DE VINCULACIONES Y DESVINCULACIONES. DISCUSIONES EN TORNO AL FOLKLORE, EL NACIONALISMO Y LA IDENTIDAD EN EL ÚLTIMO CUARTO DE SIGLO XX

Fernando Fischman

Resumen

El campo del Folklore fue históricamente un espacio de articulación entre movimientos nacionalistas, ideologías sustancialistas acerca de las identidades nacionales y la construcción de proyectos de nación. Estas discusiones no fueron ajenas en la Argentina donde la asociación entre ciertas vertientes y formas de conceptualizar el Folklore dio como resultado la correspondencia entre una iconografía y un repertorio de formas expresivas con una idea de identidad nacional. A partir de la década de 1970 se comenzaron a repensar algunas de las bases sobre las que se habían fundado y desarrollado los estudios folklóricos en el país. En ese contexto, Martha Blache propuso una reformulación de algunos de los conceptos establecidos en una doble interacción dialógica, con los cientistas sociales localizados en la academia y con los folklorólogos situados en instituciones de formación artística. Este artículo analiza tres cuestiones nodales que abordó Blache en sus escritos: 1-la vinculación entre Folklore y nacionalismo, 2-la definición del concepto de Folklore y 3-la relación entre Folklore e identidad. Asimismo, propone orientaciones para seguir debatiendo a partir de estas propuestas realizadas en el último cuarto del siglo XX.

Palabras clave: Folklore – Identidad – Nacionalismo – Poética – Martha Blache

OF ATTACHMENTS AND DISENGAGEMENTS. DISCUSSIONS AROUND FOLKLORE, NATIONALISM AND IDENTITY IN THE LAST QUARTER OF THE 20TH CENTURY.

Abstract

The field of Folklore was historically a space of articulation between nationalist movements, substantialist ideologies about national identities and the construction of national projects. These discussions were in Argentina as well where the linkage between certain ways of conceptualizing Folklore resulted in a correspondence between an iconography and a repertoire of expressive forms with an idea of national identity. Beginning in the 1970s, some of the foundations on which Folklore studies had been founded and developed in the country began to be rethought. In that context, Martha Blache proposed a reformulation of some of the concepts established in a double

Doctor en Antropología, Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales de América Latina (IICSAL-FLACSO/CONICET) ffischman@sinectis.com.ar

Recibido 15/05/2019 Aceptado 23/09/2019

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dialogic interaction: with social scientists located in the academy and with folklorologists located in artistic training institutions. This article analyzes three nodal issues that Blache addressed in her writings: 1-the link between Folklore and nationalism, 2-the definition of the concept of Folklore and 3-the relationship between Folklore and identity. It also proposes guidelines for further discussion based on these proposals made in the last quarter of the 20th century.

Key words: Folklore – Identity – Nationalism – Poetics – Martha Blache

La recuperación de la democracia en el año 1983 permitió la apertura de espacios académicos para las ciencias sociales y humanidades al tiempo que dio lugar a replanteos que procuraron superar concepciones epistemológicas, teóricas y metodológicas pasadas.1 Si bien el fin de la dictadura cívico-militar fue un hito en término de cambios institucionales y reorientaciones disciplinarias que afectaron, entre otros, al campo del Folklore, éste se encontraba ya en el centro de fuertes debates conceptuales que el nuevo escenario profundizó. Ello se evidencia en la producción disciplinaria que comenzó a gestarse tímidamente a partir de la década de 1970 en determinados círculos académicos. En la Universidad de Buenos Aires, Martha Blache procuró repensar algunas de las bases sobre las que se habían fundado y desarrollado los estudios folklóricos en Argentina. A su regreso de su formación doctoral en la Universidad de Indiana en 1977, Blache planteó una renovación del campo de los estudios folklóricos en el país en base a una producción intelectual reflexiva en diálogo con las conceptualizaciones internacionales predominantes en la disciplina. Estas formulaciones se reforzaron también a través de su gestión en el marco de la Universidad de Buenos Aires a partir de la década siguiente en que accedió al cargo de Profesora Titular Regular de la materia Folklore General y a dirigir la Sección Folklore del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras. En esos espacios conformó equipos de investigación organizados a partir de sucesivos proyectos PIP financiados por el CONICET e inició la formación de tesistas y becarios. Asimismo, fundó y dirigió la Revista de Investigaciones Folklóricas que adquirió circulación internacional y en la que dio a conocer tanto la producción de sus equipos como la de colegas de otros ámbitos y también trabajos de reconocidos autores de centros académicos de América Latina, Estados Unidos y Europa. Además, publicó la Serie de Folklore, colección orientada a la traducción de textos relevantes de la bibliografía del campo con el objetivo de proveer materiales actualizados para su cátedra y también de difundir esta literatura en otros ámbitos de formación.

Más allá de los indiscutidos logros en términos de construcción del campo disciplinar que significaron todas estas realizaciones, Blache realizó un significativo aporte en términos de conceptualización teórica y metodológica. En el momento en que se produjo el crecimiento institucional de las disciplinas sociales y humanísticas que le permitió la promoción de los estudios folklóricos, ya había dado a conocer algunos de sus planteos que proponía como superadores de las perspectivas predominantes en el Folklore desde la década de 1940. Los nuevos espacios de docencia e investigación en esferas académicas y de formación artística dieron cauce entonces, en los últimos decenios del siglo, a una tarea de elaboración crítica basadas en una producción inmediatamente anterior, bosquejada en la década de 1970. Asimismo, habilitaron nuevas controversias construidas sobre la base de las posibilidades que brindaba una

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academia en crecimiento en un contexto de inéditos debates intelectuales y políticos entre los que se discutía también el estatus del Folklore como campo de conocimiento.

Entonces, más allá de sus logros de gestión planteó discusiones conceptuales que le permitieron polemizar tanto con quienes ponían en cuestión la legitimidad al campo como con aquellos que se negaban a someter a crítica conceptos establecidos.

Esas controversias, por lo tanto, se dieron enfrentando a posturas opuestas en un doble anclaje dialógico. Por un lado, los estudios folklóricos en el marco de la academia, frente a los cientistas sociales, en particular los del campo de la antropología, disciplina con la que el Folklore había compartido un trayecto histórico en la Universidad de Buenos Aires.2 Por otro lado, los estudios folklóricos en el marco de la academia, con los folklorólogos situados en los institutos de formación artística.3

La discusión con los cientistas sociales tuvo como objetivo primordial explicitar el modo en que los conceptos utilizados en los estudios folklóricos podían generar conocimiento socialmente relevante y desacoplar al folklore de cualquier asociación con posturas esencialistas, nociones sustancialistas de identidad y con ideologías nacionalistas. El Folklore también se autotitulaba “ciencia” con anterioridad, pero los interlocutores ante quienes tenía que defender su estatus científico en el país habían cambiado. Consecuentemente, los criterios de validación de su producción lo habían hecho. De un campo vasto (y ampliamente definido) como el de las “ciencias humanas” ahora tenía que validar sus méritos en el vasto campo de las ciencias sociales (también ampliamente definido). Se trataba de un campo en crecimiento en ese momento, en la que en la misma universidad se creó la Facultad de Ciencias Sociales (de la que antropología significativamente quedó excluida, ya que permaneció en su histórico espacio de la Facultad de Filosofía y Letras, aunque esta permanencia también fue parte de las discusiones de la época).

En las ciencias sociales argentinas, en los años posteriores a la recuperación de la democracia, en una etapa de auge y crecimiento de la antropología social en la Universidad de Buenos Aires, el área de Folklore era vista como un remanente de producción descriptiva al que se le perdonaba la vida por haber sido hasta ese momento el refugio para aquellos que no querían involucrarse en el área de Etnología liderada por Marcelo Bórmida.4 Por lo tanto, para los estudiantes de antropología de la década del 70, ya en cargos docentes y muchos de ellos dedicados a la investigación en los ochenta, la orientación de “Folklore” era el lugar donde habían podido resguardarse e incluso atreverse a incursionar en temas de investigación que desafiaban el interés predominante de este campo por la tradiciones-hispano criollas.5

En la década de 1980, los jóvenes docentes relataban historias de su reciente formación en la carrera a los aún más jóvenes alumnos en las que se recordaba el pintoresquismo de los contenidos de los “folklores”. Una vez que se tamizaban los aspectos anecdóticos que remitían a contenidos del Plan de Estudios vigente hasta 1985, es decir, ya superados en ese momento con el Plan configurado en democracia, se le reconocía al Folklore, entre otras cosas, el valor de haber incentivado y favorecido el trabajo de campo en sectores periféricos de las grandes ciudades y en áreas semirurales y rurales y a través de él, el contacto con los sectores populares y con sus problemáticas específicas.

Por su parte, la discusión con los folklorólogos ubicados en el campo de la formación artística tuvo como meta poner en cuestión conceptos establecidos y de uso habitual en su producción como los de identidad y tradición como herencias inalteradas del pasado, a partir del desarrollo de una crítica fundada.

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Es así como en el espacio académico, el Folklore defendió su legitimidad como ciencia social. Con las áreas de formación artística, con quienes no tenía que discutir la legitimidad de la disciplina -el folklore era un campo instituido- proponía someter a debate las nociones prevalecientes.

Esta lucha discursiva se dio en numerosos planos en esos años intensos -en los congresos y en los pasillos de los congresos, en las instancias de gestión académica, en las aulas y en los corredores de las facultades - pero se fundamentó conceptualmente en las publicaciones académicas. Por esa razón, mediante su análisis es posible determinar qué se discutió y en qué términos se lo hizo.6

Es importante examinar esos debates en la actualidad por varios motivos:

-por su relevancia en las disputas de la época

-porque apagadas hoy algunas de esas controversias, sus formulaciones tienen implicancias en debates contemporáneos

-porque a partir de sus planteos quedaron bosquejados lineamientos para retomar que constituyen un desafío para quienes seguimos trabajando en este campo

Blache realizó intervenciones significativas a través de obras que plantearon críticas a nociones prevalecientes en la disciplina y también concretaron propuestas teóricas y metodológicas. A continuación, desarrollo tres de dichas intervenciones asociadas a sendas publicaciones que ya desde su título constituyen declaraciones conceptuales y políticas. Estas no fueron las únicas, pero considero que son de enorme relevancia en el contexto provisto por numerosas otros artículos difundidos por la Revista de Investigaciones Folklóricas constituida en arena para la discusión teórica y de política cultural. Estas se sumaron a numerosas presentaciones en congresos y jornadas y abordaron cuestiones nodales interrelacionadas relativas a la historia del campo, la teoría y metodología y las bases de las políticas de la identidad. Estas cuestiones fueron las siguientes: 1-la vinculación entre Folklore y nacionalismo, 2-la definición del concepto de Folklore y 3-la relación entre Folklore e identidad. Todos estos asuntos se solapan, pero cada uno de los artículos relevados enfatiza en alguna de ellas en particular.

1-La vinculación entre Folklore y nacionalismo

El campo de los estudios folklóricos fue históricamente un espacio de articulación entre movimientos nacionalistas, ideologías sustancialistas acerca de las identidades nacionales y la construcción de proyectos de nación. Esta característica, que tuvo su base en la asociación entre manifestaciones expresivas y el denominado espíritu del pueblo se remontan a los planteos de Herder, y a partir de la asociación entre manifestaciones expresivas e identidad procedente del Romanticismo, y a la focalización en las culturas populares y en tradiciones adjudicadas a remotos pasados compartidos, fue común a los desarrollos de los estados-nación modernos (Ortiz, 1992). Estas discusiones no fueron ajenas en la Argentina donde la asociación entre ciertas vertientes y formas de conceptualizar el folklore, como las que se desarrollaron de la mano del criollismo con ideologías y movimientos nacionalistas a principios de siglo

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XXdio como resultado la correspondencia entre una iconografía y un repertorio de formas expresivas con una idea de identidad nacional (Chamosa, 2010; de Jong, 2005; Prieto, 1988) que también fue adquiriendo distintas coloraturas en función de las políticas culturales predominantes en diferentes momentos (Crespo y Ondelj, 2012).

En un artículo denominado “Folklore y nacionalismo en Argentina: su vinculación de origen y su desvinculación actual” (1991) Blache hace un recorrido por la historia de la disciplina con el objetivo de desmarcar la práctica académica de los estudios folklóricos, en particular la que en ese momento ella y su equipo llevan a cabo, de cualquier tinte nacionalista. Es así como fundamenta el modo en que en determinado momento histórico que ubicaba en la década de 1920 a partir de la publicación de La Restauración Nacionalista de Ricardo Rojas, y de la Encuesta Nacional de Folklore realizada bajo su inspiración, los estudios folklóricos habían estado ligados al discurso nacionalista. Lo singulariza como un lapso intermedio en el que el folklore se había ligado a nacionalismos de semblantes variados, aunque no discrimina con demasiada precisión cuáles son sus características específicas. No obstante, resalta que había existido una etapa anterior encarnada por “científicos” -desde Ambrosetti hasta Lehmann-Nitsche- hacia fines de siglo XIX y principios de siglo XX, que habían trabajado de acuerdo a los criterios ilustrados de la época, y una etapa posterior, que comenzaba con su propia ruptura, que sería la “desvinculación actual” del título del

artículo en la que se sitúa en una genealogía con las llamadas “Nuevas Perspectivas” trazadas internacionalmente en la década del 1970.7 Las argumentaciones que sostiene esta obra pueden ser leídas como parte de los intentos por reposicionar a los estudios

folklóricos en el campo de la antropología tal como era comprendida y proyectada en la década de 1980. 8 En el período posdictatorial, esta lucha debía dejar establecido que entre el campo del folklore e ideologías afines al régimen que había gobernado entre 1976 y 1983 no había puntos de contacto. De todos los artículos de la época es el único que articula un discurso contextualizado en términos sociopolíticos.

Este planteo tuvo gran repercusión porque si bien fue publicado inicialmente en la Revista de Investigaciones Folklóricas, fue vuelto a editar en Runa, la publicación del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires al año siguiente y también en una compilación de Rosana Guber y Sergio Visacovsky (2002) centrada en la historia de la antropología en la Argentina que diez años después siguió tomándolo como una referencia significativa.

Es importante notar que el énfasis que ponía en ese artículo para desmarcarse de la producción del Folklore asociada a ideologías y movimientos nacionalistas no era solo un argumento retórico, sino que se trataba de una práctica que había sostenido en su actividad académica. A partir del regreso de su formación en la Universidad de Indiana

Blache se abocó a los temas históricamente tratados por los estudios folklóricos, pero con una mirada que atendía a sus complejidades socioculturales.9 Es así como analizó narrativas de creencia -memorates- en las que incorporaba variables contextuales como componentes relevantes que anclaban en una realidad social, como el hecho de que eran relatadas por migrantes paraguayos procedentes de comunidades rurales en sus lugares de residencia, los barrios periféricos de las grandes ciudades (Blache 1983). También se adentró con una mirada crítica en las temáticas más ligadas a concepciones cristalizadas del Folklore cuando investigó fiestas (Bomben y Dupey, 2016). En su análisis de la Fiesta de la Tradición en San Antonio de Areco (1979), ponía la lente en la intervención institucional de distinta índole en la organización y continuidad de la celebración, desde

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organismos estatales (el municipio, la oficina de turismo) hasta asociaciones de la sociedad civil como organizaciones tradicionalistas.

Este cambio de foco es muy sustancial, más allá de que 40 años después en ámbitos académicos casi parezca una obviedad la participación de actores de distintos estamentos en la conformación de una fiesta, porque fue publicado tiempo antes de que Hobsbawm y Ranger (1983) editaran La invención de la tradición (The Invention of Tradition) y ya estaba diciendo entonces, frente a las concepciones prevalecientes acerca de la ancestralidad de la cultura gauchesca ligada a una identidad que hundía sus orígenes en una historia telúrica nacional, que ésta se sostenía no en saberes transmitidos en forma empírica sino en activaciones institucionales que ponían ciertos saberes en circulación. Ese análisis implicaba hacer un señalamiento incómodo ya que hacía visible algo que hasta entonces pasaba desapercibido porque no era conceptualizado, por varias razones relacionadas:

-el aparato teórico-metodológico predominante estaba orientado hacia la trasmisión oral y el aprendizaje empírico en los que no entraban los canales institucionales.

-el tinte ideológico conservador del campo tampoco permitía ver el entramado entre lo institucional y la circulación de saberes a través de la tradición oral.

Posteriormente, estudió fiestas en la provincia de Santa Fe, en la localidad de Esperanza: la Fiesta Nacional de la Agricultura y la Fiesta de la Cerveza en las que otra vez posó la mirada en las acciones de las instituciones estatales10 (Blache, 1983-1985)11. Esto llevó a otro descentramiento del foco que, desde por lo menos la década de 1940, había tenido el folklore en nuestro país a partir de las influyentes elaboraciones de Augusto Raúl Cortazar basadas en la dicotomía entre sociedad “folk” y sociedad “urbana”. Si bien éstas no se expresaban abiertamente en términos nacionalistas, reforzaban una asociación semántica entre, por un lado, lo “folk” y lo telúrico, ligada a una auténtica identidad nacional asentada en sus componentes hispano-criollos y por otro lado, lo “urbano” vinculado al cosmopolitismo resultante de las migraciones, principalmente las de ultramar. No es menos relevante la realización de un estudio de estas características en una localidad conformada a partir de migraciones europeas de fines de siglo XIX y principios de siglo XX, que reforzaba la temática migratoria como un eje de incumbencia para los estudios folklóricos.

2-La definición del concepto de Folklore

A partir de su convicción de que las conceptualizaciones dominantes en los estudios folklóricos en la Argentina no permitían dar cuenta de la complejidad de los fenómenos que analizaban, Blache optó por efectuar una crítica a las miradas prevalecientes desde la década de 1940, consolidadas ya como verdades irrefutables. Es así como se adentró en otros caminos, en diálogo con la antropología lingüística y la semiótica, más afín a las discusiones internacionales que tenían lugar desde la década de 1960 y habían llevado a una reformulación del campo. Éste promovía ahora la atención hacia las numerosas dimensiones contextuales en las que los fenómenos caracterizados como folklóricos se desarrollaban. Basta citar obras clásicas de esta reorientación que Blache no solo citaba sino que tradujo al castellano como “Textura, texto y contexto” (Texture,

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Text and Context) de Alan Dundes (1964) y “Acerca de los contextos” (“On Contexts”) de Hermann Bausinger (1980).12 Esa reformulación la había registrado durante su estadía en la Universidad de Indiana, donde la fuerte tradición filológica centrada en la clasificación de textos estaba dando paso, o más bien estaba siendo desplazada, por estos enfoques contextuales. Es importante recordar que este centro académico había sido el lugar de trabajo de Stith Thompson, que formuló el índice de tipos del cuento folklórico que continúa siendo hasta el día de hoy uno de los pilares de los estudios folklóricos en una de sus ramas, la tradición filológica, pero ahí mismo -y también en otros centros de referencia para el Folklore como la Universidad de Texas o la de Pennsylvannia- se estaban concretando nuevas aproximaciones más ligadas a la antropología, como las de su director de tesis, Richard Dorson, Américo Paredes y también la etnografía del habla desarrollada por Dell Hymes.

Igualmente, es pertinente tener presente que en el ámbito académico nacional sí se pensaba en términos de contexto desde mucho antes, basta mencionar la propuesta cortazariana, aunque dentro de un aparataje conceptual que limitaba los alcances de esa noción.13 Subsistía, no obstante, como objeto de cuestionamiento la poca capacidad explicativa de las investigaciones y, principalmente, la especificidad del campo. En ese marco es que los estudios folklóricos tuvieron que defender su legitimidad a partir de la puesta en cuestión de conceptos establecidos. Ese es el proyecto que Blache desarrolló en colaboración con el semiólogo y metodólogo Juan A. Magariños de Morentin y presentó en el Congreso Iberoamericano de Folklore de Santiago del Estero de 1980. Su documento fundacional es “Enunciados fundamentales tentativos para la definición del concepto de folklore”, artículo que focaliza en lineamientos y conceptos que constituyeron el campo en Argentina, y también en el resto del continente y los somete a revisión.

A pesar de que esta publicación quedó identificada como el planteo rupturista con la tradición disciplinaria anterior, Blache venía prefigurando dicha propuesta en publicaciones individuales anteriores y la extendió después en otras obras que difundió paralelamente a las que escribió en colaboración. La base fundante de esta discusión precede a este momento puntual en algunos años, primero cuando Blache empieza a poner la mirada en actores que no estaban presentes anteriormente en las descripciones predominantes en la folklorística local y luego cuando comienza a debatir dentro del campo del Folklore mismo con dos herramientas: a-la historización, como se desprende del artículo en el que traza la relación entre Folklore y nacionalismo, y b-la búsqueda de exactitud conceptual, que es la característica constitutiva de esta obra puntual.

Aunque el artículo está firmado por Blache y Magariños, hay suficientes marcas autoriales que dan cuenta de que es Blache quien se pone en el centro de la discusión. La principal es que en algún punto menciona “en un trabajo anterior realizado con Juan Angel Magariños de Morentin” (p.7) con lo cual se evidencia que es Blache quien enuncia. Además, en este texto aparecen expresiones y frases prefiguradas en sus trabajos anteriores individuales (Blache, 1979) lo que muestra un proceso de maduración de las ideas que llevaba largo rato. Es ella quien proviene de este campo disciplinario y es quien tiene el interés principal en discutir premisas hasta ese momento incuestionables.14 Magariños proporciona el fuerte anclaje en la semiótica cognitiva con el que fundamenta metodológicamente sus propuestas y también precisión terminológica para refutar afirmaciones de la bibliografía disciplinaria.

A través de una detallada argumentación en esta obra se plantea persuadir de la relevancia de un desarrollo teórico y metodológico “verdaderamente científico”. Se

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traza, así como objetivo “restructurar los puntos de partida para una teoría científica del folklore”. Ese intento por posicionar el Folklore en el marco de las ciencias sociales se evidencia desde el título mismo. Se trata de formular “enunciados” que serán “tentativos”, es decir sujetos a revisión y refutación, que lleguen a una definición del concepto mismo de folklore. Es una empresa bastante ambiciosa que llega a cuestionar nociones establecidas firmemente hasta ese momento. Plantea entonces la necesidad de discutir la disciplina, su objeto de estudio y la base social de los fenómenos que analiza.

Como parte de esta tarea de desestructuración de conceptos cristalizados, uno de sus focos está en el cuestionamiento a la ambigüedad terminológica vigente. Cierto es que resulta algo paradójica la combinación estilística de esta obra que a la par de criticar la indeterminación conceptual de la bibliografía del campo y postular la necesidad de un enfoque científico se presenta como una orientación para el futuro de la disciplina. Por un lado, se lee como un ensayo que prescinde casi de las citas bibliográficas, que es una marca del género “escrito académico” (hay solo tres y dos son a obras propias). Por otro lado, presenta bastante aridez para la lectura por la utilización de terminología que no es corriente en la antropología ni en las disciplinas artísticas, como “metacódigo” o “estructura significativa homóloga”.

Resulta llamativo que la crítica a afirmaciones o posturas de otros autores también se hace imprecisamente:

“los trabajos de los autores hispanoamericanos” (p. 6) -sin especificar a qué autores se refiere-;

“en nuestro país ciertas propuestas teóricas han sido adoptadas como principios irrefutables por quienes se interesan por el folklore” (p.6) -sin aclarar de qué propuestas se trata ni quiénes son los que “se interesan por el folklore”;

“la actitud de quienes han encarado estudios folklóricos no ha sido en muchos casos estrictamente científica” y “que los enfoques teóricos no han sido suficientemente sistemáticos” (p.6) -sin citar bibliografía que sustente estas afirmaciones;

“Al menos, entre los autores hispanoamericanos no hay acuerdo en cuanto al lapso transcurrido para considerar a un fenómeno como tradicional” (p.12)

“Ha sido una tendencia frecuente entre los especialistas hispanoamericanos limitar la manifestación a un área geográfica. Algunos (sic) sostienen que el ámbito rural es el único apto para generarla” (p.14).

Si bien es cierto que la obra citada dos veces es un trabajo anterior “Síntesis crítica de la Teoría del Folklore en Hispanoamérica” (1980ª) y de ahí proviene el análisis que le permite hablar genéricamente de los “autores hispanoamericanos” no deja de ser evidente el intento simultáneo, por lo menos en este escrito, de no personalizar la discusión y de posicionarse en un plano rupturista con toda la tradición disciplinaria continental anterior.

Se puede interpretar que la hibridez estilística responde también a la heterogeneidad de interlocutores a quienes procura interpelar.

En su crítica a la ambigüedad terminológica, se plantea que términos como “popular”, “colectivo”, “tradicional”, provienen del empleo en el lenguaje cotidiano, pero, los integrantes del campo saben que, más allá de los significados de esos vocablos asentados en un sentido común generalizado, esos son tres de los ocho rasgos con los que Augusto Cortazar había caracterizado a los fenómenos folklóricos con lo que, sin

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nombrarlo, está cuestionando su definición, que era la predominante e indiscutida hasta aquel momento y también adoptada mayormente en América Latina.15 En 1975 se había publicado el libro Teorías del Folklore en América Latina editado por Manuel Dannemann en Venezuela. El volumen ofrecía una foto bastante representativa de los estudios folklóricos en el continente. Los ensayos incluidos muestran una gran cantidad de nociones compartidas, influidas por las ideas de Cortazar, que también participó del ejemplar con una obra póstuma (falleció en 1974).16

En este trabajo de posicionamiento en el marco de las ciencias sociales los “enunciados” se ubican en una línea racionalista para oponerse a las miradas “románticas”. Con cierta ironía, el texto afirma:

Se ha confundido al folklore con el amor a lo nuestro, al terruño. En tanto no se espera que el físico ame al átomo para estudiarlo o que el botánico quiera a la planta para describirla, clasificarla y analizarla

Asimismo, se plantea una antítesis con respecto a los componentes románticos del campo a través de una comparación con la física o la biología (¿ciencias exactas y naturales como prototipo de la “ciencia”?) como un ideal implícito a alcanzar y un distanciamiento con respecto al discurso de tinte nacionalista, la mención a “lo nuestro” o a “el terruño”.

Y luego:

Observamos a menudo, al menos en la Argentina, que por el solo hecho de que un libro o un artículo traten sobre el campesino, el gaucho o el criollo ha bastado para clasificarlo como producción folklórica sin tener en cuenta si al abordar estos temas el autor ha tenido en consideración las especificidades del hecho folklórico.

Por lo tanto, se deslindan categorías muy densas establecidas como atinentes a los fenómenos folklóricos y se afirma que:

-no es el campesino un eje relevante

-no es el gaucho un sujeto que per se tenga que ligarse a lo folklórico

-no es el criollo un objeto de estudio necesariamente pertinente

Es decir, aquellos a quienes el término “folklore” en su acepción generalizada en el campo considera la base social de los fenómenos folklóricos y que serán aludidos en el artículo sobre la relación entre Folklore y nacionalismo antes citado. Asimismo, se deconstruyen premisas establecidas, siempre tomando como ejemplo a fenómenos estudiados por la folklorística (“danza o práctica mágica” (p.8); el culto a la Difunta Correa, (p. 14) “enseñarle a usar un tipo de vestimenta”; “a creer en una leyenda”, “a tejer una manta”; “a construir una vivienda” o “a celebrar una fiesta” (p.13). Es decir, en diálogo con la producción anterior del campo que se propone poner en cuestión.

En este esfuerzo por hacer un planteo abarcador y por mostrar rigor metodológico se discute también la noción de “tradición” y se plantea que “un fenómeno no necesariamente debe transmitirse por vía generacional, sino que puede ser por sucesión”.

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Luego se propone “considerar las especificidades del hecho folklórico” que se van desgranando en nueve enunciados hasta llegar a una definición de Folklore que se caracteriza como provisional:

“Es un mensaje social con contenido identificador-diferenciador, interpretable según el metacódigo no institucional vigente en el grupo de los sucesores sustitutivos de quienes lo generaron”

Es decir, como un efecto de significación que producen determinados mensajes en su circulación. En la definición entonces, se plantea que el fenómeno folklórico es un comportamiento que genera grupos de identidad. El concepto que queda sin problematización es el de “identidad”, como también la asociación naturalizada en la literatura temática entre folklore e identidad. Ambos términos siguen entrelazados.

Ese planteo inicial fue seguido por una serie de artículos en los que a través de un trabajo reflexivo ambos autores fueron refinando la definición. Bosquejaron un concepto de "grupo folklórico" (1986), presentaron lineamientos metodológicos para el análisis de la narrativa folklórica (1987; Magariños de Morentin, 1994), revisaron su definición inicial (Blache y Magariños de Morentin, 1992), y abordaron la noción de contexto (Magariños de Morentin, 1993; Blache y Magariños de Morentin, 1993). Es decir, que es posible referirse a dos décadas de trabajo concreto sobre una conceptualización rigurosa que tomaba como eje de discusión tanto los conceptos desarrollados anteriormente por el Folklore en el ámbito local como las cuestiones que se discutían simultáneamente en otros países.

Dichos “Enunciados…” constituyen una pieza retórica mediante la que Blache plantea una posibilidad de innovación que permita a los estudios folklóricos dar cuenta de la variedad de los fenómenos que estudian. Se trata de una “pieza retórica” porque procura persuadir, a unos -los cientistas sociales, en particular los antropólogos- de que el folklore es efectivamente una ciencia, y a otros, -quienes se desempeñan en instituciones de formación artística- de que los conceptos que utilizan están perimidos.

Si bien no es el único artículo de la disputa discursiva por el espacio, las incumbencias y la relevancia de los estudios folklóricos, sino que, como indiqué, deber ser leído como un eslabón de una serie que comienza en la década de 1970 y continúa hasta la de 1990, “Enunciados fundamentales tentativos para la definición del concepto de folklore” se constituyó a lo largo de los años en la pieza fundamental de esa discusión. Por varios motivos concurrentes:

-por su contenido conceptual

-por su utilización en distintos ámbitos académicos: como marco teórico de los proyectos de investigación financiados por organismos de ciencia y técnica y principalmente por su persistencia en el programa de Folklore General de su cátedra, donde figura hasta el día de hoy. Es decir, casi 40 años después de su formulación.

-porque fue y continúa siendo replicado en diferentes instituciones educativas: institutos de formación docente, artística, y profesional, tales como escuelas de museología, turismo, y otras de distintos puntos del país que cuentan con la asignatura “Folklore” en sus planes de estudios como un planteo rupturista

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3-La relación entre Folklore e identidad

Folklore e identidad son dos términos que suelen ir juntos, no porque haya una afinidad intrínseca entre ellos sino porque hubo una construcción histórica de esa asociación que se remonta al Romanticismo y que se fue solidificando mediante el trabajo de pensadores, artistas, políticos y a través de instituciones a lo largo de más de dos siglos de distintas maneras en diferentes lugares según las dinámicas de cada sociedad. Ello también es notable en la literatura disciplinaria en Argentina.17

Por su parte, la antropología trabajó fuertemente desde la década de 1970 para desacoplar la identidad de la cultura. Desde algunos textos fundantes como el de Fredrik Barth (1976) ya no se afirma que para identificarse con un colectivo determinado es necesario compartir una cantidad de rasgos culturales. Como parte de esa empresa de discusión teórica y también de política académica Blache abordó, siguiendo los lineamientos de su propuesta, la relación entre Folklore e identidad hacia el fin de esa década inmensamente productiva de su carrera. Se trata de “Construcción simbólica del otro: una aproximación a la identidad desde el folklore” que publicó en 1989. Este escrito abiertamente plantea el modo de hacer un aporte al estudio de las identidades sociales desde los estudios folklóricos a partir del análisis del caso de las localidades de frontera en la Provincia de Corrientes, tema que fue ciertamente uno de los grandes tópicos y desafíos para las ciencias sociales de esa década. Como trabajo empírico con rigurosidad analítica es ejemplar ya que señala con fundamento el modo en que las identidades sociales se forjan en interacciones comunicativas que van construyendo la alteridad. Logra así su objetivo de demostrar la manera en que desde este campo se puede participar de una de las discusiones más relevantes del momento. No obstante, en esa discusión queda relegado el componente básico que proviene de la tradición romántica y que media entre ambos términos, que es la poética. El análisis considera a los mensajes enunciados en las interacciones comunicativas solo en su carácter referencial y a partir de ahí se colige el modo en que se van construyendo las imágenes recíprocas entre los pobladores de la zona fronteriza entre Argentina y Brasil. Esa cuestión tan intrínseca a la historia de los estudios folklóricos que remite a la dimensión estética de la oralidad es mencionada someramente, pero no analizada. Se alude a determinados géneros de arte verbal, pero siempre a partir de la referencia a ellos de los habitantes de la región en contexto de entrevista y no de las situaciones de ejecución.

En coincidencia con el desarrollo teórico de Barth, la propuesta de Blache afirma que el efecto identificatorio no se puede determinar a priori, sino cuando efectivamente se produce, con lo que confluye con esa elaboración. En esa confluencia, que le permite un acercamiento a las discusiones de la época, se diluye la especificidad del folklore. Blache no habla de manifestaciones expresivas, ni de poética. Sí plantea como imprescindible que haya un soporte perceptual, pero puede ser un discurso referencial. No considera a la elaboración estética en sí misma como un rasgo relevante.

Su proyecto de deconstrucción pone especial énfasis en el desarrollo de una metodología que acerque la folklorística a lo social y deja de lado el hecho de que el folklore siempre, desde las formulaciones de Herder en adelante, se centró en las manifestaciones expresivas de la cultura. 18 Si desde los estudios folklóricos se quería hacer un aporte al conocimiento científico genuino, es decir, entroncado indiscutiblemente en la historia del campo, tenía que partir del análisis de la dimensión estética de los discursos analizados como parte de interacciones comunicativas, para desde ahí abarcar otras dimensiones contextuales más amplias. Estas cuestiones quedaron abiertas para continuar.

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A modo de conclusión

El campo de los estudios folklóricos liderados por Blache como parte de la disciplina antropológica se fue desarrollando hacia fines de siglo XX como un ámbito de discusión procurando persuadir a académicos y practicantes del campo artístico de que:

-la asociación del Folklore con la ideología nacionalista había predominado en solo una etapa de su existencia

-se había desarrollado en un marco científico en la mayor parte de su historia - primero con los “precursores” naturalistas y luego de acuerdo con los criterios internacionales vigentes

-contaba con herramientas conceptuales propias para abordar críticamente el estudio de las identidades sociales que ya la antropología social reclamaba como espacio de su competencia. Estas herramientas no incluían determinadas singularidades del campo desde sus orígenes que habían sido mantenidas en las elaboraciones teóricas llevadas a cabo en otros contextos nacionales, como era el foco en la poética de la comunicación que sostenía Richard Bauman, uno de los autores más influyentes del campo en esta etapa y cuyas obras se tradujeron sistemáticamente.

Como muestran los tres artículos referenciados, en conjunción con todos los que componen una cadena que se inicia a fines de los setenta y se prolonga hasta fin de siglo, el desarrollo de los estudios folklóricos en el proyecto que lleva a cabo Blache tuvo el enorme mérito de examinar conceptos y prácticas anteriores y formular teoría y metodología.19 Lo hizo procurando dar un basamento metodológico constructivista con el que fue desmontando muchas de las nociones precedentes, menos la de identidad que, aunque desacoplada de nociones sustantivas -y con mucho énfasis de las asociadas al nacionalismo- sostuvo como parte de la definición de “fenómeno folklórico”.

Quedó diferida la reflexión sobre el concepto mismo de “identidad” desde la perspectiva de los estudios folklóricos en la genealogía que desde el Romanticismo hasta los estudios de arte verbal como performance. También, incorporar el foco en la dimensión expresiva de la cultura constitutiva de esta tradición disciplinaria. Es decir, luego de la crítica y deconstrucción de la vinculación entre Folklore e identidad, el trabajo de Blache se interrumpió antes de hacer un acercamiento entre la perspectiva desarrollada y las bases de este campo que desde sus orígenes estudia las elaboraciones estéticas de la humanidad. Es decir, sin volver a centrarse en la poética, en la creación humana en su contexto o sus múltiples contextos de realización y analizando la dinámica social a partir del entramado que tejen los sujetos en su interacción ligando saberes pretéritos y mundos anticipados.

Luego de las críticas y reformulaciones de los estudios folklóricos lideradas por Blache en el último cuarto de siglo XX, el análisis de formas expresivas con arraigo en el pasado, situadas en su contexto histórico, y con particular atención la capacidad de agencia de los actores para forjar nuevas realidades a partir de saberes anteriores es el camino abierto para continuar indagando en un campo que atraviesa su tercer centuria y

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continúa reflexionando hoy ya bien entrado el siglo XXI, acerca de la dimensión expresiva de los procesos socioculturales. En la coyuntura actual, signada por múltiples situaciones a nivel global y regional en las que identidades y derechos concomitantes se plasman en luchas para defenderlos que retoman saberes ancestrales y ponen el foco de las disputas en conocimientos interculturales, continuar ahondando en las formulaciones conceptuales del Folklore -particularmente en la vinculación entre la ejecución de formas expresivas y la construcción de identificaciones- se presenta más que como una opción, como una necesidad para investigadores de problemáticas socioculturales.

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Notas

1Algunas de las ideas presentadas en este artículo fueron expuestas en el Tercer Congreso de Folklore e Identidad Rionegrina y Regional que se desarrolló en la ciudad de Choele Choel el 17, 18 y 19 de mayo de 2019. Agradezco los comentarios recibidos en esa oportunidad de colegas y público asistente que permitieron profundizar las nociones ahí expresadas.

2En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires Folklore había existido como licenciatura por un lapso corto, entre 1955 y 1958 cuando se creó la carrera de Antropología. En ella se produjeron numerosos cambios entre las décadas de 1970 y 1980. Un Plan de Estudios sancionado en 1976, luego del golpe cívico-militar produjo una nueva estructura departamental. En ese Plan, Antropología se separó de Historia, a la que había estado unida por un lapso breve luego de la intervención a la Facultad de 1974. Asimismo, se estableció un plan con materias anuales y un riguroso ordenamiento por año, luego del cual se otorgaba el título de Licenciado o profesor en Ciencias Antropológicas (Smolensky y Gurevich s/f). En ese Plan de Estudios había una numerosa cantidad de materias del campo: Folklore, Folklore Argentino y Americano I Y II y la orientación en Folklore con materias como Dialectología Hispanoamericana, Metodología y Técnica de la Investigación Folklórica, Folklore Español, Seminario de Folklore I y II. En el Plan de Estudios aprobado en 1985, quedaba solo una asignatura relativa a la disciplina: “Folklore General”

3Alternativamente me referiré al Folklore y a los estudios Folklóricos personalizados en la figura de Martha Blache. Ello se debe a su posición de liderazgo en el campo que se manifestó, como lo expreso a lo largo de este artículo en su profusa producción en la etapa abarcada y en todas las herramientas con las que gestionó en la construcción del campo. Y no en menor medida, a que literalmente, también encabezó acaloradas discusiones en los ámbitos en que los debates se llevaron a cabo.

4La relación entre Etnología y Folklore y sus dos figuras dirigentes en el marco de la Universidad de Buenos Aires -Marcelo Bórmida y Augusto Raúl Cortazar – son desarrolladas extensamente en Briones y Guber (2008)

5Una muestra de las posibilidades que brindaba esta orientación se encuentra en la ponencia denominada “La inmigración extranjera y la formación de la cultura popular. Aportes para su estudio” que presentaran Dora Jiménez, Silvia García, Ana María Dupey y Carmen Varela

(1981) en el Congreso Internacional de Folklore Iberoamericano de Santiago del Estero en septiembre de 1980, en la que se menciona la realización de historias de vida por parte de estudiantes, algunos de los cuales luego ocuparon cargos docentes, de investigación y gestión.

6En un artículo reciente María Inés Palleiro (2019) describe los vasos comunicantes entre la Revista de Investigaciones Folklóricas y las publicaciones que sucesivamente fue editando el Profesorado Nacional de Folklore, primero en forma de Actas de sus Jornadas de Investigación y luego con la denominación Folklore Latinoamericano. Centrándose en su propia carrera académica, menciona la difusión de artículos propios en ambas publicaciones. También

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menciona a otros investigadores que daban a conocer sus trabajos en las dos publicaciones dando cuenta de una interacción fluida entre investigadores de instituciones académicas y de formación artística en esos años.

7La denominación “Nuevas Perspectivas” proviene del nombre del eminente libro publicado por Américo Paredes y Richard Bauman Towards New Perspectives in Folklore en 1972.

8Sostiene la misma línea argumentativa de división entre una etapa temprana en el que los estudios folklóricos estaban guiados por investigadores como Lehmann-Nitsche y una más reciente originada a partir de la década de 1960 en un artículo muy posterior que publica en coautoría con Ana María Dupey. Significativamente, aunque la mención a la asociación del folklore con los procesos de construcción de la nación se mantiene, ésta se presenta de manera mucho más matizada (Blache y Dupey, 2007)

9La formación de Blache en la Universidad de Indiana puede considerarse en dos etapas. La primera de ellas, entre 1963 y 1967 en que cursa sus estudios curriculares y la segunda, en 1977, en que redacta y defiende su Tesis de Doctorado. En el lapso intermedio, se gestaron las importantes reorientaciones a nivel internacional con cuyos autores tuvo un fluido diálogo, que guiaron también su trabajo en el contexto local.

10A modo de ejemplo, la siguiente cita “Como se puede aprecier, esta fiesta no surge por una acción espontánea de la población, sin o que es implantada por instituciones oficiales, no obstante concretar una aspiración de esta comunidad” (Blache, 1983-85: 15).

11Aunque la publicación corresponde a la edición de los años 1983-85 de Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, en el artículo la autora consigna que el trabajo de campo fue realizado en el año 1978

12No parece casual que ambos textos hayan conformado el primer volumen de la Serie de Folklore que dirigió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en 1988

13Briones y Guber (2008) afirman que la influencia de Cortazar en Argentina y en América Latina resultó de su habilidad para combinar los conceptos de la Escuela Histórico-Cultural, del funcionalismo malinowskiano, del culturalismo norteamericano y de los folklorólogos de todo el continente, es decir una combinatoria amplia que le permitía discurrir en varios espacios de discusión.

14También es evidente su interés en discutir dentro del mismo espacio académico cuando en el año 1992 publica una revisión de los “Enunciados…” con una fuerte respuesta dirigida a dos alumnos de la carrera de Ciencias Antropológicas que habían efectuado un cuestionamiento a su formulación (Blache y Magariños de Morentin, 1992)

15Cortazar (1975) define al “fenómeno folklórico” con ocho rasgos: popular, colectivo, tradicional, oral, anónimo, empírico, funcional y regional

16Augusto Raúl Cortazar desarrolló una prolífica carrera de la que dan cuenta particularmente sus publicaciones a lo largo de cuatro décadas y mediante las cuales planteó los lineamientos dominantes en el campo de los estudios folklóricos en Argentina (ver Cortazar, 1939; 1942; 1944; 1949; 1949; 1975).

17Algunas de estas cuestiones para el caso latinoamericano en general fueron tratadas en Fischman, 2012

18El artículo de Richard Bauman “Differential Identity and the Social Base of Folklore

(Identidad diferencial y base social del Folklore) publicado en Toward New Perspectives in Folklore en 1972 cuestiona la idea de que una identidad compartida es el prerrequisito para la ejecución grupal de formas artísticas verbales. Es decir, pone de manifiesto la configuración identitaria en la interacción, pero manteniendo como eje las manifestaciones expresivas, ya sea relatos, rimas o proverbios, entre otros géneros.

19Como parte de esta larga serie, también resulta pertinente mencionar algunas de las elaboraciones de sus discípulas (ver Cousillas, 1989 y Bialogorski y Cousillas, 1992 ) realizadas en el marco de los proyectos de investigación grupales bajo su dirección.

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