para perdernos mejor, por el laberinto espiritual de las sombras: para hacernos perder,
para quitarnos el sentido divino de la vida” (2005, p. 34). Bergamín explica que en esta empresa
el demonio busca arrebatar la fe del hombre inmiscuyéndose en sus entrañas, lo cual vuelve a
actualizar la imagen del laberinto interior como contracara de la vasta Biblioteca científica de la
cual el diablo sería nada menos que su emisario:
La palabra de Dios, que es la vida, la luz y la verdad, es la que, por el oído, viene a
robarnos el Demonio. Por el laberinto del oído, que es como el laberinto del vientre,
un entrañable laberinto de asimilación espiritual. El laberinto del oído son las
entrañas del aire en las que se hace sangre espiritual nuestra fe como quería el
apóstol. Por eso tenemos los creyentes el alma en un hilo: de aire o de sangre;
porque en el fondo de ese sutilísimo laberinto vivo radica, como todos sabemos, no
solamente el sentido del oír, que es lo más profundo del hombre, sino ese otro
sentido por el que se sostiene y se mantiene en pie. (2005, p. 35).
Es indisociable, entonces, desde la mirada bergaminiana, la capacidad del demonio para todas
las ciencias y su habilidad de asediar por el oído la laberíntica entraña del hombre, es decir, su
interior. La imagen del laberinto actualiza así su capacidad como metáfora absoluta, resultando
ahora criterio de reflexión sobre la contienda inefable entre la fe y la razón. Porque el Demonio
constituye por fuera de la fe entrañada del sujeto un laberinto de perdición: “aunque no lo
queramos”, señala Bergamín, “aún por la puerta misma de la ciencia, o de las ciencias positivas,
entraremos en el laberinto de sus redes” (Bergamín, 2005, p. 42). Y es en el marco de estos
postulados que llega a sostener que “todas las metafísicas intelectuales o racionales que se han
inventado, todos los sistemas metafísicos, desde el Aristóteles hasta el de Hegel, no son otra cosa,
en definitiva, más que unas lógicas del Demonio” (Bergamín, 2005, p. 36).
Su consolidación de un pensamiento filosófico irracionalista, cimentado en la fe cristiana y por
fuera de las “lógicas del Demonio”, lo lleva a apelar otra vez a la imagen del laberinto en su
volumen España en su laberinto teatral del siglo XVII. Mangas y capirotes, también de 1933. Allí
insiste:
Y ojos que no ven, corazón que no siente: que no siente porque presiente. Los ojos
cegados por la fe ahondan por su misma oscuridad la percepción auditiva,
afinándola, agudizándola. Se hace todo oídos el cristiano: como San Pablo al caer
herido por la luz divina… porque la fe es por el oído y el oído es por la palabra de
Dios, según el apóstol. Se hace todo oídos, por la fe, que le entraña y le desentraña,