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Recial Vol. XIII. N° 21 (Enero-Julio 2022) ISSN 2718-658X Enzo Cárcano, Donde se pierde pie: la inscripción del
cuerpo como ausencia en algunos poemas de Mujica, Lojo y Solinas, pp. 247-264.
sentido que es el cuerpo (2013, p. 8). A propósito, en el doble juego de encriptación y cripta,
Nancy sostiene: “Lengua encriptada para revelar la cripta, la crifa, el escondite mismo: mostrar
que no hay nada ahí, nada más que abertura de la boca donde la lengua se mueve. Hablando a
veces, comiendo a veces y a veces comiendo la lengua, mordiéndose y masticándose ella misma”
(2013, p. 8). Como se advierte, para el pensador francés la poesía es una lengua que reenvía
cifradamente a un hueco donde se exhibe, en última instancia, la lengua misma en su
materialidad: una lengua en la lengua que dice “que la cosa está fuera-de-sentido y que es a eso a
lo que nos conduce el sentido, todo el sentido y en todos los sentidos” (2003a, p. 13).
Por todo referido hasta aquí, cabe pensar que, para Nancy, lo mejor que puede hacer la poesía
—siendo ella resistencia al sentido como determinación— en relación con el ser-cuerpo es
exhibir su ausencia. Si bien no podría decirse que los poemas de Mujica, Lojo y Solinas que
considero para el presente trabajo identifiquen, como Nancy, ser-excrito y cuerpo, sí inscriben el
cuerpo para subrayar lo que se excribe, una alteridad íntima que no puede más que ausentarse y
que no puede ser asumida más que así, como pura ausencia.
Lo que escapa al decir
Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo
Héctor Viel Temperley, Hospital Británico
Dos de las corrientes estéticas que marcaron los últimos veinte años del siglo pasado en la poesía
argentina, el neobarroco —o neobarroso rioplatense, al decir de Perlongher— y el objetivismo
que tomó la posta de Giannuzzi, amén de las obvias diferencias de un autor a otro, le
concedieron al cuerpo un rol destacado: mientras que en el primero, por un lado, fue la
plataforma desde la cual erotizar el lenguaje, esto es, cargarlo de sensualismo y abrirlo a la
representación fragmentada en sus manifestaciones —por lo general— más tensas, con cierto
gusto por lo sexual y aun lo mórbido; el segundo, por su parte, reivindicó la percepción y la
posibilidad de crear, a partir de ella, objetos de lenguaje, entre cuyos versos se hallaban no solo
objetos, sino también cuerpos humanos. Menos central parece haber sido la corporalidad para el
neorromanticismo, aunque una de las referencias indiscutidas de dicho movimiento, la poesía de
Olga Orozco, ronda en libros como Museo salvaje la conexión del cuerpo con un afuera —un
más allá del tiempo: el antes de la caída en la contingencia, del inicio de la limitación—. Pese a
que ni Mujica, ni Lojo, ni Solinas pueden incluirse sin más en dichas estéticas, que les son —al
menos, en parte— contemporáneas, podría pensarse que un aire orozquiano —entre otros
elementos, por esa conexión— les es cercano.
La lírica mujicana es la más “desrealizada” de las tres, si por esto se entiende aquella en la
cual la dimensión referencial de la palabra es más difusa. Con todo, la corporalidad aparece
implicada, en algunas composiciones, para hacer lugar a lo que no puede decirse más que en su
ausencia. Consideraré, en primer lugar, un poema de Paraíso vacío (1992) titulado “Ausencia”:
Fue cuando no pude más y grité “¡yo!”, cuando escuché mi eco diciéndome “¡yo!”.