Los misterios insondables de la carne. Una lectura de La carne viva de Pablo Maurette

Pablo Maurette. La carne viva. Buenos Aires: Mar Dulce, 2018, 227 pp.

Agustina Giuggia [*]

Pablo Maurette (1979) es licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, magíster en estudios bizantinos por la Universidad de Londres, doctor en literatura comparada por la Universidad de Carolina del Norte y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Chicago. Sin embargo, su nombre se hizo conocido en Argentina luego de que en el verano de 2018 propusiera, a través de la red social Twitter, comenzar una lectura colectiva de la Divina Comedia de Dante Alighieri. A pesar de la novedad, esta apuesta por democratizar la palabra no es la única que podemos rastrear en la carrera de Maurette, ya que ha sabido construir líneas de fuga a los imperativos de la escritura académica a través de la publicación de dos libros de ensayos difíciles de encasillar que recuperan su trabajo doctoral y lo hacen llegar a un público más vasto.

La primera de sus obras es El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto (2015), en donde se dedica a explorar la manera en la que el arte, la filosofía y la literatura evocan de una forma u otra la experiencia de lo táctil, relativizando la primacía del oculocentrismo de Occidente. Allí, Maurette no solo aborda obras o autores que tematizan el sentido del tacto, sino que también busca rescatar aquellas expresiones artísticas que producen experiencias hápticas, es decir, que tocan, que conmueven, que emocionan. Si tenemos en cuenta que el tacto es un sentido ligado excepcionalmente al cuerpo, podemos entender por qué, en su segundo libro, el autor opta por rasgar la superficie de la piel para dedicarse de lleno al estudio de la carne. La carne viva (2018), objeto de esta reseña, es una obra que puede pensarse como continuación temática de la anterior en la medida en la que en ambas subyace, con la misma fuerza, una idea central: el arte tiene la capacidad de afectar.

El libro comienza con un prefacio en el que Maurette retoma una fábula antigua sobre un náufrago en una isla desierta, cuyo autor es Abentofail, un intelectual musulmán del siglo XII. En esta historia, un niño es criado por una cierva y cuando ésta muere, en él nace una inquietud intelectual: cuál es la diferencia primera entre la carne viva y la carne muerta. Este planteo le sirve a Maurette para abordar lo que podríamos llamar el enigma de la carne a partir del fenómeno de la encarnación, entendido por fuera de su ligazón religiosa, como proceso mediante el cual algo cobra vida. A partir de allí, el autor propone entender a la obra de arte como una forma particular de encarnación y por ende, da inicio a un recorrido por imágenes, metáforas, obras y autores vinculados a la carne con el objetivo de encontrar el núcleo donde germina la creación artística.

En el primer capítulo de la obra, “Primero de enero”, Maurette retoma un problema que ha desvelado a los representantes de la ortodoxia cristiana, como lo es la circuncisión de Cristo, relatado en la Biblia. Mediante la evocación de dicho episodio, el autor no solo instala de lleno el tema de la carne, sino que también revela de alguna forma el milagro de la creación literaria. Para Maurette, una mirada secular de la historia de la circuncisión de Cristo permite analizar en detalle la mecánica de la imaginación narrativa y el papel fundamental que, en ello, desempeñó el cristianismo.

“Borges y la bestia de bengala”, el segundo capítulo de La carne viva, ingresa de lleno en la vida y la obra del escritor argentino bajo una hipótesis central: Borges debe ser entendido como una escritura que se hizo cuerpo. Según Maurette, Borges volvía literatura todo lo que tocaba, en parte, porque su ceguera lo obligaba a proteger su memoria mediante la encarnación en palabras de lo vivido. En él, ese imperativo de metamorfosear la experiencia transforma la ceguera en un don, en la medida en que implica la iniciación de una nueva vida, obligadamente háptica. Como se puede ver, Maurette lleva adelante una revisión del archivo crítico borgeano para sacar a la luz un Borges táctil, frente a aquellas lecturas metafísicas y milongueras del escritor argentino.

El capítulo tres, “El infierno de Ashoka”, es un ensayo sobre el fenómeno del dolor, a partir de la historia del tercer emperador Mauria y su cárcel, templo infernal en donde se realizaban toda clase de castigos corporales. Recuperando las creencias budistas sobre el sufrimiento y el deseo como principales pilares de la vida humana, Maurette resalta el hecho de que es en el dolor en donde se manifiesta el cuerpo en tanto que carne. Lo interesante aquí, es que el autor retoma esa idea de cuerpo violentado para explicar el mecanismo de la traducción literaria al pensarla como un ultraje del texto que lo disecciona para luego recomponerlo.

“Historia natural de la autodestrucción” es el capítulo que sigue y está enteramente dedicado a analizar la obra de Jorge Barón Biza, El desierto y su semilla, en tanto que para Maurette, éste es uno de los pocos libros argentinos que profundizan el drama de la carne. En la novela, el narrador cuenta en detalle la experiencia atroz que le tocó vivir a su madre al ser agredida con ácido por su ex marido. Una vez más, la carne no solo se vuelve protagonista de un recorrido crítico por el proceso de destrucción y reconstrucción del rostro de la mujer, sino que también sirve de analogía para rescatar el impulso reconstructivo del arte en medio del caos que lo amenaza.

El último capítulo, “Mono no aware”, está dedicado al reconocimiento de la caducidad de la carne y por ende, a la transitoriedad y a la fragilidad de la existencia. La historia que sirve de puntapié es un concepto de la estética japonesa del siglo XVIII. Según Motoori Norinaga, mono no aware es la descripción de un modo de sentir universal que precede a todo entendimiento: es esa tristeza originaria que nace de la evidencia de que algún día vamos a morir. Para Maurette, el arte nace de la necesidad imperiosa de expresar dicha angustia. Así, podríamos decir que, a lo largo de este capítulo, el autor construye una hipótesis que de alguna manera unifica todo el libro: si bien la carne es aquello que recuerda la finitud, es gracias a esta certeza que el arte es capaz de conmovernos.

Para concluir, podemos decir que La carne viva no solo es un conjunto de ensayos que vinculan el arte y el cuerpo, problemática central de la filosofía occidental de las últimas décadas, sino principalmente un libro sobre la afectividad, es decir, sobre la capacidad que tiene el arte, al igual que la carne y la piel, de afectar y ser afectado. Los puentes que Maurette construye entre obras clásicas y lecturas más contemporáneas demuestran que, a pesar de existir siglos de distancia, las pasiones se repiten sin cesar.



[*] Lic. en Letras Modernas, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. Lic. en Comunicación Social, Universidad Católica de Santiago del Estero. Enviado 06/05/2019. [agustinagiuggia@gmail.com]