Cuando la propuesta pedagógica nos convoca a desaprender para soltar amarras:

anti-recetario o la validación de la creatividad

Ortiz, M. F. (Coord.). (2018). Anti-recetario. Reflexiones y talleres para el aula de Literatura (184 pp.). Córdoba: Comunicarte.

Beatriz Vottero*

“Dar a leer, entonces, es dar las palabras sin dar al mismo tiempo lo que dicen las palabras” (Larrosa, 2003, p. 24).

Autoras: equipo de cátedra de Enseñanza de la Literatura, del Profesorado en Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Humanidades (Universidad Nacional de Córdoba) y

*Licenciada y profesora en Letras Modernas, especialista en Ciencias Sociales con mención en Lectura, Escritura y Educación. Docente e investigadora en la Universidad Nacional de Villa María, Córdoba, Argentina. beatriz.vottero@gmail.com

Recibido 12/07/2020. Aceptado 10/09/2020

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equipo de investigación que lleva adelante el proyecto La Literatura Infantil y Juvenil como Problema de Enseñanza de la Literatura, radicado en el Centro de Investigaciones de la misma Facultad: María Florencia Ortiz, Débora Cingolani, Valeria Daveloza, Elisa Filippi, María Alejandra Forgiarini, Mariana Mitelman, Victoria Picatto, María Elisa Santillán y Adriana Vulponi.

El libro se presenta insurrecto desde su título, advirtiéndole al lector que será invitado a transitar a contramano. Aquello de lo que habla, en las voces de sus autoras (y de otras voces que también han sido convocadas, como las de sus alumnos), nos lleva a recorrer caminos alternativos a cierta prescripción escolar y universitaria de la que existen, en cambio, sobrados mapas e instructivos. María Teresa Andruetto elige abrir su prólogo recuperando esa carta inicial: “La literatura es indómita, se dice en uno de los aportes de este libro. La literatura. ¿Cómo llevar a la escuela eso tan potente como disfuncional?” (en Ortiz, 2018, p. 11).

El subtítulo Reflexiones y talleres para el aula de Literatura nos anticipa, sin embargo, que es posible ensayar algunas posibilidades, en la urgencia de asumir protagonismo en la renovación de una didáctica. María Florencia Ortiz lo expresa con todas las letras en “Un alto en el camino (a manera de introducción)”:

Reivindicamos la necesidad de producir materiales y actividades que nos ayuden a resolver nuestra tarea cotidiana y alimenten nuestra creatividad, para evitar la reproducción automatizada de algunas prácticas tradicionalistas que alejan la enseñanza de la literatura de objetivos que elegimos redefinir según el contexto social e histórico del que queremos ser activos protagonistas. (Ortiz, 2018, p. 15).

En esa línea, la Primera Parte lleva el título “Reflexiones” y reúne una serie de experiencias, en primera persona, de algunas de las autoras. Un aspecto por demás interesante es que los capítulos que conforman la sección refieren a propuestas emprendidas en diversas escuelas y niveles del sistema formal, donde las docentes del equipo se desempeñan como profesoras, además de su rol en la universidad. Se trata de un gesto de gran elocuencia que refuerza, por sí mismo, otra actitud discordante con cierta tradición universitaria, porque invierte las fuentes de provisión de saberes o, mejor dicho, las pone a dialogar, horizontal y fraternalmente, donde la práctica acontecida en la universidad (capítulo 4) es una más en el conjunto de experiencias realizadas en los niveles primario, secundario y superior, sin perder de vista que es a la universidad a la que le corresponde, como formadora de formadores, recoger esos saberes para, a su vez, devolverlos a la comunidad docente, en una dialéctica virtuosa.

Pero no se trata solo de relatos o descripciones de cómo se llevó adelante cada una de esas propuestas, sea que se refieran a una secuencia didáctica específica o a acciones a mediano plazo. En cada caso, se hace referencia a decisiones del orden de lo teórico y de lo metodológico, y se evalúan procesos y resultados con perspectiva (auto)crítica. Oportunamente, se confronta con otros autores o investigadores, se cuestiona la formación de profesores de la que se es parte, se señala que los diseños curriculares oficiales no atienden en toda su dimensión el verdadero perfil de los estudiantes que llegan a las aulas. Nada de ello, sin embargo, con el simple ánimo de crítica, sino con el expreso y profundo compromiso — reiteramos— de alimentar respuestas y acciones posibles.

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Tampoco se evidencia la intención, en este sentido, de presentar un listado de buenas prácticas o prácticas modélicas que imitar, sino la voluntad de compartir con los lectores, a modo, precisamente, de reflexiones, parte de los resultados del trabajo de investigación, sin perder en ningún momento la perspectiva y la proyectiva docente. De hecho, cada uno de los capítulos incluye expresamente una serie de preguntas tanto iniciales como aquellas que las autoras continúan haciéndose a partir de la práctica desarrollada.

La Segunda Parte retoma, en su título, la conocida metáfora incluida en la definición de consigna que propusiera el antológico Grupo Grafein: “Vallas y trampolines”. Es un concepto por demás acertado para conjugar las dos vertientes estéticas más importantes que confluyeron y se articularon en la experiencia de aquel colectivo: el Grupo OuLiPo y el surrealismo, que con tanta convicción cultivaron las líneas continuadas por Gloria Pampillo y Maite Alvarado, como propuesta para la escuela.

Con ello queda claro, por si hiciera falta, que este anti-recetario no tiene intención adánica, sin raíces, sino que las autoras eligen abrazar y acogerse a cierta tradición —constituida asimismo, en un plano más local, por autoras como Andruetto y Lardone—; justamente aquella que la academia o la universidad dejó correr por tangentes y arrabales, sin adoptarla, sistemáticamente, como propia, razón suficiente para que algunas expresiones asuman el tono de auténtico manifiesto:

Lejos de los formatos homogeneizadores en la enseñanza de la lengua y la literatura (reconocimiento de categorías, clasificacionismo y descriptivismo), creemos que esta modalidad de trabajo [el taller de lectura y escritura] no solo es posible de ser implementada en aulas de todo el sistema educativo, sino que merece ser una opción privilegiada. (Ortiz, 2018, p. 18).

Es por ello, sin dudas, que una de las preocupaciones que recorren el libro se refiere a las prácticas de lecturas, “evitando caer en un lugar común, de esos que abundan en torno al rol mesiánico de la lectura” (Ortiz, 2018, p. 88):

La decisión de qué leer en el aula de literatura implica seleccionar: incluir y también excluir; por eso es un acto político en el que alguien elige (legitima) qué se lee y ese hecho tiene consecuencias sobre los demás (obligamos a otros a leer). ¿Son decisiones vinculadas con un criterio estético, crítico y canónico? ¿Son decisiones que promueven una redefinición de lo literario, un movimiento incesante entre lo convencional/ lo legitimado/ “lo otro”, una literatura sin adjetivos que se revela contra las etiquetas etarias y de géneros? El impacto de estas decisiones quizás sea el ensanchamiento de los caminos lectores de nuestros alumnos; pero corremos siempre algunos riesgos: abrir o cerrar puertas, convidar o mezquinar las múltiples opciones que el campo de la literatura ofrece…

El taller de escritura siempre incluye la lectura (las lecturas en plural), tiende a desatar lo vivencial, en un clima que respete lo más humano que moviliza la literatura y la palabra que pasa por las emociones; y no invalida el carácter mediador del docente: el que ayuda a alargar la mirada. Pero en este

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sentido, su rol se corre del lugar de evaluador, para asumirse como coordinador, capaz de revalorizar las diferentes resoluciones de una misma consigna (en un taller de escritura no hay respuestas únicas o “correctas”). (Ortiz, 2018, pp. 17-18).

Es desde ese lugar y desde esa posición que se ofrece, en esta Segunda Parte, una serie de secuencias de taller diseñadas para el aula de Literatura, cada una de ellas desglosada en los componentes básicos de una planificación: título, ejes temáticos, materiales necesarios, dinámica (momentos sucesivos). Y lo hacen a modo de una mesa servida, o de un caldero de ideas, para que el lector tome lo que desee y lo lleve a su propio escenario, reacondicionándolo, reescribiendo todo lo que sea necesario para que se adapte a su escuela, a sus alumnos, a sus posibilidades. Esto, no sin antes haber introducido una precisa advertencia en relación con cómo fueron diseñados y realizados cada uno de esos talleres por las propias autoras: “aunque sean experiencias que en algunos casos involucran otros lenguajes y diversos recursos, no fueron pensadas para Educación Artística ni como articulación de proyectos interdisciplinarios sino para aulas de Literatura” (Ortiz, 2018, p. 117). Esta expresión reafirma una posición no solo reivindicatoria para la didáctica de la literatura, donde esta no sea “un instrumento ‘para’ otros objetivos” (Ortiz, 2018, p. 117), sino que propone articular naturalmente prácticas de lecturas con prácticas de escritura de ficción, la gran ausente en todos los niveles, tanto en la educación básica como en la formación de profesores para el área.

El libro incluye, además y previo al desarrollo de las dos partes a las que hicimos referencia, un “Glosario”, que actúa como verdadera caja de resonancia de los conceptos centrales que orientan el libro en su conjunto, cada uno de ellos en referencialidad a autores, corrientes o colectivos que los consolidaron, tanto a través de indagaciones epistemológicas como en sus propuestas de trabajo o de experimentación. En este sentido, ese glosario opera también como un reporte del extenso trabajo de lecturas y de investigaciones que las autoras, como equipo de cátedra y de investigación, han llevado adelante durante varios años, lo que les ha permitido adoptar y construir categorías referenciales desde las cuales se comprende la propuesta general que se desarrolla en el libro.

“Que la ‘gran ocasión’ sea la suma de estas múltiples y sostenidas escenas que valieron la pena”, dice Ortiz (2018, p. 17), tomando el conocido adagio de Graciela Montes (2007). Para los lectores, sean docentes, estudiantes de profesorados, investigadores, talleristas, promotores culturales, narradores o trabajadores de la LIJ (literatura infantil y juvenil), es una gran ocasión para desandar las propias inquietudes y experiencias a la luz del aporte sustantivo que este libro ofrece a la problemática que se discute en el área, actualizando agenda y promoviendo la necesidad de ser intérpretes y hacedores no solo de una nueva didáctica, sino de una verdadera pedagogía de la lectura y de la escritura en las aulas de Literatura.

Referencias

Larrosa, J. (2003). Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel. Barcelona: Laertes.

Montes, G. (2007). La gran ocasión. La escuela como sociedad de lectura (2.ª ed.). Buenos Aires: Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación.

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