La escritura en taller o nuevas formas de considerar viejas
prácticas
Valeria Daveloza*
Cano, F. y Vottero, B. (2018) La escritura en taller. De Grafein a las aulas (183 pp.). Goya: Arandu.
En el imaginario educativo, las y los docentes de Lengua y Literatura, independientemente del nivel educativo al que pertenezcamos, tenemos la tarea
escribir. Esta idea, sostenida en una falsa representación de que aprender a leer y a escribir se hace una vez y para siempre sostiene diagnósticos negativos, rechazos, acusaciones cruzadas entre niveles educativos o, peor aún, atribuye a los estudiantes carencias externas, y de larga data, como si fueran faltas personales.
Este estado de situación que no podemos ignorar, porque apunta al centro de las prácticas de enseñanza, nos obliga a pensar desde otro lugar. Analizar con mirada crítica lo que sucede en los espacios educativos con las prácticas de escritura puede ayudarnos a intervenir y llevar adelante propuestas y formatos metodológicos más propicios para el desarrollo de escritores autónomos. Justamente eso es lo que hacen Fernanda Cano y Beatriz Vottero: miran y se miran en sus propuestas y en esa reflexión logran ver con ojos nuevos un formato que ya lleva más de veinte años en las aulas: el taller de escritura.
Para hablar, hay que hacerlo con conocimiento de causa y en la primera parte del libro podemos encontrar una clara y exhaustiva caracterización del taller como forma de trabajo. Si bien hay un recorrido histórico, no alcanzaría con decir que estamos frente a una “historización”, ya que las autoras se detienen a analizar las implicancias que la propuesta que Grafein tuvo (y tiene) en la concepción del trabajo en taller. Diferenciándose del taller literario, Grafein no ofrece técnicas, correcciones o valoraciones estéticas. El centro de la propuesta es la textualización y, por eso, es un “taller de escritura”: la escritura como gerundio, escribir es en realidad un escribiendo.
*Profesora en Letras Modernas, especialista en Escritura y Literatura, maestranda en Didáctica de la Lengua y la Literatura. Adscripta a la cátedra Enseñanza de la Literatura del Profesorado en Letras Modernas Universidad Nacional de Córdoba. Coordinadora del Departamento de Lengua y Literatura del Instituto Superior de Estudios Pedagógicos, Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba. Argentina.
Recibido 10/08/2020. Aceptado 12/09/2020
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En esta primera parte también encontraremos una caracterización de otros antecedentes, como el grupo OULIPO, cuya idea de la restricción como posibilidad de estructuración de los textos será rescatada en Grafein en la imagen de la valla y el trampolín. Y, por supuesto, encontraremos mención a los invaluables aportes que Maite Alvarado y Gloria Pampillo hicieron a la escritura en la escuela a través de sus cátedras, investigaciones y publicaciones.
Hasta aquí, podríamos decir que nadamos en aguas más o menos conocidas porque parte de estas propuestas llegaron a los distintos niveles educativos a partir de la restauración de la democracia, de la apertura y circulación de bibliografía que había sido prohibida en la dictadura, y de las reformas y tensiones entre prácticas de enseñanza que habitaron (¿habitan?) el sistema educativo. El taller de escritura como espacio privilegiado de creación, fantasía y libertad se opone entonces al espacio reglado, sistemático y normativo que suponía la hora de Lengua. En esta línea, las autoras, en un ejercicio de memoria y puesta en valor, recuperan las experiencias que en Córdoba promovieron profesoras como María Saleme de Burnichon y María Cresta de Leguizamón; verdaderas señeras en propuestas de enseñanza que promuevan y pongan el foco en la experimentación y el juego con las palabras como parte esencial de la formación docente. Propuestas de formación que, instituciones como el Centro de Estudios y Difusión de la Literatura Infantil y Juvenil (CEDILIJ), tomaron y llevan a cabo al día de hoy.
¿Por qué un docente debería tomarse el tiempo de conocer estos antecedentes y pensar seriamente en sus implicancias? Es sorprendente ver hasta qué punto muchas de las prácticas de escritura que tuvimos en la escuela, los profesorados o la universidad pueden reconocerse en “algo” de las propuestas que las autoras caracterizan tan claramente, aunque es posible que sea de forma desdibujada. Uno de los mayores desafíos del taller de escritura tal y como fue concebido en estos antecedentes tiene mucho que ver con las políticas educativas y, particularmente, con lo que significó la reforma de la Ley Federal de Educación (1993) y los CBC (Contenidos Básicos Curriculares). Aquí, el análisis que Cano y Vottero desarrollan de las “consecuencias” sobre las prácticas de enseñanza
Volvemos sobre el imaginario del principio: ¿Qué significa hacer escribir a otros? ¿Qué ideas sobre la escritura, la lectura y el contenido son la base de las propuestas de enseñanza? Si bien la siguiente cita se refiere a los talleres de escritura en los niveles de educación superior, es revelador de muchas otras prácticas que suceden en distintos niveles educativos:
En el imaginario de los profesores subyace un modelo de escritor “científico” por el cual el estudiante universitario debería ser capaz de producir textos técnicamente correctos que den cuenta de los saberes académicos propios de cada disciplina. No obstante, por lo general no se asume que corresponda a cada cátedra la enseñanza de la lectura y la escritura propias de la ciencia o disciplina de que se trate, remitiéndose en la gran mayoría de los casos a la mera responsabilidad de impartir los “contenidos”…
Por lo general la suma de ejercicios fragmentados y descontextualizados que desarticulan las formas (recursos, estrategias) de los contenidos, los convierte en un artificio antes que en un espacio real de aprendizaje sobre la escritura. (Cano y Vottero, 2018, pp.
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La práctica del taller de escritura en el sistema educativo ya tiene su propia tradición y podemos ver su presencia en los documentos curriculares de distintas jurisdicciones, así como en los NAP (núcleos de aprendizaje prioritario). Sin embargo, a la luz de la cita anterior, es claro entender que no basta con declarar un formato metodológico, sino que hay que ejercerlo y eso es una cuestión política.
En la segunda parte del libro, nos encontramos con “Consignas ensayadas”, un repertorio de propuestas de escritura que articulan vallas y trampolines para entablar un diálogo que creímos imposible: la tranquera que dividía (¿divide?) lengua y literatura y que separaba la reflexión sobre el sistema y la dimensión normativa de la creatividad y el ejercicio de la imaginación aparece ahora orgánicamente articulada en una consigna. Escribir es partir de un marco, una referencia compartida (un texto, una experiencia de vida, un pretexto) para desplegar la escritura:
Lejos del modelo, de la receta, del patrón, se trata más bien de tirar del hilo de un procedimiento, de un recurso, de un género; explorar sus contornos, sus potencialidades, también sus límites; aprender de las experiencias pasadas e invitar a la reflexión; echar a andar unas sugerencias que siempre
A partir de estas propuestas desarrolladas para diversos espacios educativos, las autoras ofrecen, y comparten generosamente con nosotros, producciones que ayudan a articular dimensiones complejas como lo son la teoría literaria, la sintaxis, los formatos textuales, entre otros. Una larga tradición escolar apunta a la enseñanza de la lengua y la literatura como saberes declarativos: mostramos un concepto, lo reconocemos en una producción, lo damos por aprendido. Muchas prácticas de escritura en distintos niveles del sistema educativo recuperan a pie juntillas los aportes de Flower y Hayes en relación con los procedimientos de planificación y revisión. Y no está mal que así sea, pero algo sucede con los “aplicacionismos” y es que, en general, se vuelven la cáscara de una experiencia, se vuelven los pasos obligatorios por dar, pero no por eso los necesarios para desplegar la escritura.
Pensar el aula como un laboratorio, como el espacio de la experimentación, del error, de la investigación, es un principio que, para Cano y Vottero, ya no solo se desprende de criterios didácticos. Hacer escribir a otros es un acto político y, como tal, un acto de inclusión, de respeto: es dar a nuestros estudiantes el lugar de autores. Y acompañarlos desde la experticia que tenemos en relación a la lengua y la literatura es una cuestión de ética.
Esta es la propuesta que convierte a La escritura en taller. De Grafein a las aulas en un imprescindible para quienes hacemos escribir.
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