conocer un lugar nuevo pueden suscitarse por la vista de una obra de arte, por la lectura de
algún libro, por una entonación o una temporada, pero es sobre todo el nombre (el topónimo)
lo que despierta el deseo y la representación imaginaria del lugar. Marcel Proust no está del
lado de la observación, sino de la imaginación. André Ferré usa una fórmula contundente
para definir la posición del escritor: “Si es verdad que Balzac le hace competencia al registro
civil, podríamos decir, de la misma forma, que Marcel Proust le hace competencia al registro
catastral” (Ferré, 1946, p. 41). Pero no nos engañemos: se trata, como lo dice Ferré, de una
“geografía novelada” (p. 41). La geografía que construye Proust actúa en microespacios, en
lo que él gusta de llamar “las regiones” [“les pays”] —noción tomada probablemente de
George Sand, en especial de Maîtres sonneurs, cuya intriga vuelve a oponer dos “regiones”,
Berry y Borbonés
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—, ya sean marítimas o terrestres. El espacio construye y reconstruye,
obedeciendo a una lógica interna que materializan los croquis y los mapas provistos por
André Ferré. Así, se integra un esquema de comunicaciones ferroviarias de la región de
Balbec (p. 119), con una leyenda que permite distinguir las Grandes Líneas de la red del
Oeste, las Líneas de la Compañía de Tranvías del Sur de Normandía, el antiguo trazado, las
estaciones y las paradas finales. Al mismo tiempo, se perfila una simbología del paisaje,
especialmente en la estructuración del universo de Combray en sus dos lados. Ferré resume el
método geográfico de Proust en tres palabras: “información, imaginación e invención” (p.
45). Subraya en particular el espíritu de síntesis de Proust que, a partir de un detalle, hace
resurgir un territorio ¿Pero no se corresponde esto a su práctica de escritura en general?
El segundo capítulo se titula “Los datos geográficos en En busca del tiempo perdido”. La
materia principal de la geografía es el paisaje. André Ferré afirma que el paisaje no ocupa un
lugar preponderante en la Recherche, y que siempre se cita de forma fragmentaria. Keiichi
Tsumori, en Proust et le paysage (2014), muestra sus múltiples facetas, pasando por un
acercamiento a la arquitectura, a través de una referencia a Ruskin, pero nos alejamos ya de la
geografía literaria. André Ferré distingue con justa razón el papel y el lugar del paisaje: si el
lugar es relativamente limitado, el papel es mucho más importante. Es la escenografía en la
que evolucionan los personajes, la interacción con la mujer amada, el soporte de experiencias
privilegiadas (los espinos, la charca de Montjouvain, los campanarios de Martinville, los tres
árboles de Hudimesnil). La concepción del paisaje en Proust es más estética que geográfica, y
Ferré muestra que suele estar inserta en un marco (p. 66). Pero es también el objeto de una
síntesis de fragmentos que se acercan a mapas geográficos. Los comentarios de los paisajes
pueden ser de naturaleza geográfica; el paisaje solo es fuente de metaforización. Ferré
distingue la geografía física, a la que Proust no era insensible —se interesa particularmente
por el clima, el sol, la lluvia, el viento—, la geografía marítima, la geografía humana (la
relación del hombre con su medio, el interés mayor por la toponimia), “la geografía
lingüística”, designada así por Proust, que comprende todas las marcas de la pertenencia a un
territorio (vocabulario, entonación), y la geografía urbana (con un plano de París donde se
indican calles y monumentos). El geógrafo se pregunta por la localización de las “regiones”,
demostrando así que tanto aquí como allá el principio de la creación es el de la multiplicidad
de las fuentes. Luego de la frase introductoria —“Combray, capital de la primera provincia
literaria del mundo proustiano, la de la infancia del narrador” (p. 90)—, Ferré define la
ciudad de Illiers, principal modelo de Combray, por su estatus administrativo, y la localiza
con mucha precisión: “departamento”, “capital”, “cantón”, “burgo”, “sobre la orilla
izquierda”, “aguas arriba de la confluencia de”, “en los confines de”, “a 24 kilómetros al
suroeste de”, “26 kilómetros al norte de”, “sobre la línea de ferrocarril”, “a 13 kilómetros de
distancia, hacia el oeste, de la Ruta nacional número 10”. Agrega un plano del pueblo, que
más adelante será reproducido al infinito y que aún la Casa de tía Léonie (Museo Marcel
Proust) distribuye a sus visitantes (Figura 3). Los elementos que contiene la leyenda son: la
“Casa de Madame Amiot”, “La hilera de los espinos”, “El pabellón”, “El estanque”, “La