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Recial Vol. XIII. N° 21 (Enero-Julio 2022) ISSN 2718-658X. Juan Ezequiel Rogna, Tras la huella de Macedonio,
pp. 286-295.
escritura parezca hacerse de manera permanente. A la vez, esa problematización de la relación entre
arte y vida desde un presupuesto antirrealista, el sentimiento de inexistencia del yo y el humor
conceptual funcionan tanto puertas adentro como puertas afuera de la obra de Macedonio, ya que la
incidencia de su original propuesta (pergeñada desde 1904, enunciada públicamente entre 1928-1929
y recién materializada en Museo…) también atenta contra toda cronología. De allí que el título del
libro de Bracamonte marque un punto de arribo temporal, pero se abstenga de hacerlo respecto de
algún difuso año inaugural. En tal sentido, la poética experimental macedoniana, en su teoría y en su
praxis, nos impele a percibir la coexistencia de múltiples tiempos y espacios (“Todoposibilidad”) no
solo en la superficie de los textos, ya que las causalidades pueden ser repensadas desde el espacio
literario, pero también desde la propia experiencia vital. Ambos espacios son regulados por una
“estética de lo inconcluso”; ambos son el marco circunstancial de una eterna “obra abierta”.
En segundo capítulo de esta segunda parte está dedicado a las teorizaciones de la novela en
Borges, los fantasmas de Arlt y Juan Filloy y las herencias macedonianas. Para ello, Bracamonte
revisa cómo resultó trabajada la causalidad en el género o plurigénero novelesco entre las décadas de
1930 y 1960. Retomando ideas de Borges, la década de 1930 habría marcado la agonía del género
novelístico tras el agotamiento de la novela realista y de la “esplendorosa agonía” constituida por el
Ulises de Joyce. Sin embargo, este estado de situación (que llevó al propio Borges a optar por los
géneros breves) dio lugar en Argentina a diferentes búsquedas estéticas, entre las que se cuentan las
efectuadas por Arlt y Filloy. Bracamonte adopta la caracterización del estilo de Arlt hecha por Piglia,
según la cual es “mezclado… hecho con restos, con desechos de la lengua” (Bracamonte, 2021, p.
121). Por este motivo, el pluriestilismo y el plurilingüismo derivarían, en su caso, de “los ruidos de
un edificio social que se desmorona” (Bracamonte, 2021, p. 121). Esta renovación del lenguaje, junto
con la elección de tópicos escabrosos y la ponderación de lo propio, contrasta con la defensa que
Borges hace en el Prólogo a La invención de Morel, de Bioy Casares (1940), desde el cual brega por
una renovación novelística que no abreve ni en la vía experimental ni en la vía realista. Juan Filloy se
incorpora, por su parte, como un “necesario espectro” (Bracamonte, 2021, p. 126) que, al tiempo que
explora problemáticas provenientes de lo real, hace emerger lo ideológico desde el propio lenguaje.
La novela fue concebida por Filloy como una summa literaria que contiene la pluridimensionalidad,
la interdiscursividad, la variedad de registros y la mezcla idiomática. No llegó al antirrealismo de
Macedonio, pero efectuó un tratamiento original de la realidad. En un sentido similar, Bracamonte
incorpora las “parciales herencias macedonianas transgredidas por Marechal” (Bracamonte, 2021, p.
132) en Adán Buenosayres, ya que, si bien existen diferencias sustanciales entre ambos autores (en el
papel del autor y de los personajes, por ejemplo), el humor, la interrogación sobre la realidad,
incluyendo el plano metafísico, la intertextualidad, la parodia o el juego con un lenguaje que exige la