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Recial Vol. XIII. N° 21 (Enero-Julio 2022) ISSN 2718-658X. Ayleen Julio Díaz, Una resistencia que no
cesa: relatos testimoniales del exilio republicano español en África del Norte, pp. 306-310.
victoria que nuestros cómitres, con los medios que nos negaron, no supieron
lograr. (p. 120).
En este diario confluyen además, los tópicos propios de dicha experiencia, como lo son el
hambre, la muerte de los compañeros, la violencia padecida y una reflexión sobre la injusticia
que el autor realiza continuamente mediante el uso de la ironía.
El cuarto capítulo se detiene en las memorias, escritas por sus autores muchos años
después de haber vivido el flagelo de la violencia en los campos de concentración y la
inhospitalidad propia de vivir bajo el dominio francés. Como sucede con los diarios, en todos
se evidencia la formulación de una identidad colectiva, manifiesta en el uso de la primera
persona del plural a la hora de representarse a sí mismos como resistentes y sujetos que a
pesar del hambre, la soledad y la persecución política están dispuestos a seguir adelante; del
mismo modo que tienen como objetivo común el ser un objeto de denuncia social para con
quienes ejercieron la violencia. Encontramos aquí entonces El nombre de la libertad, páginas
de mi diario de guerra y exilio (1936 -1945), de Victoriano Barroso; Guerra, exilio y cárcel
de un anarcosindicalista, de Cipriano Mera, cuya motivación principal es la de retratarse para
la posteridad sin perder de vista lo colectivo; Internamiento y resistencia de los españoles en
África del Norte, de Lucio Santiago, Gerónimo Lloris y Rafael Barrera, una suerte de
compendio que le da voz a otros españoles republicanos en el exilio; Yo estuve en Kenadza,
de Deseado Mercadal Bagur, en el que la identidad de la comunidad exiliada se desgaja en
diversos grupos de pertenencia; Por tierras de Moros, de José Muñoz Congost, cuyo
volumen recupera notas y testimonios de sus compañeros y Stanbrook. Vivencias de un
exilio, de Isabel Beltrán, una narración que detalla las penurias también padecidas fuera de
los campos de concentración con un tono optimista y esperanzador.
Cierran este capítulo Guerra, revolución y exilio de un anarcosindicalista, de Antonio
Vargas Rivas, del que se toma la segunda sección, donde el autor cuenta todos los hechos
vividos durante su exilio, que incluyen su paso por los campos de concentración, su fuga y la
vida en la clandestinidad en Oran; Memorias de un refugiado español en África del Norte, de
Carlos Jiménez Margalejo, que sobresale por la exhaustividad de sus descripciones de la
travesía que inicia con el viaje en el Stanbrook, el viaje en tren y la vida en el desierto; y por
último, La odisea del Stanbrook, de Antonio Marco Botella, cuyas primeras noventa páginas
resultan de gran interés para conocer la vida del autor durante su viaje en el mítico barco, los
años transcurridos en Argelia y los campos de concentración.
Algo que vale la pena no dejar olvidado de este libro es la inclusión de un anexo
fotográfico que, amén de dar un mayor peso a los relatos testimoniales, nos permiten abordar
de otro modo la experiencia de los sujetos y lugares que se materializan a través de la imagen
de sí mismos, documentos, dibujos y planos.
Amén de presentar una investigación que se distingue por su precisión teórica y una prosa
ágil que sabe llevar el hilo del objetivo que se propone en cada capítulo, la lectura de Las
voces del olvido, trae consigo no solo una aproximación de textos que hasta este momento,
eran desconocidos para gran parte de la academia argentina, sino también –como ya hemos
señalado anteriormente– abre un nuevo campo de investigación cuyos frutos habrán de
traducirse en nuevas investigaciones, la ampliación del corpus de relatos testimoniales del
exilio republicano español, trabajos interdisciplinarios que aborden las diversas relaciones