Antes que el silencio. Poemas de Gaspar Pío del Corro

Patricia Rennella *

En relación con el silencio como fenómeno lingüístico y antropológico, diversas figuras que han actuado como referentes en su campo intelectual como SusanSontag, Georg Steiner y Santiago Kovadloff, han coincidido en señalar su relevancia en todas las ramas del arte contemporáneo,al menosdesde las vanguardias artísticas de principios del siglo XX. Así, la presencia de una verdadera “estética del silencio” que sería visible, en el caso de la poesía, en fenómenos como la brevedad, la reticencia, el fragmentarismo, la supresión y el carácter hermético del mensaje, nos habla de una revalorización de aquello que alguna vez fue conceptualizado simplemente en forma negativa, como exponente de ausencia, vacío e indeterminación, tarea que se invierte en la consideración positiva de un verdadero “decir significativo” del silencio, un decir elocuente, pleno de sutileza y sugerencia, y cargado de potencialidades inéditas a la hora de pensar y poetizar. Estas afirmaciones servirán de marco introductorio a la hora de comentar algunas perspectivas de análisis relativas al libro que hoy nos convoca, la reedición del poemario Antes que el Silencio de Gaspar Pío del Corro (primera edición, 1997), figura descollante de las letras de Córdoba por sus múltiples perfiles intelectuales, académicos y creativos. A la luz de estas reflexiones, podemos anticipar que ”antes que el silencio”, a la manera de una implícita proclama, significa antes que la concesión y la renuncia al ideal, antes que la indiferencia o el servilismo hacia los abusos del poder, antes que la trivialización y la mirada corrosiva del hábito enmascaren la diafanidad de un mensaje que se sabe urgente y necesario, impelido por una voluntad de proferición largamente retenida; se trata, en suma de una “lírica terminal”, como en alguna oportunidad la llamó su autor y también, como veremos luego, de una lírica de umbrales o de bordes.

Signo de una zona limítrofe de la experiencia, el silencio es, al mismo tiempo, el mojón visible de una suerte de linde del ser –pues, como es sabido, todo el cosmos está inmerso en un silencio radical, por completo ajeno a las determinaciones de la voz humana. En tal sentido, el silencio constituye un umbral ontológico, término cuyo prestigio en poesía procede sin duda de la conocida exégesis de Martín Heidegger en De camino al habla, quien deslindó, en este concepto, dos aspectos fundamentales, tanto el de ser límite y frontera entre dos sectores claramente diferenciados, como el de actuar como lugar de tránsito y de mediación, doble noción conjugada en un espacio que constituye un “entre” dos extremos entre los que no hay síntesis sino reconocimiento de la propia alteridad. En nuestro criterio, este texto que hoy presentamos se construye a partir de auténticos umbrales del decir que no son sólo límites ontológicos entre categorías opuestas (como silencio/palabra; desolación/celebración;crítica/reivindicación;desesperanza/esperanza;

fugacidad/eternidad; mismidad/alteridad; inmanencia/trascendencia y ética/estética) sino puentes tendidos, positivamente, hacia el reencuentro y la confluencia de diversas formas de interpretar la realidad, modalidades de las que la poesía es vehículo privilegiado; y, desde esta perspectiva, también es posible afirmar que todo este libro es un umbral que marcó el retorno de su autor a la expresión lírica luego de años de consagración a la docencia y la investigación. Esta noción de lo liminar nos permite también introducir una distinción básica, relativa a la estructura perfecta de un texto que se compone de tres partes, cada una de ellas de diecisiete poemas. Pues estamos ante una obra compleja, que es portadora de dos tesituras anímicas casi enfrentadas en sus valencias relativas, unidas a su vez por un espacio intermedio o umbral de mediación; una poesía crítica, en la primera parte, y una celebratoria, en la última, exponentes de dos concepciones del silencio también opuestas o encontradas.

En relación con la primera parte, según las acertadas palabras de Graciela Maturo, en el “Prólogo”, se despliega en ella una poesía tan dramática como salvífica, consustanciada con un sentimiento agónico del vivir y con la visión destinal de un poeta que asume su tiempo y su circunstancia, movilizada por la “conciencia de la iniquidad del mundo” y la “asunción dolorosa del mal”; empero, más allá de esto, la autora observa que esa experiencia ríspida y disonante de lo real se resuelve en la formulación de una auténtica “ética” lírica. ¿En qué sentido podría ésta ser postulada? Sin duda, en su concepción tradicional, como disciplina que postula modelos del recto obrar y paradigmas de virtud; una ética, en suma, de corte universalista, emparentadacon ciertos principios bíblicos como el “No matarás”, antes que con las constricciones de los sistemas de ideas o de las formulaciones ideológicasy políticas. El centro nodal de esa ética puede ser sintetizado en una hermosa fórmula del autor, “mirar desde el hermano”: desde el hermano indígena, soldado, albañil, víctima de guerras y contiendas, y también desde el desamparado, el menesteroso, el dolorido, el huérfano y el extranjero, parafraseando esta vez a Emmanuel Lévinas, desde toda otredad que lo requiera y a partir de las acciones de reconocer, restaurar, reparar, recoger, exhumar, repatriar, desagraviar, recuperar voces, espacios y lugares; y también desde cierta actitud implícita de desacato y rebeldía hacia los poderes constituídos con su estela de autoritarismo, violencia y manipulación: “Mirar/desde el hermano/desde muros como mares/que separan los brazos, los abrazos/los ojos balbucientes/ de los penúltimos pájaros/los nombres ya sin letras/arrasados.// Mirar /desde una sangre sin manos/desde una sombra sin árbol/desde horizontes/náufragos. // Mirar/ desde el hermano/desde tanto Bagdad/despedazado”. (“Desde informes pedazos”). En conexión con lo anterior y, aunque no toda su riqueza se subsuma en una única dirección hermenéutica, creemos que no es aventurado afirmar que el gran tema de este libro es la misión del poeta entendida, también en su sentido clásico, como vocación, testimonio y destino, a partir de un concepto que no elude sus implicaciones heroicas y sacrificiales; imposible no recordar, en este punto las palabras de Hölderlin que el Profesor del Corro a menudo citaba en sus clases: la poesía, “el más inocente de los juegos, el más peligroso de los dones”. En esta dirección deben ser interpretados, en nuestro criterio, los reiterados enunciados metafóricos dotados de un sesgo marcadamente épico o marcial, con su implícita enfatización de lo heroico: así, se dice que ha llegado la hora de “endosar la escarcela” (o sea, ceñir una parte de la armadura), “dejar la zaga en la trinchera”, “desenvainar las palabras a tiempo”, “enastar la locura” y “enarbolar el desconcierto”.Pero, más allá de estos rasgos y en líneas generales, creemos que a la calificación de esa misión podría aplicársele una conocida frase de Heidegger, “poéticamente habita el hombre en este mundo cuando es tocado por la cercanía esencial de las cosas”: parte del acceso a esa cercanía es para Del Corro el acto primordial de dar nombre, el nombrar.

“Has conjurado las sílabas/ las generaciones, los números/ Has sembrado los nombres/en unos predios pequeñitos./Has convocado a cultivar los nombres.// Has urdido lealtades/entre los nombres y las cosas./ Has dado testimonio de lealtades ocultas/ Has cobijado inocencias/disputando sus enes a la Nada. (…) // En realidad no has bautizado a nadie:/pasaste por la vecindad de algunos seres. /Fueron saludos tus palabras. //Un pañuelo/una brisa/pueden ser solamente lo que son/-acaso una respuesta”. (“Fueron saludos”)

Como afirma Platón en el diálogo “Cratilo” habría, quizás, ciertos nombres originarios: una palabra perdida, viva y actuante, restauradora de dones y poderes, heredera del verbo divino y del lenguaje de ese Adán que la posteridad concibió como primer nombrador de su entorno original paradisíaco, una palabra unida a la cosa por un lazo natural y no convencional, capaz de reflejar acabadamente su esencia verdadera; y ése es sin duda el “nombre” invocado por el poetaentendido como creador o hacedor privilegiado. Sin duda, esta palabra que es fundación y apropiación de lo real también es objeto de búsqueda nostálgica en un autor como Del Corro, de allí la actitud de “urdir lealtades entre los nombres y las cosas” y “buscar las palabras que echan raíces en el tiempo”; pero,de un modo singular, cierto matiz único se reitera, pues en estos textos aparecen alusiones a instancias primigenias del lenguaje a partir de ciertas percepciones, entre cósmicas y ontogenéticas, de formas y entidades a la espera de su nombre, deseándolo e incluso reclamándolo.

“Están en todas partes/esas cosas sin nombres/estos nombres sin cosas/estas proximidades que sí son tu prójimo. //Desde su limbo llaman y esperan bautismo/y gimen tenuemente/y se apagan/y se refugian en caracoles/en su rumor de arterias/en el sonido que te envuelve/-en el piélago anciano que camina contigo”. (“Desde su limbo llaman”)

Otra faceta muy característica de la tarea del poeta en Del Corro es la de indagar o bucear en lo soterrado y lo profundo, en los intersticios de las visiones superficiales y triviales, e incluso en el interior de la propia “sombra”, en los ámbitos desconocidos del inconsciente: es buscar el “atajo”, el “puente”, la senda escondida, la “rasgadura”, y también “un lampo”, un “gajo de luz”, todo lo que permita reconocer signos y señales, traspasar el velo y acceder a un ámbito escondido de latencia de verdades a la espera de ser descubiertas, acto que se aplica, por ejemplo, a la pervivencia del pasado indígena sepultado bajo nuestras actuales ciudades: “Peregrinar las formas errantes/ reconocer la huella de los cánticos/ rescatarlas del viento/ que disuelve las sílabas amadas.// Y hallar que hay señas en las rocas/ que hay vertientes/ vaciadas de la sangre del Sol/ que los ladrillos de oro/ son candelabros demolidos/ que los sigilos/ son rastrojos de plegarias segadas. // Peregrinar las formas errantes/ recogerlas/ y repatriarlas en el ritmo /hasta exhumar los credos / hasta desagraviar de muecas el Mensaje”. (“Peregrinar las formas”)

En la última parte de esta obra también la misión del poeta se resignifica y se proyecta a otra dimensión: el cómo nombrar abreva en la fuente de un silencio positivo, que ya no remite a la categoría amplia de “lo silenciado” sino que es exponente de un estado clarividente y de contornos numinosos, cercano a la luz, la música, el aroma, imantado de inefabilidad y sutileza, de exquisitas anticipaciones y pulsiones sobrehumanas, un silencio cobijado por otredades enigmáticas y presencias amadas –el padre, el hermano, Mabel- a las que se suman algunos animales simbólicos (los zorzales, la corzuela, la “araña de luz” de una metáfora simbólica realmente excepcional) seres admirablemente representados, compañeros silenciosos y cifra evidente del necesario retorno a un orden cósmico total, integrado y protector. Según decíamos, la tarea lírica pareciera entonces volverse gozosa y amigable, centrada en lo integrador y lo unitivo, encaminada a “anudar lo disuelto”, “recuperar el aleteo”, indagar las “opacidades transparentes” y optar por “la multiplicidad ensimismada”, en una sinfónica apertura hacia infinitas posibilidades de conexión con todo el ámbito cósmico: “Música allá en preludio desgajada /gajo de luz /para la apostasía /y el retorno. // La rama, incorruptible /ha seguido apresando el aleteo/ la tibieza de un dolor sin sentido /llorado /preguntado / ese vaho del aura amaneciente / acariciando las rodillas del frío / esta fragilidad de anudar lo disuelto / de rescatar en una sola gavilla /el desgranamiento / las sucesiones / esta opción personal / por las opacidades transparentes / por la multiplicidad ensimismada… / Gajo de luz, que vuelve”. (“Gajo de luz”)

A la manera de un círculo virtuoso de temas, metáforas y símbolos que se repiten, intensificándose, el punto focal de la visión, el horizonte que atrapa con fijeza hipnótica, en estos últimos textos siempre es Mabel, presente en los nueve poemas que le son dedicados, pero siempre activa, como un numen propiciatorio, en la totalidad. En este punto, creemos llegado el momento de declarar que, en las letras de Córdoba, nunca antes existió la construcción literaria de un vínculo de esta índole: su continuidad y su profundización –por caso, en Esperanza de un recuerdo, de 2016 y libros venideros- el carácter cada vez más bello y selecto de sus configuraciones, la cercanía misteriosa de una figura cuya desaparición física no ha hecho sino acrecentar su luminosa plenitud de pureza, consciencia, bondad y perfección, figura equiparable al ángel, el pájaro, la flor, la luz, la magia y el milagro, conforme a una surgencia de imágenes, deslumbrante e inacabada, que perdura hasta hoy, son todos datosde una realidad única, en cierto modo asombrosa y por completo desusada en el mundo de hoy.

“Más allá de los latidos/ los ecos que se van desfallecientes/ más allá de los ecos/ la fuga de los duendes por las horas/ en el confín de las horas, las esferas / los círculos que avanzan / donde el tiempo navega sin naufragios / y desata lazos con el viento. // Y más acá del viento/ los arcos de los pájaros que dibujan /los sitios escondidos del retorno / las golondrinas memoriosas de siempre / los inmemoriales no-me-olvides de siempre / y el siempre que circunda/ y es siempre (…) / el ruedo de las muertes pequeñas /que decoran lo eterno. // Es cierto. Todo es cierto: / la inmediatez de cuánta lejanía / la fiesta cenicienta / los plenilunios sumergidos. // Pero también es cierto / que la calandria vierte desde el Ángel / el tiempo entre sus manos / su voz en el milagro de los días.” (“Pero también es cierto”)

En estas páginas, Mabel aparece casi siempre perfilada, artísticamente, como un tú invocado bajo la media luz inasible del enigma, pero, en un magistral poema fundacional titulado “Todo el tiempo que falta” se la invoca directamente a través de la recreación lírica del primer encuentro con la mujer amada, hecho que también supone un umbral existencial –pues existen los umbrales en el tiempo, segundos nacimientos que advienen repentinamente, con todo su poder de revelación epifánica, figuras de lo temporal que desdicen la simple linealidad e irreversibilidad del suceder, pues en todo umbral late una semilla del devenir y la sombra invisible de una potencial metamorfosis.

En un contexto epocal en que la poesía argentina parece dominada por tendencias centradas en lo objetivista o lo coloquial, por completo ajenas a los ámbitos tradicionales de lo elevado y lo sublime, hecho en el que algunos críticos han observado incluso una reducción o un aplanamiento de los temas y objetivos de la lírica, es dable señalar la presencia de los así llamados, en reiteradas oportunidades, “navegantes” o viajeros solitarios. Se trata de cultores de una poesía trascendente e inspirada, incluso dotada de cierta propensión metafísica y nutrida por una clara conciencia estética, ejercida por poetas que no ocultan cierta extranjería o cierto aislamiento en relación con los movimientos artísticos dominantes, y muchas veces ubicados en el interior del país. En nuestra opinión, Gaspar Pío del Corro pertenece a la raza de estos autores, no en vano calificados a menudo de “órficos” por su reivindicación de la musicalidad, vale decir, de un “canto” que armoniza, en una unidad de efectos, la semanticidad y los rasgos fonorrítmicos del verso – y recordemos, asimismo, que Del Corro es un eximio sonetista, y que la reivindicación de la “Música” incluso es tematizada explícitamente en este poemario, de allí que se afirme(cito) que “acaso la esperanza” estará “entre las azucenas de la Música/donde buscan rodillas las palabras”, y, por otra parte, es precisamente “música allá en preludios desgajada” ese “gajo de luz” que, según decíamos, actúa como vehículo de la visión lírica posibilitando el acceso a las “opacidades transparentes”.

En la estela de estas reflexiones, los lectores agradecemos a Del Corro, en su madurez conceptual y estilística, la coherencia y, más aún, la devoción con que ha materializado su pasión por la literatura, en la continuidad de una obra de efectos poderosos y refinamientos exquisitos en la que verbalizar es un ejercicio de indagar verdades, auscultar otredades, plasmar visiones éticas y estéticas, y asediar, en síntesis, todas las formas de concretización de un espléndido y definitivo tributo a la belleza. Antes que no hablar es preciso entonces proferir los vocablos sustanciales, los que denotan el compromiso con la relevancia del mensaje, los que suman, a la lucidez artística, el aura permanente de la entrega, el pensamiento activo y la emoción vital; antes que el silencio, en suma, que sea bienvenida y celebrada esta palabra.

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* Facultad de Filosofía Universidad Nacional de Córdoba. Mail: Patoelena33@gmail.com

Recibido 25/11/2018 Aceptado 30/11/2018.