ALGUNOS RECORRIDOS
Amalia Chaves *
Resumen
Buscaremos revisar la categoría de “naturaleza americana”, a la luz del análisis de Williams (2012) y en el contexto de las concepciones europeas acerca del Nuevo Mundo (Gerbi, 1955/1975). Desde la conquista de América, su territorio natural ha sido objeto de numerosas teorías por parte de los estudiosos de Europa, aunque la primera formulación científica se remonta a Buffon que, en el siglo XVIII, lo ubicaba en un nivel inferior respecto del viejo continente. Varios siglos de teorizaciones, reflexiones y debates dieron lugar a lo que más tarde se conoció como “la disputa del Nuevo Mundo”. Las teorías buffonianas, entre otras, colaboraron en acrecentar esta extensa polémica. Sin embargo, mucho más tarde, los avances científicos y una nueva concepción del mundo y del orden natural ubicaron al continente americano en un nuevo estatus. Ya no entendido como un territorio inferior, sino en relación a las diferentes partes del globo. Los estudios y avances debidos al naturalista alemán Alexander von Humboldt contribuyeron a reposicionar América, en lo que luego se dio en llamar “un nuevo descubrimiento”. Esta ya no era concebida como “otro” territorio —cualitativamente inferior—, sino como parte de un orden global —el cosmos—, regido en todas sus zonas por las mismas fuerzas inanimadas.
Palabras-clave
Naturaleza – ciencia – América – Europa – Humboldt
CONCEPTIONS ABOUT THE NATURE OF AMÉRICA: some rounds
Abstract
We will seek revision of the category “American nature”, considering the analysis made by Williams (2012) and in the context of European conceptions about the New World (Gerbi, 1955/1975). Since the conquest of America, its natural territory has been the object of numerous theses by scholars in Europe, although the first scientific formulation goes back to Buffon, who in the 18th century, placed it at a lower level compared to the old continent. Several centuries of theorizations, reflections and debates gave rise to what later became known as “the dispute of the New World”. Buffonian theories, among others, helped to increase this extensive controversy. However, much later, the scientific advances and a new conception of the world and the natural order, placed the American continent in a new status. No longer understood as an inferior territory, but in relation to the different parts of the globe. The studies and advances made by the German naturalist Alexander von Humboldt contributed to reposition America, in what later came to be called “a new discovery”. This was no longer conceived as “another” territory - qualitatively inferior - but as part of a global order - the cosmos - governed in all its zones by the same inanimated forces.
Keywords
Nature – Science – America – Europe – Humboldt
El concepto de “naturaleza” contiene, según Raymond Williams (2012), una gran cantidad de historia humana. Es una categoría compleja que implica radicales cambios en la experiencia, y que no puede ser entendida como una mera abstracción, sino en relación con el devenir de las sociedades y de las relaciones humanas. Como objeto de estudio, la “naturaleza” de los científicos europeos de los siglos xviii y xix se inscribió en espacios determinados que fueron adquiriendo, a lo largo de la historia de las ideas y de las ciencias, diferentes estatus. Concretamente, en relación con las discusiones que giraban en torno del Nuevo Mundo, la naturaleza americana ocupaba un puesto muy distinto de la naturaleza europea: sobre todo durante el siglo xviii, la primera era vista como inferior a la segunda.
Las discusiones en torno a nuestro continente duraron siglos y tuvieron como protagonistas a numerosos científicos y filósofos; pero, como para ejemplificar algunas posiciones opuestas dentro de ese prolongado debate, nos centraremos en dos personalidades que mantuvieron posturas antagónicas dentro del mundo de las ciencias naturales: el conde de Buffon y Alexander von Humboldt. La siguiente exposición se propone seguir una línea que va de uno a otro en el transcurso de un siglo, en el afán de sintetizar los cambios producidos en torno al concepto “naturaleza”, tanto en líneas generales, como en particular referencia a las teorizaciones sobre América. El historiador italiano Antonello Gerbi (1955/1975) ubica a Buffon como el iniciador de las primeras tesis que derivarían en los prolongados debates sobre la naturaleza americana. Por otra parte, varios años más tarde, los Cuadros de la naturaleza (1849), de Humboldt, renovarían la mirada y ampliarían el horizonte de observación.
Un territorio “inmaduro” y “maldito”
Los primeros naturalistas que hablaron sobre la naturaleza americana insistieron en la “debilidad” o “inferioridad” del continente, y promovieron la tesis de la “inmadurez” respecto del Viejo Mundo, suponiendo que en América la vida animal había sufrido una degeneración y una detención del desarrollo. La primera formulación científica de esta tesis se remonta a Buffon, hacia mediados del siglo xviii. Ya los primeros cronistas y viajeros habían hablado de aspectos relativamente débiles e inferiores de la naturaleza americana, pero estas desaprobaciones habían quedado en el nivel de lo incidental y no se habían extendido como una maldición a todo el continente. Si bien en esta época aún faltaba, dentro de las ciencias naturales, el concepto de “evolución” (posteriormente desarrollado por Darwin, [1] hacia 1850) -por lo que todavía los naturalistas creían en la fijeza de las especies, en la naturaleza inmóvil o como variedad desplegada por completo en el espacio-, la tesis buffoniana de la “inmadurez” o “degeneración”, de alguna manera implicaba un desarrollo histórico: la naturaleza se convierte en algo vivo, fluido, cambiante. Así, por negativos que sean los calificativos, dejan sin embargo a salvo el futuro o proyectan un rayo de luz sobre el pasado remoto del continente.
La concepción de los naturalistas del siglo xviii enfocaba en las diferencias entre las especies americanas y las que ocupaban el territorio europeo. En ese afán comparativo, el continente americano cargaba con las desventajas de numerosas deficiencias que más que nada reivindicaban la “superioridad” del Viejo Mundo. Estas deficiencias se sustentaban en determinadas teorías naturales, e incluso filosóficas, y se apoyaban en evidencias observables, que daban cuenta, por ejemplo, del tamaño de las especies animales o de la falta de desarrollo del hombre americano. Estas tesis podrían resumirse de esta manera:
1) Los animales son pequeños, se multiplican los reptiles y los insectos enormes: uno de los presupuestos más importantes de Buffon es que son diversas las especies animales de Europa y América. Esta diversidad implicaba, a su vez, inferioridad y debilidad. Las bestias más grandes de América, según él, son hasta diez veces menores que las europeas (por ejemplo, describe al puma americano en comparación al león) y menos numerosas. Incluso, afirma Buffon, los animales domésticos llevados de Europa al nuevo continente se han encogido. En cuanto a las especies de cuadrúpedos, el continente americano adolece de poca variedad y fuerza. En cambio, los reptiles y los insectos son numerosos y enormes.
2) La naturaleza es por demás hostil: la proliferación de reptiles e insectos es producto de esta cualidad “hostil”: la excesiva humedad, la fuerza del sol que atrae los vapores luego resueltos en lluvia, el calor, la abundancia de aguas corrientes o estancadas, la espesa vegetación sofocante, convierten a estas tierras en pantanosas y putrefactas; putrefacción de la cual nacen los reptiles e insectos, formas inferiores de vida que son, al mismo tiempo (según las teorías de la época), las más fecundas. Esto supone la decadencia de la naturaleza, que no ha podido salir del “estado bruto” debido a la supuesta juventud que los naturalistas de entonces atribuían al continente. En el pensamiento de Buffon, lo grande y estable (los cuadrúpedos) es superior a lo pequeño y variable (los insectos).
3) El Nuevo Mundo es más joven que Europa: los europeos creían que América era una tierra más nueva que la del viejo continente; que había permanecido más tiempo bajo las aguas del mar y que estaba recién salida de ellas, por lo cual aún no se había secado bien. También desde el punto de vista humano era este un territorio nuevo, porque el hombre todavía no lograba tomar posesión de esa naturaleza, no había logrado dominarla. Debido a esto, la tierra americana se presentaba insalubre e improductiva para el hombre civilizado (el europeo) y para los animales superiores (también europeos). Sin embargo, a pesar de que Buffon no podía pensar en términos de evolución, proyecta por momentos un futuro en que América será fértil, cuando el hombre aprenda a manejar los recursos naturales en su provecho.
4) El hombre americano es por demás “impotente”: pocos y débiles, los hombres americanos no han logrado dominar la naturaleza hostil, es decir, aprovecharla para su beneficio. En lugar de colaborar al desarrollo de las especies animales, al mejoramiento de las razas domésticas y a la utilidad de los recursos, el hombre ha permanecido sujeto al control de la naturaleza, como un animal más, en total pasividad y abandono de sí mismo.
Cabe aclarar que Buffon nunca había pisado el suelo americano; sus especulaciones provenían solo de lecturas y de hecho el propio Humboldt, años más tarde, lo criticaría por haber escrito varios volúmenes sobre la naturaleza, pero sin haber salido de Francia. Sin embargo, su aporte a las ciencias de su tiempo no deja de ser menor. Según Gerbi, Buffon bien merece obtener el título de ser el fundador de la zoología geográfica, es decir, “el primer naturalista y biólogo que estudia las especies animales en su ambiente geográfico, como fenómenos del mundo físico y no como inalterables e impasibles prototipos que salieron perfectos de la mano del Creador” (1992: 16).
Lo “semejante” y lo “diverso”
Animales pequeños multiplicados, una naturaleza hostil, hombres débiles: estas son algunas características relevantes que definían la peculiaridad del Nuevo Mundo a la mirada de los europeos durante el siglo xviii. Lo importante, en cuanto al alcance de la teoría buffoniana para la época, es que esta nace a partir de la crítica del naturalista a la antigua costumbre de aplicar nombres familiares europeos a especies nuevas. Esta crítica supone entonces la observación de la diferencia. Una actitud muy distinta a la que predominaba en el siglo xvi, cuando el paradigma era el de la similitud, es decir, cuando los viajeros y cronistas definían las características del Nuevo Mundo (y de cualquier otra posesión ultramarina) dentro de su propio horizonte mental, destacando lo que era “como en Europa” y asimilando todo aquello que era “distinto” dentro de una indiferenciada masa exótica, dentro de una diversidad genérica en la que se confundían las características específicas de cada una de las cosas novedosas.
Rolena Adorno (1988), quien plantea el problema de la alteridad en el discurso colonial hispanoamericano, postula que, en tiempos de la conquista, no se pensaba en la “alteridad” sino en la “identidad”. La mentalidad europea de la época no esperaba ubicar al otro americano “fuera” de sus propios esquemas antropológicos, sino “dentro” de ellos. El modelo epistemológico era la “similitud”: el sujeto colonial se definía según la visión que presentaba, una visión europeizante, que concordaba con los valores europeos (1988: 55-56).
Así, cuando los cronistas y viajeros del siglo xvi decían que algo era “como en Europa”, le reconocían una normalidad, una racionalidad propia de sus especies y costumbres: medían lo nuevo con la vara de lo conocido y, de esta manera, lo exótico se volvía familiar. Sin embargo, Buffon reaccionó contra esto, y la actitud de su época ya era distinta: para ese entonces, era claro que las especies de un territorio no eran las mismas que las que vivían en el otro. Esta diferenciación postulaba “otro mundo” y planteaba el problema de las posibles relaciones entre los dos. Rompía la antigua y pacífica unidad de la naturaleza, y permitía a las especies nuevas insinuarse entre las fracturas de aquella unidad fragmentada. Entonces, surgieron las preguntas sobre si estas especies nuevas eran mejores o peores, más o menos útiles, más o menos débiles, que desembocaron luego en lo que se conoce como la “Disputa sobre el Nuevo Mundo”. [2] A pesar de esta nueva forma de entender el nuevo continente, la mentalidad del siglo xviii todavía no podía deshacerse del sesgo eurocentrista: justamente, Gerbi plantea que “juzgar inmadura o degenerada la fauna americana equivalía a proclamar madura y perfecta la del Viejo Mundo, apta para servir de canon y punto de referencia a cualquier otra fauna, en cualquier parte del globo. Con Buffon se afirma el eurocentrismo en la nueva ciencia de la naturaleza viva” (1960: 29).
Ideas sobre la Naturaleza
En este punto es importante tener presente cuáles fueron las ideas que existieron en torno a este concepto a lo largo del tiempo. “Naturaleza” es una noción que está ligada a una historia: la historia de las ideas; la historia de las sociedades. Lo que hoy en día entendemos por ella es el producto de un proceso que ha ido variando en el tiempo. A su vez, el desarrollo de las ciencias -en especial de las ciencias naturales- está impregnado de estas variaciones, de la misma manera que los modos de ver el continente americano, el Viejo Mundo o el mundo global.
Raymond Williams sintetiza en Cultura y materialismo (2012) la evolución de la categoría “naturaleza” a la luz de las transformaciones sociales. Se remonta a las primeras especulaciones que la reducían a un principio esencial y abstracto. La multiplicidad de las cosas y de los procesos vivientes era mentalmente organizada alrededor de una esencia o principio único: “una naturaleza” (en latín, el vocablo natura expresaba ese significado: la constitución esencial del mundo). Más tarde, desde la época medieval y durante muchos siglos, la Naturaleza se equiparaba a Dios: conocerla era conocer a Dios, aunque variaban los modos de llegar a ese conocimiento (a través de la fe, la especulación, la recta razón, o la investigación y el experimento físicos). Durante todo este tiempo, se creyó en un orden que alcanzaba la totalidad del universo, desde lo más alto a lo más bajo: un orden divino, del cual las leyes de la naturaleza eran la expresión práctica.
Las tesis de Buffon comenzaron a ser un cuestionamiento a algunos de estos principios de larga data. Y, por otra parte, constituyeron en realidad una verdadera revolución científica. Comprender la degeneración de los seres como derivados de las condiciones adversas del ambiente exigía, ante todo, cierta crítica a la obra divina, que ya no aparecía perfecta en todas sus partes, sino que mostraba criaturas más o menos logradas e, incluso, algunas especies corrompidas. De esta manera, Buffon y su época iniciaban el proceso por el cual la Naturaleza ya no era aquel orden armonioso que en el siglo xvi postulaba la “semejanza” como parte de la misma obra creadora. Ahora, las leyes de la naturaleza no son tanto ideas esenciales y rectoras, sino una acumulación y clasificación de casos. Antes de que en el siglo xix revolucionara la idea de “evolución”, lo que era observado era un estado fijo, leyes naturales constitutivas, pero sin historia. En las ciencias biológicas, el énfasis estaba puesto sobre estas propiedades constitutivas y sobre la clasificación de los diferentes órdenes.
El siglo xviii fue el que concibió la naturaleza como un orden en el que el hombre podía intervenir (para estudiarla, para aprovecharla). Esta época inició el “utilitarismo” que provocó la explotación de los recursos e, incluso, del hombre. Con el tiempo, esta explotación fue denunciada como “anti-natural”, recibiendo numerosos ataques. Ahora, los conceptos de orden y armonía natural siguieron siendo repetidos, pero con nuevos significados: contra el desorden cada vez más evidente de la sociedad. La naturaleza comenzó a tomar otro lugar: estaba allí donde no había industria; ocupaba los márgenes, las zonas remotas. Y así, surgieron nuevos sentimientos y una nueva idea de “paisaje”; una novedosa y particular poesía sobre la naturaleza. Ahora esta era concebida como refugio; un refugio para protegerse del hombre; un lugar de sanación, de paz, de retiro. Se oponían así, ya hacia el siglo xix, dos imágenes diferentes: una naturaleza explotada contra una naturaleza virgen.
La “totalidad” como clave del mundo natural
En el contexto de la “disputa sobre el Nuevo Mundo”, estas miradas diversas operaban como trasfondo de los numerosos argumentos que la sustentaban. Con Buffon (que, como vimos, inició la tesis de la “inmadurez” del nuevo continente) las nociones de “ruptura del orden”, “utilidad”, “clasificación”, “razonamiento”, “degeneración”, formaban parte (tal vez inconscientemente) del bagaje mental que observaba al Nuevo Mundo y lo colocaba en un lugar específico dentro de un orden iluminado por Europa. El nuevo continente era definitivamente “otra cosa”: más joven, inferior y débil y, con respecto al antiguo, estaba corrompido. Pero, por otro lado, proveía incesantemente de materias primas y productos al Viejo Mundo. Por su parte, los naturalistas -empeñados en determinar sus cualidades intrínsecas- recopilaban datos, los analizaban y discutían, siempre enfocando, más que en lo similar, sobre todo en lo nuevo, en lo diverso.
La disputa duró incluso hasta muy entrado el siglo xix. Sin embargo, esta fue una etapa que se propuso renovar la mirada sobre América. Comenzaron a oírse las reacciones contra la prolongada condena buffoniana, pero para hacer frente a esas tesis hacía falta la palabra de la ciencia. Y fueron científicos como Humboldt [3] los que iniciaron un nuevo proceso de reflexión sobre el territorio americano, que implicaba cuidadosos análisis y experimentos, sobre todo en el propio terreno. En el siglo xix, muchas veces la ciencia se nutría de los viajes. Para estudiarlo a conciencia, Humboldt se embarcó en 1799 hacia el Caribe americano, precisamente hacia la parte que se tenía por la más malsana, los temidos trópicos en torno al mar Caribe.
Abiertamente discutía Humboldt en sus escritos las viejas creencias acerca de la “juventud” del continente, fundamentadas en la exuberante vegetación, en la extensión de los ríos, en la intranquilidad de los volcanes, como prueba de los “sobresaltos” de la tierra aún no asentada. El punto central de su obra es que, oponiéndose a la búsqueda de contrastes, él insistía en encontrar una totalidad global. Instalado en la región tropical, lo que más admiraba Humboldt era la complejidad de la naturaleza, la variedad y el impulso a veces violento de sus fuerzas (justamente aquello que Buffon y sus contemporáneos condenaban). Sus descripciones del territorio son entusiastas, casi como en los primeros descubridores -a pesar de que ya habían pasado tres siglos de viajes y de exploraciones-, pero ahora con una seriedad mayor a causa de la madurez científica a la que había llegado Europa hacia el 1800.
Su propósito al visitar América había sido retomar el problema buffoniano, el de las relaciones entre los seres vivos y el ambiente natural. Pero, lejos de derivar de esos análisis conclusiones acerca de la “inmadurez” o “corrupción”, Humboldt buscaba comprender cómo las “fuerzas inanimadas” influían sobre el mundo animado de los animales y de las plantas, en una armonía que daba cuenta de esa totalidad global a la que aspiraba penetrar. Más que detenerse en comparaciones cuantitativas y cualitativas entre ambos continentes, Humboldt trataba de comprender cada organismo en sí y en sus relaciones particulares con su ambiente y con el universo. De esta manera, América ya no era concebida como “otro” territorio, sino como parte de un orden global -el cosmos-, regido en todas sus zonas por las mismas fuerzas inanimadas. Se puede decir que, con su obra, la mirada sobre el nuevo continente se modifica, y la mirada sobre el mundo se amplía. A partir de sus viajes y conclusiones, el pensamiento de Occidente completa por fin la pacífica conquista, anexando idealmente a su mundo, al Cosmos, aquellas vastas regiones ultramarinas.
Mirar la naturaleza estéticamente. Los Cuadros de la naturaleza: ciencia y estética
Cuando Humboldt regresó de su viaje por América (1799-1804), necesitó reunir en una publicación todas aquellas impresiones que “el espectáculo grandioso de la Naturaleza” le había proporcionado en los bosques, en las estepas y en las montañas (1999: 29). En el Prólogo a la primera edición de 1808 de su libro Cuadros de la naturaleza, expone sus objetivos iniciales, tales como “contemplar la Naturaleza, poner en relieve la acción combinada de las fuerzas físicas, procurar al hombre sensible goces siempre nuevos por la pintura fiel de las regiones tropicales” (29). Pone en el centro de su obra la “manera estética de tratar las ciencias naturales”, asumiendo una subjetividad desbordada por el “placer” que le genera la grandiosidad de los fenómenos naturales. No es casual, entonces, la elección del título para su primera gran obra publicada a su regreso. En la Introducción a la edición de Cuadros, Minguet explica las sutilezas de significado en la elección de los términos (1999: 12-13): para la edición alemana, ansicht, que significa “vista” o “punto de vista”; pero para la edición francesa, tableau que, como el español “cuadro”, designa un conjunto de objetos cuyo aspecto impresiona la vista o un espectáculo que despierta en el ánimo algún sentimiento. Por lo cual, según Minguet, la palabra tableau sugiere una intervención más activa del espectador en el proceso de la representación; supone una elaboración artística de lo representado, en consonancia con las intenciones profundas de Humboldt, que tienen que ver -tal como lo explicita en el Prólogo a la tercera edición (1849)- con una contemplación que apunte tanto a la inteligencia como a la imaginación (1999: 30).
Además del plano subjetivo, la propuesta innovadora de Humboldt tiene como base principal algo que faltaba en muchos de los naturalistas previos a él, entre ellos, el mismo Buffon: por un lado, la experiencia concreta de observar y analizar en el propio terreno, que incluía la difícil experiencia del viaje por el continente americano; por otro lado, y como ya dijimos, una visión más abarcativa de los fenómenos naturales, una mirada global que incluía bajo ciertas regularidades universales (leyes) diversos hechos en apariencia inconexos. Ya la tercera edición de los Cuadros (1849) incluye textos agregados que son análisis y conclusiones derivadas de su viaje de exploración por Rusia y Asia que realizó en 1829. De esta manera, esta nueva edición ya no enfocaba solamente en la geografía e historia del Nuevo Continente, sino que ampliaba el punto de vista, comparando y poniendo en relación con América con Europa, Asia y África: “La visión comparada de tres enormes conjuntos continentales tan importantes constituye una novedad total en la incipiente ciencia geográfica encabezada por Alejandro de Humboldt” (Minguet, 1999: 12). El método comparativo fue el instrumento analítico central en la obra del naturalista.
En este afán por establecer relaciones entre los fenómenos, sirve como ejemplo el primer capítulo del Libro I de Cuadros, en donde hace una rica descripción de los llanos de Venezuela, a los que compara con los páramos de Europa, las pampas de Buenos Aires, las estepas de Asia y los desiertos de África. Expone sus conclusiones acerca de las condiciones geográficas y meteorológicas que provocan que el continente americano sea húmedo y fresco, criticando de paso abiertamente las opiniones infundadas anteriores:
Se ve, pues, que no se ciñe la ciencia a decir que es el aire más húmedo en una parte que en otra de la Tierra; basta observar el actual estado de las cosas para dar la razón de tal desigualdad. El físico puede dispensarse de ocultar bajo mitos geológicos la explicación de semejantes fenómenos. No hay precisión de suponer que la lucha de los elementos que desgarró el cuerpo primitivo del planeta no se apaciguó simultáneamente en ambos hemisferios, o que la América, isla pantanosa, poblada de cocodrilos y serpientes, ha salido más tarde que las demás partes del mundo de ese estado caótico en que las aguas se esparcían sobre la superficie de la Tierra (Humboldt, 1999: 48). [4]
Además, su método comparativo lo lleva a encontrar amplias diferencias allí donde existen aparentes similitudes: “Las consideraciones que preceden bastan para explicar cómo, a pesar del parecido de los contornos, presentan el África y la América del Sur los más señalados contrastes en su clima y en el carácter de su vegetación” (Humboldt, 1999: 52).
Por otra parte, los “cuadros” de los llanos venezolanos que Humboldt nos muestra carecen de la total armonía que cabía suponer de una mirada idealizada de la naturaleza: a las descripciones de las trombas de arena, durante las cuales el suelo se seca y se agrieta, el aire se abrasa y los animales luchan por apagar la sed, siguen luego las imágenes de los mismos llanos inundados en la época de las lluvias, cuando los ríos se desbordan y “la naturaleza fuerza a vivir como anfibios a los mismos animales que en la primera mitad del año languidecen sedientos sobre tierra hecha polvo seco” (1999: 61). A todas estas imágenes las abarca la mirada del “observador-viajero”, cuyo corazón “se aprieta” (1999: 58) ante semejantes espectáculos. En este mundo natural de fuerzas, todos los seres luchan por la supervivencia: amenazan el cocodrilo, la serpiente, los vampiros, los mosquitos, las anguilas eléctricas, frente a una mirada omnipresente, la del “observador atento” (1999: 61) que tanto se sorprende como se inquieta.
Los Cuadros de la naturaleza son, como los define Minguet, una “miscelánea”, una obra que reúne disciplinas diversas, aspectos geográficos de distintas partes del mundo, estudios etnográficos, clasificaciones botánicas, estudios que luego se convertirían en proyectos concretos (como el referido al canal de Panamá), así como fragmentos del diario de viaje de Humboldt y Bonpland por el Orinoco. Las descripciones de los fenómenos naturales son sumamente ricas en detalles y abarcan desde los cambios atmosféricos hasta el desarrollo de la existencia animada de la vida microscópica e imperceptible. Es paradigmático en este sentido la totalidad del Libro III (capítulo único), donde Humboldt publica un fragmento del diario de su recorrido por el Orinoco, en el que evoca la vida nocturna de los animales en las selvas americanas. Toda la escena refleja la lucha que los animales debaten en el interior de las selvas, “un combate empeñado por casualidad y que se iba prolongando con encarnizamiento siempre creciente” (238). [5] Es la misma vida animada que se desenvuelve al mediodía, cuando el calor es excesivo, aunque solo un observador atento es capaz de percibirlo:
Los grandes animales se meten a esta hora en las profundidades de la selva, las aves se ocultan bajo el follaje de los árboles o en las grietas de las rocas; pero si durante esta aparente calma de la naturaleza se presta oído a sonidos casi imperceptibles, se advierte en la superficie del suelo y en las capas inferiores del aire un confuso rumor producido por el murmullo y el zumbido de los insectos. Todo anuncia un mundo de fuerzas orgánicas en movimiento. En cada matorral, en la corteza agrietada de los árboles, en la tierra que cavan los himenópteros, la vida se agita y se hace oír como una de las mil voces que envía la Naturaleza al alma piadosa y sensible del hombre” (Humboldt, 1999: 239).
Muy diferente es esta mirada de aquella en que Buffon reducía la naturaleza de América solo a insectos multiplicados en demasía, en medio de un clima húmedo y una atmósfera putrefacta. No solo porque Humboldt habla desde su experiencia de vida en la propia selva, atento a los movimientos, a los sonidos, a la existencia real de los seres. Sino también porque a cada organismo lo dota de su verdadera importancia, en un juego de relaciones imbricadas, en donde ninguno posee el carácter de “inferior” o “superior” a otros. Este hermoso pasaje correspondiente al capítulo I del Libro IV (De la fisonomía de las plantas) nos da una cabal idea de esta nueva mirada sobre el orden natural:
Además de las criaturas en posesión ya de la existencia, contiene la atmósfera, todavía, innumerables gérmenes de vida futura, huevos de insectos y huevos de plantas que, sostenidos por coronas de pelos o de plumas, parten para las largas peregrinaciones del otoño. El polvo fecundante que siembran las flores masculinas en las especies donde los sexos están separados, es también llevado por los vientos y los insectos alados, a través de la tierra y los mares, hasta las plantas femeninas que viven en la soledad. Donde quiera que el observador de la Naturaleza fija su mirada, halla bien la vida, bien su germen pronto a recibirla (Humboldt, 1999: 246).
La naturaleza americana que Humboldt redescubre es una novedad para la imaginación europea de su tiempo. Desde aquella vieja idea de inferioridad, ahora adquiría nuevas dimensiones: una naturaleza en estado puro, sin interferencia de la mano del hombre, lugar donde el “primer goce” se manifiesta con inmediatez (Vericat, 2009: 151). [6] Y, por esto mismo, donde una sensibilidad abierta es capaz de percibir las auténticas relaciones, la “armonía”, es decir, la cooperación e interrelación de las fuerzas físicas. Estamos entonces ante una nueva manera de entender la naturaleza que fue, por otra parte, una innovación propia de su tiempo: en la concepción humboldtiana cobra peso el de la influencia de aquella en la sensibilidad del hombre, “donde el aspecto estético y el paisaje entendido desde esta óptica comienzan a tomar relevancia” (Corbera Millán, 2014: 49). Justamente, fue durante el romanticismo que nació la idea de “naturaleza-paisaje”: este comenzó a pensarse “como naturaleza estéticamente presente, que se muestra al ser que la contempla con sentimiento” (Gómez Mendoza, 2010: 50). Es decir que, teniendo en cuenta la idea de “totalidad”, es ahora “la correspondencia, la conciencia del todo al encadenar los elementos, la que «crea» el paisaje” (2010: 50).
Cuadros de la naturaleza inaugura en la extensa obra de Humboldt una mirada más amplia para conocer la esencia americana en relación con Europa y al resto del mundo. Deja atrás viejos mitos fundados en prejuicios sin sustento, supera paradigmas científicos basados únicamente en la clasificación y acumulación de datos, e interpreta desde un lugar de análisis, comparación y contemplación, en un contexto de creciente especialización científica, aunque atravesado por la impronta romántica. Se nutre del viaje como experiencia esencial y coloca la sensibilidad como centro del conocimiento de la naturaleza.
Hemos hecho un recorrido desde el siglo xviii para comprender el lugar que la idea de naturaleza, y en particular la naturaleza americana, ha ocupado en el campo científico. Hemos intentado comprender la superación de viejos prejuicios en pos de un entendimiento más amplio del orden natural global, que ha logrado otorgar a América un estatus mayor en las concepciones europeas del siglo xix.
Bibliografía
Adorno, Rolena. (1988) “El sujeto colonial y la construcción cultural de la identidad”. En Revista de crítica literaria latinoamericana, año XIV, n° 28, pp. 55-68.
Corbera Millán, Manuel (2014) “Ciencia, naturaleza y paisaje en Alexander von Humboldt”. Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, n° 64, pp. 37-64
Gerbi, Antonello (1960 [1955]) La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica, 1750-1900. Fondo de Cultura Económica, México.
Gerbi, Antonello. (1992 [1975]) La naturaleza de las Indias Nuevas. Fondo de Cultura Económica, México.
Gómez Mendoza, Josefina y Sánz Herráis, Concepción (2010) “De la biogeografía al paisaje en Humboldt: pisos de vegetación y paisajes andinos equinocciales”. Población y sociedad, n° 17, pp. 29-57.
Humboldt, Alexander von (1999) Cuadros de la naturaleza. Siglo XXI, México.
Humboldt, Alexander von (2012) Vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América. Marcial Pons Editora y Universidad Autónoma de Madrid, Madrid.
Minguet, Charles y Duviols, Jean Paul (1999) “Introducción”. En Alexander von Humboldt, Cuadros de la naturaleza. Siglo XXI, México.
Vericat, José (2009) Imágenes sin texto. La visión y el arte en los Cuadros de la naturaleza de Alexander von Humboldt . Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid.
Williams, Raymond (2012) “Ideas sobre la naturaleza”. En Cultura y materialismo. La Marca editora, Buenos Aires.
Wulf, Andrea (2016) La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt . Taurus, Buenos Aires.
* Profesora en Letras, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP y licencianda por la misma institución. Colaboradora en el PID H878 (UNLP, 2019-2020): “Paisajes y modernidad en la literatura hispanoamericana (1845-1993)” dirigido por la Dra. Daniela Chazarreta. E-mail: amaliachaves19@gmail.com . Recibido el 18/4/2019. Aceptado el 20/5/2019.
[1] Charles Robert Darwin (1809-1882). Naturalista inglés, reconocido por ser el más influyente en la teoría de la evolución biológica a través de la selección natural, tesis que formuló en su obra El origen de las especies (1859).
[2] El término corresponde a la obra de Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica. 1750-1900 (1955), que compendia las discusiones que, desde mediados del siglo xviii, contrastaban el mundo europeo con el americano en términos de “superioridad” e “inferioridad”. Estos debates, que se manifestaban en términos verdaderamente opuestos, eran protagonizados por los detractores y los defensores del continente americano, en una época en que la ciencia y los viajes exploratorios comenzaban a ampliar sus desarrollos, aunque tienen también su origen con el mismo descubrimiento. Entre los detractores, los nombres más reconocidos son los de Buffon, De Paw, Raynal y Hegel; mientras que, del otro lado, la defensa estuvo a cargo de personalidades como el padre Clavijero, Jefferson, Goethe y Humboldt, entre otros.
[3] Alexander von Humboldt (1769-1859). Naturalista y explorador prusiano, considerado “padre de la geografía moderna”. A partir de sus viajes de exploración por Europa, América y Asia, acrecentó los conocimientos de su época en materia de geografía, botánica, biología, oceanografía, astronomía, entre otras disciplinas, aportando a las ciencias naturales de su tiempo una visión ampliada de las relaciones entre los fenómenos, y sentando muchos de los presupuestos actuales en las diversas ciencias.
[4] En la “Introducción” de 1813 a Vistas de las cordilleras (1810), escribe Humboldt en los mismos términos de crítica directa: “Escritores célebres, más impresionados por los contrastes que por la armonía de la naturaleza, se han complacido en describir América entera como un país pantanoso, inhóspito para la multiplicación de los animales, y habitado de nuevo por hordas tan poco civilizadas como los habitantes de los mares del Sur” (2012: 18).
[5] Andrea Wulf explica que cuando Darwin leyó estas observaciones en la obra de Humboldt (sobre la lucha despiadada de los animales en la selva, en una continua disputa por la supervivencia) comenzó a elaborar su teoría de la selección natural que desarrollaría años después. Según Wulf, “la semilla de la idea la había sembrado mucho antes la lectura de la obra de Humboldt” (2016: 289-290).
[6] Para Humboldt, la relación naturaleza/sensibilidad es un proceso de conocimiento, que puede interpretarse como un movimiento de lo exterior a lo interior, y que consta de tres instancias o “goces”: un primer goce, que consiste en la intuición de la unidad y la armonía al primer contacto del hombre con la naturaleza; un segundo goce, que tiene que ver con la evocación de un paisaje vivido; un tercer goce, que se deriva del conocimiento de las leyes y de las relaciones entre los fenómenos (Corbera Millán, 2014: 49).