El invierno también florece. Sobre Luz de invierno, de Carlos Battilana
Battilana, C. (2020). Luz de invierno (40 pp.). Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral-
Vera.
Luciano López*
En el año 2020, la Universidad Nacional del Litoral, a través de Vera editorial cartonera, publicó la antología de poemas Luz de invierno, de Carlos Battilana. A excepción de “Lecciones de botánica” y “Nocturno”, que los leemos por primera vez y, a su vez, serán publicados próximamente por Caleta Oliva, los trece poemas restantes fueron anteriormente publicados en: Unos días (1992), La demora (2003), Materia (2010), Velocidad crucero (2014), Un western del frío (2015) y Una mañana boreal (2018).
El inicio del invierno es el puntapié inicial a la estación de la pausa. La amplia gama de naturalezas que expone Battilana está ahí, permanece alojada en las profundidades de la tierra o en las superficies gélidas, para que la recibamos, o mejor, para que la contemplemos en su más absoluta tenuidad. Esa tenuidad da identidad a la melancolía y lo irreversible de cada uno de los poemas de Luz de invierno. El pasado vuelve para quizás disolverse o servirle al yo del poema de registro inmanente para trazar el olvido. Con el pasado retorna el deseo de fusionarse con el universo acuático y terrestre, se mimetiza con la simpleza de andar en el goteo de lluvia, en el bamboleo de ramas cubiertas de nieve, en las reuniones familiares, en la simple contemplación.
Luz de invierno está dividido en dos partes: “Bosque de hielo” y “El humo”.
*Profesor de Lengua y Literatura, maestrando en Literatura Argentina, Universidad Nacional de Rosario, Rosario, Argentina. lucianoglopez88@gmail.com.
Recibido 13/04/2021. Aceptado 14/05/2021.
Los seis poemas que componen la primera parte nos anticipan una atmósfera de luz que no reprime la calma, sino que la aguarda como un nacimiento o un reparo de lo silvestre. Ya en “Hay un bosque helado…” percibimos un inicio de recorrido que se cierra con el último poema de la primera parte (“Tallos”); se parte de la exacerbación de la naturaleza: “y nada/ resulta / más torpe / que ocultar / sus tejidos / sus hojas amarillas / su agua” (“Hay un bosque helado...”). La naturaleza invernal se refugia en ese ser, en el pecho, se aprehende paulatinamente como un vocabulario recién descubierto.
En “Bosque de hielo” se transita por un paisaje que hace epicentro en “cipreses” y “pi- nos”, donde la nieve inaugura el silencio, el estado zen donde la quietud está ahí para ser cap- tada y oída como aquellas armonizaciones cotidianas que configuran “la más maravillosa /agitación”.
Con “Un largo sueño” nos adentramos en el deseo apacible: lluvia, caracol y lombrices matizan la mirada documental. Volver a la vida significa volver del sueño y capturar, de esas pequeñas vidas naturales, lo elemental para que refracten en aquello que somos, para volver a desear lo simple.
“Lecciones de botánica” muestra el paisaje transitivo de “Pequeñas hojas amarillas” que van situándose “en los bordes del lago” y la “gramilla verde” que cederá su paso. En breves escenas asistimos a la habitualidad de lo quizás yermo, de lo sostenible en el invierno.
En el poema “En este…”, el yo vuelve a desear, puntualiza su querer metonímico: ser “un poco de agua / en el agua”. En línea con el último poema de la primera parte (“Tallos”), se busca la disolución del lenguaje, “las viejas palabras”.
Así, en el poema “Tallos” se concretiza el abandono del lenguaje para dar lugar a la verdadera belleza: “la belleza pobre / la única / que yo pude ver”.
La segunda parte (“El humo”) continúa con la concreción de las escenas mínimas donde también son las palabras las que acompañan ese andar sigiloso; las escenas son pequeñas como lo son las “palabras pequeñas”. El yo acompaña el deterioro de la imagen, hilando aquello que alguna vez fue como un estado constante de aprendizaje: “recibo el deterioro / como una forma de avance”.
Cada poema puede leerse como un ejercicio incesante de contraluces. Si en el poema “El viento” lo que es arreciado es el yo y el paisaje, ese todo y sus particularidades son elevadas a la contingencia de lo propio y de un exterior que hace visible que un encuentro con el afuera sea todavía posible, como ocurre en el poema “La salvación”, o un encuentro con el legado literario de Vallejo, como pasa en “Al día siguiente”.
Las reminiscencias filiales, las reuniones con la madre, el padre y los hermanos en “Parrilla”, o la observación atenta del oficio del padre en “Filatelia”, o acaso los vaivenes en “Milimétrica”, o el armado de un pesebre con las ramitas del jardín en “Ramitas”, o ver crecer a Emilia en “El humo” convergen como capturas que se fijan en el álbum personal y que con todo, las ruinas y lo edificable, hacen un jardín de invierno donde también florece el yo y su redor: “las tempestades / pueden volverse benignas / como animales nocturnos / disolviéndose”.
Notamos en Luz de invierno la intersección de la voz lírica con la efusión de lo habitual. Lo que como lectores agradecemos es esa apuesta, o si se quiere, ese ejercicio vocal, melódico, que refuerza la condición de poeta contemporáneo. Las preguntas que se hace el yo del poema, o la certidumbre que genera saber el después de un quiebre, o el volver de peripecias, están a lo largo de los poemas que conforman esta selección.
Battilana nos pone a prueba. Si sus poemas discurren entre las aguas orticianas y la aten- ción padelettiana es porque las voces tan intensas a las cuales acude o escucha, lo guían virgi- lianamente, se las apropia para quebrar “todas las cosas herméticas del mundo”.
Cuando finalmente leemos “Nocturno”, leemos también una reafirmación estética: el poemario se erige desde la noción de saber que, ante la pregunta ¿qué vendrá después?, el yo
poético asevera con énfasis, a lo largo de cuarenta páginas, el trazado de una vida, que más que confesarse lo que hace es poner en primer plano su cuerpo, su pasado, su presente, su proyección. Vuelve herido como el yo de Viel Temperley, pero como él, el yo de Luz de in- vierno aguarda por otras reverberaciones en las que pueda exponerse tal cual es ante las tem- pestades y quebrantos y, más aún, mirar a través de la ventana cómo pasan las figuras anda- riegas que solo se detienen para atestiguar el estado de lo minúsculo del universo.